Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 56 - Final

Capítulo final

Todo el amor que tengáis para ellos, es hora de dejarlo aquí.

💙

⋅༺༻⋅

Capítulo 56 | Las mentiras que nos atan

Daphne Barlow


Reece no responde.

La pregunta cuelga como un intento de borrar tensión que solo genera más con su silencio. Junto las manos como gesto nervioso al que le presta una inmediata atención. Es irónico que todo haya empezado y terminado aquí. Nosotros. La historia que enlazó nuestras vidas y nos unió cuando él iba a seguir por otro camino.

Y ahora nos ha vuelto a juntar.

Justo en el mismo lugar.

Por la misma razón.

Reece da un paso más cerca ajeno al rumbo de mis pensamientos y tira de mis manos hacia él con el ceño más fruncido cada vez.

—¿Y esos arañazos? —pregunta.

—¿Qué... —Bajo la mirada y ahí están. Reece desliza su pulgar sobre mis nudillos mientras noto pequeñas heridas que no recuerdo haber visto. No eran primordiales con todo lo demás, supongo—. No sabía que estaban ahí.

Al menos son superficiales.

Reece levanta la mirada y encuentra la mía, pero su atención cae lejos una vez más. Parece notar por primera vez que mis manos no son el único punto de mi piel que se ha visto afectado en las últimas horas y busco en mi cabeza algo con lo que justificarlo, pero todo se escapa de mi alcance.

—Estás llena de moretones —nota en alto. Cada detalle que existe, lo tiene que recorrer con sus dedos por muy superficial que sea—. Estabas con tu hermano. ¿Cómo puedes haber terminado así estando con él?

—No ha sido culpa suya.

—¿Estás segura de eso? Porque me había dado la impresión de que es alguien que sabe poner su peso en una pelea, especialmente para que su hermana no tenga que hacerlo.

—Cuando las peleas no son justas y tiene mil cosas en las que pensar al mismo tiempo no es tan fácil. —El recuerdo de Dereck arrodillado me atraviesa el corazón y tengo que apartarlo todo—. Nadie puede con tantas cosas a la vez y nadie lo habría hecho mejor que él en su lugar.

—No estoy tan seguro de eso.

—¿Por qué suenas tan enfadado con él?

—Porque lo estoy. Porque estoy enfadado y necesito señalar a alguien que no seas tú para no arrepentirme toda una vida de lo que te podría llegar a decir.

—No te preocupes, yo ya me he dicho todo lo que estás pensando y más. Que ha sido una tontería. Que debería haber pensado más las cosas. Que había mil formas mejores de haberlo hecho. Que tú habrás encontrado una —señalo—. Pero no sé ver las cosas como tú lo haces. No analizo todo, no sé pensar en frío. Me llegó una idea de a quién vimos realmente en el aparcamiento hace tantos meses y fui directamente a avisar a mi profesora pensando que podríamos ir juntas a la policía y arreglarlo todo, pero ella se fue por su cuenta y yo no podía vivir con la idea de que le hubiera pasado algo por mi culpa. Se nos fue de las manos. No quería... No era... No sabía qué más hacer. Solo quería que nadie saliera herido y...

—Lo sé —murmura.

—Todo fue muy rápido y no teníamos tiempo para ir con cuidado. Nadie iba a creernos sin pruebas, menos después de lo de la última vez y solo... No sabía qué hacer, Reece. Nos estábamos quedando sin tiempo y no sabía...

—Lo sé —repite más suave.

Y por fin me abraza.

No sabía cuánto lo necesitaba hasta que recuerdo la intensidad de sus abrazos y cómo pueden hacerme sentir que no hay forma en la que el mundo real pueda encontrarme cuando estoy con él. Su intensidad me devuelve una seguridad que todavía no había sido capaz de volver a sentir y que tanto necesitaba.

Y yo le abrazo a él.

Aferrándome a ese sentimiento con todo lo que tengo.

—No vuelvas a hacer algo así —dice.

—Créeme, no planeo hacerlo. —Cierro las manos contra su abrigo y arrugo la nariz al sentir el desagradable olor a tabaco que se ha hecho con él—. Ha sido el peor cumpleaños de mi vida.

—Me preocuparía si hubieras dicho que ha habido otro peor. —Una de sus manos se apoya en mi cabeza—. ¿Se puede saber cómo pasas de salir de clase a terminar en una pelea, el hospital, y comisaría en una misma tarde?

—Pensábamos que ya habíamos pasado el momento donde aceptamos que mi suerte no es la mejor. ¿Tengo que recordarte lo que pasó el día en el que nos conocimos?

—Tengo que comprarte un amuleto de buena suerte. Más bien veinte.

Una sonrisa nerviosa cruza mis labios y termino riendo. El surrealismo supera a la realidad y tira también de Reece pese a que me repite que no le hace ninguna gracia. La sensación de sus labios sobre mi frente se lleva mis apagadas carcajadas y me roba la respiración con ello. Todo rastro de dolor que punza por reír se va junto a esa conocida calidez.

Se siente como volver a casa.

Incluso ahora.

—Tu madre estaba preocupada —señala.

—Tengo miedo de enfrentarla.

—No estaba enfadada, solo preocupada.

—No la conoces. Mi madre se preocupa y es un oso amoroso cuando pasa algo malo, pero luego me va a castigar hasta que cumpla los cuarenta sin un solo pestañeo. —Mirar hacia él se siente como ver un fantasma. No por su persona, sino porque no hay detalle de nuestra relación que no se deslice sobre él como recuerdos besando su piel—. Siento lo de la llamada. Gigi me ha dicho que me llamaste por mi cumpleaños y que... No sabía que eras tú. Estaban pasando demasiadas cosas y mi cabeza estaba hecha un desastre, pero te prometo que jamás habría hecho cualquier cosa para preocuparte así. Sobre todo cuando sé cuánto te afectan estas cosas.

—¿Crees que me molesta que me hayas preocupado?

—Sé que me arrepiento de haberlo hecho.

—Yo no. Prefiero haberme enterado en el momento que haberlo hecho días después. ¿Sabes lo que habría sido eso? —pregunta, y le miro sin terminar de entenderlo porque no estamos en la vida del otro, de eso se trataba—. Si vuelve a pasar algo así, me avisas. Antes de hacer nada, me llamas a . Nos hablemos o no. Nos odiemos o no. Siempre me llamas a mí.

Apoya las manos en mis mejillas y mis sentidos se sienten sobrepasados cuando llegan las voces de nuestras familias mientras Reece besa mi frente una vez más. Me envuelve en sus brazos por segunda vez, de forma más suave ahora.

—Y, hagas lo que hagas, intenta que no terminar en esta comisaría de nuevo porque tienen una foto mía para prohibirme la entrada. No les ha sentado demasiado bien que les dijera cómo debieron haber hecho su trabajo en su día.

—Les has insultado, ¿no?

—Menos de lo que se merecían.

—Reece, no puedes ir insultando a...

Nuestras familias nos interrumpen al alcanzarnos en el aparcamiento.

Reece se echa a un lado y mi padre me envuelve en sus brazos una vez más mientras Gigi habla con su hermano. Dereck empieza con la división de coches dando por hecho que los Larsson vendrán con nosotros y Gigi parece estar explicándole a su hermano que van a quedarse a dormir en nuestra casa si él está de acuerdo con ello. Compartimos una única mirada antes de que él asienta.

—Hay que irse —insiste Dereck—, oigo sirenas y no queremos que nadie termine en comisaría de nuevo solo porque nos dejamos guiar por impulsos. Hablo por ti, Daph.

—¿De qué hablas ahora?

Mi padre me lleva hacia su coche mientras Dereck lleva a Spencer hacia el de él y los Larsson se suben al suyo entre explicaciones superficiales. Es solo cuando estoy en el coche de mi padre que lo entiendo. Porque veo el coche de policía aparcar junto a la puerta y alcanzo a ver un resquicio de un rostro familiar mientras mi padre arranca el coche.

Mi profesor de Literatura Clásica.

Le han traído.

Y, pese a que siento alivio de que siga vivo porque no sé si habría podido vivir de haberle dañado hasta el punto de perder la vida, solo espero que no vuelva a salir del profundo agujero en el que espero que le metan.

(...)

Después de cenar, me quedo con mi madre en la cocina. Ella prepara infusiones para ambas y recordamos juntas anécdotas de cuando mis hermanos y yo éramos pequeños. Llega a sacar un pequeño pastel que ha tenido que comprar en una gasolinera mientras veníamos porque, al parecer, Charlotte ha visto mi tarta de cumpleaños en la encimera y se ha hecho con ella en un descuido para poder probarla.

Lo que viene a ser que ha metido la mano en la tarta y la ha visto caer al suelo mientras se chupaba los dedos disfrutando de lo poco que había sobrevivido.

Todo mientras mi madre esperaba nerviosa cualquier llamada después de que los Larsson hubieran ido a comisaría y ella se hubiera tenido que quedar en casa por Charlotte.

—Prefiero este pastel de gasolinera a cualquier tarta ahora mismo —digo de todo corazón pese a que mi madre no parece creérselo—. ¿Puedo pedir un castigo muy ligero como regalo de cumpleaños?

Por fin, mi madre se relaja un poco.

—Los deseos tienen que ser mínimamente realistas, cielo —devuelve con un toque sobre mi pierna antes de besar mi mejilla y recordarme cuánto me quiere—. He preparado la cama supletoria en tu habitación. Sé que Reece y tú no estáis juntos, pero he pensado que os vendría bien hablar. Si no estás cómoda, siempre puedo moverla al cuarto de tu hermana para que durmáis las dos juntas y él en tu habitación como la última vez.

—No, no te preocupes.

Mi madre acaricia mi mejilla.

—Ese chico estaba realmente preocupado por ti. Algo así no puede fingirse —marca mientras borra cualquier resto de glaseado del borde de mis labios—. Tampoco se puede fingir la forma en la que no ha dejado de mirarte desde que habéis llegado a casa, cualquiera diría que no se fiaba ni de su sombra si se acercaba demasiado.

—Gigi siempre dice que es bastante intenso cuando se preocupa.

—Oh, cielo —murmura mi madre con cariño—. Nadie se porta como él lo ha hecho si no quiere a la otra persona. Nunca pensé que llegaría el día en el que alguien pudiera hacerle la competencia a tu hermano con lo sobreprotector que es contigo, y no puedo decir que esté decepcionada. Es un buen chico.

—Lo es —acepto.

—Ahora vete, necesitas descansar.

Me acerco a la puerta que ha cerrado para que pudiéramos tener unos minutos solas cuando me vuelvo hacia ella.

—Mamá —llamo—. Sobre lo del castigo...

—Ni vamos a hablar de eso hoy ni vas a poder convencerme con esa cara triste. Estás más que castigada, tu hermano también. Ve mentalizándote porque, en cuanto te recuperes, os voy a tener pintando toda la casa. Hace tiempo que me he cansado de los colores que tenemos ahora.

—¿Hablas en serio? —devuelvo horrorizada.

—Y le diré a la niñera de Charlotte que no venga más hasta que termine el curso. Tu hermano y tú os las apañaréis bien cuidando de ella a partir de ahora —sigue.

Me voy antes de que tenga la oportunidad de añadir más cosas a esa lista. Quiero a Charlotte, pero hay un límite de tiempo al día que soy capaz de pasar con ella sin querer gritar o terminar herida.

Gigi está acomodándose en el sofá cuando paso por el salón y paro a preguntar si necesita algo antes de seguir con mi camino. Dereck se ha ido para acercar a Spencer a casa y puedo oír a mi padre en la habitación de Charlotte, leyéndole un cuento que ya he oído decenas de veces en un intento de que se duerma.

Hago todo el recorrido en busca de tiempo antes de llegar a mi habitación y mi corazón se aprieta pese a saber de antemano que iba a encontrarme con Reece ahí.

No hemos hablado demasiado desde que hemos venido de comisaría. Él se ha sentado en silencio durante la cena. Ha jugado con la comida más de lo que hace Charlotte y he terminado poniendo una mano sobre la suya para que parara. Ha sido instintivo, pero ni siquiera cuando me he dado cuenta de lo que estaba haciendo me he atrevido a quitarla dejándole ver que había sido un error.

Tampoco he podido dejar pasar desaparecido que es ahí cuando ha empezado a comer.

—La camiseta es mejor que la última —digo.

Paso la mano sobre mi escritorio sin animarme a acortar más la distancia entre nosotros. Es extraño pasar de tener una relación con alguien a verla desparecer. Los límites están ahí pero se vuelve difusos con la confianza del pasado.

—No estoy tan seguro. Empiezo a pensar que no le caigo demasiado bien a tu hermano.

—¿Lo dices porque te ha dado la camiseta más fosforita de su armario para ver si te cegabas solo antes de dormir? ¿O porque pone "Bebé llorón" en grande?

Reece saca a relucir su sonrisa genuina. Cansada, pero alcanza sus ojos aunque solo sea por un momento antes de dejarla caer como si nunca hubiera tenido cabida en primer lugar. Jamás pensé que un detalle tan pequeño podría ser tan doloroso de ver.

—Ha venido a hablar conmigo mientras estabas hablando con tu madre —dice. Mi agarre en el escritorio vacila al oírlo porque eso puede ir en mil direcciones diferentes—. ¿Por qué no me has dicho que tenías una conmoción?

—Pensaba que lo sabías.

—No. —Su mirada baja al móvil que ha dejado en la mesa. Lo empuja hacia mis libros de clase—. Tu hermano quiere que me asegure de que no te duermas hasta dentro de cinco horas más y que te despierte cada par de horas después de eso.

—Dime que no vas a hacerle caso. Sé que solo quiere ayudar, pero la doctora le dijo que no era necesario y añadió que lo que necesitaba era tranquilidad y mucho descanso.

—No voy a mantenerte despierta cuando sé cuánto necesitas descansar —aclara—. También lo he hablado con Gigi por si acaso. No es que no confíe en tu palabra, pero...

—Pero eres precavido.

—Sí.

—No has dicho que no vas a despertarme —noto.

Reece cambia la conversación por otra sin darme una respuesta y ahí me doy cuenta de que mi partida está perdida respecto a eso. No sé qué le ha dicho Dereck, pero sí que, si no está aquí, es solo porque confía suficiente en Reece como para saber que él se encargará de llevar a cabo su plan.

Paso la mano por mi pelo y Reece tira de uno de los libros entre los de clase. Lo levanta y vuelve la portada hacia mí. El único que estaba fuera de lugar y que no sé por qué no he metido en un cajón alejado como los demás todavía.

Los All Blacks: Los secretos detrás del mejor equipo del mundo.

—No me ha empezado a gustar el rugby de golpe si es lo que te preguntas —digo—. Iba a ser un regalo para ti. —Reece vuelve la portada hacia él con curiosidad—. Lo compré después de ver tu estantería, pensé que sería un buen añadido, pero quería leérmelo antes para poder compartirlo contigo.

De golpe se siente mal. Absurdo. Recojo por encima todo lo que hay en mi mesa en busca de algo que hacer que no sea mirarle.

—Llévatelo —añado—. No es como si lo vaya a leer ahora e iba a ser para ti de todas formas. No sé por qué no te lo di con la camiseta la última vez.

Pero lo sé. Porque se sentía mal. La esperanza no me dejaba deshacerme de cada parte de él. No quería. Pero ese libro estará mejor con él.

—¿Lo llegaste a leer? —pregunta.

Asiento.

Su silencio me hace seguir.

—Lo leí después de terminar contigo. Supongo que me ayudó a sobrellevar las primeras dos semanas sin que todo fuera demasiado brusco. Fue como ir soltándote poco a poco.

—¿Y lo hiciste? ¿Soltarme del todo?

Mi corazón se aprieta.

—Suficiente —respondo.

Me acerco a la ventana para cerrar las cortinas. El color de las mantas apenas es distinguible con la poca luz que queda en la habitación y echo a un lado algunos de los cojines decorativos de mi cama.

—Daphne...

—No. No quiero hablar de eso hoy, por favor. Solo quiero dormir. —Aparto las mantas y mi propio cuerpo parece pesar más con cada movimiento. Mis ojos ruegan que los cierre. Mi cuerpo desea apagarse por completo unas horas—. Mañana. Mañana podemos hablar si sigues queriendo hacerlo.

—Mañana —ofrece.

Apenas me siento sobre mi cama cuando le oigo volver a hablar. Miro con curiosidad hacia el pequeño envoltorio verde que me ofrece. No estoy segura de cómo no lo he visto hasta ahora.

—Los chicos lo prepararon para ti antes de terminar. Querían dártelo ellos mismos pero, bueno. Puedes hacer lo que quieras con él, no les diré nada si quieres tirarlo.

—¿Es por mi cumpleaños?

—No, lo tenían de antes.

Reece parece revisar con curiosidad cada movimiento que hago cuando lo agarro y me pregunto si no sabe lo que es. Quizás no lo haga. Es cuando tiro el papel a un lado que sonrío de forma genuina por primera vez en horas.

Es una foto del evento de San Valentín de su instituto enmarcada. Pero no es ese el detalle que me hace sonreír, sino la forma en la que cada uno ha escrito su nombre o firmado en sus uniformes. Y cómo no hay chico que se libre de al menos un garabato que otro de sus compañeros ha debido añadir sobre el cristal mientras iban firmando.

"Bienvenida a la familia", me dijo Reece en su día.

Y definitivamente eso es lo que son; una familia a la que una vez tuve el privilegio de poder pertenecer aunque solo fuera por un corto periodo de tiempo.

—Siempre fueron muy acogedores conmigo. —Le devuelvo el marco con un gesto superficial para que lo deje sobre mi escritorio. Otro día decidiré dónde guardarlo, pero no pienso deshacerme de él—. Deben tenerte en alta estima para haberme adoptado como lo hicieron.

—No estoy tan seguro de eso. —Sus dedos rozan los dibujos sobre el cristal. Inocentes y cargados de bromas privadas entre ellos que no soy capaz de entender pero que me hacen sentir parte de su familia de todas maneras—. Las cosas están algo tensas últimamente.

—Dales un respiro.

—¿Por qué piensas que no lo estoy haciendo?

—Porque te conozco. Porque he oído lo estricto que puedes llegar a ser y también sé que puedes saltar más fácil cuando tus emociones no están en su mejor momento —digo—. Pero incluso siendo tan estricto se que no van a dejar de mirarte como lo hacen por un par de días malos. Son tu segunda familia, ¿no lo son? Las familias discuten todo el tiempo, y ellos parecen disfrutar en exceso de hacerlo.

—Supongo que sí —devuelve tras unos segundos—. ¿Tienes un cargador que puedas prestarme? He gastado lo que me quedaba de batería intentando avisarles de que estaba bien. No suelo saltarme entrenamientos sin avisar, pero ahora mi móvil acaba de apagarse y lo ultimo que sé es que han estado pegando mi cara en carteles de "Se busca" por las gradas.

Claro que lo han hecho.

Sonrío y señalo el primer cajón de mi escritorio.

Apenas tengo tiempo de colocar los cojines con la intención de tumbarme cuando Reece vuelve a llamarme. Miro hacia él y encuentro el libro que está sosteniendo. El cajón sigue abierto y es cuando recuerdo que los cargadores no son lo único que guardo ahí desde hace un tiempo.

—¿Otro de los libros que ibas a darme? —pregunta.

—No. Claro que no.

El título del libro podría haberse malinterpretado de esa forma con facilidad. Comunicación efectiva en las parejas. Me siento mejor en la cama y dejo que mis brazos caigan sobre mis rodillas.

—¿Recuerdas cuando viniste a hablarme de que ibas a desconectar de todo por Navidad pero que eso no cambiaba nada entre nosotros? —pregunto—. Le di demasiadas vueltas durante semanas y sé que no habría vuelto a escribirte si tú no lo hubieras hecho primero porque no estaba segura de si era tu forma de dejarme. Pero volví a verte y entendí que sí eras sincero. Entendí también que los miedos que tenía venían de otra persona y no quería que ensuciaran algo bueno. Así que empecé a ver vídeos y a buscar algunos libros en la biblioteca para tratar de trabajar en mí misma y en sentirme cómoda hablando contigo como me pediste que hiciera.

Reece pasa las páginas de forma superficial y es imposible que no vea todos los post-its que añadí ni las notas que iba escribiendo y dejando dentro por si un día quería revisarlo. Cierro mejor los brazos sobre mis piernas.

—No pensaste que empecé a probar otros métodos y a contarte cómo me sentía o qué me hacía sentir insegura porque cambié de la noche a la mañana, ¿no? —añado en un intento de sumarle humor—. Supongo que quería esta a la altura.

—¿Creías que no lo estabas?

—Reece, mi nivel de seguridad en una relación y capacidad de comunicación estaba por los suelos cuando nos conocimos. Por mucho que hicieras, tú solo podías ayudarme hasta cierto nivel, el resto tenía que ponerlo yo. En cuanto me di cuenta de que realmente eras sincero conmigo, quise hacerlo. No porque quisiera estar a la altura de la imagen que tenía de ti, sino porque siempre he pensado que está bien trabajar en uno mismo para cuidar de tu relación con otras personas. Y yo necesitaba trabajar en mí misma para que las cosas funcionaran mejor entre nosotros.

—Por mí —termina.

—No, por mí.

Vuelve el libro para tener el resumen frente a sus ojos. No sé qué piensa ni estoy segura de querer saberlo, pero hay algo en el cuidado con el que lo deja sobre el escritorio que me hace notar que está dándole vueltas a algo. Bastantes, a juzgar por su largo silencio.

—No mentías cuando dijiste que harías lo que fuera por intentar que las cosas funcionaran entre nosotros, ¿no? —pregunta sin llegar a mirarme—. En la universidad, quiero decir.

—Soy una mentirosa horrible, lo habrías sabido de haber estado mintiéndote. —El peso vuelve a mi pecho—. No hablemos de eso, dudo que sirva para algo más que para martirizarnos. Los dos tomamos esa decisión juntos y estoy cansada de sentir que estoy peleando contigo. Eres la última persona con la que quiero discutir o a la que quiero herir.

Su atención cae de vuelta en el cajón y me pongo en pie para acercarme a cerrarlo porque sé qué más hay ahí. Dos libros sobre la pérdida que llegaron tarde. Un cuaderno donde apuntaba lo que iba aprendiendo sobre el rugby por un lado y anotaciones de vídeos de relaciones sanas que quería entender y aplicar a la nuestra en su momento.

Porque no hay nada que no hubiera hecho por él. Por nosotros. Por tener algo bonito que mis inseguridades no fueran a romper. No pensé que las que fueran a dar la patada final serían las suyas.

—Olvida que lo has visto y descansa —pido.

—¿Y si no puedo hacerlo?

—Entonces puedes leer un poco sobre los All Blacks y dormir cuando te entre el sueño. También puedes ir a leerle a Charlotte hasta que ella se duerma si te sientes lo suficientemente valiente.

Levantar mi mano hacia su mejilla viene por puro instinto al notar la forma en la que me mira. Paro justo a tiempo al recordar que ahora hay barreras entre nosotros y él la rompe agarrando mi mano para terminar de llevarla hasta él. Su mano cubre la mía para mantenerla en su lugar y su mirada sigue siendo la misma con la que me miraba tantas semanas atrás.

—¿Y si no puedo olvidar lo que he visto? —corrige.

—Son solo un par de libros, Reece.

—No, no lo son.

Miro hacia el cajón preguntándome si también ha encontrado los últimos dos libros con títulos relacionados con la pérdida que compré en busca de entender otras formas de vivir ese duelo.

Cuando hablé con mi madre del tema, entendí que no existe un modo universal de vivir el duelo. Para mí es un tema tabú. Para mi madre es algo que recordar porque es la forma de mantener a quienes has perdido contigo. Para Reece es algo que no termino de entender. Así que pensé que, leer sobre la experiencia de otros, podría ayudarme a comprender mejor las distintas reacciones hacia un mismo tipo de suceso. Pensé que eso haría más fácil para los dos abordar el tema cuando él decidiera permitirme entrar por completo en esa parte de su vida.

—Isaac me dijo algo interesante el otro día —dice.

—¿Alguna vez dice algo que no lo sea?

"Por favor, deja el tema estar —pido en mi cabeza—, porque no sé si tengo fuerzas para traerlo de vuelta una vez más."

Sus dedos se estiran sobre los míos y traza mis nudillos dañados con el pulgar. Su mirada es tan intensa que arrasaría con todo y la luz juega con el color de sus ojos dándoles un brillo apagado que, de no conocerle suficiente, podría confundir con...

—Me dijo que me estaba mintiendo a mí mismo. No recuerdo la razón, pero no pude parar de darle vueltas a eso y creo que tiene razón, pero no en lo que dijo —explica.

—Reece...

—Creo que llevo tanto tiempo pensando que, si tengo el control de todo, estaré seguro, que he empezado a usarlo como excusa cada vez que algo me asusta porque, si lo justifico, entonces tendrá sentido echarlo a un lado y no tendré que pasar por algo que puede hacerme daño.

Su mirada me rompe.

Su rostro se vuelve más borroso cuando siento unas ganas de llorar que no estaban ahí antes de notar lo rasgada que suena su voz ni lo arrasadoras que son sus emociones.

—Está bien tener límites para sentirte seguro —digo con cautela—. Si es lo que necesitas, no tienes que sentirte culpable.

—No, pero tampoco cambia nada y eso es lo que estoy entendiendo. —Alcanza el libro sobre las relaciones que compré y lo deja caer de vuelta en la mesa antes de pasar la mano por el pelo. Algo en él se está rompiendo, pero no sabría decir qué y menos todavía cómo poder evitarlo—. No he cambiado nada desde que terminamos. No he borrado tu número. No he quitado tu foto del fondo de mi móvil ni de la habitación. No he dejado de preguntar a mi prima por ti aunque sé que no va a responderme porque no quiere meterse y, según ella, si quiero saber algo, debo preguntártelo yo mismo. No he dejado de tener un ojo en tu instituto por si pasa lo que sea y Jordan sigue diciéndome que es ridículo actuar como si tuviéramos una relación sin la única ventaja que realmente tiene que es estar juntos.

Quiero decirle que el tiempo ayuda, pero dudo que sea la dirección correcta al verle reaccionar como lo hace. Al ver su frustración e impotencia hacia algo que pensaba que había quedado enterrado para los dos semanas atrás.

—No sé qué hacer —añade. Mi corazón queda destrozado por su sinceridad y el dolor que hay en su voz—. La última vez me dijiste que pensabas que no había nada que pudieras decirme para convencerme de que podríamos hacerlo funcionar y tenías razón. Pero eso no evitaba que quisiera que existiera algo que pudieras decir para poder sentirme seguro con eso incluso si tú ya...

—Podría haberte dicho que me iba a mudar allí contigo y no habría sido suficiente —recuerdo, porque, de haberlo sido, él me habría dejado la opción en la mano en vez de esperar a que no pudiera tenerla—. Reece, no creo que quisieras que funcionara o me lo habrías dicho antes para buscar algo juntos y no me parece justo que estés volviendo al tema ahora cuando me ha estado costando tanto aceptarlo.

—Ese es el punto, que no...

Sus hombros caen mientras parece intentar encontrar las palabras. Su mano cae en el libro una vez más como si eso explicara algo, quizás para él lo hace, pero mi atención sigue sus movimientos mientras estoy completamente perdida con el rumbo de sus pensamientos.

—El punto es que eras capaz de hacer cualquier cosa para mantenernos a flote y yo tuve que hundir el barco porque tenía miedo —termina.

—Todo el mundo tiene miedo de algo.

—Pero de eso se trata, ¿no? Tenemos miedo de algo, así que creamos mentiras para justificar cómo reaccionamos para evitar enfrentarnos a él. Luego esas mentiras terminan atándonos a un tipo de vida en el que quedamos atrapados porque es más fácil vivir en ellas que arriesgarnos.

Más bajo, termina:

—Ni siquiera cuando el mundo ha puesto todo lo que queríamos ante nuestros ojos.

Tomo aire y lo dejo ir con lentitud. Su mirada hace que sea difícil para mí mantenerme en la realidad, pero he pasado por suficientes tardes que han ido rompiendo mi corazón como para arriesgarme.

—Estás cansado —digo—, estoy cansada. Ha sido un día largo y dudo que alguno de los dos pueda pensar claro con las emociones tan agitadas. No vamos a hablar de esto ahora.

—¿Crees que solo te lo estoy diciendo por el día que llevamos?

—Creo que puede influir. No me mires así, tú mismo me dijiste que hay emociones que te sobrepasan más fácilmente que a otros y eso implicaba pensar en perder a alguien. Si quieres hablar de esto, lo haremos cuando todo haya pasado, porque o voy a meterme de lleno en algo sin estar segura de que no vas a darme la espalda de nuevo en cuanto vuelvas a pensar claro.

—Estoy pensando claro ahora mismo.

—Entonces no te importará esperar otra semana para hablarlo.

Me mira, luego hacia los libros. Golpetea la portada antes de asentir. Lo hace de nuevo y hunde la mano en su pelo como si tratara de dejar ir la tensión.

—Estoy dispuesto a repetírtelo cada semana por el tiempo que necesites hasta que estés segura de que no miento —dice.

—No digo que mientas, digo que las emociones pueden hacerte sentir más propenso a decir ciertas cosas —corrijo—. Solo quiero asegurarme, Reece. ¿No harías tú lo mismo?

—Sí, supongo que sí.

—Bien.

Siento la boca seca y el corazón pesado cuando me vuelvo hacia mi cama. El corazón late cada vez más fuerte y presiona contra unas costillas adoloridas. Quiero creerle. Quiero tanto creerle que duele, pero tengo tanto miedo de que sus miedos le sobrepasen de nuevo que no puedo dejarlo a la ligera. No después del daño que me hizo la primera vez.

"Puedo remar por los dos el tiempo que haga falta mientras no remes en dirección contraria", me dijo horas antes de que todo se viniera abajo.

Quizás sea yo la que ahora debe tomar esa posición. Si tan solo me da una certeza, si la certeza es que se mantiene firme en lo que quiere dentro de una semana. Sin emociones contaminadas por el susto de por medio.

Puede que él pusiera más fuerza para sanar mis miedos al inicio de mi relación y ahora sea mi turno de hacerlo.

Aparto las mantas y encuentro reconfortante el olor del suavizante en cuanto estoy en la cama. Las almohadas se sienten más blandas que de costumbre. Me reciben como lo haría un lugar seguro tras tu peor pesadilla. Dejo que la mezcla me arrope mientras oigo a Reece deambular por mi habitación. Sé que los nervios tiran de él en todas las direcciones y que tiende a quedarse atrapado en momentos que implican su único miedo.

Así que me vuelvo.

Me quedo en el rincón más cercano a la pared y miro hacia él. Le veo moverse sin rumbo, su postura tensa, en cansancio pintando su expresión, sus manos buscando cualquier cosa con la que distraerse.

—¿Reece? —llamo, y él vuelve la cabeza al momento. El corazón me traiciona primero y mi parte racional dice que no es una buena idea, pero puedo culpar a la conmoción por la mañana—. Anda ven, la cama supletoria es tan incómoda que no podrás pegar ojo y sé que valoras mucho tus ocho horas de sueño.

—¿Quieres que duerma contigo?

—Te prometo que no ronco. Además, así harías de escudo si a mi hermano se le ocurre venir a despertarme dentro de tres horas como sé que planea. —Me echo más contra la pared para marcar que voy a darle su espacio y dejo la opción para él—. Solo si estás cómodo con eso.

"Y como amigos", debería añadir aunque las palabras no quieren salir.

Reece mira hacia la puerta y parece recordar bien lo que pasó la última vez que durmió aquí porque saca el trozo de madera del rincón y traba la puerta con un "Por precaución" que me hace sonreír pese al cansancio.

Hay pocas veces que le he visto moverse inseguro, no va con él, quizás por eso es curioso verle tratar de esconderlo mientras se acerca. Le veo tirar de las mantas de mi cama y cierro los ojos lista para dormir. En mi casa. Entre mis mantas. Protegida de los horrores y con alguien que siempre se ha sentido parte de mi vida antes de darle una posición en ella a mi lado.

El problema es que apenas he cerrado los ojos cuando Reece empieza a acomodarse. De nuevo. Y de nuevo. Abro los ojos un par de veces y el sueño que siento presiona con cada uno de sus movimientos porque no parece encontrar la postura correcta. Lo que es irónico teniendo en cuenta que le he visto caer dormido en un coche a los dos minutos de haberse sentado.

—Vas a caerte si te pones más al borde —señalo.

—No quiero invadir tu espacio.

—Invádelo tanto como quieras si eso te hace dejar de moverte y a mí me deja dormir. —Cierro los ojos y Reece tarda dos minutos en volver a moverse así que simplemente tiro de su brazo hacia el centro de la cama—. Puede que no estemos juntos, pero no terminamos en malos términos. No estoy incómoda contigo cerca. No tienes que dormir al borde de la cama.

El silencio cae y, quien no puede dormirse, soy yo.

Me quedo atenta a sus cambios. A la forma en la que puedo notar su mano acercarse a mi rostro pero no llegar a tocarlo ninguna de las veces. A su respiración. A la sensación de ser observada.

—No voy a cambiar de idea —oigo.

—¿Con qué?

—Con lo de intentarlo. Sé que quieres esperar para estar segura y lo entiendo, pero dentro de una semana te diré lo mismo que hoy —aclara mientras sus dedos alcanzan mi pelo con un toque que amenaza con permitir ganar más terreno al sueño—. Le tengo el mismo miedo a lo que viene del que le tenía la última vez que hablamos, pero me he dado cuenta de que tengo más miedo todavía de estar tan lejos de tu vida que ni siquiera me daría cuenta si te pasara algo. Es todavía peor.

—Cuidado o pensaré que te has encariñado de mí, Número 27 —bromeo en bajo.

—¿De la chica que lee libros sobre cómo comunicarse con su pareja para hacer que las cosas funcionen, o que aprende sobre un deporte que odia solo porque sabe que me gusta a mí y quiere poder disfrutarlo juntos? ¿De la que me ha convertido en el chico más sociable en contra de mi voluntad porque me ha sacado de una rutina en la que no sabía que estaba atrapado? Sería una tontería encariñarme de alguien así.

Sé que sonríe sin necesidad de mirarle, porque ese sentimiento se traspasa a su voz. Suave y grave, como si compartiera un secreto solo hecho para nosotros.

—Sigue diciéndote eso —murmuro.

—No va a ser fácil para ninguno de los dos —insiste en bajo tras unos segundos y noto que es el miedo hablando por él como lo hizo en su día. Está dándole tantas vueltas que casi puedo oír sus pensamientos acelerados—. La falta de tiempo en la universidad exigirá mucho de los dos. Las inseguridades, las dudas, la frustración...

—Las relaciones nunca son fáciles, lo importante es querer que funcionen. Poner de tu parte y no remar solos —marco usando sus propias palabras—. No voy a subirme a un barco en el que me dejes remando sola. Pero nunca me subiré a uno donde vaya a dejarte remando solo a ti.

—Te creo.

—¿Por los libros?

—Por muchas cosas.

Estiro los dedos contra su camiseta, sobre su corazón, como si su latido fuera a poder confirmar sus palabras o negarlas. Noto el latido, tan cerca de mi piel como está su rostro cuando levanto la mirada para encontrar esa confirmación en su expresión.

—En una semana, si quieres hablarlo, estaré dispuesta a escuchar —le recuerdo—. Pero no puedo creer nada de lo que pongas ahora sobre la mesa. No puedo arriesgarme a eso de nuevo.

—Lo sé. —Me tenso por completo al notar que se acerca, pero sus labios caen sobre mi frente y toda esa tensión se va con el gesto—. Pero también sé que no puedo seguir atándome a las mentiras con las que justifico no arriesgarme por miedo a que salga mal. 

Quiero creerle. Quiero tanto hacerlo que duele. Quiero aceptar darnos una segunda oportunidad, quiero besarle, quiero perderme en palabras bonitas y promesas. Pero también sé que las emociones que siente ahora mismo pueden estar condicionadas por el susto que le he provocado, así que me permito acomodarme contra su cuerpo pero ahí es donde dejo todo.

En una esperanza.

En una posibilidad que quizás desaparezca por la mañana. En la idea de un futuro que podríamos hacer funcionar y en miedos de los que sé que seríamos capaces de aprender si él se abre a hacerlo. Miedos como los que casi me dejan a mí fuera de la relación cuando empezamos y con los que tuve que lidiar de su mano.

Ahora es su turno, y sé que siempre estaré de su lado para apoyarle con ello si nos da una oportunidad, pero eso tiene que decirlo él.

Como yo decidí esforzarme en quitar las piedras que mi historia con James dejó en el camino para poder ser completamente justa con Reece.

Porque, al final del día, esas son decisiones que tienes que tomar por ti y para ti. Esas son las que duran. Porque puedes tener apoyo, pero el paso es tuyo y la mayor motivación que puedes encontrar está en tu propia mano. Un lugar donde nadie podrá robártela ni condicionarla.

Hoy duermo a su lado.

Luego espero.

Gigi y Reece vuelven a pasar por mi casa todas las tardes después de eso. Spencer también viene muchos días y Dereck decide recuperar aquellas "acampadas dentro del salón" conmigo como si volver a nuestra infancia pudiera ayudar a sanar las heridas que se han abierto en ambos. Quizá lo hagan, porque noto mi corazón sanar junto a mi cuerpo durante los siguientes días.

Y, una semana después, el primer día que vuelvo al instituto, Reece está ahí.

Me espera a la salida como ha hecho antes y me quedo bloqueada en las escaleras. Entonces asiente y acorto la distancia. Porque lo sé. Lo sé antes de que lo siga. Lo sé antes de ir a sus brazos. Lo sé antes de sentir ese alivio mecerse entre ambos.

Le mantengo contra mí permitiendo que la segunda oportunidad se abra camino entre nosotros e intentando que sea la más justa que podamos darnos. Sin resentimiento. Sin condiciones. Solo un sentimiento mutuo en busca de un final común.

—Haremos que funcione —prometo en bajo.

Abrazarle se siente como recuperar algo que habías perdido. Besarle, como conocer la felicidad por primera vez. Sus palabras se graban en mi cabeza como una promesa escrita en piedra que jamás será rota:

"Entre el miedo y tú, te elijo a ti"

Y yo le elijo a él sobre todos mis miedos.

Una y mil veces.

FIN

⋅༺༻⋅

Epílogo: Domingo 25

⋅༺༻⋅

Siempre he pensado que lo que más nos hace valorar el proceso de algo es saber que tiene un final, por eso recibo este cierre como algo dulce. Porque nos ha dado momentos preciosos y unos personajes con los que poder reír, llorar, disfrutar, romper y sanar nuestro corazón ♥

Ha sido un proceso precioso pese a que admito que me ha dado bastantes altibajos. Nunca pensé que podría llegar a amar un libro tanto y a quemarme tanto escribiéndolo al mismo tiempo, pero, pase lo que pase, la historia de Reece y Daphne siempre va a ser una de las que guarde con más cariño.

Y releeré mil veces.

Escribí este libro durante bastantes de los peores meses de mi vida y encontré confort en el humor que nos daba y el cariño de su relación, solo espero que parte de eso haya podido llegar a vosotros y vosotras. Que ese lugar seguro que ha sido para mí, también haya podido llegar hasta quienes les habéis estado leyendo.

-Nota: Reece no era perfecto y no podía terminar el libro con él pareciéndolo porque no creo que pudiéramos haber confiado en un futuro para ellos cuando ni siquiera se habían enfrentado a los mayores problemas de ambos. La inseguridad de Daphne en las relaciones y el miedo a la pérdida de Reece. Necesitaba que lo pasaran juntos para poder sellar que, si han podido con ello una vez, podrán hacerlo de nuevo.


Y podría escribir sobre ellos durante mil vidas, pero dejaré su futuro a vuestra imaginación para que puedan vivir por siempre ahí. Eso sí, os tengo preparado un epílogo que llevo tiempo guardando bajo mi manga porque, para ser felices una última vez, ¿qué mejor que ese partido amistoso que el equipo de Reece lleva tiempo prometiendo contra los del instituto de Daphne?


Ahora sí, un abrazo, y gracias por todo el apoyo durante todo este tiempo.

Nos leemos con el epílogo,

—Lana 💙

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro