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XI


Por la tarde, Bianca había preparado varias latas de conserva, rellenas de arena y atadas por su base a las ramas de varios árboles igual a como lo había hecho en el rancho de su madre, con las cuales poder hacer blanco. También había confeccionado un maniquí de tamaño real, con ropa vieja y bastante hierba seca. Lo había sujetado con cuerdas a un viejo poste de electricidad que ya no funcionaba, según Ellis, y había colocado una mesa de jardín a una distancia segura de la línea de blancos, aproximadamente a unos cien metros. Sobre la mesa, reposaban las cajas de munición, el rifle y la pistola de Bianca.

Ellis, cerca de los árboles, observaba las latas y el maniquí atado a un poste, mientras Bianca manipulaba las armas y revisaba que todo estuviera en orden. Ella lo miró, y sonrió.

—¿Vas a ponerte de blanco? —le preguntó.

—Ya quisieras.

—Ven, así comenzamos de una vez.

Ellis la miró receloso, viendo como amartillaba la pistola y luego cargaba el rifle, con una naturalidad que le asustaba un poco.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso, no sé si quiera hacer esto...

Bianca lo miró sin comprender.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Supongo que deberé estar preparado para matar en caso de ser necesario, y te protegería contra lo que hiciese falta, lo sabes bien. Sin embargo, para matar se requiere una valentía que quizá yo no tenga —respondió, caminando hacia ella.

Bianca recordó entonces los días de su cautiverio, y el momento en que apuñaló con la pata quebrada de una silla a aquel hombre en medio de la yugular. Recordó el sonido gorgoteante que hicieron sus cuerdas vocales al intentar hablar, la sangre caliente que se escurría por sus manos y le había salpicado el rostro, y su mirada se endureció.

—Cuando tu vida penda de un hilo, y comprendas que tu supervivencia consiste solamente en quien apreté primero el gatillo, no tendrás ninguna duda y matarás en caso de ser necesario. Sé lo que te digo —respondió. Ellis la miró con los ojos muy abiertos, y se le puso la piel de gallina. Amaba a esa mujer, pero a veces parecía tan fría, tan inmutable, que casi podía infundirle un miedo atroz. Se acercó a ella, y asintió con la cabeza.

—Tienes razón, he sido un tonto.

Bianca lo miró y le acarició una mejilla. La calidez tierna y dulce de la chica que lo había enamorado por completo, volvió a aparecer, anteponiéndose a esa inexpresividad que había visto hace un instante atrás.

—De tonto nada, es normal... —dijo ella, condescendiente. —Pero tenemos que hacer frente a los tiempos que corren —tomó de la mesa la pistola y se la puso en las manos. Ellis sintió el frio del arma y el peso, y dio un resoplido leve, mientras Bianca le indicaba—. Este es el punto de mira, los brazos tienen que estar completamente rectos hacia adelante, y con tu mano izquierda envuelves la mano derecha, para tener más seguro el punto de apoyo al disparar.

—Bien, lo capto.

—Al disparar debes tener bien firmes los pies. Las pistolas casi nunca tienen un gran retroceso, pero cuando dispares el Winchester notarás la diferencia, así que es mejor que te acostumbres desde ahora.

—Lo entiendo.

—Bien, quiero que le quites el seguro al arma —Bianca le señaló la corredera—, empujando esto hacia atrás. Apunta y dispara al pecho del maniquí. No es necesario que jales el gatillo hasta el fondo, con llevarlo hasta la mitad es suficiente para efectuar un disparo.

Ellis asintió con la cabeza, y se colocó lo más firme que pudo tras la mesa, apuntando con un ojo abierto y el otro cerrado, en una graciosa mueca. Comenzó a deslizar el gatillo hasta que la pistola se disparó y la bala impactó en el maniquí, un poco de tela y hierba reseca salió volando, y luego de dejar el arma encima de la mesa, ambos fueron a comprobar el resultado. La bala solamente había rozado el hombro del muñeco, y Ellis resopló frustrado, mientras dejaba el arma encima de la mesa. Sin embargo, Bianca le dio ánimos.

—Es un buen disparo para un novato —le dijo. Ellis la miró de reojo.

—¿A quién le llamas novato?

—Pues a ti, ¿a quién le estoy enseñando sino?

—Vaya, perdóneme usted, hija del Padrino —respondió él, tomándola por la cintura. La levantó en andas y la besó profundamente, pero en el momento en que iba a dejarla de nuevo en el suelo, Bianca se anudó con sus piernas a él, y continuó besándolo. Era increíble lo que Ellis provocaba en ella, ahora que habían tenido intimidad. Sentía un deseo que no había experimentado ni siquiera con Edward, quien tenía el cuerpo mucho más atlético en comparación. Sin embargo, había cosas que no se sentían con la piel, sino con el alma, y tuvo que hacer un esfuerzo para contener sus impulsos.

—Mejor sigamos practicando —dijo, con la respiración agitada. Volvieron de nuevo a la mesa y Bianca le señaló hacia adelante—. Inténtalo una vez más.

Ellis se situó firme, tomó la pistola y apuntó hacia adelante, volviendo a disparar. Luego volvieron a revisar el maniquí, y esta vez el disparo fue efectivo. En el vientre del muñeco había una perforación chamuscada.

—Bueno, no has dado en el pecho, pero un disparo así a una persona real es más que suficiente para matarla —dijo ella, con una sonrisa—. ¿Ves que no es tan difícil?

—Ya, es fácil para ti. A mí me bajas de una bicicleta y no sé qué hacer.

—Pues anoche sabias hacer bastantes cosas.

—Eso es diferente —contestó Ellis, un poco ruborizado. Bianca rio.

—Vamos a ver que puedes hacer con el rifle.

Volvieron a la línea de tiro para seguir practicando, y el resto de la tarde pasó de forma amena para ellos. Ellis, que se mostraba reacio de usar armas al principio, se divirtió mucho más de lo que creía, a pesar de todo. Bianca estaba maravillada con su buena disponibilidad para aprender, y por, sobre todo, por la facilidad con la que tomaba practica al disparar, teniendo en cuenta que jamás había manipulado un arma en su vida. Cuando el anochecer prácticamente hacía imposible ver los blancos a la distancia, recogieron las municiones que habían sobrado junto con las armas, e ingresaron de nuevo a la cabaña.

Mientras Ellis preparaba la cena, Bianca encendía la estufa a leña, pero luego tuvieron que intercambiarse las tareas porque ella había comenzado a llenar toda la casa de humo, ya que no sabía de qué manera acomodar los leños y las piñas en una estufa tan grande. Ellis había aprovechado la ocasión para hacerle bromas, le preguntaba cómo era posible que una mujer como ella supiera manipular armas a la perfección, pero no era capaz de encender cuatro leños. En represalia y completamente tentada por la risa, Bianca le había arrojado con una zanahoria que por poco le golpea la frente.

Finalmente, cenaron el guisado bajo la luz de cuatro velas que Ellis había colocado en un candelabro, al centro de la mesa. Aunque la cabaña contaba con electricidad, le dijo a Bianca que cuando veraneaba allí, algunos días le gustaba cenar a la luz de las velas, y quería compartir un momento así con ella. Además, el fuego en la estufa era generosamente cálido, y su intenso resplandor iluminaba todo el recinto.

Al terminar de cenar, fregaron juntos los platos y luego se metieron a la ducha, miradas y erotismo de por medio. Veinte minutos después, yacían en medio de las sabanas revueltas por la pasión que los consumía. Al acabar, y aun agitados, se cubrieron un poco con las mantas mientras conversaban. Bianca, apoyada en su pecho y acariciándole de forma distraída un brazo, dio un suspiro melancólico.

—¿Sabes? Extraño a mi gata —dijo—. Itzi siempre ha sido mi compañera.

—Lisey quiere mucho a los animales, no me cabe la menor duda de que la cuida muy bien.

—¿Has hablado con ella?

—No, quizá cuando vayamos a comprar provisiones aproveche a llamarla de un teléfono público —respondió él—. Aquí no conviene tener comunicaciones de ningún tipo, nunca sabemos quién puede rastrear la señal.

—Lo sé, desgraciadamente por ahora debemos actuar con mucha cautela.

Ambos permanecieron un momento en silencio, él deleitándose con el perfume del cabello de Bianca, despeinado y sedoso, que ascendía en suaves oleadas hasta su nariz. Ella, arrullada por la tibieza de su pecho fornido y ancho.

—¿Cuál es el propósito de toda esta aventura? ¿Cuál es el motivo para que yo tenga visiones igual que mis padres? ¿Por qué me pasa esto? —preguntó Bianca, de repente, luego de un suspiro hondo—. No pedí haber venido a este mundo, tampoco me interesaba la vida de mis padres, ni sus investigaciones. Ahora estoy tan hundida en mierda como ellos cuando Luttemberger los perseguía.

—Eres una mujer muy valiente, cariño —aseguró él, luego de un bostezo rápido—. No cualquier persona tiene el coraje de abandonar todo, para luchar. No puedo saber cuál es tu propósito en esta vida, ni porque está pasando todo esto. Pero sin duda que hay una razón.

—Eso espero, no te voy a mentir. Sé que la maldición de Luttemberger era muy extensa, sesenta y seis generaciones según los documentos de mis padres. Pero estoy convencida que esa maldición se ha traspasado a mí, no veo otro motivo por el cual esa secta me persiga.

—¿Qué sugieres, entonces? —murmuró Ellis. Su voz se había tornado lenta y pastosa, y Bianca dedujo que estaba comenzando a dormirse. Se apoyó en su pecho con las dos manos irguiéndose de golpe, y éste abrió los ojos rápidamente.

—¿Y si mis padres omitieron algo en su historia? Tú mismo lo sugeriste, quizá con quemar la mansión no fue suficiente, tal vez debían haber hecho algo más, como denunciar la secta al FBI, no lo sé —la maquinaria mental de Bianca trabajaba a todo vapor, repentinamente, y aunque también estaba cansada, se entusiasmó con la facilidad con la que comenzaba a atar cabos—. Mañana mismo me gustaría comenzar a releer los documentos de mis padres, allí debe haber algo de utilidad que seguramente no he leído antes. O aún mejor, podrías llevarme hasta la biblioteca más cercana de aquí.

—Bian, no creo que el FBI pueda hacer algo para evitar una maldición con más de cien años de antigüedad, ¿no te parece?

—Maldito pesimista... —bromeó ella, abofeteándole con suavidad.

—No soy pesimista, pero tampoco quiero que albergues falsas expectativas. Me parece bien que vuelvas a retomar la investigación, estoy de acuerdo con que tal vez haya cosas que aún no sepas, y te ayudaré en lo que sea necesario —Ellis le tomó las mejillas y le besó la punta de la nariz—. Además, ¿crees que esta sea una charla típica luego de haber tenido sexo?

—¿Y de qué te gustaría hablar? —preguntó ella, mientras se subía encima de él con una lívida sonrisa.

—No lo sé, sorpréndeme —respondió, acariciándole la espalda.

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