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3. La merienda, Templo de Athena



Saori estaba sentada ante un escritorio, abrigada con un sencillo chal y por el calor de un brasero ritual que ardía discreto en aquella milenaria sala: un dulce aroma a naranja y cardamomo emanaba de los tizones ocultos por el recipiente de bronce. Redactaba una carta. Su caligrafía era limpia y sobria: Shion con frecuencia le hacía burlas cariñosas diciéndole que su trazo resultaba demasiado simple para tratarse del de una jovencita bella y animosa. Saori siempre sonreía ante la observación y le respondía que él tenía una letra demasiado ornamentada para ser la de un varón con más de 260 años de edad. Entonces ambos reían y Shion le ofrecía instruirla en el arte de rubricar; la muchacha respondía que aprendería si le enseñaba, pero que lo consideraba innecesario en una época en la que existía el correo electrónico y la firma quedaba programada como un elemento más del formato.

No solía comportarse como una diosa con Shion. Ni con Dohko. Con nadie, en realidad. Las pocas ocasiones que le había tocado asumir una posición de mando, luego de la Guerra Santa, lo había hecho con llaneza y sin aspavientos. Y su ejército la había seguido de la misma manera: con naturalidad y sin afectaciones. Ahora escribía una misiva que si bien no era propiamente de guerra, tocaba asuntos que todavía podrían resultar incómodos y derivar en suspicacias. No era la versión definitiva, pues aún esperaba que Mu y Deathmask le contaran lo que habían averiguado de Camus y Milo.

Al mirar a través del cristal, vio a lo lejos seis figuras descender la escalinata de los doce templos. Los manchones de cabello revoloteaban un poco, por efecto del viento. Se preguntó cómo se tomaría Camus la intromisión. Y cómo reaccionaría Milo al enterarse de que su pareja tenía secuelas de su accidente que iban más allá de lo psicológico. Pero ya que Camus se negaba en redondo a hablar con ella, tendría que arreglárselas con sus hermanos.

―Qué complicados son los hombres. ―musitó la jovencita regresando la vista al folio. ―Aunque no sé si resultaría más sencillo con una mujer.

―Tú tampoco eres lo que se dice transparente, Dama. ―interrumpió Dohko, que llevaba una bandeja con una tetera, tazas y baklavas. Shion, que iba por un lado de Libra, se sonrió. ―Y lo mismo podría decir de la mayoría de las chicas que he conocido en mi vida. Excepto Shunrei, que no suele ocultar cosa alguna, bendita sea...

―Supongo que todos nos protegemos como podemos, Dama. Ser hombres o mujeres es irrelevante si nos sentimos vulnerables. ―añadió Shion en tono conciliador.

―Cierto. Aunque entre nosotros esa prevención es innecesaria: somos una familia, en más de un sentido. Camus debería tenerle fe a Milo.

―La tiene, sin duda. Pero también lo conoce. ¿Lo culpas por no querer que su amante pase por más angustias?

―No, por favor. No lo culpo de ninguna forma. Pero Milo igual se enterará. Ojalá que no de la peor manera.

―Milo es Milo, y Camus es Camus. Nada ni nadie puede evitarlo. De ellos depende sacar lo mejor o lo peor de sí mismos en esta situación.

Saori sonrió levemente. Dirigió una mirada agradecida a Dohko, que le pasó una tacita con fragante té y le acercó el platito de dulces. La joven diosa aspiró el vapor que desprendía la taza y dio un sorbito apreciativo.

―Especiado, ¿eh? Te ha quedado delicioso.

―Siempre le queda estupendo. ―dijo Shion mientras dispensaba un leve y discreto apretón al muslo de Dohko, que se sonrió furtivo. ―Una de sus muchas habilidades.

―Me lo imagino. ―concluyó la diosa sonriéndoles de lado, pícara. ―Te mostraré el borrador de la carta en cuanto merendemos. Aunque Hilda es ahora nuestra aliada, creo que las formas y el tono son muy importantes. No me dejes cometer ninguna imprudencia.

―Tú no puedes cometer imprudencias, Dama. Va contra tu naturaleza.

―¿Lo crees? Es difícil, pero incluso los dioses aprendemos trucos nuevos. Y eso incluye arreglárnoslas para ir contra nuestra naturaleza...


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Aclaraciones

Ninguna relacionada con el idioma. A partir de este punto, los prolegómenos (por decirlo de algún modo) dan paso a los acontecimientos. 

Gracias a quienes han estado leyendo, comentando y votando: son unos amores totales. Los créditos de la imagen son para su autor o autora, que se ha lucido ❤


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