Morocotas de Oro
En el mágico amanecer de Maparari, la bruma danzaba entre los árboles centenarios, susurros de hojas y risueños arroyos creaban un telón de bienvenida para Rosa y Doña Elena. Los niños, impacientes, esperan la llegada de su madre ansiosos, sus ojos brillando con la promesa de un reencuentro. Antonieta, la mayor, sostenía una ramita de canela, creyendo que así atraería la buena fortuna. Rafael, con su cabello alborotado, se balanceaba en un tronco caído, imaginando aventuras en los bosques encantados.
Al llegar la joven Rosa y su madre Doña Elena a Maparari, están los niños Antonieta de 9 años, Rafael con tan solo 5 años, Carlota con 2 años y Librado con solo 1 año desde muy temprano esperando la llegada de su madre y pequeña hermanita. Los niños se encontraban en casa de la madrina de agua de la joven Rosa, a quién con mucho cariño llamaba madrina Mary. Ella se encargó de cuidarlos mientras Rosa estuvo ausente por lo del parto.
La madrina Mary, protectora y madrina de agua de Antonieta, emergió de la neblina. Su cabello plateado flotaba como algas en un río cristalino. "Bienvenidas, queridas", susurró, y las hojas vibraron en respuesta con el soplar del viento. Rosa sonrió, agradecida por la amistad de la anciana. "Gracias, madrina Mary".
Doña Elena, con su mirada profunda y manos curtidas, asintió. "Los tiempos son difíciles, pero la magia siempre encuentra un camino". La casa de madera, con tejas de arcilla y ventanas enrejadas, parecía un refugio tejido por las hadas. Rosa acunó a Sabina, sintiendo la conexión con la tierra y sus ancestros. "Aquí, en Maparari, crearemos nuestro propio destino de esperanza".
Los niños rodearon a Rosa, sus voces como por todos lados, en forma repetida. "¿Cómo es el mundo más allá de los árboles, en ese lugar donde llevaste a nuestra hermanita mamá?", preguntó Antonieta. Rosa cerró los ojos y les pintó imágenes con palabras: cielos de zafiro, montañas que susurraban secretos y ríos que cantaban melodías ancestrales. "Un día, iremos juntos", prometió.
El aroma de pan recién horneado flotó desde la cocina. Carlota, la pequeña soñadora, saltó. "¡Huele ricoooo!" exclamó. Librado, aun gateando, aplaudió con sus manitas. Rosa río. "Sí, mi amor, aquí el amor se mezcla con la masa y el fuego en el fogón de leña". Doña Elena, con su delantal de flores, preparó una taza de té de hierbas. "La tierra nos cuida, y nosotros la cuidamos a ella".
Así, entre risas y cuentos, la familia tejía su historia en Maparari. Las paredes escuchaban sus sueños, y las estrellas, cómplices, guiaban sus pasos. En las noches de luna llena, los niños se asomaban a la ventana, buscando hadas y duendes. "¿Existen, mamá?", preguntaba Rafael. Rosa sonreía. "En este rincón mágico, todo es posible".
Esta parte de la historia parece una vida llena de magia, sin embargo, la realidad es otra, al nacer Sabina su quinta hija, Rosa y Carlos estaban atravesando por una dura y crítica situación económica. Los dos sin empleo y lo peor de todo, no tenían una casa propia para vivir con sus hijos. Según cuenta la joven Rosa, cuando se casó con Carlos, vivió un largo tiempo, más de 2 años en la primera finca de sus padres, un lugar llamado el Mazo ubicado en la parte Este del Estado Lara-Venezuela.
Viviendo con ellos, nació su primera hija Antonieta, grande y hermosa, por medio de un nacimiento con promesa a la Virgen de Chiquinquirá y a San Antonio Bendito. Carlos estaba muy feliz porque era su primogénita, considerándola con el paso de los años como su hija Genio. Mientras Rosa vivió con sus padres, ella cumple los 2 años, su abuela Doña Elena ordeñaba las vacas al llenarse el tobo o cubo de leche, la pequeña metía su cabeza dentro del tobo completamente lleno de la fresca leche y tomaba toda la que pudiera hasta salir con la carita completamente llena de espuma blanquita. ¡Por ello, los ordeñadores la llamaban por cariño la becerrita toncha...!
Y así, en el abrazo de la naturaleza y la complicidad de los espíritus, Rosa y sus hijos encontraron su hogar. La becerrita toncha, ahora una leyenda susurrada junto al fuego recordaba a todos que la magia estaba en cada detalle: en la leche fresca, en los ojos curiosos y en los corazones entrelazados. Maparari, con sus senderos invisibles y sus puertas secretas, se convirtió en su refugio, su encantamiento, su historia de realismo mágico.
Pero no todo es lo que parece, Rosa tenía un hermano muy delicado a quién todo le molestaba y cada vez que la niña hacia alguna travesura, él la regañaba. Rosa se molestaba con él y discutían tanto que, un día cuando Carlos llegó de trabajar, le pidió que se fueran a vivir a otro lugar. Es así como, Rosa recoge las pocas cosas que tiene, la niña y salen de la casa de sus padres y se dirigen a una comunidad o caserío llamado Monterrey; una zona con un clima cálido y vegetación de suelos áridos, calles y carreteras de tierra, que rara vez que pasaba un trasporte o vehículo, dejaba el polvero alborotado en el ambiente también, lo atravesaba un río llamado El Limón.
Éste es el caserío donde viven los hermanos de Carlos: Armando (Tito), Juan, Felipe, Luis, y su única hermana Reyes; todos ellos con su madre Doña Sabina Ramona Morles.
El hermano mayor de Carlos, llamado Tito por cariño, le ofrece un pequeño rancho hecho de adobe y paja con techos de palma para que vivan allí, mientras consigue un dinero para comprar un terreno o encontrar algo para alquilar.
Antonieta por ser la primogénita y ya con 4 años, le tocó el privilegio de verlos nacer, y tener la facultad de haber estado presente en todos y cada uno de sus nacimientos, y aunque no los recuerda con exactitud, mantiene muy bonitos recuerdos de esos momentos. En cuanto a los nacimientos de sus hermanos, el segundo fue él de su hermano Rafael, quién nació en casa con la ayuda de una comadrona, llamada Gregoria, pero por cariño las personas le decían "Golla" y madrina de Antonieta a quién llamaba ¡su madrina Golla...!
Antonieta recuerda claramente esa noche a pesar de su corta edad, ella cuenta que logró ver a su mamá Rosa acostada en una camita de lona que ella tenía quejándose de dolor por el nacimiento, aunque su papá Carlos la sacó rápido de ahí, aún recuerda ese momento, al día siguiente ya el primero de sus siete hermanos estaba ahí en casa. Casi dos años después, ocurre el nacimiento de su segunda hermana Carlota Coromoto, nombre también en honor a una Virgen llamada Coromoto patrona y protectora del pueblo de Maparari.
Para él nacimiento de ella, Antonieta y Rafael viajan al pueblo de Maparari junto a su mamá, para dar a luz en el hospital. esa fue la primera vez que ella pudo ver y conocer que era un autobús, permaneciendo algunos días en la casa de una madrina de Rosa, llamada Mary Pineda, hasta que llegó el día del nacimiento, y al llegar Rosa con la bebé a la casa de su madrina, llevaba puesto un vestido rojo intenso, era chiquitita y tan frágil, una negrita linda. En una semana Rosa y sus ya tres hijos regresan a Monterrey. Al año siguiente 1975, nació Librado. Su nacimiento fue en la casa, caracterizado por un parto muy complicado, lo atendió su esposo Carlos y el hermano de Rosa que por causalidad llegó en ese momento. Al momento de nacer no podía salir, estaba trancado o atorado de los hombros, solo logró sacar la cabeza. Gracias a Dios, llegó una partera y con su ayuda, culminó el parto sin complicaciones. En esta oportunidad, Carlos le tocó ver nacer a uno de sus hijos.
Al cabo de unos meses de nacer Librado, Rosa ya ha tenido varios problemas con la familia de Carlos; por lo que nuevamente toma la decisión de mudarse a otro lugar. Es así como, Carlos consigue una casa alquilada en un lugar muy cerca de la ciudad de Coro, ubicada por una vía llamada la carretera vieja. El lugar se llamaba María Días, un lugar en dónde no vivió por mucho tiempo porque carecía de agua, era una zona de suelos muy áridos y secos muy parecido a desiertos o peladares con vegetación de atunes y árboles llamados cujíes y muy pocas casas.
Es de este lugar María Días, dónde sale Rosa y sus cuatro niños en busca de un nuevo hogar para sus hijos y Sabina que va en su vientre con solo meses de embarazo. Así, para el año 1976, llega nuevamente al pueblo de Maparari, a casa de su madrina Mary López. Su madrina le ofrece quedarse en su casa, hasta que Rosa encuentra un alquiler en el mismo pueblo y se muda a una humilde casita de alquiler. Transcurren los 9 meses del embarazo de Sabina y cuando presenta dolores, se dirige al hospital, y es ahí donde nace la pequeña Sabina con el Manto de la Virgen o Parto Velado, Historia que ya conocen.
Todo lo anteriormente contado fueron los antecedentes del nacimiento de Sabina y la razón por la que nació viviendo su madre Rosa y sus 4 hermanos en una casa alquilada. Antes de cumplir el año de nacida la bebé Sabina, la joven Rosa escucha en el pueblo un comentario de que está en venta una pequeña casa ubicada en la vía principal o carretera nacional que comunica los Estados Lara y Falcón. Ella se acerca a ver la casita, ya que tenía la información de donde estaba y le gustó mucho. Era una casa ya en ruinas, en partes ya caída por la lluvia y el paso de los años. Elaborada de ladrillos de arcilla y paja, pero con un patio grande para los niños jugar.
Solo quedaba de restos de lo que fue una casa, una pieza larga que constaba de tres partes; la sala y dos cuartos y en la parte de afuera de la casita, por el patio de atrás, estaba una casa más pequeña tipo cuarto, también construido con lodo y paja que funcionaba como la cocina o fogón para cocinar, pero no tenía baño.
Pero para ese momento, Rosa no contaba con el dinero para comprarla, y sucede que Carlos tenía una parcela sembrada de una planta tipo trigo llamado Sorgo; que todos los años producía poco, pero era una gran ayuda para la familia, sobre todo para comprar alimentos, pero se daba solo 1 vez al año. Sin embargo y por causalidad y no casualidad, para ese año la cosecha se dio muy bien tanto que, con el dinero que le dieron por la cosecha, de inmediato Rosa se fue a reunir con los dueños de la casita que había visitado, y sin pensarlo mucho firmo los papeles de compra y se mudó a su nuevo hogar tal cuál como estaba.
Se trataba de una casa en completa ruina que en tiempos anteriores cuando los caminos eran solo monte y culebra y aún no existían las carreteras de asfalto; la casa funcionaba como una posada o parada de los arrieros a mula o a caballo quienes eran comerciantes que transitaban desde una zona o lugar a otro, para hacer trueque o vender los productos que producían.
Estos viajeros, hacían paradas en ese lugar para pasar la noche y dar descanso a su cuerpo y a los animales, y pagaban a los dueños de la posada por el cuarto y alimentos con morocotas de Oro. Una Morocota, es una moneda que según la historia son originarias de América del Norte, llegan a Venezuela circulado en el país para los años 1830. Para ese tiempo entre la colonización e independencia, no existía en el país una moneda oficial.
Por lo que, se comenzó a utilizar esa moneda de los Estados Unidos para comercializar, hacer negocios, comprar y vender productos. Para ese entonces, cada moneda tenía un valor de 20 dólares, fabricada con los estándares de aleación de un 90% de oro puro y un 10% de cobre, con una pureza de 21 quilates.
Hoy en día, varias personas han sido privilegiada al encontrar cofres o valijas con tesoros de Morocotas, como una gran fortuna, debido al alto valor del Oro. Durante años, se han escuchado cuentos, mitos y leyendas sobre entierros sobre casas viejas de Bajareque, y que ha hecho ricos a quién tienen la suerte de conseguirlas. Según cuentan los habitantes del pueblo de Maparari, que los dueños de la vieja posada y ahora el nuevo hogar de Rosa y sus hijos, eran dos viejos de avanzada edad que no tuvieron hijos y que antes de morir enterraron un cofre lleno de Morocotas y otras joyas de Oro en algún lugar del patio o dentro de la casa.
En ese rincón olvidado por el tiempo, donde los suspiros de los árboles tejían historias y las piedras guardaban secretos, Rosa y Carlos encontraron su refugio. La casita, con sus paredes de adobe y tejas desgastadas, parecía un eco de tiempos pasados. Los arrieros, con sus sombreros raídos y miradas cansadas, habían dejado huellas en el suelo de tierra, como si la memoria de sus viajes aún flotara en el aire.
Rosa, con Sabina en brazos, cruzó el umbral. El viento susurró bienvenida, y las vigas crujieron como ancianos al despertar. "Aquí viviremos", dijo, y su voz resonó en las vigas, como si la casa misma aprobara su decisión. Carlos, con su mirada de sueños y manos curtidas por la tierra, asintió. "Es nuestro pedazo de cielo".
La cocina, con su fogón de leña y ollas de barro, exhalaba aromas de nostalgia. Rosa imaginó a las mujeres de antaño, con sus faldas amplias y risas enredadas, preparando guisos y cuentos. "Aquí, en este fuego, cocinaremos más que alimentos",
Corriéndose los rumores por las calles del pueblo de que, la casa de Rosa guarda un gran y misterioso tesoro escondido y que aún nadie ha podido descubrirlo y sacarlo, debido a que detrás del destierro de dicho tesoro se debe hacer un ritual para pedir permiso al muerto. Otros cuentan que el muerto que enterró las Morocotas de Oro escoge a quién se las quiere dar, de esta forma al sacarlas, el difunto ya se iría a descansar en paz, pero mientras las mismas permanecían enterradas, el difunto permanecerá en pena. Además, se cree que quién lo saque, tiene como castigo la muerte en corto tiempo.
¡Que miedo!!
¿Qué sucederá, Rosa sí podrá sacar el difunto de pena y logrará encontrar las codiciadas Morocotas de Oro enterradas en la casita recién comprada?
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