16. Mi refugio
—Estaciona ahí.
Jayden observó el edificio investigando.
—¿Ella vive ahí?
—Sí. Como te chives, tendré que matarte —habló muy en serio.
Jayden alzó las manos pidiendo calma.
—Sé rápido. —Echó un vistazo al retrovisor y a los alrededores—. Por si alguien nos ha seguido. Ya sabes de qué hablo.
Seth asintió. Lo hizo sin mirarlo a los ojos.
Supongo que sigues cabreado.
—¿Tú qué crees? Así que no te pases conmigo —advirtió.
—Haré lo que tenga que hacer para cuidar de vosotros.
Seth blanqueó la mirada.
—¡Y dale con tu rollo paternal! No te pega, ¿sabes?
—Yo creo que sí. Y no tardes. Hoy no es tu día libre.
—Ya empiezas a dar el coñazo. —Jayden entornó la mirada y Seth resopló—. Ya lo sé. No soy estúpido. Ni un irresponsable.
—Lo segundo se podría discutir.
Le dedicó una mirada hostil que hizo que Jayden rodase los ojos, molesto.
—¡Déjame en paz!
Se colocó la gorra y la mascarilla oscura. Salió del coche y corrió hacia el portal. Se cruzó con varias personas. Nadie lo reconoció. Lo agradeció enormemente, pues, de lo contrario, se montaría un circo de armas tomar y tendría que salir por pies de allí.
Llegó hasta el portal. Tocó al timbre. Una voz conocida respondió.
—¿Sí?
—Soy Brayden —una chica joven que pasó muy cerca lo miró de reojo. Él hizo lo mismo sudando a mares, aterrado—. ¿Puedes abrir?
—¿Qué haces aquí? ¿Brayden? Creía que estarías trabajando.
No menciones mi verdadero nombre, por favor. Por aquí no.
—Abre. Por favor. Aquí fuera estoy desprotegido —rogó, con unas ganas inmensas de que abriera el portal y meterse dentro. La calle estaba bastante concurrida.
Escuchó el sonido de la puerta abriéndose y empujó con fuerza metiéndose dentro. Le urgía ocultarse cuanto antes en lugar seguro.
Ascendió los escalones con velocidad. Necesitaba agarrarse a su tabla salvavidas. Abrazarla con tanta necesidad como sentía.
Alcanzó el descansillo correcto. No esperó a que ella dijera nada. Se le echó en los brazos dándole un abrazo apretado del que ella gruñó un poco por la excesiva presión. Y lloró. Lloró como un niño sin sentir vergüenza ninguna. Era el lugar adecuado para sacar todo su dolor, su ira, su tristeza.
Misha se rozó contra sus tobillos como si, a la vez, sintiera la necesidad de consolarlo, tal y como lo hacía su dueña.
—Entremos dentro. Será mejor.
Pero él no la soltó. Lo arrastró consigo cerrando la puerta como pudo.
—¿Has venido solo? —Él negó contra su cuello—. ¿Viniste con tu armario ropero? —inquirió con ocurrencia.
Negó otra vez. Aunque no respondió.
—De acuerdo. ¿Quieres quedarte a comer? —Asintió contra ella—. Genial. Pues tendrás que soltarme o seré incapaz de hacer nada.
Lo hizo, secándose las lágrimas con rabia, con determinación, con el pecho todavía adolorido por todo.
Se quitó la gorra y la mascarilla.
—¿Puedo ayudarte?
Señaló hacia el baño.
—Lávate primero la cara.
—Hecho.
Tras lavarse la cara y sentirse mejor se movió hacia la cocina. La atrapó por la espalda abrazándola de nuevo.
—Por favor, Seth, dame un poco de espacio. Así no puedo moverme —gruñó burlona.
La besó en el cuello.
—Jamás desaparezcas.
Se giró dentro de sus brazos. Lo observó con estupefacción.
—¿Hablas en serio, o quizá es fruto de este disgusto que te ahoga?
—Lo digo en serio.
Ella acarició su rostro y suspiró.
—Jamás pensé que alguien tan influyente e importante como tú fuese así de vulnerable.
—Soy tan humano como tú. ¿Recuerdas?
—Sí. Claro. —Se rio—. Vamos a comer. Voy a calentar un poco más de lo que preparé ayer. Pollo y ensalada de repollo que preparé anoche. Voy a preparar un par de patatas al horno microondas.
—Gracias.
—No hay nada que agradecer. —Lo señaló—. Me debes una canción chula.
—Ya compuse varias para ti.
—Entonces, me debes el cantarlas para mí.
—Eso está hecho. Cuando termine de ajustar unos cuantos acordes.
—Esperaré con impaciencia.
Comieron mientras charlaron sobre aquello que lo había noqueado así esta mañana.
—Es complicado. La verdad —juzgó ella, lamentándolo.
—¿Qué quiere de nosotros? ¿A qué viene que quiera hacerse cargo de mi madre, y, por otro lado, apoyar a mi padre con sus normas? Quiere gobernarme a través de él.
—Padres. Qué me vas a contar. Los míos son muy tradicionales. Y, como se enteren que Será la deshonra de la familia —dijo, frunciendo los labios.
—Siento ser el problema.
—El problema es que no sé si vas en serio, o es simplemente un capricho temporal.
Masticó deprisa el pollo para responder.
—He tenido un sinfín de caprichos. Esto siento que es mucho más importante. Me falta el aire cuando te alejas.
—¡Oye, podría salirte de ahí otra canción!
—Podría componer cientos con solo pensarte.
La hizo reír.
—Me siento halagada por ser un ejemplo para mi mayor ídolo.
—¿Aún sigo siéndolo? Porque ya me habías echado fuera.
Ámbar rodó los ojos.
—Estoy feliz de que seas tú quien me siga con tanto fervor. —La señaló a punto de decirle una grosería. No fue capaz—. El problema es que no sé cantar. No soy famosa. Ni sé hacer algo que logre que todo el mundo me siga como los ratoncillos al flautista de Hamelin. Al igual que ocurre contigo.
Eso provocó que Seth estallase en una carcajada. El gatito maulló a sus pies. Lo había estado obsequiando de trocitos pequeños de pollo. Así que había acampado justo allí, esperando más.
—Eres la chica famosa de la tienda. La que tiene que aguantar todos los días a una arpía que la trae de cabeza. Eres famosa por tu paciencia.
—Por cierto, Abie me enseñó la foto. —Arqueó una ceja, divertida—. ¿Verdad que tu cara era algo así como: «o me sueltas, o te aporreo?»
—¿Se sacó una foto conmigo?
—Seguro que te apretó mucho más de lo que me has apretado a mí cuando llegaste de aquella manera.
Se quedó pensativo. Se dio un manotazo en la frente.
—¡No me jodas que era aquella...!
—¿La recuerdas?
—Jaxon tuvo que soltarla como pudo porque la tía se había pegado a mí como una sanguijuela.
—Ups.
—A ver, no está correcto que desacredite a ninguna de mis seguidoras, porque, al fin y al cabo, me quieren mucho. Pero, joder, aquella chica acabaría fundiéndose conmigo si no me la quitaban de encima.
—No le dije que te conozco. No le he contado nada. Daria sí lo sabe. No temas. Guardará tu secreto.
—Gracias, entonces.
Ella asintió con un «mmm».
—Además, paso de salir en los artículos de la prensa rosa, en la tele... ya sabes.
—Pues preferiría que lo hiciéramos público. Porque estoy seguro de que te quiero.
—Seth...
Alzó una mano.
—Tranquila. No me chivaré.
—No se me ha vuelto a abalanzar con preguntas ningún paparazzi. Ni me apetece siquiera.
—No me importaría.
—Seth...
—Para ti, Jerome. Me llamo realmente Jerome.
—¿Es tu nombre verdadero?
—Sí. Lo es. Seth es mi nombre de pila profesional.
—Estoy acostumbrada a llamarte Seth. Pero te agradezco que abras así tu corazón. Yo tengo dos nombres. Ámbar, aquí, Hikaru, en mi ciudad natal.
Seth ladeó la cabeza interesado.
—¿Tiene algún significado tu nombre? Porque allí soléis ser así de místicos.
—Luz. Brillo.
Él sonrió.
—¡Cómo no! Eres luz allá donde vas. Puedo confirmarlo —murmuró en un ronroneo cautivador.
Se levantó. Hizo que se levantase y la besó. La besó con unas ganas inagotables. Tan inagotables como cada caricia que le empezó a dedicarle. Entre gemidos y siseos. Faltos de respiración por esos besos tan exigentes..
—Hagamos el amor... —pidió él necesitando sentirse así de vivo como lo hacía sentir ella. Tan real. Tan mundano y anclado a lo terrenal. Regresando a sus raíces en este mundo, solo que bajo este deseo carnal.
—Seth... —gruñó ella contra sus labios.
—Te necesito, preciosa. Por favor...
Ámbar accedió, alzando los brazos. Dejándose llevar en volandas hasta la habitación. Ardía en ansias de tocarlo. Besarlo más y más. ¡Olía tan bien! Era tan perfecto para ella. Esa figura que le supo genuina, importante, inalcanzable, casi celestial, y que había bajado a la tierra y se había vuelto mortal. Y, para mayor placer, le estaba profesando su amor. «Los occidentales son ardientes y emotivos». Seth, en cuestión, era como ese niño que necesitaba ser reconocido y amado, en un mundo distinto al que se había alistado. Dejar de sentirse tan inexistente y ficticio. Tan abrumado y consumido.
****
Observó maravillada al chico que respiraba con dificultad a su lado, desnudos, pero cubiertos por la ropa de cama. Él sonreía feliz. Sus cabellos negros cayendo sobre sus preciosos zafiros que la observaban con tenacidad y calma. Ese gesto aniñado y dulce. Era mucho más hermoso ahí, quieto, tan estático e irreal. Era como una de aquellas estatuas griegas tallada por el mejor de los maestros del alabastro. Seth acarició con la mano la mejilla aún sonrojada de Ámbar. Ella cerró los ojos sintiéndose satisfecha, amada, henchida.
—¿Crees que despertaremos algún día de este sueño?
Se puso serio.
—¿Quieres despertar?
—Jamás.
Volvió a sonreír, complacido con su respuesta.
—Yo tampoco.
Misha maullaba al otro lado de la puerta. No pudieron evitar esbozar una risilla perversa.
—Pobrecillo. Lo acabamos de abandonar para hacer fechorías —se lamentó ella sin perder esa risilla bobalicona.
—No es posible hacer un trío con él —afirmó Seth, con un gesto malicioso y burlón.
—No nos dejaría hacer nada si estuviera aquí dentro.
El teléfono de Ámbar sonó. Su cara cambió a otra de susto.
—¡Mi madre! Guarda silencio —pidió, colocando un dedo sobre sus carnosos labios que, enseguida, él besó.
—Hola mamá.
—Hola, hija. Quería hablar un poco contigo.
—Claro. Está bien.
—¿Qué tiempo hace por ahí? Aquí hoy saldrá el sol, según el tiempo. Va a ser un día fantástico.
—Aquí hoy no hace mal tiempo. Quizá un poco nublado. Pero bueno. No se puede pedir todo.
—Claro. Pues aquí me tienes para hablar.
—¿Qué tal tu mañana en el trabajo? ¿Sigue todo en orden? Por aquí todo tranquilo en la floristería donde trabajo. Me acuerdo de ti cuando confecciono los ramos de delicadas flores.
—Qué exagerada. No soy tan frágil, ni delicada.
—Mi niña es frágil... ¡Ay, si ella supiera! —bisbiseó Seth cerca de su clavícula.
Ámbar hizo el gesto de que guardase silencio, fulminándolo con la mirada.
—Papá pregunta mucho por ti. La señora Tanaka, nuestra vecina, dice que cuándo vas a venir por aquí. Te adora. Preparará para ti udon, que sabe que te encanta.
—Dale las gracias de mi parte.
—Dile que prepare otro para mí cuando te acompañe —susurró Seth, poniendo cara de súplica. Ella le dio un codazo.
—¿Te levantaste bien? ¿Cómo te trata la señora Mathew?
—Bien. Ella está bien. Su negocio va bien. No tiene queja.
—Trabaja bien, niña. Que estemos todos orgullosos de ti.
—Tampoco hace falta ser una niña ejemplar, mamá.
—Quiero estar orgullosa de ti.
Seth puso cara de buenecito y Ámbar le propinó un puntapié con su pie desnudo.
—¡Ay! —se quejó él, muy bajito.
—Por cierto. ¿Ya has decidido que vendrás en Año Nuevo?
—Iremos —bisbiseó él, feliz.
—Nooo —susurró ella para Seth con el mismo tono casi inaudible exagerando el gesto.
—Hija...
—¡Sí? ¡Ah! No sé aún cómo serán mis vacaciones navideñas. Y ya sabes que tenemos diferentes días festivos. No sé qué podré hacer.
—¿Y si te visitamos nosotros?
Seth puso cara de emoción. Ella negó para él abriendo mucho los ojos y alzando las cejas en un «¡ni se te ocurra!».
—Vamos hablando. Si eso. Aún es pronto.
—Lo sé. Pero hace tanto que no podemos celebrar juntas. Hija, estás tan lejos...
—Lo sé. Lo sé. Pero...
—Dile que se venga —rogó Seth con cara de súplica.
Le dio un manotazo. Llevaba rato ganándoselo.
—No tiene gracia —vocalizó sin palabras.
—Yo creo que sí, —vocalizó él de igual modo con ese gesto divertido y travieso que ahora mismo le borraría de un tortazo.
Su madre había oído el ruido de su mano estallando contra el brazo de Seth.
—¿Qué ha sido eso, hija? ¿Va todo bien?
—Un mosquito, mamá. ¡Vaya! Parece mentira que, incluso en pleno frío, esos bichos den por saco.
—Oh. Cuídate de sus picaduras. Tengo un ungüento natural muy bueno para eso. ¿Quieres que te lo mande?
—¡No! Tranquila. Aquí también los hay en la farmacia. Y son muy efectivos. ¡Pero gracias, mamá! Oye, hablamos. Saluda a papá de mi parte. Y a Reiko, si hablas con ella.
—Llámala tú. O mándale un mensaje. No sé. ¡Ay, hija! Nos estás descuidando.
—Los estás descuidando. Mala hija —bisbiseó él de nuevo, con un tonillo burlón, aguantándose la risa. Se llevó otra palmada en su brazo. Otro sonido similar y un quejido ahogado.
—Cariño, ¿no estás sola?
—¡No! Digo, sí. ¡Sí! No te preocupes. Ya hablamos. Chao.
—Pero hija...
Ámbar terminó la llamada. Empezó a atizarle a Seth que no dejaba de quejarse, desternillado vivo, sacudiéndose sobre la cama.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Estoy uniendo lazos con mi suegrita.
—¡No lo hagas! ¡Y ella no es tu suegra!
—¡Uy! Cuanta hostilidad. Yo intentando socializar con mi nueva familia y no me ayudas nada.
Otro manotazo. Otro quejido.
—¡Te mueves por conveniencia! —Puso los ojos en blanco—. ¡Venga, traidor! Levantémonos. Tengo que irme a trabajar en unas horas.
Señaló hacia su teléfono.
—El mío empieza a vibrar. Supongo que Jayden ya ha perdido la paciencia. Va siendo hora de regresar al trabajo. ¡Qué remedio! —murmuró entre risueño y desganado.
Se levantó primero de la cama. Se vistió y se fue al cuarto de baño con Misha persiguiéndolo. Ella se vistió después de que él saliera de la habitación.
—Misha, no atosigues a nuestro invitado —pidió, viéndolo detrás de él con cada movimiento que Seth hacía—. Ese bicho te adora. No sé qué le has hecho.
—Mis caricias son más efectivas que las tuyas.
Ámbar se ruborizó al recordarlas sobre su piel.
—¡Exagerado! No es por eso —discutió—. Es porque lo consientes.
Seth cogió al animalillo en brazos mirándolo a los ojos.
—¿Papi te consiente?
—¡No eres su padre! —protestó Ámbar frunciendo el ceño.
—Yo me siento como su padre adoptivo —respondió, en tono bromista, mostrándose adorable.
Se despidieron. Le dio un puñado de besos resistiéndose a irse. Gruñó, inclusive mientras, literalmente, lo echaba al descansillo. Él no dejaba de protestar como un niño.
—Se te hace tarde. Se me hace tarde. Mueve el culo.
Se colocó de nuevo el sencillo disfraz para salir a la calle. Alcanzó el coche. Jayden estaba con el teléfono en la mano.
****
—Estuve a punto de subir. No respondías a mis llamadas —se quejó Jayden.
—¿Has comido algo?
—¡No me cambies de tema!
—Te invito.
El rostro de Seth brillaba al igual que sus ojos. Jayden entornó su mirada, analizándolo.
—No has perdido el tiempo ahí arriba, ¿verdad?
—Eso no es asunto tuyo —largó, agregando una risilla socarrona.
—No puedo dejarte solo —repuso, torciendo sus labios, burlón—. Venga. Invítame a algo rápido. Nos están esperando. Recuerda el evento benéfico que tenemos en —se levantó la manga para ver la hora en el reloj—, hora y media. Así que espabila, chaval.
—No me metas caña. Estoy cansado.
—Cómo no —respondió, imaginando la razón.
Ya, en el coche, Seth sacó su pequeña libreta y apuntó:
«Cuando el corazón me duele
necesito correr hacia ti.
Abrazarte con todas mis fuerzas.
Tú me sostienes.
Contigo vuelvo a revivir.
Tu voz dulce me calma.
Tu cuerpo es mi hogar.
Eres mi bote salvavidas.
De no existir,
te inventaría.
Corro hacia ti.
Siempre me esperas
con los brazos abiertos.
Me amas sin preguntar.
Sin juzgarme.
Contigo puedo ser yo.
Tu voz dulce me calma.
Tu cuerpo es mi hogar.
Eres mi bote salvavidas.
De no existir,
te inventaría [...]»
Habían vuelto las musas. Mejor dicho, seguían hospedadas en él mientras Ámbar siguiera a su lado. Era una pasada tener el viento a favor mientras ella no le cerrase la puerta. Aunque, con la insurrecta vida que llevaba, el tiempo a su lado podría volverse efímero. A eso le temía.
Udon: Fideos gruesos servidos con sopa de miso, caldo y otros ingredientes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro