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1. Colisión

Ámbar hizo la compra en la tienda donde trabajaba. Tenía que reponer aquello que ya se había terminado. Cargaba con unas cuantas bolsas de papel recicladas de un color marrón feo y con un tacto entre liso y rugoso, llenas hasta los bordes de productos, en su mano derecha mientras que, en la otra, sujetaba el teléfono, hablando con su madre. Iba distraída. Tomó velocidad a la salida chocándose contra algo duro. Ese «algo duro» gimió en un lamento. ¡Maldición! Se había chocado con alguien.

    —¡Ay, lo siento, lo siento, lo siento! —se disculpó él en primer lugar al ver el estropicio que se había creado en el suelo. Incluso la media docena de huevos se había hecho papilla sobre la acera.

    La muchacha se había quedado con la boca abierta. Se habían echado a perder la mayoría dela compra.

    —¡Pero qué diabl...! ¡Madre mía! No puede ser —vocalizó en un hilo de voz y una mueca de espanto llevándose las manos a la cabeza. Prestó atención al muro con el que se había chocado. Era un tipo delgado, de cabellos lacios que se asomaban por debajo de una gorra negra. Vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta a juego con la gorra, y que le marcaba los vórtices de sus músculos bien torneados. Ámbar se imaginó a un loco del perfeccionismo en su imagen impecable. Llevaba una mascarilla realizada en punto oscuro que le cubría medio rostro. Se asemejaba a uno de esos artistas del K-pop que ocultan su rostro para no ser reconocidos por la calle. Unos ojos de un azul intenso se clavaron en los de ella. Un azul cobalto que no parecía humano. Era hermoso. Tremendamente hermoso. Hizo un gran esfuerzo por centrar los pensamientos en el lugar adecuado, sin distracciones. Aún tenía a su madre al teléfono. Y la compra desparramada por el suelo. El disgusto todavía la zarandeaba duro.

    —Mamá, tengo que colgar. Hablamos.

    Bajó la mirada al suelo lamentando que todo aquello se hubiese perdido.

   —¡Ay, no! Tendré que volver a entrar en la tienda —se lamentó, llevándose las manos a la cabeza—. Al infierno la mitad de mi dinero —se lamentó—. Ni que pudiera echar cohetes —masculló, con el nerviosismo azotándola con ganas.

    El tipo sacó una tarjeta de crédito.

    —Yo pago esto. No he visto que salías.

    Ella negó.

    —Ni yo que pasabas. Y la distraída era yo. Iba al teléfono cargando todo sin asegurarme de que no me tropezaría con nadie. —Volvió a negar—. Pero menudo estropicio. —Chasqueó la lengua—. Tengo que volver dentro —fue farfullando de regreso a la tienda.

    —¿Quieres que te acompañe?

    —¡No! No. Esto es cosa mía. Gracias.

    —Y mía por...

    Ámbar levantó la mano.

    —Déjalo ya, ¿quieres? Tengo que largarme.


    La esperó fuera. Hizo un segundo intento por abonar parte de la compra destrozada. Pero ella se negó en rotundo.

    —Te lo compensaré de algún modo. ¿Podrías darme tu número de teléfono para estar en contacto?

    Esquivó su pregunta.

    —No es nada. Mejor olvídalo.

    Se negó a que siguiera insistiendo. Lo dejó allí plantado, estupefacto por no conseguir lo que estaba pidiendo. Se dirigió hacia su escolta.

    —Quédate con su cara. Tengo la convicción de compensarla de algún modo. No dejaré pasar esto de largo. Soy parte culpable del hecho —sentenció, tomándole una foto a la chica disimuladamente, aunque fuera en la distancia. De algo le valdría. Aunque fuera ilegal tomarla sin su permiso.

    Era tozuda. Preciosa, pero tozuda. Si bien podría tener a todas las mujeres que quisiera —se había codeado con famosas y no tanto, pero se trataba esta vez de una seguidora—. Sin embargo, en la letra pequeña del pacto del grupo había una condición, y era no montar escándalos con ninguna adepta —seguidora, fan, admiradora, o como quisieran llamarlo—, en esta ocasión estaba dispuesto a saltarse las normas. Porque lo prohibido atrae. O, simplemente, porque sí. Porque no le había hecho ni pizca de caso. Y eso dolía.

    —Conoces las normas. Vas a meterte en problemas.

   —¡No seas tan disciplinado! La vida, si ya es aburrida de por sí, terminas por volverla más soporífera.

    —Oye, hazlo por tu carrera. Por la fama. Por el grupo.

    —Respira hondo, hombre. Conozco los límites. Sabré como conducir esto. Ocúpate de averiguar todo sobre ella. Ahora te paso la foto.

    El tipo rodó los ojos. Podía ser su protector hasta cierto punto porque, si traspasaba la línea roja y se metía en este tipo de complicaciones, ambos podrían perder el trabajo.

    —¡No soy ningún detective privado! Además, quítatelo de la cabeza. Y pon los pies en el suelo. Te recuerdo que, en diez minutos, tienes que estar en el estudio de grabación. ¿Recuerdas?

    —¡Mierda! Es verdad.

    —Bien. Muy bien. Entonces, vamos. O a los dos nos caerá una buena bronca.

                                                                         ****

    —Seth, ¿en qué planeta estás? —lo regañó Jayden, su mánager—. Estás haciendo gallos. ¿Te has resfriado, o tienes tu cabeza en otro lugar? —Jaxon esbozó una risilla desde donde estaba. Como su escolta, había presenciado el por qué de su distracción. Y le había dado un toque conociendo la continuación de su desafío.

    —Solo es agotamiento.

    —Siendo así, tómate un chute de ginseng, o de cualquier reconstituyente natural que te espabile, pero, por favor, ¡concéntrate, tío! Te necesito presente —lo regañó.

    —¡Eso! ¿A qué se debe tu despiste, tío? Deja a las preciosidades con las que ligas para otro momento y céntrate en esto. O no te podemos seguir —gruñó entre dientes Noah.

    —No... —Iba a desembuchar sobre el por qué a encontrarse así de reflexivo. Prefirió guardárselo para sí mismo—. De acuerdo. Repitamos.

    —Pero esta vez hazlo bien, ¿quieres? —reiteró Noah echándole la bronca.


    Se pusieron manos a la obra con la canción. Salió mucho mejor. En su mente seguía la imagen de ella. Deseaba encontrarla. Por su condición de famoso y deseado, había conocido a muchas chicas, unas famosas. Otras no tanto. Existía una norma. Y era no armar escándalos con ninguna fan. No flirtear con ninguna de ellas. La prensa rosa se los comería con patatas. Crearían una imagen que ensuciaría su imagen, los haría bajar de audiencia tras las críticas. Eso no interesaba. Pero es que ella era preciosa. Había tocado ese músculo que desencadenaba un ataque de deseo. De querer llegar a ella. Le parecía igual de bonita incluso con el gesto muy fruncido. Incluso aunque lo ignorara.

    —¿Cómo es ella? —preguntó Michael imaginando que en su distracción se debía a una mujer. Y le había dado fuerte.

    —Seth es un mujeriego con suerte. Seguro que ha encontrado un nuevo objetivo que conquistar y está pensando en cómo conquistarla —interrumpió Paul con un gesto de diversión.

    —Como sea necesitamos tenerlo con la mente fresca. Porque, en caso de tener una empanada mental de mil demonios, nos arrastrará con él hacia desastre.

    Seth negó.

    —¡Dejad de criticarme! Sigo en plan productivo. Además, he escrito una canción nueva para el grupo.

    —¡Eso está mucho mejor! —Lo felicitó Reid aplaudiendo—. Pues ensayemos. Necesitamos aprendérnosla rápido.

    Se pusieron con la canción. Tenían que aprenderse bien los acordes. La entonación. La letra. Seth le había puesto como título: «Alas de libertad».


  «Traspasaré el infierno.

Surfearé,

incluso las nubes del cielo

para llegar hasta ti.


  Te daré mi vida.

Te daré mi ser.

Trátame bien

seré,

lo que quieras que sea.


  Acéptame, nena.

Te haré sentir completa.

Serás todo cuanto deseo.

Te amaré bajo la luna

llena.


    Bebe en mi cuerpo,

absorbe mi vida

repasa mis sueños

colocate sobre mí

ámame como tú

solo sabes hacerlo.


  Sé que eres tú,

a quien le pertenece

mi corazón.

Sé que eres tú

a quien deseo amar

todas las noches,

ebrio de tanta pasión.


  Acéptame, nena.

Te haré sentir completa.

Serás todo cuanto deseo.

Te amaré bajo la luna

llena.


  Dame alas para volar

dame tu permiso para amarte.

Entrégate entera a mí

no sabes cuánto te amo.


  Oh, oh, oh no sabes cuánto te amo (bis x3)».


    Cada músico se acabó acoplando perfectamente a la canción que Seth había creado. Aprendían con rapidez. Al finalizar, Jayden aplaudió desde el otro lado del cristal. Estaba acompañado del dueño de la discográfica.

    —¡Sois unos cracs! Tenéis un potencial tremendo —los felicitó.

    —Siempre y cuando el cantante no se ponga en plan tonto —protestó Noah lanzándole una mirada a este cargada de resentimiento.

    —Lo hará bien. Por eso no te preocupes. Para eso estoy yo. Para que nadie se me desmadre —explicó serio.

    —Ojalá y pudiera creerte —gruñó este en un tono de decepción. Se acercó a él en cuanto los dejaron un instante solos—. Estamos en el mejor momento de nuestras carreras. Espero que no lo estropees haciendo una de las tuyas —avisó—. Olvida a las fans. ¿La chica es una seguidora? O, de lo contrario, no habrías dudado la hora de de traerla a la grabación para alardear de ello.

    —Eso no te incumbe.

    Lo agarró de la sudadera con la mirada hirviéndole de rabia.

    —Si tú te vas a la mierda, me arrastrarás contigo. ¡Nos arrastrarás a todos! Piénsatelo bien. No nos decepciones. O tendremos que echarte del grupo —lo amenazó.

    —Eso no pasará.

    Lo soltó de golpe.

   —No. Claro que no. Porque no dejaré que eso ocurra. Como decía, antes cambiaríamos de vocalista. Te sustituiríamos enseguida. —Lo señaló—. Por lo que no juegues con fuego si no quieres quemarte —siseó entre dientes.

    —¿Una fan? ¿Se trata de una fan? ¿Vas a meter en un compromiso a una pobre chica que se ciega solo con tu voz y tu imagen, y que no podría ajustarse a esta vida? ¡Vas a amargarle la existencia! Perdería inmediatamente toda su privacidad. Su vida personal estaría tan expuesta como las nuestras. ¿Acaso no lo has pensado? —lo reprendió Paul.

    —¡El dolor de cabeza nos lo llevaremos nosotros si te metes en líos! —gruñó nuevamente Noah.

    Seth lo ignoró. Aunque le jodía que tuviera razón. Podrían irse al infierno por ello. Y aun así, él quería sobre ella. ¡Ironías de la vida!


                                                                                   ****

    Quería confirmarlo. Necesitaba que Daria le asegurara que era verdad lo del concierto. Que, en realidad, tenía en su poder las entradas. Miró la hora. Ella estaría comiendo para regresar al trabajo, como ella.

    —¿Qué pasa, Ámbar?

    —Mándame la captura de las entradas por el teléfono.

    —No puedo. Solo están reservadas. Las recogeremos en taquilla.

   —¡Es un farol!

    —No. No lo es. Espera... —Buscó por internet el recibo de la adquisición. Hizo una captura de pantalla y se lo mandó—. ¿Ves como no miento?

    —¡Madre mía! Es cierto —gritó emocionada consiguiendo que Daria apartase el teléfono de su oreja por un momento para no ensordecerse—. No puedo creerlo. Esto es tan... a un paso de estar más cerca de mi ídolo.

    —Lástima que no pueda ver tu cara en este momento. Debes de poner esa mueca de atontada que me hace tanto reír.

    Se llevó una mano a la mejilla. Esta ardía. Estaría ruborizada.

    —¡No digas tonterías! Sabes la ilusión que me hace.

    —Por eso me adelanté.

    Misha maulló a sus pies.

    —Hasta tu gato se ha dado cuenta de tu desfase.

    —¡Cállate ya! Lo cierto es que tengo la comida ya hecha puesta sobre la encimera de la cocina. Y quiere que le dé. Ya sabes. La comida humana huele divinamente.

    —¡De eso nada, minino! —lo regañó Daria desde el otro lado del auricular.

    —¿Sabes? He tenido que hacer la compra por dos veces.

    —¿Y eso por qué?

    —Me tropecé con un tipo al salir del super. Y como llevaba las bolsas en una mano haciendo equilibrios, todo se fue al suelo. Mi compra se perdió. Dinero tirado. No sabes lo que duele desperdiciarlo así.

    —¿No le pediste al tipo que te pagara el estropicio?

    —A ver, fue más culpa mía que suya. Yo fui quien salió de la tienda con velocidad, sin cerciorarme de si venía alguien por la acera o no.

    —Entiendo.

    —Igualmente, se ofreció a pagar una parte. Le dije que no. Me sentiría culpable si lo hiciera.

    —Te entiendo.

    —Tenía unos ojos preciosos. Un azul índigo divino que solo él y Seth tienen, a mi gusto. Se ocultaba bajo una máscara negra que le tapaba la parte inferior de su rostro. Ya sabes, como los cantantes coreanos cuando se echan un garbeo por la ciudad. Oculto bajo una gorra. Me da que buscaba ocultarse. ¡Qué raro!

    —O estaría enfermo. O quizá era un famoso que buscaba pasar desapercibido. Nunca se sabe.

    —Un famoso... No tengo esa suerte.

    —Tal vez sí. ¡Quién sabe!

    —¡Venga ya!

    —Bueno. Tú tranqui, que pronto verás al amor de tu vida.

    —Al amor de... ¡Ya quisiera yo! El tío está de toma pan y moja.

    —Quién. ¿El tipo de la mascarilla?

    —¡Seth, tonta!

    A Daria se le escapó una carcajada.

    —Me parece que ya somos mayorcitas para estas cosas.

    —Lo sé. Pero es que él está tan...

    —... Bueno, Que sí, mujer. Que sí. Vale. Cuelgo. En nada tengo que regresar al curro.

    Ámbar bufó desganada.

    —Yo también.

    —De acuerdo. Chao, preciosa.

    —Hablamos.

    Finalizó la llamada. Perdió la mirada en la nada. Se rio de repente con una risilla burlona. Sí que parecía una adolescente. Tenía que empezar a convencerse en madurar. Pero es que Seth estaba como para hacerle un favor tremendo. «Será mejor que te busques a alguien real que llene tu vida». Real... El que se suponía que tenía que llenarla había sido lo suficientemente canalla como para dejarla tirada. ¡Menudo imbécil! Un capullo con dos caras que acabó por huir; por abandonarla. ¡Cobarde!

    El bip de cada producto pasando por el lector del código de barras de la caja no es que le quitara la distracción. En su cabeza las ganas enormes de ir al concierto. Tantísima ilusión. Y luego recordó al tipo de los ojos azules insistiendo en ayudarla por lo que se había provocado. Quizá habría sido un poco dura con él. Sin embargo, se negaba a dar datos a los extraños ocurriera lo que ocurriese. No importaba. Total, no es que tampoco se hubiera dejado una fortuna en la siguiente compra, más lo que se había perdido. Aunque sí le dolería a final de mes. ¡Si no hubiera ido tan distraída!

    Como de normal obtuvo un sinfín de reproches por culpa de su compañera de trabajo. ¿Es que aquella chica vivía eternamente amargada? ¿Se creía dueña y señora del lugar o qué? Y desde luego se negaba a cambiar de trabajo por ella. Allí estaba a gusto. Y la dueña era una mujer maravillosa. Si tenía que largarse, que se fuera Abie que era la que estorbaba.

    —Has equivocado el lugar de las latas de refresco. Van allá —la volvió a reprender.

    —La señora Mathew me dijo que las pusiera ahí —le insistió tajante.

    —Cámbialas allá. Van mejor al lado de aquellas.

    —No lo haré. Ella dijo que aquí y será aquí.

    La dueña, escuchando el jaleo se les acercó. Había clientes en la tienda. No era como para andar peleando.

    —Vamos a ver, ¿qué ocurre?

    Ámbar le explicó lo que estaba pasando. Lo que Abie se había empeñado en cambiar y que ella se negaba rotundamente a desobedecer las normas de la dueña, por supuesto.

    —Abie, por favor, déjalo ya. Estás armando una bulla que no es ni medio coherente, además de no tener razón. Yo le dije que las pusiera ahí. Y ahí irán. Así que te ruego que dejes de levantar la voz. Estás llamando la atención —la regañó.

    —¡Claro! Ella hace las cosas mal. Y yo que las hago bien soy la que me llevo la torta.

    —Estoy muy contenta con las dos. No me obligues a pensar lo contrario de ti, por favor.

    Abie miró a su compañera de trabajo gruñendo como un animal herido. Le dedicó una mueca de ira y de insatisfacción. De puro resentimiento.

    —Pues nada. —Alargó el brazo en un ademán de darle paso a la tarea—. Tú misma.

    A Ámbar le entraron unas ganas inmensas de abofetearla por su insolencia. Se tuvo que tragar las ganas y hacer el trabajo adecuadamente si no quería perder puntos frente a la dueña. No podía ponerse al mismo nivel que aquella revolucionaria que sí que no le importaría saltarse cualquier norma.


    Llegó a casa enfadada, agotada, pero más agotada mentalmente por culpa de la «niñita impertinente». Misha salió de inmediato a recibirla con unos maulliditos de cariño y un roce entre sus piernas en busca de mimos.

    —Hola, cariño. Mamá ha tenido un mal día —le explicó pasando una mano por su lomo—. Me he quedado con unas ganas de atizarle a esa bruja asquerosa. —Misha volvió a maullar bajito. A ronronear—. Lo sé, lo sé. Estás feliz de ver a mamá. Suerte que te tengo —comentó al minino, feliz de verdad por ello.

    Se duchó. Se puso ropa cómoda. Tenía que finalizar algunas tareas que le habían quedado pendientes por el mediodía. Y sacar algo del congelador o del frigorífico para la cena. Estaba más cansada que hambrienta. Pero si no comía, se quedaría como un fideo y tendría muchos problemas con su madre cuando fuera a visitarla con semejantes pintas. Sonó el timbre del telefonillo. ¿Y ahora quién era? Ya no eran horas de visita.

    —¿Me puedes abrir? —preguntó una voz honda, áspera y agradable. Seguramente, sería alguien que vendría a visitar a algún vecino. Pero, ¿y por qué no llamaba a su timbre? «¡Qué ganas de visitar al resto de los vecinos!»

    —Claro —dijo en un hilo de voz presionando la palanquita que abría el portón.

    Regresó a la cocina. El horno microondas aún estaba puesto en descongelación. Echo un vistazo y le faltaba un poco más. Le puso unos pocos minutos más. Y sonó la puerta.

    Misha corrió antes que ella curioso por quien estuviera allí afuera. Ámbar decía que tenía complejo de perro porque un gato suele echar a correr a esconderse frente a los desconocidos. Y el gatito blanco era un gran descarado. Se miró antes de nada. Suerte que se había puesto ropa de deporte, y no un pijama. O tendría que correr a ponerse una bata. Porque le daría vergüenza mostrarse de semejante guisa.

    Abrió, con Misha a sus pies, intrigado.  El corazón le dio un vuelco. Allí afuera había un tipo que bien podría ser el clon del mismo Seth.

    —¡Ay! ¡Por Dios! —dijo junto a un grito ahogado llevándose las manos a la boca.

    —¿Puedo pasar?

    Identificó al tipo de los ojos de color índigo como el tipo con el que se tropezó. ¿Cómo la había encontrado?

    —Eres...

    Él estiró el brazo mostrando la palma de su mano.

    —Soy Brayden Walker.

    Dudó un poco. Le acabó estrechando la mano.

    —Ámbar Thompson. Pero, dime algo, ¿Cómo sabes dónde vivo? ¿Cómo lo has averiguado?

    El pequeño minino se adelantó con su pedida de mimos rozándose en el bajo de sus perneras a la espera de ser recibido al mismo nivel de cordialidad. Le vino de perlas para esquivar una pregunta así de comprometida.

    —¡Ay, mira qué cosita! —Se agachó para acariciarlo. Rascó un lado de su cabecita y él lo agradeció cerrando los ojitos al tiempo que ronroneaba—. ¿Cómo te llamas, pequeñín?

    —Misha. Se llama Misha —respondió su dueña por él. Obvio.

    —Misha. —El gatito maulló como si lo confirmase—. Me gusta el nombre. —El pequeño minino olió la comida que él tenía escondido en los próximos peldaños dentro de unas bolsas—. ¡No, precioso, no! Eso no es para ti. Eso es una parte de compensación para tu dueña.

    —¿Compen...? ¿Por qué? ¡No hacía falta! —contradijo ella entre aspavientos, ruborizándose.

    Las sacó del escondite. Las sacudió frente a ella.

    —Es comida asiática. Estoy seguro de que se te hace la boca agua solo con su aroma —largó con un tono sátiro—. ¿Cenamos? Esto se enfría —sugirió, con una sonrisa ladina.

    Ámbar no podía apartar la mirada de él. Tenía muchos reproches que escupirle en su cara por su atrevimiento a espiarla, a descubrir su escondrijo, a invitarla a cenar sin que ella se lo pidiera. Por cabezota y desafiarla de ese modo. Las tripas le rugieron. La sonrisa ladina del chico se ensanchó.

    —Pues sí, Misha precioso. Tendremos que dar de comer a tu dueña antes de que esta se muera de hambre.

    Ella le dedicó una mueca contradictoria y de burla.

    —Muy gracioso —bisbiseó. Bajó la mirada hacia el minino—. Y tú eres un peludo insurrecto —susurró, señalándolo con un dedo mientras fruncía el cejo. ¡Menuda escena! Y en menudo compromiso acababa de meterse sin buscárselo.


    El chico la ayudó a poner la mesa. Ella seguía observándolo desde todas las perspectivas posibles. ¡Era exactamente igual que él! ¡Menuda suerte conocer a alguien tan... igual! Esos ojos de color índigo. Bien podría dedicarse a hacerle de doble cuando tuviera que salir y arriesgar su vida. Dudo que este que tenía delante quisiera hacerlo. Igual, ni conocía a ese cantante.

   —¿Qué pasa? —preguntó él sintiéndose un poco sorprendido.

    —Eres...

    —¡Lo sé! Lo sé. —Alzó una mano—. Ni lo menciones. Eso me tiene hasta las narices. ¿Qué quieres que te diga? Aunque hay momentos que resulta divertido. ¿Sabes lo gratificante que es ver a alguna chica que se hace un selfi contigo y se marcha satisfecha después de creer que eres ese famoso que tanto desean?

    —¡Qué bien te lo pasas burlándote del mundo!

    —No. Yo solo me... —Iba a decir que se protegía cuando mentía así diciendo que era el doble de aquel cantante, por desgracia, cuando era el real—. Solo las contento un poco.

    —¿Te haces muchos selfis con las chicas?

    Rodó los ojos resoplando.

    —Si tengo que serte sincero, los rechazo. No me van las fotos.

    —¡Mentiroso! Seguro que hasta te sientes orgulloso de suplantar a alguien de semejante calibre. ¿No has pensado que podrían denunciarte?

    —Esa es otra razón por la que me ando con tanto cuidado.

    —Ya.

    —Pero tú no eres una adolescente. ¿Cómo es que te gusta tanto este cantante?

    —¡No he dicho eso! —gritó molesta.

    —Se te nota a kilómetros.

    —Bueno. Tiene una música muy chula.

    —Una música... chula.

    —Sí. ¿Y?

    Se encogió de hombros.

    —¿Y qué hay de su aspecto?

   —¡No te pases!

    Sacó unos cuantos billetes y se los puso delante.

    —¿Y esto?

    —Por el destrozo. Por favor, acéptalos.

    —Aquí hay mucho más de lo que me gasté. No puedo —los apartó—. Con la cena me vale.

    Tardó un poco en recoger lo rechazado. Ella no se volvía atrás. Sonrió devolviéndolos a su cartera.

    —No me parece suficiente.

    —No seas tan exagerado. Ya me está costando meter a un desconocido en mi casa, cenar con él sin echarlo de una patada en el trasero porque podría ser un tipo peligroso y terminar la noche mal.

    Alzó las manos a la defensiva.

    —¡No soy un tipo peligroso! —Hizo una cruz sobre su pecho—. Lo juro.

    Misha le rogaba comida. Bajó la mano hasta él rascándole la cabecita.

    —Es adorable este pequeño. ¿Crees que no reconocería a un tipo peligroso en cuanto lo viera? —bromeó bajando la mirada hacia el pequeño felino.

    Ámbar se rio.

    —Él sería capaz de dejar entrar a un asesino en serie mientras este se dedicase a llenarlo de mimos. Es un traidor —lo señaló.

    Brayden se rio. Su sonrisa... era la misma que cuando el mismo Seth lo hacía. ¿No era de lo más extraña la situación? Pues podría pedirle un selfi con él y mentir a Abie para que cerrara el pico fardando. Estaría genial jugar de ese modo con ella. Porque a su compañera de trabajo también le gustaba Seth. Suerte que en el concierto del sábado habría tanta gente que sería prácticamente imposible colocarse en la misma porción de espacio que ella. ¡Sería irrespirable! Insoportable.

    —Tu dueña no se fía de ti.

    —Mírate. A ti. Aquí dentro.

    —Solo he venido a saldar mi deuda.

    —Claro. ¡Excusas!

    —¿Qué? ¿Vas a pedirme un selfi? Porque no puedo hacerlo.

    —¡No! No —respondió entre nervios—. No quiero ninguna foto contigo. ¡Qué tontería!

    —¿Quieres que lo hagamos?

    El rojo ascendió a su rostro arrasándolo por completo

    —¿Cómo?

    —El selfi, digo. —Ladeó la cabeza—. ¿Qué habías pensado?

    —Con eso. Con la foto. Claro.

    Brayden estalló en una carcajada.

   —Eres tan divertida.

    «Y tú estás buenísimo. Tan bueno como el mismo Seth. Te comería entero».

    —Tendremos que terminar. Quiero lavar los platos antes de acostarme. Mañana trabajo.

    —También yo.

    Ámbar no había dejado de escuchar el teléfono vibrar en su bolsillo. Brayden lo tendría en silencio.

    —Estás muy solicitado —largó, pensando en alto—. Ay. Lo siento. Lo he dicho sin pensar...

    —Ya conoces esto de los grupos de amigos, familia y tal. No dejan de sonar. Es un poco molesto.

    —Sí. Un poco bastante.

    —Me entiendes. Supongo que te ocurre igual.

     —Algo así.

   Se acabó lo que le quedaba en el plato. Y se levantó a recoger todo.

    —Te ayudo.

    —No. No es necesario.

    —Sigo realizando mi pago. Si no te importa.

   —Ah. De acuerdo.

    Olía muy bien. Olía a ropa limpia. A agua de perfume de hombre suave. Y un poco a él. Se regañó mentalmente para bajarse de las nubes. Porque verlo moverse por la casa imaginando que era el mismo Seth quien había ido a visitarla la estaba excitando en gran manera. Sacudió la cabeza con fuerza cuando no la vio tratando de borrar todo en su cabeza. «Para, loca, para».

    Hablaron un poco más mientras lavaban los platos. Durante la cena, la conversación había sido algo más esquiva y tímida. Ahora él le preguntaba qué tipo de películas le gustaban, qué tipo de música y sus aficiones para conocerla algo mejor. Ella respondía todavía con el tono tímido. Seguía siendo un extraño que había dejado meterse en su casa.

   —El sábado hay un concierto de mi doble —largó divertido.

    —Tengo entradas.

    —¿Quieres que te consiga entradas Vip con mi hermano gemelo?

    Rio nerviosa.

    —Más quisieras. Que fuera tu gemelo.

    —Si lo fuera podrías conocerlo.

    —Claro. Claro. Vale. Me estoy avergonzando. Parezco una adolescente en pleno ataque de histeria colectiva por un ídolo.

    Él sonrió más suave y calmado. Más ensimismado con ella. ¿Cómo podía tener tantas mujeres a su alcance y que ella lo atrajera de semejante manera? ¿Puede que fuera capricho? Puede que fuera el momento. Puede que fuera que ella era «prohibida».

    —No me mires así. Me estoy poniendo nerviosa —le confesó.

    —Perdona. Perdona. —Brayden seguía sin bajar la mirada. Sin moverse un ápice. Al igual que ella que era incapaz de cambiar de posición con los nervios. Se miraban. Sentían cómo la piel se encendía. Tan despacio como el león que, con tanto sigilo caza en la sabana para no ser descubierto se acercó a los labios de ella y la besó. No esperaba ser recibido, en vez de rechazado. Ámbar cerró los ojos un instante sintiendo el beso agradable. Recibiéndolo sin prejuicios. Cuando el breve beso terminó Brayden apartó un poco el rostro sin dejar de observarla; viendo como abría poco a poco los ojos.

    —No dirás que puedas quejarte cuando has besado al gemelo de Seth.

    —Ya... ya... —respondió ella con la respiración entrecortada—. Pero esto... —Reaccionó retrocediendo unos pasos mientras se mordía el labio—. Esto es... no.

    —Entiendo. Lo siento si te he molestado.

    —¡No! Bueno... yo... Acabemos esto. Los platos no se lavan solos —se excusó en un cambio de tema.

    —Claro.

    Misha se había recostado sobre uno de los taburetes que había en la cocina abriendo de vez en cuando un poco los ojillos para volver a cerrarlos.

    —Vaya. Parece que tu escolta no me pierde de vista —bromeó él quitándole hierro al asunto. Ámbar había enmudecido tras el beso.

    —Hace mucha compañía. Sí.

    —Es precioso. Y ya nos hemos hecho amigos —alardeó.

   —Ya te digo que bien podría hacerse amigo de un asesino en serie y estar así de tranquilo.

    Fue a llevarse la mano al pecho en un ademán dramático. La detuvo a mitad camino porque la llevaba goteando.

    —Me ofendes. Ofendes a mi gemelo Seth.

    —¡Muy gracioso!

    Terminaron de lavar los platos. Se acercaron hasta la puerta. Brayden estuvo a punto de robarle otro beso, pero ella lo detuvo.

    —Esto va muy deprisa. No...

    —No pasa nada. Tampoco quiero molestarte.

    Ella sonrió asintiendo.

    —Bien. Gracias por la cena.

    Sacó el teléfono.

    —¿Me darías tu número?

    Frunció el ceño.

    —¿Sigues con esas?

    —Pues claro que sí. ¿No se lo darías al doble de Seth? Nos queda pendiente hacernos un selfi.

    —Ah, claro. Cómo no.

    —¿Entonces?

    El teléfono de este seguía vibrando. Se encendió el suficiente rato como para saber que se trataba de una llamada. Ámbar señaló hacia su teléfono.

    —Te buscan.

    —Lo sé. Pero antes...

    La muchacha rodó los ojos con una risilla de suficiencia y derrota.

    —¡De acuerdo! —Tomó aire antes de dictar—. Apunta. Y luego llama a quien te insiste antes que se cabree contigo —le recordó con una risilla desenfadada.



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