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La gracia del destino.

Disfrutaba de las noches de lluvia. Casi nada malo irrumpía la paz de su pequeño departamento. A excepción de las goteras, y la falla eléctrica que volvía con cada tormenta.

Fuera de eso, era una noche lluviosa como cualquier otra en la ciudad.

Pero aquella calma se vio interrumpida por el sonido de su teléfono. Aquel lujo que un tanto odiaba.

-Llaman.- anunció Archie.

Había sonado más veces de lo normal, pero aquello no parecía meterle apuró al mago.

Al cuarto llamado, el gato negro, cansado del aparato sonando descontrolado, decidido atender.

-Diga.

-¿Hablo con el señor caspera?- preguntaron del otro lado.

El gato se estaba por negar, pero por el tono de voz de la señorita del otro lado parecía indicar malas noticias.

-Él habla ¿Sucede algo malo?

Se hizo una pausa del otro lado, y se oyó como aclaraban la voz.

-Hola, soy Mara, amiga de Olivia, ella.- se frenó.

El gato se estaba impacientando, más aún porque del otro lado parecía que estuviera por llorar.

-Por favor, señorita Mara, le pido que se calme y me diga que ocurre con ella.- insistió, tratando de no sonar irritado.

-Ella sufrió un accidente, esta en hospital.- respondió con un inevitable llanto.

En cuando lo puso al corriente, el familiar corto, y noto que Hisirdoux lo veía.

-¿Quién era? Espero que esa llamada lo valga.- dijo un tanto burlón.

Archie se quitó los lentes, y los limpio. Le iba a costar decirle al mago de la mala nueva noticia, más aún al saber cómo se ponía este cada vez que a su única hija le ocurría cualquier cosa.

-Llamaron del Hospital, Olivia sufrió un accidente.- dijo con rapidez.

Siguió hablando, pero Hisirdoux dejo de escuchar. Era como si una parte de él hubiese sufrido junto con su hija. Ya le había comentado a Archie sobre un extraño presentimiento durante el día.

Buscó donde sentarse porque sus piernas se aflojaron ante la mala noticia, y su flujo sanguíneo parecía hacer cosquillear nervioso todo su cuerpo.

Estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural para contener el llanto, y así evitar que su corazón se siguiera rompiendo con cada palabra.

De algo estaba seguro, es que no podía salir en ese estado a la calle, con cualquier brisa fría terminaría en el suelo, y ahora debía ser fuerte, más aún porque le debía contar a Circe.

Al llegar al hospital, y decir que era el padre de Olivia, solo pudo llevarse malas miradas por partes de las enfermeras. Hasta que, por mucho que odiara decirlo en voz alta, se presentó como el hermano mayor de ella.

Lo guiaron hasta su cuarto, y entro apurado al escucharla gritar con desesperación. Con ella estaba Zoe quien trataba de contenerla, pero su fuerza era mayor que la bruja.

La sostuvieron entre dos enfermeras mientras otra le daba un calmante, e Hisirdoux paralizado viendo como su hija se rompía en mil pedazos más.

-Déjenla, le hacen daño.- exclamo abriéndose camino.

Se sentó al lado de Olivia, y esta lo vio con la mirada llena de lágrimas, que lento se iba apagando a causa del calmante.

-Papá.- balbuceó.

-Luciérnaga, debes guardar la calma.- le pidió.

Hacia todo lo posible para no desvanecerse junto a ella. Creía ser fuerte, pero le era imposible cuando se trataba de Olivia.

¿Qué clase de padre era sino podía aguantar las malas noticias? Se preguntaba mientras la veía juntar fuerza para seguir hablando.

-No papá.

-Si hijita, por favor.

Su garganta parecía secarse a medida que crecía el efecto del calmante, pero ella quería seguir hablando.

-Papá ¿Estoy maldita?- preguntó con un extraño acento español.

Tras esas palabras se quedó dormida en brazos de Hisirdoux.

El mago no supo responder a la pregunta, quizás sí, quizás no. Desde la noche en que la tuvo por primera vez en brazos supo que aquella niña tendría una vida difícil, pero nunca se imaginó una maldición.

Quizás Circe en algo tenía razón cuando decía que la oscuridad que la perseguía se extendía a quienes amaba.

-No puede ser.- murmuró.

Una lágrima resbaló por su mejilla, y la seco con rapidez. No podía, mucho menos debía creer que eso era algo posible.

-¿Qué más paso?- preguntó, haciendo a un lado el flequillo de su hija.

Zoe corrió la mirada a un costado. Oyó lo que ella dijo, y decirle que más sucedió esa noche, sería confirmar esa teoría.

-Vamos Zoe, dime.- insistió.

-Su novio, él.

-¿Su novio? ¿Qué paso con él?

-Falleció en el accidente.- respondió por lo bajo.

Hisirdoux guardo silencio, sin saber que decir. No conocía al muchacho, menos sabía que su hija estaba en una relación, pero si sabía lo mucho que le afectaba perder a alguien a quien quería.

Se quedo un rato más a su lado hasta que los efectos del calmante se diluyeron, y Olivia volvió a abrir los ojos. Hisirdoux le tomo la mano, y le dio una leve sonrisa.

-¿Mamá?- balbuceó.

-¿Qué? ¿Circe? No me pude comunicar con ella.- respondió.

La joven bruja tomo la camisa de su padre, y la jalo para que se acercará a ella.

-Estuvo, estuvo en ella. - mi departamento.- murmuró cerca de su oído.

Otra vez se durmió.

Se fue a buscarla, necesitaba a Circe a su lado, él no estaba muy seguro de poder resistir una tragedia como esa sin ella. Si, estaba Zoe y la amiga de su hija, y con un poco de esfuerzo podía contactar a Thomas, pero sin su hermana, persona con quien crio a Olivia, no sestaba muy seguro de nada.

En una antigua mansión, la cual era iluminada por las tenues llamas de las velas, una pálida mujer de larga cabellera blanca esperaba a que llegara su muchacho con noticias.

Hablaba con el casi todas las noches, y esa no recibió nada de su parte. Lo que la exasperaba. Oliver solía ser muy puntual, y aunque los últimos días se estuvo comportando extraño, no le dio mucha importancia.

—Charlotte.— llamó.

En cuestión de minutos se le acerco una muchacha similar a ella, solo que esta tenía ojos muy claros, casi transparentes.

—Señora Morrigan.— llego un poco apurada.

Dio una leve sonrisa, y la mujer rubia alzo una ceja esperando a que hablara sin la necesidad de preguntar sobre Oliver.

Y esta lo noto tras un bufido.

—Ah, cierto, Oliver.— sonrió, y su rostro se acaloró.

—Si, niña, dime algo, que no tengo paciencia.— la apuro.

La más joven sacó un libro de su morral, y lo abrió. Examino por un momento sus hojas, y al cabo de unos minutos fue notorio su cambio de expresión.

Parpadeo un par de vece, a la par que pasaba la página de atrás hacia delante.

—¿Qué ocurre?— preguntó Morrigan al notarlo.

La muchacha no respondió de inmediato, siguió leyendo para ver si veía algo más entre las hojas amarillentas. Hasta que detuvo su mirada, y torció la boca, un tanto decepcionada.

—El oráculo me muestra un accidente ...

—¿Y?

—La joven Hestigio falleció.— continuó, dando una pequeña sonrisa.—Y Oliver a desaparecido.

Morrigan se puso de pie y se acercó a Charlotte. Cerca de ella le arrebató el libro de las manos, y ojeo sus páginas. La más joven era conocida por ser despistada, y esa extraña noticia no era de fiar.

Pero lo que ella decía era cierto, el hilo de Olivia Hestigio estaba cortado por la mitad, mientras que el de Oliver estaba borroso, no se podía ver casi nada claro de este.

—Maldición.— exclamó.

Arrojo el libro al suelo, con muchas ganas de pisotearlo, pero ante un arranque de ira se detuvo.

—Hablemos con los oráculos.

Sin levantar el libro, puso una mano a su misma altura, y recitó un hechizo de invocación. El artilugio se prendió fuego, y no uno cualquiera, era azul, mejor conocido como fuego fatuo.

La llamarada azul escalo el aire como una pequeña bola que amenazaba con quemar todo a su alcancé, sin embargo, se transformó en una esfera de cristal al estar entre las manos de la bruja oscura.

Tras un intenso silencio, de aquel elemento surgieron risas, y luego un resplandor que dejo ver a tres mujeres similares entre ella. De piel grisácea, cabello negro, y sin ojos visibles, puesto que sus miradas estaban cubiertas por vendas.

—Callen muchachas, aquí está la perdedora.— dijo una tratando de contener la risa.

—No le digas así, ya veo que otra vez nos hecha al fuego.— dijo otra.

Es puro blah blah, cree que puede terminar con nosotras la tonta.— continuó la tercera.

Con paciencia espero a que terminaran de reírse de ella, como cada vez que se encontraban. Morrigan no les guardaba cariño, como a casi todos dentro del círculo de la nigromancia. Nadie se toleraba.

—No digas nada.— dijo la primer oráculo, tras las risas.—Quieres saber que paso con la niña Hestigo ¿No?

La bruja asintió, y las risas continuaron.

—Ay, pero que niña más tonta, la creíamos inteligente.

Solo una onírica se pondría a gritar en medio una la calle el nombre del hombre a quien quiere salvar.— dijo disgustada la tercer oráculo.—No saben qué hacer con sus visiones.

Las risas se calmaron, y las dos primeras tomaron aire para calmarse.
—¿Viste que el destino no se puede cambiar?— le preguntó la primera a la bruja mayor.

—Se más clara, o dime algo que sirva, no palabrería.

La oráculo se burló de ella repitiendo lo que dijo con voz más aguda buscando hacer estallar a Morrigan, pero esta contuvo la calma.

—Bueno, ella cambio su destino, no debía morir, pero eligió el camino equivocado.— continuó.—Hemos visto casos parecidos.

—Si, como ese que debía quedar tieso, y ahora anda como loco buscando respuestas.— continuó la segunda.

—O esa rubia que debía morir en el sacrificó, y termino aniquilando a un culto.— añadió la tercera.

—¿Entonces es normal que pase?

Las extrañas mujeres guardaron silencio, tratando de analizar los casos donde el destino se torció, casi en contra de las pobres almas.

—No, no es normal.— hablo la primera.

—Pero si se da con cierta frecuencia. — continuó la segunda.

—En casos especiales.— añadió la tercera.

Las oráculos se pusieron a conversar sobre todos esos momentos en que, tanto mágicos como no, cambiaron su destino. Desde Morgana, quien no debía morir en manos de su hermano, hasta sobre el nacimiento de la hija de unos nigromantes, el cual no estaba pactado, sin embargo, ella estaba ahí oculta en alguna parte del mundo entre los límites de la realidad que muchos conocen y la cual desconocen.

—Pero nuestra favorita.

—Es ella.

—Circe.

Las tres se vieron, y sonrieron gustosas antes las múltiples visiones de que tuvieron sobre la hechicera.

—Es quien más veces a torcido el destino.— dijo la primera.—Debió morir antes de nacer.

—O la noche que cumplió dieciocho.— agregó la segunda.—Pero termino a los pies de Merlín, y este la quiso de inmediato.

—O consumida por su propia tristeza la noche en que el brujo la abandonó.— añadió la tercera.—Engaña a la muerte, y cambia su destino.

Ahora sí, irritada, Morrigan las callo, y las tres le brindaron una extraña atención.

—¿Se puede saber porque no se pudo prever?— preguntó.—Me dijeron que con esta niña yo tendría a Circe si la idiota de Desdemona fallaba.— continuó tratando de mantenerse tan serena como dura.—¿Ven a Circe por acá, o a su hija, o a Oliver? Porque yo no, y confíe es su estúpida palabra.

—Son especiales, no se ven con anterioridad, simplemente pasan.— respondió la mayor de las oráculos.—Lamentamos no controlar el destino, nadie puede, pero somos lo más cercano a saber su próxima jugada.

Aquello llamo la atención de la rubia.

—¿Cuál será?— preguntó intrigada.

Las tres volvieron a reír por la pregunta de Morrigan, lo cual la consternó.

—Que graciosa ...

—No ...

Te diremos.

Y tras sus últimas palabras la bola de cristal se reventó frente a ella.

Morrigan pudo haber estallado en ese momento, y maldecir a cada oráculo, porque ninguno le daba respuestas claras, pero prefirió guardar silencio. Cada día que pasaba buscaba las maneras en que esas charlas no le afectaran, pero resultaba difícil cuando no le daban una mano.

Exhausta se sentó en la gran silla de su escritorio y le pidió a Charlotte que le trajera un whisky. La más joven obedeció de inmediato, no era bueno verla enojada y cansada.

Regreso con su bebida, y otro libro de oráculo más. Además de más malas noticias.

—¿Qué haces con el oráculo de los hermanos Gerver?— preguntó tras dar un sorbo a la bebida.

Charlotte sonrió nerviosa.

—Me puse a buscar a Circe, y ella ...

—Habla Charlotte, no tengo toda la noche.

—Ella, su hilo también se desvaneció. — continuó, bajando el volumen de su voz.

Los cuervos que reposaban tranquilos en los árboles muertos a las afueras de la mansión pudieron jurar oír gritar a su ama, exclamado con evidente enojo el nombre de la hechicera.

Hisirdoux llegó al departamento de su hija, la puerta estaba entreabierta. Se podía sentir una leve brisa helada salir de allí dentro.

Entro con precaución, esperando lo peor. Pero no encontró nada, y tampoco faltaba nada, salvo su hermana.

Buscó por todos lados, y solo halló su camisón manchado de sangre, y una carta dirigida a Olivia. Aquello podía significar más malas noticias.

Buscó donde sentarse a leer, y en cuando encontró un sitio adecuado, alguien se asomó por la puerta de entrada. Era un muchacho, en sus treinta, que traía su cabellera castaña desprolija, y mal acomodados sus lentes de lectura.

—¿Disculpa?— dijeron al unísono.

—Tú no eres la señorita Hestigio.— hablo el desconocido.

—No, yo soy.— se frenó a pensar otra palabra para padre.—Su tutor legal.

El extraño entro al departamento dando una sonora risa.

—No te ves mayor que ella ¿Cómo puede ser posible?

—Es posible, y punto ¿Quién demonios eres?— preguntó irritado.

—Novac, Bautista Novac, vecino de Olivia ¿Cómo es que no te vi antes? Eres particular, te hubiese reconocido.— respondió hablando a gran velocidad.

Hisirdoux estrecho la mano que este le ofrecía, y sonrió un tanto confundió ante la gran sonrisa del vecino de su hija.

—¿Dónde está la señorita ...?

—Casperan, Hisirdoux Casperan.— se presentó.—Ella esta, está esperando a que le lleve noticias.

Novac dio un silbido, entendiendo por completo la situación. Un poco conocía a la joven Hestigio Casperan, y según sus instintos, no hacía falta mucho para que ella se metiera en algún problema.

—Bien, señor Casperan, al ver que no tiene buena pinta el asunto, le invitó un trago, a partir de la diez de la noche mi puerta está siempre abierta.— dijo dando una cálida sonrisa.

Se acomodo los lentes, y otra vez busco estrechar su mano para irse.

—No se preocupe, la señorita Olivia no ha tomado conmigo, al menos no alcohol.— le contó para buscar tranquilizarlo.

El más joven se retiró, cerrando la puerta tras él, e Hisirdoux suspiro cansado. Ahora debía leer lo que Circe le dejo a su hija, e ir por ella para cuestionarle cómo fue que permitió que Frederick le haya dado ese lugar para vivir.

Sin embargo, al leer la carta, el enfado por el hombre cambio a tristeza.

Mientras el volvía al hospital para ver a Olivia, le pidió a Archie que sobrevolara la ciudad para buscar alguna mensajera. Debía ir por Circe, aunque no supiera donde se encontraba en ese momento.

Al llegar fue frenado por Mara antes que pudiera entrar al cuarto. Supo de inmediato que ella no era una muchacha normal, sino otra bruja.

—Ella no se siente muy bien.— le comentó.

—¿Paso algo mientras no estuve?— preguntó preocupado.

—No, yo.— aclaro su voz, estaba nerviosa.—Por favor no le diga que le dije esto.

Exasperado la apuró para que hablara. Entendía que seguro era una joven bruja que no sabía mucho sobre su propia magia, pero lo que menos necesitaba en ese momento eran rodeos.

—Leí sus emociones sin su consentimiento.— exclamó.—Ella se siente culpable de lo que ha pasado, cree que Oliver murió a su causa.

Hisirdoux refregó su mirada, estaba agotado, y el sol recién salía. Debía ver a su hija, enmudecida por largas horas, y buscar la manera de ocultar lo que su madre escondía.

Entro, y la vio junto a Zoe ¿En qué momento terminaron? Hacía muchos años que estaban juntas y se las veía bien ¿Cómo es que llegó a desconocer tanto a su propia hija?

Dejo todas sus dudas sobre la paternidad a un lado, y llamo a Zoe. Le sonrió a Olivia, quien no se veía mejor, y salió junto con su amiga.

—¿Qué sabes de Circe? Ha preguntado por ella.— preguntó Zoe.

Este negó, no tenía idea de nada, y pronto sabría menos de su hermana.

—Quédate con ella, no la dejes sola, te lo pido por favor.

—No pensaba hacerlo.— dijo Zoe cruzándose de brazos.—Pero ¿Qué puedo decirle?

—Algo se te ocurrirá, eres Zoe.— respondió.

Le dio un fugaz abrazo, y entro a la sala para saludar a Olivia. Tras unos minutos salió corriéndose de ahí, para ir en busca de Circe.

Se encontró con su familiar a la salida, y este le indico donde podía encontrar a una mensajera. Debía cruzar prácticamente media ciudad para hallar a una.

Las mensajeras se ocultaban en los callejones de las grandes ciudades, y las podías encontrar mediante un símbolo escrito en los muros avejentados.

Tras media hora caminado, encontró el sitio que Archie le indico. Sin tantas vueltas se adentró en la oscuridad del pasillo húmedo. Bien al fondo, donde no llegaba la luz de la ciudad una puerta brillo frente suyo. Toco y del otro lado una voz que reconoció le dio permiso de entrar.

Hisirdoux entro sonriendo y gritando el nombre de la bruja.

—¡Key!

—Casperan, maldito escurridizo.— exclamó la rubia de rastas.

—Falso, se cuando me debo retirar.— dijo el pelinegro recibiendo el abrazo de la bruja.

El gato negro salto al hombre del mago, y recibió el saludo de la mujer.

—No estamos acá para hacer sociales.— le recordó.

—Si, necesito ir a ...

Guardo silencio, pensando a donde pudo haber ido su hermana. No tenía tantas opciones, en los últimos años se movía mucho por el continente americano.

—¿No sabes a dónde ir?— pregunto la bruja.

—Keyra ¿Por causalidad viste a Circe? ella suele frecuentar a las mensajeras.

—Que suertes tienes, una de las chicas me informo sobre ella.— respondió con una sonrisa.—Esta en España, creo que tu niña también ha ido un par de veces.

—¿Olivia?

—Si, ella.

Aquello llamo la atención del mago ¿Por qué ambas irían a un lugar que ni el visitaba? Otra vez tuvo que dejar sus dudas de lado, y le pidió a la rubia que lo mandara a donde se encontraba su hermana. A los misterios de su familia los resolvería en otro momento, porque hasta ahora, cada vez había más de lo que no estaba al tanto.

Llego al pueblo donde solían pasar sus vacaciones, algunos fines de semanas, o hasta algunas festividades. Pero él no estuvo ahí desde hacía varios años. España no era su lugar en el mundo, menos cuando estaba él solo.

De camino a la antigua casa que solía habitar, lo detuvo una señora, una vecina de la zona, que cada vez que lo veía buscaba emparejarlo con alguna de sus hijas, o ahora, nietas. La mujer lo beso, y abrazo, hasta lo llego a confundir.

Eres igual a tu padre.— dijo esta.

—¿Disculpe?

—Si, niño ¿Quién más? el marido de la doña Circe. Eres más parecido que la chica esa ¿Es adoptada cierto?— pregunto en voz baja.

Hisirdoux no pudo contener una pequeña risa que contagio a la mujer. Era primera vez en mucho tiempo en donde le decían que él mismo era su padre. Le siguió la corriente, lo último que deseaba era infartar a la mujer con su verdadera procedencia.

Hablando de mi padre ¿Vio a doña Circe?

—No no, pero yo que usted iría a su antigua casa, hubo un accidente, y solo quedan escombros.— conto.—Creen que fue un rayo, pienso que fue el diablo.

Alarmado por la nueva información corrió en dirección a la casa, y lo que vio confirmo lo que la mujer anciana dijo. Un incendio consumió el lugar donde mejor la paso en los últimos años. Aún quedaba la estructura y algunos muros, pero no soportarían tanto tiempo.

Con cuidado entro. Contuvo las lágrimas lo más que pudo, pero el día pesaba en sus hombros cansados. Se derrumbo en donde supo ser la sala, donde a Olivia se le cayó el primer diente, o dio sus primeros pasos. No soportaba más la tragedia, y odiaba pensar en que quizás Circe algo de razón tenia, y a él también lo seguía la oscuridad.

Como un iluso, en los últimos meses anduvo buscando a Arabella con una falsa esperanza que lo trataba de tonto cada noche cuando se dormía tras seguir pistas que no lo llevaban a ningún lado. Su familia se desmoronaba y recién lo notaba, y su presente se hacía un poco más caótico minuto a minuto.

Lloro creyendo que si convertía en sus propias lagrimas se resolvería su malestar, hasta llego a pensar que ya fueron muchos años de vida, que era momento de descansar. Su familiar lo veía desde lo alto de una columna en silencio. No iba a intervenir, porque sabía que no atentaría contra su vida, amaba demasiado seguir en pie, que aquel oscuro pasamiento no lo asustaba.

Solo lo dejo desahogarse, le hacía falta echar fuera las lágrimas de los últimos diez años.

—¿Hermano?— llamo Circe.

Esta salió de la oscuridad misma. Su rostro cubierto de manchas negras, indicaban que estuvo llorando de pena, y a causa de la tragedia.

Hisirdoux al escucharla, se puso de pie de inmediato, y corrió hasta ella. La abrazó sin dudar, debía saber que era ella, y que no había perdido la cabeza a causa de la misma tristeza.

—Por las barbas de nuestro padre, estas bien.— exclamo sin soltarla.—Circe ¿Qué ocurrió contigo, con la casa, con nosotros?

Ella no supo que responder, y siguió llorando, haciendo que él también siguiera con sus lágrimas. Eran dos almas en penas que aun seguían de pie, pese a todo lo malo. Se contuviera, aunque ya estaban hechos añicos, y lento fueron juntando cada parte que se cayó.

—Olivia pregunto por ti.— dijo Hisirdoux.

—Dile que yo la buscare, pero lo mejor es que nos mantengamos alejados.— gimoteo Circe.

Se abrazo a si misma, no se podía imaginar tan alejada de la niña que vio nacer y crecer.

—Ella lo entenderá.— dijo el mago mientras la envolvía con sus brazos.—Lo va a superar.— murmuro.—Es fuerte.

—¿Lo es? ¿De quién lo aprendió?— se cuestionó, sin soltarlo.—Supongo que, de ti, eres mejor, no lo quieras negar.

Hisirdoux la soltó, y la tomó con cuidado del rostro. Paso el pulgar por la mejilla manchada, y llevándose consigo algunas lágrimas negras.

—Lo aprendió de ambos.— sonrió.—Hicimos a una joven increíble, y lo sabes.

—¿Cuándo te hiciste mayor?

—Siempre fui mayor que tu.— respondió.—Pero creo que hoy crecí un poco más.

Se despidieron con un fuerte abrazo, corto aun sabiendo que no se verían en mucho tiempo.

Unos días antes de los incidentes.

Olivia llegaba a su departamento, y en la entrada de este estaba su vecino hablando con Frederick. Había olvidado que venía a traerle provisiones, pese a decirles a él y a Circe que no le hacía falta.

—Hola.— saludo estando cerca.—¿Mamá te obligó a venir?— preguntó.

Frederick sonrió y la recibió con un fuerte abrazo. Amaba a Olivia como si fuera esa hija que nunca pudo tener.

—Un poco por mi cuenta otro por tu madre.— respondió.—Novac me dijo de tu nuevo novio.

Olivia lo soltó y vio a su amigo, quien volteó para marcharse a su departamento.

Eres una vieja chicha Bautista.— exclamó.

Pero él ya había cerrado la puerta.

Entraron junto con Fred e hicieron algunas bebidas calientes. Él tomó café oscuro sin nada, y ella un simple té. Le contó lo que quería saber, y como es que Oliver, de alguna forma, le pidió matrimonio.

—No me ha besado ni una vez, y ya quiere que tengamos hijos.— sonrió ante la idea.

La noche anterior, tras la propuesta indirecta, ella solo pudo entrar en crisis, no por lo planteado, sino por los antiguos recuerdos.

—Pero Bautista no solo me hablo de tu novio.— dijo Frederick.

Olivia lo vio con intriga ¿Qué más le pudo haber dicho el vecino? Pensó y luego recordó que más de una vez llegaron en las mismas horas de la noche, solo que él volvía del trabajo, y ella de un largo viaje.

—No sé qué más puede haber en España además de una vieja casa.— tomo su mano, y le sonrió con calidez. —Pero tu, que tienes la habilidad de ver más allá, es momento de hacerlo ¿No crees?

La joven bruja parpadeo, y sus ojos se llenaron de lágrimas, quizás tenía algo de razón. Estar pendiente del pasado no la dejaba ver su propio presente o imaginar que más podía haber.

Olivia quiso decir algo más, explicar lo que esperaba ver cada vez que pisaba suelo español, pero Fred la detuvo. Ni él, ni nadie necesitaba una explicación.

—Seguro encontrarás lo que buscas, y no sabes lo bien que hace cuando sucede mientras sigues avanzando. — dijo.

—¿Tú crees?

—Cincuenta cincuenta, pequeña.— respondió.

Olivia dejo su taza a un lado, y le dio un abrazo, que lo tomo por sorpresa. Frederick nunca se imaginó como alguien que pudiera aconsejara a otra persona, pero en ese momento la hija de su esposa le hizo ver que todo podría ser diferente, al menos un poco.

—¿Sabe que te tengo tu edad?— murmuro tratando de contener la risa.

—Si, no me recuerdes.— rio al comentario.

—Por favor, no le diga a mamá de esto, quiero hablarlo con ella.— le pidió.

Él prometió que guardaría su secreto hasta que esté lista para dar el siguiente paso en su vida, o en aquello de seguir adelante, decida lo que decida. Se despidieron como si se fueran a ver el próximo domingo, como si nada malo los estuviese siguiendo, y el mundo fuera un lugar ideal para vivir.

En el hospital le dijeron que a Olivia le dieron el alta y que ya se encontraba en su hogar con la hermana mayor, lo cual supuso que hablaban de Zoe, o al menos eso esperaba.

Al llegar al departamento solo esperaba que sus creencias fueran ciertas, porque su cuerpo no resistiría más malas noticias. Fue directo a su cuarto y se encontró con lo que esperaba, ella durmiendo y Zoe leyendo algo sentada a un lado. Un poco más calmado se acercó, y se quedó por un instante viendo a su hija.

—¿Por qué alguien como ella debe pasar por todo esto? ¿Acaso las buenas personas no merecen algo mejor que tragedia tras tragedia?— se cuestionó.

Zoe cerro el libro, se puso de pie y camino hasta quedar al lado del pelinegro, lo abrazo tomándolo por sorpresa, no era alguien que regalara muestras de cariño de manera gratuita, sin embargo, lo vio necesario.

—Al destino no le importa que tan bueno eres, solo hace lo hace.— respondió.

—¿Por qué terminaron?

Aunque Zoe deseaba corregir la pregunta, prefirió callar.

—Ve a descansar, no creo que despierte en toda la noche.— murmuro.

—¿Seguro que puedes con ella?

Hisirdoux la vio por un instante. Olivia volvía a tener diecisiete años, y dormía afligida tras enterarse que alguien más llamaba madre a Circe, y esta no le conto nada. Aún recuerda haberse quedado toda la noche a su lado, porque le prohibió a su mamá entrar.

—Claro que puedo.— respondió.

Luego que Zoe se fuera, le hizo algo para que comiera, aunque sea alguna tostada con algo de dulce, y se lo dejo en la mesa de noche por si despertaba y él no estaba a su lado.

Se recostó en el único sillón del departamento y noto que no tenía nada de sueño, su cuerpo aún seguía muy activo, tanto que no podía mantener la atención en una simple lectura. Cada tanto volvía para verla, pese a estar profundamente dormida.

Cerca de las diez de la noche alguien llama a la puerta, y tras preguntar abrió al saber que era el vecino de su hija. Este le comento que supo del accidente, y se acercaba para saber cómo se encontraba su amiga.

—Estará bien.— le aseguro a Bautista.

Aclaro su garganta, y llamo atención del joven periodista.

—¿Aun sigue de pie el trago?— le pregunto.—Creo que lo necesito.

Novac acomodo sus lentes, y dio una leve sonrisa.

—Claro, iré por algo que te suba los ánimos.— respondió.

Bonus

En la actualidad.

Olivia fue la última en salir de la secundaria, a veces se iba acompañada del señor Strickler, pero esa tarde él se marchó antes que ella. Tomo su bolso, un par de libro, y se encamino a la salida. Solo que se detuvo a unos pasos de la puerta principal. Una extraña magia crecía a medida que la oscuridad se apoderaba de los pasillos.

—¿Quién está ahí?— pregunto viendo a todos lados.

Trataba de mantenerse calmada, para evitar que el miedo se apoderada de ella, sin embargo, le era inevitable sentirlo.

—No te asuste. — respondió una mujer.

De las mismas sombras apareció Charlotte. Traía el cabello blanquecino muy corto y una macabra sonrisa pintada de rojo. No se veía muy amistosa, lo que obligo a Olivia a activar su propia magia, haciendo que sus manos brillaran con luz plateada.

—¿Quién eres?— insistió en saber.

La rubia se acercó a ella, y toco su hombro con suavidad, haciendo que su magia se apagara. Olivia la vio con espanto, era la primera vez que alguien neutralizaba su magia.

—No querrás saber quién soy.— respondió.—Pero no vine a ser tu amiga, solo quiero darte esto.

Le entrego un libro muy grueso, con una añejada tapa de cuerpo en color violeta oscuro. Aquello llamo la curiosidad de Olivia, y no porque fuera una lectura muy antigua, sino porque este también poseía mucha magia, magia oscura.

—Piénsalo como un obsequio.— dijo sin dejar de sonreír.—Dicen que lo prohibido, además de peligroso, también puede dar una mano cuando más lo necesites.

Y antes que Olivia pudiera decir algo, Charlotte solo se esfumo de su vista, dejando en su lugar una tenue niebla que se dispersó. Su magia volvió a fluir, y sus ojos dieron un gran resplandor que ilumino el pasillo, para luego dejarlo oscuro, aun mas espeso que antes.

—Magia prohibida.— murmuro pasando su mano por la tapa del libro.

Trago saliva, y guardo el libro dentro de su bolso.

Al salir se encontró con Circe que la esperaba en la puerta del lado de afuera. La hechicera se veía radiante con su gran barriga, el cabello hasta los hombros, y una gran sonrisa que iluminaba su rostro.

—Hija ¿Esta todo bien? Tardaste mucho.— pregunto.

Olivia la abrazo con delicadeza, y la soltó para verla de arriba a abajo, no le iba a decir lo sucedido, aquello solo la pondría muy histérica, y era lo último que su mamá necesitaba. Además, estaba segura que tarde o temprano Circe lo sabría sin que nadie se lo dijera.

—Recibí un llamado, y me retuvo un poco más.— respondió.—¿Cómo te sientes ma?

Circe la tomo del brazo para comenzar a caminar, y se puso hablar de todo lo que paso en su día, mientras que Olivia trataba de seguirle el hilo a la conversación.

★★★

Hola mis soles eclipsados ¿Cómo les va? Espero que bien.

Este capítulo es una bomba. Está enfocado bastante en Douxie, y como es que un hermoso personaje como él puede derrumbarse en mis manos.

¿Se quedaron con alguna incógnita? Esperó que sí, es la idea.

Olivia y Fred son unos soles *llora*

En fin, espero que les haya gustado.

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