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23. Esto es así.

 La lluvia caía con fuerza sobre Birmingham. Había sido un vuelo largo donde había dado tiempo de planear el concierto que iban a realizar, la entrevista en la radio, incluso a ensayar un poco alguna canción que quedaba por matizar. A Seth le hubiera encantado tener un poco de tiempo para él. Haber escrito la letra de algunas canciones que bailaban en su cabeza. Canciones que hablaban de su ajetreada vida. Pero también otras relacionadas con el amor. Tener a Ámbar apartada de él, con un muro de acero entre ambos porque ella consideraba que no pertenecía a su mundo, lo estaba matando lentamente.

    Bajaron del avión. Recogieron el equipaje. Se había filtrado su llegada al aeropuerto y ya los esperaban sus fans y un buen puñado de periodistas a la caza de una exclusiva y fotos. Halos de luz que parecían ametralladoras sobre sus cuerpos, los gritos de las fans, algunos atrevidos, micrófono en mano, tratando de preguntar. Otros, fans fervorosos, buscaban sacarse una foto, o que les firmaran donde fuera. Se habían llevado al resto del equipo de escoltas detrás, salvo a Jaxon, que seguía al lado de Ámbar. El grupo atendió de la mejor manera a todo el mundo. Posaron para las cámaras, para las fotos, para sus fans. Firmaron, saludaron... todo bajo la atenta cautela del grupo de guardaespaldas que no se apartaban de ellos ni un minisegundo.

    Llegaron a la furgoneta que habían alquilado para ellos cubiertos con paraguas. Había otra para el resto del equipo. Les costó llegar hasta la puerta, ya que aquella marabunta famélica de atención se resistía a que desaparecieran, a pesar de la lluvia que los empapaba. A dejarles avanzar hasta la salida. La escapatoria estaba complicada. Pero tenían que darse prisa para tomarse un pequeño descanso y desayunar antes de continuar con lo que quedaba pendiente hacer. Demasiadas cosas para tan pocas horas. Pero sí. Ellos deseaban hacerlo todo. Complacer. Para seguir triunfando. Porque gracias a todos ellos seguían en la cúspide. En boca de todos aquellos que escuchaban sus canciones, veían sus vídeos, entrevistas... adquirían objetos de su merchandicing. Valía la pena soportar para conseguir.

    En primer lugar, dejaron las cosas en sus habitaciones. Lo que Seth hizo en primer lugar fue tirarse de espaldas sobre la cama y escribir un mensaje a Jaxon preguntando por su tesoro más preciado. Quería saber cómo estaba ella. Y esperaba que este le guardara el secreto de que estaba informado de todo.


  Jaxon

    •«Tranquilo. Todo está bien por aquí»


  Seth

    •«Perfecto. Cuídamela bien, por favor»


  Jaxon

    •«Eso está hecho. Aunque es dura de roer, ¿sabes?»


    Seth ensanchó una traviesa sonrisa.


  Seth

    •«Eso ya lo sé yo»


    ¡Cuantas veces había discutido con ella por su cabezonería! Y cuantas seguiría peleando. Porque no iba a tirar la toalla. Tenía que convencerla de algún modo. Tenía que conseguirlo. Costara lo que le costase. Imaginó en su cabeza una entrevista:

    Presentador de la radio: —Debe de haber alguien en vuestras vidas que os inspira de lo lindo, ya que las letras de vuestras canciones destilan un amor inagotable. Pero pregunto. ¿Seth, hay alguien en tu vida que te inspire a escribir tantas canciones bonitas?

    Seth: —Sí. La mujer más maravillosa, extraordinaria y preciosa que se haya fabricado en este oscuro universo de locura.

    Porque en su cabeza podía mencionar su nombre sin que nadie lo frenara. Incluyéndola a ella. En la realidad, seguía siendo otro cantar.

    Escuchó unos suaves golpes en la puerta.

    —Seth, termina de hacer lo que estés haciendo. Nos vamos abajo a desayunar.

Rodó los ojos con cansancio.

    —Sí. Ya voy... —Tenía hambre. Aunque el cansancio de su cuerpo ganaba por oleada. Solo que no tendría la oportunidad de elegir al mismo ganador, sino de arrastrar el cuerpo y unirse al grupo. Porque no era él solo. Era un equipo. Un equipo que debía de estar unido para que la música y el resto fluyera adecuadamente.

