
II
Bianca despertó al día siguiente luego de una incómoda noche de sueño. Le había costado dormirse, y cuando por fin logró aquietar su mente y dejarse acunar por los brazos de Morfeo, las pesadillas fueron constantes. Soñaba un montón de cosas sin sentido, se veía a si misma corriendo por lugares que jamás había visto, perseguida por algo que tampoco podía ver con claridad.
El clima de aquel martes tampoco ayudaba a su malestar interior. El día había amanecido cubierto bajo una espesa cortina de lluvia con ráfagas de viento muy fuerte, así que en cuanto se puso de pie, encendió la cafetera y luego la estufa a leña, llenando toda la casa de humo y gastando demasiadas piñas de las que hubiera creído. Aún faltaba un par de meses para el invierno, pero suponía que sería uno de los más crudos de la última década, y debía practicar como encender una estufa correctamente, se dijo con cierto pesar.
Una vez que hubo preparado su bandeja del desayuno, se sentó frente a la computadora, colocando su taza de café y el plato de tostadas a un lado, y conecto las cámaras por USB. Un menú desplegable se abrió en la pantalla, y abrió la carpeta. En la cámara infrarroja solo había dos imágenes. En la primera lograba verse, muy claramente al lado de la fuente, una figura encorvada y translucida que parecía estar sentada en uno de los bordes. No tenía rostro, era completamente oscura, y sus pies se difuminaban en el aire, como si levitara de alguna forma. La segunda imagen era peor. Estaba completamente a oscuras, a excepción de dos puntos brillantes separados entre sí. En los bordes de la imagen pudo ver como un halo grisáceo asomaba, semejando al borde de una capucha, y en medio de los dos puntos luminosos también había algo, simulando una especie de tabique nasal.
Razonó que aquella ultima imagen debía tratarse de un rostro en primerísimo primer plano, y se dio cuenta que se sentía muy incómoda viendo aquello, de modo que procedió a imprimir ambas tomas y luego desconectar la cámara. Conectó la Kirlian, después, y el mismo menú desplegable se abrió.
En aquel instrumento solamente se hallaba una sola imagen, la que le había pedido a Lisey que fotografiase, y lo que halló le dio una muy mala espina. En la imagen se veía el terreno de la propiedad completamente vacío, salvo por los escombros y la vegetación. Sin embargo, el centro de enfoque de la cámara estaba cubierto por una gran mancha negra, muy espesa y uniforme. A Bianca le llamó la atención algunas líneas rectas que parecía contener aquella sombra, y con un presentimiento de duda se levantó de la silla para caminar hasta la biblioteca de sus padres, donde se hallaba la carpeta con el caso Luttemberger.
La abrió rápidamente buscando las fotografías que había tomado su padre de la mansión, en una de sus visitas, y pudo encontrar una imagen donde se veía claramente toda la edificación completa. Entonces acercó el papel a la pantalla y comparó los resultados, con éxito. Aquella sombra coincidía con muchos puntos de la estructura de la mansión, como si su energía hubiera tomado su forma y se conservara perfectamente. Habían quemado la mansión, sus restos fueron demolidos por orden estatal, pero aun así la cámara había captado con perfecta claridad su silueta malévola y peligrosa.
Bianca dio un sorbo de su café. Sin darse cuenta, la mano le temblaba nerviosamente. Tomó un marcador y cuando la imagen se imprimió, trazó un círculo alrededor de la anomalía oscura y escribió: ¿Aura?
Dio un suspiro y buscó en su biblioteca una carpeta vacía, para meter todas las fotografías y algunas anotaciones dentro. Estaba convencida de que solamente había captado el aura de la casa, y nada más, ¿pero y si allí había algo que escapaba de sus investigaciones? Se preguntó. Era posible, a fin de cuentas, había muchísimas cosas que aún no conocía en lo más mínimo.
Dio un bocado a una de sus tostadas, mientras que se levantaba de la silla y caminaba hacia el magnetófono portátil. Lo encendió, conectando sus auriculares al aparato, y volvió a la silla del escritorio mientras que rebobinaba la cinta. Se colocó los auriculares en sus oídos, y tomó su taza de café mientras pulsaba el botón de play. Las bobinas comenzaron a girar lentamente y escuchó con atención.
En un principio, la cinta solamente reproducía el sonido ambiente, como, por ejemplo, los pasos de ambas mujeres en el suelo de tierra. De pronto descubrió que había dos cosas que le llamaban muchísimo la atención. La primera de ellas era que el sonido de los pájaros había quedado grabado claramente, podía oír con perfección el gorjeo de diferentes especies de aves en un día típicamente soleado. Lo segundo, era el hecho de que había un sonido más que no correspondía con nada de lo típico.
Le hubiera gustado tener un mínimo conocimiento de edición de audio para así poder digitalizar las cintas en su computadora, y analizarlas con mucha más claridad, pero debía arreglárselas con lo que sabía y tenía al alcance de la mano, de modo que subió el volumen al máximo y escuchó con más atención. Podía escuchar, muy tenue pero perfectamente identificable, una respiración. Más que una respiración, era como si alguien estuviera jadeando roncamente a lo lejos.
