VII
Sin embargo, mientras Bianca daba vueltas en su cama a cuarenta kilómetros de distancia, Friedrich se hallaba en su residencia bebiendo una copa de Martini, de pie en su porche, mirando al cielo nocturno. Mecía su trago con la calma de quien no tiene nada mejor que hacer, disfrutando de la fresca noche en silencioso deleite. Su silueta se recortaba bajo la luz de la luna y le confería a su rostro sombras y detalles que le hacían parecer aún más viejo, a pesar de que apenas había pasado los cuarenta y dos años, y tenía unas pocas canas en el cabello. Constanze, una de las mujeres más jóvenes del Poder Superior, salió de la casa aun vestida con su larga capa negra, completamente desnuda bajo ella. Se detuvo tras él, y miró hacia las estrellas.
—¿En qué piensas? —le preguntó.
—Ha comenzado a manifestarse, puedo sentirlo —respondió él—. Solo la sangre le dará nuevo poder.
Constanze le abrazó por detrás, hablando contra su espalda y susurrando con su cálido aliento.
—Y será su sangre. Nada me pondría más feliz que ver sangrar a esa perra.
—Lo sé, a mí también.
Ambos permanecieron en silencio un instante, hasta que Friedrich escuchó su teléfono celular sonar, desde adentro. Constanze fue quien se adelantó, volvió al living rápidamente y salió con el aparato en la mano, Friedrich lo tomó y atendió.
—Señor, hay una cuestión que debería saber—dijo una voz del otro lado.
—Dime, Heller.
—Hemos estado vigilando, pero ella no va regularmente al supermercado. Solo ha ido una vez, luego ha dado vueltas cerca de la costa, y ha ido a comer a un restaurante. No creo que saquemos ninguna información en limpio acerca de sus costumbres rutinarias.
—Apenas hemos comenzado con la vigilancia —dijo Friedrich, en un tono condescendiente que parecía preguntar "¿Es que se han aburrido de observar?"
—Lo sé, yo...
—Sin embargo, está bien que me lo digas —le interrumpió—. En cuatro días tendremos la primera luna llena del equinoccio de invierno, y el primer ritual debe llevarse a cabo. Debemos capturarla cuanto antes.
—¿Raptarla la próxima vez que la veamos, verdad?
—Exacto.
—Así se hará, señor —aseguró Heller, del otro lado—. Volveré a comunicarme en cuanto tengamos próximas noticias.
—Perfecto —respondió Friedrich, y colgó.
—¿Hay novedades? —preguntó Constanze, detrás suyo.
Friedrich se giró sobre sus talones, acabó la copa de Martini de un trago, y la miró con una sonrisa, mientras le colocaba su mano libre encima de un pecho. Ella le acarició el antebrazo por encima del tatuaje, siguiendo el contorno de la serpiente enlazada que llevaba por toda la piel.
—La hija de los Connor será capturada cuanto antes —respondió con una sonrisa leve, y luego la besó, metiéndole su mano derecha por debajo de su túnica abierta.
_________________________________________________________
Bianca se despertó aquella mañana luego de haber dormido solamente dos horas. Le dolía la cabeza y los parpados, y ya eran casi mediodía cuando el sol le golpeó en el rostro, colándose a través de la ventana de su habitación. Se vistió y caminó hasta el baño, para peinarse y enjugarse un poco el rostro. Luego juntó sus cosas, bajó a la recepción y pagó la noche, entregando la llave al recepcionista. Salió del hotel directo al estacionamiento y luego de subir a su coche, condujo hasta su departamento.
Al llegar, dejó la cartera descuidadamente encima de uno de los sillones del living, mientras caminaba a la cocina, dispuesta a prepararse un café lo más cargado posible y unas tostadas con queso para desayunar. Sin embargo, al abrir el refrigerador se dio cuenta que no tenía queso crema, ni tampoco nada para preparar el almuerzo. Itzi se paseó entonces entre sus piernas reclamándole algo para comer, como todas las mañanas en las que ella le abría una lata de atún. Pero tampoco tenía atún para su mascota, por lo tanto, le sirvió una porción bastante generosa de su alimento balanceado, y pensó que antes de preparar su café, debía ir al supermercado a comprar todo lo que necesitaba.
—Bueno, al menos voy a poder respirar un poco más de aire fresco, si el viento costero está a mi favor... —murmuró, mientras le pasaba una mano por encima del lomo a su gata. Apagó la cafetera, pensando que a fin de cuentas se tomaría su café al volver, y caminó hasta el living, para tomar las llaves de su departamento y la cartera con el dinero. Salió al pasillo, y cerró la puerta tras de sí.
Al bajar por el ascensor se cruzó a la señora Jefferson, la encargada de la lavandería del edificio. Conversó un poco con ella, mientras el aparato recorría los veintidos pisos hasta la planta baja. La señora le había preguntado por su reciente discusión con Edward, diciéndole que había podido escucharla insultarlo. Bianca dio una excusa rápida, solo para ganar tiempo mientras el ascensor descendía, se despidió al llegar, y a paso rápido salió a la calle, saludando al recepcionista.
Caminó las diez calles que la separaban del supermercado sumida por completo en sus propios pensamientos. No conocía en absoluto que era lo que había visto su gata, si es que había visto algo, ni tampoco de que o quien era la voz de hombre que había escuchado. Una y otra vez se repetía mentalmente la misma interrogante: ¿Estaré quedando loca? ¿O es que quizá es tan solo un truco de mi agotada mente?
Por su propio bien, esperaba que tan solo fuera aquello último. Debía mantenerse estable si quería llevar una vida lo más tranquila posible, ahora que estaba completamente sola en el mundo. Debía tener su cabeza clara para buscar un nuevo empleo, y un comprador para la residencia donde vivía su madre. Sin embargo, todas aquellas cuestiones ahora eran secundarias, pensó. Lo único que necesitaba era un poco de tiempo para superar toda la serie de pérdidas que había sufrido. Necesitaba tiempo para curarse a sí misma, y nada más.
Llegó al supermercado veinte minutos después, luego de haber caminado sin ningún tipo de prisa. Dentro del local el aire era fresco, aun a pesar de que en el exterior no hacía tanto calor como para mantener los aires acondicionados encendidos. Caminó directamente al pasillo de lácteos, y tomó un pote de queso untable, y un yogurt de frutillas. Luego caminó a la sección de bebidas, tomó una botella de vino, y por último recogió un paquete de papas fritas, un par de latas de atún para su mascota, y maíz instantáneo para preparar en su microondas. En la caja había pocos clientes, para su suerte, y no tuvo que esperar demasiado para abonar su compra y salir al exterior, con una bolsa blanca colgando de su mano derecha. A la salida del supermercado un mendigo le pidió una limosna, y Bianca le dio cincuenta centavos que le habían sobrado como cambio.
Continuó con su camino rumbo a su departamento sin mucho más en que pensar, aún no había desayunado y estaba deseando llegar cuanto antes a beber su café de siempre. Se hallaba completamente distraída en el momento en que un hombre de al menos cuarenta años, se acercó a ella. No estaba mal vestido ni mucho menos. A juzgar por la propia Bianca, parecía más un corredor de bolsa, o quizá un vendedor de electrodomésticos, de esos que van casa por casa ofreciendo sus aspiradoras último modelo.
—¡Señorita, disculpe! —le habló, alcanzándola al caminar.
—¿Sí?
—¿Sabe por casualidad donde queda el teatro Heilland? —preguntó. —No soy de por aquí, y ando un poco perdido, a decir verdad.
—Claro, masomenos dos calles más adelante, y luego una a la izquierda en paralelo con el callejón Grundbury —le indicó. Aquel hombre pareció meditar un segundo, como si estuviera ensimismado en sus propios pensamientos.
—Hum... Comprendo, o al menos eso creo —dijo, mientras continuaba caminando a la par de Bianca—. Dos por delante y una a la izquierda, ¿Verdad?
—Sí, así es —ella pensó "Vamos hombre, no es tan complicado, son solamente dos y una", pero se ahorró sus comentarios—. Mire, si continúa caminando conmigo puedo indicarle la calle por la cual acceder.
—Oh, sería muy amable.
—Descuide —dijo Bianca—. ¿De dónde viene? Veo que no tiene un acento demasiado norteamericano, si me permite el atrevimiento.
—Pues la verdad es que no. Soy europeo —respondió.
Ella se dio cuenta entonces de que aquel hombre no tenía intención de revelar su país natal, y Bianca no indagó más, por una cuestión de genuino respeto. Imaginaba que tal vez aquel sujeto había sido discriminado de alguna forma, y ahora se mostraba un poco reacio a hablar de su patria con extraños. Al cruzar por delante del callejón, Bianca miró a la izquierda con asombro, al escuchar el sonido del motor de un vehículo encenderse. Entonces aquel hombre que la acompañaba, la tomó del brazo con fuerza, y rápidamente la empujó al interior del callejón.
—¡Oiga! —exclamó ella, sorprendida. —¿Qué demonios hace?
—¡Camina, rápido! —le dijo, sacando del bolsillo de su gabardina una pistola, y empujándola con violencia hacia la furgoneta que allí había estacionada. —¡Ni una sola palabra, o dispararé!
Bianca se petrificó del pánico al sentir el frío cañón del arma contra su sien, pero en una sola fracción de segundo y como si fuera una vieja película sepia, por su mente paso fugaz el rostro de su madre, su oficina en GreatLife, e incluso el propio Edward. Y se dio cuenta que quizá, perder la vida no era algo tan malo teniendo en cuenta las desgracias que le habían ocurrido. Sin duda no tenía mucho más que pudiera perder.
—¡Auxilio, alguien que me ayude! ¡Socorro! —comenzó a gritar.
Sin embargo, aquel hombre no le disparó como prometía. Le golpeó en el rostro con la culata de la pistola, noqueándola casi de forma instantánea. Su bolsa cayó al suelo resbalándose de su mano inerte, y destrozando la botella de vino con un crujido cristalino. Antes de que se derrumbara al suelo, tomó a Bianca por la cintura y la cargó encima de su hombro como si fuera un saco de harina, corriendo con ella hasta la parte trasera de la furgoneta, donde un hombre más le esperaba con las puertas abiertas. La soltó dentro con brusquedad, subió a su vez y cerraron la puerta tras de sí, mientras el conductor arrancaba con rapidez.
_________________________________________________________
Bianca despertó, finalmente. Le dolía el rostro, apenas podía abrir el ojo debido a la inflamación que sentía en su mejilla derecha causada por aquel golpe. Intentó moverse, pero no pudo, y fue allí cuando se dio cuenta que estaba en una silla de madera, con las manos atadas por detrás al respaldo de la misma y los pies bien sujetos a sus patas. El ambiente era rancio, había muchísimo olor a encierro y moho, y tampoco tenía luz. El único resplandor que podía ver provenía de una estrecha ventana mucho más arriba, con gruesos barrotes oxidados, y como un destello fugaz cruzó por su mente la visión que había tenido frente al espejo de su baño. Tosió un poco, le comenzaba a picar la garganta debido al polvo y al frio que sentía. Sin duda pronto terminaría agarrando una gripe de los mil demonios, pensó, mientras el simple hecho de pensar en hablar hacía que le doliera su cabeza. Hizo un gesto, sintió la sangre reseca pegada a su barbilla y el cuello, como una melaza de caramelo.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —murmuró, sin fuerzas. Luego se dio cuenta que apenas estaba dando leves balbuceos. Entonces puso empeño en hacerse escuchar más fuerte. —¡Suéltenme, sáquenme de aquí!
Una pequeña puerta se abrió de repente, y la luz que provenía del otro lado la encandiló lastimándole las pupilas. Con gusto se hubiera cubierto los ojos con su mano, si no las tuviera atadas, pensó, pero como no podía hacerlo, solamente cerró los ojos sin poder ver quien o quienes entraban a aquel recinto.
—Mírala, parece increíble que por fin la tengamos aquí —escuchó que alguien decía, frente a ella. Era un hombre, pero a juzgar por la oscuridad casi perfecta que reinaba en aquel espantoso sitio, casi no podía verlo.
—¿Quién está ahí? —preguntó, casi al borde del llanto.
—Es preciosa —esa voz era de una mujer, sin duda—, mucho más de lo que imaginaba —la sintió muy cerca de su rostro junto con una mano que le aprisionó un pecho, y allí fue cuando Bianca pudo verla con claridad, una mujer pelirroja y bastante joven, que la miraba sonriente—. Quiero divertirme con ella.
—Y lo harás, Constanze.
En un arrebato, Bianca la escupió al rostro, y aquella mujer dio una exclamación de sorpresa. Entonces le golpeó en el rostro con el revés de la mano, y Bianca dio un quejido de dolor, no se esperaba que aquella infeliz tuviera tanta fuerza.
—¡La maldita puta me ha escupido, Friedrich! —exclamó.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Bianca. —¿Qué quieren de mí?
—De eso ya te enterarás, con el tiempo... —murmuró el hombre.
—Se meterán en graves problemas si no me liberan.
—No, aquí la única que tiene problemas eres tú —la puerta se abrió de nuevo, y esta vez Bianca pudo soportar el resplandor de luz. Detrás había una escalera larga y empinada, de madera. Deducía entonces que se hallaba en un anexo de la casa, o en un sótano. Sus captores se dieron media vuelta, y comenzaron a caminar hacia la salida.
—¡No, no me dejen aquí! —gritó. Se sacudió en la silla, pero lo único que lograba con eso era lastimarse las muñecas a sí misma. La cuerda era áspera y gruesa, y quien sea que la hubiese atado allí, lo había hecho con ganas, el nudo estaba apretado y sentía que a duras penas permitía la circulación de la sangre.
—Wir sehen uns später...* —dijo aquel hombre, y salió. La puerta se cerró tras él y la mujer, y de nuevo, el completo silencio y la perpetua oscuridad se adueñó del recinto.
*Ya nos veremos luego, en alemán.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro