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Prólogo: El Secreto de Jesus

Valencia ciudad de Venezuela año 2022

mes junio

Valencia, junio de 2022. La ciudad, envuelta en un manto de lluvia incesante, parecía susurrar secretos a través de las ventanas empañadas. En una casa de paredes blancas y aroma a mandarina, Nube esperaba ansiosa la llegada de su madre. El reloj marcaba las cinco, y Nube ya había revisado el reloj un millón de veces. El crepitar de la leña en la chimenea era un eco lejano en su mente, eclipsado por la ansiedad. Cada minuto que pasaba se sentía como una hora. Su madre, a sus 72 años, emprendía un viaje de ocho horas desde Falcón solo para celebrar su cumpleaños. ¿Estaría bien? ¿Habría algún retraso en el autobús?

Después de un largo viaje, llegó a la casa de su hija a horas de la tarde. Para su sorpresa, fue acompañada de su nieto Jesús. Cree o, mejor dicho, está segura de que su hija podrá ayudarlo; ella desde niña ha demostrado ser de corazón noble, humilde y muy temerosa de Dios. Nube tenía varios años sin ver a su sobrino Jesús, quien ya es todo un joven muy apuesto con unos hermosos ojos marrones, muy parecidos a los del abuelo Ramón.

Al llegar a la casa de su hija, hablan y conversan de cómo estuvo el viaje y tomar un poco de café caliente. Está haciendo frío en la habitación, ya que son meses de lluvia. Se sientan justo frente a una gran ventana de vidrio; las gotas de lluvia se resbalan sobre ella, dejando las marcas de varios caminos transparentes uno sobre otro. El color blanco de la habitación predomina y justo frente a la pared del lado derecho se encuentra un hermoso retrato pintado a mano del Sagrado Corazón de Jesús, y justo bajo el precioso cuadro, sobre el piso, está apostada una mesa de material cristalino, con un pedacito de vela encendida que está a punto de apagarse. Predomina una fresca fragancia a mandarina que transmite paz y silencio en toda la casa.

Han pasado unos tres años desde la partida de Antonieta fuera del país. Nube y Elida han estado pasando más tiempo juntas.

Nube: —Mamá, ¿te acuerdas de esa vez que te leí en voz alta el capítulo sobre la niña y el dragón? Te reíste tanto.

Elida: —¡Cómo olvidarlas! Siempre me preguntaba dónde se te ocurrían tantas ideas. Y ahora, con este libro... ¡Estás siguiendo tus sueños!

Nube: (Sonriendo) —Sí, mamá. Es como si hubiera puesto un pedacito de mi alma en cada página.

Elida: (Tomando la mano de Nube) —Estoy segura de que será hermoso.

Luego se levanta hacia la imagen del Corazón de Jesús y menciona —Ese tronco de la vela está que se apaga, hija... —menciona su madre al observar la pequeña luz que titubea a punto de desaparecer. Toma un velón que se encuentra dentro de un tarro al lado de la mesilla, lo enciende con el aún encendido cabo de la vela y sigue iluminando la sagrada imagen.

Minutos después, Nube observó a Jesús, pero notó algo muy extraño en él. Es un chico muy callado, habla muy poco, solo saluda, y se mantiene en silencio. Sin embargo, la abuela está feliz saludando a todos con la alegría de sentirse como en casa. Por otro lado, los niños de Nube están felices por la visita y más aún por los dulces que llevó, les ofrecen una grata bienvenida. Pero, ya para su edad y lo tedioso del viaje, está algo cansada y se acuesta un rato. Creía haberse quedado dormida por unos minutos que en realidad fueron horas.

Se dirige a la cocina a preparar algo de comer para cuando su mamá despierte. Los niños se encierran en su habitación a estudiar, y Jesús se queda en la sala de la casa. Toma el bolso que aún está sobre uno de los muebles en un pasillo y saca sus audífonos, se los coloca en los oídos, para luego tomar un cuaderno y lápiz de grafito con el que suele viajar y tomar notas de letras, rimas para componer canciones.

Se sienta en un lugar cerca de la cocina, justo frente a la otra ventana, que ofrece una preciosa vista hacia una larga calle alejada de todos. La brisa causada por la lluvia incesante mueve con fuerza las ramas de un grandioso y altivo árbol de nísperos en el patio de la casa y deja caer algunos de sus frutos al suelo. Esto causa chispados con un sonido fuerte: "Chuasj...". El agua turbia llena de lodo parte del jardín y busca desesperada por donde salir, brotando por las orillas de la cerca hacia la calle, alejándose como un pequeño río.

De esta forma, pasa la vida por nuestros ojos sin darnos cuenta, —piensa Jesús, mientras está sumergido en sus pensamientos, con el lápiz en sus manos ya listo para escribir. Aunque Nube está ocupada en la cocina, no deja de mirarlo, lo nota pensativo, como si su mente viajara a otro lugar, trasladando su pensamiento a lugares imaginarios.

—Qué extraño chico... tan joven y se comporta de forma rara para su edad... Podría jurar que se parece a mí cuando niña, —continúa organizando la cocina y piensa en silencio, como una forma de no recordar algo que quiere dejar atrás—. Eso ya es parte del pasado, ahora son otros tiempos—exclama Nube, observando a Jesús sin que él se dé cuenta.

Dos horas después, despierta su madre y Nube, mientras le ofrece un té de malojillo (planta medicinal para relajarse), para calmar el dolor de los músculos y el dolor de cabeza, le pregunta:

Nube: —Mamá, ¿Qué pasa con Jesús? Me preocupa su silencio. Creo que esconde algo o no se siente bien... —diserta mientras lo observa desde lejos y a la vez seca con un paño las vajillas de la cocina y las va colocando en su lugar. La estufa luce fresca, una de las ventanas frente al patio, está abierta y entra con la ayuda de la brisa fría, diminutas gotas de agua, que enfrían toda esta parte de la casa. El olor a tierra mojada impregna todo el lugar, mientras la cafetera está lista para colar más café caliente.

Elida: —Sí, hija, por eso estamos aquí... —responde Rosa, en un tono de voz muy bajo para que él no escuche y a la vez con preocupación, sosteniendo en su mano una taza de café caliente. Últimamente ha estado pasando por momentos muy difíciles —le manifestó.

Las dos lo observan mientras comentan, pero Jesús no se da cuenta, está mirando por la ventana y contemplando el paisaje, es una forma de encontrar melodías entre el paisaje que dibuja la lluvia.

De esta forma, se dirigen por un corredor, decorado con potes de arcilla roja, materos sembrados de flores de diferentes colores donde predomina la cayena roja y blanca, la fragancia de las hojas de albahaca morada que predomina en aquel lugar de la casa. Ahí se encuentra una hamaca finamente tejida de color gris, donde Nube suele sentarse por la tarde a descansar, justo al lado está un sillón acolchonado.

Nube toma el sillón mientras su mamá se acomoda en la hamaca y comienza a mecerse lentamente, causando un pequeño chillido al chocar las tiras de la madera contra el piso de cemento. Y es así como su madre le cuenta todo lo que ha estado afectando a Jesús desde hace meses atrás, dejándola más que preocupada e inquieta por lo que atraviesa el joven.

Nube y Elida están sentadas en la hamaca, mirando hacia el jardín. La noche caracterizada por la lluvia intensa, las hace abrigarse un poco.

Elida: — (Suspira) Recuerdo cuando eras pequeña, Nube. Siempre estabas metida en algún libro o escribiendo historias.

Nube: — (Sonríe) —Sí, mamá. Siempre me ha gustado perderme en otros mundos.

Elida: —Y mira cómo te ha servido. Ahora confío en que ayudaras a Jesús a encontrar su camino.

Nube: — (Asiente) —La vida da muchas vueltas, ¿verdad, mamá? A veces siento que todo está conectado de alguna manera.

Elida: —Así es, hija. Todo está conectado. Y a veces, las cosas más pequeñas pueden tener un gran impacto en nuestras vidas. — (Sonríe) —El destino tiene maneras misteriosas de unir las cosas.

Nube: — (Mira a su madre con preocupación) —Mamá, ¿crees que Jesús pueda superar esto?

Elida: — (Toma la mano de Nube) —Creo que sí, hija. Todos tenemos nuestros momentos difíciles, pero con paciencia y amor, podemos salir adelante. Recuerda que tú fuiste quien me ayudó a superar mi propia oscuridad.

Nube: — (Se emociona) —¿Yo?

Elida: —Sí, tú. Cuando eras pequeña, me enseñaste a ver la belleza en las cosas simples. A encontrar esperanza en medio de la adversidad.

Nube: — (Abrazando a su madre) — Gracias, mamá. Eres mi inspiración.

Elida: —Y tú eres la mía, hija.

Nube: — (Se separa un poco) —¿Sabes, mamá? A veces siento que Jesús y yo somos muy parecidos.

Elida: — (Asiente) —Todos tenemos un poco de cada uno de nosotros. Y eso está bien. Lo importante es aprender de nuestras experiencias y crecer juntos.

Nube: — (Mirando hacia el cielo) —Espero que podamos ayudarlo a encontrar su camino.

Elida: — (Sonríe) —Lo haremos, hija. Lo haremos.

Llegó la noche y Nube lleva el equipaje que traen a una habitación ya preparada para que pasen las noches siguientes. En la misma, predomina el color azul cielo, y sobre una mesa pequeña se encuentra un ramo de rosas que colocó para su madre, una cama grande para que duerman los dos, decorada con unas hermosas cobijas de algodón muy suaves con detalles estampados de pequeñas flores margaritas y girasoles amarillos. Estar en esa habitación eleva su pensamiento a lugares fantásticos cubiertos de la fresca vida en las lomas y bosques.

—Espero que mi madre se sienta como en casa—murmuró en silencio.

Traslada la maleta hacia la cama y se sienta a un lado, quiere organizar todo el equipaje. Abre la maleta que trajo para organizar su ropa y medicinas. Y cuando termina de tomar todo para organizar en el escaparate, saca del maletín un pequeño y viejo diario. Lo toma y su corazón comienzan a latir rápidamente.

¿Este diario lo he visto antes? —se preguntó a sí misma en voz baja y algo confusa al ver ese diario. Estaba viejo, su portada borrosa, tenía muchas páginas sueltas dentro de él bien organizadas; solo se detalla que en algún momento fue muy bello, con tonalidades color rosado y algo de figuras en forma de corazones o rosas blancas muy pequeñas, parece haber sufrido daños por la humedad. Algo confundida llamó a su mamá; quiere preguntarle algo, lo sé por la forma y tono de voz al llamarle algo preocupada.

—¡Maita...! —calló por un momento y continuó— ¿Y este diario...? Creo que lo he visto antes, pero... algo dudosa—no recuerdo. ¿de dónde lo sacaste?

En ese momento, Elida se encontraba sentada en un sillón tipo mecedora, leyendo la Biblia como de costumbre todas las noches. Cerró el Santo Libro, se acercó a ella, y le dijo:

—Hija... ¿No me digas que lo olvidaste...? Fue el regalo de graduación de preescolar de tu maestra la monja... ¿Te acuerdas de ella? —le menciona con un tono de voz lleno de satisfacción, por saber que eso haría feliz a su hija, volver a ver su apreciado diario.

Y así, comenzó a aparecer en su pensamiento una historia resumida de su niñez y su paso por la escuela. Nube recordó a su maestra y ese hermoso regalo que ella le obsequió y le pidió que cuidara... pero lo había perdido hace años. Cerró sus ojos llenos de lágrimas para dejar salir un suspiró lleno de sentimiento, como una sensación de encontrarse con un viejo amigo después de más de 30 años.

—¿Maita, ¿Dónde lo encontraste...? Todos estos años creí que ya no existía ni rastro de él... ¡Al perderlo me resigné a que jamás lo encontraría!

Y ella, con una sonrisa, le comentó:

—Estaba sacando todas las cosas viejas de las maletas, cajones de madera, escaparates y cajas viejas para hacer una venta de garaje... Y dentro de una de las cajas donde guardamos los libros de la escuela, estaba este diario.

Así, la tomó de la mano y se sentaron en la cama, mientras su mamá continuaba explicando:

—Me acordé de que era tuyo y decidí traerlo... sé que han pasado los años, pero aún le puedes dar un buen uso, hija... ¡sus páginas están en blanco!

Por su pensamiento pasaban tantas preguntas. ¿Quién lo guardó...? Preguntó de inmediato:

—¡Lo busqué tantas veces y jamás lo encontré! —exclamó muy impresionada, pero a la vez asustada, ya que lo había dado por perdido hace años.

—Lo dejaste olvidado bajo el gran árbol de cují y el fuerte viento y la lluvia arrancaron parte de sus páginas y lo humedecieron... —le respondió su madre, notándola de alguna forma feliz de volverlo a ver, y añadió — Pero Isaías logró hallarlo y recogió las páginas y te lo trajo esa misma noche. Ya era muy tarde y no quiso despertarte.

Mientras le explicaba, ella se sentó en el piso a detallarlo bien. Aún se notaba su cara de asombro de verlo en sus manos nuevamente. Su madre, al verla, le comentó: — ¡Dormías, decidí colocarlo dentro de una caja para que nadie lo tocara porque aún estaba mojado...!, y olvide por completo entregártelo hija... Quedó guardado en el tiempo que ha pasado. —Pero ella solo escucha lo que habla, o tal vez su mente está en otro lugar, recordando y dijo:

—¿Isaías...? Solo recuerdo haberlo usado una tarde, cuando él respondía mis preguntas y yo tomaba nota. Después de lo que pasó, no quise volver a escribir en él —pensó en voz baja.

Elida continuaba leyendo el libro sagrado, mencionando:

—¡Qué palo de agua, hija! Parece que se cae el cielo.

Luego, se concentró nuevamente en la lectura del libro de Eclesiastés. Por otro lado, Nube tomó el diario y caminó hacia su habitación. En ese lugar predominaba el color gris satinado con pequeños destellos de rosa vieja que combinaban perfectamente con los vestidos de la cama. Lindas telas floreadas de colores claros inducían al otoño.

Una mariposa de color azul, con pequeños bordes blancos y negros, revoloteaba por la habitación hasta posarse en una de las paredes. Quedó atrapada en la habitación por los fuertes vientos de la tormenta que le impedían salir por la ventana. La cortina, de color blanco casi transparente, se movía con la brisa. La ventana estaba abierta y pequeñas gotas de lluvia caían sobre el piso, humedeciendo parte de ese lugar. Justo al lado se encontraba otra silla mecedora, tejida a mano con material de cuero, y encima unas gruesas almohadas acolchonadas de color verde manzana, siempre lista para sentarse sobre ella a leer un buen libro y tomar café por las mañanas.

Nube se acercó y sutilmente cerró la ventana. Luego se sentó sobre la mecedora, con la mirada hacia el patio de atrás, donde se posaban dos grandes árboles de mango que ya estaban floreciendo y a punto de dar sus frutos. Mientras observaba la lluvia caer y los relámpagos iluminar la noche oscura. Nube se acurrucó en el sillón, envolviéndose en una manta suave. Observaba la lluvia caer por la ventana, mientras una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla. Recordaba los días felices de su infancia, cuando jugaba con Isaías bajo el mismo cielo gris:

—Isaías, tú siempre sorprendiéndome.

Los recuerdos de Isaías volvieron a su memoria. Tenía el viejo diario en su mano y, después de unos minutos que parecieron largos, decidió abrirlo. Dentro de las páginas sueltas, encontró una página con una hermosa nota escrita. Tomó la nota, sus manos temblaban y sudaban, indicando que estaba algo nerviosa. Al leerla, solo dejó salir las lágrimas de sus ojos. Sollozando y Murmurando:

—Gracias... nunca dejes de creer en mí... porque yo creo más que nunca en ti... —arrullando en silencio mientras sus ojos se inundaban de lágrimas, recordó de inmediato —Gracias, Isaías, por enseñarme a sonreír ante las dificultades. Y se dejó llevar por la magia de la imaginación.

Corría con Isaías, descalza, sintiendo la tierra húmeda bajo sus pies. La lluvia caía a cántaros, convirtiendo el patio de su casa en un río revuelto. Se deslizaban por el barro, sus risas entrelazándose con el sonido de las gotas golpeando las hojas de los plataneros. El viejo techo de zinc, oxidado por el tiempo, hacía música con cada gota que caía, una melodía que solo ellos podían escuchar. Ahora, cada vez que llovía, el sonido de las gotas sobre el techo la transportaba a aquellos días felices, a esa risa compartida que se había quedado atrapada en el tiempo.

Sin darse cuenta, al entrar a la habitación, había dejado la puerta entreabierta. Alguien la abrió lentamente.

—¿Maita, eres tú...? Pasa.

En ese momento, alguien se le acercó por detrás. Ella sintió sus pasos con sutileza, se detuvo detrás y tocó su hombro derecho. Volteó muy lentamente, cerró su diario y, con sus manos, limpió sus lágrimas. Ahí estaba él, mirándola fijamente con sus grandes ojos marrones, y le comentó en un tono muy bajo, casi al oído:

—Tía... ayúdame, te necesito.

Ella se sonrió.

—Jesús, ¿eres tú? Pensé que no hablabas —le comentó, como una forma de hacerlo sonreír, y de esa forma observó su hermosa sonrisa— Te ves más lindo si sonríes... practícalo a diario, hijo.

Tocó su mano, que aún posaba sobre su hombro, y le dijo:

—¡Ven, siéntate a mi lado!

Jesús tomó una almohada y se sentó justo a su lado, pero en el piso. Ella lo miró a los ojos y notó esas viejas ojeras que ya dominaban su rostro. La falta de sueño, pesadillas y maquinaciones en su mente lo mantenían todo el tiempo triste y, a la vez, desesperado. —¡No es justo!, está empezando a vivir, —pensó en silencio.

El joven quiso empezar a contarle algo, pero ella lo interrumpió:

Nube: —No digas nada —toma una de sus manos, que sudan al igual que las de ella—. Sé lo que te pasa —mirándolo fijamente a los ojos y sintiendo cómo sus manos tiemblan —y créeme que también sé lo que estás sintiendo.

—¡Yo lo he vivido por muchos años! —Él la miró con ese extraño brillo en sus pupilas, con ganas de llorar.

Pero su tía le preguntó:

¿Te gusta leer? ... ¡Si te gusta la música, también leer!

—Sí, tía... Creo que sí —dijo mientras limpiaba una lágrima que salía de sus ojos.

Nube: —Ok, acompáñame.

Se dirigieron a una pequeña biblioteca ubicada a un lado de su habitación. Al entrar, olía a libros viejos y sobre una mesa se encontraban encendidos unos trozos de carbón donde se quemaban infusiones de mirra, una fragancia que predominaba y transmitía espiritualidad y paz en esa parte de la habitación. Al lado de un estante repleto de libros de literatura, filosofía y religión, se encontraba una mesa de madera y dos sillas de escritorio, aparentemente cómodas y de color negro.

Justo encima estaba el computador y algunas hojas para tomar nota, trozos de lápiz y bolígrafos sin tinta prevalecían sobre la mesa. Hojas escritas y arrugadas se encontraban justo debajo de la mesa, y la papelera estaba repleta de papel, lo que indicaba que Sabina pasaba la mayor parte de su tiempo en ese lugar. Se dirigió al computador, le colocó una silla y tomó una para ella, y se sentó a buscar entre tantos documentos y tesis.

En unos minutos de búsqueda, encontró una carpeta en Word llamada "Un Regalo para Mis Hijos". La abrió y ahí estaba transcribiendo una historia.

Jesús, con sus grandes ojos, observaba admirado todo el lugar, sobre todo una vieja pizarra de color verde colocada en una de las paredes, donde había diferentes apuntes de temas relacionados a diversas áreas. También había dibujos hechos a mano pegados a la pared, que parecían ser de sus hijos por las frases escritas a las madres y a la mujer. Se acercó y leyó una de las notas que llamó su atención:

Marzo 12–2016

Feliz día a la mujer más fuerte, hermosa, e inteligente que conozco. La mujer más bondadosa con sus hijos, sobrinos y familia, la mujer que lo ha hecho bien, con su rol de madre, hija, amiga, tía, amiga y mucho más... la admiro por ser un ejemplo para seguir, gracias por estar para mí.

Mujer guerrera.

Te Amo TIA, que me regaló la vida

Att: Ángeles María.

Se dibuja una sonrisa en su rostro al leerla.

—Tía, una pregunta —interrumpe el silencio de la habitación —¿Tengo una prima llamada Ángeles?

—Sí, una prima que aún no conoces. Ella es una sobrina adoptada por circunstancias de la vida —le explica rápidamente —Ya la conocerás —terminó mencionándole.

A Jesús le gusta ese espacio de la casa; siente que él es parte de ese ambiente, aunque no sabe por qué. Nube observa a Jesús con ternura mientras él parece perdido en sus pensamientos. En ese momento, la tía lo llama y le dice:

Jesús: — (Levanta la mirada, sus ojos están húmedos) Gracias, tía. Sé que soy un peso para todos.

Nube: —¡" Nube acarició su cabello suavemente. —No digas eso, Jesús. Eres parte de esta familia. Todos necesitamos ayuda en algún momento, ¿no crees?".

Jesús: —Pero... siento que soy una decepción. No soy como los demás chicos de mi edad.

Nube: — (Toma su mano) —¿Y quién dice que tienes que ser como los demás? Cada persona es única, con sus propias fortalezas y debilidades. Tú tienes un corazón muy especial, Jesús.

Jesús: — (Baja la cabeza) —Pero no sé qué hacer con ese corazón. Siento que estoy perdido.

Nube: — (Sonríe con tristeza) —Todos nos sentimos así a veces, Jesús. Es normal tener dudas y sentir miedo. Pero lo importante es no quedarse estancado.

Nube y Jesús están sentados, bajo la tenue luz de una lámpara. Fuera, la lluvia sigue cayendo, creando un ambiente íntimo y propicio para la conversación.

Nube: — (Mirando fijamente a los ojos de Jesús) —¿Sabes, Jesús? Cuando era pequeña, solía tener sueños muy vívidos. A veces, sentía que esos sueños me mostraban el futuro, o al menos, me daban pistas sobre lo que estaba por venir.

Jesús: — (Intrigado) —¿En serio, tía? ¿Cómo una especie de premoniciones?

Nube: —Sí, algo así. Recuerdo una vez que soñé que me perdía en un bosque oscuro, pero al final, encontraba el camino de regreso gracias a una luz brillante. Y poco después, me enfrenté a un problema muy grande en la escuela, pero gracias a esa experiencia, supe cómo superarlo.

Jesús: —Eso es increíble, tía. Nunca pensé que algo así pudiera pasar.

Nube: —Y créeme, al principio me asustó un poco. Pero luego comprendí que eran una forma de que el universo me guiara.

Jesús: —¿Y crees que yo también pueda tener esos sueños?

Nube: —Por supuesto, Jesús. Todos tenemos esa capacidad dentro de nosotros. A veces, solo necesitamos aprender a escuchar nuestra intuición.

Jesús: —¿Cómo puedo hacer eso?

Nube: — (Sonriendo) Hay muchas formas. Una de ellas es a través de la meditación. ¿Te gustaría intentarlo?

Jesús: —Me parece bien.

Nube y Jesús se sientan en el suelo, en posición de loto. Encienden una vela y la colocan en el centro de la habitación. Nube guía a Jesús en una breve meditación, ayudándolo a relajar su cuerpo y su mente. Después de unos minutos, Nube comienza a hablar.

Nube: —Cierra los ojos y concéntrate en tu respiración. Imagina que eres un árbol fuerte y arraigado. Tus raíces se extienden hacia la tierra, absorbiendo su energía. Tu tronco es fuerte y resistente, y tus ramas se extienden hacia el cielo, buscando la luz. Ahora, visualiza una luz brillante que entra por la coronilla de tu cabeza y llena todo tu cuerpo. Esta luz es tu sabiduría interior, tu guía.

Ambos permanecen en silencio durante unos minutos, conectados a través de la meditación. Luego, Nube rompe el silencio.

Nube: —¿Sentiste algo, Jesús?

Jesús: —Sí, tía. Sentí una sensación de paz y tranquilidad que hace mucho no sentía.

Nube: —Eso es muy bueno. Recuerda que esta sensación siempre estará contigo. Y si alguna vez te sientes perdido, vuelve a este lugar dentro de ti.

Nube toma la mano de Jesús y la aprieta suavemente.

Nube: —Y recuerda, Jesús, no estás solo. Siempre estaré aquí para ti.

Jesús: —¿Y cómo salgo de esto?

Nube: — (Señala el libro digital) —Creo que este libro puede ayudarte. Tal vez encuentres en él las respuestas que estás buscando.

Jesús: — (Mira el libro con curiosidad) —¿En serio crees que este libro puede ayudarme?

Nube: —Creo que todos los libros tienen el poder de cambiar nuestras vidas. Y este, en particular, tiene un mensaje muy especial para ti.

Jesús: — (Suspira) Está bien, lo leeré. Pero no prometo nada. —Sé que te preguntarás... ¿de qué me sirve leer un libro? Pero te aseguro que ahí encontrarás la respuesta a todas tus preguntas y entenderás por qué o cuál es tu propósito en tu historia de vida —le menciona su tía, mientras se levanta de la silla hacia la cocina.

Así, Jesús salió de la habitación y se dirigió a su cuarto. Se acostó en la cama junto a su abuela, se colocó sus audífonos nuevamente y comenzó a adentrarse en una gran aventura.

Minutos atrás, Elida los había estado observando desde la puerta de su habitación. Estaba segura de que ella lo ayudaría, al observar a Nube y la forma en que se preocupa por ayudarlo y atenderlo.

Al día siguiente, en la mañana todos en la mesa para desayunar, Nube se queda pensativa. Mira a Jesús y su madre y les dice: —"Tuve un sueño muy extraño anoche. Vi una mariposa azul posada en un frasco abierto que emitía una luz brillante". —Jesús la mira sorprendido. —"Es curioso", —responde, —"Yo también he tenido sueños con mariposas últimamente".

En ese momento, Elida interviene: —"Tal vez sea una señal. Nuestra familia siempre ha tenido una conexión especial con la naturaleza. Recuerdo cuando era pequeña..." Y comienza a contar otra historia sobre un evento sobrenatural que vivió en su infancia.

"Salí de la casa, mi mamá me castigó nuevamente, porque dejé que los perros lamieran la leche ordeñada está mañana. Llegó de visita la Abuela Bárbara, aproveché y Salí al patio a jugar, papá aún no llega del conuco, está sacando yuca y trae calabazas para dar de comer a los cerdos, aun debo echarle agua a los bichos y a las tinajas.

Quise correr un poco y alejarme de mamá, limpio mis lágrimas con las manitos sucias llenas de carbón y lodo por jugar con tierra, después de trabajar para ayudar en los quehaceres de la casa, me siento en mi lugar preferido justo bajo a unos árboles de fruto de Naranja y Guayaba, escucho el cantar de los pájaros, mientras bochinchean en las ramas, alejado de mi madre. Y pienso, ¡Otra vez lo mismo! ¿Por qué siempre tengo que hacer los quehaceres? Quiero salir a jugar con las otras niñas, quiero explorar el bosque detrás de la casa. ¿Por qué tengo que estar siempre encerrada en esta casa?

Mi madre está en el fogón, preparando la comida para papá. Mientras juego, me quede contemplando con una mirada absorta, una mariposa azul, con tonalidades negras y tornasol se posa en mi mano, y luego decide volar rápidamente, la sigo y llegamos directamente a un viejo tronco ubicado cerca de un corredor que conduce directamente a la cocina. La hermosa mariposa se topa sobre un frasco de vidrio. Mis ojos se agrandaron de emoción al ver a la mariposa posada sobre el frasco de vidrio. Con cuidado, busqué una silla de madera desgastada y la arrastré hasta el tronco. Me subí con torpeza y estiré mi mano, tratando de no asustarla. La mariposa, con sus alas iridiscentes, parecía una joya viviente.

Subí y ahí estaba dentro del frasco y sobre un capullo de figura extraña, metí mi mano para sacarla y al tocarla, el capullo se abrió de repente se la tragó cerrándose rápidamente. Con un sobresalto, intenté retirar mi mano del frasco. Una espina afilada, como una aguja diminuta, se clavó en la yema de mi dedo, produciendo un dolor agudo que me hizo gemir. Una pequeña perla de sangre escarlata se deslizó por mi piel y se perdió en el agua turbia que llenaba el fondo del frasco, creando una mancha roja que se expandía lentamente. Me asusté tanto, al creer que se comería mi manito e impulse mi cuerpo hacia atrás y casi me desplomo, solo pude sentir los brazos de alguien que me sostuvo por detrás.

... ¡Era papá!

Escuché gritar a mamá: —A comer Jesús, ¡y trae a la niña que aún está castigada...!
Nos sentamos en la mesa a comer frijoles con yuca y carne asada de Venado, todos en silencio solo se escucha el ruido que hacen la cucharilla al rosar el plato. De pronto tocan la puerta y mamá menciona: —Mija asómate a ver quién toca. —Me levanté de un salto para no molestar a mamá y abrí la puerta de golpe, pero no había nadie. Volví a la mesa, indicando que no hay nadie fuera: — seguro fue el viento... madre, — Le sugerí, Pero, de inmediato vuelven a tocar y mamá dice: — Esperen aquí, yo voy... —y se levantó y salió hacia el patio frente a la casa. Una brisa cálida y húmeda acarició mi piel, arrastrando consigo el dulce aroma de tierra mojada y hojas en descomposición. Las hojas secas, crujientes como papel viejo, danzaban en el aire, formando remolinos dorados que se perdían en la distancia. Un olor intenso a frutas cítricas, como limones recién exprimidos, me invadió las fosas nasales, mezclándose con el aroma más suave y misterioso de alguna flor nocturna, que para el momento no sabía de qué se trataba.

Seguí en la mesa y papá aún come sin mencionar una palabra, siempre me decía que en la mesa la hora de comer, no se habla, mamá se tarda en regresar y resuelvo levantarme y asomarme por la ventana. Y ahí estaba, justo frente a una señora más alta que ella, delgada y vestida muy elegante.

Escuché decirle: — Ya está listo, ahora cumple con tú parte, — y se dio la vuelta y se retiró. Mamá, con el rostro pálido y los ojos desorbitados, se precipitó por el corredor como una sombra. La seguí con la mirada, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. El corredor era un laberinto oscuro y húmedo, con apenas un rayo de luz que se filtraba por una ventana alta y polvorienta. Las paredes, cubiertas de una fina capa de humedad, estaban adornadas con grietas que parecían antiguas cicatrices. El suelo, de madera desgastada, crujía bajo los pies como huesos secos, mientras un débil goteo de agua resonaba en el silencio, como el latido constante de un corazón oculto.

El viento ululaba por las rendijas de las ventanas, arrastrando consigo el aroma a tierra mojada y hojas en descomposición. Al llegar al final del pasillo, se detuvo en seco frente al viejo tronco. Allí, como un faro en la oscuridad, brillaba el frasco de vidrio. Con un grito agudo que heló mi sangre, exclamó: —¡Jesús, ven! ¡El capullo se ha abierto! Su voz, cargada de asombro y temor, resonó en el aire, envolviéndome en una nube de inquietud.

¡Al terminar de contar, la casa estaba envuelta en un profundo y fantasmático silencio, en eso Elida pronuncio, —Sólo fue un recuerdo... —¡mientras observa ese diminuto punto rojo en su dedo, que siempre aparece y desaparece desde el día que Nube nació!

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