Bianca apagó la cinta y dio un suspiro temeroso. Sabía que era posible encontrar algo al visitar aquella propiedad, pero nunca se imaginó hasta qué punto la afectaría ese "algo". Su teléfono sonó, haciendo que diera un salto repentino. Se apoyó la mano derecha en la hendidura de sus pechos, y se puso de pie para ir a contestar.
—¿Hola? —dijo, al atender. Del otro lado de la línea silencio absoluto, y unos segundos después, aquella ronca respiración volvió a escucharse. Sintió que la sangre se congelaba en sus venas, que de repente sus piernas parecían demasiado pesadas para sostenerse en pie. Sin embargo, se contuvo, y volvió a insistir: —¡Hable! ¿Quién es?
A pesar de sonar lo más amenazadoramente posible, no obtuvo respuesta alguna. Colgó y se quedó mirando el aparato de forma recelosa, hasta que volvió a sonar. Pensó la idea de no responder, pero tras titubear un instante, lo tomó en sus manos.
—¿Qué quiere? ¿Quién es? —insistió.
—Uh... le llamo de Golden Bullet. El Winchester que usted nos trajo para el mantenimiento, ya está listo —respondió la voz de un hombre, del otro lado.
—¿Usted ha llamado antes? ¡Si es así, déjeme decirle que...!
Pero él la interrumpió.
—Señorita, es la primera vez que la llamo. No entiendo a qué se refiere.
—Discúlpeme, no tiene importancia... —se excusó Bianca, un poco avergonzada. —Yo... le pido que perdone mi exabrupto, ¿puedo ir mañana a retirarlo? El clima está fatal y no me gustaría enfermar.
—Claro, estamos abiertos todo el día.
—Perfecto, muchísimas gracias.
Bianca colgó y se retorció las manos, pensativa. Tenía una sensación de malestar con todo aquello que no podía negar, y pensó que quizá haber ido a la propiedad Luttemberger había sido un error, después de todo.
La tormenta había crecido a medida que el mediodía se acercaba, y Bianca tuvo que encender las luces de toda la casa, ya que la penumbra era tal que parecía como si estuviese anocheciendo. Recogió el plato del desayuno y la taza de café que aun contenía la mitad, pero se enfriaba paulatinamente, y marchó a la cocina. A mitad de camino, la televisión se encendió por si sola, transmitiendo la BBC. Se detuvo y la observó, confundida y en completo silencio.
Apresuró el paso hasta la cocina, dejó todo encima de la mesada de mármol, y volvió al living, apagando la televisión con el mando a distancia. Entonces su equipo de música se encendió, y antes de que Bianca saliera de su sorpresa, se apagó como si no hubiera pasado nada.
—Por Dios... —murmuró. —¿Qué está pasando aquí?
Un rayo se escuchó en medio de la tormenta, seguido del estampido del trueno y el resplandor del relámpago, todo en un mismo segundo, y Bianca dio un salto. Miró a un lado y al otro, como si el miedo que comenzaba a invadirla le hubiera nublado por completo la capacidad de razonamiento. Atinó a hacer lo más inteligente y común en medio de una tormenta eléctrica, que era desconectar todos sus aparatos eléctricos. Comenzó por el living y luego por todas las habitaciones de la casa, y justo en el momento en que salía de la cocina, al desconectar la cafetera, todas las luces parpadearon un instante hasta apagarse.
En la más completa oscuridad, Bianca solamente podía escuchar el sonido de la lluvia, cayendo copiosamente y golpeando en ráfaga sus ventanas. Respiraba agitadamente, y no se atrevía a mover un solo musculo, además la cabeza había comenzado a dolerle. Sin embargo, se obligó a caminar hasta la biblioteca, y buscar rápidamente en los libros. Sus dedos le temblaban y trató de controlarse lo más posible, pero la desesperación la invadió por completo en el instante en que la televisión volvía a encenderse.
Bianca se giró sobre sus talones, la miró como si no diera crédito, y caminó hacia ella rápidamente. Revisó detrás y al mirar, el estómago se le comprimió en una pesada y caliente bola de plomo. El cable colgaba desconectado del aparato, y pulso el botón de encendido compulsivamente, pero no se apagaba. De pronto se miró el dorso de la mano. Una gota de tibia sangre le había caído encima, y cuando sintió sus labios húmedos, se llevó la yema de los dedos a las fosas nasales, para comprobar que estaba sangrando.
Un sonido de arrastre le llamó la atención, en medio del horror que cada vez aumentaba dentro de sí. Se giró, ignorando el televisor encendido, y muy lentamente, una silla atravesó la sala de un lado a otro, hasta el rincón. Bianca notó entonces que el aire se tornaba espesamente frio, y un olor acre a putrefacción comenzaba a invadir sus fosas nasales. Intentando controlar su miedo, hizo lo único que se le cruzó por la mente.
—En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu... —había comenzado a decir, mientras se hacia la señal de la cruz. Pero no pudo continuar.
La misma silla que se había movido deslizándose por la alfombra, salió despedida como una bala de cañón hacia ella. Bianca dio un grito y se arrojó de bruces al suelo, la silla paso volando a pocos centímetros de su cabeza y se estrelló contra la pared, partiéndose en pedazos. Astillas de madera volaron en todas direcciones, y Bianca se cubrió con las dos manos. Se puso de pie mirando todo a su alrededor, la televisión se había apagado, y retomó su oración lo más concentradamente que pudo.
En ese momento varios libros de la biblioteca comenzaron a salir despedidos hacia ella como proyectiles. Intentó cubrirse, pero le golpeaban por todas partes, de modo que como pudo, corrió casi en cuclillas buscando situarse detrás de un sillón. Un trozo de la silla que había impactado contra la pared le golpeó en la espalda, y Bianca dio un grito de dolor, cayendo en la alfombra.
En medio del caos que se había convertido la sala, recordó que sus padres tenían un libro con oraciones en latín, de modo que sin levantarse del suelo paseó la vista por todos los libros que se hallaban tirados por doquier, esperando encontrarlo. Lo vio bajo la mesa central, abierto por la mitad y con algunas hojas dobladas sobre sí mismas. Se arrastró hasta alcanzarlo, lo hojeó con prisa y se puso de pie, en medio del aquelarre en que se había convertido el living. Al encontrar la oración justa, tomó aire y exclamó, casi gritando:
—¡Sancte Michael Archangele, defende nos in proelio, contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium!* —leyó. El frio se acentuó y ahora más sillas habían comenzado a levitar, como si estuvieran midiendo el ángulo de impacto. Un libro le golpeó en la frente, y Bianca dio una exclamación de dolor, pero no se dejó caer, aun a pesar de que su ceja izquierda había comenzado a sangrar. Se mantuvo firme en pie, y continuó: —¡Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo, divina virtute, in infernum detrude!**
Al decir aquella última frase, todos los libros y las sillas que estaban suspendidas en el aire, cayeron al suelo a la misma vez, el hedor desapareció por completo y las luces se encendieron otra vez. A pesar de que el frio también se había esfumado, Bianca temblaba de pies a cabeza. Y allí pudo verlo, de pie frente a la puerta de entrada del rancho.
Era casi tan alto como la propia puerta, tenía un físico admirable y trabajado. Una larga cabellera negra y lacia, atada en una pequeña coleta que parecía coronar su cabeza, todo lo demás, estaba suelto y parecía seductoramente húmedo. La estaba mirando fijamente, con una expresión sexualmente caníbal, predatoria y llena de lividez. Tenía una camisa negra, con las mangas recogidas hasta poco más encima de los codos, y sus antebrazos estaban tatuados con serpientes entrelazadas en espirales, como si fueran flamas. Sus piernas, musculosas y largas, embutidas en un pantalón de cuero negro, terminaban en unas peludas pezuñas de cabra. Las facciones de su rostro eran perturbadoramente perfectas, como si estuvieran cinceladas a mano por un artista griego, tenía unos ojos demasiado azules, casi artificiales, y su piel era tan blanca como el papel. Bianca estimó que al menos debía medir dos metros de altura.
—¿De verdad crees todas esas palabrerías que acabas de recitar? —le preguntó, al tiempo que comenzaba a caminar hacia ella.
De pronto, Bianca se sintió excitada de una forma que jamás en su vida había experimentado. Casi le pareció sentir que, de forma literal, aquel ser se metía dentro del lóbulo frontal de su cerebro, haciendo que cada centímetro de su cuerpo se erizara como si estuviera sometido a una estática descomunal. Sentía su ropa interior muy mojada, resbalosa, y todo lo que cubría palpitaba del más salvaje deseo.
—¿Quién eres? —dijo, con la respiración agitada.
—Soy lo que tú quieras que sea —le respondió. Por una fracción de segundo, mientras caminaba hacia ella lentamente disfrutando del momento, Bianca tuvo una pequeña visión clara como el agua. Aquella entidad era el mismo Asmodeo en persona, demonio regente de los más bajos instintos sexuales. Lo vio en su forma original, y era sencillamente espantoso. Su piel era gris, como si estuviera muerta durante siglos, tenía dos cabezas, una humana y otra de carnero, y ambas estaban llenas de gusanos que supuraban por sus poros. Tenía dos alas membranosas, como un murciélago. En lugar de dos brazos, solo tenía uno, el otro estaba formado por una trompa de elefante, y era desproporcionadamente largo. Bianca lo vio moverse convulsivamente, baboso y putrefacto. Sin embargo, la visión duró un instante de breves segundos, de un momento al otro, aquel hombre perfecto y mórbidamente seductor estaba frente a ella.
—No sé cómo has llegado a este plano, ni cómo puedo expulsarte de aquí, pero lo haré si es necesario, maldito... —dijo ella, con un gemido. Se dio cuenta que estaba apretándose a sí misma un pecho por encima de la camiseta, e hizo un esfuerzo mayúsculo por sacar su mano de ahí.
Asmodeo se paró frente a ella y la miró de la cabeza a los pies, como si estuviera admirando una pieza exótica de museo.
—Ni siquiera sabes lo que eres, lo que tú misma representas, o eres capaz de hacer. Es mejor que vengas conmigo, Bianca. Yo puedo hacerte la mujer más feliz del mundo, llevarte a niveles de placer que aún no conoces, y ahorrarte un montón de sufrimiento —le dijo. El tono de su voz era modulado, surreal.
—No voy a dejar que me mates, juro por Dios que te devolveré a los agujeros del infierno a como dé lugar —respondió, mientras se descubría a si misma intentando desabrochar la cremallera de su pantalón. No podía aguantar por más tiempo aquello, necesitaba ser penetrada de una vez, que la embistiera contra el sillón y llenara todos los rincones de su cuerpo con placer. Al ver que ella intentaba luchar contra el impulso, le apartó las manos con delicadeza, y con dos movimientos de sus dedos, le abrió el pantalón, metiendo la mano adentro. Bianca pudo sentir con claridad los dedos que acariciaron su clítoris, el líquido propio de la excitación escurriéndose por sus pantorrillas, y gimió, cerrando los ojos e intentando apartarse, sin éxito. El control que ejercía Asmodeo sobre ella era solo comparable con las cadenas que una vez sujetaron a los titanes en las leyendas griegas. En el instante en que comenzaba a masturbarla penetrándola con dos dedos, se acercó a su oído y le susurro:
—Es mejor venir conmigo, y ser una reina en el infierno, que condenarte a una vida de servidumbre en el Poder Superior —dijo. El aliento le hervía como si tuviera un horno de fundición en las entrañas—. No eres una heroína, ni lo serás jamás. Tus padres vivieron su propio infierno, y el tuyo apenas acaba de comenzar.
—Suéltame... —gimió, temblando de placer y miedo.
—Yo estaba ahí, Bianca, en el momento en que te violaron y gozaron de tu cuerpo aquellos hombres. Yo tomé el control de uno de ellos, y disfruté como hacía muchos siglos no disfrutaba de una buena puta. Y de una forma u otra, te llevaré al infierno conmigo, ahora o después —le dijo.
En aquel momento, los dolores que había sufrido en aquella violación horrible, volvieron a latiguearle el cuerpo. Bianca dio un grito espasmódico de dolor, y un instante después, sintió que las manos en su sexo ya no estaban allí. Cayó de rodillas, jadeando, con lágrimas en los ojos y el rostro contraído por el miedo. Al escuchar la quietud a su alrededor, abrió los ojos. Aquella manifestación había terminado, Asmodeo se había ido.
Lentamente se puso de pie, y comenzó entonces a recoger sus libros uno por uno, en completo silencio, mientras la lluvia seguía azotando sus ventanas. Trató de ordenarlos en la biblioteca en el casi mismo orden tal y como estaban, como si aquello fuese un miserable placebo con el cual mantener ocupada su mente, y por último arrojó los restos de la silla destrozada a la estufa encendida, para que el fuego se los devorase.
Barrió las astillas de madera que estaban desperdigadas por todo el suelo, y luego se sentó al lado de una ventana, observando con cierta melancolía hacia el jardín ornamental del patio. Aún seguía temblando de miedo, pero luego comenzó a llorar, poco a poco al principio y luego intensamente, como la lluvia que se escurría por el cristal. Apoyó la frente en la ventana, empañándola con su aliento, y negó con la cabeza, pensando que harían sus padres en un momento como aquel.
¿Pondrían cámaras por todos los rincones? ¿Entrarían en trance y atacarían al espectro en el plano inferior para limpiar la casa? Se preguntó. La verdad es que una parte de sí misma comenzaba a arrepentirse de haberse introducido en aquel mundo, y todo el entusiasmo con el que había comenzado, se esfumaba de su ser como agua entre los dedos. De pronto ya no quería ser una investigadora paranormal, había sido un grave error.
Observó a su alrededor la casa, con todos sus muebles, su decorado, su televisor, sus sillones. Pero la esencia de sus padres, sus libros, su biblioteca, sus viejos fantasmas, los marcos de las puertas tallados con símbolos de protección que no conocía en lo más mínimo y que tampoco servían de nada, todo estaba allí. Sintió de pronto una oleada de repulsión y odio visceral, se apartó de la ventana y gritó, al vacío living.
—¿Qué quieren de mí? —preguntó, con las mejillas encendidas de la rabia y la frustración —¿No soy la hija que esperaban, verdad? ¡No me interesa ser como ustedes, no quiero ver fantasmas ni demonios!
Sin embargo, nadie le respondió. La sala se hallaba en el mismo típico silencio. Decidió que no quería permanecer allí un momento más, de modo que caminó hasta su habitación, se quitó el pantalón y se inspeccionó la ropa interior llena de flujo, y asqueada, comprobó que se había acabado encima. Maldiciendo con furia y sintiéndose denigrada a límites insospechados, tomó ropa limpia y se metió a la ducha cuanto antes. Veinte minutos después salió, se secó el cuerpo y se vistió, luego llenó a Itzi sus platillos de agua y comida, se pegó con cinta orgánica una pequeña venda en su ceja herida, y tomando las llaves de su coche y las de su casa, salió al porche de madera. Cerró la puerta tras de sí, y corrió hasta el Impala tratando de mojarse lo menos posible. Subió al coche, y abriendo la portería de hierro con el control remoto, encendió el motor y salió a la calle, cerrando tras su marcha.
Condujo velozmente hacia la casa de Lisey, al menos tan rápido como podía, con los faros de largo alcance encendidos para poder ver con relativa claridad el camino que se extendía por delante. Metió la mano en la guantera del Impala, sacó el paquete de cigarrillos que siempre guardaba para fumar mientras conducía, y tomó uno con los labios, encendiéndolo después con el brasero del coche. Soltó el humo compulsivamente y miró por el espejo retrovisor hacia los asientos traseros. Comenzaba a ponerse cada vez más psicótica, se dijo, y debía controlarse o acabaría enfermando.
No encendió la radio durante todo el camino, solamente condujo como una autómata evitando pensar en nada más. Debido a la fuerte tormenta, no había casi tráfico, de modo que demoró mucho menos de lo habitual. Al llegar, subió a la acera y tocó la bocina con insistencia, casi que aporreándola con el puño. A través del cristal del parabrisas, pudo ver que Lisey descorría una de las cortinas del living, mirando a través de la ventana. Le hizo un gesto que esperase, y un momento después salió al patio con un paraguas, caminó hasta la portería y la abrió de par en par. Bianca entonces entró con su coche al patio, y apagó el motor, que humeaba a través del capó.
Esperó a que Lisey se acercara a ella, entonces metió el paquete de cigarrillos en su bolsillo, salió del coche y se refugió bajo el paraguas que llevaba, hasta entrar a la casa. Una vez a resguardo bajo el porche, Lisey le preguntó, mientras cerraba el paraguas:
—¿Qué haces aquí con esta tormenta? No debiste haber conducido en estas condiciones...
—Tenía que salir de casa, no me detuve a pensar en eso.
—Pero, ¿qué ha pasado?
—Estaba revisando las grabaciones y fotografías de la propiedad Luttemberger, allí hay un aura muy oscura con la forma casi exacta de la mansión —explicó Bianca—. Luego la luz se cortó, la televisión se encendía y se apagaba aun desconectada, y un demonio se manifestó.
—¿Cómo? —preguntó, horrorizada. —¿Un demonio?
—Me manoseó, Lis, fue horrible. Era Asmodeo, lo vi claramente. Y era horrible porque parecía tener control sobre mí, me hizo disfrutarlo.
—¿Has tenido contacto íntimo con él? ¿Es eso lo que quieres decir? —preguntó Lisey, temerosa por la posible respuesta.
—En absoluto, lo intentó por todos los medios posibles, pero creo que pude anteponerme a su voluntad. De todas formas... —Bianca bajó la mirada al suelo, avergonzada de sí misma. —Me hizo alcanzar un orgasmo, antes de irse.
—¿Y luego que sucedió? Es muy importante que no le hayas permitido poseerte.
—Me duché, y me vine lo más rápido que pude. No podía estar sola un minuto más en mi casa.
Lisey la envolvió en un abrazo, mientras sentía que Bianca tiritaba, no sabía si por frio o por miedo.
—Dios mío, ni siquiera te has curado eso —comentó, señalando su frente. En el lugar donde el lomo de aquel libro había impactado de lleno, se había formado un chichón que iba en aumento, y su ceja seguía sangrando por debajo de la venda, pero a Bianca ni siquiera le importaba—. ¿Qué te ha pasado?
—Un libro me golpeó, y una silla. Tenías que haber visto eso, era un caos por completo.
—Cielo santo, ven... —Lisey la tomó de la mano y la guio hasta el baño. Abrió el botiquín y tomando unas gasas limpias, le lavó la sangre que comenzaba a secarse formando una costra, y luego le aplicó un vendaje nuevo. —Creo que deberías quedarte aquí esta noche.
—No quiero molestar, solo vine porque necesitaba salir de mi casa cuanto antes, no me sentía cómoda allí.
—No molestas en absoluto. Robbie ha ido a comprar la cena a dos calles de aquí, haremos estofado de verduras, si gustas.
—Está bien, me quedaré esta noche, entonces —respondió Bianca, al volver al living junto a Lisey—. Estoy comenzando a arrepentirme por completo de haber ido a esa maldita propiedad —añadió, mientras sacaba un cigarrillo de su paquete.
—No fue una buena idea, sin duda. Pero si me permites mi consejo, creo que lo mejor sería desistir de esta persecución —Bianca la miró como si no comprendiera lo que decía, mientras encendía su cigarrillo—. Sé que te han hecho mucho daño, pero ellos son más fuertes que tú, y hay fuerzas que aún siguen actuando con respecto a esa mansión.
—Si tú pudieras destruir a quien obligó que mi tío se suicidase, ¿no lo harías? ¿O simplemente te quedarías en un rincón, lamentándote y retorciéndote las manos el resto de tu vida, sin hacer nada?
—Claro que lo haría... —respondió Lisey. —Solo si no fuera el mismo Lucifer.
—Entonces no me pidas que renuncie a esto. No soy una mujer que se queda de brazos cruzados. Y no voy a permitir que estos hombres continúen su vida sin pagar por lo que me hicieron, ni tampoco voy a permitir que Asmodeo, ni ningún otro demonio, continúe acosándome. Aunque me paralice el miedo, voy a continuar adelante.
Lisey suspiró, asintiendo con la cabeza.
—Lo sé, por algo llevas la sangre de tus padres, eres exactamente igual a ellos —dijo—. Pero como amiga, te sugiero que consideres la idea de renunciar a esto. No eres una super mujer, no debes arriesgar más tu vida. Lo que ha pasado en tu casa solo fue un juego, créeme que, si Asmodeo lo hubiese querido, no estarías aquí parada hablando conmigo. Estoy segura que si dejas de sacudir el avispero, todo volverá a la normalidad con el paso del tiempo.
—Ya estoy en el juego, esa es la realidad, Lis. Asmodeo me dijo que yo no sabía quién era, ni conocía lo que era capaz de hacer. Pondré a prueba lo que dice, a ver qué tanto es cierto.
En ese momento, Rob entraba a la casa, cubierto por su pilot de nylon. Se sacudió un poco el cabello, que lo tenía empapado igual que su rostro, y se quitó el pilot colgándolo del porche, para que se secara. Ingresó al living y sonrió al ver a Bianca.
—Hola, Bian. No sabía que vendrías —al ver la cara de ambas, entendió claramente que no era una buena situación—. ¿Qué ocurre?
—Se quedará aquí por esta noche, cariño —respondió Lisey—. Ha sufrido un ataque en su casa, y no se siente segura.
—Oh, me parece bien, no hay ningún problema. Haré más carne de lo habitual, y...
Rob no pudo terminar, el teléfono de línea sonó, y Lisey caminó hasta la pared donde colgaba, levantando el tubo.
—¡Hola, Ellis! —sonrió. —¿Cómo marcha la competencia? Ah... pues vaya, que bien... cielos, que tarde... sí, sí... ya ves... aquí el clima fatal, hay alerta meteorológica... pues cuanto me alegro por ello... —miró a Bianca de reojo. —Sí, he tenido noticias de ella... aham... en este momento está aquí conmigo, podrías hablarle... te la paso, claro...
Lisey le extendió el teléfono a Bianca, la cual negó con la cabeza silenciosamente, gesticulando de forma exagerada. Lisey no se movió, pero le hizo un gesto desdeñoso ladeando la cabeza a un lado. Bianca entonces puso los ojos en blanco, y caminó hasta ella, aceptando el teléfono.
—Hola, Ellis.
—Hola, Bianca —saludó, del otro lado. Se lo notaba nervioso y desconcertado, pensó ella—. ¿Cómo estás?
—Pues justamente no es un buen momento para preguntarlo —respondió.
—Oye, quería pedirte disculpas por lo que pasó la última vez... yo juro que mis intenciones eran buenas contigo. Nunca me imaginé que fueras a reaccionar de esa forma.
—Ellis, solo quiero que me respondas una cosa —Bianca se hizo pinza con los dedos en el tabique nasal, tratando de ignorar el dolor de cabeza que comenzaba a punzarle nuevamente. Lisey la miraba en silencio—. ¿Tú me has tocado?
—¿Qué? ¡En absoluto!
—¿Has mirado bajo mi ropa interior?
Del otro lado de la línea, Ellis dio un suspiro resignado.
—Escúchame Bianca, sé que mi palabra no tiene ningún tipo de valor para ti ahora mismo. Pero te juro por lo que más quieras, que no he mirado debajo de tu ropa interior, ni me he propasado aprovechando tu borrachera, ni nada que se le parezca —dijo—. Te quité la ropa solo para que durmieras un poco más cómoda, pero me arrepiento todos los días de haber hecho eso sin tener tu consentimiento. Juro que mi intención era buena, y aún lo sigue siendo. De todas formas, sé que es algo tarde, de modo que me lamentaré y continuaré con mi vida sin problemas. Pero no sigas enojada conmigo por algo que no hice, por favor. Si algún día volvemos a vernos, me gustaría poder saludarte como viejos amigos.
Bianca permaneció en silencio escuchando aquello. Había algo dentro de sí que se removió al escuchar su confesión. No se esperaba que Ellis fuera a hablarle tan sinceramente, y tampoco esperaba sentir culpabilidad. Tal vez él tenía razón, ¿y si en verdad la había acostado, y nada más? Se preguntó. Prefería dejar ese pensamiento como valido, al menos por ahora. Ya tenía suficiente con haber sido atacada por un maldito demonio en su propia casa, se dijo.
—¿Bianca? ¿Estás ahí? —dijo él, creyendo que había colgado.
—Sí, aquí estoy... —respondió, saliendo de sus pensamientos.
—Pues... dime algo.
—Sí, supongo que tienes razón —respondió ella—. Te pido que disculpes mi comportamiento, mi vida ha sido difícil últimamente.
—No tengo nada que disculpar, en cambio yo te pido disculpas a ti, por generar un malentendido tan nefasto.
—No hay problema —respondió Bianca. Intentando acabar la conversación de una vez, preguntó: —¿Quieres que te pase con tu hermano?
—Oh, si fueras tan amable.
—Ahí viene.
Antes de que Bianca se alejara del teléfono, Ellis exclamó:
—¡Bianca, espera!
—¿Sí? —dijo ella, volviendo a acercar el teléfono a su oído.
—Gracias.
Bianca no respondió, porque Rob ya estaba allí. Pero esbozo una sonrisa reconfortante al mismo tiempo que le cedía el teléfono. Entonces se alejó, y se sentó en uno de los sillones de la sala, para que los hermanos pudieran hablar tranquilos. Lisey se sentó a su lado, y le rodeó los hombros con un brazo.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—No lo sé, supongo que sí.
Lisey observó como Bianca encendía un nuevo cigarrillo de forma compulsiva.
—Pues no se nota.
Bianca miró como Rob hablaba con su hermano, dio una nueva pitada y soltó el humo con rapidez, casi dando un resoplido.
—Solo quiero no pensar en nada más, al menos por ahora —dijo, mientras dejaba caer una lágrima—. He visto un demonio, de forma clara, con mis propios ojos y en mi casa. Ese demonio me ha masturbado, y me ha dicho que aún no he sufrido lo suficiente. No puedo sentarme a esperar lo que sea que esté destinado a pasarme, debo hacer algo.
Lisey asintió con la cabeza, y la estrechó contra si un momento más en silencioso consuelo, luego se puso de pie y caminó hasta la cocina, para preparar la carne.
*"San Miguel arcángel, defiéndenos en batalla, se nuestro amparo contra las maldades y acechanzas del diablo". — Oración en latín.
**"Arroja al infierno a Satanas y a los demás espíritus malignos, que rondan por el mundo buscando la ruina de las almas". — Oración en latín.
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No volvieron a hablar más del tema, ni durante la cena ni después, luego de que se hubieran quedado de sobremesa un rato, bebiendo alguna que otra cerveza. Rob contó las novedades acerca de su hermano, iba cuarto puesto en la competencia, pero su tiempo de carrera cada vez iba mejor, a pesar de que se hallaba extenuado. Su bicicleta había tenido un desperfecto con el hidráulico de amortiguación en uno de los tramos de enlace, y había tenido que perder tiempo valioso de competición en repararla, ya que a los Riders no se les permite ayuda externa de ningún tipo, ya sea mecánica o de suministros alimenticios.
Bianca se mostró afablemente interesada en los detalles de la competencia y tanto Rob como Lisey respondieron todas sus dudas. Para ella, todo eso era un mundo nuevo del cual no conocía ni el más vago detalle, y los escuchaba con sincera atención. Finalmente, recogieron los platos de la mesa en cuanto las cervezas se hubieron bebido, le prepararon el cuarto de huéspedes a Bianca, y dando las buenas noches, se marcharon a su habitación. Ella, por el contrario, se quedó un momento más en el living de la casa, fumando distraídamente y mirando la lluvia a través de la ventana.
En un momento como aquel, su mente era una enorme y confusa maraña de pensamientos. Por un lado, veía la mansión, lo que había visto allí al posar su mano en el suelo de lo que alguna vez había sido la sala principal. Meditaba en el ataque de aquella tarde, en el pánico que había sentido de que ese horrible demonio la hiciera suya y después la asesinara. Su mano libre, la que no sostenía el cigarrillo, acarició con la yema de sus dedos el vendaje que le había colocado Lisey al llegar.
¿Hasta qué punto continuaría todo aquello? Se preguntó. No sabía cómo defenderse de algo que no veía, que no era tangible, que no podía sangrar. Sus padres supieron combatir las entidades que batallaron, pero ellos se habían tomado mucho tiempo de preparación, tenían un don especial. Ella era solamente una ejecutiva a quien habían despojado de su empleo, a quien los hombres de una secta le habían arrancado uñas de los dedos y la habían violado. Bianca no era como sus padres, ni por lejos. Lo había intentado, quería ser útil para ellos de alguna forma, saber que sentían un ápice de orgullo desde donde quiera que estuviesen.
Dio una pitada, mientras pensaba que extrañaba demasiado su antigua vida por muy ajetreada que fuese. Necesitaba sentir de nuevo el perfume a aromatizante de oficinas, el teléfono sonando constantemente, los contratos y las reuniones ejecutivas. Incluso hasta extrañaba las largas y tediosas jornadas en que le tocaba calcular el balance de ingresos trimestral. Hasta incluso se podía decir que extrañaba a Edward.
Ese miserable bastardo, pensó. No lo extrañaba a él, sino que extrañaba la mujer que había sido con él, su fogosa sexualidad, la pasión que la dominaba. Cuando estaba con él, no había momento en que al estar juntos no hubiera un rozamiento por mínimo que fuese. Si él estaba cocinando, ella se acercaba por detrás sin hacer ruido y lo acariciaba lívidamente. Si ella cocinaba, la situación era al revés. Y como esos acontecimientos, tantos otros más. Ahora, sin embargo, ya no sentía el mínimo apetito sexual desde lo vivido en su secuestro, a no ser la reciente influencia por parte de Asmodeo, se dijo. Sintió que se le revolvía el estómago de solo recordar eso, otra vez.
Al razonar aquello, se dio cuenta que fácilmente podía convertirse, más tarde o más temprano, en una mujer frígida. Sin embargo, también ponía en duda algo como eso. Los hombres no habían dejado de atraerle, pero al mismo tiempo no quería que nadie la tocase. Su mente volvió a traerle al recuerdo lo sucedido con respecto a Ellis, y sin evitarlo, prácticamente sin darse cuenta, estaba sonriendo. Le daba pena, pobre de él, pensaba una y otra vez. Solamente había querido cuidarla, hacer que durmiera placenteramente, y ella había actuado como una loca.
¿Y realmente no había mirado más allá? Se volvió a preguntar. No lo creía, se respondió mentalmente, mientras daba una pitada. Ellis parecía ser un chico honesto, al menos por ahora. Era una mujer muy atractiva, lo sabía con tan solo observar los hombres que la miraban al caminar por la calle, y sabía perfectamente que los hombres no se contentaban solamente con una mirada. Si Bianca había estado tan vulnerable aquella noche, Ellis podía haber realizado cualquier cosa con su cuerpo inerte que jamás iba a percatarse de ello. Sin embargo, al despertar, lo había encontrado profundamente dormido en su sillón y vestido de pies a cabeza.
Además, Lisey tenía razón. Y si había mirado, ¿qué más daba? Él no se había propasado con ella, y además una química especial flotaba entre ellos desde el primer momento en que cruzaron miradas. Bianca debía reconocer que había algunas cosas que le atraían de Ellis, más allá de su atlético y estilizado cuerpo propio de un deportista. Durante la cena se había comportado como un caballero, le había contado cosas muy íntimas, y se notaba que cuando amaba a alguien, lo hacía desde el corazón. Bianca recordaba el tono de voz que había utilizado cuando contaba su historia con aquella chica y el hecho de cómo le había engañado. Los hombres no sabían mentir, se dijo. O eran exageradamente brutos, egocéntricos y machistas, o eran demasiado tiernos y bondadosos. Tanto lo uno como lo otro, era fácil de notar.
—Bian, aun estás despierta... —sonó la voz de Lisey, detrás. Bianca se giró en su sillón, y la miró. Luego aplastó su cigarrillo en un cenicero.
—Sí, necesitaba pensar un poco en todo.
—¿Quieres contarme?
—Creo que tenías razón, fue un error haber visitado aquella propiedad.
—¿Y por qué lo hiciste, entonces? —preguntó Lisey.
—No lo sé, pero creo que después de haber perdido tantas cosas en mi vida, necesitaba sentirme útil para algo, o para alguien. Necesitaba buscar una conexión entre la gente que me hizo tanto daño, necesitaba que mis padres se sintieran dichosos de mí. Y lo único que causé con eso, fue llamar la atención de las huestes del infierno.
Lisey entonces le tomó de las manos y la miró como si fuera su hermana mayor, esbozando una sonrisa.
—Bian, tus padres te aman, siempre te amaron y lo hacen desde el cielo. No necesitas mostrar tu valía poniéndote en peligro para contentarlos, ni siquiera para contentarte a ti —dijo—. Con respecto a estos hombres, son gente peligrosa y ya has matado a uno de ellos cuando escapaste. Olvida todo esto, por tu propio bien, ahora eres libre y no han vuelto a molestarte. No arriesgues tu vida en una loca persecución que no te llevará a nada. Aunque los mates a todos, nadie te quitará el daño que te hicieron.
—Sí, supongo que tienes razón... —murmuró Bianca, asintiendo con la cabeza.
—Sé feliz, vuelve a rehacer tu vida. Aún estás a tiempo de conseguir un nuevo empleo en otra empresa, de enamorarte de nuevo —Lisey hizo una pausa, y añadió: —Ellis muere por ti, aunque no te lo diga, y sé que es un buen muchacho. Quizá el destino está dándote una nueva oportunidad de comenzar.
—Gracias, Lis —respondió Bianca, dándole un abrazo—. Tengo mucha suerte de poder contar contigo.
—¿Me prometes que vas a renunciar a esta idea de justicia por mano propia?
—Te lo prometo.
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