VIII
La primera parada que efectuaron fue en el hotel donde Ellis se estaba alojando, al menos de momento. Pagó lo que debía, tomó sus maletas, teniendo que atarlas en el techo de la Toyota, y guardó las llaves de la cabaña en el bolsillo de su chaqueta. Volvió a la camioneta luego de unos minutos, se sentó en el lado del conductor, y retomó la marcha.
—Pittsburg está bastante lejos de aquí, por lo que sé —comentó Bianca.
—Casi a cuatro mil kilómetros. Es mejor que estemos lo más lejos posible, al menos para tu propia seguridad.
—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar?
—Supongo que unos dos días, si vamos a buen ritmo. Nos detendremos en alguna posada por el camino, detesto conducir de noche.
—¿Ah sí? —volvió a preguntar ella. —¿Por qué?
—Una vez me dormí al volante, y atropellé a un perro. Era joven, era mi primer coche, pero la experiencia fue horrible. Me detuve a un costado de la carretera e intenté ayudarle, pero ya era tarde. Amo a los animales, y estuve sintiéndome muy mal durante varios días, así que a partir de ahí comencé a evitar conducir de noche.
—Vaya, que mal... —comentó ella.
Ellis condujo en silencio durante un momento, y luego fue él quien volvió a retomar la charla.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo.
—Claro.
—¿Qué planes tienes para tu vida?
—Vaya, no lo sé... —la pregunta había tomado desprevenida por completo a Bianca. —Sobrevivir, creo que es lo ideal.
Ellis rio.
—No, no hablo de ahora. Me refiero a después, cuando podamos solucionar todo esto con quienes te persiguen.
Bianca pensó un momento, tenía muchos planes, a decir verdad.
—Supongo que recuperar mi paz, antes que nada. Luego buscar un cargo ejecutivo en alguna empresa —lo miró de reojo—, estar contigo, claro. Creo que no he tenido tiempo de pensarlo demasiado.
—Ya puedo notarlo.
—¿Y tú?
Ellis hizo ademan de pensar con detenimiento, sujetándose la barbilla con una mano y entrecerrando los ojos. Bianca rio.
—Pues, supongo que buscar otro trabajo.
—No debes dejar tu carrera deportiva por mí, y lo sabes.
—No te dejaré sola, y también lo sabes —insistió—. Las competencias de enduro o de velocidad, requieren que esté ausente al menos unas dos semanas, y eso como mínimo. No voy a dejarte.
—Vaya, has resultado más testarudo de lo que creía —bromeó ella.
—Mi terquedad te ha salvado la vida, y nos ha brindado una bonita forma de conocernos mejor, y comenzar nuestra relación, ¿no crees?
—Y además de todo, eres un hábil declarante. No dejas de sorprenderme.
Ambos rieron y se miraron de reojo, Ellis negó con la cabeza y apartando la mano derecha del volante, la extendió a un lado. Bianca se la tomó, y entrelazó los dedos con los suyos.
—¿Sabes? Tengo que reconocer el hecho de que soñé muchas veces con este momento. Siempre me pareció totalmente inalcanzable —dijo él.
—Pero nunca dejaste de intentarlo —comentó Bianca.
—Pues no, si me hubiera resignado tú no estarías aquí. Tal vez estarías al lado de un tonto peor que yo. O en un país desconocido sin saber que hacer.
Bianca rio por su comentario y se encogió de hombros. Su frase le hizo pensar en Edward, en cómo había creído tan estúpidamente que podía formar un futuro con alguien como él.
—Jamás creí que iba a ser capaz de formar una nueva relación amorosa, al menos no después de tantas cosas.
—¿Lo dices por tu ex?
—Para empezar, por ejemplo, sí.
—Para empezar... —repitió Ellis. —¿Hay algo más que quieras contarme?
—No, solo decía.
—Bueno, me alegro ser quien haya roto tú racha de soledad —comentó él.
—A mí también me alegra —asintió Bianca.
—Solo prométeme que no vas a volarme la cabeza cuando esté durmiendo.
Bianca rio por su comentario, simulando enojo después. Finalmente, se puso más seria, y lo miró con cierta congoja.
—He sido una tonta... Lo siento.
—No pienses eso, hiciste lo que creíste correcto, ya ha pasado. Solo concéntrate en mirar hacia adelante, nada más.
—Lo sé... —asintió ella.
Un nuevo silencio se estacionó entre ambos, y Bianca estiró un brazo para encender la radio de la Toyota, pero al cabo de unos minutos la apagó. Ellis se dio cuenta entonces de que algo le pasaba.
—Bian, ¿te sientes bien? —le preguntó.
—No, pensaba en que he salido tan apurada de casa, que no he puesto en la maleta ni siquiera una foto de mis padres. Vaya uno a saber cuándo podría volver allí... —respondió ella, dando un suspiro.
—Quizá suene loco, pero no necesitas una foto de ellos —respondió Ellis, acariciándole la mano que reposaba en su regazo—. Siempre estarán contigo, y tú lo sabes. No necesitas un trozo de papel para recordarlos con amor, y, además, ya volverás más tarde o más temprano a tu casa. Esto es temporal, pronto podrás volver a ser una mujer libre.
—Sé que hay una vida después de la muerte, mis padres se encargaron de investigarlo y comprobarlo durante toda su carrera. Sé que ellos están bien, son felices y descansan juntos.
—Cuéntame de ellos, cariño.
Bianca lo miró entonces, con el rostro iluminado por una sonrisa nostálgica y soñadora.
—¿De verdad quieres que te cuente?
—Claro, adelante.
—Eran increíblemente geniales —dijo—. Mi padre siempre jugaba a las escondidas conmigo entre los árboles del patio, aun a pesar de que había perdido la vista al escapar de la mansión. Siempre me encontraba, nunca supe como lo hacía y nunca me lo dijo tampoco. Era alto y guapo, hubiera sido el novio que toda mujer querría.
—Auch —comentó Ellis, y Bianca rio, antes de continuar con su relato.
—Era un hombre muy místico, tenía una habilidad increíble, y recuerdo que crecí oyendo sus historias sobre el cuarto cielo, la morada del ángel Miguel, y sus investigaciones espectrales. De pequeña creía que eran cuentos de terror que inventaba solo para asustarme los días de lluvia, pero con el pasar de los años comprendí que realmente habían vivido todo eso.
—Vaya, eso es increíble.
—Mi madre era su otra mitad, en todo aspecto —prosiguió Bianca—. Se habían conocido en la universidad, y jamás imaginó que iba a casarse con él, pero tenías que haber visto las fotos de su boda. Parecía una reina, era la mujer más bella que pudieses haber visto jamás.
—Bueno, de algún lado tenías que heredar tu belleza —comentó él.
—No hagas cumplidos, ya no necesitas hacerlos —bromeó Bianca, antes de continuar—. Se casó completamente perdida de amor por mi padre, y se conocían tanto que muchas veces uno completaba la frase que iba a decir el otro. Era una conexión muy íntima, un amor que jamás he visto en ninguna otra persona a lo largo de mi vida.
—Eso es genial.
—Siempre me pregunté si estarían orgullosos de mí. Nunca les he preguntado, solamente lo pensaba después de su muerte.
—¿Y tú crees que no lo están? —le preguntó Ellis, mientras apartaba los ojos de la carretera un instante, para mirarla. —Su hija fue empresaria de una de las compañías más importantes del país, con un brillante nivel social, y una increíble valentía. Has pasado por un montón de cosas, y sigues aquí en pie, dando batalla exactamente igual a como ellos lo hicieron en su juventud. No vuelvas a cuestionarte jamás una cosa así.
Bianca asintió con la cabeza, y sonrió.
—De acuerdo.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias —respondió ella, estirando su mano izquierda para acariciarle la mejilla, y apartarle un mechón de cabello castaño de su frente.
Continuaron viajando durante cinco horas más, y solamente se detuvieron ni bien haber entrado a Alabama. Atravesar todo Georgia había agotado a Ellis, y al estacionar en una estación de gasolina Circle K, aprovechó para estirar las piernas y su espalda al bajar del vehículo. Tomó la manguera del surtidor Premium y metió la boquilla en el hoyo del tanque para llenarlo, luego rodeó la Toyota por delante hasta la ventanilla del acompañante.
—Iré a comprar algo de beber, estoy sediento —indicó—. ¿Te apetece algo?
—Cualquier cosa que contenga chocolate, aunque destroce mí ya destrozado cutis. Muero por algo dulce.
—De acuerdo —respondió. Bianca le enmarcó el rostro con las manos y le dio un beso, antes de que marchase hacia el pequeño comercio de autoservicio.
Lo observó alejarse hacia el local con puertas de vidrio y góndolas de comida rápida, chips salados, y bebidas. Sus ojos se posaron en su ancha espalda, el bamboleo al caminar, despreocupado, y una parte de sí misma sintió un afecto casi surreal, en comparación al rechazo que sentía por él en un primer momento. Era increíble como el amor podía sorprenderte de un momento al otro, pensó. Ese hombre que jamás pensaba querer, besar o abrazar, era quien le había salvado la vida, y ahora le ayudaba cuando todo el mundo la perseguía de muerte. Recordó que aun llevaba en sus bolsillos el paquete de cigarrillos, que había tomado de su cartera antes de salir del hospital.
Abrió la puerta, bajando de la camioneta y dejando las cajas de su regazo encima del asiento. Entonces extrajo el paquete de cigarrillos y lo contempló detenidamente. Creía que no necesitaba seguir fumando, a pesar de tener ansiedad, problemas y se sentirse agobiada, como todo el mundo. Pero al menos ahora estaba con un hombre bueno, que se preocupaba por su seguridad y la quería con pasión y honestidad. Si lograban salir ilesos de toda aquella loca persecución, si en algún momento esa vida de constante huida terminaba de una vez, quería disfrutar sanamente los días venideros. No toleraría que Ellis tuviera que cuidarla de un cáncer terminal, luego de haber pasado por tantas cosas. Así que sin cuestionárselo un solo segundo más, estrujó el paquete de cigarrillos en su mano, y caminando hasta un tacho de basura, la arrojó dentro.
Respiro con fuerza el aire mezclado con el aroma a gasolina, y sonrió, complacida de su buena decisión. En aquel momento, Ellis salía de la tienda con una botella de jugo de naranja y una pequeña tableta de chocolate con maní. Avanzó hasta la camioneta a paso rápido, quitó la manguera de combustible del tanque de la Toyota, y le colocó nuevamente la tapa.
—¿No quieres ir al baño? —le preguntó, mientras subía del lado del conductor.
—En realidad sí, pero no me sentaré en el inodoro de una estación de servicio.
Ellis puso los ojos en blanco, bromeando, mientras Bianca volvía a subir al asiento del acompañante.
—Entonces vamos a buscar la siguiente posada, y ahí nos quedaremos por el resto del día. Estoy cansado de conducir y quiero dormir un poco —respondió.
—Me parece bien —asintió ella.
No tuvieron que viajar mucho más. Cinco kilómetros delante de la estación, pudieron divisar un Holiday Inn, con una gran entrada barroca y banderas estadounidenses. Ellis estaciono la Toyota en su parking vigilado, y apagó el motor. Ambos bajaron del vehículo, y él ayudó a Bianca a bajar su maleta de ropa. Una vez hecho aquello, salieron a la calle tomados de la mano, dando un rodeo hasta la puerta principal. Al entrar, notaron que el aire estaba fresco debido a la calefacción, y Bianca se estremeció un poco, aun a pesar de llevar la chaqueta de Ellis por encima. Se acercaron al mostrador de recepción, revestido en madera barnizada, donde una chica rubia estaba sentada tras una computadora. Tras ella, había un tablero enorme con llaveros numerados.
—Buenos días —saludó la recepcionista, con una sonrisa.
—Buenos días —respondió Ellis—. Necesitamos una habitación doble, solo hasta mañana a primera hora.
—Bien, recuerden que tienen desayuno gratis —la chica se giró en su silla, tomó una llave con el numero treinta y dos, y se la extendió en la mano a Ellis, sonriéndole. Luego que le hizo llenar una planilla con datos y formalidades, agregó: —Bienvenidos, que disfruten su habitación. Tercer piso a la izquierda.
Agradecieron y se encaminaron rumbo a los ascensores, observando todo a su alrededor. El lugar era pequeño pero lindo, ideal para conductores de larga distancia que necesitaban tomar un pequeño descanso, igual que ellos.
—No has preguntado el precio de la estadía —observó Bianca, mientras subían por el ascensor.
—No importa, no creo que sea demasiado costoso. Recuerda que es un hotel en la carretera —respondió él.
—De todas formas, te ayudaré a pagarlo.
Ellis no le respondió, simplemente la miró como si la regañase con la mirada, y Bianca dio un resoplido desconforme. Al llegar al piso que les correspondía, el ascensor se detuvo y abrió sus puertas metálicas. Ambos salieron, avanzando por el pasillo con cansina lentitud. Se detuvieron en la puerta con el rotulo treinta y dos, en acrílico blanco y negro, metieron la llave en la cerradura y abrieron.
Dentro, la habitación era hermosa. Prolija, con aroma a desodorante de ambientes y extrema limpieza. Sobre la enorme cama de dos plazas, había dos toallas blancas pulcramente dobladas con una pequeña pastilla de jabón encima. El televisor plano empotrado en la pared estaba apagado, y el armario de la ropa vacío, con algunas frazadas de repuesto y cuatro perchas colgando de su soporte. La puerta del baño estaba abierta, y tenía la misma prolijidad que reinaba en toda la habitación.
Bianca entró primera, dando una inspección al baño, fascinada, y Ellis la siguió detrás. Una vez que hubo cerrado la puerta tras de sí, se dejó caer de espaldas encima de la cama, con los brazos extendidos y un hondo suspiro de satisfacción.
—¡No puedo creer que al fin esté encima de una cama! —exclamó.
—Estoy deseando una ducha cuanto antes —comentó ella, a su vez.
—Déjame agua caliente, por favor.
Bianca dejó la maleta a un lado de la cama, la abrió, y tomó ropa limpia. La dejó en el baño junto con una toalla, y luego volvió hasta la cama.
—Siento tener que interrumpir tu descanso, pero voy a necesitar tu ayuda aquí —dijo ella. Ellis se puso de pie.
—Dime.
—Aún no puedo levantar demasiado el brazo, voy a necesitar que me ayudes a quitarme la camiseta.
Ellis le quitó su chaqueta, con cuidado, y luego su camiseta, con más cuidado aún. Bianca vio como sus ojos se posaban en la medialuna blanca de sus pechos, que se dejaba asomar palpitante y suave por encima del borde del sujetador, y aquello le produjo una sensación extraña, una mezcla de nerviosismo e incomodidad con amoroso deseo, muy difícil de identificar. Ellis le quitó el vendaje del hombro, con suma delicadeza, y observó la sutura. Tenía un poco de sangre reseca adherida a la piel.
—Vas a tener que limpiarte con mucho cuidado —le dijo.
—Gracias —sonrió ella. Le dio un corto beso en los labios, y caminó hacia la ducha, cerrando la puerta tras de sí.
Tardó al menos unos veinticinco minutos en ducharse, ya que el contacto con el agua caliente alivió las tensiones de su cuerpo y trató de aprovechar aquella sensación placentera todo lo más que pudiese. Además, tampoco quería mentirse a sí misma. Sabía que luego de que ella saliera de la ducha Ellis entraría a ducharse también, y luego de eso, era casi seguro que harían el amor. Sus nervios se acrecentaron aún más, y quitándose la venda de la nariz, dejó que el agua cayera por su rostro mientras contenía la respiración un momento. Le costaba asimilar la idea de que un hombre la tocara nuevamente, a pesar que Ellis era sumamente atractivo, atento con ella, y una parte de sí misma lo deseaba. Recordaba cuando lo había besado, en aquel aeropuerto, y había metido sus dedos entre el cabello frondoso y castaño que coronaba su cabeza. Era su primer contacto físico en mucho tiempo, y le había gustado, pero el hecho de tener relaciones sexuales aún era difícil para ella.
Al salir de la ducha demoró unos diez minutos más en secarse completamente, otros quince en vestirse, y luego avanzó hasta la habitación, con la toalla cubriendo su cabello como un gigantesco turbante. Ellis ya se había adelantado, y estaba esperándola a la puerta, con la toalla bajo el brazo y su ropa interior.
—Gracias a Dios, creí que te estabas derritiendo con el agua —bromeó.
—Ya quisieras, maldito —rio ella, tratando de aligerar sus emociones con alguna que otra broma.
Ellis se metió a la ducha y cerró la puerta tras de sí, y un momento después, Bianca pudo escuchar el ruido del agua al caer. Se quitó la camiseta, y se vendó nuevamente las suturas con paciencia, tardando sus buenos minutos, luego se cambió el pantalón por su pijama favorito y volvió a colocarse su fina camiseta. Ellis salió de la ducha en el preciso momento en que Bianca estaba cepillándose los dientes. Al salir, estuvo a punto de llevársela por delante. La miró asombrado, y ella a él. Ellis había salido de la ducha en boxers, y aquello no ayudó en absoluto a calmar su ansiedad.
—¡Cielos! —exclamó, deteniéndose al último momento. Bianca se enjuagó la boca, y lo miró.
—No pensé que fueras a salir tan desbocado —comentó.
—Ni yo creí que aun estuvieras vestida —Ellis se acercó a ella, y la tomó por la cintura, metiendo sus manos por debajo de la camiseta de Bianca. La estrechó contra sí, acercándose a su boca, pero se detuvo—. Oh, querida, estás temblando, ¿tienes frio?
—Un poco.
Ellis la condujo suavemente a la cama, apartó las sabanas y la ayudo a desvestirse, dejándola en ropa interior. Aunque Bianca no opuso ninguna resistencia, la verdad era que estaba muy cohibida. Ellis apagó la luz, se acostó a su lado, y la abrazó. Su respiración estaba muy cerca de ella, podía notarla, tibia y agitada. Una mano le acarició una mejilla, luego el cabello, y bajó por su cintura mientras que la besaba con pasión, ternura y lentitud.
Bianca respondió tanto el beso como las caricias. Ellis era un hombre muy delicado y tierno, y para su sorpresa, había logrado lo que creía imposible, haciéndole escapar un gemido de placer e intenso deseo en cuanto él le hubo besado el cuello. Se desabrochó el sujetador y él le acarició los pechos, febril y ardiente, tocándose mutuamente por largo rato, besándose como dos adolescentes. Pero en el momento en que la mano de Ellis exploraba más allá de su vientre, algo cambió. Los recuerdos golpearon su mente como relámpagos malditos, y toda su intensísima excitación se perdió en un segundo. Él notó que de repente Bianca se había tensionado, y se separó de ella con suavidad.
—¿Qué sucede? —preguntó. —¿Hice algo mal?
Bianca comenzó a llorar con amargura.
—No, tú no... —dijo, en un sollozo.
—Cariño, no llores —Ellis parecía realmente preocupado—. ¿Qué pasa?
—Lo siento... —dijo ella. —No puedo hacerlo.
—No entiendo...
—Hay cosas que... —susurró. —no tienes ni idea.
—Bian, no puedo ayudarte ni entenderte si no me dices nada. La mitad de ti aun es un misterio, por favor, háblame. Suéltalo todo.
—Los hombres que me secuestraron, que me hicieron daño, me violaron salvajemente, muchos de ellos —contó—. Y no hace mucho, he sido atacada sexualmente en el rancho de mi madre por Asmodeo, un demonio muy poderoso. No lo sabe nadie, solo Lisey, y ahora tú. Creí que podía volver a tener intimidad con alguien de nuevo, pero, aunque ha pasado tiempo, lo sigo recordando...
—Oh, eso es horrible... —respondió Ellis, consternado.
—Perdóname... —susurró, apenas audiblemente. — Imagino que habrás deseado mucho tiempo este momento, y en verdad me gustas, lo juro. Pero no puedo hacerlo, al menos no ahora. Quizá haya sido un error darte una oportunidad, una ilusión que ni siquiera yo misma puedo sostener, me siento tan mal conmigo misma que...
Ellis la interrumpió, apoyándole el índice en los labios. Bianca hablaba frenéticamente.
—Escúchame, Bian. Sí, lo he deseado —respondió—, a fin de cuentas, soy un hombre como cualquier otro. Pero más he deseado estar contigo, y que tú me quisieras tal y como yo te quiero a ti. Hoy, ese sueño se ha hecho realidad para mí, y que no puedas hacer el amor es el menor de los problemas.
—¿Lo dices en verdad? —preguntó, asombrada. En la penumbra, Ellis le besó la frente, y luego le acarició las mejillas hasta secarle las lágrimas.
—Claro que lo digo en verdad, toma tu propio tiempo para curar las heridas —dijo. La rodeó con los brazos, haciendo que ella se recostase en su pecho, y le besó la frente. —Duerme bien, cariño.
Bianca suspiró, complacida. Toda la frustración que sentía en aquel momento por no ser útil como mujer, se desvaneció instantáneamente. Ahora se sentía tranquila y protegida, como nunca antes se había sentido en su vida.
—Te quiero, Ellis. Te quiero como jamás lo creí —dijo, convencida por completo de ello—. Gracias por respetarme.
—Y yo a ti.
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