III
Bianca volvió al día siguiente de nuevo a su casa, luego de haber desayunado y agradecido varias veces la hospitalidad de Lisey y su familia. Le comentó también la idea de ir a comer, que había planteado Ellis la noche anterior, y todos se mostraron muy de acuerdo con la propuesta. Sin embargo, ella tenía serios problemas con respecto a eso, se sentía un poco mal por haber ilusionado a Ellis, y también se sentía confundida consigo misma. No podía comprender porque había hecho una cosa así, a decir verdad.
Lo peor de todo sin duda era que iba a ponerse. Ni bien llegar a su casa, había pasado todo el día revolviendo hasta el fondo de su armario para buscar ropa decente, la cual perfumar y planchar prolijamente. Pero había quemado toda su ropa lujosa al mudarse, y ahora tan solo se vestía con segunda mano. Pensó en ir a comprar alguna prenda adecuada, pero descartó esa idea rápidamente. No gastaría un solo centavo en salir a comprar ropa para ir a comer por ahí, se dijo casi egoístamente.
Por otro lado, y para su propia suerte, no volvió a ser atacada otra vez por ninguna entidad, de modo que los siguientes días fueron apaciblemente calmos. Se pasaba las tardes leyendo sus libros favoritos, y también seguía alimentando su conocimiento a través de la vasta biblioteca de sus padres. Incluso hasta había dejado de asistir a las clases de tiro, ya que no necesitaba aprender nada más. Recibió el certificado de capacitación para tenencia legal de arma el jueves al mediodía, y lo único que hizo fue comprar una botella de sidra espumante con la cual festejar por la noche.
Aquel mismo día, aproximadamente cerca de las cuatro y media de la tarde, Lisey llamó para hacerle acuerdo de la noche siguiente, y darle la dirección exacta del lugar. Fue en aquel momento cuando Bianca entró en pánico, e intentó pedirle ropa prestada a la propia Lisey, pero recordó que tenía muchísimo más busto y glúteos que ella, de modo que sería un acto inútil. Bastaba con hacer memoria del pijama que se había puesto y lo grande que le quedaba, pensó.
En cuanto colgó el teléfono, corrió hasta su habitación buscando de nuevo en todo su armario, pretendiendo que se apareciese algo que no había visto, quizás, la última vez. Pero claro, esas cosas solamente ocurrían en los cuentos de hadas, y su vida personal distaba mucho de parecerse a un cuento feliz, se dijo. Sin embargo, no todo estaba perdido, pensó. Quizá podía echarle mano al mobiliario de su madre, y rebuscar allí algo que le sentara bien para la ocasión. Sin pensarlo un solo instante, comenzó a registrar cada percha del enorme y gastado armario por primera vez desde que había comenzado a vivir en la casa de su madre. Sus manos se toparon con un vestido turquesa, de tela simple, y un moño grande a la espalda, todo bien envuelto en el envoltorio de plástico de una tintorería. Colgaba desde una de sus hombreras una pequeña etiqueta que decía "Primer día de universidad".
Lo sacó del armario, tomando la percha, y lo estiró frente a si, mirándose en el espejo. A simple vista parecía quedarle bien, de modo que se desvistió y se lo probó. No le quedaba bien, sencillamente le quedaba pintado, como si hubiera sido confeccionado para ella, y entonces sintió una oleada de nostalgia. Dio una vuelta de campana sobre sus talones y sonrió, colocándose las manos a la cintura. Claramente su madre debía haber sido una mujer muy hermosa en su juventud, se dijo, mientras imaginaba aquel patio de universidad con jóvenes yendo de aquí para allá, el eterno cruce de miradas entre su padre y ella, y se preguntó que le había atraído de cada uno en aquel momento. Quizá a él le hubiese enamorado el contraste entre el vestido y el cabello pelirrojo de Angelika, quizá a ella le hubiese cautivado la prestancia de Alex, su cabello tan negro como la noche haciendo juego con sus profundos ojos azulinos. Jamás lo sabría con exactitud.
Se lo quitó, lo estiró en la cama y luego se vistió con su tradicional ropa. Entonces encendió la plancha y alisó el vestido, lo perfumó con aromatizador para prendas, le decoró la moña de la espalda con flores de artesanía que tenía en un florero pequeño, en la mesilla de noche, y de pronto se descubrió a si misma muy motivada por lucir aquel vestido. Entonces, como una niña ansiosa, revolvió entre sus zapatos hasta que encontró unas pequeñas sandalias negras, con finas tiritas que asemejaban un calzado egipcio, decoradas con pequeños brillos de strass. Dio un suspiro, conforme, al tener la ropa adecuada con la cual poder disfrutar una agradable velada, hasta que de pronto se detuvo en seco, pensativa.
¿Por qué estaba tan emocionada por asistir a cenar con un hombre que apenas conocía? Se cuestionó.
Bueno, no era una cita como tal, se dijo, como si buscara algún tipo de justificación a sus actos. Solo era una reunión con amigos, amigos que consideraba su propia familia como Lisey, y Rob. Y si Ellis era también de la familia, ¿qué otra cosa podía hacer ella? No se negaría a cenar con aquel hombre atlético, de cabello castaño y ojos bonachones.
¿Por qué siempre que pensaba en él, tenía un adjetivo diferente para describirlo? Fue lo siguiente que se preguntó, mientras trataba de controlar su propia mente, que oscilaba de un lado al otro en sus recuerdos, como un péndulo. Por un lado, su ancha espalda y potentes bíceps, por otro lado, el razonamiento de que no lo conocía en lo más mínimo. Y de nuevo, al decir el nombre de Ellis mentalmente, asomaba ligado a él, la imagen de su sonrisa, y el tono de su voz. Pero cuando aún sin darse cuenta esbozaba una leve expresión de afecto, el recuerdo de su secuestro y la horrible sensación de dolor al ser violada por aquellos tipos, volvía a latiguear su mente, arrancando de raíz todo buen pensamiento.
Entonces, sin nada más que hacer, volvía a sumirse en la amargura y el odio oscuro que la había movilizado desde su escape, y negando con la cabeza, volvía a concentrar toda su atención en un nuevo cigarrillo, en una taza de café, mientras encendía el equipo de música a todo volumen para callar sus pensamientos, al menos por esa noche.
A la mañana siguiente se dedicó a ordenar la casa, que últimamente el living parecía un caos, almorzó poco y nada, y luego se pasó toda la tarde buscando que joyería ponerse para poder combinar con el vestido. No es que quisiera gustarle a Ellis, se decía mentalmente, pero bien sabía que ella siempre había sido una chica demasiado coqueta consigo misma. No soportaba salir a un lugar y que su maquillaje o sus alhajas no estuvieran de acorde a su ropa.
A las cinco de la tarde se metió a la ducha, y a las seis de la tarde comenzó con el alisado del cabello. Mientras tanto, aprovechó que aquello era una tarea que le implicaba bastante tiempo, para telefonear a Lisey con su dispositivo manos libres. A los cuatro tonos, atendió.
—¿Hola?
—Hola Lis, te llamo para preguntarte si quieres que te pase a buscar en el coche, o vas directamente al restaurant y nos vemos allí.
—Oh, lo siento Bian, pero estoy en mis días y me siento muy mal, así que no creo que pueda ir. Robbie se quedará conmigo para cuidarme. Lamento no habértelo dicho antes, pero se me ha olvidado...
Bianca sintió que de repente un calor súbito se apoderaba de sus mejillas. Permaneció un momento en silencio, y parpadeó un par de veces antes de responder.
—¿No vas a ir? ¡Vamos, Lis! ¡No puedes dejarme sola! —exclamó. —Es la despedida de tu cuñado, no puede ser que no asistan ninguno de los dos.
—No te preocupes por la despedida, hemos acordado que festejaremos cuando regrese de la competición. De verdad que siento mucho no haberte avisado, pero me ha bajado esta mañana y dormí todo el día —se justificó—. Escucha, iré a tomar un analgésico y me acostaré a dormir. Espero que se diviertan, y luego cuéntame que tal fue la noche.
—¡Lisey, espera!
—Adiós, Bian, mucha suerte —dijo Lisey, del otro lado, y colgó.
—¡Ah, perra! —exclamó Bianca, en la soledad de su cuarto.
Se detuvo el alisado a medio hacer, pensando seriamente si presentarse a la cita o no. Por un lado, no quería ir, le aterraba la idea de cenar en un lugar que no conocía, con un hombre que no conocía ni le interesaba conocer, a pesar que Ellis siempre se había mostrado amable con ella. Pero, por otra parte, ya se había vestido, ya había servido comida extra a su gata, ya había elegido el perfume y el color de maquillaje que llevaría. Sería una pena si no aprovechaba todo eso.
Además, ya había dado su palabra que iría. Bianca había sido criada a no fallar jamás con algo prometido, y además por mucho que le pesara, una parte de sí misma estaba de acuerdo con ellos al pensar que le haría mucho bien. Últimamente solo se despertaba, desayunaba mientras leía, almorzaba mientras leía, cenaba mientras leía, y en algún momento debía detenerse, dedicar un poco de tiempo para divertirse y tomar unas copas.
Se encogió de hombros, y continuó con el alisado de su cabello. Al terminar, se delineó los ojos, se coloreó los parpados, las pestañas y los labios. Se pintó las uñas de los pies y de las manos del mismo color que sus sandalias egipcias, tomó una pequeña carterita de mano, se roció un poco de su perfume favorito, y tomando las llaves del coche y las de la casa, salió.
Tardó casi unos cuarenta minutos en llegar desde su aislado barrio privado hasta la zona céntrica de la ciudad. Allí condujo durante otros diez minutos, hasta que logró llegar al restaurante acordado. Buscó lugar para estacionar el enorme Impala, apagó el motor y descendió del mismo, entrando al local.
Dentro, la música blues era suave y hermosa. Había una banda en vivo que tocaba en un pequeño escenario, donde delante había una pareja contratada, dos jóvenes bailarines que acompañaban la música, vestidos de gala. El lugar estaba abarrotado, la gente ocupaba casi todas las mesas y conversaba entre si a un nivel moderado. Sus ojos buscaron el rostro de Ellis en todo el lugar, pero fue él quien la vio primero, así que levanto una mano agitándola en el aire.
Al llegar a la mesa, Ellis se puso de pie y la miró con una sonrisa, levantando una mano. Bianca también lo observó, vestía formalmente con un pantalón de etiqueta, camisa y traje con corbata haciendo juego, y ver su fornido y ancho tórax embutido en aquella vestimenta, le generó una mezcla de belleza y gracia. Estaba peinado hacia atrás y afeitado, el perfume de hombre le llegaba a ella en fragancias amaderadas y cítricas. Casi pudo sentir una extraña electricidad amortiguada por los nervios, erizándole de pies a cabeza.
—Bianca, que bueno es verte, por un momento pensé que no ibas a venir —la saludó con un beso en cada mejilla, y luego asintió con la cabeza—. Estás realmente hermosa, es el vestido más lindo que he visto jamás.
—¿Es una broma? Este vestido lo usó mi madre el primer día de universidad, tiene más años que yo misma.
—Entonces quizá heredaste su buen gusto —Ellis la rodeó, y sujetando el respaldo de la silla, la retiró de la mesa para que Bianca tomara asiento, en un gesto caballeroso—. Permíteme, por favor.
Luego que Bianca se sentó, Ellis ocupó su lugar frente a ella. Con un gesto de la mano le hizo una indicación al mesero.
—El lugar es lindo, tengo que admitir que no lo conocía —comentó ella, mientras acariciaba con la yema del índice el pie del candelabro central de la mesa—. ¿Vienes muy seguido por aquí? —le preguntó, mientras que se volteaba para colgar del respaldo de la silla su pequeña carterita.
—Pues, cada vez que ando de paso por la ciudad. Las bebidas aquí son buenas, la música es aún mejor, y los platos son una delicia —mientras Ellis hablaba, el camarero se había acercado a la mesa. Un hombre próximo a los cincuenta y cinco años, de camisa blanca, pantalón negro haciendo juego con su delantal, y una pequeña libretita en sus manos. Ellis le dirigió una sonrisa a Bianca, cálida y perfecta—. ¿Qué vas a tomar? —le preguntó.
—Vaya... pues no tengo idea —la pregunta la había tomado por sorpresa—. ¿Qué me recomiendas?
—Pues depende de lo que tengas pensado cenar.
—Quizá un plato suave de pollo, o ternera. Eso, o mariscos.
—Entonces te recomiendo un Chardonnay di Staggnaro, un vino italiano ideal para ese tipo de platos. Esta elaborado con frutas de montaña, de aspecto brillante y aromas cítricos, a manzana, frambuesas y grosellas negras —Ellis le hizo una seña al camarero y este anotó el vino, luego añadió: —Mariscos para dos, por favor. Y de postre una rosa dulce para la dama.
Bianca lo miró como al borde de cometer un asesinato, pero antes de que pudiera replicar nada, el camarero se fue a paso rápido.
—¿Estás loco? Todo eso que pediste suena a que debe costar un dineral y medio —comentó. Luego guardó silencio unos segundos y sonrió, negando con la cabeza—. ¿Y qué se supone que sea una rosa dulce?
—Ya lo verás, es una sorpresa.
Bianca dio un bufido exasperado, mezclado con una sonrisa tenue. Ellis parecía estar atento a todos los detalles, mientras que ella, por el contrario, se sentía cada vez más convencida de que no debía haber ido allí. Quizá lo mejor fuera sacar un tema de conversación cuanto antes, en vez de estar sentada allí haciendo funcionar a tope su mente.
—¿Cómo es que sabes tanto de vinos? —preguntó.
—Bueno, mi padre tiene una bodega que exporta en pequeñas cantidades hacia algunas ciudades de Canadá —Ellis comenzó a relatar—. Lo que empezó siendo como un hobbie, termino convirtiéndose en un negocio. Yo realmente no tengo en absoluto paciencia para esas cosas, pero crecí entre las uvas, y uno conoce mucho sobre eso.
—Quien lo diría, el corredor de Mountain Bike que gusta de vez en cuando, de echarse unas cuantas botellas a la garganta —bromeó Bianca, y ambos rieron.
—¿Y qué me dices de ti? —preguntó él. —Eres hija de los más grandes parapsicólogos que existieron, incluso hasta comparados con los Warren, por lo que me ha dicho Lis. Cuéntame como hace alguien para crecer entre fantasmas.
—Pues, no lo sé... solamente intentaba mantenerme al margen de todo eso. Sabía lo que eran mis padres, sabía lo que hacían y las habilidades que tenían, pero no me interesaba involucrarme en lo más mínimo —Bianca pareció recordar un momento, y luego esbozó una leve sonrisa acongojada—. Tengo algún vago recuerdo sobre alguna vez haber sufrido bullying por ello. Me llamaban la cazafantasma, la loca de los espíritus, la hija de los brujos, cosas así. Vaya ironías de la vida, hoy en día la que ve cosas extrañas soy yo.
—Vaya, lo lamento en verdad...
—No te preocupes, no estamos aquí para lamentarnos de cosas que han sucedido hace tiempo. Además, supongo que era algo inevitable.
—Por lo poco que sé, eres una chica a quien la vida no ha tratado demasiado bien que digamos.
—Pues ya ves que no, pero eso ahora no importa de mucho, lo que ha sucedido ya no se puede revertir y solamente queda continuar —Bianca guardó silencio, ya que el camarero volvía con el pedido. Dejó la bandeja de mariscos en el centro de la mesa, y la botella de vino al lado del candelabro. Sirvió las copas de cuerpo ancho y luego de hacer una pequeña reverencia, se alejó. Ellis tomó la copa por el pie, y la acercó a su nariz, dando un suspiro complaciente.
—El vino tiene un aroma exquisito —la levantó hacia Bianca, y ella también tomó su copa, brindando con él—. Por el hecho de que estés aquí, y compartamos una linda velada.
—Ellis, ¿puedo preguntar algo?
—Claro.
—¿Por qué estamos aquí? ¿Qué intención tienes? Necesito que seas lo más claro posible conmigo.
La pregunta de Bianca lo tomó completamente por sorpresa. Ellis siempre había sido un muchacho que le costaba muchísimo trabajo declarar sus emociones ante una mujer, y más aún si era tan frontal como ella, que parecía traspasarlo con sus brillantes ojos. Bianca, por el contrario, consideraba que la pregunta era oportuna y necesaria. Sentía mucho si le truncaba las expectativas, pero no podía dejar que Ellis se ilusionara en lo más mínimo con ella.
—Bueno, no te voy a mentir... —comenzó a hablar. —Me pareces sumamente atractiva, una mujer interesante como pocas, y me gustaría conocerte más en profundidad. Sin ningún tipo de compromiso ni mucho menos, que las cosas entre nosotros fluyan como deba ser y que podamos llegar a algo, algún día —Bianca asintió con la cabeza, con lentitud, mientras posaba su mirada en la copa de vino—. ¿Tú qué piensas?
—Pues es mucho más difícil de lo que parece.
—¿Por qué lo dices? ¿Es que yo no te gusto?
—No... no es eso. Me pareces alguien atractivo, claro que sí, no han dejado de atraerme los hombres. Pero la situación es mucho más compleja, hay un montón de cosas que no sabes de mí y dudo mucho que las sepas en algún momento —dijo Bianca—. No creo justo ilusionarte sin ningún tipo de argumento ni esperanza, así que lo mejor será que hable claro. No puedo ofrecerte más que una amistad, y eso en mi situación ya es decir demasiado. He tomado rechazo a los hombres, esa es la verdad. Me dan pánico, un miedo atroz. Y no me parece que deba jugar con tus sentimientos si no conoces el resto de la historia.
Ellis bajó la mirada hacia la mesa. Bianca pudo leer en su rostro que obviamente, no era lo que esperaba oír, y se sentía mal por ello. Pero tampoco podía mentirle, no se lo merecía. De pronto él la miró, y sonrió con la misma alegría que le caracterizaba.
—Entonces solamente cenemos, bebamos, y demos inicio a una buena amistad. Me pareces una muy buena chica, y tan feliz que estaría con una amigable relación contigo —dijo.
—Gracias —sonrió ella, mucho más aliviada.
El resto de la noche conversaron de todo un poco, Ellis le contó cómo eran las competencias a las que iba, la cantidad de dinero que ganaba, anécdotas y chistes propios de situaciones que había tenido que superar en su época de novato. Bianca rio, mucho más de lo que esperaba reír y divertirse, y de un momento al otro se olvidó por completo del hecho que Lisey y Rob no habían podido ir, quizá a propósito para dejarlos solos. Bebieron el vino, devoraron los mariscos y el postre, y luego pidieron tragos exóticos. Las horas se volvieron un carrusel de risas, de emociones que ella creía olvidadas. Ellis le transmitía una confianza y una serenidad que no creía posible en ningún otro hombre, al menos no después de lo vivido. Y sin la presión de un posible romance encima de su cabeza, se sentía mucho más relajada inclusive.
Las horas pasaron tan rápidas que Bianca apenas se percató de ello, y era tarde de la madrugada cuando se dio cuenta que estaba muy borracha. No sabía cuántos tragos había tomado, pero todo le daba vueltas y el restaurante parecía un caleidoscopio de colores indefinidos, la cabeza le zumbaba y le pulsaba con intensidad.
—Sabes una cosa, creo que... —hizo una pausa. —creo que estoy un poco mareada. Sera mejor que vaya a mi casa a dormir.
—Pero tú no puedes conducir en este estado, vas a matarte —dijo Ellis, un poco preocupado—. ¿No quieres que yo te lleve? No tengo coche, pero si me dejas las llaves del tuyo...
Bianca revolvió en su cartera de mano hasta que encontró las llaves, y las dejó encima de la mesa.
—Claro que sí, mi coche es tu coche —rio con estrepito echando la cabeza hacia atrás en su silla, y arrastrando pastosamente la vocal A—. Espero que trates bien a mi querido Impala.
—Lo trataré como si fuera una dama —dijo Ellis, haciéndole un gesto al camarero para que le trajese la cuenta.
Una vez que pagó dejando un poco de propina encima de la bandeja, dio un rodeo a la mesa para ayudar a Bianca a ponerse de pie, y sujetándola por la cintura le rodeó un brazo por encima de sus hombros. Ella reía, divertida, al mismo tiempo que pedía disculpas por su estado tan lamentable. Ellis le respondía que no debía disculparse, que se había divertido y se alegraba por ello.
Juntos, caminando muy despacio, Ellis la llevó hasta el coche estacionado en la calle, la sentó del lado del acompañante y le sujetó el cinturón de seguridad. Rodeó el frente del coche para sentarse del lado del conductor, y antes de que Bianca cayera profundamente dormida, le sacudió levemente un hombro para que le dijera la dirección de su casa. Ella le balbuceó el nombre de una calle, apenas despierta, y luego de ladear la cabeza a un lado, se durmió.
Ellis tardó muchísimo más de lo que esperaba en encontrar el barrio privado de Bianca, pero tras dar unas cuantas vueltas pudo dar con la ubicación del rancho. La portería de hierro era automática, asistida por el control remoto en el manojo de llaves, y en un instante ya se encontraba estacionado en el patio, pero lo difícil era dar con la llave que abría la puerta de la casa. Apagó el vehículo y antes de bajar a Bianca del Impala, procedió a abrir la puerta y encender las luces, ya que la oscuridad del patio era prácticamente absoluta.
Una vez que pudo abrir la casa, volvió al coche, desabrochó el cinturón de seguridad de Bianca e intentó despertarla, pero estaba tan dormida que era imposible esperar algún tipo de reacción de su parte. Le apoyó el dorso de sus dedos en la mejilla, estaba fría por el viento nocturno, de modo que sin demora la tomó en brazos, levantándola, y caminó con ella hasta la casa.
Recorrió todas las habitaciones hasta dar con su dormitorio, y una vez dentro, le soltó el cabello para que durmiera lo más cómoda posible. Bianca murmuró unas palabras inentendibles para él, e incluso intentó abofetearlo sin el menor éxito, pero Ellis, con mucha paciencia, la desvistió dejándola en ropa interior, y la metió a la cama cubriéndola con un par de mantas. Se aseguró que estuviera posicionada de costado, por si necesitaba vomitar no se ahogase, y le acarició el cabello.
—Que duermas bien —murmuró.
Salió de la habitación sin hacer ruido apagando la luz al pasar, cerró la puerta de la casa, y se recostó en el sillón de tres cuerpos del living, cruzando los brazos por encima de su pecho y usando el posabrazos como almohada. No tenía forma de volverse a su casa, y no creía prudente usar el coche de Bianca para regresar, como tampoco dejarla sola en aquel estado. Así que sin nada mejor que hacer, dio un suspiro, cerró los ojos, y diez minutos después, se durmió.
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Al día siguiente, Bianca despertó con pesadez, el sol se colaba por su ventana y le golpeaba en los ojos. Se estiró con un gruñido, le dolía la cabeza insoportablemente y sentía el estómago revuelto, como si se hubiera comido un animal en descomposición. Miró a su alrededor, acariciando las sabanas, y de pronto abrió los ojos de par en par.
¿Qué hacía en su cama? Se preguntó. No recordaba haber conducido, no recordaba que había sucedido después de la tercera copa de vino que había bebido, a decir verdad. Se apartó las sabanas del cuerpo y se palpó, estaba en ropa interior y aún tenía puesto el conjunto de encaje rojo que había llevado.
Se levantó de la cama como si tuviera un resorte, haciendo que la cabeza le estallase de dolor, pero no le importaba. Se vistió con un pijama de su armario y rápidamente revolvió en el cajón de su mesita de noche. Tomó el arma, la retiró de la funda de cuero, y le comprobó el cargador. Estaba llena.
Descalza y sin hacer ruido, salió de la habitación por el pasillo, hasta el living. Allí vio a Ellis, dormido en el sillón.
—Hijo de puta... —murmuró.
Tomó uno de los almohadones que había en uno de los sillones simples, y se lo aventó a la cabeza. El almohadón impactó de lleno y rebotó hacia el otro lado del sillón, entonces Ellis despertó, sobresaltado.
—¿Eh? ¡Qué...!
Bianca le apuntó con las dos manos haciendo apoyo en el arma.
—¡Levántate ya mismo de mi sillón y lárgate de mi casa! —exclamó.
—¡Cielo santo! —exclamó él, levantando las manos y con los ojos muy abiertos. —¡Bianca por Dios, tranquilízate! ¡Baja esa arma, se te escapará un tiro!
—Quiero que te largues de aquí cuanto antes —insistió—. ¡Ahora mismo!
—Pero, ¿qué hice?
—¡Eso mismo quiero saber, que demonios hiciste! ¡Anoche estaba completamente borracha y hoy me despierto casi desnuda, en mi cama! ¿Me has tocado? Si me tocaste, o te propasaste de alguna forma, juro por Dios que te volaré los testículos.
—¡Espera, espera! —exclamó Ellis. —Tú misma me dijiste que te trajera, no podías ni siquiera caminar por tu cuenta. Llegué aquí, te desvestí y te acosté. Podía haberme ido, pero no conozco la zona, no sé si por aquí pasa el autobús y tampoco te iba a dejar sola en ese estado, de modo que pasé la noche aquí en el sillón. Bianca, por favor, espero que esa arma no esté cargada, me gustaría hablar contigo.
Ellis dio un paso hacia ella, pero Bianca se mantuvo firme.
—¡No te me acerques o dispararé!
—Bianca, tú... —dijo Ellis, dando un nuevo paso, pero Bianca apuntó al suelo cerca de sus pies, y apretó el gatillo. El estampido sonó fuerte, y la bala se incrustó en el suelo de madera, haciendo saltar unas cuantas astillas. Entonces él se paralizó por completo del terror. —¡Jesús, estás completamente loca!
—¡Lárgate ahora, no lo volveré a repetir!
—¡De acuerdo, está bien, ya me largaré! —exclamó Ellis, blanco como una hoja de papel. —¡Solo quería ayudarte, me preocupe por ti!
Tomó sus zapatos y sin perder tiempo en calzarse, retrocedió hasta palpar el pomo de la puerta, lo giró y salió al patio corriendo sin mirar atrás. Bianca no dejó de apuntarlo un solo segundo, mientras sus manos temblaban. Le pulsó el botón de la cerca automática con el llavero que había encima de la mesa del living, y luego caminó hasta la puerta para cerrar. Solo entonces bajó el arma, y se echó a llorar, cubriéndose el rostro con su mano libre.
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