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Todo era un caos en la mansión Bloom, las mucamas entraban y salían de la habitación del patriarca, del miembro más anciano de aquella extraña familia, a la que ahora también pertenecíamos, mi hermano y yo.

Vociferios e insultos provenían de aquella estancia, mientras iban y venían el resto de miembros de la mansión: la señora Martina entró la primera, y también fue la primera en salir, era obvio que la relación con su padre nunca fue buena, y en aquel estado en el que se encontraba el hombre, con aquella demencia senil ganándole la batalla, era imposible hacerle entrar en razón sobre cualquier cosa. Los únicos que parecían tener un don especial con aquel hombre, eran sus nietos, Carolina y Oliver, que entraron justo después de su madre, y ellos sin se llevaron bastante tiempo dentro.

El resto de la familia, en donde me incluyo, permaneció a la espera, sentada en la sala, en aquellos hermosos sillones de diseño intentando mantener la compostura, lo cual era un poco inútil pues todos sabíamos a qué habían venido: tan sólo estaban detrás de la fortuna del viejo Martín.

Tan sólo nosotros, mi hermano y yo, éramos los únicos que no encajábamos demasiado en aquella estampa, dos intrusas, que habíamos llegado de la nada, y pretendíamos aprovecharnos de la situación y sacar tajada, o al menos, así lo veían ellos. Lo sabíamos bien, pero en ningún momento dejamos que aquello nos afectase demasiado.

Apreté la mano de Juan, mi hermano, y observé como este sonreía hacia mí, luciendo mucho más calmado de lo que había creído, incluso más que yo.

- Todo saldrá bien – me susurró tranquilo, para luego volver la vista hacia la puerta que se acababa de abrir, la habitación del señor de la casa. Oliver y Carolina salieron con una amplia sonrisa en su rostro, parecía que su charla había ido bien.

Mi hermano se levantó de un salto, soltando mi mano, dejándome desamparada, para luego abrazar a su esposa, y sentir como esta le devolvía el abrazo.

Hacían una linda pareja, siempre lo había pensado, desde el día en el que mi hermano me confesó que estaba enamorado de ella, de Carolina Bloom y que cuando le fuese posible le pediría matrimonio. Habían pasado veinte años desde aquello, y siempre pensé que serían cosas de niños, que cuando fuese mayor lo olvidaría, pero nunca lo hizo, a pesar de tener tan sólo diez años cuando me hizo esa promesa, al cumplir los veinte lo hizo, y pareció que ella siempre había sentido lo mismo por él, pues no tardó en darle el "sí, quiero".

Carolina era preciosa, tanto por dentro como por fuera, y siempre fue una persona dispuesta a darlo todo si con ello podía hacer feliz a las personas de su alrededor. Y eso la hizo digna de mi confianza, eso conllevó a que para mí siempre fuese como un ángel salvador, un ángel que nos salvó de la ruina cuando mis padres fallecieron y las deudas nos llegaban al cuello.


Tenía mucho que agradecer a aquella familia, pero sobre todo a ella, a mi cuñada, a la que adoraba.

Se separó un poco de su esposo y miró hacia mí, con una amplia sonrisa en el rostro.

- El abuelo quiere verte – aseguró, haciendo que me sorprendiese bastante al escucharla, pues aunque mi relación con el patriarca no era mala, no me consideraba lo suficiente importante para él como para visitarle en su pérdida de cordura.

Sonreí hacia ella, intentando parecer calmada, mientras sentía una mano entrelazándose a la mía. Volví la vista, preocupada, hacia el dueño de ella, y casi me caigo del susto cuando lo encontré a él, a Oliver Bloom, allí, tirando de mí hacia la habitación de su abuelo.

Oliver Bloom era la persona más odiosa del universo, el único al que odiaba de aquella familia, el que siempre había sido como un dolor de muelas desde que tenía uso de razón, en mi vida.

Le conocí en parvulario, y tengo que admitir que en aquella época era un verdadero encanto, en aquella época no me trataba mal, en aquel entonces casi éramos amigos. Siempre tenía una sonrisa para mí, y cuando otros intentaban meterse conmigo el me defendía.

Cuando tan sólo era una cría vi en Oliver a un hermano, un hermano que aún no tenía, pero cuando mi hermano Juan llegó todo cambió. Y él se alejó de repente, sin darme si quiera explicación.

Lo podría haber soportado, incluso podría haber vivido con ello de no ser por lo que ocurrió en primaria, donde mi hermano Juan y Carolina se hicieron inseparables, Oliver empezó a tratarme mal, como si siempre me hubiese odiado, o al menos así podía sentirlo en sus miradas, en sus desprecios, en sus risas de burla junto al resto de su séquito.

Las cosas no mejoraron en el instituto, donde Oliver Bloom era el líder, aquel al que todos seguían, aquel por el que todas mis compañeras se morían por intercambiar al menos una palabra con él. Era el chico más admirado del instituto, y yo no entendía por qué, a mí sólo me parecía un palurdo, un idiota, un gilipollas. Y para él yo seguía siendo la misma, alguien a quien molestar, con la que meterse, con la que reírse junto a sus amigos.

Él y yo éramos como el agua y el aceite, incluso en aquel momento era así, incluso en la mansión que compartíamos me trataba con desprecio y se alejaba de mí tan pronto como tenía oportunidad.

Oliver era un hombre frío, calculador, egoísta, egocéntrico, un gilipollas. Pero eso no quería decir que no fuese igual de guapo que su hermana, dos bellezas rubias, de ojos azules, piel clara, y buen porte, que despertaban pasiones allá donde iban. No era de extrañar que mi hermano se hubiese enamorado de Carolina, ¿quién no lo habría hecho? Pero lo verdaderamente sorprendente del asunto, es que ella lo eligió a él para ser su esposo.

Tenía entendido que la vida de aquellos dos había sido difícil, al igual que la nuestra, ellos habían perdido a su padre cuando Oliver estaba en el jardín de infancia, nunca supe muy bien en qué momento sucedió, pues él siempre fue un chico muy tímido en aquella época. Su madre, Martina, no tenía ni idea de cómo cuidar a aquellos dos niños, así que tan sólo les compraba todo lo que querían, para intentar mantenerlos contentos, por lo que, el único que los había cuidado como un padre, fue su abuelo, de ahí que estuviesen tan unidos.

Para nosotros no fue así, nosotros siempre tuvimos a nuestros padres, dándonos cariño y amor, enseñándonos principios para que el día de mañana fuésemos personas ejemplares, ayudándonos en todo lo que podían, aunque económicamente siempre habíamos sido algo pobres, pues aunque mis padres trabajaban ambos, siempre habían tenido muy mala suerte en la vida, fiándose de gente que no debían, perdiendo el dinero por confiar en la gente indebida.

Y así fue, como, justo después del accidente que acabó con la vida de mis padres, las deudas nos habían asfixiado. Hasta tal punto que tuve que dejar los estudios y ponerme a trabajar limpiando casas, para salir a flote, para que mi hermano pudiese seguir estudiando en lo que le gustaba, me sacrifiqué durante años, hasta que Carolina apareció en nuestras vidas, hasta que se prometieron en matrimonio.

Fui casi obligada a dejarlo todo, mi casa, mi trabajo, mi barrio, mis amigos, ... para venir a vivir a la mansión, tras las claras y constantes insistencias de mi hermano y la que entonces era, mi futura cuñada.

Oliver abrió la puerta de la habitación del abuelo y me condujo dentro, cerrando la puerta, dejándonos en el interior a él y a mí.

- Olivia – me llamó el anciano, en aquel momento de lucidez, con una tenue sonrisa hacia mí, alargando su mano para que me acercase. Tan pronto como apreté su mano entre las mías su sonrisa se ensanchó – eres tan buena, Olivia – aseguró, con lágrimas en los ojos – me gustaría tener más tiempo para disfrutar de tu compañía, pero la locura de mi cabeza casi me consume, y cada vez es más difícil recordarlos a ustedes, a mi familia – mi corazón se encogió al escucharle decir aquello, al darme cuenta de que él me consideraba como parte de su familia – necesito que me hagas una promesa, Olivia. – asentí, despacio, en señal de que lo haría – Necesito que cuando llegue el momento hagas algo por mí – volví a mover la cabeza, en señal de que lo haría, esperando a que me dijese que era lo que quería que hiciese por él, pero no lo hizo – Bien, me alegra saber que puedo contar contigo – agradeció, para luego mirar a su nieto y sonreír – Ahora necesito que os marchéis, estoy cansado, y sé que mañana no recordaré nada de esto, sé que mañana tan sólo seréis desconocidos para mí.

- Vamos – me llamó Oliver, haciéndome soltar la mano del anciano, para mirar hacia él – Olivia – insistió, mientras volvía a entrelazar nuestras manos, y tiraba de mí hacia el pasillo de la casa, ese que daba a la sala dónde estaban todos.

- ¿Qué es eso que tu abuelo quiere que haga por él? – pregunté, cuando caminábamos hacia la sala, notando como su mano soltaba la mía y me embriagaba una sensación de abandono.

- Lo sabrás cuando llegue el momento – aseguró él, con esa mirada oscura que tanto odiaba. De nuevo volvía a ser él, el odioso Oliver que tanto detestaba – Pero entonces – comenzó, agarrándome fuerte del brazo – deberás hacerlo, pues se lo has prometido al abuelo.

- Lo haré – aseguré, decidida, soltándome de él, para luego caminar hacia Carolina y mi hermano.



Continuará...

¿Qué será lo que el abuelo quiere que Olivia haga por él? ¿qué opináis de Oliver?

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