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I


Al día siguiente, despertó bastante temprano, bebió un café sin azúcar ni leche, se ató el cabello en una pequeña coleta, se vistió y salió al patio. Comenzó a cargar el equipo de investigación en el maletero del Impala, luego la conservadora azul con la comida y la bebida, la enorme anilla de hierro oxidado con las llaves de la mansión, y por último el Winchester. Cerró la puerta del rancho con llave, abrió la portería de hierro con el mando y subió al coche, encendiendo el motor.

Salió a la calle y aceleró rumbo a la autopista, camino a la casa de Lisey. Condujo mucho más rápido de lo que estaba acostumbrada, y llegó en el momento en que ella aún se estaba duchando, de modo que debió esperarla un momento. Veinte minutos después, ambas mujeres ya estaban camino a la propiedad Luttemberger.

La primera hora de conducción la hicieron escuchando animadamente la radio del coche, que la había encendido la propia Bianca, quizá en un triste impulso de aquietar su emoción y sus pensamientos. La West Rock transmitía blues de Janis Joplin, y tarareó algunas canciones mientras golpeteaba con sus dedos sobre el volante. Lisey, quien durante ese primer tramo de viaje se mantuvo en completo silencio, fue quien estiró una mano para apagar la radio.

—¿Puedo preguntarte el motivo preciso por el cual has decidido ir a ese sitio? —le preguntó. —Respuesta sincera y con detalles, por favor.

Bianca la miró de reojo antes de responder, alternando miradas entre Lisey y la carretera que se extendía por delante.

—No te voy a mentir, he empezado a tomarle cariño a este mundo de la parapsicología, y si voy a empezar con esto, me gustaría hacerlo desde el punto final que escribieron mis padres —respondió—. He renunciado durante toda mi vida a esta locura de ver espectros, y ahora soy yo la que empiezo a experimentar cosas que no puedo explicar con palabras. Me gustaría responderte con muchos más argumentos, pero es todo lo que tengo.

—Déjalo, así está bien, puedo entenderte.

—¿Sabes lo que llevo aquí detrás? —dijo Bianca, apartando la mano derecha del volante y señalando hacia atrás, con el pulgar.

—No tengo idea. Equipo de investigación, quizá.

­—Además de eso. Anoche encontré el Winchester de mi padre. El arma que propició el fuego con el cual la mansión ardió hasta los cimientos.

—Cielo santo... —murmuró Lisey.

—Quiero llevarlo a una armería, necesita un poco de cuidados antes de volver a funcionar.

—¿Y de verdad vas a usarlo, con toda la historia que ese rifle tiene encima? —Lisey negó con la cabeza, dando un resoplido. Algo en su voz se quebró mientras hablaba. —Con ese maldito Winchester, Tommy se voló la cabeza frente a mí, frente a tus padres.

—Por eso mismo. Se que la idea suena terriblemente morbosa, pero nadie más que yo cuidará mejor el arma. Por respeto a todo lo que ha sucedido, no sería capaz de venderla.

Lisey negó con la cabeza, desviando su mirada al paisaje que se extendía a todo lo ancho de la carretera.

—De verdad, se te ha saltado un tornillo.

—Quizás —respondió Bianca, sin un mínimo de ironía en su voz.

Permanecieron un momento más en silencio, solamente con el murmullo suave del potente motor. Luego de unos minutos, fue Lisey quien retomó la conversación, cambiando de tema.

—Ellis me ha preguntado por ti —dijo. Bianca sintió que algo se removía dentro de ella, una mezcla de incomodidad, con ímpetu de escuchar más.

—¿Ah, sí? —se limitó a preguntar.

—Sí, le pregunte porque no te llamaba a ti directamente, pero no quiso responderme.

—No sé qué puedo decirte...

Lisey escrutó su rostro impávido, mirando hacia el frente. Bianca sabía que la estaba observando, pero no se volteó.

—¿Qué ha pasado entre ustedes?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Claro que sí.

—Cenamos, pasamos una velada agradablemente divertida, tanto que me bebí unas cuantas copas.

—¿Cómo cuantas?

—Las suficientes como para no ser capaz de conducir por mi cuenta.

—Vaya, no te imaginaba así —bromeó Lisey.

—Ya ves —asintió Bianca—. La cuestión es que se ofreció a llevarme a mi casa, en mi coche. Yo le di las llaves y así lo hizo.

Lisey la miró con un ápice de picardía en su rostro.

—Vaya, vaya... ¿Y qué más pasó?

—No tuvimos sexo, no me mires así.

—¿Y entonces?

—Me quitó la ropa, me metió a la cama, y se durmió en mi sillón. Al día siguiente lo eché de mi casa a punta de pistola.

Lisey la observó como si estuviera de broma. Abrió la boca para decir algo, pero se contuvo. Luego respondió:

—¿Me estás diciendo en serio?

—Claro que te estoy diciendo en serio —aseguró Bianca—. ¿Qué esperabas que hiciera?

—Pero si no se ha propasado contigo. Ha sido un caballero, por lo que me cuentas.

—No, ha sido un maldito irrespetuoso. No le indiqué en ningún momento que debía quitarme la ropa, y no tengo ninguna certeza de que no se haya propasado, o haya mirado más allá, por no hablar de algo peor.

Lisey dio un suspiro de exasperación.

—Y si lo hubiese hecho, ¿qué? —preguntó. —¿Acaso él no te gusta?

—No, no me gusta.

—¿Y si no te gusta, por qué cenaste con él?

—Porque tú no fuiste a acompañarme a la cita, y no soy una mujer de faltar a mi palabra. Además, dejé bien en claro mis intenciones con él.

—¿Y cómo lo asumió?

—Se lo tomó bien.

Al responder aquello, Bianca recordó la decepcionada expresión que invadió el rostro de Ellis un instante, y sintió una oleada de ternura y compasión. Sentir una cosa así le provocaba incomodidad consigo misma. Para distraer su mente, tomó un cigarrillo de su paquete en la guantera, usando la mano derecha, y lo encendió con el brasero del coche, soltando el humo rápidamente.

—¿Era necesario que lo echaras de tu casa apuntándolo con una pistola? Cielo santo, Bian... —murmuró Lisey. —Ni que te hubiese robado.

—Debo admitir que me propasé un poco, tal vez. Pero hice lo que consideraba correcto en ese momento. Hay muchas cosas que tú no sabes.

—¿Cómo cuáles? —preguntó. Bianca la miró un momento, y luego continuó con la vista fija en la carretera, fumando su cigarrillo. Lisey esperó lo que consideraba necesario, pero al no obtener respuesta, insistió. —No puedo ayudarte, ni comprenderte, si hay cosas que no me cuentas. Por favor...

Bianca dio un suspiro, parpadeó un momento, y Lisey pudo notar que una lagrima caía por su mejilla derecha.

—Los hombres que me secuestraron, pertenecen a la secta que lideraba Luttemberger. Lo averigüe investigando en la documentación de mis padres, y necesito encontrarlos —explicó. Dio una pitada a su cigarrillo nerviosamente, y comenzó a llorar—. Varios de ellos me violaron.

Lisey la miraba enmudecida por la sorpresa, jamás se hubiera imaginado una cosa así.

—Oh, Bian...

—Cuando me tenían cautiva, me preguntaban cuanto sabían mis padres sobre la mansión, y yo no entendía que trataban de decirme. Por eso quiero ir allí y recorrer el lugar. Siento que es el principio de todo, siento que necesito cazarlos y matarlos, uno a uno, muy lentamente —dijo.

—Es increíble... —respondió Lisey, consternada.

—Por eso no puedo confiar en los hombres. Quizá Ellis sea una increíble persona, no puedo negarlo. Pero cuando desperté aquella mañana y me vi en ropa interior, los peores recuerdos volvieron a mi mente, y actué por instinto.

—Puedo comprenderte, y sé que él también te comprenderá.

—¡Oh, no! —exclamó Bianca. —¡No debes decirle a nadie lo que te he contado, y mucho menos a Ellis! No quiero que me tengan lastima, no me lo permitiría. Confío en ti.

Lisey asintió con la cabeza.

—Como prefieras, respeto tu decisión. Pero no creo conveniente que te escondas toda la vida tras una máscara de fortaleza —opinó—. En algún momento te enamorarás de nuevo. Eres una chica joven, y tan hermosa como tu madre en su juventud.

—Quizá sí, o quizá no. Solamente sé que ahora tengo muchas cosas más en que preocuparme.

Continuaron el viaje sin hablar nada más, a excepción de cuando Bianca le pedía a Lisey que consultara el mapa que había marcado la noche anterior. Así fue como casi tres horas después, llegaron a las inmediaciones de la propiedad. Se detuvieron en un parque unos momentos, para beber un poco de jugo y comer un par de sándwiches, ya que ambas se hallaban sedientas y agotadas por el radiante sol que las golpeó durante todo el camino. Luego de haber recuperado energías, volvieron a subir al coche, y recorrieron las pocas calles que faltaban.

Al llegar a la propiedad, Bianca subió la acera con el Impala, y bajó del coche sin apagar el motor. Lisey también descendió, y ambas miraron a través de los barrotes de la portería de hierro, imponente y herrumbrosa por completo.

El terreno era una gran planicie completamente vacía y desolada. En el lugar donde antaño la mansión se erguía, imponente y atemorizante, solamente había algunos pocos escombros y dos o tres cimientos de la estructura. Las únicas dos construcciones originales que aún se conservaban en pie, eran la fuente central y un templete, poco más a lo lejos, con cuatro estatuas que Bianca había visto muy bien, debido a todas las fotos que había en la carpeta de sus padres. Además, tanto la fuente como el templete de mármol, se hallaban bastante vandalizadas con grafitis, al menos en donde la hierba aun no las había cubierto. Todo lo demás se hallaba invadido por la vegetación natural, los árboles se habían multiplicado, y las enredaderas cubrían gran parte de la portería de hierro y el suelo, arrastrándose como verdes serpientes.

Bianca tomó con sus manos la cadena que sujetaba la portería, apartó un poco de maleza y miró el candado.

—Bueno, allí vamos —dijo.

Volvió al coche, metió el brazo por la ventanilla del conductor y pulsó el botón para abrir el maletero. Buscó en la caja de los aparatos hasta encontrar con la anilla de llaves, y caminó de nuevo hasta la portería. Comenzó a probar una llave tras otra, hasta que logró abrir el candado. Entonces apartó las cadenas, y se apoyó con las dos manos en uno de los barrotes.

—Ayúdame con esto.

Lisey se puso a su lado y ambas empujaron hacia adentro al mismo tiempo. La portería se abrió pesadamente con un chirrido fuerte y molesto, y una vez tuvo espacio suficiente para ingresar con el coche, Bianca subió al Impala y aceleró, ingresando al patio.

El silencio en aquel lugar era increíblemente atroz, y Bianca notó enseguida que los pájaros no cantaban, aun a pesar de la gran cantidad de árboles que había. Eso le llamó la atención, y mientras caminaba pudo notar que, en algunos lugares del suelo de tierra, había algunos esqueletos de aves, como si hubieran elegido aquella propiedad para ir a morir. Comenzó a sacar del maletero del Impala su equipo, meditando en todas estas cuestiones, mientras Lisey se sentó en el capó del coche, contemplando hacia los pocos escombros que aún quedaban desperdigados por el patio, cerca de un cartel municipal que indicaba la demolición realizada. Bianca encendió una de las cámaras infrarrojas y la colocó encima del techo del coche, enfocando hacia donde estaba ubicada la mansión, luego tomo una SB7 y se la colocó en un bolsillo de su pescadora.

—Lis, ¿estás bien? —le preguntó, al mirarla un instante. Lisey se frotó los ojos antes de responder.

—Sí, es que venir aquí y ver esto... es fuerte para mí —señaló un punto en el suelo, cerca de la fuente central. —Allí fue donde Tommy se quitó la vida con el rifle, un trozo de seso cayó encima de mi zapato, no lo olvidaré jamás. Aunque amo a Rob, siempre lo recordaré con mucho cariño. Fue la primera persona de la que me enamoré, y le debo mi humanidad. Si no fuera por él, yo no estaría aquí.

Bianca se acercó a ella, y le dio un abrazo.

—Comprendo lo difícil que es para ti, Lis, y te agradezco que hayas venido. Puedes quedarte en el coche, si quieres un poco de privacidad. Yo solo tomaré algunas mediciones y daré una vuelta, a ver que encuentro —le dijo.

—No, yo te acompaño. No te dejaría aquí sola un solo segundo.

—Entonces ven —Bianca la guio hasta el maletero del coche y le dio dos instrumentos, un magnetófono de mano y una cámara Kirlian—. Necesito que grabes todo el sonido ambiente con esto, y cuando yo te diga, enfoca hacia donde estaba la casa y toma una fotografía. Yo usaré la Spirit Box.

Lisey observó el magnetófono de mano, con sus pequeñas bobinas, y sonrió.

—¿Qué es esto? Parece de la década de los cincuenta —comentó—. Tal vez hubiera sido mejor usar una grabadora común.

—En absoluto. La ventaja del magnetófono es que al ser más rudimentario que una grabadora, los impulsos eléctricos se graban mejor en las cintas. Lo viejo siempre es mejor, Lis.

—Pues esperemos que funcione, o al menos que no me explote en las manos.

El sonido de un clic las hizo enmudecer a ambas. Bianca miró hacia el techo del Impala, la cámara infrarroja había hecho una fotografía, y sintió que el pecho le palpitaba con una fuerza increíble. Aún había actividad, y sintió que se le helaba la respiración.

—Vamos, tenemos que comenzar —dijo.

Bianca encendió el magnetófono, que comenzó a grabar girando sus bobinas lentamente, y se lo cedió a Lisey. Del maletero del vehículo sacó un instrumento más, un medidor de densidad de mano, y lo encendió. Por el momento, los valores eran completamente normales.

En silencioso gesto, ambas mujeres comenzaron a caminar hacia la fuente central del patio. Había varias especies de musgo y helechos que bordeaban e invadían poco a poco el mármol desgastado de la fuente. Bianca le acercó el medidor de densidad, y los valores subieron un poco. No tanto como para asustarse, pero si lo suficiente para reconocer que allí había algún tipo de energía bastante intensa.

Continuaron caminando, acercándose hacia los escasos cimientos que aún se conservaban, y Bianca indicó a Lisey que tomara una fotografía panorámica con la Kirlian. Ella así lo hizo, y ambas mujeres prosiguieron su marcha. Evadieron unos cuantos escombros, con cuidado de no caerse, ayudándose entre sí sujetándose de las manos. En medio de todo aquello, bajo la tierra y el polvo, aun se conservaba el suelo original del living de la mansión. Bianca se acuclilló para descubrir un poco, limpiando con la mano.

Al tocar el suelo, inmediatamente sintió que era expulsada de su propia mente con una patada. Cayó de rodillas y arqueó la espalda, dando un gruñido casi animalesco. Enseguida vio muchas cosas, con una nitidez increíblemente perfecta. Estaba en una sala, donde había varios hombres reunidos, llevando a cabo una especie de culto o ritual. Había velas y velones de todo tipo, hablaban en un idioma que ella no conocía, quizás una lengua muerta, y el lugar estaba lleno de simbología infernal. Todos llevaban túnicas negras, y portaban un collar con el caduceo y el gorro frigio, que Bianca había investigado antes. Todos parecían trabajar de acuerdo a las órdenes de un hombre alto, de facciones duras y poco amigables. Su blancura era perfecta y sus ojos eran completamente negros.

De pronto este hombre la miró, y todo el entorno cambió a su alrededor. Los hombres que llevaban a cabo el ritual ya no estaban, y ahora solo estaban Bianca y él, en un recinto que ella solamente conocía por las fotografías de sus padres. Era una enorme sala, al fondo había una escalera de mármol blanco que conducía a los pisos y torreones superiores. A un lado predominaba un largo y oscuro pasillo, y en el sitio donde se encontraban había cuatro columnas de mármol talladas con escenas infernales. Había muchas mujeres, y todas ellas estaban desnudas, sucias, y atadas con cadenas y grilletes al pie de las columnas.

Entonces aquel hombre, que ahora sabia era el propio Luttemberger, se acercó a ella. Sus ojos seguían tan negros como antes, y su figura era grande y amenazadora. Bianca sintió un pánico atroz, pero no podía moverse, solo miraba fijamente el avance de aquel ser hacia ella. La tomó del cuello con una fría mano muerta, y la empujó hacia atrás. En ese instante, cayó de espaldas en el suelo cubierto de hojas secas de un bosque. El bosque era oscuro, apenas se divisaba la luz del sol, los árboles crecían altos y fuertes, y todo en aquel sitio parecía demasiado quieto y silencioso.

Bianca se puso de pie y observó a su alrededor. Había algunos carteles herrumbrosos y desgastados con advertencias escritas en alemán, para que los turistas y los lugareños no ingresaran a ese bosque. En un punto hacia adelante, la oscuridad parecía converger y palpitar en una masa informe y viscosa, como si hubiera algo allí que era mejor no mirar ni descubrir. Y entonces volvió en sí, se hallaba acostada sobre la tierra y los escombros. Lisey, a su lado, le sostenía la cabeza y la miraba asustada.

—¡Bianca, por el amor de Dios! —exclamó, mientras la ayudaba a ponerse de pie. —¿Qué te ha pasado?

—No lo sé... he visto personas, y alguien que ya he visto antes, por los documentos de mis padres.

—¿Quién?

—Luttemberger.

—Dios mío... —murmuró. —O sea que su espectro sigue aquí, ¿no?

—No lo sé, vámonos cuanto antes. Apaga los equipos y larguémonos.

Ambas casi corrieron hasta el coche, esquivando los pedruscos y escombros. Metieron todo el instrumental al maletero del coche, y subieron a él. Bianca encendió el motor y salió raudamente hacia la acera, sin molestarse siquiera en cerrar la portería.

A lo lejos, sin embargo, un Mitsubishi Galant gris estaba estacionado, al fondo de la calle sin salida en la que terminaba los límites de la propiedad. Por dentro, el coche era un mugroso basurero de servilletas, envoltorios de pollo Chicken's Dickens y paquetes de cigarrillos. El hombre que estaba sentado tras el volante, tomó unos binoculares y observó a Bianca salir a la calle, con su coche en reversa. Entonces tomó su teléfono, y marcó un número.

—Habla Friedrich —sonó una voz, del otro lado.

—Tanto tiempo de vigilancia ha servido para algo, supongo. Acabo de ver a alguien salir de la mansión.

—¿Vándalos?

—No, esta vez es diferente —explicó—. Es un coche, creo que un Impala, de color negro.

—¿Pudiste ver quién conducía?

—Eran dos chicas, la conductora tenía cabello por los hombros, cobrizo.

—Es la hija de los Connor, esa perra... —murmuró del otro lado.

—¿Qué quieres que haga? —Luther abrió la guantera del coche y comprobó su Beretta 9mm. —¿La asesino?

—No, solo síguela. Nos interesa con vida.

Luther colgó, cerró la guantera, y encendiendo el motor del Galant emprendió la marcha por la solitaria calle.

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