Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XI


A la mañana siguiente, Bianca despertó sin saber qué hora era. Entre sueños, sentía como Itzi apoyaba sus patas encima de su vientre, seguramente exigiendo un poco de comida. Observó a su alrededor, todo seguía en el lugar donde lo había dejado la noche anterior, y se levantó del sillón dando un bufido de desconformidad. No solamente tenía demasiadas cajas aun para ordenar, sino que además le dolía mucho la zona baja de la espalda, cerca del coxis, debido a una mala posición al dormir. Extrañaba su somier King Size con todas sus fuerzas.

Sin embargo, las cosas no se harían por sí solas, se dijo. Así que rápidamente, se encaminó a la cocina, con la gata maullando entre sus piernas a cada paso que daba, para servirle un plato de su ración, y encender su cafetera.

No se preparó desayuno sólido, solamente batió su café manualmente y se lo bebió con avidez, mientras revolvía entre sus alhajeros personales. Una vez que encontró una pinza de carey con la cual sujetarse el cabello, se lo recogió para trabajar más cómoda, y apurando el resto de su taza, comenzó a descorrer las cortinas para permitir que la luz solar iluminase toda la sala de estar, la cocina y las habitaciones.

Comenzó a mover cajas y muebles, algunas hacia el sótano, otras hacia la habitación que usaría como dormitorio, otras simplemente eran libros y papeles de su antiguo empleo en GreatLife, que ya iría acomodando en su biblioteca con el correr de los días. Pero grande fue su sorpresa, cuando al levantar la caja que contenía sus tazas, vasos y copas, encontró un papel. Estaba escrito a mano, y se le erizó la piel como si de repente la abrazara un escalofrió macabro. Sintió temor y de repente, al estirar una mano para levantar aquella nota, se dio cuenta que estaba temblando.

La letra era de su madre.

Sin embargo, allí no había nada. Bianca había visto con sus propios ojos como los empleados de mudanzas bajaban las cajas del camión, y podía jurar que en el suelo no había ninguna nota. Sin embargo, lo más extraño de todo, era que estaba escrito de una forma muy rara, aunque la letra fuera de su madre.


.somadiuc et erpmeis sortoson

olev le sart arim y sojo sut erba

ít ed acrec yum átse dadrev aL


—Por Dios... —murmuró.

Sin embargo, comenzó a analizar todos los detalles de aquella nota. La letra era de su madre, eso podía reconocerlo a golpe de vista. Sin embargo, al principio de la frase había un punto y al final una letra mayúscula, por lo cual razonó que, sin duda, el texto estaba al revés. Por inercia, giró la nota en sus manos, aunque tampoco logró comprender lo que decía. Entonces fue allí cuando la respuesta en su cerebro fue inmediata.

Corrió repentinamente hasta la caja donde guardaba los productos de maquillaje de su habitación, y revolvió en ella hasta encontrar un pequeño espejo de mano. Entonces colocó la nota frente al espejo, y pudo leerla claramente:


La verdad está muy cerca de ti

abre tus ojos y mira tras el velo

nosotros siempre te cuidamos.


Sin poder evitarlo, una lagrima rodó por su mejilla y cayó en el suelo de madera, mientras pensaba que, en algún momento de la madrugada, su madre había respondido una de sus preguntas. La había visitado, se dijo, y su mente comenzó a fantasear si quizá, mientras dormía, ella le había acariciado el cabello, si su aspecto era propio de un fantasma terrible, o por el contrario, había vestido de blanco para la ocasión. Fue entonces cuando el miedo desapareció, y comprendiendo lo que debía hacer, sonrió. Jamás lo había tenido tan claro en su vida, como hasta ese momento.

Lo primero sería terminar de ordenar todo, al menos quitar las cajas de en medio, limpiar el polvo de los muebles, ordenar sus libros y los enseres de cocina. Luego de haber dejado la casa en condiciones cómodas y habitables, se dirigió a la cocina, donde conservaba los productos de limpieza bajo el fregadero, y perfumó la casa con aromatizador de ambientes. Luego buscó unas tijeras grandes, las que usaba para abrir los paquetes de comestibles, y con ella en las manos, caminó hasta el baño, delante del espejo.

