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La Razón de tú Visita

Luna
Dime sí él es feliz.
Sí, ya cerca de ti
En una gran estrella
Se fue de aquí
Dímele
Sí logras observar
Su tierno caminar y su sonrisa
Cuéntame
Y dime sí me extraña.
Y dime si es que llora
Como yo por él.
No tenía que ser así.
Debiste despedirte
Sé que Dios ya lo sabía.
Y aunque me dolería
Ibas a marcharte ese día.

Ady y Sabina caminan por el pueblo de Maparari el día 16 de diciembre. Al medio día fueron a almorzar en casa de Ady. Pero Sabina después del almuerzo sintió muchas ganas de vomitar; tenía escalofrío y al pasar del frío causado por la presencia de un manto de neblina, su cuerpo sudaba, indicando síntomas de fiebre leve, razón por la cual no se comió toda la comida. Ady observa que Sabina no es la misma de todos los días; ella está extraña, cree que algo le pasa, ha estado muy callada, y aunque no quería preguntarle nada, decidió saber la razón de su extraño y silencioso proceder y le pregunta:

- "...Sabina ¿Qué te pasa...? Hoy toda la mañana te he sentido triste y como preocupada... ¿Sí quieres, lo dejamos para mañana y así te vas a tu casa a descansar? Pero ella le contesta un poco titubeando cada palabra; ésta a la vez no estaba mentalmente.

Sabina: —No, Ady... no es nada, debe ser que me va a dar alguna gripe o resfriado... nos hemos lloviznado todos estos días... Sabina no quiso contar a su amiga Ady lo que había visto después de la media noche. Ella no le creería... pensaría que seguramente estaba enloqueciendo; prefirió no hablar sobre eso. Y así, descansan un rato para salir a una calle del pueblo llamada el Manteco. Sabina mantuvo su pensamiento en la imagen que vio; lo describía en su memoria; sabía que tenía la apariencia de un ángel. Era más grande que un ser humano.

Pero se preguntaba en silencio, hablando prácticamente con su conciencia.

—¿Por qué Dios había mandado a su pueblo Maparari un Ángel? Era algo muy grande su presencia en un pequeño caserío, escondido en las montañas, que para esa época ni siquiera aparecía en el mapa de Venezuela.

Dios de alguna manera lo envío a hacer algo en aquel pequeño pueblo; pero algo muy significativo para toda la población. Sabina era muy inteligente y lo supo desde que lo observó desde su ventana. ¿Quería o no hablar con Sabina, decirle o darle algún mensaje? De ser así, lo hubiera hecho. Ya Sabina había experimentado cosas o hechos que no son creíbles ante los ojos del hombre; le había pasado antes con el caminar del difunto de las Morocotas de Oro, hasta el medio de la casa.

Por otro lado, tal vez Dios quería que quedara un testigo de su presencia y ese testigo era Sabina; de alguna forma o fortuna la había escogido a ella para que diera el testimonio al pueblo de Maparari. Pero ¿Quién le creería... quién iba a creer que eso fue real y no producto de su imaginación? ... Sólo Rosa supo lo que pasó, porque estaba despierta y notó el impacto que tuvo para Sabina. Por eso fue que Sabina despertó de forma repentina a la 1 de la madrugada, como sí algo la despertara para que observara lo que aconteció en el frente de su casa.

No se trataba de sonidos extraños, no se trataba de presentir las emociones o sentimientos de las personas o de ver personas o espíritus que otros no veían cuando niña. Esto era algo muy grande, donde la espiritualidad se proyectó a flor de piel o en su máxima expresión; esto era un mensaje o una señal directamente de Dios para el pueblo o para alguien. Pero... ¿para quién?

Todas esas inquietudes pasaron por la mente de Sabina toda la mañana y parte de la tarde. A eso de las 3 de la tarde, ya Ady y Sabina vienen de regreso de recorrer toda esa larga calle llamada el Manteco. Estaba ubicada en una loma con una gran pendiente. Fue muy cansado subirla. Deciden bajar poco a poco. Sabina le dice a su amiga que, ...ya por hoy está bien y que mañana será otro día.

Cuando van a medio camino ya para terminar de bajar y tomar la otra calle a la derecha directo a casa de Ady, escuchan un grupo de 3 o 4 mujeres que están a orillas de la acera hablando muy alarmadas.

_ ¡Sí... hubo un accidente en la carretera...! Mientras las otras contestan: —¿Pero, ¿Qué pasaría...? Se preguntaban una con la otra.

Ady le dice a Sabina: —¿Escuchaste? Alguien tuvo un accidente; ¿Qué pasaría? _Se preguntó Ady.

Sabina, que no tenía idea de lo que pasaba, solo le contesta:

Seguramente, alguien, fue mordido por una serpiente. Ya sabes que en este pueblo abundan (y siguen caminando).

Más adelante vienen corriendo otras personas que le gritan a los que están reunidos ¡"si, está confirmado, murió instantáneamente". Todos comienzan a murmurar y solo se escucha, "Dios mío". Pobre familia, ese muchacho empezando la vida. Sabina se asusta y le dice a Ady... - "Pasa algo, la gente está asustada y alarmada"

Ady: —Si... mejor vámonos a la casa.

Pero en eso ven venir a Carlos, el papá de Sabina.

Sabina extrañada se pregunta en voz alta: "Papá... Y eso, ¿Qué hace por aquí?"

Mientras su padre se acerca y le dice, hija, te andaba buscando. Tú mamá me mandas a buscarte.

Sabina se sonríe con Ady y le pregunta: —¿Por qué papá, mamá, que quiere, todo está bien en casa?

Carlos: —...Sí, hija, todo en la casa está bien... Pero tengo que decirte algo, hija. Pero tienes que prometer que serás una mujer muy fuerte al escucharlo. La vida a veces duele... hay cosas o situaciones muy duras que debemos enfrentar...

Sabina solo observa a los ojos a su padre y le pregunta: —¿Qué pasa papá? —sintió un gran nudo en la garganta; regresó a su memoria la imagen que vio en la media noche. Su corazón empezó a latir.

Mientras salieron las palabras de la boca de su padre, palabras que jamás podría olvidar: "Hija... El hijo de Nora murió".

Sabina: —¿Cómo es eso que murió, ¿Quién papá? _ Mientras le llegó a su memoria, se trataba de Samuel o Josué. _Y pregunta nuevamente ¿quién? ¿Samuel? ¿Josué?!

Pero Carlos, su padre, le niega con su cabeza de forma negativa que no son ellos. Y le menciona el nombre: "¡Isaías!"

"¡Isaías...!", por un momento pensó en él. Estaba viajando para comprar sus zapatos. Y de inmediato le contesta a su padre: —... ¡Dios mío, Isaías no, él no puede ser!... Isaías anoche me dijo que se iba de viaje y ¡regresa hoy en la tarde...! Papá; debe ser una noticia falsa, Isaías está bien, él no se iría, él es aún un niño...

—"Seguro si tuvo el accidente, pero aún está vivo, papá... La gente exagera mucho, debe estar en el hospital y se va a reponer pronto.

Pero su padre le afirma que es cierto, que ya está comprobado, que de regreso del viaje hace aproximadamente una hora tuvo un accidente y murió instantáneamente.

Sabina pierde por unos segundos el control de su cuerpo. Como una baja de tensión, todo se oscureció a su alrededor por segundos. Su padre la abraza y levanta, y ella casi no puede mantenerse en pie.

Unas señoras corren hacía dónde están ella y su papá, mientras Ady pide que por favor traigan agua con azúcar o alcohol. Ady y su papá la llevan hasta la orilla de la calle, para que se sienta y respire. Ahí logra tranquilizarse, y llora como una niña pequeña en brazos de su amiga Ady. Sin entender porque estaba pasando eso. Ady sabía lo que sentía, había perdido a su padre.

Ady decide llevarla hasta la casa. Y Carlos se queda con el grupo de personas que aún no superan esa triste noticia que conmovió a todo el pueblo de Maparari.

Rosa está esperando a Sabina en el frente de su casa. Sabe que esto la afectará en lo más profundo de su alma. Isaías era una de las razones más grandes por la que Sabina aprendió a confiar en ella misma. Era Isaías un adulto en el cuerpo de un niño. No le temía a nada; le había enseñado a Sabina que el miedo solo evita la felicidad.

Rosa sabía que Sabina estaba destrozada. Cuando la vio llegar, Sabina solo dio un abrazo fuerte y lloró mucho. Preguntando a su madre. ¡Mamá se fue... me dejó sola mamá, se fue... porque Maita...! Palabras que repetía a cada instante, mientras Rosa, sin respuesta alguna, solo la abrazaba muy fuerte. La lleva a la cama y le prepara guarapos con hierbas tranquilizantes (manzanilla con papelón para endulzar). Ella por momentos se queda dormida.

Como a las 6 de la tarde decide subir a la casa de Nora, tenía que verla, pero no sabía cómo enfrentar una situación tan fuerte y dolorosa. Pero se llenó de valor y llegó a dónde Nora. Observó a Josué llorando en un costado de la casa. Se acercó y él al verla la abrazó muy fuerte mientras lloraba con un gran dolor en su corazón. Sabina no logró mencionar ni una sola palabra. No sabía que decirle.

Luego de unos minutos con Josué, decide entrar a la casa. Quería ver a Nora. Pasó a la sala y no había nadie. Caminó hacia el cuarto y ahí estaba ella sentada sobre la cama de Isaías, abrazando sus sábanas. Sabina se detuvo en la puerta y Nora enseguida se dio cuenta que ella estaba ahí.

Y la miró con esos ojos hinchados casi cerrados de tanto llorar y le dijo: —¡Sabina... se nos fue... ¡Nos dejó hija...! Sabina jamás olvidaría esas tristes palabras de Nora.

Y Sabina se le acercó y la abrazó muy fuerte mientras lloraban las dos por un rato largo. Fue un momento que marcó la vida de esa familia y la de Sabina.

Luego de un rato, empezó a llegar la familia de Nora, quienes vivían en otro pueblo. Sabina decidió volver a casa para no incomodar.

Ya llega la noche, y Sabina en casa está en su cama. Rosa le da algo de tomar para el fuerte dolor de cabeza que tiene. Ha llorado toda la tarde y parte de la noche.

Había comprendido que ese Ángel que visitó el pueblo tenía un mensaje, y el mensaje era que Isaías partiría y que el pueblo tendría que despedir a uno de sus hijos más amados. Isaías era especial, muy especial para Dios, tanto así que mandó a uno de sus Ángeles al pueblo de Maparari.

¡Sabina de alguna manera recordaba según los textos bíblicos que "! Dios enviaban a sus mejores Ángeles a cuidar de nosotros y hubo apariciones de Ángeles a los profetas, pero en los siglos antes de Cristo y luego de su muerte. ¡Pero en aquella época, año 1994!

Sabina decide no verlo, Rosa insiste en que debe ir a verlo antes de su sepultura, pero Sabina se niega. Quiere guardar en su memoria la hermosa sonrisa que lo caracterizaba, la alegría que proyectaba, la felicidad que transmitía, la belleza de la vida a través de su mirada, el extraordinario color de la vida por medio de sus grandes ojos verdes. Ese recuerdo era el que Sabina quería conservar; el Isaías despierto... ¡No dormido...!

Y así pasó, todo el pueblo, toda la gente lo despidió, con las calles llenas de personas, jóvenes, niños... mucha gente. Pero Sabina; se quedó en casa sola, observando a través de su ventana mientras las lágrimas corrían por sus ojos como gotas de lluvia.

Ese duro golpe que dolió tanto a Sabina, le dio a entender lo corta que es la vida; jamás había pensado en eso, que la gente que nos importa y que amamos se marcha de forma repentina, mientras que otros tienen la oportunidad de despedirse.

En su caso, Isaías no se despidió. De ahí en adelante, entendió que todos los días debemos decir cuanto amamos a aquellas personas que aún están ahí para nosotros.

Ese día 17 de diciembre en la mañana estaba lloviendo mucho, y Rosa en la cocina comenta a Carlos: "¡Carlos... Isaías está borrando sus huellas...!" Sabina desde su cuarto escuchó esas palabras de su madre y con un mar de lágrimas saliendo de sus ojos y corriendo por sus mejillas, prometió que jamás lo olvidaría y que mientras Dios le permitiera vivir, los años que fueran... jamás lo iba a olvidar... "¡Te llevaré el resto de mi vida en un lugar muy muy profundo dentro de mi corazón!" Y decidió escribir un poema que ha llevado en su memoria por varios años.

Ayer te vi
Con una lágrima en tu mejilla
Mirando los ojos azules del cielo y el viento.
Ayer te vi
Queriendo darme una despedida.
Dejando un adiós en plena salida.
Te vi
Y era mentira.
Porque jamás saliste volando
Y tú sonrisa aún sigue andando...
Revoloteando en mi mente tus palabras
Sin razón alguna se resbalan.
¡En mis labios ya secos de tanto llorar!

Nota de autor:

No toda esta historia debe ser de lágrimas y tristezas; está experiencia de vida nos deja un gran aprendizaje.

Pero para la Sabina de hoy en día, primero les asegura con hechos, que Dios sí existe y que de alguna manera está presente en las situaciones más duras que atravesamos.

No importa que tan grande sea la circunstancia ni que tan dolorosa; Dios está presente.

Este capítulo de mi vida me dejó una gran lección, y fue:

"¡Después de Dios, amar a mis 7 hermanos por sobre todas las cosas; estar siempre para ellos en cualquier situación; jamás abandonarlos, ¡ni criticarlos por ser o hacer el bien o causar daño!" Perdonar si en algún momento me hacen molestar. Pero, sobre todo, estar siempre ahí para cuándo me necesiten.

Jamás me arrepentiré de haber sido un apoyo o ayuda cuando más lo han necesitado.

No importa si no sé de ellos, me conformo con saber cuánto me aman.

Eso me enseñó esta parte de mi vida. Que estamos aquí con un propósito y que solo aportando algo positivo, podríamos cambiar una vida. Entonces, dejemos huellas... Pero hay huellas de felicidad y dibujé sonrisas en aquellas caras tristes.

¡Y recuerda que... un amigo verdadero jamás se iría sin despedirse...!

(" Ser valiente no significa no tener miedo. "Si no, tenerlo y enfrentarlo")

¡Creo que he hecho lo que he podido toda mi vida!

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