LA Llovizna
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Aquella niña Sabina pasó a ser especial para sus 7 hermanos. Les tocó cuidarla, protegerla por sentirla tan indefensa, todos llegaron a preocuparse por cuidarla.
Así, continúan su vida con la ayuda y el acompañamiento de su madre, Rosa, quien después de un año de tratamiento para la depresión decide continuar sus estudios, pero en este caso cursar el bachillerato. Debe aprovechar que el gobierno ha creado una misión llamada "ACUDE TE ESTAMOS ESPERANDO"; se trataba de dar la oportunidad a aquellas personas mayores de edad de cursar estudios por parasistema de noche y lograr culminar con éxito su bachillerato.
De este modo, Rosa, que tenía un espíritu de superación personal imparable, se inscribe en el Liceo Maximiliano Iturbe y comienza una nueva meta. No será fácil para lograrlo; deberá enfrentar dificultades; pero Rosa ya tenía un propósito en su pensamiento y era darles a sus hijos un ejemplo como madre, de que todo lo que se propone lograr con ganas, esfuerzo y perseverancia se logra y se hace realidad.
Mientras, sus hijos se encaminan en la escuela, atravesaban por situaciones de confrontamiento con otros niños; a Carlota le toca defenderse del abuso de otros niños. Rafael, por otro lado, era molestado por estudiantes de otros grados; pero a Librado le tocó la parte más difícil
Debía cuidar de Sabina y a causa de eso, nunca faltaba quién quería molestarla.
Para el año 1987, llega al país un virus o peste, "El Sarampión Negro". Esta enfermedad se caracterizaba por presentar fiebre muy alta en 38 y 40 grados de temperatura corporal, debilidad muscular, dolores articulares y el brote en todo el cuerpo de pequeñas ronchas o salpullidos en toda la piel, aparte del ardor y la picazón que producía en todo el cuerpo.
El pueblo de Maparari se contaminó de esta enfermedad o también llamada pandemia y en casi todas las casas, hogares y familias, los niños y adultos caían tendidos en cama. Era tanta la cantidad de personas enfermas que, los médicos debían ir a ver a los pacientes en sus casas.
Rosa muy preocupada envía una razón con un amigo de la familia a su esposo Carlos; y le comunica que los niños; todos están muy enfermos en cama y que ella no sabe qué hacer. Era para Rosa una gran preocupación porque se trataba del mal estado de salud de todos sus hijos, todos en cama.
Carlos, que se encontraba en Punto Fijo, Estado Falcón, Venezuela, el lugar dónde ya estaba estable, trabajando de día en un famoso restaurante y de noche de vigilante en un Centro Médico llamado Ipasme, pide permiso y se dirige al pueblo de Maparari a ayudar a Rosa con las medicinas, atención y alimentos para sus 8 hijos.
Era una mañana caracterizada por una llovizna que mantenía el ambiente húmedo y la brisa fría, soplaba de las montañas de la sierra falconiana que arropan al pueblo; llega Carlos a casa, los niños contentos, pero no tienen fuerza ni para hablar, la fiebre tan repetida les había bajado las defensas y no podían levantarse de la cama y mucho menos querían comer.
Cuando su padre Carlos se acerca a José, y lo va a abrazar; nota que su hijo, al igual que todos los demás, tiene la ropa mojada del sudor de la fiebre y sus camisas pegadas a su piel de las ronchas que cubrían todo su cuerpo.
Todos estaban en cama, solo se escuchaba en aquella pieza o cuarto, hecha de arcilla y paja, el quejido de los niños.
Carlos le dice a Rosa.
Carlos: -Voy a salir un rato, para ver si consigo algún médico en el hospital, ¡veo muy mal a los niños...! (En un tono preocupado)
Rosa, quien no ha dormido en toda la noche, le indica que: -Eso te iba a pedir, que salgas a ver qué podemos hacer... yo me quedo cuidándolos... pero, apresúrate, ¡la fiebre de los niños no ha querido bajar! -(sus ojos mientras miran a Carlos muestran una gran preocupación y se nota entre sus ojeras que no ha dormido bien en días).
Rosa siente su pecho apretado o presión y ganas de llorar, pero debe ser fuerte; los niños la necesitan. Solo murmura en voz baja, rezando el "Padre Nuestro".
Carlos, a pesar de que la llovizna no para, decide salir bajo la lluvia y sale de la casa para dirigirse al hospital; cuando va saliendo observa algo que lo deja impresionado.
Es la pequeña Sabina en el patio de la casa. Estaba lloviznando y Sabina se bañaba con la lluvia.
Carlos se llena de impresión mientras de sus ojos sale una pequeña lágrima. Había llegado hacia horas y estaba tan distraído con todos los niños enfermos desde Antonieta hasta Eduardo que, no se dio cuenta de que Sabina andaba jugando solita en el patio de la casa, y no solo eso, se bañaba con la lluvia y cantaba... ¡cantar le gustaba mucho...!
Observaba a Sabina lleno de admiración, la pequeña niña miraba hacia el cielo lleno de nubes grises, mientras las gotas de lluvia mojan y corren sobre su cara con los ojos serrados. Parece disfrutar en medio de la soledad de aquel patio de tierra mojado, mientras sus pies mojados se salpican y chapotean sobre el lodo, en medio de un charco de agua.
En efecto, la llovizna ya se había encargado de mojar toda su ropa, parecía como sí limpiaba su cuerpo y espíritu y la mantenía sana en medio de una peste que atacaba a todo un pueblo.
Carlos, al observarla, se regresa dónde Rosa y le pregunta.
Carlos:
-¿Rosa... sabías que Sabina está jugando sola en el patio? ¿Qué hace mojándose con agua de lluvia y tan frío que está el clima? ¿Es que no te has dado cuenta de que eso puede empeorar su fiebre?
Rosa se sonríe, mientras le comenta: -¿No te habías dado cuenta que tu pequeña Sabina no ha enfermado? , Carlos, esto que te voy a contar es increíble, sabes que Sabina, aun durmiendo en medio de los muchachos prendidos en fiebre, no ha presentado nada de fiebre, ni malestar... lo más asombroso es que el virus es contagioso, pero Sabina no presenta síntomas de nada... todos los niños de los vecinos, los de la comadre Aura y los sobrinos de Chena, la vecina de enfrente, están enfermos... Pero ¡Sabina anda tranquila...!
Carlos se queda callado, escuchando a su esposa mientras sigue mirando a Sabina bajo la lluvia: -¡Dios mío! ... Esta niña es muy fuerte, ¿cómo es que no se enferma? Ella no es como el resto de sus hermanos, ¡ese virus no pudo con ella...!
Y se sonríe con Rosa, mientras limpia sus lágrimas.
Exclamó su padre mientras la observa chapalear sus pies descansos llenos de barro en los charcos de agua, formados por la lluvia. Carlos se le acerca, la abrasa y le bendice y pregunta: -Sí... Eso no es nada para ella... -susurra Rosa en un tono muy bajo de voz. De alguna forma, su madre cada día al observarla sabía que ella era especial para todos y que la vida se encargaría de responder las preguntas de su padre. -¿Hija, quieres acompañarme a comprar la medicina a tus hermanitos? -le preguntó su padre.
Sabina, muy alegre, responde: -¡siiiii!
Sale, corriendo del patio, se lava todo su cuerpo con agua limpia de los pipotes ubicados en el patio que se rebosaban de agua de lluvia y se coloca sus chancletas y ropa seca; y dice a su padre: -¡Papá... estoy lista, ¿nos vamos?
Carlos la toma de las manos y salen a la farmacia del pueblo, ubicada muy cerca de la plaza, compra medicina para la fiebre y líquidos para la deshidratación. Y de regreso pasan por la bodega del pueblo, de Don Chico Scorboht, quién era un señor más o menos de 65 años, de piel blanca y ojos azules.
Carlos lo saluda y le compra cajas de bebidas llamadas en Venezuela "Maltas" elaboradas por Empresas Polar. Por ello su nombre Martín Polar. Una bebida a base de cebada y papelón, de color marrón oscuro, pero de un sabor muy agradable.
Además, Carlos compra cajas de galleta de soda, mucha comida y lo necesario para hacer sopas para alimentar a los niños. Sabina se acerca a una pequeña fruta redonda color naranja y pregunta a su padre: -"Papá... ¿qué fruta es esta?, mientras toma una en sus manos.
Su padre le contesta: - Es una mandarina, hija, una fruta cítrica parecida a la naranja... muy rica, ¿quieres una? -Preguntó sonriendo y observando esos pequeños ojos llenos de brillo en su hija. -"Sí", -respondió con una extraña sonrisa, como si el nombre de la fruta le recordara algo o alguien en especial. Comenzó a quitar su concha para comer, mientras se impregnaba el ambiente a su rico y cítrico olor y ella respiraba profundamente.
Así, se dirigen a la casa. Por las calles no se observaba ni una persona, calles solitarias; no se escuchaba ni un solo niño jugar en la plaza. Sabina se preguntaba: -¿Dónde estarán los niños y sus padres? Pero seguía caminando a paso rápido para alcanzar a su papá, mientras saborea cada trozo de mandarina.
Al cabo de un rato, llega él médico que ya viene de visitar varias casas y pasa por casa de Rosa a observar y chequear a los niños. Les indica tratamiento y reposo. Cuando termina de revisar cada niño, observa a Sabina sentada en el piso; está dibujando un paisaje dónde, las nubes arrojan cientos de gotas de lluvia y mojan diferentes árboles, entre ellos de mandarina y una pequeña casita de color. Sabina, absorta en su dibujo, trazaba con delicadeza las gotas de lluvia que caían sobre los árboles de mandarina. El papel se llenaba de pequeñas esferas naranjas, cada una con su propio brillo y misterio. El médico, al observarla, sintió que había algo especial en esa escena, algo que trascendía lo cotidiano.
Carlos, intrigado por la magia de las mandarinas, se acercó a su hija y se sentó junto a ella en el suelo. La luz del atardecer bañaba el paisaje, creando sombras y reflejos en el papel. Sabina levantó la mirada hacia su padre, sus ojos brillantes como las gotas de lluvia que había dibujado.
-"¿Qué estás creando, mi pequeña artista?" preguntó Carlos, acariciando su cabello.
Sabina sonrió y le mostró el dibujo. -"Es un bosque de mandarinas, papá. Aquí, las gotas de lluvia son como pequeñas puertas que nos llevan a otro mundo".
Carlos se sumergió en la imaginación de su hija. - "¿Y qué hay en ese mundo, Sabina?"
Ella bajó la voz, como si compartiera un secreto. - "En ese bosque, los ángeles caminan entre los árboles. Sus alas brillan con la luz de las mandarinas, y sus risas llenan el aire. Dicen que, si sueñas con las mandarinas, puedes visitar ese lugar".
El médico escuchaba atentamente, cautivado por la historia. - "¿Y tú, Sabina? ¿Has soñado con las mandarinas?"
Sabina asintió. -"Sí, papá. Anoche soñé que volaba sobre las copas de los árboles. Los pájaros místicos me llevaban a lugares donde las estrellas se mezclan con los frutos maduros. Era un mundo lleno de colores y susurros".
Carlos recordó las palabras de su abuela Presenta. - "Las mandarinas tienen secretos, ¿verdad?"
Sabina asintió de nuevo. - "Sí, papá. Son sagradas. Cuando las tocas, sientes la conexión entre el cielo y la tierra. Los ángeles nos bendicen a través de ellas".
El médico sonrió. -Entonces, querida Sabina, sigue soñando con las mandarinas. Quizás algún día encuentres el bosque de los sueños y descubras todos sus secretos".
Sabina cerró los ojos y respiró profundamente. El dulce aroma de las mandarinas llenó el aire. "Gracias, papá. Creo que ya he sido visitada".
Carlos la abrazó con ternura. - "Nunca dejes de soñar, mi pequeña. En cada mandarina hay un mundo por descubrir".
Y así, en ese rincón silencioso de la casa, rodeados de gotas de lluvia y el aroma cítrico, padre e hija compartieron un momento mágico. Sabina continuó dibujando, imaginando elefantes místicos y estrellas danzantes en su bosque de mandarinas. Y el médico, al marcharse, llevó consigo la certeza de que la magia aún habitaba en los corazones de los niños, incluso en tiempos difíciles.
El doctor pregunta a Rosa.
Doctor: -¿Ya esta niña pasó el virus? ¿La veo muy bien?
Rosa: -¡No doctor!, ella no presentó síntomas, ¡tampoco fiebre...!
Doctor: -¿Pero duerme aparte... Duerme contigo?
Rosa: -¡No, duerme en medio de ellos todas las noches...!
El doctor impresionado le comenta a Rosa que es un milagro que la niña no tenga el sarampión; porque todas las familias que ha visitado... todos se infectaron. El doctor, se queda mirando mientras ella juega y pinta con su lápiz de carbón, y sin palabras se retira de la casa; preguntándose.
- ¿Cómo pudo ser posible que, en medio de tanto virus, la niña no se contagiara?
Al siguiente día, llega una señora a la casa. Era una vecina amiga de Rosa de cuándo ella vivía en Monterrey. Iva al pueblo de Churuguara, pero hizo parada en Maparari y aprovecho pasar por casa de Rosa y saludarla. Maparari y Churuguara eran pueblos muy frecuentados por los habitantes y campesinos que vivían alrededor.
Rosa la saluda y va en busca de un poco de café recién colado, para calentar el cuerpo de aquel clima frío implacable, que tocaba hasta los huesos.
La señora ve a todos los niños tendidos en la cama y pregunta a Rosa.
SE: -¿Qué tienen los niños? ¿Por qué están tan pálidos y debilitados?
Rosa: - ¡Tienen sarampión! Ya llevan varios días en cama; ¡la fiebre es muy persistente!
La señora le contesta.
SE: ¡Hija... si quieres levantar a tus hijos de esa enfermedad, te voy a contar lo que hacía mi abuela en vida para curarla, y que era una medicina ancestral elaborada por los indios.
-Toma las hojas de una mata llamada "Rabo de Ratón" y colocas una olla a hervir y agrega las hojas. Cuando esta tibia baña a cada uno de los niños, eso hará que toda la roncha dentro de su piel brote y de esta forma parará la fiebre. Luego... ve al potrero dónde crían ganado vacuno; y busca las heces de las vacas ya secas por el sol, también llamadas boste de vacas, toma las más secas y prepara leche de vaca bien hervida; agrega las heces o boste de las vacas, coloca endulzante y darles de beber y verás cómo antes de los 3 días los verás nuevamente en el patio correteando y jugando.
Y continúa diciéndole en forma de advertencia:
-¡Pero Rosa, debes tener cuidado al seleccionar la cáca de vacas lecheras. No deben ser recién depositadas, ni aún húmedas. Deben estar completamente secas por la luz del sol; y luego pasarlas por las brasas calientes. Recuerda que ellas contienen cantidades de bacterias que enriquecen los suelos como abono para las siembras; ¡pero pueden generar otras enfermedades en los seres humanos sí no se trata y prepara de forma adecuada...!
Rosa pregunta: -Pero ¿cómo para qué sirve eso...Es la caca de las vacas?
SE: -¡Los indios antepasados creían que la caca de vaca actuaba como un excelente aliado para fortalecer el sistema inmunitario, conteniendo sustancias casi milagrosas para prevenir y combatir infecciones.
Rosa como siempre, toma nota de todo lo explicado. Despide a la señora y de inmediato llama a su vecina la Comadre Aura para que se dirija al potrero o finca que quedaba frente de su casa, al cruzar la calle y traiga las heces o boste de las vacas previamente secas.
Es así como, Aura sale en busca de lo pedido y regresa cargada, ya que debe dar a tomar también a sus 5 hijos.
Carlos, sale en busca de leche de vaca fresca recién ordeñada y al llegar; preparan una muy deliciosa bebida y dan a tomar a todos los niños. Sabina no se libró de tomarla, no solo la tomó, si no que, le encantó con un toque de canela y clavos dulces para cambiar y mejorar su sabor. Lo más extraño de todo esto es, que Sabina no se enfermó, ¡como sí las gotas de lluvia, que corrían por todo su cuerpo, actuaban como un escudo protector...!
Seguidamente, ya antes de la semana, los niños andaban en el patio bajo la lluvia jugando nuevamente. Ya todo lo malo había pasado y Carlos al verlos bien se retira nuevamente a la ciudad a seguir trabajando para mantener a su familia.
Los niños regresan a la escuela y al cabo de unos meses, Rosa termina de cursar el 3er año de secundaria o bachillerato. Pero no piensa llegar hasta allí; le gusta la medicina y quiere buscar la forma de estudiar para salir de las dificultades por las que atraviesan ella y sus hijos.
El uso de la caca de vaca hoy en día está siendo estudiado por los científicos de la India para prevenir y tratar el Covid-19, y aunque a las industrias farmacéuticas no les conviene que se den a conocer los beneficios milagrosos de la medicina natural y alternativa; tratan de crear miedo e incertidumbre en la población para que no sea usada con fines medicinales.
Pero la realidad es que, aunque su uso hoy en día no tiene ninguna evidencia y apoyo científico para curar ninguna patología, es un ingrediente utilizado en la medicina ayurvédica.
En esta historia basada en hechos de la vida real, Rosa logró levantar a sus hijos y los niños de las vecinas de forma milagrosa e increíble, al tomar esta medicina en base de hierbas procesadas en el intestino del ganado vacuno previamente seca y tostada en las brasas calientes del fogón.
Seguidamente y para finales de ese mismo año, Rosa, por haber pasado por una depresión producto de la preocupación y mala alimentación, ésta causó problemas en el estómago. Los nervios de su sistema digestivo se alteraron, causando una úlcera gástrica.
Busco ayuda de varios especialistas, pero la cantidad de pastillas y genéricos tomados eran demasiados. Y sólo le calmaban el dolor en el estómago, más no, curaba la patología que la agobiaba, sólo clamaba su dolor y que pueden generar otras enfermedades, como el uso de los protectores gástricos que disminuyen la producción de la flora intestinal, responsable del desarrollo de las bacterias para la desintegración de los alimentos y las defensas, cuando tu cuerpo contrae un virus, activando las defensas de los glóbulos blancos y los glóbulos rojos.
Al rosa estar en cama, pedía a Dios le diera vida hasta ver cumplir su hijo menor Eduardo 18 años.
Es así como, su madre Elena la visita y le habla de una medicina natural para curar las úlceras en pacientes ya avanzados. A los que los médicos hoy en día no le encuentran ninguna cura. La abuela Elena había aprendido mucho al lado de su padre, el curandero y chamán don Pedro.
Ella tomó unas hojas de una hierba llamada Llantén; la cual debía picar las hojas sin tocar el fino hilo o línea que atraviesa cada hoja.
Aparte, tomar dos papas sin pelar, lavarlas con agua tibia y picarlas en trozos pequeños. Luego, tomar las hojas del Llantén, las papas crudas con todo y la concha y un litro de leche fresca y colocar todo en una licuadora.
Luego de licuado, Guardar en una botella de litro y colocar en la nevera, y tomar una pequeña copa todos los días en la mañana después del almuerzo y en la noche por un tiempo aproximado de 2 o 3 meses.
Rosa hizo todo lo dictado por su madre y milagrosamente a los 3 meses los dolores y problemas del estómago habían desaparecido. La sabiduría de su abuelo Don Pedro era extraordinaria; de verdad curaba con la medicina natural enfermos que ya estaban desahuciados por los médicos.
A partir de ahí y hasta el día de hoy, Rosa dejó de sufrir de problemas en el estómago y no sólo eso. Ella ha dado esa medicina a decenas de personas y han sido curadas.
La cura de todas las enfermedades está en las plantas; hasta la peor de las enfermedades tiene la cura en la medicina natural alternativa y una de las más importantes es el uso de la planta del cambur o banana, porque es rico en Potasio y Zinc, y eso son los dos elementos más importantes para mantener una vida larga y saludable.
Doña Elena decía que se podía encontrar el Potasio y el Magnesio en la concha o cáscara del cambur, plátano o banana y el Zinc dentro de la fruta.
La abuela exclamaba que el uso de pastillas no te cura la enfermedad. La pastilla es para cuando ya llega la enfermedad y lo ideal es evitar enfermarte, manteniendo una dieta con jugos verdes o el jugo milagroso regenerador de todos los órganos en cualquier condición.
¿Creerías que solo tomando jugos verdes puedes evitar el cáncer...? Bueno, eso creían el abuelo don Pedro y la abuela Elena. Pero el secreto estaba en tomar la hierba verde... licuada y tomar, para de esta forma beber la vida de la hoja. Pero, si dejas el licuado para más tarde, la bebida pierde la vida y mueren los nutrientes.
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Este capítulo lo dedicó a la sabiduría en medicina natural alternativa que poseía mi abuelo Don Pedro, que llegó a curar en vida a cientos o miles de pacientes
Todo lo relatos de este capítulo fueron hechos de la vida real.
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