IV
Por fin, el momento había llegado. Bianca estaba terminando de fumar el penúltimo cigarrillo de su paquete en el momento en que escuchó llamar a su puerta. Se levantó de la cama como si estuviera impulsada por un resorte, y caminó hacia la puerta a paso ligero. Quitó la llave y abrió, del lado de afuera estaba Alpha acompañado de un Ilmagrentha. Ella se apoyó dos dedos en la frente y bajó la cabeza en una delicada reverencia.
—Gran Maestro —saludó.
—El coche nos espera afuera —dijo Alpha.
Bianca tomó su equipaje y salió de la habitación siguiendo sus pasos. Atravesaron todos los pasillos, corredores y salas hasta la entrada, donde tuvieron que mostrar nuevamente sus identificaciones para poder salir. En el patio, cerca de la escalinata de acceso, una camioneta Jeep 4X4 de lujo los esperaba con los cristales polarizados y llantas aptas para terreno difícil. Ambos fueron ayudados a subir el equipaje al maletero del vehículo, y luego subieron a los asientos traseros. Del lado del acompañante iba un Ilmagrentha.
El coche arrancó entonces, saliendo del perímetro del castillo hasta los caminos entre las colinas. El chofer conducía a una velocidad lenta ya que la tierra de aquellas laderas sinuosas estaba un poco floja, al menos hasta salir a la carretera, y se tardó sus buenos treinta minutos en salir de la ciudad. Luego, las casas fueron haciéndose cada vez más esporádicas, todo a donde Bianca podía observar por su ventanilla parecía muerto, o demasiado aquietado. Se desviaron por un camino a la derecha, lleno de pedruscos y grava, luego de unos kilómetros se volvieron a desviar diagonalmente a la izquierda, y continuaron por ese nuevo sendero a buen ritmo.
—¿Extrañabas el paisaje? —le preguntó Alpha, viéndola mirar hacia afuera.
—Bastante. No veo la hora de que lleguemos al bosque —respondió.
Miró hacia el retrovisor, y por el espejo pudo notar que el Ilmagrentha que iba sentado delante la observaba. El chofer, sin embargo, lo hacía de a ratos. Deseó un cigarrillo imperiosamente, y en su defecto, entrelazó los dedos de su mano con fuerza. Por algún motivo que no lograba identificar, se sentía demasiado tensa, como si de repente todo hubiera cambiado.
Suspirando, volvió a mirar por la ventanilla, erradicando aquel pensamiento de su cabeza. Alpha la había protegido, y confiaba en ella, o al menos eso era lo que le había mostrado en los últimos días. No confiaba en él, eso era evidente, pero al menos sus intenciones parecían ser buenas. Sin embargo, no bajaría la guardia en ningún instante. Aún estaba en la boca del lobo, completamente indefensa.
Los caminos por los que transitaban no tenían ningún tipo de iluminación, y Bianca solo podía ver sombras oscuras que suponían eran árboles, deslizándose a un lado del camino a medida que el coche avanzaba. Miró hacia adelante por el parabrisas, y los faros de larga distancia del Jeep no mostraban ningún cartel al costado del camino, ni siquiera una señalización. Solo grava, tierra y árboles. Apoyó su cabeza en el cristal a su lado, y dejó de interesarse por el paisaje. Un amargo sentimiento de infortunio la invadió por completo, la desesperanza más pura la abrazó al punto de hacerla estremecer con un leve escalofrío. Una parte de sí misma sabía que con toda probabilidad, ganara o perdiera, no saldría con vida de aquel bosque, mucho menos del país. Esa gente tenía el mundo en sus manos, controlaban lo que querían, y quizá no tuviera éxito. Se sintió vacía, triste y sin color, recordando todos los momentos de su vida que no había aprovechado, cada beso que no le había dado a Ellis, cada abrazo que no había podido darle a su padre, incluso el hecho de no haber estado al lado de su madre al momento de su muerte. Todo se desvanecía ahora, e ingresaba en cada rincón de su alma como una sombra de remordimientos, que sabía que cargaría con ella hasta el último día de su vida.
Se perdió en sus pensamientos dejándose llevar por ellos, perdiendo la noción del tiempo, hasta que casi una hora y media después sintió que el Jeep se detenía. Miró a su alrededor por la ventanilla, estaban en una especie de claro, rodeado por el bosque más frondoso y denso que había visto en su vida. A unos cien metros por un camino de tierra, había una edificación bastante portentosa, similar a un chalet de campo destinado para el veraneo de una familia.
—Hemos llegado, querida Constanze —dijo Alpha.
El Ilmagrentha que viajaba en el asiento del acompañante descendió del Jeep primero, y le abrió la puerta a Bianca en completo silencio. Al instante, el aire frio del bosque ingresó a la camioneta, y Bianca se estremeció, poniéndose la piel de gallina. Al bajar, el frio fue aún más notorio. El aire estaba cargado al aroma de la vegetación, del musgo y las hojas que se pudrían en las raíces del bosque. Había un silencio casi completo, solamente recortado por el murmullo suave del motor encendido de la camioneta, y la fauna nocturna. Bianca se abrazó a sí misma, mientras que Alpha rodeaba el vehículo, ofreciéndole una de sus propias chaquetas. Se la colocó como si fuera un manto, por encima de sus hombros, y la rodeó con un brazo mientras caminaba. Bianca no hubiera dejado que la tocase, pero aquello la confortó.
—Imagino que debes estar helándote. Aquí, en el centro del bosque, la temperatura debe estar al menos cinco grados por debajo de lo normal —dijo.
—Sí, lo he notado —consintió ella.
Caminaron rumbo al chalet que había a lo lejos, exhalando vapor de sus bocas y en completo silencio. Al llegar, un momento después, Bianca observó que al lado de la enorme propiedad había una especie de caverna que descendía por debajo del subsuelo. Estaba confeccionada completamente en roca granítica y su entrada estaba cerrada por una portería de hierro, oxidada y con severas marcas que atestiguaban el paso del tiempo. En aquella portería había el mismo símbolo que Bianca portaba en su cuello, y comprendió que lo que veía no era nada menos que la entrada a la cripta de Luttemberger. Era exactamente igual a como la había visto en sus visiones.
Al llegar a la casa, el Ilmagrentha que los acompañaba les abrió la puerta y ambos entraron al living. La casa, en comparación con el castillo donde habían estado anteriormente, era bastante común. Los muebles eran lujosos, pero no únicos en su clase. Las alfombras eran de segunda mano, la estufa a leña aún conservaba en su interior trozos de madera de quizá un par de inviernos atrás.
—Bienvenidos a Kirchlengern —dijo un sacerdote negro, acercándose al grupo—. Los llevaré a sus habitaciones, si me permiten.
—Muchas gracias, sabemos cuál es el camino —dijo Alpha—. Por el momento, solamente queremos beber algo caliente.
El sacerdote asintió con la cabeza y se retiró por donde vino. Bianca, sin embargo, miró a Alpha de reojo. Él la miró y le hizo un gesto que avanzara, y ella lo siguió entonces sin decir una sola palabra. Al llegar a la cocina, prepararon café para cada uno, servido en un pequeño vaso descartable.
—¿Dónde están los documentos? —preguntó ella, impaciente.
—Ven.
Juntos, salieron de la cocina con aire despreocupado, bebiendo de a sorbos su bebida caliente. Recorrieron unas habitaciones secundarias, y al llegar al pasillo, se cruzaron con un hombre tan pálido como la nieve. Bianca lo miró, impresionada por la altura que tenía, el cual sobrepasaba con facilidad los dos metros, y él también la observó. Sus ojos estaban completamente negros, no había pupila ni color alguno, solamente una masa negra. Ambos se miraron directamente, y Bianca pudo notar que bajo aquella vacía oscuridad refulgía un fuego tan puro y fuerte que hasta parecía irradiar su altísimo calor. Sintió que le atravesaba el alma con tan solo mirarla, que podía leer cada fibra de su cuerpo y de su mente como si fuera un libro abierto, y de pronto, aquel ser sabía quién era ella. Sabía que era Bianca Connor, la odiaba y la despreciaba como un perro rabioso a punto de morder, lo percibió por el gesto de desaprobación que hizo al torcer el arrugado mentón, ya que sus labios estaban unidos uno con otro y no parecía tener una boca. Asustada, Bianca apartó la mirada y sintió que sudaba, aún a pesar del frio.
—¡Me ha reconocido, lo he podido sentir dentro de mí! ¡Esa cosa sabe quién soy en verdad! —casi exclamó, ahogada por el pánico.
—Claro que sabe quién eres, es un imperial del infierno. Aquí no solo hay guardias humanos.
—Le dirá a los demás, estoy perdida... —murmuró, nerviosa.
—No, no lo hará. Tienes suerte que no puedan hablar, imagino que te habrás dado cuenta que no tienen una boca.
—Lo he visto, sí.
—No tienen lengua, ni cuernos. Aunque de poder hacerlo, hablarían en lengua infernal, nadie los entendería.
—De todas formas, sentí mucho miedo, me odiaba, lo veía dentro de mi cabeza.
—Por supuesto que te odia, tú eres una amenaza para él como una vez lo fueron tus padres —dijo Alpha.
Continuaron caminando hasta atravesar todo el pasillo, y al final, cerca de las habitaciones que oficiaban de dormitorios, había una gran puerta de madera labrada. Los detalles del tallado eran preciosos, se dijo Bianca, aun a pesar de tener imágenes que le resultaban horripilantes. Toda la puerta en si misma era una gran representación de los nueve niveles del infierno. En bajorrelieve había personas siendo mutiladas, gárgolas, espectros y demonios, que pululaban de aquí para allá en interminables pasillos de horror. Alpha tomó el pestillo y abrió, dentro había un gran altar iluminado por focos a su alrededor, en el centro de la sala, con un libro cerrado. El libro debía contener al menos unas ochocientas páginas, su tapa era de cuero repujado con el símbolo del Poder Superior en el centro. En la línea de arriba del símbolo, y en la de abajo, había una inscripción con letra antigua: "In libro de animabus". A los lados de la sala, había nueve libros con diferentes símbolos en sus tapas, cinco a la derecha y cuatro a la izquierda. Bianca se asombró por aquello, los nueve libros parecían ser de la misma época, eran tan antiguos que sus hojas de pergamino estaban amarillentas y sus tapas cuarteadas por el paso de los años. Además, los nueve tomos estaban en un altar más pequeño, pero encerrados en un cubículo transparente de acrílico sellado con un seguro por combinación numérica.
—Bueno, aquí está —dijo Alpha, señalando el libro central—. Eso que ves ahí, es el acta con los nombres, cargos y jerarquías de cada uno de los miembros del Poder Superior. Desde los empleados más simples hasta los Ilmagrentha, los dueños de las grandes corporaciones, los dueños de la élite, todo está aquí, desde la época de su fundación hasta la actual. Esta es la mejor arma que tienes contra estas personas.
—¿Y qué hay con estos libros? —preguntó.
—Eso ya es más complicado de entender, si te lo dijera quizá no lo creerías.
—No subestime lo que puedo creer.
Alpha suspiró, y asintió con la cabeza.
—Estos libros pertenecen a la sociedad de los nueve, los grandes eruditos y practicantes de la magia negra en la antigüedad, con el amanecer de los primeros hombres. Estos libros existen desde el doscientos setenta y tres antes de Cristo, y su poder se fue pasando de mano en mano dentro del Poder Superior, generación a generación, con la obligación personal de conservarlos y transcribirlos si es necesario.
—¿Doscientos setenta y tres antes de Cristo? ¿Pero desde cuando existe todo esto? —preguntó Bianca, desconcertada.
—Desde siempre. Los primeros nigromantes eran demasiado rústicos, solamente podían conjurar las tormentas, o manipular las bestias, los cuervos, y los reptiles. Sin embargo, había unos pocos que poseían otro conocimiento ancestral, entregado a los hombres directamente por la mano de Lucifer y sus engendros. Con el pasar de las eras, ese conocimiento se perdió, hasta que Aleister Crowley lo redescubrió, y luego de él fue Luttemberger.
—¿Cómo?
—Cuando Luttemberger se unió a la devoción de Lucifer y fundó el Poder Superior, liberó demonios del purgatorio que pudieran servirle, y los demonios le otorgaron la bendición de los nueve libros.
—¿Qué contienen estos libros, y por qué deben estar sellados?
—Si alguien los utilizara de forma incorrecta, la humanidad estaría completamente perdida, podría destruirse —explicó Alpha, mientras comenzaba a caminar señalando cada uno—. Todos están en el idioma sanscrito, y tratan temáticas diferentes que juntas pueden causar estragos en todo lo que conocemos. El primer libro habla sobre el control de las naciones, las culturas y sus líderes tanto políticos como religiosos. Este fue el libro que más utilizaron los grandes Ilmagrentha para establecer su poderío en la elite.
—Comprendo.
—El segundo libro trata sobre la manipulación de la fisiología humana, creación de venenos, y como eliminar personas simplemente tocando puntos vitales, para cortar su riego sanguíneo en cuestión de segundos —Alpha continúo caminando y señalando a medida que hablaba—. El tercer libro habla de la manipulación de la microbiología, creaciones de virus, pandemias, y curaciones. El cuarto libro trata sobre la alquimia y su matriz, la transmutación de la materia y el alma, la supervivencia más allá del umbral oscuro de la muerte.
—Algo que siguen utilizando, ¿no es así?
—Sí, es verdad —asintió él—. El quinto libro trata sobre métodos para la comunicación y manipulación de entidades metafísicas. El sexto libro fue muy buscado por el gobierno militar de potencias mundiales como Rusia, los Estados Unidos o la propia China, y trata sobre métodos prácticos para manipular la gravedad tal y como la conocemos.
—Cielo santo... —murmuró Bianca. No daba crédito a lo que estaba oyendo. Miró a su alrededor, viendo una vez más aquellos libros antiquísimos, encerrados en sus cajas selladas, y sintió un horrible miedo. Allí tenían un arma de conocimiento muy poderosa, y si caía en las manos equivocadas trastocarían al mundo, poniendo a todos de rodillas. Tragó saliva con pavor, pensando que ya estaban en las manos equivocadas, sin duda. Alpha siguió relatando.
—El séptimo libro trata sobre la cosmología, descripciones del universo que ni siquiera los más grandes científicos y astrónomos aún conocen. El octavo libro relata técnicas para la manipulación directa de la luz, utilizándola como energía o como arma.
—¿Cómo arma?
—La luz es lo más rápido que existe en todo el universo, mucho más rápido que una bala o que un parpadeo. Imagina si pudieras usar un haz de luz para empalar a un enemigo, a una rapidez inimaginable. Sería la mejor arma militar jamás conocida.
—Esto es increíble...
—Finalmente, el noveno libro y creo yo, el más utilizado por los lideres Ilmagrentha a la fecha actual, trata sobre el control de los demonios del alto y el bajo infierno. Palabras, formulas, invocaciones, sacrificios y rituales, todo lo necesario para brindarles órdenes directas a los jerarcas del infierno sabiendo que te obedecerán. Juntos, estos nueve libros son imparables, y tienen un conocimiento con el cual la humanidad no está preparada para lidiar.
—¿Quiénes tienen las claves para abrir cada una de las cajas acrílicas?
—Solo nueve líderes, ya lo he dicho —respondió Alpha—. Son descendientes de los nigromantes primigenios, y al morir ellos dejan su legado a sus hijos, esos hijos a sus hijos, y así la línea de guardianes se mantiene. Solo ellos tienen autorización para leer los libros, solo ellos tienen la sabiduría para comprenderlos y aplicarlos en caso de ser necesario. Pero no te preocupes por estos libros, solo concéntrate en las actas de miembros. Eso es lo que te brindará una investigación en contra de todos ellos, y serán juzgados por sus crímenes hasta el día de su muerte.
—¿Y cómo voy a poder hacer eso? ¿Entraré aquí, me pondré el libro bajo el brazo y saldré por la puerta grande bajo la vista de todos? —preguntó Bianca, con sarcasmo.
—No, primero quemarás los restos de Luttemberger, y luego vendrás aquí, robarás las actas, y escaparás. Yo te ayudaré a que salgas con éxito.
—¿Y cómo piensa lograr eso?
—Mañana a medianoche será la fiesta de Ananel. Todos los maestros y sacerdotes estarán en el salón principal, no habrá nadie en las criptas y mucho menos aquí dentro, será nuestra oportunidad.
—Suena demasiado fácil para ser creíble —objetó ella.
—Suena fácil, llevarlo a cabo es el verdadero reto —respondió Alpha. Le señaló hacia la salida, y luego le preguntó: —¿Conoces las llaves de la mansión Luttemberger, que tus padres tenían en su poder?
—Las conozco —respondió Bianca, a medida que caminaban.
—¿No hallaste nada fuera de lo normal?
—Había una que era diferente a las demás.
—¿La has traído contigo? —le preguntó.
—No, me temo que no.
—Vaya, eso es un problema... —dijo Alpha, meneando la cabeza de forma negativa. —Tendremos que robar una llave de la habitación de algún sacerdote negro.
—Suena a suicidio.
—De otra forma no podrás quemar los restos de Luttemberger. Vamos, te guiaré en el camino —dijo. Bianca lo miró como si estuviera de broma.
—¿Yo? Creí que usted la robaría, es el que conoce el lugar.
—Yo haré guardia en la puerta, soy el que conoce a todos los que viven aquí y tiene formas de inventar excusas que suenen creíbles, tú no.
Salieron de la habitación donde se resguardaban los libros, atravesaron el pasillo en total silencio, y luego salieron del rancho nuevamente al frescor del bosque nocturno. Bianca sintió que todas las zonas sensibles de su cuerpo se erizaban con la brisa que corría y parecía desnudarla de pies a cabeza, así que apuró el paso y se abrazó a si misma intentando darse calor. Rodearon toda la casa hasta la parte trasera, donde tras el recodo donde la cripta se escondía bajo los subsuelos de la tierra, había otra pequeña casa, similar a una caballeriza.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, intentando hacer que el castañeteo de sus dientes no fuese tan evidente.
—Aquí es donde residen los sacerdotes negros, no se relacionan con los Ilmagrentha ni los miembros del Poder Superior a menos que sea necesario en algún ritual, o veneración —dijo Alpha. Sacó una ganzúa del bolsillo derecho de su chaqueta, y manipuló la cerradura de la puerta de madera hasta que oyó un clic sordo. Entonces empujó y le hizo un gesto a Bianca que entrara.
—¿Cómo sé dónde encontrar la llave? —preguntó—. Allí dentro no se ve nada.
—Es una llave grande, simple, muy antigua —Alpha miró en todas direcciones—. Apresúrate, no tenemos mucho tiempo.
Bianca entró, sin saber dónde buscar ni cómo. La oscuridad dentro de aquel sitio no era absoluta, sino que, por el contrario, el resplandor de la luna que entraba por las ventanas permitía ver, por mínimo que fuese, algún detalle del entorno. Vio entonces un amueblamiento bastante rustico, el mínimo y necesario como para sobrevivir, solo un baño común y al menos veinte camas dispuestas unas al lado de las otras. Aquello le hizo recordar por un instante a los campamentos militares que siempre mostraban en las películas de acción, y con los nervios a flor de piel, se dedicó a buscar cualquier lugar donde pudiese haber escondida una llave.
Sin embargo, no encontró absolutamente nada, ningún llavero en ningún sitio, ninguna mesita de noche con algún cajón secreto donde poder guardarla. De pronto olvidó el frio que sentía, olvidó la situación de constante peligro que la rodeaba, y cerrando los ojos en medio de la penumbra, trató de concentrarse en visualizar la llave dentro de su mente, como había hecho antes para encontrar el camino correcto dentro del castillo. Una llave quizá con manchas de herrumbre, desgastada por el paso del tiempo, con aquella anilla de plata similar a los llaveros de los viejos carceleros de antaño, tal y como la que resguardaron sus padres durante tantos años. Luego de unos minutos lo supo, tan claro y transparente como el agua. La llave estaba en la sexta cama a la derecha, bajo la almohada.
Abrió los ojos y corrió hacia allí, levantando la almohada y viendo una solitaria llave apoyada en las sabanas. Sonrió, la tomó en sus manos y dejando todo como estaba, corrió hacia la puerta.
—La tengo —le mostró a Alpha, como si fuera un trofeo.
—¿Cómo la encontraste tan rápido?
—Me concentré, y la vi. Ya lo he hecho antes con otras cosas.
—Escóndela, y vámonos de aquí.
Cerró la puerta y juntos volvieron hacia la casa, mientras Bianca escondía la llave bajo la manga de su vestido. Una vez dentro, y al pasar por al lado de la portería de hierro que bloqueaba la entrada a la cripta, se preguntó si había tomado la llave correcta. Era la única que había, tenía que ser esa o estaría perdida, se dijo, y todo sería en vano. Alpha, inmutable, continuaba caminando rumbo a un pasillo a la izquierda.
—¿Adónde va? —le preguntó ella.
—A tu cuarto, te recomiendo que descanses y no salgas por nada del mundo. No pueden sospechar de nosotros si descubren lo de la llave.
—De acuerdo.
—Trata de dormir un poco, mañana será un día muy largo.
—¿Usted qué hará? —preguntó ella.
—Iré a charlar un poco con los Ilmagrentha, tengo que pasar desapercibido. Supongo que planificaremos las festividades de mañana, y luego me iré a mi habitación.
Alpha se alejó por el pasillo una vez llegaron a la puerta de madera con el rotulo arriba que decía Constanze. Bianca, en soledad, dio un leve suspiro y apoyando una mano en el picaporte, giró y empujó hacia adentro. La habitación era simple, no tenía ni por asomo la opulencia que tenía el dormitorio que había ocupado en el castillo. Sin embargo, era lo suficiente como para descansar por aquella noche. Sentándose en el borde de la cama, se desató el listón de seda negro de su pierna, y metió su arma bajo la almohada. Acto seguido, abrió las mantas de la cama y se zambulló dentro buscando su calor, luego de esconder la llave bajo el colchón.
A pesar de todo, no logró conciliar el sueño. Cada sonido, cada sombra en la penumbra de la habitación le hacía crispar los nervios. Por algún motivo no se sentía segura en aquel lugar, saber que descansaba en una cama donde a pocas decenas de metros bajo tierra yacían los restos físicos de Luttemberger, le ponía los nervios a flor de piel. Podía sentir la maldad en el aire como la radiación misma. Y así permaneció, hasta el amanecer, con los ojos abiertos clavados al techo.
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