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VII


Bianca durmió casi todo el trayecto de retorno, y Ellis la dejó hacer. Imaginaba que estaba extenuada, y solamente pararon dos veces en el camino. Una para cargar combustible en la Toyota e ir al baño, y otra para comer un rápido almuerzo. Fue en esta última parada, donde Bianca miró a su alrededor con expresión apenada.

—Aún no puedo creer que hayas hecho todo esto por mi —dijo.

—¿Por qué no puedes creerlo? —respondió él, dándole una mordida a su sándwich mientras la miraba con sus profundos ojos verdes. —¿Creías que te iba a dejar ir, así como así? —añadió, con la boca llena de lechuga.

—Sabes bien que no quiero involucrar a nadie, estar conmigo es exponerte a un peligro constante. No quiero eso ni para ti, ni para nadie.

—Y yo no quiero que luches contra esto sola —insistió—. ¿Quiénes son estos tipos? Y no quiero que me ocultes nada.

Bianca se tomó sus buenos cuarenta minutos para contarle con lujo de detalles toda la historia de sus padres, con respecto a la mansión Luttemberger y su maldición. Luego le explicó que la secta del Poder Superior estaba relacionada en si misma con sus padres, por algún motivo que ella aun no conocía en absoluto. Cuando terminó el relato, Ellis ya había terminado su almuerzo y la miraba con asombro.

—Vaya, que historia tan intensa... —dijo. —¿No puedes simplemente ir a la policía, y que los investiguen?

—No es tan sencillo, no tengo pruebas de nada en absoluto salvo los documentos de mis padres y mi propia experiencia. Además, estos tipos tienen demasiada influencia. Ir a la policía no me da garantías de nada.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso... —Ellis apoyó los codos en el borde de la mesa y se tomó las mejillas. —Si esta gente está persiguiéndote, seguramente es porque tus padres no hicieron algo a su debido tiempo.

—Sí, eso pensé yo, solo que no puedo descubrir de que se trata, en caso de que sea lo que sugieres.

—¿Y si lo que sea que no hayan hecho tus padres, los compromete? Quizá no te persiguen para matarte por el simple hecho de acabar con el apellido Connor, sino porque tienen miedo. Tal vez a que completes la tarea de tus padres, no lo sé.

—¿Tú crees? —Bianca lo miró extrañada.

—Es posible... si alguien tiene miedo de un animal porque sabe que ese animal puede matarlo, la solución es acabar con ese animal antes que él acabe contigo. Salvando las distancias de comparación, puede ser que aquí esté ocurriendo lo mismo.

—¿Y de qué tendrían miedo, entonces?

—No lo sé, solo estoy suponiendo...

Bianca se tomó la cabeza con las manos, negando lentamente.

—Cielos, no sé por dónde comenzar a desenmarañar todo este asunto... y es posible que tenga que volver a investigar todo otra vez. Debo volver a mi casa, y recoger los documentos de mis padres, antes de ir a tu cabaña.

—No, no lo hagas. Si estos hombres están tras de ti, volver a tu casa seria exponerte innecesariamente.

—Pero necesito los documentos de mis padres, es la única forma de poder descubrir algo... yo no viví lo que ellos vivieron, así que no tengo forma de saber las cosas si no leo de nuevo sus informes —insistió ella.

Ellis resopló, pensativo, tamborileando con los dedos sobre la mesa mientras mentalmente buscaba alternativas más seguras.

—Tú estabas en el vientre de tu madre, cuando ellos quedaron encerrados dentro de la mansión, ¿no es cierto? —preguntó, repentinamente.

—Así es —asintió ella, sin comprender—. ¿Y eso qué significa?

—Que si tus padres tenían habilidades psíquicas, y por ende tú las heredaste, entonces estás tan ligada a esa casa, a su historia y a la secta, como ellos mismos. No necesitas leer viejos papeles para descubrir algo.

Bianca asintió con la cabeza, era increíble como no lo había pensado antes.

—Tienes razón —dijo—, por eso fue que entré en trance tan rápido, en cuanto toqué el suelo de la mansión.

—Mi idea es que desaparezcas durante un tiempo, va a ser la única forma de que las aguas se calmen un poco. Como te dije, en la cabaña estarás segura, si luego quieres ir a buscar tus cosas...

—¡Espera, eso es! Necesitaré mi ropa, debemos ir allí si o si...

Ellis puso los ojos en blanco.

—Cielo santo, te compraré ropa nueva si quieres —dijo—. ¿Es que no has oído nada de lo que dije?

—No, escúchame a mí —insistió ella—. Estos tipos no se imaginan que cometeré la tontería de volver a mi casa, lo más normal sería huir y jamás regresar, pero yo haré justamente lo contrario. No se lo esperan.

Ellis la miró con detenimiento. Era muy valiente, y tenía mucho sentido lo que decía, pero sin embargo no dejaba de temer por ella. Era una jugada muy arriesgada, no tenían forma de saber si una pequeña comitiva de matones estaba custodiando la casa.

—Entramos y salimos —consintió—. ¿De acuerdo?

—Está bien, gracias —respondió ella, tomándole la mano por encima de la mesa.

Pagaron lo que habían consumido y salieron rápidamente, rumbo a la Toyota estacionada. En ese momento, el teléfono celular de él sonó, en su bolsillo, y al mirar la pantalla recordó que no había llamado a Lisey. Atendió rápidamente, mientras que con la otra mano libre encendía el motor del vehículo.

—¿Y bien? ¿La has encontrado? —preguntó Lisey, del otro lado.

—Sí, está aquí conmigo.

—Gracias a Dios —suspiró ella—. ¿Cómo está?

—Se encuentra bien, ¿quieres hablarle?

—Pásamela.

Ellis le extendió el teléfono a Bianca, mientras giraba en dirección a la avenida principal. Ella tomó el teléfono y habló.

—¿Lis?

—¡Bian, gracias al cielo estás bien! ¿Por qué demonios te has escapado del hospital? —le preguntó del otro lado de la línea, con tono de reproche.

—Lo siento, no quiero que nadie esté en riesgo por mi causa. Golpearon a Ellis por mí, no quiero exponer a nadie más.

—¿Y qué harás?

—Ellis me ofreció un sitio en las afueras de Pittsburg, así que me iré allí.

Lisey enmudeció, del otro lado, un instante.

—¿Y te vas con él? —le preguntó.

—Sí. Me ha salvado la vida, y le quiero.

Ellis apartó un instante los ojos del camino, y la miró. Bianca también le miró con una sonrisa, se cambió el teléfono de mano, y apoyó su mano izquierda encima de la de Ellis, que reposaba sobre la palanca de cambios.

—Pues eso fue algo que no me esperaba —dijo Lisey, divertida.

—Necesito pedirte algo muy importante.

—Dime.

—Cuida a Itzi, a partir de ahora te pertenece —dijo Bianca—. Y también cuida del rancho de mi madre.

—¿Qué? ¿Y eso por qué?

—Tengo mucho que investigar en cuanto me instale en la cabaña, y no puedo tener más contacto contigo ni con nadie, por el bien de todos. Al menos hasta que solucione toda esta locura, ¿podrías hacer eso por mí?

—Lo haré, puedes quedarte tranquila. ¿Pero no te parece un poco extremista todo esto?

—Al contrario, es algo sumamente necesario, aunque quizá ahora no puedas entenderme. Gracias Lis —respondió Bianca, y colgó.

Le devolvió el teléfono a Ellis, y apoyó la cabeza en la ventanilla a su lado, mirando el paisaje. Comenzó a llorar en silencio, para no preocupar a Ellis, conteniendo hasta el mínimo suspiro. Le resultaba sumamente difícil renunciar a todo lo que conocía, aun a pesar de que hasta hace unas horas estaba dispuesta a lo que fuese necesario. Sin embargo, él se dio cuenta de ello, debido a como subía y bajaba su pecho con cada sollozo.

—Ey, calma... —le dijo, acariciándole la espalda con suavidad.

Bianca dio un suspiro, se secó las mejillas con el dorso de la mano, y asintió con la cabeza.

—Gracias por estar aquí. Tengo que reconocer que no hubiera podido yo sola con todo esto.

—No tienes nada que agradecer.

—Claro que sí, Ellis —Bianca lo miró, y sonrió—. Te quiero.

—Y yo a ti —respondió él.

El resto del viaje transcurrieron en completo silencio, y Ellis apresuró la marcha en cuanto comenzó a adentrarse en la localidad donde se encontraba la casa de Bianca. No podía evitar sentir mala espina al conducir por allí, pero había que seguir hacia adelante, ya estaban en el juego y debían continuar. Veinte minutos después, llegaron al rancho. Para su fortuna, Bianca había tenido razón. No había nadie sospechoso vigilando la casa. Ellis detuvo la Toyota frente a la portería automática, y miró a Bianca.

—¿Y ahora? —preguntó.

—No tengo forma de abrirla si no es con el mando a distancia.

—Maldición...

—Tengo un mando de repuesto, pero está dentro de la casa, en el living.

Ellis entonces se bajó del vehículo, y antes de cerrar la puerta del conductor, le indicó:

—Creo que tengo una idea, deberás conducir tú en cuanto logre abrir.

—¿Qué vas a hacer?

—Ya lo verás.

Ellis cerró la puerta tras de sí, y Bianca se desabrochó el cinturón para deslizarse al asiento del conductor. Vio como trepaba por la cerca hasta saltar al otro lado, y luego corría hacia una de las ventanas. Se sacó la camiseta, y envolviéndose un brazo, rompió el cristal de un puñetazo. Apartó los cristales que quedaron sujetos del marco y trepó hacia adentro. Un segundo después, abrió la puerta de entrada con las llaves de repuesto y la cerca con el mando. Bianca condujo la Toyota hacia el patio, y apagó el motor, antes de descender. Ella lo miraba divertido, mientras se volvía a poner la camiseta.

—Si algún día nos quedamos sin dinero, recuerda que puedes ir a asaltar casas. Se te da muy bien —dijo ella.

—Es una buena opción.

—Y, por cierto, ahora me debes un cristal nuevo.

—Ya veremos si puedo pagártelo —Ellis le guiñó un ojo, y Bianca sonrió.

Entró a la casa rápidamente, y enseguida se dirigió a su habitación. abrió el armario y sacó las perchas más importantes, dejándolas encima de la cama. Solo pantalones, suéteres y camisetas. Luego abrió el modular de cama, y sacó un gran manojo de ropa interior y medias, artículos de tocador y aseo personal. En un rincón tras el modular, había tres maletas. Tomó la más grande, la abrió, y metió toda la ropa con rapidez. En ese momento, Ellis entró al cuarto.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó.

—Sí —dijo, mientras se giraba hacia el cajón de la mesita de luz. Sacó una llave y se la arrojó, para que él la atrapase en el aire—. Ve al sótano y carga todas las cajas con equipo y libros, o al menos lo que más te quepa en el maletero.

—De acuerdo.

Ellis había comenzado a retirarse, pero Bianca recordó algo de vital importancia.

—¡Ah, espera! —exclamó.

—¿Sí? —preguntó, girándose hacia ella a mitad de camino.

—Hay una manta en un rincón, dentro de ella hay un rifle, cárgalo también.

—¿Un rifle? ¿Estás de broma? —le preguntó Ellis. —¿Desde cuándo tú tienes un rifle?

—Una larga historia. Hay cajas rojas, eso son municiones. Cárgalas también, yo iré enseguida.

Ellis se encogió de hombros y salió de la habitación, entonces Bianca volvió a mirar de nuevo hacia el cajón abierto de su mesa de luz. Tomó en sus manos la pistola que había comprado al principio de todo, la misma pistola con la que había echado a Ellis de su casa. Sonrió al evocar aquel recuerdo tan vergonzoso de sí misma, y la metió dentro de la maleta, junto con varias cajitas de balas. Fue al baño, tomó su cepillo de dientes, y volvió a su cuarto para guardarlo también.

Salió al patio, con la maleta de rueditas arrastrando tras de sí, y la cargó en los asientos traseros de la Toyota. Ellis, mientras tanto, entraba y salía del sótano con cajas de equipos, notas, libros y documentos. En poco más de diez minutos habían atiborrado el maletero y los asientos traseros de la camioneta, hasta el punto de que algunas cajas pequeñas debían ser transportadas en el regazo de Bianca. Su hombro había comenzado a dolerle de nuevo, con todo el movimiento tan intenso de la "casi" mudanza, y antes de salir de la propiedad, le pidió a Ellis que se detuviera en alguna farmacia para comprar un analgésico.

Mientras él cerraba la portería de entrada, Bianca intentó no mirar hacia el rancho por el espejo retrovisor. En un principio, recordaba que no quería mudarse a la propiedad de sus padres, y ahora, irónicamente, no quería irse. Sintió que iba a llorar de nuevo, y apartó la mirada. En cambio, dio un profundo suspiro, y se miró las manos entrelazadas en su regazo, sosteniendo dos cajas. Ellis subió al coche, cerrando la puerta del lado del conductor tras de sí.

—¿Lista? —le preguntó.

—Vámonos —asintió ella.

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