Se tomó un mechón de cabello y dio un suspiro. Una parte de si no podía creer aun que hubiera tomado una decisión como esa, sin embargo, comprendía que era necesario. Los hombres que la habían secuestrado tenían con toda seguridad un buen reconocimiento de su persona. Parpadeó un par de veces, y una imagen fugaz recorrió su cerebro. Claro que la tenían bien identificada, le habían tomado muchas fotos, y debía cambiar de apariencia cuanto antes. Cortó entonces el mechón por la mitad, que cayó a la pileta de cerámica blanca, y solo concentrándose en mirar el espejo a medida que sollozaba, continúo cortando un mechón tras otro como una autómata.

Tardó casi dos horas, pero finalmente logró rebajar su cabello a menos de la mitad del largo que lo había usado durante toda su vida. Siempre lo había llevado hasta la cintura, y ahora a duras penas le sobrepasaba uno o dos centímetros de sus hombros. Bianca, para su pesar, no sabía ni siquiera ella misma como se sentía. Ya no podía percibir el típico y acostumbrado peso de su cabello, tampoco sentía el mismo movimiento al ladear la cabeza, pero muchas cosas habían cambiado desde la muerte de sus padres, desde que todo había comenzado a caer en picada en su vida, y ya era tiempo de que dejara de comportarse como una mujer indiferente a su historia. Ya no era una mujer débil y lastimada, ahora tenía que convertirse en lo que fueron sus padres alguna vez. Porque, a fin de cuentas, ¿También ellos no habían sentido miedo? ¿También ellos no habían sentido muchas dudas a lo largo de su camino? Sin embargo, habían peleado hasta el final, hasta que su lucha los consumió por completo, y aun así, al final de todos los caminos de su vida, continuaban batallando en la medida que podían, pensó, mientras miraba a través del espejo a los marcos de madera tallados con símbolos.

Lo siguiente que haría, quizá en esa tarde o al día siguiente ni bien despertara, pensó, era conseguir ropa de segunda mano. Casi toda la ropa de su consumo era cara, de marcas y modas fácilmente reconocibles, y eso sin duda era algo que también contribuía a llamar la atención. Al fin y al cabo, ya no era la importante directora ejecutiva de ventas de GreatLife Business Corp. Solamente era una chica común y corriente.

No, no esperes más tiempo, debes moverte rápido, murmuró. Tiró el cabello suelto en la papelera del baño, enjuagó la pileta abriendo el grifo, caminó hasta el living para buscar las llaves del coche, un poco de sus ahorros, y salió al patio para abrir la portería de hierro. Luego de cerrar la casa subió al Audi, y condujo durante más de veinte minutos hacia el centro urbano más cercano de allí, hasta encontrar una tienda de ropa que le llamase la atención. El barrio era sencillo pero decente, se notaba en sus tiendas y en la gente que iba y venía.

Estacionó en una tienda de ropa casual, apagó el motor y descendió. Dentro de aquel local, la música pop era pegadiza y todo el recinto estaba fuertemente perfumado con olor a caramelo.

A decir verdad, la ropa que había allí no le gustaba en absoluto, pero no tenía más remedio que pasar desapercibida de ahora en más, así que, tratando de tragarse su resignación, comenzó a pasearse de un lado al otro observando las perchas, toqueteando aquí y allá. Una dependienta joven y vestida de negro, se le acercó, con una ancha sonrisa.

—Buenos días, señorita —saludó—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Buenos días. En realidad, no sé qué elegir...

—¿Busca algo en particular?

—Prendas casuales y cómodas, cotidianas, lo más común que tenga. Verá, tengo que hacer unas reparaciones en mi casa y me acabo de dar cuenta que no tengo ropa adecuada para trabajar —Bianca agrego aquella mentira, como si tuviera la obligación moral de excusarse consigo misma.

—Venga por aquí, por favor —la chica guio a Bianca por pasillos de perchas hasta el fondo del local, donde había un montón de camisetas, jogging deportivos, calzas de lycra y playeras de segunda mano, todo a un muy buen precio. La miró de reojo—. ¿Es esto lo que buscaba?

—Sí, es excelente —respondió Bianca, mientras revisaba una percha tras otra.

—Allí detrás tiene un probador, en caso de que quiera utilizarlo —le señaló la dependienta—. Si me necesita para alguna consulta, estaré aquí cerca.

—Gracias, es usted muy amable —sonrió Bianca, y volvió a su tarea de elegir ropa.

Encontró allí unas cuantas cosas que le servirían, como camisetas, calzas y pantalones deportivos. Luego de pedirle su talle correspondiente a la chica que la había atendido, caminó con las perchas de plástico en las manos, hacia uno de los probadores desocupados. Mientras se probaba las prendas que había elegido, razonó también que lo más inteligente seria comprar toda su ropa en lugares diferentes, para no llamar demasiado la atención. Se tomó su tiempo para calcular todo lo que estaba sucediendo en su vida, allí desnuda frente al espejo, sosteniendo una camiseta en sus manos, con la etiqueta colgando de su cuello como un péndulo de reloj, mientras observaba las marcas, heridas y golpes que aún conservaba de su secuestro. Y pensó que jamás hubiera imaginado por tan solo un segundo, que hubiera sido capaz de soportar todo aquello. Se añoró a sí misma, a la inocencia de su niñez, al calor fraterno de los brazos fuertes de su padre y al perfume del cabello de su madre, a esas épocas donde su única preocupación diaria era imaginar historias con sus muñecas.

Sin embargo, nada de eso volvería, ahora, en aquel lugar, en aquel cuerpo, una niña se había marchado para jamás regresar. Allí de pie se hallaba una mujer con el cabello corto, los pechos desnudos que decoraban un vientre liso, amoratado por algunos golpes y rasguños. Una mujer a la que el hombre que amaba le había mentido, y unos hombres que no conocía en absoluto la habían sometido a las peores vejaciones. Sin embargo, por debajo de la capa fría y negra del dolor y el odio, la llama de la furia ciega resplandecía dentro de Bianca como el núcleo magmático de la propia Tierra, devorándole con instintos de venganza la razón, la sangre de sus venas, y su traumatizada mente.

—Señorita, ¿se ha probado ya las prendas? —dijo la dependienta, detrás de la puerta, sacándola abruptamente de sus pensamientos. —No quiero molestarla, pero alguien más necesita usar el probador.

—Sí, lo siento. Salgo enseguida.

Bianca se vistió con prisa, ordenando la ropa que iba a comprar, y salió directo hacia la caja, abonó lo que había elegido, casi unos doscientos dólares, y con las bolsas de compras salió de nuevo a la calle, rumbo a su coche.

Subió del lado del conductor, dejó las bolsas en el asiento trasero del Audi, y apoyando los codos en el volante, se tomó el rostro con las manos y suspiró invadida por la tristeza, pensando que lo primero que haría al llegar a su casa, seria incinerar de una vez toda su ropa cara y elegante. Sin embargo, no terminaban allí sus planes.

Una vez que se hubo calmado, se apartó el cabello de su frente peinándose con los dedos, dio un resoplido, y dio un giro de llave para encender el motor. Condujo sin ningún tipo de destino planificado, solamente transitaba por las calles mirando el entorno que tenía a su alrededor, cuanto más despoblado estaban las avenidas y calles aledañas, tanto mejor, por allí marchaba. Hasta que finalmente y con el correr de los minutos, la urbanización se fue haciendo cada vez más esporádica, y los indigentes, por contrapunto, más frecuentes. Ancianos y mujeres que iban y venían de un lado al otro con carritos de supermercados mugrosos, acompañados de perros enflaquecidos o calentándose con pequeñas fogatas. Todos ellos, o al menos la gran mayoría, la veían pasar en su ostentoso coche con la mirada sorprendida, extrañados, quizá preguntándose qué hacía alguien en semejante deportivo circulando por aquella zona. Otros, por el contrario, la miraban con desidia e incluso hasta un poco de molestia por su presencia ricachona que contrastaba con ellos como el día y la noche. Sin embargo, lejos de asustarse, Bianca aseguró las puertas del coche y redujo la velocidad, mirando a todos lados. En Rallenvet St pudo ver que había un callejón al fondo, un oscuro y poco amigable sitio, pero sin intimidarse dio un giro de volante y avanzó hacia allí. Al llegar a la boca del callejón, detuvo su marcha, sin apagar el motor, y observó a través del cristal polarizado de su puerta. Había un muchacho de color, con largas rastas mugrientas atadas en un torpe moño por detrás de su nuca, fumando un cigarrillo de marihuana, sentado en el suelo con la espalda apoyada en un contenedor municipal de basura, que la miraba de soslayo. Sin pensarlo, Bianca bajó el cristal hasta la mitad, y habló.

—Eh, tú —dijo—. Ven aquí.

El muchacho la observó con recelo un instante, luego se acercó al coche con pasos lentos, torpes, mientras exhalaba humo y arrastraba consigo el olor a orina rancia que había cerca del contenedor de basura. Al llegar al Audi, se apoyó con las manos del techo, y miró hacia adentro.

—Lindo coche, mujer. No vemos muchos como este por aquí, ¿te has equivocado de camino? —preguntó. El aliento reseco y pestilente de la marihuana alcanzaba la nariz de Bianca, cada vez que aquel muchacho emitía una nueva palabra.

—Al contrario, ¿quieres ganar dinero?

El chico sonrió. Le faltaban algunas piezas dentales, y las que milagrosamente aún conservaba, no tardarían demasiado en caerse, observó Bianca.

—Siempre.

—¿Tienes un arma que me vendas? —le preguntó.

—No, pero puedo conseguirte una.

—Hazlo. Quiero una pistola sin registrar, de tambor giratorio o de cargador semi automático, me da exactamente igual. Consíguela para mañana a esta misma hora, en esta misma calle, y tendrás ciento cincuenta.

Aquel muchacho negó con la cabeza, mientras daba una pitada a su maruja.

—No hay trato. Trescientos como mínimo, por las molestias —dijo.

—Está bien, trescientos entonces.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Habla.

—¿Eres policía o algo así?

Bianca rio, solamente un par de carcajadas.

—Claro que no —luego se puso completamente seria—. Quien sea yo, no es algo de tu incumbencia. Solamente consigue lo que te pedí, y tendrás tus trescientos para mañana a esta misma hora. Tú me ayudas y yo te ayudo.

—Me parece bien.

Bianca volvió a subir la ventanilla de su coche, pero antes de poner reversa, volvió a bajarla en el mismo momento en que el drogadicto le daba la espalda para volver a su callejón.

—Una cosa más —dijo. Él se dio vuelta y la miró.

—¿Qué?

—Si hablas de esto, o das algún tipo de información que me comprometa, con el primero que comprobaré si el arma funciona será contigo. Te queda claro, ¿verdad?

El muchacho la miró completamente serio, y asintió con la cabeza. Bianca nunca se imaginó que pudiera asustarlo, pero lo había conseguido. La miraba con sus colorados ojos debido a la droga, casi a punto de llorar, como si estuviera hablando con la hija de Al Capone, o algo así.

—Sí, señorita.

—Bien —luego lo miró sin decir absolutamente nada, como si estuviera pensando en algo que solamente ella entendía—. ¿Tienes un cigarrillo?

El muchacho metió una mano en el bolsillo de su chaqueta costrosa, y le extendió un paquete de Marlboro, que asombrosamente, parecía demasiado limpio a comparación de su estado personal. Bianca sacó uno, se lo colocó entre los labios y usando el encendedor del coche, lo encendió, tosiendo violentamente unas cuantas veces. Luego de la segunda pitada, el humo ya no le pareció tan malo.

Finalmente, subió el cristal del Audi, y arrancó.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro