20. Salvaguarda
Ambar realizó la llamada. Lo había considerado mucho. No quería que sus padres se enterasen por terceros cuando ya había estallado la guerra. Allá sería mediodía mientras aquí, ya había caído la noche.
—Hola, cariño. Qué gusto que seas tú quien me llame. ¿Qué...?
Ámbar la interrumpió.
—Ma, mata shippai shite shimatta —confesó, en un lamento.
—Mei...
—Me volví a enamorar. Y volví a equivocarme.
Estalló en una llantina que parecía no tener fin. Aiko aguardó paciente para hablar.
—¿Qué ha pasado?
Parecía comprensiva. Ver a su hija Hikaru así de derruida evitó que entrase en cólera. La necesitaba. Su pequeña la necesitaba.
Ámbar se aferró al teléfono contándole hasta el último detalle. Sabía que, más tarde, llegaría la reprimenda de su padre, de ambos, por el meollo en el que acababa de meterse.
—Regresa a casa. Puedes empezar de nuevo, aquí.
—No. La cobardía no es una de mis facetas —respondió con decisión—. Resolveré esto del mejor modo.
—¿Lo amas?
—No lo sé. Sí. Es todo tan... impensable.
—Mi pequeña nyan-nyan, quisiera estar ahí y darte un abrazo. Pero sabes qué hacer. No es la primera vez que pasas por esto. Sabes lo que te hará bien. Y lo que no te hará tan bien. La experiencia debería de hablarte desde lo más profundo de tu corazón. No puedo arrastrarte hasta aquí. No puedo solucionar cada uno de los problemas que te surgen. Solo tú puedes hacerlo —repuso su madre con ese tono místico con el que solían referirse a cualquier situación, en plan filósofos—. Enfadarme de nuevo, enfadarnos contigo no llega a ningún lugar. Porque vas a seguir tu camino hacia donde crees que debes, por equivocada que puedas estar. Aunque te tropieces con tantas piedras que acabes heridas, aunque tus pies sangren, caminando sobre guijarros afilados, querrás continuar por esa senda. Creo que deberías de reflexionar. No creo que esto te convenga. Tampoco puedo hacer esto por ti. Pero estás expuesta como ese jarrón artesanal valioso que debería de ser admirado, y no tirado por el suelo hecho añicos. Tú eres quien ha de tomar la decisión.
—Jerome parece un buen hombre —era la primera vez que se refería a él por su nombre de pila real—. Pero está metido en un mundo complicado. Exhibido frente a un escaparate por donde pasa todo tipo de público. Expuesto a cualquier crítica. A cualquier comentario. Sea bueno o malo. La cosa está que yo estoy, en este mismo momento, expuesta con él.
—No quiero que vuelvas a revivir instantes con aquel que tanto te dañó. No es la primera vez por lo que pasas por esto. Considera lo mejor para ti y da el paso adecuado. Es cierto que errar es de sabios. Pero tantos errores producen daños, en ocasiones, irreparables. Tu corazón sigue dolorido. Demasiado sensible a lo que sea. Actúa con sensatez, hija. Solo así dejarás de sentirte así.
—Es que no sé qué hacer.
—Hagas lo que hagas, y aunque estemos en contra de lo que quieras hacer, tú deberías de conocer lo que te aporte cosas buenas a tu vida. Nosotros ya habíamos decidido por ti. Nos gustaba aquel chico del instituto de familia bien acomodada. ¿Recuerdas a Hiromasa Tanaka? Aún está casamentero. Sería un honor si te unieras a él y formases una familia.
—Hiromasa fue un buen amigo. Nada más.
—Podría llegar a ser algo más si quisieras.
—Ma...
—Es mi deber como madre conducirte.
—No soy una hija que quiera continuar con las tradiciones.
—Deberías. Con él, no tendrías los problemas que estás teniendo, ni aquellos futuros que te van a poner en peor lugar.
—Lo sé. Pero quiero decidir por mí misma. Seattle no es Hokkaido. Me gustan las costumbres occidentales.
—Las costumbres occidentales son algo extrañas y libertinas.
—Ma...
—Lo sé. Tengo que ejercer de madre.
Hubo una pesada pausa. Sabía cuán enfadada estaba su madre.
—Estaré bien, ma. Lo prometo —juró, sin mostrarse afianzada, porque todo pendía de un hilo muy fino de seda a punto de romperse—. Te quiero, mamá. Dale un abrazo a papá de mi parte. Os echo de menos.
Colgó, sorbiendo por la nariz. Acto seguido llamó a su hermana. Sentía la necesidad de afianzar lazos, por lo que pudiera venirse más adelante.
—¿Hiraku? —escuchó llamarla a su hermana con tono inquieto. Su hermana bien podría ser una de esas profetas de los libros de Japón antiguos. Porque su intuición siempre estaba conectada.
—Oneesan... —solo pudo pronunciar. Y lloró como nunca, al amparo de su pilar de soporte. El que descuidó por orgullo, distancia, por falta de tiempo. De horarios tan rigurosos para realizar la llamada.
Ma, mata shippai shite shimatta : Mamá, he fallado de nuevo.
Mei: Apodo cariñoso que suele usar una madre para referirse a su hija.
Nyan-nyan: Apodo que se asocia con el maullido de un gato. Sirve para apodar cariñosamente a las hijas pequeñas y tiernas.
Oneesan: Es común que los hermanos menores llamen así a sus hermanas mayores en Japón.
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