II
A la mañana siguiente, Bianca despertó poco antes de las ocho. Se vistió con una camisa blanca, una chaqueta color salmón con escote en V, un Palazzo negro, y se encaminó rumbo a preparar su desayuno. Encendió el televisor del living al pasar, hizo un par de caricias en el lomo de su gata, que la miraba condescendiente, y luego ingresó en la cocina. Metió dos rodajas de pan lacteado a la tostadora y encendió la cafetera.
Se había despertado mucho más somnolienta que otros días, se imaginó que quizá el vino le había sentado mal, debido a la poquísima costumbre que tenía a la bebida, y eso le había hecho dormir inquieta, pero a ciencia cierta no tenía idea a que se debía esa sensación de incomodidad. Había descansado toda la noche del tirón, como siempre, ni siquiera se había despertado una sola vez para ir al baño. Pero decidió atribuir aquella sensación a la simple expectativa de la reunión en la compañía, y nada más.
Una vez las tostadas estuvieron listas, las untó con mermelada de frutilla y se sirvió el café en una taza ancha. Se sentó a la mesa a ver las noticias del día mientras que le enviaba un mensaje de texto a Edward, dándole los buenos días, pidiéndole disculpas por no haberle escrito la noche anterior, y a su madre, para recordarle que aquel fin de semana le visitaría. El parte meteorológico anunciaba tormentas para el fin de semana, algo que sinceramente no le asombraba, ya que por desgracia el clima se había vuelto muy cambiante en los últimos cinco años.
Terminó de desayunar de una vez, casi que apurando los bocados de sus tostadas y los sorbos de café. Lavó la taza en el fregadero de la cocina, limpió la caja sanitaria de Itzi, y cerró la bolsa de basura para tirarla al bajar del edificio. Se encaminó hasta el baño para cepillarse los dientes, delinearse los ojos, pintarse los labios y hacerse un peinado bonito en el cabello. Roció un poco de su perfume en el cuello y en sus muñecas, frotando una contra la otra, y salió de la habitación. Al pasar por el living se despidió de la gata, tomó su cartera de cuero marrón revisando que todos los documentos del día estuvieran en orden, las llaves de la casa y del coche, metiéndolas en su bolsillo junto con su teléfono celular, y por último la bolsa de basura. Salió, cerró la puerta tras de sí, y bajó por el ascensor hasta los depósitos para tirar la bolsa negra en uno de los contenedores. De allí, caminó hasta el estacionamiento, subió a su coche y arrancó rumbo a la avenida principal.
Varios minutos después, y luego de sortear los congestionamientos de transito típicos a esa hora de la mañana, llegó a la empresa. Dejó el coche estacionado en el mismo lugar de siempre, apagó el motor y bajó de él, caminando apresuradamente rumbo al interior del edificio, tanto que ni siquiera se percató cuando el guardia del estacionamiento la saludó. Una vez dentro, se dirigió al ascensor más próximo del hall principal, saludando al recepcionista, ingresó al primero que vio libre y tocó el botón del piso treinta y cuatro.
Luego de un momento, el aparato la dejó en el piso indicado, la puerta metálica se abrió con un pitido breve y Bianca salió a un pasillo muy bien iluminado, donde las oficinas reinaban de un lado al otro. Avanzó directamente hasta el final donde estaba la suya, con un rotulo de acrílico blanco en la puerta que decía B. Connor. Mary estaba afanada ordenando unos papeles en la salita de recepción. Levantó la cabeza en cuanto escuchó la puerta abrirse, y sonrió con amabilidad, alisándose la falda.
—Buenos días, señorita Connor —la saludó.
—Buenos días, Mary —respondió—. ¿Qué agenda tenemos para hoy?
—Un momento... —Mary avanzó hasta una gruesa agenda en su escritorio, y miró las ultimas anotaciones de la fecha. —A las once, reunión de contrato con Kramper. A las trece, balance de ingresos con el señor Grampz, y a las catorce treinta una cita con el gerente de Adward Company, por aquel software del mes pasado con el que firmaron contrato.
—Cielo santo, ¿otra vez? —resopló Bianca, desconforme. Adward Compañy era una agencia automotriz a la que le habían vendido un software particular para el rubro de la mecánica, pero, sin embargo, parecía que nunca se conformaban, y a decir verdad era el único cliente que había presentado tantas quejas en tan poco tiempo. O el software estaba incompleto, o funcionaba mal, o alguna cosa por el estilo. —¿Algo más que...?
La puerta del despacho se abrió detrás, y Richard ingresó, vestido con su traje oscuro de siempre, y su espantosa corbata de rombos. Ambas mujeres lo miraron al unísono.
—Eh, buenos días —miró a Bianca con un guiño—. ¿Preparada para un contrato alucinante? ¿Serás capaz de amaestrar a los duros nazis de Kramper?
—Claro que sí, tonto —respondió Bianca, fingiendo enojo—. ¿Con quién te piensas que estás hablando? Además, no los llames nazis, mi madre es alemana y no es nazi.
—Ya, lo siento —Richard puso los ojos en blanco—. Los de Kramper ya están aquí —soltó de repente, y Bianca sintió que de pronto le faltaba el aire.
—¿Cómo que ya están aquí? —exclamó. —¡Pero si no son más de las nueve y media!
—Lo sé, pero están hablando con Stu. Vinieron antes justamente por eso mismo, querían recorrer las instalaciones y hablar con él personalmente.
—Pero por favor, ni que fueran la empresa más importante del mundo.
—No, pero son una multinacional y ya sabes cómo funciona todo este asunto —Richard le guiñó un ojo por segunda vez, y luego giró rumbo a la puerta—. Ánimo, Bian. Puedes hacerlo.
Una vez que Richard cruzó el umbral de la puerta hacia el pasillo, Bianca soltó una exhalación de agotamiento. No se podía imaginar qué clase de propuesta se traían entre manos esos agentes, pero si andaban con tanto misterio sin duda debía ser algo gordo. Mary se dio cuenta de aquel gesto, y la miró.
—¿Nerviosa, señorita Connor? —preguntó.
—Un poco, tal vez —Bianca giró rumbo a la puerta de vidrio que separaba el despacho de su secretaria con su oficina, avanzó hacia ella y a mitad de camino se volvió a girar hacia Mary—. ¿Podría molestarte con un café doble, por favor?
—No es ninguna molestia, se lo traeré enseguida.
—Gracias, Mary.
Bianca entró a su oficina, respiró con fuerza el perfumador de ambientes, rodeó el enorme escritorio ejecutivo de pino, y dejó su cartera encima. Se sentó en la silla giratoria, y encendió la Mac, para ponerse al tanto de los correos electrónicos del día. Respondió a un par de ellos que tenía pendientes del día anterior, y se reclinó en la silla mirando todo a su alrededor, girando lentamente. La decoración de la oficina era, a su criterio, inmejorable. Tenía una biblioteca en un rincón con varios best sellers de la literatura de terror y policial que más le gustaban, helechos de interior en los rincones, cuadros abstractos y oleos cubistas en las paredes, lámparas Ailati en el techo, sillones de cuero marrón a los lados, un minibar, un pequeño equipo de música sobre una estantería empotrada a la pared con una disquera de pie a su lado, repleta de discos de Jazz y Blues, y un espacioso ventanal a su espalda, desde el cual se divisaba prácticamente toda la ciudad hasta la costa. Se puso de pie, dio un panorama de la vista, y luego caminó por el suelo alfombrado hasta el equipo de música, lo encendió e insertó en la bandeja de discos, un CD de Dave Brubeck. En el momento en que la música se reproducía, y Bianca marcaba el compás con el pie, dos golpecitos en la puerta se hicieron sentir. Mary asomó abriendo suavemente, traía una bandeja pequeña con una taza, una cucharilla y dos sobrecitos de azúcar.
—Permiso, señorita Connor —dijo—. Aquí está su café.
—Gracias, Mary. Puedes dejarlo en el escritorio —respondió Bianca.
Mary hizo lo propio, dejando la bandeja con suavidad encima de la mesa. En cuanto el clarinete de la melodía que sonaba hizo sus primeros tonos, Mary asintió con la cabeza, prestando atención.
—Take five, es una hermosa pieza —comentó, señalando el equipo.
—Gracias, Mary, eres muy amable —dijo Bianca, asombrada por el hecho de que su secretaria conociese la música que ella escuchaba. Mary salió de la oficina, cerrando la puerta tras de sí, y Bianca volvió a sentarse frente a su computadora, para continuar trabajando.
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A las once de la mañana, los hombres de Kramper Ltda se reunieron con Bianca, Stu y Richard en la gran sala roja del sector de conferencias y reuniones. Allí permanecieron durante casi dos horas y media, extendiéndose un poco más de la cuenta en las condiciones, ventajas y desventajas de un contrato y una posible alianza de ambas compañías. Sin embargo, luego de que todas las palabras fueron dichas, de que las tazas de café reinaron de un lado al otro, se hubieron estrechado manos y estampado firmas en varios documentos, la GreatLife Business Corp era, felizmente, la única proveedora de software asociada a una multinacional tan importante como Kramper Ltda.
Luego que los ejecutivos alemanes salieron del edificio, y una vez estuvieran a solas, Richard, Bianca, y Stuart, se reunieron en el despacho de este último, para tomar una copa de champagne y brindar por el éxito conseguido. Los tres estaban muy orgullosos y felices con este nuevo emprendimiento.
—¡Esto es fantástico, hemos evolucionado como empresa! —exclamó Stuart.
—Estuviste verdaderamente genial, Bianca —la ponderó Richard, que se había aflojado el nudo de su corbata. Dio un sorbo de su copa y luego la miró con vehemencia—. ¡Es increíble, los tenías comiendo de tu mano!
—Exageras, como siempre lo haces.
—Tú tendrías que ser la directora ejecutiva de esta empresa —Stuart miró a Richard con gesto enojado, y este lo miró de forma burlona.
—¿Quieres disfrutar de una hermosa licencia sin goce de sueldo? —le preguntó, y ambos hombres rieron al unísono.
—Nunca harías una cosa así conmigo, no querrías arruinar el prestigioso marketing que tenemos.
—Bah, chantajismo barato —Stuart acabó su copa de un rápido trago y luego miró a los demás—. ¿Saben lo que se me ocurre? Deberíamos festejar, irnos de fiesta por ahí, salir una noche temprano y tomar unas copas, o escuchar un poco de música.
—Estás bebiendo ahora mismo, Stu —comentó Bianca.
—Lo sé, pero eso no quita el hecho de que sea una buena idea.
—Me gusta —convino Richard.
—¿Por qué no? —asintió Bianca, sonriente.
—¿Qué les parece este fin de semana? —preguntó Stuart, volviendo a rellenar las copas vacías.
—Yo no puedo, quedé de almorzar en casa de mi madre —respondió Bianca.
—Bueno, ni modo —dijo Richard, encogiéndose de hombros—. Será en otra ocasión mejor —levantó su copa hacia el centro, y sonrió—. Por nuestros éxitos.
—Por nuestros éxitos —respondieron Bianca y Stuart, a coro, mientras brindaban y bebían. Luego Stuart la señaló rápidamente—. ¿Por qué no te tomas el resto de la tarde libre?
—¿Estás loco? —Le dijo ella—. En cuanto terminemos esta copa, tengo que hacer contigo un balance de ingresos. ¿O es que ya lo olvidaste?, y luego tengo que reunirme con los insoportables de Adward Company.
—Dejalo, yo haré el balance de ingresos por mi cuenta y manejaré a los de Adward, no te preocupes. Te has lucido en este contrato, y me imagino que estarás mentalmente agotada.
—Bueno, a decir verdad, sí, estoy un poco cansada —reconoció Bianca, asintiendo con la cabeza. Stu le apoyó una mano en el brazo derecho.
—Entonces ve a tu departamento, date una ducha lo más caliente que puedas, y descansa. Tomate el día para ti, ya hablaremos de más negocios el lunes.
—Está bien, como prefieras —levantó su copa, la bebió de un sorbo y les guiñó un ojo—. Salud.
Salió de la oficina de Stuart, y caminó apresuradamente hacia la suya propia, para apagar las luces, la Mac, tomar las llaves de su coche y su cartera. Al salir, saludó a Mary al pasar. La secretaria devolvió el saludo con cordialidad, mientras Bianca enfilaba el pasillo rumbo al ascensor.
Abordó el ascensor y bajó hasta el estacionamiento con la sonrisa bonachona de quien ha logrado algo que no se imaginaba, subió a su Audi y salió a la calle saludando al guardia de seguridad, apostado a un lado de la caseta de control de la barrera como todos los días. A medida que conducía el coche a una velocidad moderada rumbo a la autopista costera, tomó su teléfono celular y marco el número de Edward, el cual luego de unos tonos, atendió.
—Hola, Bian —saludó él, del otro lado—. ¿Cómo estás?
—Excelente, ya estoy yendo a casa.
—¿A esta hora?
—Sí, me dieron el resto del día libre, luego de la reunión con Kramper.
—¿Y cómo te fue? —preguntó Edward. Bianca hizo una pausa misteriosa antes de responder, mientras se detenía en un semáforo.
—Tenemos el contrato, y ahora GreatLife es una empresa multinacional asociada a ellos —dijo.
—¡Guau, eso es excelente!, ¡felicidades, cariño! —exclamó él. —¿Y cuánto ganarás?
—Pues supongo que los ingresos per cápita nos aumentarán unos doscientos o trescientos mil al mes.
—Tenemos que hacer un viaje de placer, solos tú y yo, irnos a una isla tropical o alguna cosa así, a dedicarnos una semana o dos para nosotros —le sugirió—. Yo puedo dejar el gimnasio un tiempo prudencial, y disfrutar de un buen momento contigo, ¿qué dices?
—Sería una buena idea, Ed. Pero ahora que tengo un poco más de dinero en los bolsillos, tenía pensado comenzar a ahorrar.
—¿Ahorrar? ¿Para qué?
—No lo sé, pero nunca se sabe cuándo se puede necesitar un dinero extra en los bolsillos —Bianca aceleró en cuanto el semáforo se puso en verde, y frunció el ceño, un poco asombrada por el rumbo tan raro que estaba tomando la charla—. Escucha cariño, estoy conduciendo ahora mismo, si quieres puedo llamarte luego, ¿está bien?
—Claro, Bian. No hay drama. En un par de horas saldré para el gimnasio, puedes llamar cuando quieras.
—Genial. Te amo, cariño. Adiós.
—Y yo a ti —respondió Edward del otro lado, y colgó.
Bianca dejó el celular encima del asiento del acompañante, junto con su cartera, y aferró el volante del Audi con ambas manos, con expresión confundida. No entendía que había pasado, a decir verdad, se había sentido demasiado incomoda con la charla. Imaginó que Edward se alegraría mucho más por ella, y aunque la felicitó de buena manera, algo de sí le parecía que había más asuntos de fondo. Era muy extraño.
Condujo hacia su departamento en silencio, sin encender la radio del coche y sin pensar en nada más. Se hallaba satisfecha consigo misma por haber logrado firmar algo tan importante como aquel contrato, además tenía que reconocerlo, casi todo el mérito había sido de ella. Había actuado con una solemnidad y formalismo increíble, y cuando era necesario, había bromeado con los ejecutivos de Kramper en su propio idioma, y ellos también habían correspondido con algún modismo alemán, aflojando tensiones y haciéndolos sentir prácticamente como en su casa. Sin duda, era una mujer que había nacido para las finanzas y los negocios, y quizá sonara demasiado narcisista de su parte pensar una cosa así, pero tenía que hacerlo, tenía que ser honesta consigo misma.
Llegó a su departamento quince minutos después, ingresó al estacionamiento dejando el coche al final, como hacia siempre, y rodeó el edificio para entrar al mismo por la puerta principal. Subió por el ascensor de servicio, que era más rápido que los comunes, y en un santiamén ya estaba en el pasillo avanzando por el suelo alfombrado hacia su puerta.
No tenía planes para esa tarde, a decir verdad, no contaba con salir más temprano del trabajo, pero quizá se diera una ducha rápida, se pusiera ropa cómoda y se dedicara a ver televisión por todo el resto del día. También podía meter Popcorn instantáneo en el microondas, y hacer una maratón de películas. Sabía que al día siguiente tendría faena, debía dejar el apartamento limpio antes de conducir hasta la casa de su madre, de modo que quería aprovechar a descansar ahora lo más posible. Además, tenía razón Stu, aquella reunión le había agotado, había dado todo de sí misma.
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