II
Bianca permaneció los días siguientes leyendo casi sin descanso todas las anotaciones de sus padres. Con gran parte de la documentación que pudo ver se horrorizó, pero también adquirió gran conocimiento sobre el increíble poder energético que contenía la mansión Schwarze Rose. Claro, ahora gracias a eso sabía perfectamente que lo que había visto aquella mañana en el polígono de tiro, había sido nada más ni nada menos que al propio nigromante alemán.
Sin embargo, aun flotaba en su mente una única duda: Si sus padres habían acabado con la mansión, ¿por qué ella ahora veía a su dueño? ¿Qué habían hecho mal? Se preguntaba a diario. A veces pasaba hasta varias horas sin dormir meditando aquello, o permanecía hasta altas horas de la noche leyendo una y otra vez los documentos de sus padres, pero sin embargo no podía encontrar la pieza que faltaba en el problema.
Otro punto a tener en cuenta, y que comenzaba a atemorizarla a medida que el tiempo iba pasando, era el hecho de que sus visiones cada vez eran más intensas y frecuentes. Al principio trataba de controlar aquello, buscaba evitar ver absolutamente nada, pero las visiones se volvían incontrolables, hasta que finalmente empezó a optar por aprender a canalizarlas de la mejor manera, tal y como le había aconsejado la propia Lisey. Tenía sus limitaciones, por el momento no podía ver absolutamente nada sobre sí misma, pero si podía visualizar hacia el pasado por breves periodos de tiempo.
También había mantenido muy seguido el contacto con ella, quien dentro de la medida de sus posibilidades la aconsejaba lo mejor que podía con respecto a sus visiones y su situación. Dia por medio se telefoneaban, o se reunían en su casa, para charlar sobre lo que Bianca iba descubriendo. Rob no podía ayudarla demasiado, a fin de cuentas, era tan solo un hombre común y corriente, que lo único que sabía de toda su historia era lo que Lisey le hubiese contado, y nada más, pero mostraba buena voluntad. Ellis, sin embargo, era otra historia. Se intentaba introducir en las charlas, opinaba, y mostraba intención de ayudar. Pero claro, entendía la mitad de las cosas, y Bianca se mostraba distante y al margen. Consideraba que sus comentarios e intentos por congeniar en sus charlas, eran simples galanterías que no estaba dispuesta a responder en lo más mínimo.
Aquel domingo, sin embargo, Bianca se hallaba en su día de descanso. Se permitía un día a la semana para olvidarse de todo este asunto, bajar la guardia, y sentarse en el espacioso living de su rancho a beber un te helado, y mirar televisión, o leer un buen libro. Era la mejor forma de no enloquecer, se decía siempre. Conocía, porque su madre le había contado aquella historia, como su padre poco a poco fue cayendo víctima de la enorme tensión que sufría, el pánico, el miedo y por sobre todo la descontrolada furia, y había abatido a tiros la casa en medio de una borrachera. Si quería continuar investigando este asunto de la mejor forma posible, lo mejor era permitirse un descanso al menos una vez a la semana, para vivir como alguien normal.
Se encontraba repantigada en el sofá más grande del living, arrebujada con una manta rosa y leyendo una novela de Tolstoi. No se había quitado el pijama desde la tarde, en que se había despertado de la siesta, y apenas había cocinado una hamburguesa con papas fritas y mucho queso cheddar. Por lo general se cuidaba mucho con respecto a la comida chatarra, pero se había levantado sin demasiadas ganas de cocinar, de modo que podía permitirse por una vez un alimento así. Cambió de canción en su equipo de música, usando el mando a distancia, y tomó un nuevo cigarrillo de su paquete. Lo encendió y dio una larga pitada, soltando el humo por la nariz. Itzi dormía entre sus piernas, hecha una bola de pelos, y calentándole los tobillos. Bianca sonrió, el fin de semana era perfecto.
Dejó el libro a un costado, abierto por la mitad, se apartó la manta de encima y tratando de no despertar demasiado a la gata, se puso de pie, calzándose sus pantuflas. Tenía que ir al baño, y además su té helado se había acabado. Dio una pitada a su cigarrillo y lo dejó encima del cenicero, en la mesita pequeña del living. Caminó hasta la cocina con el vaso largo en la mano, lo llenó de nuevo con su bebida, revolvió las dos cucharadas de azúcar, y lo dejó allí en la mesada.
Al salir al pasillo, notó que algo no estaba bien. Los cuadros que había en las paredes, con fotos de ella siendo pequeña, de sus padres en su más esplendorosa juventud, todos se hallaban del revés, y tenían los rostros chamuscados. Bianca sintió el aire demasiado cargado, como si estuviera electrificado de alguna cierta forma, y aquello le dio muy mala espina. No sentía pánico, pero estaba comenzando a asustarse, lo notó por el escalofrío que le recorrió desde los hombros hasta la punta de sus manos.
Retrocedió hasta la cocina sin mirar atrás, y del mobiliario donde guardaba las especias, tomó el pote de la sal. Metió la mano derecha dentro y tomó un puñado, luego la izquierda, y sacó otro puñado. Volvió a salir al pasillo, y caminó con lentitud. Escuchó ruidos desde su cuarto, unos sonidos que no sabía identificar, ya que no se asemejaban a nada que hubiese oído anteriormente. Eran como gruñidos, como si lo que fuera que estuviese provocando aquel sonido tuviera algo atorado en la garganta.
Con los puños cerrados conteniendo la sal, empujó la puerta de su habitación y entonces vio lo que había allí. El espectro era completamente gris cenizo, las piernas eran amorfas, torcidas. Su rostro era negro por completo, y vestía ropas harapientas, hechas jirones. Lo que era aún peor, era que aquel espectro era ella misma.
Bianca contuvo la respiración mientras que veía la escena completamente paralizada, aquel ente se encorvaba en un rincón, realizando movimientos desincronizados y anormales. Sus pies no tocaban el suelo, y el hedor que desprendía era insoportable, como si estuviera descompuesto. Repentinamente intentó abalanzarse encima suyo, pero Bianca fue más rápida, y con un rápido movimiento de sus manos, le lanzó los puñados de sal, primero uno y luego el otro formando una cruz. Entonces aquella entidad funesta se desapareció en el aire dando un chillido, volviéndose humo.
Salió de su habitación sin preocuparse en el desparramo de sal que había causado, y que luego tendría que aspirar de la alfombra y de su cama. Al correr por el pasillo, notó que los cuadros que pendían de las paredes se hallaban en perfecto estado, de modo que el evento paranormal se había acabado por completo. Avanzó hasta el living, y tomó su teléfono. Su cigarrillo se había consumido por la mitad, de modo que lo apagó y encendió uno nuevo, pitando nerviosamente mientras marcaba el número. Del otro lado de la línea, sonó la voz de Lisey.
—Hola, Bian.
—Necesito salir de aquí, ¿estás en tu casa?
—Sí, estábamos por cenar, justamente, así que llegas a tiempo si te apetece comer pollo asado —Lisey hizo una pausa antes de preguntar: —¿Ha sucedido algo grave?
—No lo sé. Pero quiero salir de mi casa.
—De acuerdo, te esperamos.
—Gracias, Lis —respondió Bianca, antes de colgar.
Sin esperar un solo momento más, volvió de nuevo a su habitación, tratando de ignorar el miedo potencial que representaba para ella un acto así. Se detuvo en el umbral de la puerta viendo a su cama y la alfombra, la sal regada por todas partes, y exhaló un suspiro. Tomó ropa limpia y se cambió rápidamente, luchando con el temblor de su cuerpo. Al salir cerró la puerta tras de sí, tomó las llaves de su coche, las de la casa, su cartera, y salió con rapidez.
Condujo a buena velocidad, mucho más de lo que estaba acostumbrada a conducir, y demoró poco tiempo en llegar hasta la propiedad de Lisey. El aire fresco había aplacado sus nervios, mientras concentraba su atención en la carretera que se extendía por delante. Apenas se detuvo un instante para comprar un nuevo paquete de cigarrillos y unas cervezas para la cena, ya que la habían invitado no quería llegar con las manos vacías. Al llegar a la casa, se sorprendió que la esperaran con la portería de hierro abierta, de modo que, sin demorar un instante, ingresó al patio, apagó el motor del Impala, y descendió. La propia Lisey fue quien salió a recibirla a la puerta.
—¿Estás bien? ¿Te ha sucedido algo grave? —le preguntó, saludándola con un abrazo.
—Vamos, te contaré cuando estemos en la casa.
Ambas mujeres entraron al living. Sentados alrededor de la mesa, se hallaban Ellis y Rob. Dentro, las luces estaban encendidas, para evitar la penumbra del anochecer, y el olor al pollo que se cocía en el horno era delicioso. Lisey le hizo un gesto a Bianca para que ocupara una silla, y al sentarse, Bianca preguntó, al mismo tiempo que dejaba las cervezas encima de la mesa.
—¿Puedo fumar aquí adentro? —preguntó.
—Claro, no hay problema —Lisey se puso nuevamente en pie, para ir a buscar un cenicero pequeño. Bianca encendió un cigarrillo compulsivamente, soplando el humo con rapidez.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Rob.
—Un espectro me ha atacado en casa.
—¿Cómo era? —preguntó Lisey. Ellis miraba a todos con los ojos muy abiertos.
—No lo sé... era exactamente igual a mí. Tenía el cabello largo, como si estuviera mojado por algo, pero podía ver que bajo el cabello estaba muerta por completo. Vestía de gris, pero como si el vestido estuviera sucio o chamuscado. Me intentó atacar, pero le arrojé sal formando una cruz, y se desvaneció tan rápido como la vi.
Lisey permaneció pensando unos instantes, luego pareció asentir con la cabeza.
—Has tenido suerte, lo que viste fue un Doppelgänger.
—¿Qué es eso? —preguntó Bianca.
—Es tu doble demoniaco, por decirlo de una forma sencilla. Un tipo de espectro que, en términos paranormales, es un doble fantasmal de una persona viva. Por lo general la aparición de un Doppelgänger puede acarrear enfermedades, o la muerte para quienes copian. Son muy agresivos, y peligrosos.
—Cielo santo... —murmuró Bianca. —No sé qué hacer, realmente he tenido mucho miedo.
—Pero eres fuerte, te estas volviendo casi tan fuerte como tus padres.
—¿Tú crees?
—Claro que sí —aseguró Lisey, palmeándole una mano por encima de la mesa—. ¿cómo sabias que debías arrojarle sal?
—Créeme que se puede aprender mucho leyendo la biblioteca de mis padres. Aunque no sé, creo que una parte de mi lo hizo por impulso, no me detuve a pensar. Solo escuché un ruido en mi habitación, y antes de ir a revisar pasé por la cocina y tomé dos puñados de sal.
—Sin duda que has nacido para esto.
—La verdad, aun no lo creo.
Los cuatro permanecieron en silencio un momento, y Rob fue quien habló.
—Escucha, Bianca... creo que lo mejor sería que permanezcas aquí un par de días, entiendo que no hay como la comodidad de tu casa, pero al menos considéralo como un tranquilizante mental, una oportunidad para relajarte un poco de toda esta mierda —miró a Lisey, de reojo—. ¿Tú que crees, cariño?
—¡Claro que sí, yo digo que deberías quedarte! —respondió.
Bianca no supo que contestar, era evidente para ella que lo mínimo que quería hacer, era quedarse allí. No por ellos, sino por el hecho de que también estaban compartiendo la casa con Ellis, y era un sujeto que no le conocía de nada en absoluto, además de que no confiaba en él. Si se quedaba allí, no podría pegar un ojo en toda la noche, viviría en vela.
—Gracias Lis, pero en serio, no deberías...
Lisey negó con la cabeza.
—No es ninguna molestia para nosotros, si es eso lo que ibas a decir. Tranquila, tenemos todo bajo control.
—Es que me sentiría incomoda...
—No tienes por qué sentirte mal, estás en familia —Lisey la miró fumar nerviosamente, y se dio cuenta que algo le pasaba—. ¿Te incomoda la idea por algo en particular?
—No me quedaré a dormir en la misma casa donde hay un hombre que no conozco en absoluto, lo siento —respondió Bianca, firmemente. Ellis la miró sin comprender, al igual que los demás. Hasta casi parecía mostrar una mirada dolida y frustrada.
—Pero, ¿qué te he hecho yo? Es por ese hombre que te engañó, ¿verdad? ¿Crees que entraré furtivamente a tu cuarto a molestarte, o qué?
—Ellis... —dijo Rob, buscando silenciarlo.
—No, déjame hablar —miró a Bianca fijamente—. Oye, lamento muchísimo todo lo que te ha pasado, en serio. Pero no todos somos como ese sujeto, así que te voy a pedir que no generalices. No entiendo nada de todo lo que hablan sobre fantasmas y demonios, pero estoy dispuesto a ayudar en caso de ser necesario, aunque no me conozcas a mí ni yo te conozca a ti. Si no quieres quedarte por mi causa, no te preocupes, esta misma noche me iré a un hotel por un par de días, y listo. De todas formas, no estaré demasiado tiempo más en la ciudad, pronto tendré que ir a competir y no volveremos a vernos jamás, si te consuela de algo.
—No, Ellis... Tú no tienes por qué irte —murmuró Lisey.
—Supongo que su problema es mucho más importante, no me molesta irme a un hotel, en verdad.
Bianca, por su parte, se sentía muy avergonzada. Bajó la mirada hacia la mesa y no supo que responder ante todo eso. Lisey la invitaba de buena fe a tomarse un par de días de descanso, alejada de la monótona soledad de su casa, y ella respondía de una forma tan irrespetuosa. Era muy impropio de ella, y aquello le hacía sentirse muy mal.
—Escucha, Ellis —dijo, al fin—. Tienes razón, lo siento, he sido una maldita grosera contigo y con todos. Tú no me conoces, y yo no te conozco, como bien lo has dicho, así que no puedo prejuzgarte en lo más mínimo.
—Olvídalo, no hay problema —respondió él.
—Te agradezco, y agradezco la invitación —miró a Lisey—. Me quedaré, está bien. Pero solo hasta mañana, no le he dejado comida extra a mi gata y además tampoco me traje ropa.
—De acuerdo, una noche es mejor que nada. Te hará bien, ya lo verás.
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Cenaron agradablemente, al principio Bianca no habló demasiado, pero la música melódica que Lisey puso en la radio despejó un poco su mente, y alivianó su estado de ánimo. El pollo estaba exquisito, hacía mucho tiempo que no comía un pollo tan sabroso como aquel, a decir verdad, y se dio el lujo de repetir dos porciones. Luego de que las botellas de cerveza y los platos quedaron vacíos, Bianca pidió permiso y se levantó para salir afuera.
El aire en el patio era fresco, y reinaba una calma increíblemente maravillosa, apenas interrumpida por el grillar nocturno y la suave brisa que siseaba entre las copas de los árboles. Bianca encendió un cigarrillo, haciendo cuna con la mano, y aspiró con fuerza. La brasa roja le iluminaba parte de los labios y se balanceaba cada vez que bajaba el brazo a un lado, mirando distraídamente hacia delante, sin pensar en nada. Al poco rato, un movimiento a su lado le llamó la atención. Ellis se acercó a ella, y se apoyó en la barandilla de madera del porche. En las manos traía dos vasos de cerveza, le extendió uno y Bianca lo aceptó, agradeciendo en silencio con la cabeza.
—Creí que ya no quedaba más... —comentó ella. Ellis se encogió de hombros de forma leve, y Bianca lo miró. Aun en la penumbra de la noche, su silueta robusta y fornida se dibujaba a la perfección, pensó.
—Había una botella sin abrir en el refrigerador, la acabamos de encontrar recién —le miró el perfil de su rostro recortado por la noche—. ¿En qué piensas? Si puedo preguntarte...
Bianca sonrió, negando con la cabeza.
—No lo sé, montones de cosas... recordaba mi antiguo trabajo, lo feliz que era sin darme cuenta. Mi vida era muy alocada, tenía poco tiempo para mí, lo sé. Pero al menos no tenía un fantasma furioso detrás de mí, ni hombres que... —se interrumpió, pensativa. Negó con la cabeza y bebió un sorbo de la cerveza.
—¿Ni hombres qué? —le instó a seguir.
—Nada, olvídalo.
—Como prefieras... —dijo Ellis, viendo que claramente ella no quería responder. Decidió entonces volver al tema inicial. —Recuerdo que habías dicho que trabajabas en GreatLife. Es una empresa muy importante, y parece que continuamente crece cada día más.
—No me asombra, con todo el dinero que me robaron.
—Vaya mierda con eso... —opinó él. —¿Cómo supiste que te habían robado?
—Porque yo extraje los archivos verdaderos de la computadora de mi jefe. Pero eso fue mi maldición, porque si los mandaba a juicio utilizando eso como prueba, ellos me podían inculpar por robo y hacerme una contrademanda —se encogió de hombros mientras que daba una nueva pitada a su cigarrillo, y luego sonrió levemente—. Supongo que fue lo mejor.
Sobrevino entre ellos un largo silencio, en donde ambos solamente miraban hacia el patio a oscuras, las estrellas en el cielo, y la silueta negra de las copas de los árboles. Fue Bianca quien retomó la conversación.
—Siento mucho haberte ofendido antes.
—Descuida, no me has ofendido. Yo lamento mucho el daño que te ha causado ese tipo.
Ella rio, con suavidad.
—Eres muy amable —dijo—. Pero Edward no es la causa de mi temor.
—Hablas del secuestro que mencionaste el primer día que te vi, ¿verdad?
—Va mucho más allá de eso, por desgracia.
—¿Te hicieron daño?
—Sí.
Volvieron a quedar en silencio unos instantes. Bianca arrojó la colilla de su cigarrillo al césped húmedo por el rocío nocturno, y dio un suspiro leve. Entonces fue Ellis, quien retomó la charla esta vez.
—¿Sabes? A mí también me hicieron daño.
—¿Quieres contarme de eso?
—Fue una mujer, cuando apenas era un joven inexperto que practicaba Mountain Bike —comenzó a relatar. Ellis se detuvo un instante para apurar su trago de cerveza, como buscando valor, y prosiguió—. Ella era cobriza, como tú, aunque no tenía tus ojos. Nos conocimos en medio de una excursión de Trekking, y me cautivó al instante. No sé porque, pero era especial, la veía y parecía que el mundo a mi alrededor se iluminaba de golpe, no sé cómo definirlo con exactitud, pero era maravilloso.
—Lo sé, créeme que puedo entenderte —dijo Bianca.
—Ella no solo me confesó que yo le atraía, sino que además quería practicar Mountain Bike conmigo, de modo que la presenté con mi instructor. Hacíamos descensos juntos, siempre que llegábamos a una meta, deteníamos las bicicletas a un lado y nos dábamos un beso. Siempre el mismo ritual, un beso antes de partir y un beso al cruzar la línea final.
—¿Qué pasó con ella?
—Estuvimos juntos dos años, pero un día discutimos y me dejó. No fue una discusión fuerte, que demonios, siempre supe que había utilizado aquello como una excusa. Nunca discutíamos, ni siquiera teníamos un leve intercambio de opiniones, se podía decir que la relación era perfecta, hasta ese momento. Dos semanas después de haberme dejado, la vi junto a nuestro instructor.
—Oh, vaya... —murmuró Bianca, sorprendida.
—Hoy en día es dueña de una academia propia, tiene dos hijos y está felizmente casada, supongo. No sé si solamente fui una herramienta de ascenso en su vida personal, pero la estrategia le ha salido de perlas —Ellis se tomó un instante para dar un suspiro, y la miró levemente—. ¿Sabes que es lo más triste de todo?
—Dime.
—Que aun hoy antes de competir, luego de tanto tiempo, mientras espero la bandera verde en la línea de salida, la imagino esperándome en la meta. La visualizo en mi mente, esperándome con su bicicleta negra y una gran sonrisa, y me veo a mi mismo dándole ese tan rutinario beso —respondió—. Es patético, lo sé, pero es la única motivación que utilizo para ganar, y es la única que me ha resultado hasta ahora.
—No es patético, no debes decir eso —Bianca pensó un momento, y sonrió con empatía—. Es tierno, realmente la amabas.
—Como sea, supongo que todos estamos donde debemos estar. Al final de todas las cosas, siempre estaremos un poco rotos por dentro —respondió, y sin decir una sola palabra más, Ellis volvió a la casa, a paso lento.
Bianca se giró dándole la espalda a la barandilla de madera, lo observó marchar con la cabeza baja, balanceando su vaso vacío en su mano derecha y rascándose la nuca con la izquierda, un vaso que parecía minúsculo en comparación al tamaño de todo su cuerpo, y sonrió, asintiéndole con la cabeza, aunque él no pudiese verla.
—Ya lo creo que sí —dijo, y volvió a encender un nuevo cigarrillo.
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Casi una hora y media después, Bianca ya estaba cómodamente recostada en la cama del cuarto de invitados. Ella había preferido dormir abajo, en el sillón del living, pero Ellis insistió con cederle la habitación donde dormía, alegando que una mujer no debía dormir en un sillón solo porque él estaba ocupando el cuarto de huéspedes.
Sin embargo, a Bianca le costaba conciliar el sueño. Pensaba en la entidad espectral que había visto, pensaba en toda su situación con todo lo que venía sucediéndose, también en que no estaba en su casa y aunque la cama era muy suave y cómoda, no era la suya, de modo que era imposible pegar un ojo. Resignada, se vistió con el pijama que le había prestado Lisey, y tomando un cigarrillo de su paquete, salió de la habitación, iluminándose por el pasillo y las escaleras con su encendedor, ya que no quería encender las luces para no despertar a nadie. Al llegar al living, observó hacia el sillón, el bulto cubierto de mantas que formaba Ellis, inmóvil. Caminó hasta una de las ventanas, en completo silencio, ya que la alfombra amortiguaba el sonido de sus pies descalzos, y la entreabrió levemente. Luego se colocó el cigarrillo en los labios, lo encendió y aspiró.
—¿Insomnio? —escuchó una voz detrás suya, calmadamente. Bianca se sobresaltó, apoyándose una mano en el pecho, y se giró rápidamente. Ellis estaba en shorts y sin camiseta, sentado en el sillón con las mantas en su regazo.
—Santo cielo...
—Lo siento, Bianca. No quería asustarte.
—Descuida.
—¿No puedes dormir? —preguntó él.
—A decir verdad, no... la cabeza no para de darme vueltas.
—¿Y en qué piensas?
—En todo este asunto, el espectro que intentó atacarme... —Bianca hizo una pausa, para dar una nueva pitada. —La vida en general, supongo. Lamento que te haya despertado, pero necesitaba un cigarrillo.
—No estaba despierto, solo intentaba dormir, igual que tú.
—¿Te preocupa algo? —preguntó ella.
—Bueno, a decir verdad, será una competencia difícil, y pienso en ello. También pensaba en tu historia, siempre he sido bastante escéptico en mi vida, y recuerdo que me asombré demasiado cuando Rob me contó la historia de Lisey. Creí que ese golpe de incredulidad jamás volvería a sucederme, y mira, aquí estoy. Hablando con alguien quien, al parecer, fue atacada por un fantasma.
—La vida es caprichosa, no te lo voy a negar.
—La vida tiene una rara pasión por burlarse de todos, esa es la frase que me gusta repetir.
Bianca rio, con gracia sincera, y Ellis la observó, sonriendo a su vez. Aun en la penumbra del living, que solamente se hallaba atenuada por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas, pudo ver sus rasgos recortándose en las sombras. La perfección de su rostro, su silueta escondida aun en el pijama que le quedaba grande, lo cautivaba con excitante dulzura. Había rasgos de la frescura de Bianca que le prendaba, le hechizaba con aromas tiernos a mágica sinceridad, y candente intimidad reprimida. Sin embargo, no quería ilusionarse más de lo debido, ella era una mujer muy reservada y temerosa de los hombres, sabía que jamás lo miraría de otra forma.
—¿Cuándo partes a tu competición? —le preguntó. Ellis salió abruptamente de sus pensamientos, parpadeando varias veces.
—En cuatro días, masomenos —respondió—. Tenía pensado organizar una cena en algún restaurante, como para despedirme de todos, y me gustaría verte allí —se arriesgó a decir.
Bianca dio una nueva pitada a su cigarrillo, bajó la mirada y negó con la cabeza. Ellis no pudo verla, pero suponía que estaba sonriendo. O al menos eso quería creer.
—No lo sé, en verdad no creo que...
—Será una buena oportunidad para despejar un poco tu mente, y además pasaremos en familia —volvió a recostarse en el sillón, a medida que hablaba, usando los brazos como almohada—. Además, recuerda que no volveremos a vernos.
Volvieron a guardar silencio, mientras Bianca terminaba su cigarrillo.
—¿Dónde? —preguntó.
—En Zol's BBQ, el viernes a la noche. Es buen lugar.
Bianca se giró, para arrojar la colilla del cigarrillo por la ventana. Ellis la observó, pensando que quizá ella estaba indecisa para tomar una decisión. Quizá no era un buen momento para invitarla a cenar, tal vez se había apresurado y ahora solamente lograría alejarla más rápido. De repente se sentía muy tonto. Ella dio un suspiro, cerró la ventana y comenzó a avanzar de nuevo hasta su habitación, pero antes de alejarse del living, se detuvo un instante.
—¿Es cierto que no volverás aquí? —preguntó. Había algo en el tono de su voz que le sonaba extraño a Ellis, como si le tuviera temor a la posible respuesta. O Tal vez solo fueran ideas suyas.
—No lo sé. Eso supongo.
—Pues no deberías dejar de visitarles —respondió Bianca, refiriéndose a Lisey y Rob. Dicho aquello, prosiguió su camino hacia su habitación mientras Ellis se incorporaba para verla alejarse en la oscuridad de la casa, contoneando aquel camisón que le quedaba grande y resguardaba cada rincón de su cálido cuerpo. Luego se volvió a recostar, con una sonrisa, y a los pocos minutos, quedó dormido.
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