15. Notas discordantes
«La vida es como una canción,
tiene altibajos, pero siempre hay un coro
que nos hace querer seguir adelante»
Madonna
Había soñado con él. Tras el mensaje de la noche anterior con el que lo había sentido mucho más cercano, su mente había atesorado ese último momento de felicidad simplificándolo en el mejor de los sueños donde volvían a hacer el amor. Le sonrió al techo para luego suspirar. Misha ronroneó, acercándose a su brazo para frotarse y pedirle atención. Ella lo abrazó fuerte sin previo aviso consiguiendo que dejase salir un maullido más ahogado por la presión que estaba ejerciendo sobre su menudo cuerpecillo.
—¿No estás feliz? Yo sí estoy feliz. Seth nos quiere. Seth nos... —Resopló como un caballo exhausto devolviendo su mente a la intrincada realidad—. Él nos querrá por poco tiempo. ¡Qué rollo! —reconoció, poniéndose seria. Volvió a sonreír—. Aunque estará bien el tiempo que nos quiera —reconoció, sintiéndose culpable por caer así de fácil a sus pies, como si no recordase las fotos suyas con aquella despampanante mujer. «Son solo apariencias». Y algún polvo, fijo que también cae.
Se levantó de la cama. Era inicio de semana nuevamente y tenía que regresar a la rutina. Una rutina que la quemaba un poco cuando tenía que volver a chocarse con aquella ingrata que se divertía haciéndole la vida imposible en el trabajo. ¿Habría ido al concierto? La suerte fue no verla por allí. Obviamente, no iba a preguntárselo. Además, ella misma había tenido a aquel hombre deseado entre sus brazos. Lo había amado como si fuese realmente suyo. Nada tenía que envidiar de nadie. Si Abie supiera... No. No podía contárselo. No podía descubrir a Seth. Por respeto. Por este nuevo sentimiento que empezaba a nacer.
Le sirvió el desayuno al pequeño animalillo. Se preparó el suyo, tomándose el café con la mirada perdida en pensamientos que aún ardían. Se estremeció al recordar sus dedos dibujando largos y cortos trazos sobre su piel. Lo había imaginado cuando miraba sus fotos. En la realidad, era mucho más delicioso y excitante que en su imaginación. O en cualquier imagen de Internet. Sus besos húmedos, el modo en que la cabalgó con aquella dulzura e ímpetu que pondría alguien que desea realizar una faena sublime. Susurros en su oído pidiendo que lo deseara, el cual le desencadenó aquel orgasmo sensacional. ¿Cómo no tener sueños eróticos con él tras aquella experiencia tan mística con un semidiós? Porque Seth era como ese semidiós que todas las chicas —y parte del género masculino, por qué no—, buscaba poseer. Y ella lo había tenido para sí sola. Lo había amado con una devoción arrasadora. Se sintió húmeda al rememorarlo. Sacudió la cabeza, avergonzada, pero satisfecha.
—Vale. Vale. Como no pare tendré que hacer algo para aliviarme. Y es hora de ir al trabajo —habló para sí. Como si fuera su propia madre. Como si necesitase de una regañina para detenerse en sus pensamientos y espabilar.
Misha maulló a sus pies.
—Cariño, mami se va al trabajo. Nos vemos luego, ¿sí?
El felino maulló otra vez.
Salió del piso mirando hacia todas partes. Estaba más que segura que, a pesar de la exclusiva de la despampanante rubia, a ella la estarían observando de cerca. «Tus padres te van a arrancar la cabeza como se enteren de esto». Recordar la frasecita de Daria le provocó una punzada de angustia en el estómago. Estaban a muchos kilómetros de allí. Esperaba que, su hermana, que era quien sí podría darse de narices con cualquiera de los artículos sobre ellos que subieran, pusiera el grito en el cielo. Ella también se encontraba a mucha distancia de allí. Pero, de igual manera, podría desatar la tormenta que estaba temiendo que llegara. Porque un día llegaría. Y no estaría preparada para afrontarlo.
Fue en busca del coche. No lo tenía muy lejos estacionado. Se sentó. Apoyó las manos en el volante. Suspiró. ¿Qué estaría haciendo Seth, esta mañana, durante su apretada agenda? ¿Y si estaba con esa modelo y ella le estuviera metiendo mano? Sacudió la cabeza con fuerza. No. No podía estar sucediendo eso. «¿Desde cuándo te va eso de compartir chico?». Nunca le había parecido bien hacerlo. Jamás. Y con Seth, no había más remedio que capear el temporal del mejor modo posible con tantas sugerencias de amantes de por medio que calibrasen mejor su vida profesional. ¿Y por qué tenía que ser así? ¿Por qué ser fiel era tan complicado en ese mundillo suyo? Se trata de Seth, nena. ¿Pues qué esperabas con un novio famoso? Sabes a qué te expones. Lo sabía. Y, sin embargo, quería estar ahí. Sin cabrearse lo que debería. Exhaló con fuerza. ¡Demasiadas cosas en qué pensar! Sin imaginarlo, su vida había dado un giro completo.
Le dio al contacto. Puso en marcha el vehículo. Tenía que llegar a tiempo al trabajo. El tráfico estaba horrible. Ya se sabe cómo está el panorama en las grandes ciudades. Y cuánta paciencia se pierde en momentos como este. Se sentía un poco asfixiada. «¿Solo un poco?» Yo diría que un mucho. Negó pretendiendo recomponerse. Puso el volumen de la radio más alto. Sonaba una canción de Taylor Swift que acompañó con su propia voz, un par de decibelios más alto. Gritaba adrede para sacar afuera toda aquella ansiedad que la estrangulaba como la soga más fuerte y funesta.
Alcanzó los estacionamientos. Unos que había habilitados para el poco personal que existía en la tienda. La señora Mathew los había conservado desde su apertura. Habían ido variando de número, según tenía de empleados. Estando la tienda en lugar céntrico, estacionar era casi un imposible.
Regresaba al campo de batalla. A tener que lidiar con aquella arpía que tenía como compañera, que no le daría ni un maldito respiro. ¿Es que nunca se cansaba de ser así de insensible y cruel? Carente de sentimientos.
Dio los buenos días entrando con rapidez a la trastienda para cambiarse de ropa, al uniforme. Salió al poco.
—Ayuda a Abie a reponer todos esos estantes.
—Claro —obedeció con desgana. A primera hora le tocaba hacer equipo con ella. Para empezar un lunes, algo así, era como matarla.
Lo hizo. A mitad reposición, Abie sacó su teléfono.
—¿Fuiste al concierto? —consultó antes.
—Pues claro.
—Mira y llorar —largó con malicia mostrándole la fotografía donde se abrazaba a Seth con ganas—. Me abrazó. Es guapo. De cerca está cañón. Huele divinamente, incluso tras un concierto. Sus pectorales son firmes. Su abdomen, plano y apetecible.
Doy fe de ello.
—Oh —respondió Ámbar nada más. Si ella supiera que lo tuvo solo para ella. Que le hizo el amor. Que la busca constantemente. Le gustaría escupírselo en su mismísima cara. No podía hacerlo. Tenía que guardárselo para sí hasta que la noticia saliera públicamente y no tuviera más remedio que dar la cara.
—¿Solo, oh? ¿Dónde estabas tú? ¿Tienes fotos cerca de él? ¿Pudiste hablarle? ¿Tocarle? ¡Seguro que no! —se mofó—. ¡Dios santo! Está de vicio.
Ámbar no dijo nada. Abie se burló de su mala suerte.
—Quizá, a la próxima. O no.
A la próxima. Ambos lo deseaban. Querían verse otra vez. Pero esto no era así de fácil. Porque Ámbar no quería que se hiciera público. Aún no habían conseguido descubrirla con aquella foto borrosa donde no se le apreciaba la cara, salvo aquella periodista que no entendía de dónde se habría enterado. De igual modo, no dejarían de intentarlo. De ir detrás de Seth para destapar su prolífera, interesante y variable historia de amor.
—Dicen que sale con una modelo.
—Lo harán por dinero. Estoy segura —Eso esperaba Ámbar. Que fuese una mentira. Y aun así, no le gustaba que fingiera. «La culpa la tienes tú por no darle tu permiso». Si se hacía público, sería para ella una gran responsabilidad y una molestia moverse entre el resto de los mortales. Repito: «es el precio de amar a alguien que se abraza a la fama». Necesitaba pensárselo un poco. Incluso mucho. Por ella. Por su familia. Ellos se enfadarían mucho con ella. «Es tu vida. No la suya». Debo respetarles. «Vive tu vida. Es tu vida. Otras costumbres. No son tan pésimas».
Hizo oídos sordos a la molesta vocecilla, terminando de reponer lo que quedaba y empezar a abrir las puertas del negocio.
Durante la mañana, Abie continuaba dedicándole miraditas burlonas celebrando su éxito, mofándose de su fracaso. Las ganas de decirle lo que había en realidad golpeaban contra su garganta anudándose en un círculo fastidioso que le dificultaba tragar bien. «Qué idiota es la niña» Es mejor que la ignores. No te pongas a su nivel.
Trató de esquivarla durante la mañana para que no le entrase la tentación de darle un bofetón bien dado. Lo estaba pidiendo a gritos.
Fue un alivio llegar a casa y tomarse un descanso. Más, una pausa cuando tenía que regresar. Qué bueno era alejarse de la gente tóxica. ¿Por qué no se buscaba otra cosa y se iba si tan a disgusto estaba allí, en el negocio de la señora Mathew? Seguramente, esperaba que fuera a la inversa. Que Ámbar fuera quien tirase la toalla, exhausta, y se largara. No iba a conseguirlo.
El teléfono sonó sobre la encimera. Era su madre. ¡Lo que le faltaba! Se empecinaba en llamarla antes de irse a trabajar. Como madrugaba, qué mejor que saber de su niña a una hora para ella adecuada. Pues eran un buen puñado de horas de diferencia horaria de un lugar, al otro.
—¿Qué ocurre mamá?
—¿Ha de ocurrir algo para llamarte?
—Bueno... no.
—Pues ya está. ¿Necesitas que te mande algo? ¿Vendrás por Año Nuevo? ¿Estás siendo prudente? Espero que no te mezcles con tipos como tu exnovio que solo enturbia tu honorabilidad.
Si ella supiera lo de Seth...
—Todo está bien. —Ojalá—. De verdad.
—Tu hermana dice que la tienes olvidada. Te estás olvidando de tu familia. Ay, hija. Podrías regresar a casa. Te tendríamos más cerca.
Su familia la absorbía demasiado. ¿Volver? Nunca. No estaba hecha para antiguas costumbres. Era por ello que sus padres seguían muy molestos por su antigua relación. Esa donde se saltaron todas las normas y costumbres posibles de la novia.
—Mamá, estoy bien aquí —deseaba cortar la conversación cuando se ponía de esa guisa—. Tengo que comer y volver al trabajo. Os mando saludos llenos de amor. Cuidaros, ¿sí?
—No has respondido a mi propuesta. ¿Vendrás para Año Nuevo?
—Todavía no lo sé. Ya te digo algo.
—Siempre estás igual.
Es que prefería celebrarlo sola si la situación estaba tensa. Era triste, pero tampoco era tan malo.
—Hablamos. Tengo que colgar.
—Dichosa niña —la escuchó bisbisear antes de que la llamada se terminase.
Inhaló abrumada. ¿Por qué no podían dejarla en paz? Deseaba vivir aislada del mundo durante una temporada, y, sin embargo, se oponían a aceptar su decisión. Se sentía sobrepasada.
Misha exigía mimos. Se agachó para dárselos.
—Menos mal que tú sí que me entiendes.
El pequeño felino maulló como si respondiera afirmativamente a su pregunta.
Se irguió para continuar preparando la comida. Necesitaba gestionar bien su tiempo si quería sacar provecho y adelantar tareas de la casa pendientes que finalizaría cuando llegase por la noche. La casa no podía dejarse perder porque estuviera tan ocupada. Todo iba en el mismo paquete.
****
Seth se desfogó un poco en el pequeño gimnasio de su apartamento. Tener que ver a su madre lo volvía loco. «Ella te ha recordado». Seguro, y era un engaño para lograr que la visitase. Jayden era demasiado astuto cuando se esforzaba.
Se dio una ducha. Había pedido por Deliveroo, calculando el tiempo antes de que el repartidor apareciera. Le salió bien la jugada. El timbre del telefonillo sonó. Esperó a que subiera. Abrió la puerta. Este le entregó las bolsas que contenían su pedido.
—Gracias —dijo Seth, oculto debajo de su gorra y de la mascarilla oscura. No podía arriesgarse a que se le conociera. El chico asintió y luego desapareció, pues el pago ya se había hecho con antelación. No había nada más que hacer.
Lo dejó sobre la encimera de la cocina. Se acercó un taburete, se sirvió y engulló. No solía desayunar en casa. Bueno, había días que cambiaba esa rutina. Como, por ejemplo, hoy. Hubiera preferido quedar lejos y no tener que realizar la tarea que haría dentro de un rato.
Estaba delicioso. Mientras desayunaba, se movió por las noticias de más actualidad. Y allí estaba él posando con April. Ya habían acordado pasar un tiempo así, y que sus cuentas bancarias ascendieran en números. Era una enorme falacia. Pero, por el interés, en este mundo se urde, se folla, se engaña. Cualquier invención se vale.
Suspiró con fuerza. Le encantaría que fuera Ámbar quien lo agarrase de la mano en aquella foto. Si ella quisiera. Si ella dejara que sucediera sin miedo a qué pudiera ocurrir a continuación... él haría todo lo posible para que fuese bonito y agradable mientras durase. «¿Privarías al pajarillo de su libertad? Está cabreada por ello». Lo sé. No es necesario que me lo recuerdes, vocecilla empalagosa. «Yo solo digo».
Se fijó de nuevo en la foto. Volvió a respirar con fuerza mientras daba un bocado aquel bollo con chocolate que sabía a gloria. Luego se lamentaría de los hidratos y grasas de más. Ahora, lo consolaba.
Cerró la página. Maldijo para sus adentros. Ojalá y pudiera hacer todo lo que le viniera en gana sin que nadie le sermonease. Suerte que ella ya no estaba enfadada. O eso creía después de la tregua. Una tregua que supo a miel y a sexo maravilloso.
Se vistió formal. No quería que lo vieran como a un desaliñado. «Nada de fotos». Ya se avisó con anterioridad. Aquellas visita eran confidenciales. Cualquier información sobre su madre, o la de cualquier miembro de la familia tenía que quedarse de puertas adentro. Aunque la prensa se empeñase en sacar cualquier trapo sucio y no se detendría hasta lograrlo. Ya se habían sacado artículos sobre el delicado estado de salud de linda. Esos demonios no podían guardar silencio ni amordazándoles —opinaba Seth.
Jayden pasaría a por él. Conduciría su coche. Este había dado clases de defensa personal en su juventud. Con él, no precisaba de guardaespaldas. Aunque incluso él mismo necesitase uno personal, en este caso, ejercería personalmente del cuidado del chico. De igual modo, había dado aviso a Jaxon por si le urgiera un problema. Estaban en contacto.
No hablaron nada en el coche. Simplemente, se saludaron sin palabras —solo con gestos—, y así durante el resto del camino. Llegaron al psiquiátrico. Bajaron del coche. Seth se quedó un instante parado frente a la puerta como si fuera superior a él rebasarla, por quien había dentro. Jayden palmeó su espalda.
—Puedes hacerlo.
—No deberías de estar aquí —siseó por lo bajo observándolo con acritud—. Ni deberías de haberme traído —sentenció, empezándose a mover.
Jayden bufó, yendo tras él.
Saludaron al llegar a recepción. Una enfermera los acompañó hasta la habitación de Linda. Como solía estar durante las primeras horas de la mañana, después del desayuno, y hasta que alguna enfermera entrase a por ella para realizar cualquier actividad en la que pudiese participar, estaba sentada en una silla de ruedas, observando el exterior, hacia la ventana.
—Pueden sacarla a pasear al patio. Si necesitan algo, háganmelo saber.
—Por supuesto.
Jayden condujo. Seth se puso al lado de su madre observándola de reojo.
Detuvo la silla para besar el alto de su cabeza.
—Estoy feliz de volverte a ver.
Ella alzó el brazo para tocar su rostro a tientas.
—Hola, mi amor. —Cogió su mano y tiró de él para que bajara hasta la altura de su rostro. Lo besó. Eso dejó impactado a Seth, que, de inmediato, apretó la mandíbula adoptando un gesto severo que no pasó desapercibido.
Le dio un empujón a Jayden.
—¿Qué coño estás haciendo?
—¡Cameron, cariño, deja a tu padre! —lo regañó Linda.
—¡Él no es mi padre! ¡Ni siquiera es tu esposo! ¿De qué va esto, joder? —preguntó, observando a Jayden, iracundo.
—Por favor... —susurró—. Deja que crea lo que quiera para curarla.
—¡Ni de puta coña! —susurró a la vez.
—Cameron, cariño, dale un beso y deja de berrear —solicitó ella.
—Cariño, no es Cameron —Seth le dedicó otra mirada aún más afilada que la anterior por llamarla cariño. Por mentirle anticipadamente—. Se trata de Jerome.
—¿Jerome? —gritó ella emocionada. Jayden asintió—. ¡Ven a mis brazos, pequeño! Mi pequeño. Mi precioso niño —gritó, con lágrimas en los ojos.
—No soy tan pequeño, mamá. Soy el mayor de tus hijos... De esta puta y desfasada historia de mi vida —bisbiseó un poco más por lo bajo.
Se agachó para que su madre lo abrazara. Hizo lo mismo. Olía a jabón y a suavizante. A algún tipo de agua de colonia suave. La calidez de su madre le devolvía a su hogar. Un hogar que se derruía por instantes.
—Tenía tantas ganas de verte. Se lo decía a Cameron. Se lo rogaba. Pero nunca venías.
—Era yo, mamá, Cameron está... —Jayden negó en un ruego—. Está de viaje. Te confundiste —rectificó con desgana. No le gustaba mentirle a su madre.
Linda se llevó la mano a la sien para frotársela.
—Qué confusa estoy. No sé qué me pasa últimamente. Debe de ser la vejez.
Seth miró a uno y a otro con tristeza y confusión. Interpretar estas escenas le perforaban su ya descascarillado corazón.
—No te preocupes, mamá. Aquí cuidan bien de ti.
—Pero yo quiero irme a casa.
Eso dolió como un derechazo mal recibido.
—Necesitas recuperarte antes —se anticipó Jayden—. Vale. Demos un paseo. Te sentará bien el aire fresco.
Se quedaron con ella un rato. Jayden era quien más hablaba. Seth guardaba más silencio por si metía la pata, pisándose la lengua cuando iba a despotricar. No podía evitar fulminar con la mirada a Jayden cuando le hablaba con aquella dulzura que no le parecía nada adecuada. Y cuando su madre le seguía el juego creyendo que era Anthony, su exesposo —su esposo, aún, para ella—. Eso dolía aún más en el corazón de Seth que ya conocía la parte donde Jayden y ella en verdad se habían enrollado. Y demasiadas veces. Demasiadas como para que aquel gilipollas se empeñase en tenerlo como a un hijo cuando no lo era. Ni le pertenecía.
Sintió el peso del dolor, de la ira, del resentimiento, deseando terminar con la visita. Alejarse de Jayden, de su madre, de los dos. ¿En qué mundo de locos estaba? «Síguele el juego para que mejore». Fingir... ¿En qué cabeza cabía eso si quien estaba tuteándola con tanto interés no le gustaba para ella?
La devolvieron de regreso a la habitación. Salieron de allí. Seth le propinó un buen empujón a Jayden frunciendo el cejo peligrosamente. Enfrentándose a él.
—¿De qué vas? ¿Con qué derecho te ves para hacer esto?
—Chicos, os adoro a los dos. Y tú no dejas que me acerque a vosotros, salvo en el trabajo.
—Daría lo que fuera porque ahora mismo nos cambiaran al mánager —habló más para sí, que para su acompañante, rodando los ojos. Clavó la mirada en él—. ¡Y no necesito nada!
—Seth...
—Tengo que hacer algo. ¿Me llevas o pido un taxi?
—Jaxon no está aquí.
—¿Por lo tanto...?
—¿Dónde quieres ir?
Seth alzó ambas cejas en respuesta.
—¡No me jodas! —siseó Jayden por lo bajo.
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