22. Ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos.
Había un grupo de gente apelotonada en la puerta de la tienda. Jaxon frunció el ceño con preocupación. Ámbar lo vio por el espejo interior del coche.
—Qué escandalosa es la gente —se quejó.
—Me parece que creen que apareceré con Seth. O que él se pasará en algún momento por aquí.
—Es de suponer. Pero así y todo, ¿es que no tienen otra cosa que hacer? A ver, por los periodistas lo entiendo, pero, ¿por el resto?
—¿He mencionado que habrá sospechas de que Seth se pasará por aquí? —torció los labios con diversión—. Si supieran que eso no es así... —rio.
—Bien. Te acompañaré dentro.
—No. No. Déjame aquí. Ni te acerques a la puerta conmigo.
—Lo siento. Acato órdenes.
—Y yo trato de pasar desapercibida. Gracias.
Lo vio fruncir el ceño por el menudo espejito. Se había sentado detrás tratando de acomodarse en el asiento de manera que no fuera demasiado visible desde la parte de afuera, olvidando que eran cristales tintados.
—¿Y qué harás con los periodistas? Con los seguidores desquiciados.
—No estoy manca, joder. Deja que siga con mi vida, por Dios —protestó cruzándose de brazos.
—No dudaré en salir disparado si veo algo sospechoso.
Ella elevó un pulgar fingiendo una sonrisa de complacencia. Jaxon no sonrió. No se sentía nada tranquilo dejándola sola. Se estaba jugando mucho.
—Bien. Ya salgo. Nos vemos luego.
—Llámame antes de salir del local.
—Lo haré, papi —canturreó irónica—. Hasta luego, papasito.
—Deja de hacer eso. Te ves ridícula.
—Más ridículo es que tenga que llevarte pegado a mis talones cuando no va a pasarme nada.
—Ya quisiera asegurarlo.
Fue a salir del coche. No llegó a abrir la puerta. Miró hacia un punto fijo perdido. Luego hacia él.
—¿Cómo está Seth? —inquirió con un gesto triste.
—Pensaba que no querías saber de él.
—Soy humana. Y sé que también lo es él. Imagino que lo está pasando lo suficientemente mal para que yo le dé otro disgusto.
—¿Eso significa que vas a cambiar de opinión? —formuló Jaxon con una mueca de ánimo.
—No. Claro que no.
Jaxon regresó a la seriedad más rigurosa. Tragó con fuerza antes de contestar.
—Nada bien. Le está costando mucho mantenerte alejada. Te adora.
Hizo una mueca contrariada.
—Sí. Claro —murmuró ella con desgana.
—Además, Jayden lo llevó esta mañana donde las cenizas de su hermano descansan. Ha sido un paso importante para él. Importante y doloroso.
Imaginarlo abatido realizando un paso tan duro para él hizo que sintiera dentro de ella una tristeza inmensa. Le hubiera gustado estar allí. Abrazarlo y que llorase sobre su hombro. ¿En qué lugar, entonces, debía de estar? No. No podía ceder así, tan fácilmente. Significaría tomar la píldora azul a sabiendas del daño que se causaría en su propia vida a partir de entonces.
—No le digas que te lo he dicho o tendré problemas.
Ámbar tragó saliva intentando no llorar. Porque en su cabeza seguía la imagen de él, arrodillado en el suelo, gritando de desesperación hacia aquella atmósfera donde le faltaría el aire en un ataque de nervios. Hizo por surfear el momento embarazoso.
—No deberías de ir aireando los secretos de tu jefe, ¿no crees? —lo reprendió, todavía con la misma ironía y falta de humor como antes.
—Como si me dieras opción a ello. ¿No te ibas? —Señaló hacia la puerta sin soltar el volante—. Llegarás tarde.
Ámbar hizo un saludo militar.
—Claro que sí, señor —soltó, con una risilla burlona. Lo vio rodar los ojos.
Salió fuera del coche. Caminó indecisa en si debía de seguir recto o, por lo contrario, dar media vuelta y correr de regreso al coche.
—Tú puedes hacerlo. Tú puedes hacerlo —fue repitiendo para armarse de valor.
La masa de gente se fue volteando, dándose cuenta de su presencia. Empezaron a comportarse como si la famosa fuera ella. Otros, a preguntarle por Seth. Y los más espabilados: los periodistas, a hincharla a preguntas antes de que desapareciera, recortando en exceso la distancia hasta abrumarla, incluso tropezarse con ella. Se agobió. Sintió que se le achicaba el espacio, que le faltaba espacio, incluso la respiración por la ansiedad. Jaxon salió del coche a toda prisa. Ella se dio cuenta y, jadeando aún, alzó la mano pidiéndole que no se acercaba. Que era lo suficientemente firme para soportar esto. Él se detuvo a medio camino, aunque no reculó. Ámbar, como pudo, se fue escurriendo entre la gente hasta conseguir meterse dentro.
—Buenos días —saludó como pudo, falta de aliento.
La señora Mathew la detuvo. Acaricio su mejilla que se cubría con parte del cabello enredado por la brusquedad de los roces contra todo el mundo intentando huir. Se lo apartó un poco, peinándolo con sus dedos.
—¿Estás bien?
—Su... supongo.
—Como no se marchen llamaré a la policía.
—Sería un... un placer que los echasen de aquí.
—Lo sé. —La señora Mathew sonrió con ternura—. Venga. Cámbiate. Capearemos esto como podamos.
Porque lo tendrían que capear. Los clientes que entrasen a realizar su compra, no todos lo harían por el simple hecho de abastecerse. Otros entrarían por curiosidad. Otros, para asediar a Ámbar, que conocía el paradero de Seth y demasiados de sus secretos.
—Claro —asintió, todavía con su corazón palpitando exageradamente.
Se cambió con prisas. Se miró en el pequeño espejo. Se retocó el rímel que se había corrido con el sudor que había corrido apretada entre toda aquella multitud. Aunque hiciera frío, el mareo considerable que había sentido encerrada entre todos aquellos perros de caza, había perlado su cara. Retocó su maquillaje. Suerte que detrás solía llevarse un pequeño neceser para este fin. «Seth no está nada bien. Le está costando mucho mantenerte alejada. Te adora. No le digas que te lo he dicho o tendré problemas». Seth. Siempre Seth. Seth era ahora el mayor de sus problemas. ¿Por qué razón tendría que sufrir de ese modo en el tema del amor? Sacudió la cabeza tratando de espantar todos aquellos problemas de su mente, para ponerse a trabajar. Salió fuera.
Habían traído la fruta y la verdura fresca hacia nada. Además del resto de cajas que contenían lo que faltaba en los estantes. Abie ya estaba puesta en ello. La señora Mathew abriendo para que entrasen los clientes y ella, ella ayudaría a sacar todo aquel género que ya debería de estar puesto en su lugar.
Abie se acercó a ella en un momento en el que los estantes a reponer estaban cerca.
—¿Cuándo ibas a decírmelo?
—No tenía el por qué.
La miró con disgusto.
—¡Ah! Claro. Yo ahí, fardando de mi foto con él, cuando tú lo tienes entero.
—Te equivocas. No estoy con él.
—¡Menuda mentirosa!
—Pues no me creas.
Se le acercó un poco más.
—Oye, ¿es verdad que tiene un tatuaje... ahí? —señaló hacia abajo.
Si tenía que ser sincera, cuando retozaron dentro del coche, no le dio tiempo a examinar cada uno de los tatuajes que se esparcían por su cuerpo.
—No lo sé.
—¡Anda ya!
—Oye, ¿puedes dejarme trabajar?
Alzó las manos mostrando una mueca de indignación.
—¡Vale, mudita! Supongo que habrás firmado un contrato de confidencialidad para que no sueltes prenda. Pero, oye, podrías contarme algún chisme sabroso sobre él. Tú y yo somos amigas.
—¿Amigas? —La miró abriendo la boca, pasmada—. ¡Nunca lo hemos sido! Me odias a muerte.
—Un poquito sí. —Midió la cantidad con su dedo índice y pulgar—. Pero no tanto como crees.
—Pues no demuestras lo contrario.
Puso los ojos en blanco.
—Es que me pones de los nervios. ¿Qué quieres que haga? Soy así. Y no hay quien me cambie.
—Podrías comportarte un poquito mejor. Al menos, no me harías trabajar estresada.
Abrió la boca en un quejido.
—¡Es que te duermes en los laureles!
—¡No es cierto!
Una clienta se le acercó a Ámbar interrumpiendo la conversación.
—Oye, ¿dónde tenéis el café?
—Venga conmigo —la invitó, agradecida de que la alejara de aquella bruja.
La acompañó hasta la sección adecuada.
—Aquí lo tiene.
La joven la detuvo agarrándola de la camisa.
—¿Cuándo vendrá él? ¿Cuándo te recogerá y lo veremos?
Se removió para soltarse.
—Yo solo puedo indicarle dónde están las cosas. No hablo de la vida privada de nadie.
—Oye, pues no eres una mujer muy educadita que se diga. Me acabas de levantar la voz.
Ámbar entornó la mirada.
—¿Qué? No es cierto.
—Qué poca vergüenza. Que te pregunten algo y seas tan desconsiderada.
—Señora, yo soy una trabajadora más de aquí y solo sé sobre esto. Si va a preguntarme sobre otras cosas, lo siento, pero no voy a responder.
—¡Madre mía! Eres tonta. ¡Tonta de remate! ¡Tienes que decirme cuándo vendrá él! —la zarandeó—. ¡Quiero verlo!
Abie se acercó corriendo arrastrando a la señora consigo para que la soltara en mitad de un forcejeo.
—Por favor, señora. Esto es un comercio. Compórtese y haga lo que vino a hacer.
—Es que ella...
—¡Ella está trabajando! Al igual que yo. Respétenos —dictó alzando la voz demasiado. Llamando la atención del resto de los clientes.
La señora Mathew se acercó a ellas.
—Buenos días, señora. Le ruego que no arme un escándalo en mi tienda. Haga su compra y deje trabajar a mis empleadas en paz. Estaría agradecida si lo hiciera.
—¡Pero ella...!
—Aquí ella viene a trabajar. Como el resto. Opino que debería respetarla.
La chica frunció el ceño con indignación.
—¡A la mierda la compra! No merece la pena comprar aquí.
—Eres libre de hacer la compra donde quieras. Muchas gracias por venir —repuso la señora Mathew sin perder la compostura.
El resto de la clientela estaba más que avisada con la escena. Se lo pensaron antes de armar otro jaleo similar. Incluso aquellos periodistas que se habían acercado hasta allí con el mismo fin. La esperarían fuera hasta que acabara. O hasta ver aparecer al personaje famoso que vinieron a buscar.
Jaxon entró a todo correr sofocado. Llegó hasta Ámbar. Ella negó, sonriendo, avisando de que todo estaba bien. Él asintió. Miró a la señora Mathew que no lo reprendió imaginando que sería alguien que ella conocía por las miradas confidentes que se dedicaron en aquel momento. Salió de nuevo fuera, evitando agobiar a Ámbar aún más.
Se giró hacia Abie.
—¡Gracias! Si no te hubieras interpuesto, me hubiera tirado hasta de los mismísimos pelos.
—Esa tía es gilipollas. Aquí no se viene a armar bulla. Ni a meterse con mi compañera de trabajo.
—Espera, ¿me haces la pelota para aprovechar la oportunidad de conocer a Seth?
—Puede. Que sea tuyo no significa que sea tooodo entero tuyo —argumentó, ladeando una sonrisa con malicia.
—Gracias de todas formas.
Abie hizo una reverencia.
—Un placer.
Regresaron a la parte de la tienda donde habían dejado la tarea a medio hacer. Miró a Abie y esta le sonrió. ¿En serio? ¿De verdad el interés la llevaba a comportarse humanamente? No iba a bajar la guardia, por si acaso.
Al inclinarse hacia el contenido de la caja recordó lo que Jaxon le había contado en el coche. Una lágrima luchó por salir. Se la secó con prisa y respiró hondo con dificultad cuando su diafragma estaba plegado en aquella posición. «¡Que no! No voy a llorar».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro