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11. Muro de contención


     Ya no tiritaba. Era extraño, pues se había quedado dormido en el balcón y en este instante se sentía mullido bajo su cuerpo y cálido. Abrió los ojos. Su visión era borrosa y el dolor de cabeza lo golpeaba como el bombo de una orquesta.

    —¿Pero qué?

    Se fijó a su alrededor. Evidentemente, no se había despertado en su habitación. No era su piso. Tampoco le resultaba familiar el lugar. Se incorporó. Nada. Nada de allí era conocido. Se llevó una mano a la cabeza cerrando los ojos durante un ratito. La cabeza le iba a estallar. Tenía la boca seca como si hubiera pasado un desierto interminable. Su cuerpo, tan exhausto como si hubiera disputado la carrera más kilométrica del siglo. Lo último que recordaba era hablar con Michael sobre ya no podía adivinar qué con las brumas mentales del alcohol. Eso sí, había bebido más de la cuenta. Se había metido Dios sabe qué. Tenía que parar. Parar de una vez. Para no largarse con Cameron. «Esa es una opción mejor que estar sufriendo aquí abajo». «¡No seas tan cabrón, chaval!». La voz de Cameron le retumbó en la cabeza volviéndola más sensible y tortuosa. Escuchó el sonar de unos nudillos sobre la puerta.

    —¿Estás despierto?

   Se llevó la mano a la frente para después frotarse los ojos.

   —Mierda —murmuró con la lengua trabada. Había reconocido la voz de Jayden. Probablemente, estaría en su apartamento.

    —¡Sí! Sí. Ya salgo —respondió sin replicar de buenas a primeras. No tenía ganas de pelear con el cuerpo así de maltrecho.

    —Perfecto. Voy a prepararte el desayuno.

    —¡No lo hagas! Puedo hacerlo yo.

    —Claro. Como no —se burló la voz al otro lado de la puerta.

    Le costó levantarse. Su cuerpo pesaba como si cargase con una tonelada de piedras. Finalmente lo consiguió.

    Salió, tanteando el camino. ¿Dónde estaría el baño? Comenzó a abrir puertas hasta que dio con él.

    —Por fin —murmuró, perdido como en un condenado laberinto.

    La imagen que le devolvía el espejo era lamentable. Obviamente, tenía que parar. Estaba terminando como todos aquellos famosos que acababan con una sobredosis, muertos en un rincón de su casa, en un suicidio, o en un accidente de coche, incrustados en cualquier árbol, quitamiedos, o precipitado por un barranco.

    Se enjuagó el rostro. La boca. Encontró pasta dentífrica. Se la impregnó con los dedos como pudo y se enjuagó. Su aliento apestaba. Y no saldría así de allí dentro. Luego peinó sus cabellos previamente humedecido, con los dedos. Estaba que daba pena. Se había puesto el teléfono en el bolsillo. Tenía mensajes a la espera. No respondería a ninguno de ellos hasta que estuviera mucho más claro de ideas.

    Salió y se encaminó a la cocina. Jayden lo saludó de inmediato señalando hacia el taburete que había aproximado a la pequeña isla.

    —Siéntate. Esto ya está.

    Olía deliciosamente bien a café. A café y a tostadas. El estómago le rugió con virulencia, famélico. Jayden lo miró y sonrió.

    —Es buena señal que tengas hambre.

    —Supongo —farfulló Seth, todavía con su lengua medio anestesiada por el malestar.

    Jayden terminó de preparar. Se lo sirvió. Le pasó, además, un poco de mantequilla y mermelada. Aparte, había hecho huevos y beicon. Además de zumo exprimido. Que se tomase lo que quisiera. Seth se inclinó por lo salado y más apetecible.

    —Buena elección —lo felicitó él—. Bien, quiero que te despejes como sea —le pasó el café bien cargado de cafeína—. En unas horas —se miró el reloj—, tenemos que presentarnos a la sesión de firmas para los fans de Seattle.

   —¿No puedes cambiar la agenda? No me encuentro bien.

    —No. Claro que no. Ayer te lo pasaste en grande. Te excediste. A ver, es normal durante este tipo de fiestas irse un poco de la mano. Pero tú... ¿De verdad necesitabas alcanzar casi el punto del coma etílico?

    Seth alzó las cejas y los hombros en un «tú qué crees».

    —Mi vida es una mierda.

    —Sé cómo es tu vida. Sé todo de ti.

    —Oh. Es verdad. Tanto, que hasta quieres meterte de lleno dentro de mi familia.

    Jayden frunció el ceño señalándolo con acritud.

    —Eso ha estado fuera de lugar por cómo lo has dicho. Además, no pienso repetirme más. Conoces mis sentimientos hacia vosotros.

    —Mi madre ya no tiene solución. Déjala en paz. Que su vida termine de la mejor manera. Y apártate de las órdenes de mi padre. No hacen más que meternos más en la mierda.

    Jayden exhaló con cansancio.

    —Sabes que no puedo. Al menos, intento que la armonía se tome un poco de equilibrio.

    —Deberías de buscarte una mujer y vivir tu vida. Dejarnos la nuestra a nuestro cargo.

    —¿A tu cargo? ¿Por ejemplo? Por favor, Seth, estás mucho más roto que ellos.

    Tiró la tostada que estaba mordiendo sobre el plato con rabia.

    —Deja de hablar de nosotros como si fuéramos una obra de beneficencia. Deja que cada cual se estrelle donde deba estrellarse. Total, nuestra vida ya está acabada.

    —Yo tengo fe en la mejoría de tu madre. Y sé que puedo levantar la tuya. Si me obedeces.

    —¡Mira, tío, como mánager haré lo que esté estipulado en el contrato y te obedeceré en ello! ¡Pero nada más!

    —Seth...

    Llamaron afuera.

    —Es la ropa que pedí que te trajeran Emre. Ropa y algo más para tu aseo personal. Mírate. Estás hecho unos zorros.

    Seth se observó. Vestía la ropa de anoche y olía a vómito. Por eso no había dejado de arrugar la nariz todo el tiempo tratando de adivinar de dónde provenía ese aroma tan desagradable. Agrio.

    Escuchó la voz de Jayden y otra voz masculina. Luego, el cerrar de la puerta. Unos pasos, otra puerta y Jayden regresó a la cocina.

    —Lo he dejado todo en la habitación donde has dormido.

    —¡Quiero verla! —soltó a bocajarro.

    Jayden alzó las cejas.

    —¿A quién?

    —Lo sabes de sobra.

    Este se repasó los dedos por los cabellos con preocupación.

    —No la lleves más al punto caótico en el que la has puesto, Seth. Déjala ir.

  —¡La quiero! Sé que la quiero conmigo. Y voy a pelear por ella. Necesito disculparme. Hoy. ¡Ya!

    —No hay tiempo...

    —Seré rápido. Llegaré a todo. Lo prometo —alzó la mano con la palma abierta.

    Jayden volvió a dejar salir un suspiro largo y exagerado, forzado.

    —Ella no te quiere ver. ¿No lo dijiste?

    —Haré que me escuche.

    Jayden sonrió con malicia. Se acercó a Seth. Palmeó su espalda en un intento de ánimo.

    —¿De veras? —Él asintió—. ¡Pues suerte! —deseó, entre dientes, burlón—. Pero no será hoy. No será esta mañana.

    —Puedo saltarme tu agenda.

    —Dijiste que obedecerías, ¿recuerdas?

    —Siempre que te portes bien conmigo.

    —¡Deja de cambiar las reglas! Estás en el mundo de los adultos. Se acabaron los caprichos.

    —Siento que necesito hacerlo.

    —No.

    Seth se inclinó más sobre la encimera para acortar distancia.

    —Si me aprecias tanto como dices, deja que haga esto.

   Jayden entornó la mirada con frustración.

    —No me hagas esto, Seth. No me hace ninguna gracia.

    —Tú mismo.

                                                                          ****

    Ámbar había quedado con Daria para desayunar en Pioneer Square. Aquella cafetería servía un café delicioso y unos pasteles de procedencia local que sabían a gloria.

    —¿Cómo estás? —preguntó Daria con sutileza y un tono de voz más bajo de lo normal. Temía su respuesta si la mandaba al demonio por preguntar.

    —Todavía impactada. ¿Pero qué se puede esperar de gente así? Lo llevan de serie. Pocos de ellos son realmente honrados.

    —Quizá no te lo dijo para protegerse del arrebato molesto de una fan.

    —Entonces ¿Por qué acortó distancias y me besó? ¿A qué vino su pequeño teatro sobre todas las cosas que aprecio en mi vida? Como Misha. Y como preocuparse de mí misma. Fingió. No sé. Odio que finjan. Odio volver a encontrarme con gente que peca de lo mismo que Mason. Con una vez he tenido más que suficiente.

    —Lo sé. Lo sé.

    Tomó un sorbo de café.

    —Y para colmo, me toca preocuparme de huir de cualquier periodista que me siga de incógnito. —Miró a su alrededor. Había algunas miradas clavadas en ella. ¿Casualmente? ¿O tal vez era producto de su imaginación? ¿Ya habrían difundido la noticia? ¿La identidad de la persona implicada? Se había obsesionado con ello—. Vivir así no me agrada. Podría haberlo tenido en cuenta.

    —Ya. Lo sé. —Daria exhaló—. Vaya. Para una vez que pasa algo bueno y resulta que el tío es gilipollas.

    —Ya ves.

    Tomó unas cuantas cucharadas del pastel esperando que el dulzor redujera el dolor que estaba sintiendo en su pecho por la culpa.

    —Ojalá y, de buenas a primeras, lo hubiera mandado al infierno.

    —No lo sabías.

    —¡Claro que no! Es un puto embustero.


                                                                                   ****


    Emre lo esperaba fuera, junto a Jaxon. Ya estaba todo el mundo reunido dispuesto a echar a correr.

   —Bien, guapo. Siéntate ahí —le indicó Emre, abriendo su enorme maletín de maquillaje—. Esas ojeras y ese semblante achacoso tiene que desaparecer.

    Lo dejó impecable. Había desaparecido todo resto de resaca. El careto del tipo borracho maltrecho y desmejorado de anoche había mudado a otro más hermoso, sin imperfecciones, arrebatador. Emre lo hacía fenomenal. Podría maquillar a un muerto y hacer creer a todo el mundo que está tan solo durmiendo. Tembló con el pensamiento. No quería ni imaginar quién habría maquillado a su hermano para que desapareciera toda marca producida por el brutal choque. Ocultar los cosidos de sus enormes cicatrices que, desde la distancia, no se apreciaban. De cerca ya era otra cosa. Pero como solo dejaron a los familiares más cercanos acercarse a despedirse de él, no hubo problema. Bueno. Sí. Que a Seth lo impresionó igualmente. Aun con tan preciso maquillaje puesto en un cadáver que parecía que fuera a despertar y a levantarse de la caja para reírse de todo el mundo por llorarle.

    —¿No te gusta? —inquirió Emre poniéndole delante un espejo de esos portátiles.

    Seth ladeó la cabeza hacia un lado y hacia el otro, observándose.

    —Sí, sí. Está genial.

    —Por tu extraña mueca me ha parecido lo contrario.

    Si supiera que estaba pensando en el maquillaje de los muertos.

    —Me gusta. De acuerdo. Jaxon, llévame a ver a Ámbar. Nos pasaremos por su casa. Antes la llamaré, de todos modos.

   —¿Ámbar? ¿Esa chica que es fan tuya y de la que se empieza a hablar tan alegremente de ella? —preguntó Emre. Seth lo miró con acritud. Él alzó las manos en pose defensiva—. De acuerdo. No me importa.

    —Gracias por la ropa. Y por mi cambio de imagen. Lo necesitaba.

    Emre le sonrió.

    —De nada, guapo. Estabas hecho un desastre. Hubieras sido la noticia del día, si te hubiese dejado con aquellas pintas —canturreó, riéndose al final, tapándose la boca con una mano y posando como si fueran a sacarle una foto.

    —Vámonos, Jaxon. Mi tiempo se agota.

    Jaxon se levantó perezosamente de la silla, con su impresionante porte de segurata de discoteca. Con el negro que vestía daba mucho más respeto, con sus músculos marcándose por todas partes.


    Llegaron al coche. Entraron. Antes de ponerlo en marcha, Jaxon tanteó el terreno.

    —¿De verdad quieres hacer esto?

    —No estaré tranquilo hasta que hable con ella.

    —¿Buscas que te asesine o algo así? Porque dudo que quiera verte.

    —La convenceré.

    Jaxon respiró con pesadez.

    —Mira, tío, estás a tiempo de abandonar esta locura. Y sé que vas a acabar mal con ella porque vas a perjudicarla con tu intrusión en su vida. Yo de ti la dejaría en paz. Además, hay mujeres hermosas, más atadas a la fama, que darían lo que fuera por tener un romance contigo. Y no les importaría dar la cara en los medios. O soltar cualquier parida cuando los periodistas la parasen en la calle con sus ganas de echarla por los suelos. Dudo que Ámbar pudiera soportar eso.

    —Ese es asunto mío.

   —Piensa por la cabeza, hombre.

    Seth se cruzó de brazos, cambiando la mirada hacia la ventanilla de su lado, molesto.

    —De acuerdo. Si buscas guerra, te llevaré a que te den una buena paliza. Estaré encantado de presenciarlo —se burló.

   Seth sacó el teléfono para llamarla y asegurarse de que sí estaba en casa. Ir a palos de ciego no resultaba provechoso cuando el tiempo que tenía para cada tarea, era el justo.

                                                                   ****

   El teléfono vibró dentro del bolso. Ámbar lo había puesto allí para apartarse de cualquier noticia sobre ella y Seth que la pusieran todavía más nerviosa. Lo sacó. Su gesto mudó a otro de sorpresa e ira cuando miró de quién se trataba.

    —¿Es él? —Preguntó Daria. Ámbar asintió—. No respondas.

   En primer lugar le pareció buena idea. Por otra parte, le parecía mejor la idea de insultarlo si había hecho algo que empeoraba la situación. Si no se lo preguntaba, no conocería cómo estaba el problema.

    —¿Sí?

    Daria murmuró por lo bajo un: «vas a lamentarlo».

    —Hablemos. ¿Estás en casa?

    —No. —Tragó saliva y se aclaró la voz. La ansiedad la estaba matando—. ¿Has sido tan estúpido como para difundir nuestro error?

    —¿Error? Para mí tú no eres ningún error.

    —No juegues más conmigo, ¿quieres? Con tus amiguitas te funcionará. Conmigo no. Y odio que la gente me mire por encima del hombro juzgándome, o con unas ganas terribles de asesinarme.

    —Te pondré un escolta para que eso no pase.

    —¡Ni se te ocurra! Haz una rueda de prensa o lo que coño sea necesario para que me dejen en paz. Desmiente que estemos saliendo.

    —No puedo. Bueno, puedo intentar que retiren sus noticias.

    —¿Una vez difundidas? Por desgracia corren como la pólvora. Insisto. Aparece en público y di que no tenemos ningún tipo de relación. Porque, en realidad, no la tenemos.

    —Me gustas mucho, Ámbar. Me gustas tanto que soy capaz de componer sin descanso. De sonreír cuando ya no lo hacía. De sentirme mejor.

   —Eso podría lograrlo con quien fuera de tu mundillo. Solo tienes que derrochar unos cuantos dólares y... ¡Tachán! —dijo con un tonillo afilado e incisivo.

    —Antes de conocerte, puede que pensara así. Ahora que te conozco, te quiero a ti.

    —¡No me vengas con esas que no cuela! Ni me conoces y ya te crees que soy la mujer perfecta para ti. ¡Vamos! ¡No me jodas!

    —Lo digo en serio.

    —Tengo que colgar.

    —¿Dónde está esa fan fervorosa que tanto me amaba?

    —Vio como su ídolo se cayó del pedestal desnucándose. Venga. Tengo que colgar.

    —Oye, Ámbar...

    Terminó con la llamada cortándola. Dejando el teléfono en el bolso con rabia.

    —Te dije que lo lamentarías.

    —¡Es un imbécil! Por su culpa, me he vuelto su antifan. ¡Que le den por donde más amarga!

    —¡Que le den! —repitió Daria alzando la mano para que se chocasen en una palmada de complicidad.

                                                                    ****

    Seth golpeó con rabia el salpicadero.

   —¡Eh! No te cargues el coche que lo pagas.

    —¡Cierra el pico! Como si no pudiera permitírmelo.

    —Te dije que no cedería. —Jaxon torció su sonrisa—. Creo que te has chocado con un muro de piedra —comentó con sorna.

    —Lo derribaré, si es necesario. Esto no se va a quedar así.

    Jayden llamó por teléfono. Seth se lo pensó un poco antes de responder.

    —Contesta antes de que Jayden llame a una patrulla para darnos hasta pal pelo. No quiero perder mi empleo, ¿sabes?

    —¿Qué quieres?

    —¿Ya venís de camino?

    —Puede.

    —¿Ha ido todo bien con ella?

    —Tengo que colgar —siseó con desgana. No quería escuchar otra burla más.

    —Jayden quiere que vayamos ya para allá.

    —Si lo sabes, ¿por qué preguntas?

    Miró el reloj del salpicadero.

    —Llegamos a tiempo. No está tan mal. Tendrán que subirme el salario por tan buen servicio como hago —largó con una nota de humor. Seth no se rio—. Pues nada. Regresemos a la seriedad del trabajo.

    —A ti tampoco te gusta ella, ¿no es así? —Cerró una imaginaria cremallera sobre sus labios—. Eres mucho peor que Jayden.


https://youtu.be/Bs_6hKENr1U

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