
IV
La tormenta de nieve había durado otros cuatro días más, y Bianca no salía de su habitación a no ser que sea sumamente necesario, como por ejemplo tomar las comidas diarias o comprar cigarrillos. Cuando al fin anunciaron por la televisión que los aeropuertos volvían a estar en normal funcionamiento, Bianca juntó sus pertenencias, pagó su estadía y adquirió su boleto a Missouri.
El viaje era muy corto en realidad, poco más de hora y media, y un creciente nerviosismo se anudaba en el estómago de Bianca. Sabía que Lisey tomaría la noticia muy mal, pero le intrigaba saber hasta qué punto. ¿Rob la haría culpable de la muerte de su hermano? Se preguntó, y sabía que la posibilidad era muy alta. Mientras esperaba sentada en su banquillo a que los altavoces hicieran el llamado para arribar el vuelo, observaba a la gente pasar de un lado al otro, y sintió un frenético deseo por encender un cigarrillo.
Se puso de pie y caminó un momento para estirar las piernas. Una parte de sus emociones aún seguían flotando en una enorme burbuja de irrealidad, mientras se preguntaba en qué momento todo se le había escapado de las manos. Quizá Rob no la culpara de la muerte de Ellis, pero ella sí que lo hacía, aunque no se lo dijese a nadie. Si ella hubiera escapado a tiempo de aquel aeropuerto donde Ellis la persiguió, pensó, jamás habría formado una relación con él, y con toda seguridad ahora estaría vivo. Pero era la hija de los Connor, y la muerte caminaba a su lado como una vez había caminado junto a sus padres, maldiciendo a cada persona que amaban. Pensó, por un instante, que durante algún tiempo creyó que aquello solo era una historia, y que no tendría que pasarle a ella lo mismo, pero solo estaba ocultando el sol con un dedo. Había sido necia, había sido muy descuidada, y el precio a pagar era altísimo, porque Ellis ya estaba muerto, y no había nada que pudiese hacer.
Veinte minutos después, la puerta de arribo se abrió y los altavoces comenzaron a llamar a los pasajeros del vuelo treinta y dos. Bianca dejó la maleta en la cinta transportadora y entregando el pasaje y sus documentos a los guardias en el control de puerta, salió a la pista, donde el gigante alado esperaba. Subió la escalerilla de acceso mientras el vehículo transportador esperaba a cargar la bodega del avión con el equipaje, y tomó asiento al lado de una de las ventanillas contra el ala derecha.
Durante los siguientes minutos, los pasajeros subían a un ritmo ansioso, quizá por el frio. Bianca los miró mientras se sentaban uno a uno, hombres que parecían ejecutivos, mujeres con sus hijos, había de todo. Todos con una vida completamente normal, con sus familias esperándolos en algún lugar del mundo con chocolate caliente, quizás, o una cama donde una esposa o un marido deseaba su llegada. Todo tan cerca, y al mismo tiempo tan diferente a ella, pensó.
Finalmente, cuando todo aquel protocolo terminó, la cabina de los pasajeros se cerró herméticamente y con un siseo apagado el avión comenzó a presurizarse poco a poco. La tripulación indicó a todo el mundo que se abrocharan los cinturones y el aparato empezó a deslizarse suavemente por la pista de aterrizaje, casi apenas imperceptible, cada vez más rápido, hasta tomar vuelo. Bianca era una mujer que ya no sufría el vértigo de volar desde que trabajaba en GreatLife, y hasta casi podía decirse que disfrutó el hecho de estar abandonando aquella ciudad. Poco a poco, el avión tomó la altitud de vuelo y cuando sobrepasó las nubes de la nevada, los rayos del tibio sol le iluminaron el rostro. Bianca sonrió al ver aquello, imaginando que, en algún lado de todo ese vasto mar celeste, Ellis la miraba cuidándola de todo mal, como había hecho hasta su último latido. Cerró los ojos, sin poder contener las lágrimas, y besándose la yema de los dedos, los apoyó en el cristal.
El viaje duró poco más del tiempo estimado, en los cuales Bianca pasó completamente absorta mirando el cielo, con la nuca apoyada en el respaldo de su butaca reclinable, sin pensar en nada más. Estaba ansiosa por llegar a la casa de Lisey, pero también tenía un miedo brutal de pensar como se lo tomaría. Sin embargo, no podía fallarles. Ellos eran su familia desde que sus padres aún estaban con vida.
Al llegar a destino, Bianca salió del aeropuerto luego de recoger su maleta, y una vez en la acera, sacó el paquete de cigarrillos de un bolsillo de su anorak polar. Extrajo uno, lo encendió y aspiró el humo con fuerza mientras miraba en todas direcciones, esperando ver algún taxi desocupado. Sin embargo, no tuvo que esperar demasiado, unos minutos después ya estaba en viaje rumbo a la casa de Lisey, con el miedo acrecentándose cada vez más en su pecho. El recorrido fue rápido, y Bianca no mantuvo comunicación con el chofer más que para indicarle adonde iba. Se conformaba con mirar de forma ausente por el cristal de su ventanilla los edificios, las casas y la gente que iba y venía por la acera.
Media hora después, el coche amarillo estacionó frente a la casa de Lisey. Bianca pagó su viaje y bajó del vehículo, rodeando hasta la parte trasera para bajar su equipaje del maletero. En cuanto el taxi aceleró alejándose, Bianca miró hacia la casa de Lisey. Ambos estaban en la puerta, esperándola, luego de haberla visto por la ventana. Rob sostenía a Lisey de la cintura y ella la observaba, con los brazos a un lado del cuerpo y los hombros caídos. En cuanto Bianca los vio, sintió que se le aflojaban las piernas, pero se contuvo hasta el último instante, obligando a sus pies a avanzar. En cuanto entró al patio, Lisey salió a su encuentro, y ambas mujeres se abrazaron con fuerza. Rob se metió a la casa, con una mano cubriéndose los ojos al mismo tiempo que escuchaba el llanto de Lisey, y Bianca no pudo contenerse más, soltando también sus lágrimas. Luego de unos momentos, ambas se separaron.
—Oh, Bian, estás destrozada —dijo Lisey, secándose las mejillas con la palma de la mano mientras la observaba—. Vamos adentro.
Entrar a aquella casa le hizo volver muy atrás en el tiempo. Bianca miró la mesa del living, con sus sillas delgadas, algunas con las patas un poco arañadas debido a Itzi, quizá. Recordó la primera vez que había visto a Ellis, sentado en aquella mesa con su figura robusta, y la forma en que él había puesto los ojos en ella. Con interés, eso se notaba, pero sin ser libidinoso ni descortés. Daria lo que fuera por volver a sonreír ante aquellos ojos claros y sinceros, aceptar sin chistar aquella invitación para cenar, y permitir que le hiciera el amor aun estando borracha, en lugar de apuntarlo con su pistola. En aquel momento, Rob salió de la cocina, arrastrando aroma a café tras de sí. Saludó a Bianca con dos besos, uno en cada mejilla, y ella pudo notar que había estado llorando. Tenía los ojos un tanto enrojecidos y los parpados hinchados. No había duda de que imaginaba cual era el motivo de su visita.
—Encendí la cafetera, me imagino que querrás algo tibio —dijo él.
—Sí, gracias. Clayton es una ciudad donde últimamente parece que nieva constantemente —respondió.
Se sentaron alrededor de la mesa, pero nadie dijo una sola palabra. Bianca se miraba las manos, Lisey jugueteaba con sus anillos compulsivamente, y Rob parecía completamente absorto en sus pensamientos. Sin embargo, fue él quien rompió el silencio.
—Ha muerto, ¿verdad? —preguntó. Bianca lo miró y asintió con la cabeza.
—Lo siento mucho.
—Por Dios... —murmuró él, y se cubrió el rostro con las manos, hablando mientras sollozaba. —Lo sabía, por algo soñábamos eso...
—¿Qué cosa? —preguntó Bianca.
—Ambos soñábamos lo mismo —explicó Lisey—. Lo veíamos en la casa, sentado a la mesa con nosotros, y vestía enteramente de blanco. Le preguntábamos que hacía aquí, pero no nos respondía. Luego solo repetía una cosa, una y otra vez. Nos decía "estoy bien", y nada más.
—¿Cómo murió? —preguntó Rob.
—Apuñalado. Los hombres de la secta que perpetraron mi secuestro nos encontraron, y asaltaron la cabaña. Nos dispararon y peleamos, pero él se trabó en lucha con el más grande de esos hombres, y... entonces... —Bianca no pudo continuar relatando más, negó con la cabeza y dio un hondo suspiro. —Dios mío, me siento tan culpable...
Tanto Rob como la propia Lisey se hallaban consternados con todo aquello. Él negaba con la cabeza, mientras se cubría el rostro con las manos. Ella solo la miraba con los ojos anegados en lágrimas, como si no creyera lo que oía.
—Dios mío... —murmuró.
—Lo siento, juro por Dios que lamento esto, solo he traído calamidad a mi vida y a todos a mi alrededor —respondió Bianca, sin dejar de llorar.
—No, no es tu culpa... —la consoló Lisey, tomándole una mano por encima de la mesa. —Él no quería que murieras, y te protegió hasta lo último. Tú no tienes la culpa de que unos malditos asesinos te persigan.
En ese momento, Rob dio un golpe de puño a la mesa tan fuerte, que ambas mujeres dieron un pequeño brinco en sus asientos.
—¡Claro que tiene la culpa! —exclamó, con las mejillas enrojecidas de furia—. ¿Por qué tenías que involucrarlo? ¡Se obsesionó tanto por ti que hasta se sacrificó! ¡Él no tenía absolutamente nada que ver con tu secta de mierda o tus padres, y sin embargo ahora mi hermano está muerto y tú estás viva! ¿Por qué?
—¡Rob! —exclamó Lisey, abochornada.
—¡Tengo razón! —dijo, poniéndose de pie. —¡Debías haber muerto en su lugar, él era inocente!
—¡Ella es tan inocente como él, y ella no fue la que mató a tu hermano! No vas a resucitarlo por mucho que le des la culpa a Bianca —Lisey también se puso de pie, y ambos se miraron frente a frente, con las mejillas encendidas. Rob la miró a Bianca un instante, y luego apartó la silla tras de sí de un golpe, haciéndola caer.
—Bah, a la mierda —dijo, y rodeando a Lisey se acercó a Bianca peligrosamente. Ella también se puso de pie, a la defensiva—. ¡Maldita! Te bastó solo con sonreírle un poco cuando entraste aquí, ¿no es verdad? ¡Tú eres la única que lo asesinó! ¡Ojalá nunca hubieras venido, vivíamos en paz hasta que viniste con la historia de mierda de tus padres por delante!
Lisey se interpuso entre ambos. Rob se acercaba peligrosamente hacia Bianca, con el rostro desencajado por el rencor.
—Ya está bien, no quiero que digas más nada, por favor —le dijo.
—¿Y vas a defenderla? ¡Tú también eres tan culpable de esta historia como ella!
De forma repentina, Lisey dio un bofetón con toda la mano abierta en la mejilla de Rob, que al instante se coloreó de rojo. Su cabello se sacudió por el impacto, y abrió grandes los ojos para mirarla con sorpresa. Tenía la respiración agitada, y tal vez conteniéndose hasta más allá de sus límites, se giró sobre sus talones, y se alejó hacia la habitación matrimonial.
—Lo siento, Bian... yo...
—Descuida, a decir verdad, me suponía que pasaría esto —Bianca se encogió de hombros, tratando de parecer natural aunque temblaba, y sentía el estómago como una bola de concreto—. Él tiene razón, además lo que dijo no es nada que yo ya no haya pensado antes.
—De todas formas, no es justo, a todos nos duele la muerte de Ellis tanto como a ti.
—Lo sé —asintió Bianca—. ¿Tienes un cenicero, por casualidad?
—Un momento —Lisey se puso de pie, y abrió el cajón de un gran mueble estilo rack. Le dejó entonces encima de la mesa un cenicero de cerámica marrón, con rombos y pequeños arabescos—. ¿Quieres que traiga el café?
—Estaría bien, gracias.
Mientras Lisey iba hacia la cocina, Bianca sacó un cigarrillo de su paquete y lo encendió, aspirando el humo. Sentía que las manos no le dejarían de temblar jamás.
—Me alegra volver a verte, aunque sea en una circunstancia tan terrible y penosa —dijo Lisey al rato, mientras volvía con las tazas de café.
—Créeme que a mí también.
—¿Fueron felices juntos? —le preguntó, mientras le extendía una taza de café de la bandeja, junto con los sobrecitos de azúcar.
—Gracias —dijo Bianca, dejando su cigarrillo apoyado en el borde del cenicero, para abrir el sobre de azúcar—. Fuimos realmente felices, mucho más de lo que imaginé que lo seriamos. Realmente me sentí capaz de formar una familia con él, tener hijos en algún futuro, cuando todo esto terminara de una vez y ya mi vida no corriera peligro. Lo amaba con locura.
—Y estoy segura que él a ti también, quedó prendado en cuanto te vio entrar por la puerta, y no cesaba de hablar de ti desde esa primera cena que compartieron.
Bianca sonrió, al mismo tiempo que una lágrima recorría su mejilla.
—Lo apunté con mi arma por haberme quitado la ropa, y el pobre no entendía nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor —dijo.
—Tenías que haberlo visto cuando llegó aquí y nos lo contó. No sabíamos si reírnos o lamentarnos por él, pero fue la primera vez que lo vimos con miedo de perder a alguien —respondió Lisey.
—Ojalá pudiera volver atrás y remediar todas las veces que lo he tratado mal —se lamentó, dando una pitada a su cigarrillo después.
—No pienses en esas cosas ahora. Él estará siempre contigo, y con todos nosotros.
—Vas a tener que hacerte cargo de su cuerpo, y del funeral —dijo Bianca, antes de un sorbo de café.
—¿Y por qué no lo haces tú?
—Yo tendré que partir cuanto antes. Viajaré a Alemania.
—¿Alemania? —preguntó Lisey, y luego la miró como si temiera lo peor—. Cielo santo, ¿qué locura vas a hacer?
—No es ninguna locura —Bianca dio una última y larga pitada, y aplastó el cigarrillo a medio terminar en el cenicero, mientras se ponía de pie. Caminó hasta su equipaje, y de un bolsillo de la maleta sacó el collar y el carnet de identificación. Volvió a la mesa y se lo extendió a Lisey.
—¿Qué es esto? —preguntó, mientras observaba la identificación. Luego sujetó el collar en sus manos y miró el símbolo de plata.
—Ese collar es de la secta, lo llevan todos los miembros. Y esa identificación es de una mujer que acompañaba a los hombres que mataron a Ellis, y que también estaba en mi secuestro. Falsificaré la identificación, y me haré pasar por un miembro del Poder Superior.
—¿Estás loca? —dijo Lisey, mirándola como si no creyese lo que estaba oyendo—. ¿Es que acaso buscas que te maten?
—Ellis me ayudaba muchísimo con la investigación sobre estas personas, y una vez me dijo que, si quería derrotar a un asesino, debía pensar como una asesina, convertirme en asesina —explicó Bianca—, y eso es exactamente lo que voy a hacer. Destruiré la secta desde adentro, a costa de cualquier precio, y luego investigaré el bosque de Kirchlengern. Deberé quemar los huesos de Luttemberger, también.
Lisey se tomó la frente con las manos.
—Vas a lograr que te maten, Bianca. Por favor, eres la única hija de tus padres, tu idea es completamente inviable —dijo, en un tono de voz que parecía rogarle que razonara con claridad—. Estas dolida, lo entiendo. ¿Pero crees que realmente no van a darse cuenta que eres tú? No vas a poner un solo pie dentro de la secta cuando lograrán identificarte y asesinarte. Además, ¿por qué vas a exhumar los restos de ese maldito brujo? Déjalos que se pudran en la tierra del bosque de no sé qué, o donde sea que estén.
—Tú no entiendes, Lis. Mis padres cometieron un grave error, tenían que haber quemado los restos de Luttemberger con sal para exterminar la entidad maligna que él representa. Es la única forma de acabar con la maldición. Además, hay muchas cosas que tú no sabes. Cosas que hemos investigado con Ellis, y te dejarían los pelos de punta.
—Dios mío... ya me estás dejando los pelos de punta.
—Siento que debo hacer esto, en verdad —insistió Bianca—. Cuando mi madre murió, me dejó una carta donde hablaba sobre un error que habían cometido, y que yo debía remediar. Ahora lo entiendo todo, después de tanto tiempo y tantas cosas que han sucedido. Ellos tuvieron su historia, y yo estoy viviendo la mía en su lucha contra el mal. Necesito que te encargues de Ellis, debe tener cristiana sepultura y un funeral digno, y yo debo acabar con estos malditos.
—Está bien, como prefieras —consintió Lisey. Bianca asintió, mucho más confortada.
—Te lo agradezco, mi amiga.
—¿Dónde está él ahora?
—En el cuerpo forense de la ciudad de Clayton —respondió Bianca.
—De acuerdo, así se hará —asintió Lisey, bebiendo su café.
—¿Alguna vez te dijo si tiene un panteón familiar, o algo así?
—No que yo sepa, pero puedo preguntarle a Rob —dijo Lisey—. De todas formas, no creo que así sea.
—En ese caso, me gustaría que sus restos fueran puestos en el Dignity Memorial. Es el panteón de mis padres, y el que en algún momento también será el mío —dijo Bianca—. ¿Crees que eso sea posible?
—Claro, no veo cual es el problema. Haré todo lo que esté a mi alcance, te lo prometo.
Bianca se puso de pie entonces, rodeó la mesa, y la envolvió en un abrazo.
—Te lo agradezco, ambos lo agradecemos —dijo.
—No tienes nada que agradecer —respondió Lisey—. Supongo que aún debes preparar todo antes de tu viaje.
—Sí, aun no sé cómo falsificar esta identificación. No es tan simple como utilizar Photoshop, quiero asegurarme de que no tenga un chip, o cualquier cosa que pueda ponerme en evidencia.
—Quédate aquí unos días.
—Pero Rob...
—Se que a Rob no le gustará, pero hablaré con él. Aquí tenemos espacio suficiente —dijo Lisey.
—Olvídalo, mira lo que le pasó a Ellis. No quiero que les pase lo mismo a ustedes, me iré a un hotel por mi cuenta, y listo.
—Pero Bian...
—No es una decisión que pueda discutirse. Intento protegerlos, a ambos.
—Vaya, como prefieras... —dijo Lisey, encogiéndose de hombros un instante. —Pero al menos quédate aquí esta noche.
—De acuerdo.
Un movimiento a lo lejos, en la cocina, le llamó la atención. Bianca miró, y esbozó una amplia sonrisa de emoción. Lisey giró sobre sus talones y también sonrió.
—Mira quien vino a verte —dijo. Bianca se puso de cuclillas, y abrió los brazos, conmovida.
—¡Itzi, mi querida! —exclamó.
La gata dio un maullido, se acercó trotando con su grácil andar, y la esponjosa cola erguida.
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Lisey preparó la cena, una ensalada de pollo con verduras, y todos comieron en completo silencio. Rob no comió en la mesa, encerrándose en el dormitorio, y Lisey se sentía muy incómoda por su juicio sobre la situación. Sin embargo, en cuanto Bianca terminó su porción de comida, agradeció y salió al patio, para fumar un cigarrillo al aire fresco. Ya había dicho que se quedaría allí a pasar la noche, pero la verdad era que no tenía ninguna gana de hacerlo. Aspiró con fuerza y soltó el humo, soplando hacia arriba, mientras miraba las estrellas. La noche estaba clara y despejada, aunque bastante fría, sin embargo, Bianca estaba muy a gusto allí de pie, en el césped, pensando que contemplaba el rostro de Ellis.
—¿Bian? —dijo Lisey, detrás suyo. Estaba de pie en el porche de entrada, con los brazos aferrados a sí misma.
—Estoy bien, tranquila. Solo vine afuera a fumar un momento.
—¿En verdad te vas a ir mañana a primera hora?
—Así es, buscaré un hotel y comenzaré a preparar todo para el viaje.
—Me gustaría que te quedaras, recién acabas de llegar... —dijo Lisey.
—¿Estás loca? ¿Quieres que Rob me mate mientras duermo?
Lisey asintió con la cabeza, y dio un suspiro resignado.
—En verdad que lamento mucho todo esto, pero quiero que recuerdes una cosa —se acercó hacia donde Bianca estaba, y le apoyó las manos en los hombros, mirándola a los ojos: —sabes perfectamente bien que aquí tienes una amiga que también es tu familia. Mi casa es tu casa, siempre que lo necesites.
—Lo sé, Lis. Y te agradezco por eso —sonrió Bianca.
—No tienes nada que agradecer, al contrario. Si no fuera por tu tío, yo no sería quien soy ahora. Le debo mucho a la familia Connor. Mucho más que a Rob.
—Necesito pedirte algo, si no es demasiado —dijo Bianca.
—Adelante, dime.
—La propiedad que heredé de mi madre, el rancho donde crecí, ahora está deshabitado y cuando me vaya nadie se ocupará de él —explicó—. Tú eres la única en quien tengo la suficiente confianza de pedirle que se haga cargo de la propiedad en mi lugar, hasta que regrese. ¿Podrías hacer eso por mí?
—Claro que sí, no tienes nada que preocuparte.
—Supongo que debía haberte pedido esto mucho antes...
—No hay ningún tipo de problema —aseguró Lisey—. Podremos mantenerla vigilada por ti.
—Imagino que debe estar bastante abandonada. Yo he traído todo el dinero que tenía, te lo dejaré por si debes reparar algo.
—Como tú prefieras.
—Gracias Lis, en verdad no tengo palabras.
—Las palabras no son necesarias —asintió—. Ahora deberías descansar, mañana te espera un día bastante ajetreado.
Bianca apuró el resto de su cigarrillo, y tirando la colilla al suelo, la aplastó con su zapatilla antes de entrar.
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