    Se miró al espejo del baño de la habitación. Tuvo que lavarse la cara para disimular en cierta manera aquel gesto macilenco y apagado. Respiró hondo cerrando los ojos, y para cuando los abrió, no es que hubiera hecho el efecto deseado el buscar un poco de paz a tanto estrés. Pero estaba en familia. Y lo debía de agradecer. El grupo era su otra familia. Esa que continuaba a su lado por muy rayado que se mostrase. Por muy íngrimo y hermético que se mostrase. Se secó la cara, salió a la habitación, se puso la chaqueta, cogió sus cosas y salió. Allí fuera lo esperaba Jayden apoyado en la pared, tecleando en su teléfono.

    —¡Por fin! Pensaba que me haría viejo aquí, afuera.

    —Ya estás viejo. Qué más te dará —masculló Seth, pasando delante sin esperarlo.

    —¡No me jodas! —murmuró Jayden, molesto—. Por cierto, he llamado al psiquiátrico. Tu madre está bien. Pregunta por nosotros.

    —Querrás decir por ti y por Cameron.

   —Y por tu padre. Y por ti. La enfermera se ha quedado alucinada cuando ha mencionado en carrerilla el nombre de todos. Ella se está despertando, Seth —dijo, deteniéndolo a un lado del pasillo, apoyando la mano en su pecho—. Vamos a conseguir curarla.

    —¿Curarla? Cuando sepa que mi padre ya no está con ella, y tiene otra que la sustituya, le va a dar un infarto.

    —Como te dije, las cosas en su matrimonio hacían aguas. Dudo que esa parte siga distorsionándola.

    —Pues te confunde con mi padre.

    —La última vez que fui me llamó por mi nombre. Incluso yo me quedé pasmado. Parece que la medicación le va bien. Y su mente se va aclarando.

    —No te ilusiones demasiado. No te des un buen hostiazo por inocente.

    —Seth...

    —Mira, tengo hambre, tío —lo esquivó—. Déjame en paz —murmuró entre dientes en un siseo.

    Jayden no le insistió más. Seth estaba de muy mal humor. Conocía aquello que se lo causaba. En este instante, la vida de Seth se asemejaba a un rompecabezas de tres mil piezas a medio montar, todas esparcidas en varias secciones de una mesa kilométrica, y con un novato montándolo. ¿Cómo ayudar a que el novato espabile? Ojalá y tuviera la solución para ello. Para todos esos contundentes problemas.


    Bajaron al comedor montado adrede solo para ellos, lejos del resto de la humanidad. La privacidad y seguridad seguían siendo aquello más esencial entre un evento y otro. Entre conciertos y pausas para llenar el estómago. Seth tomó silla, silencioso.

    —Creo que, como el último que he entrado al grupo, debo recalcar una cosa: como no nos fusionemos aún encuentro esto muy desolado.

    Se estuvo a punto de exponer sobre la mesa la idea de que el problema era Seth, ya  que no estaba centrado. Para ello ya estuvo Noah dando por saco y no acabó bien la cosa, además de considerarlo un capullo monumental.

    —Danno tiene razón. Nos estamos distrayendo —apoyó Paul—. Creo que tenemos que ensayar más tiempo con la cabeza donde tiene que estar. A ver, sé que cada cual tiene sus problemas y puede andar decaído, abrumado... lo que sea. Pero creo que, una vez nos fundimos en música, deberíamos olvidar lo que nos estresa afuera.

    —Bueno, en ocasiones, eso nos da un toque de sentimentalismo a la letra que cantamos —argumentó Michael.

    —Lo sé. Y eso pone un poco más de realismo a lo que sale de nuestras gargantas o instrumentos. Sin embargo, nos estamos dispersando. Nos alejamos. Lo noto. Sé que lo notáis.

    Seth levantó la mano.

    —Decidlo ya: es culpa mía. —Se puso en pie—. Estoy cansado. Y no logro tener mi mente donde debe de estar. —Michael fue a abrir la boca, pero él se adelantó—. Y no necesito ninguna medicina curativa de esas mierdas que funcionan tan genial, pero nos destruyen al mismo tiempo. Necesito comprensión. Y tiempo.

    —El tiempo se nos agota, Seth —le recordó Jayden—. No nos conceden tantas oportunidades como te gustaría.

    —Y lo dice uno de mis mayores problemas.

    —Seth...

    Rodó los ojos.

    —Lo sé. Soy el chaval más incorregible, obstinado y difícil con el que te has cruzado.

    —No escuchas. Es lo que ocurre. —Señaló hacia el grupo—. ¡Te están diciendo a gritos que los atiendas! Eres el líder de la banda. ¿A qué esperas ejercer de ello?

    Seth miró rostro por rostro. Algunos se atrevían a mirarlo a los ojos: unos que se veían fríos, perdidos, inexorables, pero que también contenían miedo. Un miedo que parecía no saber cómo controlar. Se acomodó de nuevo en la silla, pasando la mano por su gesto compungido.

    —No lo sé. Pero mi vida se está viniendo abajo por momentos.

    —Deja que te echemos un cable, tío. Para eso están los colegas —dijo Michael.

    Asintió.

    —De acuerdo. —En su rostro demostró la decisión—. No prometo nada. Pero daré lo mejor de mí para que sigamos siendo los mejores.

   Los chicos se fueron levantando. Invitaron a Seth a que lo hiciera. Colocaron las manos al centro de la mesa.

    —¿Juntos hacia el éxito? —gritó Paul.

    —¡Juntos hasta el éxito! —gritaron a la vez junto a Seth que se mostró más relajado y risueño.

    —Muy bien. Y el que vaguee de nuevo, lo caneo amenazó quien inició el grito de guerra que esperaba que se cumpliera.

    Fueron asintiendo, incluso emitiendo un gruñidito que anunciaba ese sí que todavía estaba en el aire hasta que se viera el resultado.

     —Tengo que hacer una llamada —anunció Seth, poniéndose en pie.

    —Luego de desayunar —dictó Jayden, señalando hacia su asiento para que no se moviera—. Hay tiempo para todo.

    Seth miró el reloj.

    —Bueno. Puedo llamar en cualquier momento si luego me dejáis un poco de espacio.

    —Tienes quince minutos para desayunar, algo de tiempo para realizar una llamada, y durante el resto del tiempo, tendrás que ser todo mío. Así que, empieza a darte prisa. Vuestro Meet & Greet ya en nada. Y espero que lo deis todo para que todo el mundo esté contento. Más tarde nos pasaremos por la radio. Y ya sabéis que, esta noche, será el concierto. —Dio unas palmadas—. Espabilemos. Y comamos algo. No nos podemos dormir en los laureles —casi rogó, sentándose en su silla, con el camarero que los atendía entrando por la puerta del salón privado.

    Había engullido con prisas el desayuno. Se atrincheró en el baño privado del salón. Realizó la llamada.


     —¿Qué necesitas?

    —¿Cómo está ella?

    —Bien —aseguró Jaxon—. Creo que es capaz de obrar milagros.

    —¿Por?

    —Ha conseguido domar a su mayor enemiga —dijo en un tono burlón.

    —¿Lo dices en serio? ¿Ha conseguido doblegar a Abie?

    —La defendió delante de una fan desconsiderada.

    —¡Vaya! Eso me da un subidón de los buenos.

    —Lo sé. Por eso te lo he mencionado.

    —¿Te ha preguntado por mí?

    —No.

    Seth hizo una mueca de decepción.

    —No puedo verte, pero, oye, no constriñas tanto tu preciosa cara o te saldrán arrugas y bajará tu valor en dólares.

    —Tengo mi voz. No necesito una imagen impoluta —respondió, aun a sabiendas de que él tenía toda la razón.

    —¿Un tipo feo cantando sobre un escenario? A ver, los hay. Pero en tu caso ya te tienen fichado y perderán todo su interés si empiezas a perder tu tono perfecto y rosado facial.

    —¡Ja! Mira cómo me rio.

    —Está bien, Seth. Ella está bien. Dale tiempo. Es complicado lo que le pides.

    —Dice mi hombre de mayor confianza que tengo... —agregó socarrón.

    —Bueno. Solo te bajo a la realidad de un sopapo —escupió Jaxon tratando de hacerlo reír. Se notaba espesó y decaído.

    —¿Puedes darle un abrazo de mi parte?

    —Ni lo sueñes.

    —¿Y si te mando algo? ¿Se lo darás?

   —Prefiero que vengas tú y se lo des. No quiero ser la víctima de ningún asesinato.

    Hubo una pesada pausa.

    —Oye, a ti la ironía te sobra hoy, ¿no es así?

    —Mientras me tomo un café... pues sí, sí puedo ironizar.

    —¿Un café? ¿A cuántas manzanas de ella? —gritó con disgusto.

    —Tranquilooo. Me pagas bien. No pienso fallarte.

    —Eso espero, si es que aprecias tu lugar de trabajo.

    —Que sí, señor Scrooge.

    Finalizó con la llamada aun sujetando el teléfono entre las manos. Dibujó una mueca de sorpresa, sentado sobre la tapa cerrada del baño.

    —¡Joder, nena! Eres más dura de lo que creía —murmuró hacia la atmósfera vacía, recordando lo que Jaxon le contó de Ámbar con respecto a Abie.

                                                                             ****

    La atmósfera laboral se había hecho más llevadera. A pesar de que Abie seguía en sus trece en cuestión de carácter. «Yo soy así». No cambiaba ni por asomo. Aunque, después de conocer su lado amable, ya no le temía tanto a una bruja que no sería capaz de dar una manzana envenenada para no cometer un asesinato porque sí tenía eso que se llama conciencia. No era tan bonita como su pequeño grillito burlón y puñetero. Sería algo así como el Scar del Rey León vestido con un tutú rosa bailando el lago de los cisnes. Bueno, crearse esa imagen dentro de su cabeza la ayudaba a no temerla tanto. A no enfadarse exageradamente con ella después de ver que era capaz de defenderla.

    —Oye, espabila. La señora Mathew quiere que te coloques en la caja.

    —Voy.

    La vio salir disparada. La escuchó murmurar algo así como: «a esta le han metido un culo en el cohete hoy». La ignoró por completo.

    Se colocó en la caja. Las clientas parecían calmadas hoy, salvo un par de ellas que trataron de indagar sobre su vida privada.

    —No, señora. No estoy con ningún famoso. Y eso tampoco debería de ser de la incumbencia del resto —murmuró en un tonito suave, quitándole hierro al asunto. Pasó a mencionarle el total de su compra esperando a que le pagara—. Pues en las noticias de la prensa rosa sigue saliendo ese cantante joven que dice que se le ha visto con una mujer y la de la foto se le parece mucho a usted.

    —A usted le molan mucho ese tipo de realitys, ¿no es así?

    —Sí. ¿Por?

    —Porque la mitad del tiempo lo exageran todo, y la otra son todo mentiras. Así que...

    —¿Entonces no eres la chica de las fotos?

   —¿Va a para en efectivo, o con tarjeta?

   La mujer frunció los labios con disgusto sacando la tarjeta de su cartera, entregándosela en un arranque de malicia. «¡Menuda espabilada! Ni que fuera una paparazzi», se repitió Ámbar para sí—. Gracias por su compra. Tenga un buen día.

    La señaló.

    —Espero que te pillen con las manos en la masa y me tengas que dar la razón.

    —Claro, señora. Siguiente cliente, por favor —gritó, ignorándola.

    Abie esbozó una risilla burlona desde la distancia. Ámbar hizo una elevación de barbilla apretando los ojos y demostrarle su indignación. Que estuvieran más a buenas no significaba que pudiera bromear de esa manera con ella.


    Jaxon ya la esperaba fuera. Fue Abie quien cerró la persiana y echó el cerrojo. Por lo que pudo meterse cuanto antes en el coche.

    —¿Ha ido bien la tarde?

    —Bien. He estado a punto de liarme en una pelea con una señora maleducada. Y con una Abie con aires de idiotez suprema. Pero lo he dejado correr. Prefiero no malgastar mis energías.

    —Podías haberme llamado. Lo hubiera solucionado por ti —canturreó él con tono cínico y burlón.

   —¡No! De eso nada. No quiero que se me acuse de ser cómplice en un asesinato.

    —¡No soy tan drástico!

    Ámbar se rio.

    —De igual modo, soy capaz de sacarme las castañas del fuego. De verdad que no necesito guardaespaldas.

    Jaxon le abrió la puerta para que entrara. Ella negó arrugando la nariz completamente seria. Él cerró la puerta. Entonces Ámbar la abrió para entrar.

    —Perfecto —mencionó, junto a una risilla complacida. Se había salido con la suya. No era ninguna princesita que necesitara ser rescatada.


    Mientras el coche se movía, consultó Google. Estaba al tanto de la agenda de Seth. Por lo que buscó la información sobre el concierto que hoy darían en el National Indoor Arena. Observó la foto. El estadio tenía dimensiones colosales. Allí rezaba que era uno de los edificios icónicos de la city. En él se realizaban todo tipo de eventos musicales, deportivos... ¡Un pabellón multiusos de lo más concurrido! Localizado en pleno centro de la ciudad. Profundizó en el mínimo álbum de fotos que mostraba su exterior e interiores. Cerró los ojos un instante imaginando allí arriba a Seth con su indumentaria desenfadad de vaqueros ajustados, una camiseta de tirantes gris debajo y sobre ella, una camisa a cuadros en colores oscuros, a juego con unas Converse oscuras. Con sus cabellos despuntados al aire y ese rostro aniñado que lo volvía, si cabe, una imagen de lo más traviesa. Su piel se erizó. Un pequeño torbellino se arremolinó en su bajo vientre. Su cuerpo aún seguía reconociéndolo. Necesitándolo.

    —¡No! —exclamó con el tono de voz demasiado elevado.

    Jaxon se preocupó. La observaba por el espejo retrovisor interno.

    —¿Estás bien?

    —¿Has hablado con Seth?

    —Me preguntó por ti. —Ensanchó su sonrisa—. Juro que se alegrará cuando sepa que, finalmente, has preguntado por él. Pensaba que no lo harías nunca.

    —Es... complicado.

    —Te entiendo. Su universo está lleno de turbulencias, supernovas amenazando el planeta, rincones turbios y oscuros, medias mentiras-medio verdades....

    —Todo demasiado ficticio, aterrador y abrumador. No sé cómo soporta que todo el tiempo la gente lo persiga. Lo acose.

    —Supongo que, con el tiempo, llegas a un punto donde, no es que te dé lo mismo, pero si quieres que te hagan caso, tienes que aguantarlo —explicó Jaxon, serio.

    —Donde no puedes ir a mear sin que todo el mundo lo sepa.

     Jaxon se rio.

   —Ojito con no pillar una venérea y salgas en las noticias por eso, o te vuelves la diana de toda crítica —ironizó.

    —No puedes salir con alguien sin que lo sepan. O terminar con una relación y llorar adecuadamente su ausencia. Incluso la muerte misma.

   —Pues no. En este mundo todo está a la vista como un vistoso escaparate. Bueno, algunas cosas se pueden esconder de algún modo u otro, disfrazando la noticia con un rumbo distinto. Con otra noticia que los sacie y te dejen en paz.

    —Ya.

    —Sí.

    —¿Sabes? No me caes nada mal. Pero, Jaxon, esto de ir conmigo a todos lados y llamar la atención, me está mosqueando un poquito. —Fue a hablar—. Lo sé. Te juegas el cuello si te niegas. Pero es casi como si le estuviera gritando a todo el mundo: ¡Eh, gente, estoy saliendo con Seth! Y me lo pienso quedar para mí entero, cochinas fans acaparadoras.

    Eso lo hizo estallar en una carcajada.

    —Ahora entiendo por qué Seth te adora. Madre mía. Tienes unas ocurrencias buenísimas.

    —¿Verdad? Iba para hacer monólogos humorísticos. Fíjate.

    —Ya veo, ya. Bueno. Sí. En cierta manera se podría decir que sí es como si fueras anunciando eso.

    —Entonces —puso un gesto de emoción—, ¿vas a dejar de llevarme de aquí para allá? ¿A aparecer en la puerta de mi casa y de mi trabajo?

    —No —respondió de inmediato, sin aguantarse la risa.

    Ella puso un gesto de decepción, más un puchero infantil.

    —¡Joder! Mira que casi te convenzo.

   —Casi, casi —entornó los ojos haciendo un gesto con los dedos para mostrar esa cantidad mínima de casi—. Pero no. Soy todo un profesional que no se deja engañar por nadie.

   —No tientes a la suerte. Yo soy mucho más que «nadie».

    —Eres todo un «personaje». No lo puedo negar —respondió, todavía riendo.

    —Un personaje mediático que está apartando de ella a la persona que ama. Pero, ¿y si ese hombre es solo una ilusión? A ver, que ya me lo he planteado y eso. Pero... no sé. Soy más de buscar amores reales.

   —Ya. Pero, bueno, una aventurilla chula no viene ni tan mal.

    Ámbar elevó una comisura en una sonrisa torcida.

    —¡Míralo él! Y yo creyéndote inocente.

    —Nunca mencioné que lo fuera.

    Ella elevó un dedo a punto de razonar, haciendo una elevación de cejas. Abrió los labios. Los cerró. Los volvió a abrir.

    —¡Cierto! —apostilló, medio muerta de risa—. ¿Dónde crees que estará ahora?

    —Preparándose para el concierto. Supongo. Hoy tuvo un día de lo más liado.

    —¿Por?

    —Ya sabes. Encuentro con las fans. Con los periodistas. Fotos y más fotos. Firmas y más firmas. Entrevista en la radio. Comida con los patrocinadores. Algo más de por medio que ya no recuerdo. Y luego, ensayo y concierto.

    —¿Nunca descansan?

    —Apenas descansan. Luego del concierto suelen irse por ahí de copas con la gente que hace posible el evento. Gente verdaderamente importante. Y luego, hay días que engancha una ciudad con otra la misma noche, en avión, duerme durante el viaje y vuelta a empezar.

    —¿Cómo es posible aguantar eso? —él elevó una ceja buscando ser obvio—. ¿Él se mete toda esa mierda?

    —Él y todos se meten lo que sea para aguantar.

    Ámbar negó.

    —No es posible. ¡Él era quien buscaba predicar con el ejemplo por lo de la muerte de su hermano!

    —En este mundo hay medias mentiras, y medias verdades. ¿Recuerdas? Si quieres jugar, sigue las reglas.

    Negó.

    —No puedo estar con un tipo que se coloca con algo más fuerte que una bebida energizante.

    —Entonces, tendrás que descartarlo sin rodeos —expuso Jaxon con seriedad.

    Lo imaginó engullendo anfetas, fumando María, éxtasis o lo que se le pusiera a mano. ¿Era un drogadicto en potencia? ¡Solo faltaba eso ya! Como su familia se enterase directamente iba a descartarlo. A pedir una orden de alejamiento para que no la encontrara.

    —Sé que tiene que soportar mucho. Pero eso no justifica que destroce su cuerpo. Que descuide de ese modo su salud.

    —Así es la vida por estos páramos, querida. Los unicornios de colores ya se quedan para verlos en las colocadas más grandes que uno pille.

    —¿Y tú te chutas?

    La observó por el espejo retrovisor estupefacto.

    —¡Luego dices que la gente es entrometida! Tú misma lo estás siendo conmigo.

    —Necesito sabes si vas puesto mientras conduces. Por bajarme de inmediato del coche.

    —No lo hago mientras trabajo.

    Alzó las cejas.

    —¿En serio? ¡No deberías de descuidarte!

    —Eso solo puede decirlo mi madre. Y no es que tampoco le haga caso.

    Ámbar puso los ojos en blanco.

    —¡Pero en qué mundo de locos me he metido, Dios mío!

    —Aquí, en cuanto te metes de fango hasta las rodillas, no te recata ni Dios. De eso estoy seguro.

    —Vale. Lo que tú digas. —Llegaron. Señaló hacia la acera—. Déjame aquí mismo. Paso de que me vean contigo los vecinos.

    —Quizá y diga que tienes un triángulo amoroso.

    —Y Seth te asesina.

    —Eso, seguro.

    El coche se detuvo. Bajó.

    —Buenas noches, ricitos de oro. Espero que nadie se haya comido tu sopa —se burló por la inocencia con que cargaba y que había advertido durante la conversación.

   —Fíjate que, a lo mejor, soy el cazador disfrazado de mujer, y si se me antoja, te abro en canal, te lleno de piedras y te tiro al río.

  La señaló con la boca abierta.

    —¡Muy bueno! Sí señora.

    —Nunca juzgues a un libro por su portada.

    Jaxon asintió, divertido.

     —Lo mismo te digo, rizos de oro.

    —Muy gracioso —gruñó ella, cerrando la puerta de un portazo—. Idiota —murmuró.

    Aunque era un idiota muy divertido. Un tío que se veía con un gran corazón. Aquí en vez de bombones se zampaban pastillas y otras cosas. Y otro tipo de bombones. Simuló un escalofrío al pensarlo. En verdad era un mundo de lo más enrevesado y oscuro. Un mundo turbio, de locos.

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