2. Vórtices inexactos
Con el clic del cierre de la puerta, Ámbar lanzó un suspiro de alivio. Había sido de lo más incómoda la situación —aunque a la vez gratificante y satisfactoria—, haber tenido tan cerca, y con la atención puesta en ella, al doble de Seth. Se llevó los dedos a los labios. Los tocó. Y se sintió entre enardecida, recordando el momento, y culpable por fantasear sin su permiso con él; imaginando que era el mismo Seth quien la besaba. Había ardido en llamas cuando su mente se tomó esa libertad, además de imaginarlo despojándola de su ropa y yendo al grano, con ganas de comérsela entera. La preciosa burbujita estalló en su cara cuando Brayden (Seth) la hizo bajar a la realidad, recordándole que era él mismo quien la estaba besando, y no aquel que a ella le hubiera gustado que fuera. ¿No podía tener su boca cerradita? Podría haber esperado un poquito más a devolverla a la insulsa realidad.
Para colmo, el pequeño minino la había traicionado colocándose del lado del enemigo. «Podría ser un asesino en serie y al muy granuja ni le importaría. Lo trataría igual de bien, haciéndolo encajar a la perfección en cada escenario». Bajó la mirada hacia Misha. Él, como solía hacer, ronroneaba observándola con esa carita de inocencia. De no haber roto nunca un plato.
—¡Tú! —lo señaló y este emitió un maullido—. ¡Vaya guardián estás hecho! —le reprochó. Al pequeño animalillo pareció darle igual cuando ni siquiera entendía qué pretendía decirle. O por qué lo regañaba. Se limitó a rozarse contra las perneras de sus pantalones como si nada, a la espera de nuevas caricias—. Cómo no —farfulló Ámbar, decepcionada—. Bicho traicionero —bisbiseó hacia él con el gesto torcido.
Un bostezo la asaltó de repente. El cansancio apareció recordándole que era muy tarde. Que su cuerpo ya estaba tocando los límites de lo exhausto. Sería mejor meterse en la cama y tratar de descansar un máximo de horas necesario para que, a la mañana siguiente, pudiera rendir adecuadamente en el trabajo. Sí. Ya iba a costarse, después de tomarse un vaso de leche bien caliente y de lavarse los dientes. Todo a su tiempo.
Seth bajó las escaleras al trote. Jaxon lo esperaba abajo, fuera del portal. Debía de seguir tan cabreado como vino rebatiendo la idea de volver a ver a esa chica. De exponerse de ese modo en busca de complicaciones.
Mientras bajaba, fue mandando el mensaje de aviso de que lo hacía. Jaxon lo había esperado dentro del coche en el que habían venido. Ese que, para mayor discreción, tenía las lunas tintadas.
Efectivamente, seguía con el ceño fruncido. Seth dibujó una risilla esquiva en sus labios buscando zafarse de la bronca. Jaxon negó.
—Vas a conseguir que nos metamos en un buen lío, chaval —lo regañó sin cortarse. A pesar de que tendría que guardar respeto hacia él porque era para quien trabajaba. Pero lo merecía.
—No lo creo. Si no dices nada.
—¿No has pensado en que vas a meterla en el mismo bote a ella? ¿No has considerado la idea de que, con esto, vas a arrebatarle toda su privacidad?
Miró hacia todas partes antes de volver a hablar.
—¡No nos ha visto nadie! No saben con quién he quedado.
—Eso no lo sabes. ¿Y sabe ella quién eres?
—¡Por supuesto que no! No soy tan idiota. Sé cubrirme bien las espaldas.
—¡Ah! Claro. Claro... —Negó y chasqueó la lengua un par de veces—. Vamos, chico listo. Jayden no ha dejado de llamarme para preguntar a dónde te he llevado. Te has ido de la fiesta sin avisar y te están esperando.
—¡Solo me he ausentado un par de horas! No va a pasar nada.
—A ver... Déjame pensar... Estás en una fiesta de presentación del nuevo single que habéis sacado tú y tu grupo de música. Eres el vocalista. Te largas cuando deberías de ejercer como anfitrión de la fiesta y estar para todos aquellos a los que les encantaría contratarte, pero desapareces un par de horas porque sí. Porque te sale de las narices...
—¿Y qué?
Jaxon negó.
—Te estás buscando la expulsión del grupo, chaval.
Alzó los brazos exasperado.
—¡Vale! Ya me comporto. Llévame de regreso y déjame en paz, ¿quieres?
—Claro... Jayden va a matarnos. A ambos —masculló Jaxon dedicándole una mirada de hastío y de enfado.
Caminó hacia el coche. Seth lo siguió. Ya no hubo ninguna clase de conversación. Ya estaba todo dicho. Seth estaba más que avisado.
A continuación recibiría los reproches de su mánager, del grupo, de Noah. Del cabrón de Noah. Sin embargo, había valido la pena. La había valido por haber estado con ella. Por haberla besado en los labios. Era dulce. Era preciosa. Se llevó los dedos a los labios y sonrió traviesamente. Tenía que volver a repetirlo.
Noah se acercó a Seth a la velocidad de un tren expreso fuera de control. Lo obligó a detenerse agarrándolo del hombro con rabia.
—¿Dónde estabas? ¡Todo el mundo te está buscando! Y hay gente importante de la que comemos, gracias a ellos y a su interés por nuestro trabajo, joder. ¿Es que no puedes tomarte lo importante en serio?
—¡Tuve que salir un momento! No te enerves, caray.
—¿Un ratito? —Dio unos toquecitos a la esfera de su reloj—. ¡Dos horas, tío! Dos horas largas. ¿En qué coño estás pensando? —gritó.
Jayden se acercó. Tocó a Noah en el brazo.
—Tranquilo. Ya hablo yo con él. ¿De acuerdo?
—Luego dice que por qué quiero echarlo —gruñó Noah, con rabia, dedicándole una última mirada punzante a Seth.
—¿Dónde estabas?
—Me había surgido una cosa.
—¿Más importante que está? —Jayden se pinzó el puente de la nariz cerrando los ojos durante un instante—. Vale. Hagamos esto. Tú te preocupas por tu trabajo y yo sigo tratándote como el profesional que eres.
—¡Solo he salido un momento!
—Un largo momento, Seth. ¿Sabes? Trato de programar conciertos futuros en lugares interesantes. Intento que vuestra carrera marche tan adecuadamente como debería de hacerlo. Pero si tú no me ayudas, nada de esto va a poder ser.
—Oye, yo solo...
—Has ido a ver a esa chica, ¿no es cierto? —Seth lo observó con incredulidad. ¿Lo sabía?—. ¡Olvídala! Ella no te dará créditos para avanzar. Sino problemas. Problemas en general. Para todos. Si vas a ligar, hazlo bien. Enróllate con alguna chica con fama que te dé otorgue esas exclusivas que llenen tus bolsillos. Que pongan al grupo en boca de todos por ese romance acertado donde hacéis una parejita estupenda. Pero, ¿una seguidora? ¿En qué narices estás pensando?
—¡Le debía una disculpa! Y ya está.
—¿Y ya te has disculpado?
—Sí.
—Entonces, fin de la historia. No vuelvas a verla más.
Seth arqueó una ceja.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Mira. Le prometí a tu padre que te haría llegar lejos. Que cuidaría adecuadamente de ti para que alcanzaras la fama con la que sueñas. Llegar a ser como él...
Seth lo interrumpió.
—¿Como él? ¡Mi padre está muerto para mí! Dejó a mi madre porque enloqueció cuando falleció mi hermano. Él se negó a cuidar de ella. ¡Podría haber contratado a alguien y que la cuidara en casa! Y para colmo, salió huyendo en busca de una jovencita que la sustituyera. ¡Por Dios! ¡Deja de hablar de alguien que no me representa!
—¡Lo hizo mal! Y no te quito la razón. Pero él te quiere. Y quiere que estés bien.
—Ya. Por eso te puso como mi niñera y arreó.
—¡No soy tu niñera! Soy tu representante. Vuestro representante. Y velo por ti como si fueras un hijo. Eres como mi propio hijo.
Clavó la mirada en él con dureza.
—¿Sabes? Si llego alto quiero que sea por mi propio mérito. Y no por la ayuda de nadie que prefiera andar desaparecido, follándose a una jovencita, que responsabilizarse de lo que es realmente importante.
—¡Estupendo! Demuéstrame cuánto vales.
Pulsó con el dedo contra el pecho de Jayden.
—Entonces, deja de echarme el sermón por él. Porque no me vale. Porque paso de tener sentimientos por alguien a quien preferiría que se fuera al infierno.
—Seth...
—Conoces la historia de mi padre. La mierda en la que anda metida. Que abandonó a mi madre sin ningún remordimiento. Por respeto a mi madre, a quien sé que tanto aprecias, nunca más me hables de mi padre —sentenció furioso.
Michael llegó corriendo.
—Eh, tío. Al escenario. Tenemos que volver a tocar.
Seth miró por última vez a un Jayden que había contrito su semblante tocado por sus duras palabras. Por lo que tan obvio era.
—Tengo que regresar al trabajo. Y no porque me lo pidas tú. Seas quien seas —le reprochó antes de largarse.
Michael miró a ambos estupefacto.
A medida que se alejaban de Jayden, lo interrogó.
—Te ha echado una buena bronca por desaparecer, ¿verdad?
—¡Cállate!
—Tío, no hagas el idiota. No quiero que el grupo se disuelva por tu culpa —le rogó él, adelantándose para alejarse con un gesto de angustia y molestia.
Bien. El club de «odiemos a Seth» aumentaba de adeptos. Y no sabía cómo encajarlo. No le gustaba la idea que el grupo se fuera al garete por su culpa. Tomó aire y trató de serenarse. Iba a darlo todo por lo que amaba. La música. Quería tener controlada la situación. Pero a la vez, no quería dejar de lado la oportunidad de conocer más a aquella chica que le había calado hondo sin entender por qué. ¿Qué había hecho para ello? Quizá fuera él quien exageraba. Quizá no era tan «amor a primera vista» como pensó. Pero... ¿Y si, sí lo era? Por eso, se negaba a dejarlo correr sin más.
Actuaron. Seth puso todo su empeño en que saliera la actuación a pedir de boca. Atendió a aquellos que dejó a la espera. Estuvo para todos blando y obediente. Cuando terminase con todo el paripé, tenía pensado pillarse una cogorza que borrase su cabreo. Más que nada, el cabreo por el tema de su padre. Por aparecer en cada momento de cualquier conversación con Jayden como si fuera un buen ejemplo a seguir. Ya lo había avisado. Esperaba que no se volviera a repetir.
Fue lo que hizo en cuanto llegó a casa. Sacó la botella de Jack Daniel's, más un vaso y se sirvió. Luego sacó de la funda su guitarra Gibson, y se acomodó en el butacón dispuesto a tocar unas notas tristes. Porque así se sentía realmente: cansado y aborrecido de todo. Fue a beber. Recordó a Cameron, su hermano menor. Lo había matado el alcohol y las drogas porque no había sido capaz de parar a tiempo. De tener el control en sus manos. Miró el vaso lleno. Estuvo dudando un momento. Finalmente, se lo bebió de un trago. ¡A la mierda toda promesa! Necesitaba algún tipo de anestésico que le hiciera olvidar que era el títere de todo el mundo.
Y de esa borrachera nocturna salió una canción: unas notas, y una letra tan triste como las mismas.
«No puedes hacerme daño.
No puedes detener el viento,
o evitar que la lluvia caiga.
No puedes hacerme daño.
No puedes detener el viento,
o evitar que la lluvia caiga.
No puedes detener un pestañeo,
ni frenar el latir de un corazón.
No puedes arrancarme las alas,
porque mi espacio es solo mío.
Todo lo que en él habita
es todo cuanto poseo;
todo cuanto me pertenece
por derecho.
No puedes hacerme daño [...].
Había puesto en marcha la grabadora evitando que se perdiera la inspiración, aunque fuera producida por la borrachera. Y solo cuando la detuvo, entonces, fue cuando estalló. Las lágrimas dieron paso al consuelo de un dolor que seguía golpeándolo con dureza, como la vida misma. Había pensado infinidad de veces en el suicidio. Aunque no se lo había contado a nadie. Porque todo humano se agobia llegado un punto. En cambio, había buscado ser fuerte y continuar. Solo que necesitaba rebelarse de vez para apearse un rato de aquella vida que iba demasiado rápido.
****
Ámbar regresó a la rutina del trabajo. Por si fuera poco, Abie volvía a cargar contra ella. «¡Maldita sea!». ¿Qué le pasaba a esa amargada? Seguramente, no tenía tanta suerte como ella, que se había tropezado con alguien tan interesante. «Era el vivo retrato de Seth». Podría haberse sacado una foto con él y decirle que lo era. Se hubiera divertido viendo su cara de pazguata. No. Ella no era así de ruin. Y tampoco era como para aprovecharse de nadie. Las comisuras se le elevaron al recordar al chico en cuestión. Cuando la besó. Besó al gemelo de Seth. ¡Y vería el próximo fin de semana al verdadero Seth! Sí. La fortuna le sonreía. ¿Por qué no? No, como a aquella triste y ojeriza que la miraba con cara de asco. ¡Pobre loca!
—¿Qué pasa? ¿Te gusta mi cara? —preguntó con rabia Abie desde donde estaba—. ¿O acaso te ríes de mí?
¡Pobre estúpida! Podría haberle dicho que sí se estaba riendo de ella. Pero no. Mejor, no armar jaleo en la tienda de la señora Mathew. La mujer era un ángel como para merecer que hubiera bulla en su negocio.
Ignoró a Abie, regresando a la tarea que debía de terminar para regresar a la caja. Bueno, regresó mucho antes, pues empezaba a acumularse la cola.
Acabó la jornada de la mañana. Aún no le había contado a Daria lo de la pasada noche. Le mandó un mensaje. Ella estaría saliendo de su trabajo. O de camino a casa. La llamó a vuelta de recibo. Pues sí; estaba saliendo del trabajo, seguramente, de camino hacia el coche, como ella.
—¿Estás de coña?
—Por supuesto que no.
—Pues yo creo que es un farol. Porque, a ver, no tienes pruebas.
Lo sabía. La condenada prueba...
—Créeme cuando te digo que fue real. Y se parecía mucho a Seth. Podría ser su hermano gemelo tranquilamente.
—¡Madre mía! —gritó al otro lado—. ¡Y tú sin sacarle una foto para fardar!
—No lo pensé —mintió—. Además, me besó.
—¿Qué?
—Como lo oyes.
—Madre mía. ¡Tú no echas a perder una oportunidad! ¿Eh?
—Fue él quien me besó. ¿Acaso no me escuchas?
—¿Y hoy te ha mandado algún mensaje?
—Pues no.
—¡Vaya mierda! ¿Lo ves? Son unos aprovechados. Lástima que si él se aprovechó de ti, no te aprovechases de él. Con su foto, lo habrías hecho. Te habrías vengado. Se lo merece. Aunque sea para suplantar una identidad.
—Estás loca —la miró espantada.
—Pero tengo razón.
—A ver, quería pagar su parte del incidente. Así que una vez zanjado, pues adiós y muy buenas. Es de lógica.
—Pues no. No lo es.
—En fin... Daria, ya he llegado al coche. Tengo que entrar. Hablamos.
—Claro. Chao. ¡Y no te me desmadres en mi ausencia! ¡Y si lo haces, saca foto!
—¡Que sí!
Se sentó en el asiento del conductor. Comprobó los mensajes. Nada. No había ni rastro del tipo que anoche la besó. Otro que pasaba a la historia. Tal y como lo había hecho el idiota de su ex, que prefirió dejarla por otra. «¡Imbécil!». Imbéciles todos ellos.
https://youtu.be/j5-yKhDd64s
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro