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La Monja.💒


PROXIMIDAD CON DIOS

En la vida, una familia o una madre puede estar atravesando por un sin fin de problemas económicos, familiares, de salud y emocionales, pero sus hijos, mientras son niños, no tienen ni idea de lo que significa eso; para ellos todo es jugar, estudiar, sentirse protegidos por sus padres y hermanos mayores; ellos no saben ni imaginan las batallas y las luchas internas que ella vive.

A pesar de lo que Rosa enfrentaba para sacar a delante su familia, en medio de las dificultades, para no decir pobreza, la pequeña Sabina vivía muy feliz con su madre y sus hermanos; era tan solo una niña de 6 años. Rosa, su madre, ya había hecho todo lo necesario para inscribirla en la escuela, para dar comienzo a su etapa de preescolar.

Para ese año 1982, llegan al pueblo de Maparari, debido a una petición de la Iglesia Católica, unas monjas. Ellas eran como 6 mujeres vestidas con unos atuendos manga larga de color gris; en su cintura una cinta gruesa de color blanco, y llevaban en su cabeza una pequeña manta que les tapaba su cabello del mismo color de sus vestidos. Casi todas usaban lentes y zapatillas negras, toda su vestimenta era un uniforme.

Es entonces, por petición de las familias del pueblo y el Padre o Sacerdote, quién estaba a cargo de la Iglesia, deciden prestar una de las instalaciones de la Iglesia, llamada la Parroquia, para dar comienzo e impartir clases para los niños. Ese año comienzan la etapa inicial o preparatoria para la primaria (preescolar). La iglesia quedaba ubicada frente a la bella plaza de Maparari.

De esta forma, es como Sabina comienza su aprendizaje escolar con fundamentos en la religión católica y con la ayuda de las nuevas visitantes del pueblo que venían de España, llamadas las monjas.

El primer día de clases, Rosa pide a su hija mayor Antonieta despertar a Sabina bien temprano, debía estar en la Iglesia para ver sus clases antes de las 7am. Es así como Antonieta la despierta y coloca su vestimenta escolar, una falda azul oscuro con una franela roja, medias blancas y zapatos negros.

Ya Sabina está lista para salir a la escuela; ella está feliz por ser su primer día de clases, además, su hermano Rafael se encargará de llevarla todos los días. Salen esa mañana muy fría; Rafael la monta encima de su espalda y la llevó corriendo, haciendo poses de aparentar ser un caballo y Sabina sonríe y sonríe, muy contenta con su hermano hasta llegar a la puerta de la escuela, al lado de la Iglesia.

Al llegar ahí, observa una puerta muy ancha y alta de madera, marrón y envejecida por el tiempo. Rafael toca la puerta y de inmediato abre muy amablemente una señora. Estaba extrañamente vestida y su acento al hablar no lo había escuchado nunca, claro, hablaba completamente con acento español.

Sabina se pone nerviosa, mientras que la extraña señora para ella, pero una monja para su hermano Rafael, le pide a la niña que pase al salón para que conozca sus nuevos compañeros de clase. La monja toma la toma de la mano y se dirige dentro del salón de clases, pero ella detiene un poco sus pasos y mira hacia atrás y observa que su hermano Rafael no entra con ella. Eso la pone aún más nerviosa, está muy asustada y su corazón late a millón.

Y en segundos cierran la puerta, mientras que Rafael se queda fuera. Sabina suelta rápidamente la mano de la maestra y corre hacia la puerta llorando y gritando, llamando a su hermano a cada momento y repitiendo a cada instante:

-Rafael, no me dejes sola... No te vayas... No quiero estar aquí... Rafael, no te vayas, no me dejes aquí... No quiero estar aquí... Rafael - Sollozando al ver que esa enorme puerta no se podía abrir. Las monjas se acercaban para llevarla a su pupitre o silla para sentarse, pero ella no quería apartarse de la puerta. Rafael se quedó fuera por unos minutos, y la escuchaba llorar. Quería tocar la puerta y decirle a la maestra que mejor le entregará a su hermanita, pero Rosa le había encargado el estudio de Sabina y al no cumplir ella lo castigaría...

Él sabía que no sería fácil para ella, porque jamás se había separado de sus hermanos y ésta era su primera vez sola. Rafael mantuvo por unos segundos un gran nudo en su garganta, quería gritarle desde afuera -Aquí estoy-, pero eso la pondría más nerviosa y decidió callar, aunque por dentro estaba triste, las lágrimas salían de sus ojos; sacudió su nariz para que nadie notara que había llorado y se retiró lentamente de las instalaciones de la Iglesia para dirigirse a su escuela. Él era muy inteligente, debía hacer algo para que su hermana se adaptara en la escuela... -Pero qué, -se preguntaba.

Por otro lado, Sabina, sentada en el piso junto a la puerta en su nueva escuela, imaginaba que su hermano Rafael estaba del otro lado esperando por ella. Mientras llora por un largo rato, observa de reojo todo el oscuro lugar. Se encontraba en un enorme salón con unas paredes altas y en la parte de arriba unas pequeñas ventanillas por donde entran los reflejos de la luz del sol, para iluminar parte del lugar. Huele a velas prendidas, mientras más observa, su mirada se encuentra con imágenes de la Virgen de Coromoto, patrona del pueblo de Maparari y Jesús Crucificado, apostados en las paredes. Hay banquetas para sentarse, ubicadas unas tras otra y al fondo algunas velas encendidas. También, en los rincones observa pequeñas tazas de aluminio, de donde brota humo con fragancia a mirra e incienso.

El salón está vacío, no hay más que santos e imágenes religiosas. El resto de los niños jugaban, gritaban y hacían sus tareas, en una habitación que quedaba después de atravesar un pasillo corto con vistas al patio de la iglesia, pero Sabina se quedó sentada en el piso toda la mañana llorando hasta que se llegó la hora de la salida, las 12 del mediodía.

Abrieron la enorme puerta, y había muchas madres buscando sus niños, y entre la gente logró ver a su hermano Rafael parado detrás de unas señoras esperando su turno para pasar a buscarla.

Sabina salió corriendo hacia dónde él estaba y Rafael siempre con una sonrisa la abrazó. Y ella no quería soltarlo. La cargó en sus brazos, mientras que ella llorando le preguntaba: -¿Por qué te fuiste y me dejaste ahí sólita?, ¿por qué no te quedaste conmigo? Y él sonriendo le dijo: -No me fui, estuve aquí afuera, me subí en un árbol que estaba allí frente a la plaza y te cuidé desde ahí. Sabina tenía sus ojos muy hinchados de tanto llorar. Fijó su vista al árbol de Tamarindo ubicado frente a la iglesia, imaginando a su hermano montado ahí, esperando a que ella saliera y de alguna forma cuidándola. Rafael la llevó cargada hasta la casa ese primer día de clases.

Así pasaron los días, Rafael la llevaba cargada jugando al caballito para hacerla reír por todo el camino y al llegar a la iglesia o escuela, le comentaba y explicaba que no tenía que llorar porque él estaba cuidándola desde el árbol ubicado frente a la escuela; y Sabina solo esperaba ansiosa la hora de salida, imaginando que su hermano estaba ahí afuera esperando.

Pero en realidad él no se quedaba; él, después de dejar a Sabina en su salón de clases, tenía que dirigirse a su escuela que quedaba en el mismo pueblo, pero había que caminar varias calles. Y a las 12 am, cuando salía de clases, se regresaba a buscar a Sabina.

Lo importante para él, era que Sabina se acostumbrase a ir a la escuela, que aprendiera a estar sin la compañía de sus hermanos y que perdiera el miedo de hablar con otros niños y sus nuevas maestras las Monjas.

Pero pasó mucho tiempo para eso, Sabina no hablaba con los niños o compañeros de clase. El salón de clases tenía una pequeña puerta que daba hacia el patio; ahí había un parque para jugar y todos los niños a la hora del recreo salían corriendo a merendar y jugar. Pero a Sabina no le llamaba la atención ninguno de los juegos. Solo tomaba papel, colores, acuarelas y se dedicaba todas esas largas horas a pintar.

Un día, observa una casa de muñecas grande y muy colorida, pero también observa que ninguno de los niños entra a jugar en ese lugar. Por varios días, quiso entrar, pero su inseguridad la detenía. Una de las monjas siempre la observaba y en uno de esos días se le acercó con mucho cariño y delicadeza y le preguntó.

- ¿Te gusta la casita? - pregunta y exclama... ¡Es una hermosa casa de muñecas y a la vez tiene una biblioteca con todos los libros de cuentos e historia que tú quieras leer!

Sabina, que no había hablado desde que comenzó a estudiar, por fin dice sus primeras palabras.

- ¡Si... creo que sí, quiero jugar ahí ...!

Y la Monja muy feliz la llevó a la casa y, a partir de ese momento, los días de clases de Sabina cambian de forma asombrosa...

Estando dentro de la casita, la monja que Sabina no recuerda su nombre le dice:

-Te voy a dejar sola para que dibujes, o puedas jugar con las muñecas o leer un libro.

Sabina solo le responde:

- No se leer.

La monja sonriendo le da un beso en la frente y le dice.

- ¡Ya aprenderás!

Esa monja se convertiría en una persona muy especial para Sabina y Sabina para ella. Ya sola en esa casa tan hermosa de muñecas, muy bien adornada con figuras de paisajes, letras y el abecedario. Pero hay algo muy especial en ese lugar que Sabina de alguna manera presiente y le eriza los bellos de su cuerpo. Una energía que le transmite ese lugar, algo mágico y especial.

Era su primera experiencia en manifestarse las energías en su interior, como una presencia de un poder sobrenatural que la rodeaba y, aunque no entendía de qué se trataba, le gustaba experimentar porque la hacía sentir en un lugar seguro. Es en ese instante cuándo comienza a detallar cada cosa que se encuentra dentro de la casa.

Libros viejos de cuentos y aventuras llenos de polvo; muñecas de trapo, títeres de colores como el arcoíris. Sabina no había visto o tocado una muñeca; no tenía conocimiento de que existían. Peluches Muchos peluches en forma de osos, perros y gatos. Ella toma uno en forma de oso, lo siente muy suave y tierno; no conocía los juguetes o por lo menos no había tenido nunca uno.

Sus juegos en casa eran con sus hermanos y juegos sobre correr, saltar, pero no había en casa esa clase de cosas. En adelante, se levantaba temprano, se vestía y se iba con su hermano a la escuela solo para pasar toda la mañana dentro de la misteriosa casa de muñecas. Cada día al llegar, tomaba acuarelas, colores, pinceles y se dedicaba a dibujar paisajes o animales que veía al hojear libros de cuentos.

Pero un día, estando sentada en el piso con toda la cara y ropa manchada de pinturas de las acuarelas, presiente que alguien la observa. Ella mira a todos lados, pero no hay nadie, las monjas y los niños están en el patio jugando por ser hora del recreo.

Unos minutos después, siente en su interior que nuevamente alguien dentro de la pequeña casa la está observando. Ella podía presenciar y a la vez sentir a través de una extraña energía sobrenatural que ahí estaba alguien o algo con ella. Miró y observó todos los lugares de la casa de muñecas.

Y extrañamente, en una de las paredes dónde estaba la puerta de entrada a la casa de muñecas había un cuadro muy grande colgado de la pared, era un joven señor con el cabello en los hombros, una pequeña barba en su cara, y vestía con una manta roja con blanco y gris; y sobre su ropa sobresalía un corazón iluminado, rodeado de una corona de espina.

Cuando Sabina vio la imagen, se quedó fijamente observándola un buen rato. Debió sentir miedo, pero no fue así. De inmediato supo que era ese el motivo de sentir que alguien la miraba.

Ella se preguntó muy extrañada: -¿Cómo haces para mirarme sí solo eres una hermosa pintura?

Y siguió pintando y manchando las hojas de papel. En ese momento, una hermosa mariposa de colores brillantes vuela a su alrededor y se posa justo en el cuadro para luego salir nuevamente volando por la ventana hacia el patio.

Sabina, quien se entretenía fácilmente con las maravillas de la naturaleza, se queda mirándola fijamente hasta salir por la ventana. Y ella de inmediato corre detrás para verla volar.

Al mirar por la ventana, observa que se posa en las ramas de un gran árbol. Y justo ahí, estaba un señor con vestiduras blancas, pies descalzos... Él mismo jugaba con un bate de béisbol y lanzaba la pelota a un niño cuya piel yacía resplandeciente, un brillo impresionante.

La niña Sabina se queda admirada al ver ese señor jugar retirado del resto de los niños, y al darse cuenta de que lo miraba, voltea y observa a Sabina y se sonríe tiernamente con ella; al mismo tiempo mira hacia el grupo de niñas que juegan en el patio. Fue como indicarle que saliera a jugar. Al ver su rostro, se da cuenta que es el mismo dibujado en el cuadro que se encuentra en la pared.

Es así como la pequeña Sabina suelta el lápiz que tenía en sus manos, y por primera vez se dirige corriendo al patio para jugar. Se incorpora al grupo; las niñas la reciben gustosamente y es a partir de ahí que comenzó a hacer amigos en la clase y hablar con otros niños.

Al medio día, hora de salida, se fue a casa con un montón de preguntas y dudas sobre: -¿Quién era ese señor del cuadro colgado de la pared? ... ¿por qué ese cuadro le transmitía una paz y tranquilidad emocional, motivo para volver el día siguiente a la escuela? ¿Quién era él? ...

Nota de autor

Mi hermano, cuando niña, no entendía nada sobre los sentimientos, pero con el paso de los años logré entender lo mucho que me has querido. Sé que esa sonrisa en tú cara, cada vez que me vez, es para indicarme que tú estás ahí como siempre para mí, y aunque estoy en casa y sola en mi habitación triste o feliz, de alguna forma sé que estás sobre algún lugar que representa el árbol de Tamarindo ubicado frente a la iglesia pendiente de mí.

El tiempo ha pasado y nos ponemos viejos, pero el sentimiento no envejece, sólo se profundiza en nuestros corazones. Y en estos momentos donde siento miedo y me dan ganas de llorar, recuerdo tú sonrisa y me regresa la calma.

Rafael... Gracias, mi hermano, por existir

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