Capítulo 44 - Noche de confesiones
Línea para decir hola 🩷
Nada de lanzar odio en el capítulo porfaplis
⋅༺༻⋅
44 | Noche de confesiones
Reece Larsson
Cenamos con mis amigos.
Lo que pensaba que sería tan agotador como el evento, resulta ser agradable. Daphne hace migas con el grupo con facilidad y la situación se vuelve más acogedora en cuestión de minutos.
Isaiah, tan reservado como de costumbre, no habla mucho. Adam termina reconociendo a Daphne a mitad de la cena, pero, para ese momento, ella ya se ha ganado el favor de Christine, la novia de él, y noto la forma en la que eso le hace esforzarse en deshacerse de su resentimiento.
Por supuesto, Kenneth lo usa a su favor para pincharle.
Daphne esconde sus sonrisas por los comentarios llevándose el vaso a los labios, probablemente no queriendo romper su pequeña y nueva amistad con Christine si participa.
Pasa la mayor parte de la cena echada hacia delante. Habla con ellos de cualquier tema y, arrastrado por su entusiasmo, termino haciendo lo mismo. Durante todo ese tiempo, una de mis manos recorre su espalda con un apoyo que sé que no necesita.
Algunas veces se vuelve hacia mí para compartir palabras escondidas y se siente familiar. Acogedor a un nivel diferente. Un ambiente relajado donde recargar esa energía que los ambientes cargados siempre me han robado. Quizás, cuando mi hermana me dijo después de aquella acampada que se nos veía perdidos en nuestra propia realidad, tenía más razón de la que pensaba.
Porque es como me siento ahora.
Con un lugar secreto dentro de la conversación, más relajado de lo que suelo permitirme estar con el equipo y sin una sola queja sobre mis labios sin importar lo que escuche porque veo la sonrisa animada de ella todas las veces, ese cautivador brillo en su mirada. Podría usarlo en mi contra todas las veces que le permitiría cada una de ellas.
Estamos con los postres cuando la energía de Daphne empezar a caer. Su sonrisa se muestra más y sus frases se vuelven cada vez más cortas. Mis amigos están riéndose por una anécdota a la que no he prestado atención cuando Daphne se deja caer contra el respaldo. Trae el plato del postre consigo y se hunde en el asiento.
—¿Quieres irte? —Escondo la pregunta cerca de su sien.
—No, todo bien.
—¿Seguro? Porque te estás quedando dormida.
—No lo estoy haciendo —devuelve casi ofendida.
Pero su forma de dejar que su mirada caiga sobre el trozo de tarta que acaba de partir sin llegar a llevárselo a la boca no ayuda demasiado a su causa. Alcanzo su mano y levanto la cucharilla hasta mi boca para probarlo.
—¿Almendras? —pregunto.
—Chocolate con almendras y caramelo —corrige—, aunque no sé dónde está el caramelo todavía. —Parte otro trozo y lo mira con decepción—. ¿Tú lo has notado?
—¡Eh! —Howard interrumpe todas las conversaciones de forma brusca—. Han escrito por el grupo. Hay fiesta en casa de Malcom. El de baloncesto, no nuestro Malcom.
—¿Hoy? —pregunta Adam.
—Ahora, así que moved el culo.
Kenneth lo hace. Engulle sus tortitas mientras Adam comparte una mirada con Christine antes de negar por ambos. Le oigo ofrecerle un hueco en su coche a Isaiah cuando él dice que tampoco va a ir.
Daphne está tan cansada que ni siquiera pregunto. Pongo algo de dinero sobre la mesa avisándola de que, esta vez, invito yo, y me pongo en pie.
—También nos vamos, es tarde —explico. Antes de que la despedida se alargue, añado—: Por cierto, Adam, Daphne me ha contado acerca de vuestra charla sobre Star Wars en septiembre. Sonaba bastante decepcionada, dice que no entendiste bien las películas.
—¿Que yo no...
—Dijo algo sobre...
—Reece, ¿no nos íbamos? —interrumpe ella.
—Ya tendréis tiempo de hablar de eso cuando volváis a encontraros —ofrezco hacía Adam—. Salvo que Daphne no esté tan cansada y quiera quedarse un poco más a...
—No recuerdo haber estado más cansada en toda mi vida. —Sus mejillas adoptan un color cada vez más rojizo al ponerse en pie. Se despide de mis amigos sobre su hombro y apoya más peso del habitual en mi costado al alejarnos—. No puedo creer que acabes de hacer eso.
—No sé de qué me estás hablando.
—Sí, tú finge inocencia. —No puedo esconder mi sonrisa de ella, y la veo negar con la diversión atada a sus palabras—. ¿Es que quieres que tu amigo se deshaga de mí mientras duermo o algo así?
—Daphne, seamos claros, como alguien se presente en tu habitación mientras duermes, quien va a terminar fuera del mapa va a ser otro, no tú.
—Mi héroe —exclama con sarcasmo.
Pero mi cabeza se hace con esas dos palabras por un segundo más de lo necesario y me quedo un paso por detrás de ella cuando salimos al exterior. El viento ha empeorado, pero al menos no queda rastro de la suave nieve ni de la temperamental lluvia del resto del día.
—La próxima vez que salgamos a comer, te invito yo —añade—. Pero, si me hacen desaparecer antes de eso, recuerda que ya sabes quién ha sido y por culpa de qué comentario.
—Iré a la policía con Adam como primer sospechoso.
—Mejor a Dereck, en comisaría no eres su persona favorita. Tampoco me sorprende teniendo en cuenta que les insultaste más de cinco veces en dos minutos.
Es curioso que sonría con el recuerdo. Aunque es más curioso todavía encontrarla llevándose la cucharilla a los labios. Por la naturalidad con la que se está terminando la tarta y la poca atención que le presta, ni siquiera estoy seguro de que se haya dado cuenta de su pequeño hurto.
—¡Eh, parejita! ¿Seguro que no queréis venir? —pregunta Howard. Se ha apoyado cerca de mi coche, Kenneth a su lado—. Reece, puedo seguiros hasta tu casa y os llevo desde ahí, así vamos en un solo coche.
—Es tarde y tenemos que irnos —explico hacia mis amigos—. Además, quiero que Daphne llegue a su casa antes de mañana y no vive cerca que se diga.
—He aparcado cerca de tu casa —me recuerda ella, sus palabras más pesadas por las pocas horas que sé que ha podido dormir estos días por culpa de sus exámenes—, puedes acercarme a mi coche e irte con ellos.
—¿No se queda a dormir contigo? —se sorprende Howard.
—Me perdí la parte donde eso era asunto tuyo —respondo.
—Ahí está de vuelta, el Reece que conozco y a veces quiero estrangular. —Howard se acerca lo suficiente para un rápido choque de puños que no recuerdo cómo o cuándo creamos—. Descansa, cretino. Prometo que estaremos en nuestro peor mejor comportamiento.
—No os paséis y cuidad de los novatos.
—Siempre lo hacemos. —Mira hacia Daphne y su despedida es—: Cuidanoslo. —Una sonrisa tira de sus labios y sus disimuladas pecas se marcan más con el gesto—. Salvo que te vaya eso de tener a veintidós desconocidos buscando venganza.
—Adiós, Howard —presiono.
Él se aleja riendo. Kenneth se despide de forma más cordial que su amigo. Intercambia un par de palabras con Daphne antes de volverse hacia mí.
—¿Le has contado ya sobre las tradiciones? —pregunta.
—Lo sabe y, Kenneth, como alguien se pase lo más mínimo, te juro que...
—No pasará, Isaiah es el supervisor.
Respiro con alivio. Jordan no me quiso dar esa información y, por comentarios sueltos, estaba convencido de que sería Howard, lo que no iba a terminar bien. Isaiah, en cambio... No podría haber pedido a alguien mejor para encargarse de dar el visto bueno a la idea final y descartar el resto.
—No digas nada —sigue—, pero los de último curso van a jugar. Noah también. Salen Connor y Scott, entra Jeremy, todavía no sé de más cambios.
Me permito unos segundos para guardar esa información. Sé que pasará algo en el descanso, pero saber que Daphne no tendrá que lidiar con muchos de los chicos más intensos del equipo mientras tanto es tranquilizador.
Claro que tampoco tendría a alguien conocido.
—¿Qué harás tú? —pregunto.
—Lo más probable es que yo también salga, si hay alguien que no quieres que esté en el banquillo cuando...
—Que te sustituya Yin.
— ¿Estás seguro? Yin es calmado.
—No lo digo por eso, quiero que salga más. Que vaya acostumbrándose. El próximo año tendrá puesto oficial en todos los partidos. Le vendrá bien.
—No mi puesto, espero —comenta con humor.
—No salvo que quieras cambiar.
—Estoy bien donde estoy, no me imagino...
—¡Ken! ¡Date prisa! —interrumpe Howard—. Dos minutos más y te buscas un Uber.
Kenneth le pide un segundo sobre su hombro.
—Kenneth —llamo—, hazte un favor y no uses ese día para hacer que más compañeros quieran meter en una caja a mi novia y mandarla a otro continente. No creas que no sé lo que pasó con Adam y de quién fue la idea.
—Lo dices como si tú no le hubieras dicho a Adam hace unos minutos que me he estado quejando de que, al parecer, no entendió las películas de Star Wars —añade Daphne.
—Joder, Reece —devuelve Kenneth—. Ya apuñálala directamente, será más rápido. Pero anotado.
Con eso echa a correr hacia Howard antes de que nuestro amigo se vaya sin él.
—¡Eh! —llamo—. Antes de que se me olvide, al entrenador le encantará saber que estáis tan entusiasmados por preparar el próximo partido como para doblar los entrenamientos el próximo jueves. —Sonrío—. Ya me contaréis cómo va la búsqueda de un nuevo capitán.
Sus caras cambian. La queja es inmediata mientras se preguntan entre ellos si estoy hablando en serio. Subimos al coche y arranco antes de que tengan tiempo de decidir qué hacer con la sentencia. Daphne ya no tiene el plato cuando sube en el coche y, honestamente, no tengo la mínima idea de qué ha hecho con él. Tampoco pregunto.
—¿Lo del entrenamiento es por las camisetas? —pregunta.
—Y no olvides las votaciones.
Daphne rompe a reír.
—No seas muy duro con ellos, son buenos amigos. —Enciende la calefacción del coche y se hunde en el asiento. No sabría describirlo, pero hay algo en la confianza de ese pequeño gesto que me hace sentir en casa—. Menos el que te chocó en los Karts.
—¿Joey?
—¿Así se llama?
—No irás a decirme que le guardas rencor por eso.
—Le guardo rencor hasta a mi hermano por haberte golpeado y es la persona a la que más quiero, imagínate a un completo desconocido. Pero rencor suave.
—Rencor suave —repito con humor—. Puedes guardarle rencor a quien quieras mientras dejes a mis novatos tranquilos. Me siento bastante responsable de ellos.
—Lo sé, les cuidas. Me gusta eso de ti.
Aprovecho un semáforo en rojo para mirar en su dirección y hay algo en la forma en la que los mechones de pelo golpean su rostro en la oscuridad que no me permite dejar de mirar.
Mi mano se estira con voluntad propia hacia ese mechón que acuna su rostro y encuentro tranquilidad en cómo el calor de su piel roza mis dedos al dejarlo detrás de su oído.
—Cuéntame algo de ti que nadie sepa —pide en bajo.
—Dudo que haya algo que nadie sepa de mí.
—Entonces cuéntame algo de ti que yo no sepa de ti. —Mis nudillos rozan su mejilla con una apagada caricia—. No quiero quedarme dormida porque no sé si seré capaz de irme si eso pasa.
—No encontrarás queja por mi parte.
—No, pero sí de mis padres. También de mi hermano como no le devuelva las llaves del coche antes de que se vaya a dormir. Pero puede que quiera que me repitas esa oferta cuando mis padres te conozcan mejor.
—Empezaré a tener que ir haciendo más méritos con ellos entonces. —De reojo noto el color rojo pasar a verde y me vuelvo hacia la carretera—. ¿Qué me dices? ¿Algún truco bajo la manga para tener el aprobado de tus padres?
—Mi madre cualquier día empieza a decir que tiene cuatro hijos porque te tiene como a uno más y no pienses que no me di cuenta de que hace poco casi prefieres quedarte viendo un partido de golf con mi padre que venir conmigo.
Noto la sonrisa tirar de mis labios. Sí, quizás esos pequeños minutos que pasé en el salón mientras ella hablaba con su madre hicieron que me enganchara más de la cuenta a un deporte que no pensé que fuera a interesarme.
—Mi padre no es la persona más habladora que existe —sigue—. Solo cuando está estresado así que, que se sentara contigo a ver el partido, es su forma de decir que te acepta. Le oí hablarte de algunos de los jugadores, no suele hacerlo. Por eso pienso que él también quería caerte bien a ti.
No respondo.
No sé qué decir a eso.
Pero mentiría de decir que no hay algo en esa forma de verlo que me devuelve emociones contradictorias. Alivio, porque crecer como lo he hecho me hace no estar seguro de entender ciertas dinámicas. Culpa, por lo cómodo que me siento como parte de una familia que no es la mía. Como si, de alguna manera, eso no estuviera permitido. Como si estuviera mal.
Tomo una profunda bocanada de aire y apoyo la mano sobre la pierna de ella con un rápido apretón esperando que no malinterprete mi silencio. Trato de transmitirle lo que mis palabras no pueden. Un momento antes de devolver la mano a la palanca de marchas cuando bajo la velocidad al ver mi calle.
No es olvidar. No es sustituir. No es traicionarles.
Tengo que repetirlo un par de veces en mi cabeza antes de poder dejarlo ir junto a mi respiración. Porque Daphne es parte de mi familia ahora, porque yo soy parte de la suya. No está mal, solo significa que mi círculo se ha vuelto más grande. No ha borrado a nadie, solo se ha ampliado.
—¿Reece? —Su voz suena más despejada—. ¿Eres sociable?
—¿Y esa pregunta?
—Necesito algo de lo que hablar para seguir despierta y siento curiosidad. Me he dado cuenta hace poco de que tus amigos y yo tenemos un concepto distinto de esa parte de ti. Nunca te he visto más de veinte minutos sin saludar a alguien cuando estamos fuera, hablas con todo el mundo y tienes conocidos en todas partes, incluyendo mi instituto.
—¿Pero? —pregunto.
—Isaac me dijo que no usas las redes porque no te gusta socializar. También que no sueles ir a celebraciones salvo que quieras tenerles vigilados porque piensas que van a meterse en problemas, como la noche en la que nos conocimos.
—Después de los partidos todo lo que quiero es dormir durante doce horas y no me interesa la atención que viene con las fiestas ni la confianza que toman algunas personas que habitualmente no cruzan palabra conmigo para acercarse como si fueran amigos de toda la vida —explico.
Estiro las manos sobre el volante.
—Me siento cómodo socializando —respondo su pregunta—. También pienso que es importante tener contactos y el trato cordial, pero no estoy dispuesto a pasar horas con el móvil ni con conversaciones triviales. Quienes realmente me conocen, me hablan en persona. Quienes quieren algo, tienen mi número y saben que contestaré en algún punto del día según cómo sea de importante.
Encuentro el giro a mi calle y... paso de largo. Tomo mal la salida para tener unos minutos más con ella esperando que no se dé cuenta.
—El curso pasado las cosas cambiaron bastante —sigo—. Personas que ni siquiera me dirigían la palabra si me veían en los pasillos empezaron a usar las redes sociales para abrirme conversación. Era... incómodo. No me gusta que otros sepan de mi vida y estaban ahí, opinando sobre cada detalle. No tenía ganas de que intentaran hacerse un hueco en mi vida tomando confianza dentro de las redes sociales. No quería a nadie más...
Corto la frase al darme cuenta del final.
No quería a nadie más que poder perder.
Aprieto el volante al remover ese conflicto interno que siempre ha estado ahí, condicionando mi vida aunque no hay día que no lo haya negado.
—Además, las redes sociales siempre me han resultado bastante... absurdas —termino—. Todo el mundo a mi alrededor estaba pendiente de todo. Si alguien había subido una foto con otra persona, si le había dado me gusta, si le había comentado. Dónde estaba, qué hacían... Perdí la cuenta de todos los problema que oí a raíz de eso. Se sentía tan... inútil. —No sé cómo describirlo, y su mirada está llena de curiosidad contra mi perfil—. Sentía que había problemas reales mucho más importantes que los que creaban ahí por tonterías, y decidí que no era un juego en el que quería participar.
—Porque no te gustan los dramas innecesarios —recuerda.
—No, no lo hacen.
Porque hay algo en que otros tengan la posibilidad de hacer de esos detalles sus mayores problemas que siempre me ha devuelto una áspera envidia. Un sentimiento de injusticia que no podía quitarme de la cabeza. Así que me deshice de lo que lo provocaba antes de que terminara de envenenarme.
Cuando aparco cerca de su coche, Daphne se toma unos segundos antes de relajarse. Se siente como si se hubiera estado aferrando a mis palabras, dándoles vueltas hasta hacerlas suyas.
—Aunque últimamente he empezado a tolerar uno de esos dramas innecesarios —añado—. Dos, si contamos a Isaac.
—¿Últimamente?
—Recientemente.
—¿Cómo de reciente?
—¿Cuándo empezamos a salir? —Encuentro su ofensa tan marcada que no puedo evitar romper a reír—. Vamos, Daphne, sabes que dejaste de ser eso para mí tras un par de semanas de conocernos. Llegados a este punto puedes poner mi mundo del revés que no encontrarás queja alguna por mi parte.
Porque no puedo imaginarme la tranquilidad de antes de vuelta. Como si fuera una parte de mi vida que ha resultado ser más vacía de lo que sentía.
—Eso suena mejor. Por cierto, le diré a Isaac que has dicho que soy tu drama innecesario número uno y él el dos. Espera a cuánto va a indignarse con eso. Te la debo por lo de Adam.
—Daphne, he terminado en comisaría por ti, claro que eres el drama número uno de mi vida. El día que él me haga lo mismo, entonces podrá optar a ese puesto, pero, por lo que más quieras, no le des la idea. Los dos sabemos que lo hará.
Abre la puerta y el frío se abre paso en mi coche junto a la certeza de que va a irse. Es amargo y me hiela la sangre por diferentes razones. Salgo del coche detrás de ella.
—Supongo que con cómo tenemos la semana no volveremos a vernos hasta... —empieza.
—El próximo sábado.
—Todavía puedes venir mañana con Nora y conmigo de compras. Sé que me dijiste que odias ir de compras, pero...
—Por muy tentador que suene ver a mi novia desvestirse una y otra vez, pensar en ir de compras me hace querer tirarme en medio de la carretera y esperar a que pase un coche.
Daphne rompe a reír al oírlo.
Encuentro las llaves en su mano y tiro de su brazo para apoyar la espalda de ella contra el coche de su hermano antes de que tenga la oportunidad de abrir la puerta e irse. Entre sus planes, los míos, exámenes, entrenamientos, trabajos de clase y el mal tiempo que viene estos días, nuestros horarios están lejos de congeniar.
De nuevo.
—Avísame cuando tu entrenador quite el veto de visitas en los entrenamientos —dice—. No me importaría ir a verte después de clases. —Sus manos se estiran sobre mis hombros y se cierran tras mi nuca—. Quizás podría pasarme el viernes después del evento en nuestro instituto.
—Por mucho que me gustaría verte allí, no voy a tenerte conduciendo tan tarde con el tiempo que está haciendo estos días. El sábado por la mañana desayunamos juntos y me hablas de cómo ha ido.
Mi mirada cae sobre sus labios.
Está despejada, pero que haya nevado no me genera confianza. La carretera puede helarse cuando la nieve se derrite, sobre todo con tanto frío como hoy, y el largo tramo entre nuestras ciudades no ayuda a calmar mis pensamientos.
—Conduce con cuidado —pido.
Cierro las manos a ambos lados de su cuerpo porque sé que no seré capaz de dejarla ir si la agarro ahora. Mis emociones se agitan de forma afilada y dolorosa. Miedos irracionales que amenazan con saltar hacia ella si no tengo cuidado.
—Siempre lo hago —devuelve—, pero prometo ser especialmente cuidadosa hoy.
Una de sus manos sube hacia mi cuello. Su pulgar llega a tocar mi mandíbula de forma superficial y un segundo es todo lo que necesito para encontrarla a medio camino. La beso como he hecho hace unas horas en mi casa, como llevo queriendo volver a hacer desde entonces.
Porque estoy cansado, porque mis miedos se entrelazan con lo que llevo tiempo sintiendo por ella y no me permiten soltarla, porque nunca he tenido demasiado autocontrol cuando se trata de ella en primer lugar.
Mi mano se cierra en su pelo y mentiría de decir que no lo uso para asegurarme de que su apagada sorpresa cuando la aprieto contra el coche quede silenciada contra mis labios. Mi mano libre se abre camino bajo su abrigo abierto. Encuentro el tacto de su jersey, de su camiseta, y dejo que mis dedos busquen hasta rozar su piel.
Encuentro su "Tienes las manos heladas" contra mis labios y me lo llevo conmigo hundiendo la mano por completo bajo sus capas de ropa, trazando su piel hasta elegir su cintura como punto de agarre. Mis emociones están más agitadas de lo habitual y sé que mis dedos están apretando su piel hasta el punto de dejar marcas, pero no puedo obligarme a soltarla.
No quiero que se vaya.
Incluso si sé que tiene que hacerlo.
Alcanzo su barbilla y tiro de ella hacía mis labios con ese ímpetu de hace unas horas. Todo lo que quiero, es quitarle ese abrigo. Todo lo que quiero, es que se quede conmigo. Todo lo que quiero, es poder sentir el calor de su piel contra mis manos, recorrer su cuerpo hasta hartarme como si eso pudiera ser posible.
Daphne se hunde en mis brazos como si fuera el lugar al que siempre ha pertenecido. Cálida contra mi cuerpo. Brusca contra mis labios.
Quiero cada parte de ella.
Estoy tan perdido en esa mezcla que debo cruzar una línea porque siento la presión en mi pecho cuando me echa atrás. Tardo unos segundos en notar que he mordido su labio con demasiada fuerza. Paso el pulgar sobre su labio inferior y el color rojo pinta mi piel.
—Mierda, perdona —murmuro—. No era... No estaba...
Pensando.
No estaba pensando.
Levanta la mano a sus labios antes de entender que está sangrando, por poco que sea. Lo limpia con el dorso de su mano.
—Oh, ni lo he sentido.
Mira hacia la mano que sigue contra mi pecho, sus mejillas enrojecidas aunque, con el frío que hace, no podría asegurar la razón.
—No era eso por lo que... —Cierra la mano contra mi pecho y me pregunto si, además de lo agitada que está mi respiración y la fuerza de voluntad que necesito para no volver a alcanzarla, nota cómo mi corazón late como si intentara llegar a ella—. Necesito hablar contigo de algo.
—¿Ahora?
—Definitivamente ahora. —Coloca bien la parte superior de mi abrigo y deja el aire ir—. Reece, hay algo que necesito contarte porque sé cómo son las cosas entre nosotros y me he dado cuenta de cuánto están acelerando últimamente. No quiero que pase algo que te haga pensar lo que no es o pensar que se trata de ti, no quiero malentendidos contigo.
—Puedes contarme lo que sea.
—¿Incluso si es la parte más humillante de mi vida?
—¿Más que tropezarte con el único trozo de hielo de todo el aparcamiento? —Mi intento de animarla no sirve lo más mínimo—. Pero sí, sobre todo esas partes de tu vida.
—Vale, solo... Nunca pensé que le contaría esto a nadie así que, por favor, no me juzgues. Soy la primera que lo hace todo el tiempo. Es... —Cierra los ojos unos segundos antes de hablar—. Cuando te conté mi historia con James en la acampada, hay una parte que omití. No teníamos tanta confianza y no pensé que fuera a ir a más así que no pensé que pudiera ser un inconveniente a la larga, pero, ahora...
Pasa la mano por su pelo y noto el temblor en ella.
—Le conocí con catorce años, casi quince —cuenta—. Solo había estado con un chico antes que él y apenas entendía las relaciones todavía. Además, digamos que veía muchas películas donde todo terminaba bien después de mil altibajos así que pensaba que las relaciones eran así. Entonces, cuando a los quince empezamos a salir, estaba convencida de que solo era cuestión de esforzarse.
Una de sus manos coloca bien la cremallera de mi chaqueta y alcanzo su mano al reconocer el gesto nervioso. Envuelvo su mano con la mía en un intento de ayudar con su inquietud. La levanto y dejo que mis labios rocen sus nudillos, uno tras otro.
—No soy de las personas que se rinden antes de intentarlo todo —sigue—. Así que, tras meses donde nuestra relación iba a más pero no se terminaba de asentar, empecé a pensar que, si me esforzaba más, sería suficiente para él. Que era lo que tenía que hacer porque así funcionaban las cosas.
Las últimas frases se sienten como cerrar los dedos alrededor de mis pulmones. Aunque no sé si son sus palabras o la forma de decirlo, cómo la frase pierde fuerza hasta desaparecer sobre el aire con una sonrisa compasiva.
—Fue escalando. Empecé a ir a más entrenamientos, a más celebraciones, a hablar más con sus amigos, a pasar más tiempo cada mañana intentando verme mejor... Eso te lo conté, lo que no te conté fue que, cuando nada de eso fue suficiente, pensé que el siguiente paso lógico era, bueno, lo sabes. —Arruga la nariz al decirlo y deshace el agarre que tengo en su mano—. No fue culpa suya, nunca me prometió nada, es solo que fui tonta y pensé que, si le daba todo lo que podía querer, entonces no lo buscaría lejos. ¿Me explico?
—Sí.
Por desgracia, lo hace. Nunca le llegué a preguntar hasta qué punto llegaron, pero admito que no tenía ganas de averiguarlo.
—Fue en una fiesta de Halloween cuando tenía quince . No voy a darte detalles, pero quiero aclarar que fue bien, en privado siempre ha sido cuidadoso con todo y me sentí cómoda. Sé que hay amigas que han tenido experiencias horribles, pero esa no fue... —Se aclara la garganta—. El punto es que recuerdo que pensé que eso era todo, que era el punto de la película donde la relación se asienta y todo termina bien. Que no hay otra opción. Así que, cuando salí y le vi charlando con sus amigos con su brazo sobre otra... Te juro que jamás había sentido que podían hacerme tanto daño hasta ese momento.
Mi expresión cae.
Siento la molestia convertirse en algo más intenso.
—Ese fue el momento en el que me di cuenta de que ya estaba. Cuando empecé a alejarme. Pero no te lo cuento por eso, te lo cuento porque quiero que entiendas que... —Pestañea y levanta la mirada al cielo unos segundos antes de devolvérmela—. No sé si estoy lista para que esto vaya a más y no quiero que pienses que es por ti. Es solo que no puedo quitarme de encima esa sensación de que todo va a terminar en cuanto pase y, cada vez que pienso que puede pasar, me agobio aunque no quiera y...
—Crees que voy a desaparecer de tu vida después —entiendo.
—No es... por ti. Es solo... Mi cabeza. Reece, siempre me cuentas las cosas para que no las malinterprete y quiero hacerlo también porque veo cómo cada vez las cosas van a más hacia nosotros y al igual que hay veces en las que sé que no me echaría atrás otras mi cabeza simplemente... Me agobio. No es por ti, es solo...
La forma en la que su voz se rompe me destroza de formas que no creía posibles. Paso la mano sobre mi rostro tratando de deshacerme de mis emociones antes de que ella las vea.
—Ven.
La envuelvo entre mis brazos. He notado el ligero brillo en sus ojos claros, esas lágrimas punzando detrás de ellos. Me pregunto si, pese a las capas de abrigo, puede sentir mi corazón golpear contra mi pecho. Acelerado. Agitado.
Ella hace un amago de apartarse y yo la abrazo más fuerte. Aunque no sé si por ella o por mí. Cierro los ojos con impotencia, con el deseo de haberla conocido antes para poder deshacer ese daño.
Pero no puedo hacerlo.
Todo lo que puedo hacer es ver el dolor abrirse paso por sus heridas. Presente. Incluso ahora. La rabia no me deja pensar. No por ella, por él.
Sobreentiendo que esa debió haber sido su primera vez, y él la destrozó. Agarró el corazón de la chica que te da todo lo que puede sin guardarse nada. La que agradece el mínimo detalle, incluyendo una simple visita, como si significara el mundo para ella. Lo tomó y lo hizo añicos.
—Lo siento —insiste como si, de alguna forma, fuera culpa suya. Lo peor es saber que ella realmente parece creerlo. Las palabras se me atragantan—. Te prometo que no tiene nada que ver contigo. Es solo que, cuando te esfuerzas por tanto tiempo, cuando haces todo y nada es suficiente... Ahora no puedo evitar tener miedo a no ser nunca suficiente para alguien.
Mis manos se cierran contra su espalda.
Sus palabras se sienten como una puñalada.
—Tengo el miedo constante de esforzarme y que las cosas no funcionen y que llegue un momento en el que no pueda dar más y...
—Daphne...
—...entonces desaparezca de mi vida porque...
—Daph...
—...no hay nada que pueda hacer para ser suficiente para ti.
Me echo hacia atrás con las emociones tan agitadas que no las reconozco. No puedo ni pensar. Alcanzo su rostro y la beso para acallarla antes de que pueda poner otra frase sobre sus labios porque no quiero oírlo.
—Como digas, una sola vez más, que no eres suficiente...
Pero no termino la frase. No consigo procesarla yo mismo. No puedo expresarme. La beso. Más fuerte. Quiero besarla hasta hacerla entender lo equivocada que está. Hasta llevarme por completo esas palabras de sus labios. Hasta borrar que alguna vez existieron.
—Daphne, escúchame, nunca puedes ser suficiente para alguien que no está listo para que lo seas, no podías haber hecho nada —digo—. Pero eso no quiere decir que no puedas serlo todo para alguien que sí.
Nunca había sentido ese agarre en mi corazón. Como si alguien lo hubiera congelado dentro de mi pecho. Ese dolor y rabia por otra persona que se lleva mis emociones. Apoyo mi frente contra la suya en un intento de suavizarlas.
—No hay nada en ti que no sea suficiente —intento explicar—. No voy a irme, y puedo esperar todo el tiempo que necesites hasta entenderlo.
Pocas veces he sentido la rabia vibrar bajo mi piel. Ocurría más cuando era pequeño, cuando me costaba expresarme. La última vez que lo sentí, fue cuando el curso pasado fueron a golpear a uno de los nuestros entre tres después de un partido. Vi rojo.
Ahora siento ese temblor en mi respiración cuando dejo el aire ir. Lo presiono contra la frente de ella. Mis manos buscan su rostro al echarme hacia atrás. Un error. Porque noto el brillo en sus ojos más claro, más doloroso. Su mirada más insegura, como si le preocupara mi reacción.
—Sé que no actúas de la misma forma, es solo que...
—Lo entiendo. Daphne, lo entiendo, de verdad. Si alguien entiende lo que es tener que lidiar con un miedo persistente por muy irracional que sea, soy yo. —Paso las manos bajo sus mejillas y le devuelvo esa confianza de la mejor forma que sé—. Cada vez que mi hermana enferma por poco que sea, siento pánico porque mi cabeza me convence que la voy a perder. Cada vez que va a trabajar cuando llueve, la abrazo un poco más fuerte porque tengo ese pensamiento que me dice que va a ser la última vez. Cada vez que te explico las cosas, no es solo para que no lo malinterpretes, es porque no quiero hacer algo que te haga alejarte de mí porque pienso que no vas a volver.
Nunca le había contado eso a nadie.
Presiono mi frente contra la suya.
—Joder, si estaba a dos segundos de meterte en mi casa para que no condujeras tan tarde porque estoy aterrado de que tengas un accidente de camino a casa aunque haga buena noche. Sé lo que es que tu cabeza te la juegue y lo difícil que es admitirlo. —Beso su frente con mi impotencia en ese gesto—. Gracias por dejarme entender.
La miro y... No puedo sobrellevarlo. Aparto la mirada y la traigo de nuevo a mis brazos. Esta vez, cuando cierro los ojos, es para mantener otra clase de emociones dentro que no tienen nada que ver con la rabia e impotencia. Hundo la mano en su pelo.
Noto dos palabras rozar mis labios, pero me muerdo la lengua antes de dejarlas ir. No, no es justo para ella que se lo diga ahora. Incluso si es el momento en el que me doy cuenta de cuánto necesito hacérselo saber.
Que la quiero.
Que llevo tiempo haciéndolo.
Quisiera poder repetírselo hasta hacerle entender que no voy a desaparecer en el momento en el que "no quede más por dar" porque esa posibilidad ni siquiera existe en mi cabeza, pero sé que, si lo hago, ella no podría estar segura de si lo digo porque lo siento o para calmarla.
No quiero hacerle eso.
Así que me limito a abrazarla sabiendo que...
—No existe una parte de ti que no sea todo para mí.
⋅༺༻⋅
Próximo capítulo: Sábado/Domingo
(Más Reece narrando jeje)
⋅༺༻⋅
He escrito el capítulo mil veces y he llorado como una decena de ellas así que espero que alguien más también lo haya hecho, aquí se sufre en grupo <3
Espero que os haya gustado, que os haya permitido conocer esos detalles de nuestros protagonistas que tanto les ha costado dejar ver y poder conocerles mejor. Como Reece dijo: "Cada quién tiene sus demonios y actúa en consecuencia. Con sus límites según lo que ha vivido." Estos son los de ellos.
Y mi corazón es un desastre ahora mismo.
Ahora sí, os mando un abrazo y nos leemos el próximo fin de semana 💙
(Estoy agotada para la nota de autora pero nos leemos por comentarios durante el capítulo)
—Lana 🐾
pd: Daphne dejó el plato sobre el coche y se le olvidó ahí, adiós plato.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro