25. Aclaraciones
No podía postergar más el dar algún tipo de explicaciones. Daria tenía que saberlo antes de que lo viera en los medios. Tenía que saber que ahora ella contaba con un chófer que a la vez ejercía de escolta, mandado por Seth.
Le mandó un mensaje antes de salir de casa al tiempo que desayunaba. Que rellenaba con un poco de leche el cuenquillo de Misha que se frotaba en la pernera de su pantalón.
Ámbar
•«Hay algo que tengo que contarte. Esta noche quedamos para cenar y te cuento»
La respuesta no se hizo esperar. Daria estaría en la misma tesitura que ella: a punto de salir lanzada a la calle para ir a trabajar.
Daria
•«También yo tengo algo importante que contarte»
Eso sí la sorprendió. ¿Sobre quién sería? Podía hacerse una media idea.
Jaxon ya la esperaba abajo.
—Buenos días —saludó, desacomodando la espalda del coche—. ¿Nos vamos?
Ella rodó los ojos.
—Qué remedio. Porque dudo que vayas a concederme el deseo de devolverme mi libertad.
—Eres libre. Solo que ahora no te va a pasar nada.
—¡Ah! Ya. Claro. Soy el punto de mira de todos, de la lengua de todos, de las críticas de todos, por haberme metido en esto. Porque te has propuesto, os habéis propuesto —rectificó—, volverme el puntito rojo de la diana, y no me vais a devolver a mi mundo real.
—Sabes que eso no es discutible —le recordó.
Ámbar rodó los ojos.
—Cómo no —murmuró a regañadientes.
Entró al coche. Jaxon no entró hasta que ella estuvo dentro. Es más, se había colocado a su lado y no se movió hasta que ella estuvo en lugar seguro.
—Que sepas que le he contado a Daria esta nueva vida de rica —se burló—. Sabe que tengo un chófer, guardaespaldas, además de un novio cantante que yo no me he adjudicado.
—No es verdad. Él te gusta. Tú le gustas. Y Daria ya estaba al tanto. Raro era que te lo callaras. Ella lo sabe todo desde un principio.
Ella blanqueó la mirada.
—Cómo no va a saberlo. Es mi mejor amiga.
—Y no sabes guardar secretos —rio malvado, observándola por el espejo retrovisor interno.
—Capullo —masculló en voz baja.
—Reconoce que sin este capullo estarías perdida.
—¡No eres mi boyfriend! Ve quitándotelo de la cabeza.
—¡Dios me libre! O Seth me arrancaría esa cabeza que pretendes perturbar.
—¡Ja! Muy graciosillo el capullo de mi guardaespaldas —repuso, arrugando la nariz en respuesta a su disparo irónico.
Puso en marcha el coche. Solo se escuchaba la música que sonaba en la radio que sonaba en el coche. Al locutor que presentaba las canciones. No tardaron en llegar a la tienda.
—¿Qué demon...?
Apostados en la puerta había un puñado de reporteros en busca de noticias frescas sobre Ámbar.
—La frasecilla traerá cola —gruñó él entre dientes.
—¿Qué... frasecilla?
—¿No le has echado un vistazo al concierto de anoche de Seth?
—Pues no. Las manos comenzaron a temblarle a Ámbar—. ¿Por?
—Adelántalo hasta la última canción que interpretó. Una canción que dedicada claramente a ti. De aquellas que ha compuesto a espaldas del grupo para ti. Y que tuvo un mensaje explícito antes de cantarla.
—¿Mensaje... explícito?
Buscó con prisas y nervios el vídeo por YouTube. Lo adelantó hasta donde Jaxon le había indicado. Palideció al escucharlo. Al ver su rostro de derrota y angustia. Y luego fue pasando la canción a fragmentos, y todavía palideció más. Aquella era una declaración en toda regla. Una declaración donde hablaba, sin tapujos, del dolor que sentía porque ella se había alejado.
—Él va muy en serio, chica. Lo estás volviendo loco.
Ámbar negó.
—Los amores de los famosos son efímeros. Suelen romper al poco de iniciarlo. Cuando ya se han llenado los bolsillos.
—A ver, nadie es perfecto. Solo puedo decirte que Seth es un buen tío. No juega con estas cosas del amor.
Eso no se lo creía ni harta de vino.
Cerró el vídeo. Bloqueó la pantalla y guardó el teléfono de regreso al bolso.
—Voy a entrar.
—Te acompaño. No van a dejarte pasar. Te van a acribillar con preguntas.
—¡No bajes del coche! Ya llamamos demasiado la atención. Por favor, quédate aquí.
—No me pagan por escucharte —rebatió, saliendo a toda prisa del vehículo, provocando que ella soltase un gruñidito contradictorio.
Le abrió la puerta. Ella contrajo el gesto con molestia. La ignoró. Camino detrás de ella. Pero se puso delante en cuanto toda aquella marabunta se le echó encima como termitas en un jugoso madero.
—Ella no va a declarar. Hagan el favor de dejarla en paz.
—¿Sabe a qué se refería Seth anoche? ¿Es ella a quien se refería? ¿Su pareja actual? —se atrevió a preguntarle a Jaxon uno de los reporteros.
—Se lo ruego. Estoy trabajando. Y ella tiene que entrar a trabajar.
—Pero... pero...
No los dejó que llegaran a ella. Ayudó a que accediera a la tienda. Ámbar respiraba agitada. Aquello era demasiado. El corazón le iba a cien por hora.
La señora Mathew se acercó al instante.
—¿Estás bien, cariño? Esa gente es insistente, molesta, abrumadora.
—Le estoy creando una molestia.
—No digas eso. Son ellos los que están traspasando la línea. —Ella era demasiado buena. Soportaba lo que otra jefa no soportaría—. Venga. Ve a cambiarte y ponte a trabajar.
—Hoy me quedaré por aquí —dictó Jaxon sin ganas de que se le discutiera—. Cualquiera de ellos podría entrar a la tienda y montar una desagradable escena.
La mujer asintió. Le pareció buena idea. Estaría todo más tranquilo con su presencia allí.
Entró en el pequeño cuartito. Recordó que fuera había cámaras de fotos, pero también de vídeo. Seguramente lo subirían cuanto antes por internet todo el material. Había alguien importante que no conocía la historia. Y tenía que mandarle un mensaje cuanto antes para que no se enterase por terceras personas. Con sus padres, era irremediable que acabaría la situación en una contienda. Pero, con su hermana... necesitaba una cómplice. Le mandó el mensaje. Ella no respondería hasta mucho más tarde. Al terminar de escribirlo apoyó el teléfono en su pecho sintiendo asfixia. Todo era tan insólito que ni ella misma se acababa de creer que estuviera viviendo aquellas escenas. Que estuvieran relacionadas con ella.
Guardó el teléfono. Se cambió de atuendo y salió afuera. Se cruzó con Abie que reponía parte de las estanterías vacías.
—¡Qué mierda, tía! No me gustaría estar ahora mismo en tu pellejo.
—Esto es... abrumador.
—No me sucede a mí y ya me siento agobiada —aseguró, con una mueca de angustia.
Jaxon había tenido que intervenir en varias ocasiones durante la mañana. No la iban a dejar en paz. Se había vuelto tan famosa como Seth. Porque la prensa comía de ellos. Y no iban a parar hasta que Ámbar confirmara que sí tenía un romance con él.
El turno terminó. Ámbar iba a cambiarse. Abie la detuvo, observando de reojo a Jaxon.
—Suerte que lo teníamos por aquí. Menudo campo de batalla hoy aquí, en la tienda —rio nerviosa—. Qué suerte que lo tienes para ti sola.
—De suerte nada. Hace que llamemos mucho la atención.
—Ya. Pero mira, es como esos chicos guapos de las novelas que protegen a una famosa y terminan enamorándose de ella.
—No es este el caso.
—Nunca se sabe. Igual, y hasta te salen dos pretendientes a la vez.
—Te equivocas.
Abie lo miró otra vez. Se rascó la barbilla.
—Pues lo que no quieras para ti, puedes cedérselo a alguien a quien aprecies.
Ámbar elevó una ceja.
—¿De qué hablas?
—Consígueme una cita con tu protector cachas.
—¡Ni de coña!
—¿Por qué?
—Porque no.
—¿Tiene pareja, esposa, hijos...?
—¡Y yo qué sé! No me meto en su vida privada.
—¿Entonces?
Ámbar bufó.
—Si quieres algo hazlo, tú.
—No me va a hacer caso si se lo digo yo.
—Mucho menos si se lo digo yo. Solo es mi guardaespaldas.
—Qué poca estima tienes hacia mí —protestó Abie a regañadientes.
—Más de la que me tienes tú a mí.
Jaxon se colocó detrás de ámbar en cuanto ella salió del cuartito, ya cambiada. El estómago le rugía famélico. Se lo sujetó unos segundos para acallarlo. Llegó un mensaje a su teléfono. Lo desbloqueó. Era Daria. Había leído su mensaje de la mañana.
Daria
•«Cabrita, y me lo dices ahora que tu rostro ya es más viral que el vídeo de unos adorables gatitos que parecen interpretar una graciosa canción con sus maulliditos»
Le costó tragar el nudo que se le atoraba en la garganta. Se había vuelto viral sin haberlo querido. Estaba metida hasta el fondo en esta situación asfixiante.
Otro mensaje más llegó:
Daria
•«¡Y nada de cenar! Nos vemos ahora. Voy a comprar unas cosas para preparar rápido y me planto en tu casa»
¿A comer? ¡Eso era demasiado precipitado!
—Tengo que ir al super —informó, nerviosa, a Jaxon.
—¿Ahora?
—Ahora. Daria viene a comer a casa.
—Fantástico —gruñó él, regresando a la salida, donde les costó burlar los mismos obstáculos con los que se habían encontrado al llegar. Los paparazzi y su insistencia.
En el supermercado se sucedieron más escenas similares con su nueva popularidad. Ella respondió de la mejor manera posible, esquivando cada pregunta como podía. O saludando superficialmente sin llegar a dar pie a nada más. Jaxon intervenía cuando veía que la situación llegaba a rozar lo absurdo, y vuelta a empezar.
Al llegar al edificio de apartamentos donde Ámbar vivía, Daria ya la esperaba abajo, tecleando en su teléfono, apoyada en el portal, con las bolsas de compra colgando de sus antebrazos. La saludó efusivamente ondeando su mano en la distancia cuando la vio salir del coche.
—Te ayudaré a subir esto.
—No. Ve, come y descansa. Necesito privacidad para hablar con mi mejor amiga.
Jaxon entornó la mirada observándola en la lejanía. Ámbar rio.
—No te preocupes. No es nada peligrosa.
—Si se complica la cosa...
—Anda. Ve. —Lo empujó del brazo—. Tómate un descanso —casi rogó, para deshacerse de él.
Daria la abrazó fuerte en cuanto llegó a ella, con cuidado de no aplastar nada que llevase en las bolsas que traía. Luego le dio una palmada en el brazo.
—¡Si descuida me lo dices ya cuando la cosa es más descarada!
—No pude decírtelo antes. Surgió todo muy de repente.
—Ya —Ondeó la mano alzada despidiéndose de Jaxon que las observaba desde donde tenía el coche estacionado—. No me tomará por un problema, ¿verdad?
—Jaxon ve a todos como serios potenciales para mi seguridad.
Entornó la mirada para observarlo con desagrado.
—Pues él no parece precisamente un buen chico. Parece un matón de discoteca —lo criticó duramente y ojalá la hubiera escuchado, porque le hubiera encantado que la escuchase por malpensar de ella—. Vale. Entremos. No quiero que ahora vaya a peligrar tu vida de verdad porque te entretenga de cháchara en la calle.
—Si te tengo que ser sincera, te vas a poner en mi mismo punto de mira por ser mi mejor amiga.
Daria se encogió de hombros.
—Que vengan y me preguntes. —Levantó el puño—. Van a conocer a mi animado colega —largó irónica.
Hizo reír a Ámbar.
Subieron al apartamento. Misha recibió a Daria como solía saludar a los conocidos —de los desconocidos huía despavorido y se escondía en algún lugar inaccesible—. Se adoraban mutuamente.
—¡Hola, pequeñín! Qué ganas de volver a verte —masculló dificultosamente porque lo estaba apretujando entre arrumacos. Él aguantaba estoico—. Tía Daria te va a consentir como suele hacer. Te daré de mi comida.
—¡Ni lo sueñes! No quiero que se vuelva una bola de grasa. Que se pasa el día durmiendo, tirado, holgazaneando.
Daria le tapó una oreja al minino.
—No escuches a mamá. Hoy está quisquillosa.
—¡No es verdad! Y lo hago por su bien.
—¿Lo ves? Hoy está por seguir las normas más severas de los humanos a rajatabla.
Ámbar rodó los ojos.
—Venga, deja a Misha en el suelo y ayúdame a preparar la mesa.
—Voy —levantó la voz animada, dejando con cuidado al felino en el suelo. Dando un par de saltitos antes de arrancar.
—Esta mañana ha sido un follón en la tienda —empezó a contar Ámbar sin dejar de sacar la comida para repartirla y colocarla en platos—. Esos buitres sarnosos estaban en la misma puerta.
—Buitres sarnosos... —repitió Daria colocando una mueca reprobatoria—. ¡Te estás volviendo muy mal hablada, querida!
—¡Es que no entiendo cómo los famosos pueden soportar eso! Además, yo no soy famosa.
—Ahora sí —le recordó Daria asintiendo.
—¡No! ¡Ni siquiera salgo con Seth! Ya no estoy con él.
Daria se tocó la naricilla en un gesto de ir a elucubrar algo que encajaba con lo que vio por Internet del concierto.
—¿Sabes? He echado un vistazo a ese concierto al que no pudimos ir. Al que lo tiene tan lejitos de ti...
—Ya no estoy con él —le repitió, sin detenerse en lo que estaba haciendo.
—Y me parece que lo que dice al final, más la letra de la canción es toda una declaración de amor que, caray, si la cosa fuera conmigo, me derretiría.
La fulminó con la mirada.
—¿En serio, Daria? ¡Se supone que tienes que estar de mi parte.
—¡Y lo estoy! —Levantó las manos en un ademán defensivo—. Solo digo.
Misha ronroneó pegado a las perneras de Daria.
—Es que... es que todo esto es tan... ¡Inverosímil! Primero, me miente. Y luego no sabe cómo sacarme de su juego.
—Una vez entras, ya no sales. Ese mundo no es tan fácil de superar. Ya sabes: Es nivel Dios.
—¡Hablo en serio! —La miró, haciendo una pausa en su tarea—. Y yo no sé qué hacer. ¡Hasta le he mandado un mensaje a mi hermana para que no me llame traidora al no avisar con tiempo de esta nueva noticia!
—Traidora —vocalizó Daria por lo bajo de guasa—. También yo debería de llamártelo.
—Verás la que me espera. Y si mi hermana es rigurosa, no quiero ni pensar mis padres.
—¡Tonterías!
—¡Hablo en serio! Haz el favor.
—Vale —Levantó una mano pidiendo calma.
—Temo su respuesta. Puede que me llegue antes de lo que crea y que va a caerme como un cubo de agua fría sobre mi cabeza.
—Oye, serás la favorita de algunos fans. —Pestañeó deprisa regresando a la formalidad—. Bueno, más bien te odiarán por haberles quitado a su chico.
—¡No ayudas, Daria!
—¡Vale! ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué sientes por él?
—¡Y yo qué sé!
—Sí lo sabes. Y mientras dure, será bonito. Te lo digo yo. Engrosa tu cuenta bancaria mientras puedas, y corre —bromeó.
—Dariaaaa.
—¡Valeee! No me hagas caso.
Sentía que aquello le superaba. Hablar más rato sobre ello la ponía mucho peor. Bien. Si cambiaba de tema podrían dejar de temblarle las manos o se le caería algo de lo que estaba cogiendo.
—¿Y qué hay de ti?
Daria dio un saltito, emocionada.
—Agárrate fuerte, cariño... ¡Izan es escritor!
—¿Qué?
—¡Sí! ¡Y me ha hecho protagonista de una de sus historias! ¡Por eso pasa tanto tiempo allí! Dice que tiene que conocerme bien para crear al personaje. ¿A que es flipante?
—Valeee. Esto sí que es una sorpresa.
—¡De sorpresa nada, bonita! Que tú y yo ya lo venías diciendo. Total, que le he propuesto que si quiere conocer muy bien a su personaje tendremos que quedar más veces. ¡Y ha aceptado! —Lanzó un grito de victoria alzando los brazos con los puños apretados.
—Espera... ¿Y qué dirá su pareja, esposa, lo que sea?
Daria se encogió de hombros. Luego arrugó el ceño.
—¡Oye, deja que disfrute de mis momentos de gloria! No me jodas la situación.
—Ya. ¡Pero no puedes enamorarte de un hombre casado! Por ejemplo.
—Tú tampoco deberías de enamorarte de un cantante famoso y mírate —la señaló con la palma de la mano.
—No es lo mismo. Yo no podría quitarle el chico a alguien.
—Ostras, pues es verdad —recapacitó Daria sentándose con rapidez en uno de los taburetes de la cocina, apoyando su codo sobre la encimera y mostrando un gesto lastimero—. Vaya mierda —se lamentó en una maldición.
—Ya.
Suspiraron a la vez. Misha las despertó de su distracción dando unos maullidos. Daria se agachó para cogerlo en brazos. El minino olía la comida y ya estaba pidiendo.
—Tú comerás luego. O tu mami me echará de casa de una patada por desobedecerla. —Daria miró a Ámbar con recelo—. Tiene muy mal genio cuando no se sale con la suya.
—¡Te estoy oyendo y lo sabes!
—Auchhh —fingió un quejido, cerrando los ojos al tiempo que soltaba el sonido ficticio.
Ámbar recordó la predilección de sus padres por Hiromasa Tanaka. De seguro que le estaría rezando a Omoikane, la deidad de la inteligencia y la reflexión para que su hija reculase y la obedeciera. Podía imaginarla encendiendo un buen puñado de incienso en el altar, llenándolo de ofrendas diversas con el fin de conseguirlo.
—¡Jamás! —gritó el alto sin querer.
—¿Cómo?
Daria la observaba con estupefacción.
—Nada. Sin querer he pensado en alto.
Aquella soltó una carcajada.
—Vale. Vale. La enajenación al poder. —Le gruñeron las tripas—. De acuerdo. O comemos o voy a desfallecer.
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