
IX
El tiempo continuó con su lento y constante andar inexorable, un tiempo que le parecía cada vez más estirado, flexible y denso. Su mente, completamente en crisis, se dijo que debía salir de allí cuanto antes, y no podía esperar un momento más, tenía que ser esa misma noche o acabaría enloqueciendo. Además, no podía sentirse peor. El lugar donde antes estaban sus uñas, ahora estaba cubierto por una costra reseca de sangre y polvo, que temía mucho se pudiera infectar dadas las condiciones de aquel mugroso sitio. También tenía muchísima sed, y un hambre increíble, debido a que se había negado a comer durante tanto tiempo que ya había perdido la cuenta de las horas. Horas y días que utilizó para idear una estrategia de escape.
No tenía un plan elaborado ni mucho menos, pero en parte le daba exactamente igual. No perdería mucho en caso de que la descubriesen, ya que de una forma u otra le matarían, más tarde o más temprano. Y sin su trabajo en GreatLife, sin Edward, sin sus padres, y sin dinero, morir incluso hasta podía significar una peculiar bendición.
Hacía bastante que ya no escuchaba ningún ruido del otro lado de la puerta del sótano, y aún quedaban dos horas antes del amanecer, así que debía actuar lo más rápido posible. Suponía que lo mejor sería atraerlos a su celda, y atacarlos con lo que fuese necesario. Lo único que tenía disponible para usar como instrumento de golpe, era la silla donde la habían atado, pero también había un riesgo: Estaba demasiado débil, y podía fallar al intentar atacar con ella.
De pronto una idea fugaz se deslizó como el rayo por su mente. No golpearía con la silla, no sería adecuado. Apuñalar, en cambio, era mejor.
Tomó la silla de madera por el respaldo, y de un golpe la blandió contra el suelo, una y otra vez, hasta que se partió en varios pedazos. Una de las patas se había quebrado en una formación puntiaguda, que Bianca tomó en sus manos. Sentía la respiración agitada y las manos temblorosas, y aquella sensación de pánico se acrecentó en cuanto escuchó una voz proveniente del interior de la casa. Tenía que esconderse cuanto antes, el sonido de los pasos de aquel hombre acercándose al sótano era cada vez más intenso.
Por un momento su cerebro ingresó en modo pánico, giró en redondo sin saber que hacer, y con la improvisada estaca en sus manos corrió hasta la pared detrás de la puerta. De esta forma, cuando quien sea que se estuviese acercando a revisar que había sido ese estrepito abriera la puerta, ella quedaría escondida detrás. Apoyó su espalda contra la pared, respiró hondo y levantó la estaca hasta la altura del pecho. El golpe de adrenalina era tal, que se había olvidado completamente del dolor que sentía en sus partes íntimas, de que estaba desnuda y sucia.
El cerrojo se abrió, y el mismo hombre que había acompañado a su torturador ingresó rápidamente al oscuro sótano. Vio la silla destrozada en el suelo, y ni rastro de Bianca.
—¿Pero qué demonios...? —murmuró.
En el momento en que iba a observar detrás de la puerta, Bianca salió de las sombras como una exhalación fugaz, y le atravesó la yugular con la pata rota de la silla. Una astilla de madera sobresalía grotescamente por su cervical, y el asombrado Varick abrió grandes los ojos, exhalando un sonido flemático y ahogado. Intentó bracear contra Bianca para quitarse la estaca de la yugular, por acto reflejo, y en uno de esos movimientos un chorro de sangre salpicó el rostro y las manos de ella.
—Muérete, hijo de puta, muérete de una vez... —murmuró con los dientes apretados, mientras empujaba con las dos manos el trozo de madera, girándolo en sentido de las agujas del reloj, ensuciándose con más sangre aun, hasta que finalmente, Varick cayó al suelo, inerte, en medio de un charco de tibia sangre roja.
Bianca procedió a revisar el cuerpo buscando algo que le fuera de utilidad para poder salir, y lo único que halló fue un manojo de llaves. Le hubiera gustado mucho más encontrar un arma con la cual poder defenderse en caso de ser descubierta, pero aquel sujeto iba completamente desarmado, a fin de cuentas, cabía suponer que aquella era su casa. Uno no andaba por su propia casa cargando un arma.
A excepción de su padre, claro.
Se asomó por la puerta abierta, y la luz amarilla que irradiaba la bombilla del pasillo la encegueció por un instante. Temblaba de pies a cabeza, había matado a una persona, por primera vez en su vida, y estaba a punto de escaparse de su cautiverio. Comenzó a caminar suavemente, sin hacer ruido, hasta que sus ojos comenzaron a adaptarse mejor al ambiente luminoso en el que se encontraba. La casa era antigua, o al menos la gran parte de sus muebles, y no había un solo hombre merodeando por doquier. Vio un reloj que mecía su péndulo con calma, colgado de una pared, y observó que eran casi las cinco y veinte de la madrugada, por lo que todos deberían estar durmiendo aún. Había un montón de puertas, y salas contiguas, que no tenía ninguna intención de revisar para así minimizar el riesgo de encontrarse con alguno de sus captores. Al notar la hora y la soledad de la casa, no pudo evitar preguntarse cómo había sido posible que aquel sujeto fuera el único que había escuchado el golpe de la silla rota, seguramente estaba de guardia mientras los demás descansaban, se dijo. Sin embargo, algo le llamó la atención, al ingresar en el espacioso living.
La puerta de la cocina estaba abierta, de modo que Bianca se acercó, caminando despacio, y antes de entrar tanteó la pared buscando el interruptor de la luz. Lo accionó y observó todo a su alrededor, hasta que logró visualizar en la mesada de mármol negro, un soporte para cuchillas. Avanzó hacia él y eligió la cuchilla más grande que había, con unos filosos treinta centímetros de hoja. Lo tomó en sus manos y salió de la cocina rápidamente.
Se detuvo en seco al sentir el tacto del mango de aquella cuchilla, pensando que lo mejor sería revisar las habitaciones y buscar los hombres que la habían violado, para matarlos uno a uno, solo bastaría un corte limpio y rápido en la garganta. Pero, aunque la idea era tentadora, sabía perfectamente que corría gran peligro si hacia una cosa así. No sabía si ellos estaban armados, no sabía tampoco cuántas personas vivían en esa casa. Y, además, ¿si alguno despertaba en mitad de la matanza, o hacía el mínimo ruido, y alertaba a los demás? Seria condenarse a morir a sí misma, se dijo.
Obligándose a actuar, buscó la salida casi corriendo, rogando no tardar demasiado en abrir la puerta ni hacer demasiado ruido. Había al menos unas quince llaves, e intentaba una tras otra, pero ninguna parecía abrir la cerradura.
—Vamos, vamos, maldición... —murmuró, viendo hacia arriba, evaluando la posibilidad de que, si había tomado las llaves equivocadas, saldría por una ventana en caso de ser necesario.
Finalmente, una de las llaves era la correcta, y una vez en la calle, soltó la cuchilla al suelo, y comenzó a correr en la medida de lo que sus heridas le permitían. No sabía dónde se encontraba, pero comenzó a correr sin ningún sentido hasta que cinco minutos después logró llegar a una avenida principal. A esas horas, el tráfico era prácticamente nulo, y se dijo que podía seguir corriendo hasta encontrar alguien que la ayudara a salir de allí, al lugar más lejos posible, pero debido al estrés tan grande al que había estado sometida, su nivel de deshidratación y agotamiento físico, su visión comenzó a nublarse poco a poco. Se sentía mareada, cada vez le costaba más esfuerzo mantenerse en pie, y más aún trotar de forma recta, y finalmente, luego de un suspiro ronco y ahogado, se derrumbó al suelo, colapsada.
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Bianca se despertó sobresaltada, intentó levantarse, pero comprobó que tenía una cánula de oxígeno en la nariz que le impidió el movimiento. Entonces miró a su alrededor confundida, y efectivamente, estaba en una sala de hospital. Los aparatos a su lado mostraban su pulso, en niveles normales, sus signos cardiacos vitales también en condiciones óptimas. A su lado, había un pequeño timbre que Bianca pulsó dos veces, y al cabo de cinco minutos un médico se apersonó en su habitación.
—Buenos días, señorita Connor —saludó, con una sonrisa.
—¿Dónde estoy?
—En Campagnol Centre, un oficial hacía su ronda en la patrulla, y la encontró inconsciente a un costado de la avenida, desnuda y golpeada —el medico se acercó al lado de su camilla, y la observó—. ¿Puede recordar que le sucedió?
Bianca permaneció un momento en silencio. Claro que recordaba todas y cada una de las cosas que le habían sucedido, pero, ¿era conveniente decírselas? Se preguntó. Quizá aun no, no al menos hasta que no tuviera las cosas en claro con respecto a lo que haría ni bien pusiera un pie fuera de allí. Recordaba la violación, los maltratos, los golpes, como la habían torturado arrancándole sus uñas. Pero también recordaba ese ferviente deseo de venganza que la invadió al escapar.
—No, no lo recuerdo —se limitó a responder.
—Pues... —el medico titubeo un instante. —Quizá sea traumante para usted saber esto, pero el informe general de su estado indica que ha sido violada repetidas veces, o al menos por varias personas. Realizamos una prueba de penetración y confirmamos esto, también encontramos restos de ADN en la pared vaginal interna, y dimos el informe a la policía para que investigara el culpable. También tuvimos que darle algunos puntos de sutura, ya que presentaba un desgarro de cuello uterino, y tuvimos que rehidratarla con suero, además de mantenerla sedada con algunos calmantes para nivelar su pico de estrés y su presión arterial —luego de una pausa, añadió un formalismo que Bianca consideró absurdamente tonto—. Lo siento mucho.
Ya, como si tuviera la culpa de lo que me ha pasado, pensó ella. Sin embargo, no le reprochó aquello. Consideraba que era un simple formalismo profesional empatizar de cierta forma con algunas víctimas. Quizá aquel medico tenía hijas.
—¿Creé que capturen a quien me hizo esto?
—Es bastante probable que se pueda identificar al culpable, claro que sí.
—¿Creé también que pueda quedar embarazada? —volvió a preguntar. Aquello era algo que preocupaba más a Bianca, en comparación con el hecho de si capturaban a su violador o no. A fin de cuentas, si no lo encontraban, ya lo encontraría ella.
—En absoluto —aseguró el médico—. Para su fortuna, no estaba en sus días de fertilidad, así que no hay embarazo, pero para erradicar los riesgos de ovulación aún más, le suministramos una dosis de misoprostol. También le hicimos un examen de sangre exhaustivo, y no hay signos de ninguna enfermedad de transmisión sexual, tampoco debería preocuparse por eso. Es una mujer hermosa, fuerte y sana, a pesar de todo. Tiene mucha suerte.
—Gracias.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted? —preguntó el médico.
—Sí —asintió Bianca—. ¿Cuándo podre irme de aquí?
—Permanecerá en observación el tiempo que sea necesario, hasta que la sutura de sus partes íntimas comience a cerrar adecuadamente. Luego puede volver a su localidad, retomar de nuevo su calidad de vida, y en aproximadamente dos semanas luego del alta, debería ir a chequearse a su hospital más cercano, para que le retiren los puntos.
—¿A mi localidad? —preguntó Bianca, confundida. —¿Pero en donde estoy ahora, entonces?
—En Homestead, Florida —el medico dio un suspiro breve y se encogió de hombros—. Escuche, le hablaré con franqueza. Usted tenía un estado de suciedad deplorable, sin contar que le faltaban uñas de algunos dedos. Por mi experiencia clínica, puedo deducir con toda seguridad que estuvo retenida en contra de su voluntad una determinada cantidad de tiempo. En cuanto tengamos los resultados de ADN en los restos seminales que extrajimos, podemos hacer que usted declare bajo protección. Como institución hospitalaria tenemos el deber de denunciar estas cosas, pero no podemos hacerlo sin su ayuda, así que permítame sugerirle que no nos oculte nada de lo que ha pasado.
Bianca guardó silencio, analizando las palabras del médico. Sin embargo, trató de parecer lo más natural, de modo que esbozo una sonrisa y asintió con la cabeza.
—Gracias doctor, ha sido muy amable —dijo.
—Si necesita cualquier otra cosa, no dude en llamar a las enfermeras.
El medico salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, y una vez a solas, Bianca dio un resoplido. Luego, sus lágrimas resbalaron por sus mejillas cayéndole en el oído, provocándole algunas cosquillas. Sin embargo, no podía evitarlo, lloró de impotencia por todo lo que había ocurrido, lloró de felicidad por saber que estaba a salvo, viva, y por sobre todo que estaba decidida a cobrar venganza contra cada uno de aquellos hombres. Y también lloró por tristeza. Ya no le quedaba nada en su entorno, absolutamente nada de su vida normal para aferrarse y continuar, una vida que era normal hasta no más de unas pocas semanas atrás. Y sin embargo ahora solamente era una mujer abusada y en recuperación, sin trabajo, sin sus padres, sin novio.
Pensó que, sin duda, en todo aquel tiempo que le quedaba por delante de estadía en el hospital, tendría mucho tiempo para pensar y planificar lo que haría al salir. Una de las cosas en que con toda seguridad ocuparía su tiempo, era el hecho de vender la casa de sus padres, y con el dinero conseguido viajar hacia cualquier otra parte. Podía vivir en algún lugar de Canadá, podía irse a Nueva Zelanda o incluso Inglaterra, y comenzar allí una nueva vida lejos de todo. Tal vez una cabaña en las afueras no le sentaría nada mal.
Lo único que por el momento tenía muy en claro, era el hecho de que su cabeza estaba patas arriba, literalmente hablando. Se sentía atontada por los calmantes, además de que aun continuaba agotadísima. Y sin embargo, cada minuto que pasaba sentía que tenía muchas más cosas para pensar y planificar, de las que su propio cerebro podía procesar normalmente. Aunque al menos por ahora, no le daría demasiadas vueltas a demasiados asuntos, hasta no estar un poco más recuperada, se dijo, mientras se dejaba vencer al sueño.
Finalmente se durmió, aun con lágrimas en los ojos.
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Bianca durmió plácidamente toda la noche, y no se despertó un solo momento, ni siquiera para caminar despacio hasta el baño que había en su habitación, sosteniendo el suero fisiológico que pendía del soporte con rueditas de acero inoxidable. No era una mujer que tuviera demasiados sueños en su vida, dicho sea de paso, en ese sentido era exactamente igual que su madre. Una vez que cerraba los ojos, no los volvía a abrir hasta el día siguiente, cuando salía el sol.
Sin embargo, esa noche fue completamente diferente a las demás.
Soñaba que caminaba por la casa de su madre. Podía ver perfectamente, con total nitidez, la decoración de las paredes, los cuadros de naturaleza muerta, los adornos de cerámica que rebosaban del aparador de vidrio, los portarretratos con sus fotos siendo una niña. Todo parecía tan vívido, que incluso hasta podía sentir el frio de la madera del suelo de parqué bajo la planta de sus pies.
Caminaba en silencio a través del living, rumbo a las habitaciones, observando todo como si hubiera pasado muchísimo tiempo desde la última vez que había entrado a la casa de su madre, cuando de repente ella apareció. Vestía con una especie de camisón blanco, y parecía tener casi la misma edad que la propia Bianca. Angelika estaba increíblemente joven, sin una sola arruga en su precioso rostro, el cabello color zanahoria le caía por detrás de los hombros como si estuviera pintado a mano.
—Bianca... mi querida... —murmuró.
—¿Madre?
—No lo hagas...
—¿No debo hacer qué? —preguntó Bianca, confundida. Sentía mucha paz, pero también mucha intriga mezclada con una profunda ansiedad, propia de los sueños demasiado reales.
—Debes buscar la verdad... —la voz de su padre asomó por detrás suya, y Bianca se giró. En su rango de visión pudo ver claramente como Alex, de no más de treinta y cinco años, asomaba por una de las habitaciones. Su ancha espalda, su tórax fornido, y su cabello tan negro como la propia noche, hacían gala de su renovada juventud. Además, también vestía de blanco, igual que Angelika.
—Pero, ¿qué debo buscar? —volvió a preguntar.
—La verdad... la verdad está aquí, esperándote... —respondió Angelika. Caminó lentamente hacia Alex, él le extendió una mano y juntos la observaron como si la estuvieran acusando de algún crimen, que ella aun no podía comprender. —Busca tu salvación bajo los secretos...
—Bajo los secretos de la historia... —Alex remató la frase, y ambos desaparecieron frente a sus ojos. Entonces en aquel momento, el sueño se tornó pesadilla, todos los expedientes, todos los enseres de la casa, todo a su alrededor comenzó a volar en todas direcciones, como si el lugar estuviera siendo azotado por un tornado invisible. Sin embargo, Bianca no sentía miedo, sino más bien curiosidad. Las paredes de la casa se volvieron tierra, y se derrumbaron frente a sus ojos, dejando ver un enorme bosque a su alrededor. Los enormes árboles y las sombras reinaban por doquier, el olor a musgo fresco era intenso, y la calma casi estática que reinaba en aquel lugar le aprisionaba los oídos. Y justo en el momento en que los árboles comenzaban a derrumbarse, Bianca despertó.
Fue en ese momento en que se dio cuenta que estaba de pie en su habitación, a un lado de la cama, con una mano extendida hacia adelante, como si estuviera tratando de detener a una persona que solo ella veía. Se volvió a recostar en la cama, confundida, tratando de asimilar lo que había soñado.
¿Por qué había soñado con sus padres? ¿Cuál era la verdad que debía buscar, y a que historia se referían? ¿Sería a la historia de ellos? Se preguntó. Sabía que los sueños podían ser demasiado indescifrables a veces, que tan solo eran conjunciones del subconsciente que descargaba memoria residual de forma aleatoria, pero también sabía que había gente capaz de hacer premoniciones a través de ellos. Sus padres habían investigado durante un tiempo la oniromancia, y había podido dar crédito que era una realidad comprobable.
¿Le estarían tratando de comunicar algo? Se volvió a preguntar. Era probable, y quizá ahora debiera replantearse el hecho de poner en venta la casa de sus padres.
¿Y si cometía el error de venderla, con alguna documentación dentro, o expediente valioso? Y lo que era peor, tenía la completa certeza de que había algo en esa casa que le iba a resultar fundamental para llevar a cabo su venganza contra los hombres que le habían hecho daño. No tenía la mínima idea de cómo lo sabía, pero el presentimiento era tan fuerte que le resultaba completamente innegable.
Incluso hasta el simple hecho de mudarse a la casa de sus padres podría ser bastante ventajoso. Sin trabajo, era claramente imposible continuar pagando el alquiler de su departamento de lujo. Además, si esos hombres se habían tomado el trabajo exhaustivo de seguirla para secuestrarla, era muy probable que supiesen donde vivía con toda exactitud, de modo que no tardarían en volver a capturarla. Continuar viviendo allí era un riesgo potencial al que no estaba dispuesta exponerse. Sin embargo, la casa de sus padres le proporcionaba el refugio adecuado para trazar su plan de venganza a la perfección, sin ser descubierta ni perseguida por nadie.
El tiempo se volvió una constante pesada y lenta dentro de aquel hospital. Bianca se preguntó muchísimas veces en aquellos días, porque siempre el tiempo parecía ralentizarse estando dentro de un hospital. Sin embargo, a comparación del sitio donde se hallaba antes, no podía negar que estaba muy cómoda. La comida era buena, no la clásica comida sin sal que le daban a los enfermos. Ella podía caminar hasta la cafetería si así lo deseaba, y comer algo decente, o tomarse un té por las tardes en el gran comedor, donde estaban los ventanales que miraban a los patios internos del hospital. Incluso hasta una parte de sí misma comenzaba a sentir un cierto cariño por el lugar. Lo único que la preocupaba, y le estrujaba el corazón de solo pensarlo, era el hecho de que su gata estaba sola en su departamento. Había trancado la puerta al salir y no le había dejado comida extra en su plato, si solo iba a ir al supermercado, pensó. Solo esperaba que nada malo le hubiese ocurrido, los gatos eran animales muy inteligentes y sin duda Itzi habría encontrado la forma de sobrevivir por su cuenta.
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