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XIII


A la mañana siguiente, la primera en despertar fue Bianca. El clima había cambiado por la madrugada, y las primeras horas del día fueron grises y tormentosas. No llovía; pero había una densa neblina en el aire que incomodaba el tráfico y reducía la visibilidad a pocos metros, lo cual para Bianca era una completa lastima. Desde que se había mudado allí, adoraba despertar cada mañana y observar las colinas a todo lo ancho de su ventana.

Preparó el café, mientras que Ellis dormía, y mientras la cafetera hacia su trabajo, decidió invertir el tiempo de espera en mover a un lado cada uno de los sillones del living. Necesitaba espacio suficiente para tumbarse boca arriba encima de la alfombra, concentrarse e intentar algo, cualquier cosa. La noche anterior había leído que sus visiones son una suerte de precognición que es imposible de controlar, como cualquier otro vidente. Sin embargo, lo que sí se podía controlar eran los viajes o proyecciones astrales.

Al terminar de hacer un espacio suficiente, repasó de nuevo sus documentos, leyendo por encima y controlando la cafetera cada poco tiempo. Ellis salió de la habitación en aquel momento, fue hasta el baño para cepillarse los dientes y peinarse, y volvió a la cocina para saludar con un beso a Bianca.

—Buenos días —la saludó. Al mirar el living, se asombró por el espacio que había hecho ella—. ¿Y eso? —preguntó.

—Será para la práctica de hoy, necesito espacio suficiente para trabajar cómoda y sin ningún riesgo.

—Entonces cuanto antes comencemos, tanto mejor.

Desayunaron con prisa en cuanto el café estuvo listo. Bianca estaba ansiosa por comenzar, le intrigaba saber si tendría éxito o solamente perdería el tiempo, además, le daba curiosidad experimentar lo que tantas veces había hecho su padre. Apenas comió un par de tostadas y prácticamente se bebió a las corridas su taza de café, a pesar de que Ellis no dejaba de advertirle que le caería mal. Se cepilló los dientes, y luego volvió hacia el living. Viendo que no lo dejaría terminar de beber su café en paz, Ellis se levantó de la mesa y caminó con ella hasta sentarse en uno de los sillones, taza en mano.

—Bueno, ¿qué hago ahora? —le preguntó, viendo como ella se tumbaba en el suelo, boca arriba.

—Tú no harás nada más que observarme —respondió Bianca—. Yo tendré que concentrarme.

—¿Y cuánto tiempo durará esto?

—El que sea necesario. De todas formas, es muy difícil tener éxito a la primera.

—Pero tienes una habilidad muy fuerte, quizá no debas ser tan pesimista. Vas a ver que todo saldrá bien, no dudo de eso.

Bianca dio un suspiro mientras enfocaba su vista en el techo, entrelazando sus dedos por encima del vientre. Cerró los ojos con suavidad y dejó que el silencio absoluto consumiera toda su mente, mientras se concentraba en su respiración cada vez más lenta, tal y como había leído en sus documentos. Se imaginó el oxígeno entrando y saliendo por sus fosas nasales, luego de recorrer todo su cuerpo desde los pies hasta sus manos.

Poco a poco comenzó a perder conciencia de cuánto tiempo había permanecido en esta posición, solamente concentrada en su respiración pausada. Sus pechos subían y bajaban con una calma casi imperceptible en cada inspiración, y poco a poco, sus ojos cerrados comenzaron a visualizar colores. Muchos azules, rojos, grises, verdes oscuros. Las formas, como un caleidoscopio, iban y venían en todas direcciones como luciérnagas que jugaban con la oscuridad. Maravillada, Bianca se concentró en estas formas dejándolas volar arbitrariamente por sus ojos.

De pronto comenzó a ver siluetas de cosas que conocía perfectamente. Una mesa, una farola, el césped verde y prolijamente corto de una casa, un bastón con empuñadura de plata, y muchos rostros. En aquel momento sintió que un zumbido se apoderaba de sus tímpanos, junto con una vibración casi imperceptible al principio. Poco a poco, todo comenzó a vibrar dentro de sí, el suelo, su cuerpo, las figuras que veía, hasta que, en el momento más álgido de aquella manifestación, sintió que iba a salir despedida hacia arriba. La típica sensación de caída al dormir, pero a la inversa.

Grande fue su sorpresa cuando se vio a sí misma desde un rincón del techo. Podía ver claramente su cuerpo tendido en la alfombra del living, sobre el suelo. Ellis por su lado, sentado en uno de los sillones a su lado, bebiendo su café y mirándola con fijeza. Todo en aquel plano era demasiado brillante, y se dio cuenta que los colores eran mucho más vívidos que en la realidad. Entonces comenzó a alejarse más y más cada vez, tanto que no solo podía ver la casa completa desde arriba, sino luego la ciudad, el país, el continente y por último el planeta Tierra por completo.

Aquella visión la llenó de satisfacción, era increíblemente hermoso ver aquel gigantesco globo azul en medio de la vacuidad inmensamente negra del cosmos, y por un momento sintió que sonreía, que podía incluso sentir la misma emoción que sentiría Dios al ver su creación desde tan bello punto de vista. De pronto comenzó a descender, a una velocidad tan vertiginosa que creía que se estrellaría contra el suelo. Pero antes de impactar, se detuvo de golpe en un país europeo, un país que conocía muy bien.

La Alemania que estaba viendo era muy antigua, de la época colonial o quizá menos. Los rostros que había visto en un principio se volvieron a repetir, esta vez en la forma de alguien que conocía muy bien, nada más ni nada menos que el propio Luttemberger. Caminaba por una feria mirando a todas direcciones, destacando entre el pobrerío de la ciudad con su bastón y su ropa aristocrática. Nadie se giraba a verle, ni siquiera le prestaban la mínima atención al pasar. Todos los mercaderes continuaban pregonando a los gritos sus hortalizas y los pescados, como si aquel hombre no existiera. Sin embargo, a un lado de la calle una muchacha lo miraba fijamente, y Bianca pudo ver que tras ella había una enorme sombra negra que le sujetaba los hombros.

Luttemberger la miró, en un gesto grácil la tomó de la mano, entonces, y aquella joven adolescente abandonaba sin titubear su puesto de verduras para ir con él. Vio luego como ambos entraban a una casa increíblemente grande, con enormes predios, torreones, altillos, cúpulas de bronce, casi el triple de tamaño de lo que había sido la mansión que incendiaron sus propios padres. Dentro, Luttemberger administraba la secta del Poder Superior, realizaba rituales y orgias, y aquella muchacha de la cual Luttemberger se había fijado podía ver, igual que Bianca. Notaba en ella la misma habilidad que poseían sus padres, incluso en sí misma, refulgiendo en su pecho con un brillo azul que latía. Luttemberger había visto aquello también, y poco a poco, esa joven adolescente pasó a convertirse en una prisionera más de tan malvada gente.

Había tenido hijos con él, según pudo ver Bianca. Muchos eran producto de las repetidas violaciones a las que era sometida semana tras semana, otros pocos eran asesinados al nacer en rituales de sangre. Sin embargo, y después de varios nacimientos, esa joven adolescente pudo escapar de aquella mansión del infierno. La vio entrar a una comisaría a pedir ayuda, completamente desnuda, lastimada y violada. La vio luego en el hospital, la vio luego varios meses más tarde dando a luz. Ella se había llevado un hijo de Luttemberger en el vientre, y cuando Bianca observó que esa joven se convertía en una mujer adulta, se casaba con su abuelo y engendraban a su madre, sintió un horror brutal.

Su visión entonces se trasladó hasta ese niño que su abuela había engendrado antes que su propia madre, ese niño que llevaba consigo la sangre directa del nigromante alemán. Ese niño se convirtió en hombre, un vicioso alcohólico que también había dejado su propia descendencia antes de morir. Dos hijos, uno asaltante de bancos, y el otro pederasta. A su vez, esos dos hijos habían tenido cuatro hijos varones y dos hijas mujeres. Una de las hijas había matado a tres hombres, y cuando la ley la enjuició, mató a dos compañeras de celda en el reclusorio donde la habían ingresado.

Bianca vio cada uno de los acontecimientos, cada uno de los rostros de las sesenta y tres generaciones que existieron de aquella maldición horrible, además de la suya, la de su madre y la de su abuela. Sesenta y tres generaciones que habían nacido, se habían reproducido, habían asesinado personas inocentes y habían muerto hacía ya varios años. La única diferencia radicaba en el momento en que al final, en la última escala de linaje, su visión se trasladaba hacia el momento en que Angelika, en sala de parto, daba a luz a la propia Bianca. Pudo ver claramente como su cabeza asomaba por la entrepierna sangrante de su madre, mientras ella sudaba y resoplaba. Su padre, joven y vigoroso, estaba a su lado en la camilla, sosteniéndole la mano. La venda encima de las cuencas vacías de sus ojos, la sonrisa emocionada en su rostro.

Entonces, cuando la bebé que había sido Bianca dio su primer llanto, ella despertó. Se irguió en el suelo temblando y arqueando los dedos de las manos, temblorosamente, dando un espasmo como si hubiera estado demasiado tiempo sumergida en el agua. Ellis, a su lado, saltó del sillón y la tomó en brazos.

—¿Cariño, estás bien? —le preguntó, preocupado.

—Ya lo sé, lo sé todo, es horrible... ­—murmuró, poniéndose de pie. Sintió que las piernas le flaqueaban y tropezó un poco mientras que Ellis la sujetaba. —Hermanos, primos y primas perdidos por el mundo, generación de muerte y asesinos, soy la última, la última...

Ellis estaba muy asustado con su comportamiento. Bianca parecía una mujer esquizofrénica repitiendo incoherencias una y otra vez. La tomó por los hombros y la miró fijamente a los ojos.

—¿Qué pasa? —volvió a preguntar. —¡Me estás asustando! —le tomó de las manos para llevarla hacia el sillón. Bianca tenía la piel tan fría que parecía haber sostenido un cubo de hielo durante horas.

—Mi abuela no solo ha tenido a mi madre como hija —comenzó a explicar, mientras que lloraba al mismo tiempo—, también tuvo un hijo varón, antes de mi madre. Ese hijo varón es hijo directo de Luttemberger, quien a su vez tuvo más hijos, y esos hijos tuvieron hijos. Todos han tenido una historia trágica, han ocasionado actos de violencia u homicidio contra alguien más, o han terminado en la cárcel.

—¿Y qué tiene que ver eso contigo? Mas allá de que tienes una línea parental que no conocías hasta ahora.

—Que todos están muertos a día de hoy. Yo soy la última que queda, el descendiente número sesenta y seis de esa maldición.

—Oh, vamos. Es imposible que eso sea cierto. Las fechas cronológicas no coinciden, a mi parecer —opinó Ellis.

—La historia de mi familia con Luttemberger se remonta hacia atrás al menos un siglo, quizá un poco más. Te costaría creer como se ha dividido la familia desde ese entonces.

—¿Y tus padres sabían de esto? ¿Por qué no te lo dijeron? —preguntó él.

—Dudo mucho que lo supieran —negó Bianca, con la cabeza—. El último nacimiento que vi fue el mío.

—Cielos, esto es increíble...

—Nunca creí que iba a tener éxito al primer intento, ni siquiera que iba a llegar tan lejos para ver este tipo de cosas... —murmuró Bianca, tomándose la frente con las manos luego de secarse los ojos. Ellis la abrazó contra sí.

—Debes permanecer calmada, es lo mejor...

—Mis padres fueron advertidos por el ángel Miguel que mi habilidad sería mucho más fuerte que la de ellos, pero no imaginaba que tanto. Tendremos que ir a la ciudad de nuevo, necesito investigar más a fondo lo que he visto.

—¿Y qué planeas hacer?

—Debo buscar algún registro, algún acta genealógica, o algún documento, lo que sea —Bianca se puso de pie, con esfuerzo—. Por ahora solo quiero dormir, estoy demasiado cansada...

—Vamos, te llevaré a la habitación.

Ellis la tomó en sus brazos, y Bianca se dejó llevar por él. Caminó con ella a cuestas hasta la habitación, la desvistió y la metió en la cama, arropándola con las frazadas, en un gesto que le hizo recordar hace mucho tiempo atrás aquella primera cena juntos. Le dio un beso en la frente, apartándole un mechón de cabello del rostro, y Bianca sonrió casi dormida, mientras que un dolor indescriptible parecía masticar su cerebro.



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En Jackson, mientras tanto, Friedrich y Lorenz se alojaban en un hotel particular, sin llamar demasiado la atención. Friedrich, en aquel momento, miraba por el balcón de su habitación hacia la calle, varios pisos más abajo. No esperaba encontrar a Bianca desde esa distancia, pero le gustaba ver pasar la gente de un lado al otro, tan afanadas en sus tareas como pequeñas hormigas laboriosas. Sin embargo, dos golpes de puerta le hicieron voltear, extrayéndolo de sus pensamientos.

—Adelante —dijo.

Lorenz ingresó a la habitación, con su rostro tan sombrío como siempre.

—He llamado a todos los sacerdotes negros de cada ciudad, pero nadie ha reportado verla, y tampoco quieren saber nada con el asunto. Alegan que usted ya no pertenece al Poder Superior y no tiene autoridad para organizar una búsqueda exhaustiva. Encontrarla se hace cada vez difícil, señor —dijo.

—¡Malditos necios, ya podría ser nuestra si me hicieran el mínimo caso!

—Algunos piensan que pudo haber salido del país, con ayuda de alguien más.

—Nadie puede esfumarse. Tendré que recurrir a otras tácticas, entonces.

Friedrich caminó hasta su armario, y de su equipaje sacó una pequeña bolsita de tela con algunos gramos de Ergot* dentro suyo, junto con ceniza de crematorio y una vela negra. Lorenz lo miraba impasible.

—¿Qué hará, señor? —preguntó.

—Nadie se escapa al ritual para ver más allá del manto. La senda de las cenizas y la compañía de los muertos estarán junto a mí, en esta hora —dijo.

Apartando el teléfono de la mesita, tomó un papel y escribió el nombre de Bianca Connor. Encendió entonces la vela negra apoyándola encima del papel, y abriendo la bolsita de Ergot, vertió una pequeña porción de ceniza de crematorio dentro, sacudiendo para que se mezclara todo.

—Fatuo mortuus, mortuum ab inferis de Lucifero, pueris servitutis aeternae vicissitudinis. Videatur supra in umbra perpetua fiat a me, noli me invenient mihi in salutem**... —murmuró.

Vertió el contenido de la bolsita directamente en su boca y tragó, haciendo una mueca cuando la ceniza crematoria se le pegó del paladar y la garganta. Sin embargo, el trance fue inmediato. Su espalda se arqueó hacia atrás, y sus ojos se tornaron negros, junto con las venas de su cuello y su frente.

El mundo entonces se tornó una masa gris y carente de forma. Podía ver todo con una profundidad casi milimétrica, podía ver desde el interior del mismo infierno, hasta la sangre fluir por las venas de cada persona que quisiera. No tardó en encontrar a Bianca. Pudo verla sentada alrededor de una mesa, leyendo varios libros. Por el entorno adivinó que se trataba de una biblioteca, la visión lo había conducido directamente a Clayton, cerca de Pittsburg. Su rango de visión se perdió un instante, y luego la vio acostada y descansando. Estaba debilitada, pensó, mientras veía su poder refulgir en su pecho como una gran emanación blanca que latía, nuevamente, cálida y pura. Sin duda había utilizado su habilidad para visualizar algo, comenzaba a entender el propósito de su vida y se entrenaba para aplicarlo de la mejor forma posible. Se volvía peligrosa, se volvía una médium más poderosa que inclusive sus padres. Su habilidad psíquica crecía a la par que su conocimiento sobre el tema, y aquello le preocupaba. Aún era inexperta, perdía energía con cada proyección astral que practicaba, pero no tardaría en alcanzar el punto máximo de su don. Y antes de eso debía morir, o se volvería imparable.

Friedrich volvió a su propia conciencia, la vela negra se había consumido hasta la mitad y la cera que se había derretido cubría por completo el nombre de Bianca sobre el papel. Corrió hasta el baño, se arrodilló frente al inodoro, y vomitó una espesa mezcla de sangre, ceniza y ectoplasma negro durante unos cinco minutos. Al terminar, tiró de la cisterna para drenar la porquería, se limpió la boca, y volvió a la habitación. Resoplando, abrió el minibar y se sirvió una generosa medida de Whisky irlandés. Apagó la vela de un soplido, y luego bebió un trago.

—¿Tuvo éxito, señor? —preguntó Lorenz.

—Está en Clayton, refugiándose en algún lugar cerca de allí, mientras ejercita su poder.

—Eso es malo.

—Es malísimo. La hija de los Connor ni siquiera tiene la mínima idea de lo que es capaz de hacer, si desarrolla todo el potencial de su don —comentó Friedrich—. Debemos encontrarla y matarla cuanto antes.

—¿Por dónde comenzaremos?

—Quiero que hables con la comitiva en Pittsburg, y que nos consigan un sitio agradable para alojarnos en Clayton —explicó Friedrich—. Luego enviarás las armas a ese lugar, y reservarás dos boletos de avión en el próximo vuelo a Pittsburg. En una semana nos instalaremos allí, y comenzaremos a rastrearla.

—No tenemos gente para hacer un peinado de la zona, ni siquiera para vigilar un cuarto de ciudad. Solo somos usted y yo.

—Lo sé, pero no necesitamos miembros del Poder Superior para buscarla. Tengo una idea en mente que puede resultar.

—¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó Lorenz.

—De hecho, sí. Necesito que consigas una identificación policial, de la CIA o el Departamento de Defensa. La gente común buscará a Bianca por nosotros, no te preocupes.

Lorenz sonrió, comenzando a imaginar el plan de Friedrich. Asintió con la cabeza, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.




*Moho que crece sobre el grano antes de la cosecha, en climas fríos y húmedos.


**Muertos fatuos, muertos del infierno, siervos de Lucifer, esclavos de la sombra eterna. Permítanme ver más allá de la sombra perpetua, permítanme encontrar mi presa. (latín)

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