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XIV


A la mañana siguiente, Bianca despertó bastante temprano. Le dolía la cabeza de haber dormido durante todo el día anterior y su respectiva madrugada, pero el hecho de haber practicado la proyección astral no solo había agotado sus fuerzas, sino que le había despertado una migraña muy intensa. Suponía que era normal, a fin de cuentas, jamás había hecho una cosa así en su vida, y sus padres debían haber pasado por lo mismo al empezar, pensó.

Aún no había salido el sol, pero si continuaba durmiendo se le reventaría una vena del cerebro, pensó con un toque de humor negro. Encendió la cafetera de la cocina y mientras esta calentaba gradualmente, se acuclilló frente a la estufa, para encenderla. La primera vez que lo había intentado había llenado toda la casa de humo, pero también había tomado practica al observar a Ellis como la encendía correctamente. No le resultó difícil, en poco menos de media hora, una agradable llama bailaba encima de los leños, como cuando vivía en el rancho de su madre y la estufa era mucho más pequeña en comparación.

Bianca estiró las palmas de las manos hacia el fuego y luego las frotó una con otra. Aún faltaba un par de meses para la temporada más fría del invierno, pero el clima comenzaba a encrudecer. Se preguntaba si habría nieve por aquella zona, y algo dentro de sí misma deseaba que así fuera. Una navidad nevada y cristalina, pensó, mientras sonreía. No pudo evitar imaginarse con treinta años menos, mientras correteaba de aquí para allá bajo los copos de nieve que recordaba de su propia infancia, con las manos envueltas en gruesos guantes de piel, y un gorro de lana hasta las orejas.

Se recostó en uno de los sillones, frente a la chimenea, y poco a poco el perfume característico de la leña quemada comenzó a abrazarla con placer. Una parte de sí no negaba que a veces extrañaba ciertas cosas, como su conexión a internet, su computadora, su aire acondicionado. Pero también debía reconocer que aquella paz era algo que muchas veces había deseado y no sabía conseguir. Al final del camino, luego de haber trabajado en una empresa con renombre, de haber sido envidiada por decenas de mujeres en el gimnasio de Edward, tan solo había quedado reducida a una chica común y corriente, viviendo en una cabaña de madera. Pero, por otro lado, no podía engañarse a sí misma. Aunque tuviera la oportunidad de volver a la misma vida de antes, definitivamente no lo haría en absoluto.

Su mente permaneció en blanco unos momentos, y luego comenzó a meditar en todo lo que había descubierto el día anterior. Jamás pensaba ser capaz primeramente de llevar a cabo con éxito una proyección astral tan intensa, y tampoco ser capaz de visualizar una retrocognición*. Lo único que lamentaba de toda esa experiencia, había sido el hecho de que no había podido captar ningún nombre en particular, pero en ella estaba la capacidad para descubrir todas esas cuestiones.

¿Y si por algún motivo se había equivocado, y aún quedaban parientes con vida? Se preguntó. O lo que era aún peor, ¿y si alguno de ellos era miembro de la secta que la perseguía para asesinarla?

Un ding proveniente de la cafetera le llamó la atención, de modo que caminó hacia allí, para servirse el café que estaba listo y humeando. No se preparó ninguna tostada, ni le puso azúcar, buscaba saborearlo naturalmente, como si aquella infusión le sirviera como una suerte de canalizador para sus ideas. Volvió con la taza en las manos de nuevo a su sillón, a mirar las llamas balancearse irregularmente encima de los leños, y a beber el café de a sorbos. Continúo meditando en aquella línea genealógica perdida, y una nueva idea le cruzó la mente como un rayo. No conseguiría absolutamente nada sobre ellos, al menos no en esa ciudad, y la respuesta era muy simple. No tenía datos que fueran clave para investigar absolutamente nada por medio de actas, no sabía en qué ciudades habían nacido, ni siquiera en que país, y no dudaba del hecho que varios hubieran sido concebidos con toda probabilidad en Alemania. Era algo que su visión no había alcanzado a dilucidar, al menos de momento.

Sin embargo, había otra cosa que aún no conocía, y que sin duda podía investigar con mucha más facilidad que sus parientes perdidos: aquel bosque tan lúgubre y oscuro, tan peligroso no solo para los turistas sino para los mismos ciudadanos de la localidad, y que había visto más de una vez. Sonrió complacida, antes de darle un sorbo a su taza. Le encantaba como manaban sus ideas, rápidas, como el afluente de un rio corriendo con libertad entre las rocas, como si le estuvieran susurrando directamente en sus oídos. Y si así era, ¿qué más daba? Pensó. Tal vez sus padres la estuvieran impulsando a razonar como ellos, desde un lugar que trascendía la propia eternidad, desde ese cielo tan sublime que su educación católica le había enseñado. Y le gustaba.

Una pregunta más: ¿Y si el bosque estaba relacionado con la secta? Se dijo. Tal vez ellos habían realizado algunos ritos allí, la idea no era tan descabellada del todo. Bajo el amparo de cientos de leyendas que se contaban sobre aquel lugar, sabían perfectamente que era casi imposible de que algún intruso se metiera a fisgonear, de modo que era el sitio perfecto para llevar a cabo ciertos rituales al aire libre sin ser molestados. Sin embargo, aun tocaba descubrir qué relación tenía con ella en particular.

Dio un nuevo sorbo a su café, y de reojo miró hacia el montón de cajas con papeles, libros y carpetas que había sido propiedad de sus padres, y exhaló un hondo suspiro. Le parecía sentir que todos esos viejos documentos que su madre le había heredado de alguna manera le transmitían su calor, ese mismo calor que ella había podido sentir innumerables veces al abrazarla.

—Ah, sí tan solo pudieras acompañarme en esto... —murmuró, al silencio del living. Últimamente había pensado muchas veces aquello, pero no podía evitarlo, deseaba con todas sus fuerzas que alguno de los dos se manifestase frente a ella y le diera todas las respuestas que necesitaba, o al menos la guiase. Su padre o su madre, le daba exactamente igual. Pero por desgracia, la vida no funcionaba de esa forma, y aunque le pesara, debía seguir investigando por su cuenta. Además, Bianca había sido una mujer con demasiada superación, casi a niveles que rozaban el egocentrismo. Si sus padres habían podido convertirse en dos parapsicólogos de renombre, ella también podría hacerlo.

Un movimiento le llamó la atención. Ellis asomaba por el pasillo, vestido, pero aun despeinado. Bianca se puso de pie y caminó hacia él, para darle los buenos días con un beso.

—No puedo creerlo, has logrado encender la estufa sin asesinarme con el humo —bromeó. Bianca le apoyó la mano en una mejilla y le giró la cara, simulando una bofetada.

—Eres un maldito mal agradecido —respondió. Luego señaló hacia la cocina. —Te serviré café, y nos iremos a la ciudad en cuanto hayas terminado el desayuno.

—¿Vas a investigar sobre tu línea genealógica?

—No, creo que no va a resultar muy útil que digamos, apenas tengo datos concretos.

—¿Entonces?

—Quiero saber más sobre ese bosque, tengo una intuición con respecto a eso.

—Como prefieras, entonces —respondió él. Se dio cuenta de que Bianca estaba un poco misteriosa, incluso más de lo normal—. ¿Has leído algo más de tus apuntes? —preguntó.

—No, en realidad no —respondió, mientras le servía una taza de café. Volvió con ella en las manos y se la ofreció a Ellis—. ¿Quieres tostadas?

—Gracias —negó con la cabeza, mientras envolvía la taza en sus manos. La observó avanzar hacia sus anotaciones, y hojear los papeles como si buscara algo, o los ordenara.

—Tengo mis sospechas, en realidad es más que nada una idea. Pero es posible que ese bosque esté relacionado de alguna forma con la secta.

Ellis dejó la taza de café encima de la mesa, caminó hacia ella y la tomó de la cintura, rodeándole el vientre con los brazos. Le beso la nuca, aspirando con fuerza el perfume de su cabello, y luego apoyo su barbilla en su hombro derecho.

—Cariño, creo que deberías relajarte, aunque sea un poco. Ayer has hecho una práctica de habilidad increíble, y has resultado agotada. Ahora vuelves de vuelta al ruedo como si nada, y temo por ti —dijo—. Se acerca el día de acción de gracias, luego navidad, y ni siquiera hemos comprado el árbol. Necesitas llevar una vida normal al menos por un tiempo, y sabes que tengo razón. Aquí no corremos ningún tipo de peligro, así que hagamos los preparativos para estas festividades en paz, y luego si quieres nos metemos de lleno en la investigación.

Bianca se giró en su lugar, y le rodeó el cuello con los brazos, mirándolo con una sonrisa. Se puso en puntillas para besarle la frente, y luego le acarició una mejilla.

—Lo sé, pero déjame ir allá. Solo tomaré algunas anotaciones más, si es que tengo suerte de encontrar algo, y asunto acabado por ahora. Lo tomaré como una lectura para antes de dormir, y listo. Necesito encontrar algo, lo que sea, que me indique el camino a seguir —lo miró a los ojos—. Por favor. Aprovecharé también para hacer el ritual de protección, y ya no nos ocuparemos de nada más. Te lo prometo.

Él la miró un instante, y luego se encogió de hombros.

—De acuerdo... no puedo negarme a esa mirada que me pones a veces. Pero prométeme que luego nos quedaremos en paz, al menos por un tiempo. Tómalo como una pausa a tanto caos.

—No puedo tomar esa idea como válida si hay toda una secta de asesinos tras de mi cabeza, pero lo intentaré. Confío en que este lugar sea lo suficientemente seguro para ocultarnos el tiempo necesario.

—Lo hará, sé lo que te digo.

Ellis la besó un momento, y luego volvió a su taza de café. Luego de haber desayunado, se cambiaron de ropa y mientras Bianca ordenaba sus apuntes, libros y cajas, Ellis hacia un listado de las cosas que debían comprar. Aún faltaba más de un mes y medio para el día de acción de gracias, pero podrían comprar un pavo no demasiado grande y congelarlo hasta ese entonces. Necesitarían frutas secas, avellanas, manzanas de caramelo, y sidra espumante. También pan de maíz, y calabazas para el postre. Cuando todo estuvo listo, Ellis tomó las llaves de la camioneta, cerró la puerta de la cabaña y emprendieron el viaje hacia Clayton.

El viaje fue ameno, aunque más largo que la última vez, ya que Ellis había tenido que conducir mucho más lento que de costumbre, por precaución. Aún no había una nevada considerable, pero el asfalto se hallaba un poco cristalizado por el hielo en algunos tramos y aunque la tracción de la Toyota era buena, no había puesto las cadenas en las cubiertas. Finalmente, dejó a Bianca en la misma biblioteca donde había tomado sus documentos anteriormente, y luego de despedirse con un beso, continuó de camino a comprar los productos de su lista.

Bianca entró a la biblioteca y al instante se sintió invadida por el mismo silencio casi irrompible de siempre. La misma bibliotecaria estaba tras el mostrador, leyendo absorta una Cosmopolitan. Al escuchar la puerta abrirse, cerró la revista de un golpe y carraspeó, enderezándose en su asiento.

—Buenos días, señorita —dijo—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Necesitaría información sobre... —Bianca titubeó un instante. Estuvo a punto de hablarle sobre el bosque de Kirchlengern, pero se contuvo.

—¿Sobre? —preguntó la bibliotecaria, levantando una ceja por encima de sus gruesas gafas.

—Sobre sectas famosas, disculpe. Me distraje un segundo.

—Déjeme ver que tengo... —la bibliotecaria tecleó algo en su computadora, y luego de buscar un instante, le hizo un gesto a Bianca con la mano. —Venga conmigo.

La condujo durante los pasillos repletos de estanterías que ya había conocido, hasta el fondo del local. Allí descendieron tres escalones y avanzaron a un anexo de la biblioteca con más y más libros por doquier, que Bianca no había visto en su primera visita al establecimiento. La bibliotecaria se detuvo al final de aquel eterno corredor, y se tomó sus buenos cinco minutos en buscar algunos de los tomos más gruesos. Ansiosa, Bianca se frotó una mano contra otra. El aire allí dentro era frio y rancio.

—Estos cuatro de aquí creo que podrán ayudarla. No se precisamente que busca, pero cualquier cosa que necesite puede consultarme ­—dijo, al fin.

Se alejó rápidamente, repiqueteando los pequeños tacos de sus zapatos contra el suelo. Bianca la miró, y de repente sintió un poco de repulsión hacia esa mujer, con su aspecto enflaquecido e insulso. No sabía que iba a pasar con ella, pero solamente anhelaba no llegar a los cuarenta pareciéndose a un espantapájaros como aquel, pensó, con una mueca graciosa. Volvió la vista hacia la estantería que le había señalado, y tomó de allí dos libros. Uno se titulaba Gran grimorio de las artes secretas y el otro Sectas y logias del mundo.

Caminó con ellos en sus brazos hasta una de las mesas frente al mostrador de recepción. Debido al clima frío, había poca gente en las calles y la biblioteca se hallaba completamente vacía, así que se dio el gusto de estirarse a placer, quitarse la chaqueta de piel de cordero, y ocupar gran parte de la mesa. Tomó el primer libro, el de las artes secretas, y en ese momento un escalofrío le recorrió el cuerpo, como si hubiera tocado por accidente algún cable y un latigazo de electricidad le hubiera recorrido los músculos. Imágenes, laminas, dibujos, párrafos sueltos y letras, todo se mezcló en su mente como un aluvión de imágenes, fulgurantes y difusas, como una centella. Dio una breve exhalación seguida de un estremecimiento, y retiró la mano del libro como si éste ardiera en llamas. Tenía la respiración agitada, sus pechos subían y bajaban.

—¿Sucede algo, señorita? ¿Se encuentra bien? —le preguntó la bibliotecaria, que había apartado la mirada de su revista ante el gesto de sobresalto de Bianca—. Está muy pálida, ¿quiere un vaso de agua?

—No, estoy bien. Gracias —sonrió, lo mejor que pudo.

Con el brazo lo empujó hacia un costado, lejos de ella. No quería tocar aquel libro otra vez, más que nada porque la sensación que había experimentado era increíblemente extraña, como si por su mente hubieran pasado diapositivas con textos, a una velocidad vertiginosamente rápida. Abrió el otro libro y buscó en su índice si había alguna mención del Poder Superior, pero para su decepción no se nombraba absolutamente nada de ellos.

Se levantó de la silla con el libro en las manos, y caminó de nuevo hasta el fondo de la biblioteca, hacia aquel mohoso y frio pasillo, para dejar el libro en su lugar y elegir otro. Más pronto que tarde se dio cuenta de que toda aquella sección que parecía tan apartada del resto del establecimiento, estaba enteramente dedicada a la nigromancia, el oscurantismo, y la magia en todas sus formas. No acabaría de leer jamás todo aquello, ni aun haciendo mil visitas más, así que se concentró en leer por encima los lomos de algunos ejemplares, tratando de buscar alguno que le revelara aunque sea lo mínimo para continuar con su búsqueda.

Sin embargo, eran demasiados. Caminaba entre las estanterías con la horrible sensación de que estaba salteándose muchísimas cosas, de que no estaba viendo los libros con atención o no estaba revisando con la suficiente meticulosidad. Su mente recordó la sensación que había experimentado en cuanto había tocado el libro que reposaba sobre la mesa en aquel momento. ¿Y si había sido inducido de alguna manera por algo, o por alguien, y ni siquiera conocía de qué se trataba? ¿Había alguna forma de controlarlo, fuese lo que fuese? Se preguntó. Lo mejor que podía hacer era revisar los documentos que había fotocopiado la última vez.

Continúo buscando algunas estanterías más durante al menos veinte minutos, pero a pesar de que toda esa sección se hallaba repleta con libros sobre la magia, no encontró nada que la convenciera de seguir investigando. Con bastante decepción, volvió de nuevo hasta el mostrador.

—Disculpe, ¿podría pedirle un favor? —dijo.

—Por supuesto.

—¿Podría ser tan amable de copiarme ese libro? —preguntó Bianca, señalando para la mesa. La bibliotecaria miró el grueso del tomo, la volvió a mirar a Bianca, y levantó una ceja por encima de sus gruesas y puntiagudas gafas.

—¿Todo el libro? —preguntó, remarcando la palabra todo.

—Si es posible...

La bibliotecaria la miró con la misma impavidez y eterna quietud que parecía dominar todos los aspectos de su vida.

—Tráigame el libro, por favor.

—¿Yo?

—¿Ve alguien más en la biblioteca, señorita?

Bianca asintió con la cabeza y giró sobre sus talones, volviendo a la mesa. Titubeó al estirar la mano hacia el libro, y al principio apenas siquiera lo rozó con la yema de los dedos. Como vio que la sensación no volvía a repetirse, lo tomó en sus manos y volvió al mostrador. La bibliotecaria la miró con extrañeza y sin mediar palabra se dirigió a la computadora, tecleó el código de números en el lomo del libro, pulso varias veces DELETE y luego volvió a mirarla.

—Lléveselo, borré la entrada de registro.

­—¿De verdad?

—Nadie visita la sección de hechicería y cultos. Un libro más, un libro menos... —dijo, encogiéndose de hombros. —Prefiero dárselo que tener que estar de pie al lado de la fotocopiadora durante dos horas.

—Le agradezco muchísimo —sonrió Bianca.

—Descuide —respondió la mujer, y volvió de nuevo a su revista con lenta parsimonia.

Bianca volvió de nuevo a sentarse a la mesa. Suponía que Ellis aún se hallaba de compras, y tampoco sabía cuándo pasaría a recogerla, así que no tenía nada mejor que hacer. Le hubiera encantado utilizar el teléfono de la biblioteca para llamar a Lisey, preguntar por su gata, y charlar un poco con ella que tanto la había ayudado en un principio. De todas maneras, confiaba en que Ellis hubiera llamado en su lugar, ya le preguntaría después.

Comenzó a hojear el libro, para matar un poco el tiempo. Sus páginas estaban plagadas de simbología, rituales, maleficios de magia negra, y como contrarrestarlos. Bianca sintió intriga por todo aquello, y una parte de sí le indicó que había hecho una buena elección. De forma ociosa leyó por arriba aquí y allá, salteando páginas de aquí a allá durante toda la siguiente hora, hasta que un movimiento en la puerta de entrada le llamó la atención. Ellis tenía pequeños rastros de nieve en sus hombros, la miró y la saludó con un guiño.

Bianca se levantó de su asiento, se puso la chaqueta de nuevo, tomó el libro y despidiéndose de la bibliotecaria, salió hacia la calle junto a Ellis, quien rodeó por delante la Toyota para subir del lado del conductor. Encima de la baca del vehículo, había un pino de casi metro y medio de altura, atado con cuerda.

—Vaya, que bonito es —comentó Bianca, con una sonrisa.

—Y no estaba demasiado caro, sin duda será un buen árbol de navidad.

Ella subió al lado del acompañante, y encendió la calefacción, mientras que Ellis aceleraba la camioneta.

—¿Y ese libro? —preguntó él.

—Me lo dio la bibliotecaria, quizá me sirva de ayuda. Tiene un montón de conjuros y rituales que no había visto antes.

—Vaya, buscabas lectura para antes de dormir, y acabas de encontrarla.

—Sí, y no solamente eso, también tuve una sensación muy rara.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ellis, mirándola de reojo.

—Cuando apoyé la mano en este libro por primera vez, sentí como una especie de descarga, y al instante apareció en mi mente imágenes, párrafos e ilustraciones del libro.

—¿Crees que sea alguna especie de adivinación que aún no has desarrollado?

—Puede ser —asintió ella.

—Bueno, me alegra que tu visita a la biblioteca haya sido útil —asintió él.

—¿Y a ti como te fue? —preguntó ella, y luego recordó lo más importante. —¿Has hablado con Lisey?

—Sí, hablé con ella. Mi hermano no estaba, así que le dejé un saludo, y continué con las compras.

—¿Y qué te dijo? ¿Cómo está ella? —preguntó Bianca, ansiosa.

—Te extraña, nos extraña a los dos —aseguró Ellis—. Nos pregunta cuando volveremos, pero no quise darle una fecha concreta.

—Es algo que no sabemos aún, cariño. Es difícil, ambos sabemos cuánto queremos estar cerca de nuestros seres queridos.

—Así es.

El silencio sobrevino entre ambos, apenas interrumpido por la suave vibración del motor de la camioneta. Los limpiacristales empujaban la nieve de un lado a otro del parabrisas, reflejando su sombra en el rostro de ambos. Finalmente, fue Bianca quien habló de nuevo.

—Nunca te he dicho cuanto valoro lo que haces por mí. Sé que estar lejos de tu hermano, de todo lo que representaba tu vida normal hasta antes de conocerme, es un sacrificio que no todos harían —dijo.

—Porque quizá no todos te amen como lo hago yo.

Como toda respuesta, Bianca extendió su mano izquierda y la apoyó en la mano derecha de Ellis, sobre el volante. Ambos se miraron con una sonrisa y ella le acarició con el pulgar. Entonces se giró hacia los asientos traseros, que tenían dos bolsas de supermercado encima de ellos. Por detrás, el maletero de la camioneta podía verse repleto.

—¿Pero cuantas compras hiciste? —preguntó, asombrada.

—Las suficientes como para tener una increíble velada a la luz de una romántica y hogareña vela de ocasión. Nos hartaremos a vino, sidra espumante y pavo, luego miraremos la nieve por la ventana imaginando que observamos fuegos artificiales, y por último haremos el amor en uno de los sillones.

Bianca rio por la respuesta, reclinó la cabeza en su asiento y miró por su ventanilla. La tenue luz del día nuboso, junto con los copos de nieve que caían al lado del cristal, le conferían a su silueta un halo de inusual belleza.

—Me parece muy buenos planes, siempre y cuando me permitas decorar el árbol de navidad a mí.

—¿Y por qué no podemos hacerlo entre los dos?

—Porque los hombres no pueden decorar nada bien, ni aunque su vida dependa de ello.

—¿Qué maldita blasfemia es esa? Vaya grosera... —murmuró Ellis, simulando enojo. Bianca le acarició una mejilla.

—Te amo —dijo.



*La retrocognición (también conocida como retromonición) es una variante o derivación de la premonición, según la cual un sujeto accede o tiene conocimiento de un acontecimiento pasado por medios no naturales; es decir, que no podrían haber sido conocidos de manera natural.

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