26. Frío
Llegó el mensaje de Reiko, la hermana de Ámbar, con la suficiente carga crítica para ponerla peor.
Reiko
•«¿En serio? ¿No tuviste suficiente con Mason que ahora te enamoras de un cantante famoso? ¿Qué contiene tu linda cabecita? ¡Serrín?»
Miró la hora. La llamó.
—Reiko, no estoy con él. Bueno, ahora mismo nos hemos separado para acallar a la crítica de la prensa. Y porque no me veo volviéndome popular.
—¿Me dejas echar un vistazo a Internet y rebato tu argumento?
—¿Ya has visto las noticias sobre nosotros?
—Esta mañana. Cuando Noriko me ha preguntado, a las puertas del Yochien. Y allí estabas tú. Estuve a punto de llamarte. Pero se me hacía tarde para llegar al trabajo. Y bueno, luego llegó tu confirmación.
—Reiko...
—¿Vais a hacer dinero con ello? ¿Es pasajero? A papá y a mamá le va a encantar —comentó con ironía.
—No. Fue algo... extraño. Como un amor a primera vista, a la salida del trabajo. Un tropiezo...
—Fíjate. Tal y como se inician los amoríos en los dramas asiáticos. ¿Sabes que todo es ficticio?
—¿Y si no lo es?
—Él es un famoso de renombre, deseado por toda una prole de fans femeninos. Vale, y masculinos. Y, a ver, tú eres una pequeña opción cuando tiene de mucho mejores. Solo eres una distracción. ¿No lo ves?
—¿Has visto su último concierto? Aquello que dijo iba dirigido a mí. Incluso su canción.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha confirmado él?
No se lo había confirmado porque no se lo había preguntado. No se hablaban.
—No.
—¿Entonces? ¡A eso se le llama un amor platónico, ficticio, incluso tóxico! Abre los ojos, hermanita. Esto no está bien.
—Tampoco que mamá ya me tenga escogido una pareja a su antojo.
—Tanaka es un amor. Y un buen partido.
—¿Tú también? ¿Os habéis propuesto amotinaros contra mí?
—Queremos lo mejor para ti.
—Sí. Ya. Mira, hermanita, él me gusta. Sé que pueda no ser trigo limpio. Que pueda ser una ilusión sobre suelo caliente y arda espontáneamente en él hasta llegar a evaporarme y no haya más que eso. Sin embargo, creo que él me gusta. Y si no avanzo es porque no me hace gracia estar en boca de todos, en todas las televisiones del mundo. Que hablen de mí.
—Pues déjalo. Y ya está. ¿Ves? La solución la tienes en tus manos.
—No es así de fácil.
—Lo es. Tienes que tener alguna cita con Tanaka.
—Él está lejos.
—Entonces, regresa a casa. No hay tantas posibilidades de un buen trabajo como en esa gran ciudad. Pero estarás más cerca, y podrás ver crecer a Akemi. Está ya echa una señorita con sus cuatro añitos recién cumplidos. Ella te echa de menos. No quiere verte solo por una pantalla. Ni recibir regalos desde la distancia y no tenerte para jugar con ellos. No sé. Estás tan lejos que incluso yo misma noto un gran vacío.
—Es la vida. Así es como es.
—Mason te arrastró hasta ahí, pero ya no te ata nada. Regresa, ¿quieres?
—Ya tengo toda una vida hecha aquí. Y aquí quiero quedarme.
—Seguirás siendo una inmigrante. Seguirán mirándote por encima del hombro, por ello, despreciándote por tu procedencia.
—¡No seas exagerada!
—Cariño, tienes que volver. Papá y mamá te necesitan. Yo también.
—Tengo que colgar. Tengo que acostarme para madrugar mañana.
—No cometas un nuevo error. Con Mason todavía lo estás pagando caro.
—¿Puedes apoyarme con lo que sea? Porque no solo necesito a Daria como cómplice.
—No puedo apoyarte en esto. Es una completa locura.
—Ya. Claro. Buenas noches, Reiko. Dale un beso a la pequeña de mi parte. Seguro que ya duerme —murmuró dolida, abandonando la llamada.
A ver, sí que era una idea desgarbada su relación con Seth porque no era algo común, ni tampoco duradero. Sin embargo, sentía algo por él que no podía apagar tan fácilmente como con un soplido. Quería que la llama siguiera viva. ¿Pero cómo hacerlo manteniéndose al margen evitando llamar la atención pública? «Llegaste tarde».
****
Quedaban aún conciertos por realizar en Reino Unido. No regresaría a Seattle hasta el fin de semana. Esperaba que ella hubiera visto el concierto. Hubiera entendido que era imposible decidir por los dos cuando él aún la amaba. Sacó la pequeña libreta y empezó a garabatear. Aún era temprano, tanto que todavía ni había amanecido. No podía dormir.
«He imaginado un mundo sin ti.
No he podido. Era algo así
como un mundo sin oxígeno,
días sin sol, noches sin luna;
un vacío estremecedor que abruma.
No sé qué más hacer
y que entiendas que no puedo
arrancarte de mí.
Me he esforzado por no pensarte,
por concentrarme
de pleno en mi música
haciéndome creer que no hay nada más.
Pero mi música siempre habla de ti
de todo cuanto significas.
Ayúdame a existir.
No encuentro la cura.
No sé qué más hacer
y que entiendas que no puedo
arrancarte de mí.
Mis días se vuelven nebulosos.
Todas las veces que trato de huir
te encuentro en cualquier rincón
de mis pensamientos.
No sé qué más hacer
y que entiendas que no puedo
arrancarte de mí.
Por favor, sácame de ti.
Porque yo no sé cómo hacerlo[...]»
Notó sus ojos humedecidos. Estaba llorando. Dio un trago al vodka que había colocado en un pequeño vaso de chupito. Lo había pedido una vez vio que le era imposible dormir. El alcohol lo ayudaría a enmascarar su dolor. O eso creía y esperaba. Siempre lo pensaba y jamás funcionaba. Fue a dar otro sorbo, pero un arrebato de ira y escozor le rozó el interior del pecho. Tiró el vaso haciéndolo estallar contra la pared que tenía cerca. No estaba bien. Sin ella no estaba nada bien. ¿Cómo podría hacer que recapacitara? ¿Y si sacara a la luz todo su arsenal de canciones compuestas para ella? ¿Eso la haría cambiar de opinión? ¡Más quisiera!
Devolvió la libreta al cajón de la mesilla. Se tiró sobre la cama boca hacia arriba, pensativo, con los brazos colocados en su nuca. Miraba hacia el blanco del techo de la habitación. Quería imaginarla sonriendo. Hacía tanto, para él, que no la veía, que su rostro ya se distorsionaba. Buscó las fotos de Internet. Esas que habían levantado ampollas en ella. En ambos. En aquellos que no les agradaba que tuviesen esa relación. Le gustaría saber qué pensaría su familia. Seguro que eran los primeros en criticarles. En decirle que no le convenía. Se frotó el rostro con la mano tragándose la llantera que no debían de escuchar desde afuera. La quería. E iba a conseguirla fuera como fuera. Se lo había propuesto muy seriamente.
—Voy a sacar más canciones de la libreta, como lo hice en Birmingham —anunció al grupo durante el desayuno.
—Ella sigue sin responder, ¿no es así? —preguntó Michael—. ¡Vaya mierda!
—Hagáis lo que hagáis, por favor, hacedlo bien. La canción debe de salir perfecta —se interpuso Jayden—. Todas las canciones deben de estar perfectamente ensayadas.
Danno se puso en pie.
—Me apunto a mandarle a esa preciosidad tantos mensajes para que te oiga que acabará de nosotros hasta más arriba de su sesera.
—O se enamorará de nosotros —bromeó Reid.
Seth lo señaló.
—Jamás —masculló entre dientes, escondiendo una sonrisa. Estaba feliz de que el equipo entero estuviera de acuerdo en ayudarle con esta hazaña.
—Será como la mascota del grupo —bromeó Paul.
—¿Una gatita? Está bien tener una gatita preciosa como mascota —canturreó Reid.
—¿Queréis probar mi puño? —lo levantó Seth, amenazante. —Hizo cada uno un gesto de reprobación y rechazo contra su amenaza—. Me alegra que hayáis entendido el mensaje.
—Encima que te ayudamos —dijo muerto de risa Paul.
Seth mostró los dientes como crítica.
—Vale. Terminad y nos vamos. Queda carretera de por medio hasta el próximo destino. No vamos sobrados de tiempo.
Ensayos, entrevistas, más eventos, y entre todo, unas compras que Seth necesitaba hacer. Fue tratado como un cliente Vip. Incluso la noticia corrió y, a la salida de la joyería, ya había algunos interesados en su compra, móvil en mano dispuestos a grabar.
—¿Esto está relacionado con el mensaje que lanzaste en Birmingham? ¿Es ella la chica de las fotos? Vamos. Cuéntanos un poco, Seth.
Se mantuvo severo e inamovible sin siquiera mirarlos a los ojos, llegando al coche. Estaba muy molesto por la prensa. Por cómo estaban tratando su vida. Pero, sobre todo, la de Ámbar. No es que los famosos puedan pedir permiso para todo, pero sí poner restricciones para ciertas cosas. Ella ya estaba lo suficientemente enfadada para meter más leña al fuego. Abrió la caja. La admiró maravillado. Seguro que le encantaba. Con lo que estaba con dudas era con su talla. Le habían dicho que podría ser cambiado en cualquiera de sus tiendas a nivel mundial, siempre con el comprobante de compra correcto y el certificado de garantía y el certificado de autenticidad que había recibido con la compra. Valía demasiado dinero, y no estaban dispuestos a caer en el error de cualquier estafa. La gente es vil y excesivamente listos para estos negocios. Tenían que haber pruebas fehacientes del producto para un cambio. Echó de menos a Jaxon. Si fuera él quien estuviera conduciendo el coche estarías bromeando sobre el enorme pedrusco. Sobre la razón de su compra. Lo echaba de menos, pero también sabía que estaría haciendo un excelente trabajo con aquello que él adoraba. Nadie más que él podría ser elegido para dejarla en sus manos. Sonrió, feliz. Se había gastado una cantidad importante de dinero, aun a sabiendas que podría rechazarlo. Negó respondiéndose a sus dudas.
—Acabará aceptándolo —se respondió decidido, optimista. Más que optimista, esperanzado.
«¿Qué hacía Seth en una joyería de Liverpool?». El título sobresalía en letras enormes sobre el artículo que acababan de difundir con una rapidez, impecable por internet. ¡Fantástico! Si era una sorpresa, ya no lo sería gracias a la prensa. Esa era una de las partes de su vida humana común que anhelaba y le rechinaba. Su vida privada solía estar demasiado al descubierto. Dejaría de ser una sorpresa para Ámbar. Aunque, a la vez, podría entenderlo mal. Quizá, debiera aclarar al cosas antes de que el daño se extienda y lo odie.
Estuvo a punto de pulsar el botón de llamada y hablar con ella. Se detuvo.
—¡Maldita sea! —gruñó hacia el silencio. Le urgía romper con los miedos. Hablar cara a cara con ella. Romper los silencios. De humano a humano.
https://youtu.be/giMdr0QVb3g
Yochien: Jardín de infancia.
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