II
Finalmente, la hora del Consejo había llegado. Bianca se había dedicado a recorrer los patios ornamentales del castillo durante las horas previas, seguida a la distancia por Alpha, quien luego se reunió con ella, para acompañarla y darle algunos consejos extra. Atravesaron juntos toda el ala oeste del castillo, hasta llegar al salón azul, uno de los más grandes destinados para reuniones y festividades. Las puertas, de madera tallada, eran dobles y tan altas que casi llegaban hasta el techo. Alpha la miró, antes de golpear con los nudillos, y Bianca asintió en silencio, indicando que estaba lista. Inhaló aire y suspiró, tratando de evitar el cosquilleo nervioso que sentía por todo su cuerpo.
—Adelante —dijo alguien, desde adentro, luego que Alpha tocó.
Ambos entraron, cerrando la puerta tras de sí, con la mirada baja. Bianca no podía ver quienes estaban dentro de la sala, pero adivinaba por la ubicación de los muebles que estaban en una especie de ronda tras unos escritorios de madera barnizada. Algo pareció resplandecer de forma involuntaria dentro de su mente, como si la línea de sus pensamientos fuese aplastada por una gigantesca apisonadora. De pronto, tuvo una clara imagen de la sala, vista desde uno de los rincones del techo y la pared. Había seis Ilmagrentha, ancianos ciegos, vestidos con mantos negros hasta los tobillos. Tenían la cabeza descubierta, y detrás de la espalda de cada uno, una sombra negra, con forma humanoide y de grandes cornamentas, le sostenían las sienes. Eran terroríficos, sus brazos eran escamosos y desproporcionadamente largos en comparación al resto de su cuerpo, la mandíbula inferior sobresalía hacia adelante y poseían al menos tres hileras de filosos y amarillentos dientes. A su lado, cada uno tenía un sacerdote negro que obraba de vigilante.
En medio del horror que sintió, recordó vagamente las palabras de Alpha, de modo que, de forma muy lenta, como si estuviera moviéndose dentro de una densa pesadilla, se colocó el índice y el dedo medio en la frente, justo entre las cejas y poco más arriba del tabique nasal. Fue en ese momento en que su visión se interrumpió. ¿La habrían visto los demonios? ¿La ejecutarían después de la reunión? Se preguntó.
—Alpha y Constanze, sean bienvenidos a la casa del Poder Superior una vez más —dijo uno de ellos—. Acérquense, tenemos muchas cuestiones que tratar.
—Gracias, gran maestro —al acercarse, Alpha se quitó los dedos de la frente, pero no levantó la cabeza. Bianca le imitó.
—Antes de comenzar la reunión, nos gustaría lamentar la perdida de Lorenz, uno de nuestros mejores hombres.
—Perdone, gran maestro —intervino Bianca—. ¿Pero qué hay de Friedrich? Yo le quería, y él también ha muerto.
Alpha la miró de reojo, ella sin embargo no a él. Quizás fuera por el golpe de adrenalina que experimentaba, pero de repente tenía muchas ansias de meterse por completo en el papel de Constanze.
—Todos sabemos que desobedeció una orden directa, Constanze. Se le indicó que debía seguir a Bianca Connor, y capturarla con vida. Pero él invirtió todos sus contactos en iniciar una cacería, incluyéndote a ti. Agradece que no estás sancionada ahora mismo por haberle seguido.
—Sí, gran maestro. Discúlpeme —dijo ella.
—Sin embargo, comprendemos tu dolor, de modo que no haremos más mención del tema, ni tampoco impartiremos una sanción hacia ti —intervino otro Ilmagrentha. Su voz sonaba increíblemente anciana, y agotada—. Ahora dime lo que sabes sobre Bianca.
—La perseguimos durante días, pero siempre lograba escabullirse, hasta que nos dimos cuenta que no estaba sola, y que además estaba investigando sobre nosotros —respondió—. Dar con el paradero de su cabaña no fue difícil, pero se nos escapó, luego de haber asesinado a todos.
—¿Y cómo escapaste tú? Supongo que, por las heridas de tu rostro, ella te debe haber plantado una buena pelea.
Bianca tragó saliva, antes de responder, sintiendo como todos los poros de su piel se erizaban de horror bajo su túnica negra. ¿Cómo habían podido verla, aquellos ancianos ciegos? Se preguntó.
—En cuanto me vi vencida, le robé la camioneta al hombre con el que vivía, y hui lo más rápido que pude —dijo, al fin.
—Podías haberla matado, pero sin embargo preferiste escapar. ¿Por qué?
—Las ordenes eran traerla con vida, gran maestro. No iba a contradecirlas.
—¿Sabes que ha hecho ella después? ¿Alguna idea sobre su posible paradero?
—Estuve hablando con una bibliotecaria de Clayton, donde ella siempre iba a tomar apuntes. Por lo que sé, solamente estaba perfeccionando sus habilidades psíquicas —respondió Bianca.
—¿No sabe absolutamente nada sobre Kirchlengern?
—No, estoy segura que no —mintió.
—Sin embargo, el hecho de que estuviese entrenando sus habilidades no deja de ser igual de peligroso para todos nosotros —intervino otro anciano—. Ella es la última de los Connor, y ha heredado algo muy grande por parte de sus padres, inclusive de nuestro Señor... Si descubre lo que es capaz de hacer, no hay quien pueda detenerla en caso que planeé usar sus habilidades psíquicas para atacarnos.
—Algo que muchos médicos soñaron realizar con MK-Ultra, pero perfectamente biológico y hereditario —dijo otro—. Nos aplastaría.
Escuchar aquello le infundió una oleada de irascible valentía. Los Ilmagrentha le tenían miedo, y eso la llenaba de satisfacción.
—No podrá contra nosotros —respondió.
—No, aún no. Pero podrá, si no tenemos cuidado y ella sigue incrementando sus habilidades psíquicas. Sin embargo, nosotros estamos mejor preparados. Se acercan las fiestas negras, y con los sacrificios correspondientes renovaremos el poder de las bajas entidades. La haremos débil.
—¿Tienes algún plan, Constanze? —preguntó otro Ilmagrentha.
Bianca meditó la respuesta un segundo. ¿Sería una pregunta capciosa, tal vez? Las dudas comenzaron a manar rápidamente. Quizá ellos ya tenían un plan, tal vez ya se lo habían comentado y la pregunta era una trampa. Sin embargo, y suponiendo que la pregunta fuese honesta, tenía una idea que quizá fuera útil a su favor.
—Así es, gran maestro —dijo, cerrando los ojos.
—Cuéntanos.
—Bianca Connor es una mujer implacable, la cual es movida por el odio hacia nosotros, y no va a tardar en descubrir sobre Kirchlengern. Si descubre que sus padres no incineraron con sal los restos de nuestro señor Luttemberger, es cuestión de días para que nos plante batalla —respondió—. Déjenos ir allá, y hacer guardia. Si podemos emboscarla, juro que la traeré frente a ustedes con todo el placer del mundo.
Alpha la miró de reojo, nuevamente, con los ojos muy abiertos esta vez. Ella lo miró, suplicándole con la mirada que confiara en lo que decía. En la sala reinó un profundo silencio, y luego un Ilmagrentha habló:
—Allí ya hay guardias, de este mundo y del infernal. Tú lo sabes bien, así que no veo el sentido por el cual tengas que ir allá antes de lo programado.
—Lo sé, gran maestro. Pero sería un honor para mí ser quien la capture y la traiga ante ustedes —insistió Bianca—. Además, se lo debo a Friedrich. Sé que ella buscará la manera de ir al bosque.
—¿Y cómo sabes tanto sobre lo que hará?
—Un buen cazador siempre aprende todo lo necesario sobre la presa. Entender su modus operandi, es una buena forma de tener éxito.
Un breve silencio sobrevino entre todos, nuevamente.
—¿Tú estás de acuerdo, Alpha? —preguntó uno de ellos.
—Sí, gran maestro.
—Bien, entonces que así sea. Partirán con una comitiva mañana al atardecer. Eso ha sido todo, pueden retirarse.
—Gracias, gran maestro —respondió Bianca.
Alpha asintió con la cabeza, apoyando dos dedos en su frente, y luego se retiró hacia la puerta caminando hacia atrás para evitar darles la espalda. Bianca lo imitó, y una vez en el pasillo, Alpha comenzó a caminar rápidamente. Ella lo siguió, y cuando estuvieron a una distancia segura, él se detuvo en seco.
—Eso fue arriesgado, muy arriesgado —dijo, con tono de recriminación.
—Pero ha salido bien.
—¿Por qué quieres ir a Kirchlengern cuanto antes? —preguntó Alpha.
—Quiero terminar con todo esto de una vez, no soporto un solo día más aquí. Todos parecen animales, solo gobierna la ley del más fuerte y siento que no tardarán en darse cuenta de la verdad. No creo poder despistarlos por más tiempo.
—Como prefieras.
Bianca asintió con la cabeza, y se alejó apurando el paso.
—Tendré que preparar mi equipaje cuanto antes —dijo.
—¿Adónde vas? Las habitaciones no quedan por ahí —respondió él, viéndola alejarse.
—Iré a dar una vuelta.
—¡Te perderás! —respondió, exclamando por lo bajo. Se estiró hacia ella y le sujetó del antebrazo—. No dejaré que vayas sola por los pasillos.
Bianca le miró la mano, y luego levantó los ojos hacia él. Ojos que parecían chispear centellas de fuego.
—No, no lo hare. Y más le vale que me suelte o lo lamentará.
Alpha no tuvo más remedio que soltarle el brazo, Bianca dobló entonces por un pasillo, y se perdió en la distancia caminando a paso ligero. Tratando de hacer la mejor memoria posible, buscó puerta tras puerta la ubicación de la armería. Atravesó pasillos, salas, patios y pasadizos de todos los tamaños y longitudes, pero no encontraba por ningún sitio lo que buscaba, y a medida que el tiempo pasaba, le parecía que el castillo contaba con sus propias ilusiones, que le jugaba al gato y el ratón. ¿Sería así? Se preguntó, y la respuesta era afirmativa, en un lugar como aquel no dudaba de lo que pudiese llegar a ocurrir.
El pánico comenzó a invadirla poco a poco, a medida que pasaban los minutos caminando hacia ningún lado. ¿Se habría perdido, tal y como le había dicho Alpha? Se volvió a preguntar, sintiéndose bastante tonta. Era bastante posible, teniendo en cuenta las dimensiones de aquel castillo. Poco a poco, su mente comenzó a jugarle lo que ella consideraba una mala pasada, ya que tenía la impresión de que había caminado dos veces por algunos sitios. Además, la apariencia de aquellos sitios era mucho más destruida que otros lugares, por lo que Bianca deducía que seguramente había llegado a los sectores deshabitados del castillo.
Aunque era de día, la luz comenzó a hacerse cada vez menos nítida a medida que se adentraba por los pasillos y las habitaciones abandonadas. El empapelado de las paredes estaba mohoso, la humedad y el frio se hacía sentir, mientras pensaba que con toda seguridad nadie hacia el mínimo mantenimiento en aquellos sitios. A la distancia, un golpe se hizo escuchar en una de las paredes, junto con un suave murmullo de conversaciones, al tiempo que comenzaba a remitirle un dolor sordo en la cabeza. Había algo, podía sentirlo como quien percibe la adrenalina del miedo corriendo por la sangre.
—¿Hola? —dijo. El eco de su voz pareció mucho más fuerte en el silencio de aquella planta, pero nadie le contestó.
Algunas de las puertas aledañas al pasillo estaban desvencijadas, y por el espacio entreabierto Bianca podía ver antiquísimos muebles abandonados a su suerte, como sillas de principio de siglo, polvorientas y con las patas quebradas en medio de la habitación, algunos cojines labrados, y algunos lienzos de pinturas desteñidas, con su marco de madera partido. Quería salir corriendo de allí, volver sobre sus pasos, pero por contrapunto tampoco quería que su temor la hiciera perderse aún más de lo que ya estaba.
Un siseo se escuchó al final del pasillo, seguido de una corriente de aire helado que la hizo retroceder un paso. Entre la penumbra, Bianca pudo distinguir primero una forma a ras de suelo, que se movía, y a medida que se acercaba, se dio cuenta que se trataba de una serpiente que reptaba hacia ella. Por detrás del ofidio un quejido ahogado, casi un gruñido animal.
Bianca sintió que se había paralizado, que su respiración y su pulso cardiaco cesaba en aquel momento. Todo se aquietó a su alrededor, mientras su mente repetía una y otra vez que el mal estaba allí, con ella. Esto es todo, se dijo, esta es la forma en la que moriré, sola y perdida en el castillo de mis enemigos, mientras soy destrozada por un espectro. Sin embargo, sabía que su padre había desterrado un capitán demoniaco del cuerpo de una joven adolescente, sin tener la mínima experiencia en exorcismos de ese nivel. Sin duda, ella podría hacer frente a la criatura que había allí, o moriría en el intento. Sin saber cómo ni por qué lo hacía, respiró hondo y extendió su mano derecha con la palma hacia adelante, mientras que con la izquierda se hacia la señal de la cruz en el pecho.
—Que mi luz sea la cruz santa, no sea el demonio mi guía. Apártate, Satanás, no sugieras cosas vanas, pues maldad es lo que brindas. Bebe tú mismo el veneno de tus colmillos, y que la blanca luz del padre te aparte de mis caminos —dijo, memorizando un texto que había leído en la biblioteca de sus padres.
Una sensación de tibia calidez le invadió el pecho desde el centro del corazón, y recorrió el torrente de sus venas circulando por la extensión de su brazo, erizándole toda la piel. Bianca abrió los ojos y frente a la palma de su mano una resplandeciente y homogénea luz se materializó, iluminando todo frente a ella. La serpiente siseó asustada y dio la vuelta. Al hacerlo, la criatura oscura que se escondía bajo su forma se reveló, pezuñas y garras, escamas y alas membranosas, cuernos y podredumbre. Tras los ojos completamente negros de aquel demonio Bianca pudo ver que le temía, intentó mostrar los dientes, amenazando, mientras daba un paso hacia atrás con sus cuatro patas, como un perro al cual se le amenaza con un palo, y en el momento en que aquella luz lo cubría por completo, se desvaneció en el aire con un chillido lastimoso.
La luz que irradiaba su mano se apagó progresivamente, y de nuevo la penumbra cubrió todo a su alrededor, pero el mal se había ido, podía notarlo dentro de su interior y en el ambiente, mucho más liviano. Las piernas le flaquearon, y temblando, debilitada, dio una exhalación y se dejó caer al suelo, arrastrándose entre el polvo hasta apoyar la espalda en la pared. Jadeaba agotada, como si hubiera corrido cincuenta kilómetros sin detenerse, mientras se preguntaba cómo había sido capaz de una manifestación de poder así. Se preguntó si sus padres la habían ayudado, donde quiera que estuviesen, y sonrió ante aquella posibilidad, agradeciendo mentalmente. Sin embargo, sus problemas aún no se habían solucionado del todo. Tenía que encontrar la forma de volver a encontrar el camino correcto hacia la armería, y no tenía ninguna idea de por donde comenzar.
De forma vaga recordó cuando había podido visualizar parte del texto e imágenes, que contenía el libro que la bibliotecaria le había regalado, con tan solo ponerle una mano encima. Quizá pudiera hacer lo mismo con el castillo, se dijo, aun a pesar de que se trataba de dos cosas con proporciones muy diferentes. Sin embargo, aún no sabía cómo había hecho aquella lectura la primera vez.
En cuanto recuperó las fuerzas, se apoyó en la pared con las manos para ponerse de pie, y desandar el camino que había tomado en un principio. Sus dedos no dejaban de acariciar el viejo y mohoso empapelado a medida que caminaba, buscando concentrarse para llevar a cabo aquella proyección. Muy a su pesar, los minutos pasaban y por más que quisiera hacerlo, su mente no percibía nada en absoluto.
—Por favor, vamos... —murmuró.
Con los ojos cerrados, apoyó las palmas de ambas manos en la pared a su lado, y concentró toda su mente en imaginar como empujaba la piedra hasta fundirse con ella y ser una misma con el castillo. La simulcognición fue instantánea, y Bianca sintió como era empujada hacia arriba a una velocidad vertiginosa. Pronto, tuvo visión clara sobre sí misma, y desde aquella distancia todo parecía mucho más pequeño y nítido, como si estuviera viendo el castillo sin paredes ni puertas. Al fondo del pasillo a la derecha había una serie de puertas, habitaciones vacías, pero una de ellas era un pasadizo que comunicaba la segunda planta con un patio interno y luego de ese patio, el ala principal del castillo. Desde allí, solamente tenía que continuar recto y tomar el primer recodo a la izquierda, la puerta del final sería la armería.
Abrió los ojos casi con un sobresalto, y comenzó a correr sujetándose las faldas del vestido con las manos, siguiendo el camino que había visto. Se sentía en extremo agotada, había puesto toda su voluntad tanto en repeler aquel demonio, como en la visión que le mostraba el camino. Pero aún a pesar de su cansancio, sonrió motivada. Los Ilmagrentha tenían toda la razón en temerle, se dijo. Bianca no era la misma mujer que recordaba, se había convertido en lo que nunca hubiera podido imaginar, y pondría toda la fuerza y habilidad de su mente en destruirlos a todos, porque ahora ya no tenía ninguna duda. Era capaz de hacer lo que fuese necesario para cumplir su objetivo.
Llegó a la puerta de la armería varios minutos después. Entró sin llamar, y el hombre que estaba tras el mostrador ordenando una serie de planillas, la miró.
—Buenos días, señorita. ¿Qué le ha pasado? —le preguntó.
Fue en ese momento en que Bianca se percató del estado de su vestido, con manchas de polvo y arrugado. Además de haber entrado sin llamar, como si fuera su habitación. Sonrió, mientras se encogía de hombros, tratando de simular descuido.
—Tenía muchas ganas de volver aquí, y darme un buen revolcón —dijo, con naturalidad. Aquel hombre sonrió también, asintiendo con la cabeza.
—¿Puedo ayudarla en algo? —le preguntó.
—Estoy en busca de pistolas, no demasiado grandes, que puedan pasar desapercibidas.
—Bien —dijo el dependiente. Se giró de espaldas a ella y abrió un cajón del exhibidor que tenía detrás suyo. Sacó unas tres pistolas diferentes, y Bianca se asombró por el tamaño. El largo de las tres era de no más que su propia mano cerrada—. Estas son las únicas que nos quedan según lo que usted necesita. Esta de aquí —le señaló una—, es una Sig Sauer de doble acción equipada. Tiene un armazón de polímero para hacerla más ligera y puntas redondeadas para evitar que se enganche en su ropa al extraerla. Esta —le señaló la segunda—, es una Glock con cargador de doble hilera, en caso de que necesite más disparos de lo normal. La última es una Ruger de doscientos ochenta gramos, semiautomática. Las tres son del calibre nueve milímetros.
Bianca tomó en sus manos la Ruger y le tomó el peso. Era tan pequeña, se dijo, costaba creer que fuera un arma de verdad.
—Hasta parece una pistola de juguete... —murmuró.
—El armazón está reforzado con fibra de vidrio, actualmente es la mejor pistola de bolsillo del mercado, si me permite decirlo.
—La llevo, ¿cuántas monedas vale? —preguntó ella.
—Treinta. ¿Cuántos cargadores va a llevar?
—Con dos creo que será suficiente.
—En ese caso son cincuenta monedas.
—Verá... no tengo monedas ahora mismo conmigo. Pero podría enviarla a mi habitación, ¿verdad? —preguntó Bianca.
—Claro, dígame cual es y se la enviaré esta misma tarde.
En aquel momento, pensó que había dado una mala respuesta. No tenía ni idea de cuál era su habitación como para darle una indicación precisa al dependiente. Además, si aquel hombre le preguntaba a alguien, los demás sabrían que ella portaría un arma dentro del castillo. Tenía que pensar en una respuesta rápida, o todo se iría a la basura.
—¿Sabe cuál es la habitación de Alpha? —preguntó.
—Sí, claro. ¿Qué hay con él?
—La pistola es un regalo que quiero hacerle antes de que parta a una misión, y no debe enterarse en absoluto —dijo ella. Se apoyó con las palmas de las manos en el cristal del mostrador, inclinándose un poco hacia adelante para mirarlo casi seductoramente, mientras presionaba el escote entre sus brazos. Lo miró directamente a los ojos, y vio que aquel hombre bajaba la vista a la deliciosa hendidura de sus senos—. Me arruinaría la sorpresa, ¿comprende?
—Comprendo.
—Mi habitación es la de al lado, no tendrá problema en ubicarla.
—Claro que no, allí estaré —dijo el dependiente, separando de las demás, el arma que Bianca había elegido.
—Gracias, quizá hasta sea recompensado por su discreción —le guiño un ojo, pero lejos de gustarle aquello, el dependiente la miró asombrado, mientras se señalaba su propia nariz.
—Uh... está sangrando —comentó.
Bianca se apoyó el dorso de los dedos en las fosas nasales y se miró, por desgracia era cierto. Sin decir nada, se dio media vuelta y salió cerrando la puerta tras de sí.
Una vez en el pasillo, apoyó la espalda en la pared y cerró los ojos, dando un resoplido conforme, mientras se limpiaba con la falda de su propio vestido. Todo estaba saliendo de maravilla, al menos de momento, a pesar de su sangrado. Se sentía poderosa, y sabía que poco a poco se acercaba al final de su misión. Tan solo era cuestión de tiempo para que los documentos le sean revelados y pudiera acabar con la secta de una vez por todas.
Se encaminó de nuevo hacia su habitación, a paso rápido. Al llegar al final del pasillo, dobló a la derecha y al hacerlo, casi se tropieza con un hombre. Al hacerlo, levantó la mirada y vio de quien se trataba. Era con quien había tenido el altercado aquella mañana, en el desayuno. Al tenerlo frente a ella, parecía mucho más imponente incluso, de pelo tan negro como la misma noche y al menos sus buenos sesenta centímetros de espalda. Él se giró al sentir el repentino empujón, y la vio, esbozando después una sonrisa.
—Vaya, hoy es mi día de suerte —dijo. Bianca trató de evadirlo hacia un costado, pero él se interpuso.
—Aparta —dijo ella.
—¿Adónde vas? ¿Me has extrañado mientras estabas en Norteamérica?
Bianca lo miró directamente.
—O te apartas, o lo lamentarás —dijo.
Rápidamente, aquel hombre la tomó de los brazos y la empujó hacia atrás. La espalda de Bianca chocó contra la pared y ella no pudo evitar dar un quejido de dolor. Le acercó el rostro al suyo y la miró como si la estuviera analizando, le lamió la sangre de la nariz, que se escurría por su barbilla, y luego le mordió el labio inferior.
—Te lo voy a hacer tan duro y fuerte que tu hermoso culo sangrará por días, y el puto viejo de Alpha no podrá hacer nada para evitarlo —le susurró cerca de su cuello, con una sonrisa—. Duermes con él, ¿verdad, cerda? Por eso te protege tanto, pero ya no más.
En un movimiento rápido, Bianca le dio un rodillazo en la entrepierna. Él la soltó, adolorido.
—¡Ah, perra! —exclamó. La tomó del cuello y la abofeteó con el revés de la mano, haciéndola desplomarse a un costado. Bianca sintió que sus sentidos se difuminaban por un momento, y una parte de su mente agradeció que no le hubiese golpeado con el puño, o la hubiera desmayado allí mismo. Tenía una fuerza descomunal, pensó, mientras sentía el gusto a sangre en la boca.
Retrocedió arrastrándose por el suelo, en el momento en que lo vio avanzar de nuevo hacia ella, pero en aquel momento una fina cuerda de piano lo sujetó por el cuello. Su atacante abrió grandes los ojos, víctima de la sorpresa, e intentó torpemente de ponerse las manos en la garganta, sin éxito. Por encima de su hombro, asomó el rostro de Alpha, con su constante serenidad envuelta en las arrugas de la edad.
—Te lo diré una vez más, y no lo volveré a repetir, Günther —le dijo, susurrando en su oído—. Quiero que dejes en paz a Constanze. Ella ahora es mi protegida, ya que Friedrich ha muerto. Y sabes bien que con él sería mucho peor, ¿verdad? Él no te hablaría dos veces, él te mataría a la primera.
Intentó revolverse como un gato con las patas atadas, mientras hacía sonidos de ahogo. Con movimientos torpes intento propinar codazos hacia atrás, pero Alpha lo tenía bien sujeto y cada vez que se movía, la cuerda de piano laceraba aún más su garganta, convirtiendo aquello en un arma mortal.
—Te voy a soltar, pero antes quiero que me asegures de que has entendido lo que te dije. Si vuelves a dirigirle la palabra, o a mirarla siquiera, te asesinaré esta noche antes que puedas darte cuenta de lo que te ha pasado. Y tú bien sabes que puedo hacerlo, así que más te vale no hacerme enojar de nuevo. Ahora levanta el pulgar si lo has comprendido, ¿está bien?
Casi de forma desesperada, levantó la mano derecha con el pulgar hacia arriba. Alpha lo soltó, empujándolo a un costado, y con paciencia recogió su cuerda de piano. Günther se tomó el cuello con las manos, comprobando que había comenzado a sangrar un poco, y luego miró a Bianca con furia. Sus ojos saltaron hacia Alpha, y abrió la boca para decir algo, pero él negó lentamente con la cabeza.
—Guarda silencio y lárgate de aquí —dijo Alpha.
Volvió a mirar a Bianca una vez más, y se alejó por el pasillo sin decir una sola palabra. Alpha entonces caminó hacia ella y le extendió la mano. Bianca aceptó, y se levantó del suelo.
—Gracias —le dijo. Luego escupió un poco de sangre al suelo.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Sí, solo me ha abofeteado, supongo que me he mordido.
—Si vuelve a tocarte, le cortaré las manos y luego lo mataré. Solo tienes que decírmelo.
—Por ahora solo acompáñeme a mi habitación, por favor. Quiero descansar y beber algo. Estoy exhausta.
—Vamos.
Comenzaron a caminar juntos en completo silencio, aun a pesar de que Bianca percibía la mirada de Alpha encima suyo. Sin embargo, aquello no le importaba. Lo único que deseaba era descansar, acostarse a mirar el techo y conectarse con esa parte de sí misma que aún no sabía dominar, pero que latía dentro suyo dándole el poder que necesitaba para continuar adelante. Su mente recordó viejas películas de ficción que había visto alguna vez, y se sintió una ridícula heroína desgastada. Sonrió, mientras caminaba, negando con la cabeza.
Siempre había querido ser egoístamente insuperable, la mejor de su rama, la niña perfeccionista en cada maldita cosa que hiciese. Y ahora, sin embargo, sentía que cada vez se acercaba más al apellido que la representaba. Sus padres apenas habían tenido preparación y aun así fueron capaces de forjar un sólido renombre. Pero ella, sin embargo, era la fugitiva. Un despojo de la mujer que había sido una vez, la simple adinerada que no sabía vivir sin su jacuzzi y el Audi. Ahora esa mujer quedaba atrás, para convertirse la última guerrera blanca de los Connor, la que haría cosas que ni siquiera sus padres pudieron concebir alguna vez.
Llegaron a la puerta de la habitación, y justo en el momento en que apoyaba su mano en el picaporte, Alpha preguntó:
—¿Te encuentras bien?
—Sí, solo quiero dormir, y cambiarme de ropa. Gracias por haberme ayudado.
—No tienes por qué agradecer.
Bianca asintió, abrió la puerta y cerró tras de sí, cerrando con llave. Una vez en la soledad de su cuarto, caminó hasta el baño privado, abrió el grifo y se enjugó la sangre de la boca y su nariz. Se quitó el vestido mugroso, mirándose frente al espejo el cuerpo desnudo, enflaquecido. Bajo las luces encendidas y los reflejos de los azulejos blancos, se dio cuenta que tenía un aspecto deplorable en comparación a quizá, un par de años atrás. Tenía ojeras, aun no se había recuperado de algunos golpes en su rostro y se le notaban algunas de las últimas costillas. No podía estar en peores condiciones, se dijo.
Metió las dos manos haciendo cuna debajo del agua, y cuando juntó suficiente, se mojó el rostro y el cuello. Algunas gotas se escurrieron por entre sus pechos, y al mirar su reflejo por segunda vez, lloró mientras se abrazaba a sí misma. Daria lo que fuera necesario por tener a su lado a Ellis otra vez, que la abrazara como antes y le dijera al oído que todo iría bien, que no tuviera miedo. A sus padres y su consejo sabio, el perfume de la colonia para después de afeitar de Alex y aquella eterna sonrisa, las bromas de Angelika y el tono de su voz, complaciente y melódica.
Pero a pesar de todo lo que ella pudiera desear, de lo que fue y de lo que será, no podía hacer nada para cambiar la historia que la condujo hasta aquel lugar. El calor de las lágrimas contrastó las sensaciones en su piel junto con el agua fría, y dando un suspiro, cerró el grifo y caminó con lentitud hasta la cama. Allí se dejó caer, se cubrió el cuerpo con una manta de plumas, y antes de lo imaginado, se durmió.
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