15. Una nueva estadía hospitalaria, La Fuente
Advertencia: Sugerencia de violencia sexual
―Pues a mí me importa una mierda. ―dijo Milo con más fastidio que amenaza. ―Serás muy protector de Atenas y muy su padre... pero tengo claro que a Camus le agradas como un grano en el culo.
Bóreas observó al joven delante de él con suspicacia, sin agresividad, pero sí con algo de burla. ¿En serio creía que podía bloquearle la entrada a la habitación de su hijo cuando tenía que mirar hacia arriba para hablarle?
―Mira, insectito; da gracias de que te considero un familiar y por eso no te meto en un Ataúd de Hielo. Te coges a mi niño o mi niño te coge a ti: no me importa el orden de los factores. El caso es que le importas al insensato y con eso, tu vida es sagrada para mí. Ahora quítate, porque me importa dos mierdas la opinión que te hayas hecho de mí. Sábete que no le desagrado a mi hijo: simplemente... tiene un carácter horrible y eso nos dificulta la convivencia.
―Su carácter no es horrible, es... peculiar... ―y se preguntó por qué aquellas palabras se le hacían tan conocidas. ―Mientras Camus esté inconsciente y no dé su autorización expresa para que te le acerques, no pasarás por esa puerta. No por mi gusto y voluntad... ―añadió alzando un poco la voz para que Saori lo escuchara y resolviera aquella tonta cuestión.
―Déjalo pasar. Por favor, Milo... ―dijo Saori un tanto divertida. ―Bóreas no es mala persona, pero sí es muy temperamental. Es insufrible cuando está enojado.
―¿En serio? ―dijo Milo apartándose del camino. ―Qué cosas. Debe ser cuestión genética...
Bóreas pasó por un lado del rubio, no sin antes darle un buen jalón de greñas. Milo lo miró indignado, pero el gran Aquilón volvió un momento el rostro, le sonrió y le guiñó un ojo. Escorpio le devolvió la sonrisa en cuanto le dio la espalda y lo siguió al interior de la habitación.
La tarde moría. Camus yacía en la misma cama de la que lo había arrebatado por la mañana. Milo suspiró, cansino. Se sentó en la silla a un lado de la cama y acarició una mejilla de su novio. La sintió ligeramente rasposa: una sombra rojiza, casi imperceptible, empezaba a brotar de ella.
―Bueno, Keltos, hay que afeitarte.
―Déjalo ser. ―dijo Athena con voz tierna. ―Le sentará bien.
―Le dará otro infarto cuando vea que tiene la cara llena de pelo... Es un maniático con su higiene personal. Además, es mi manera de cuidarlo. ¿Ya no te acuerdas que cuando se accidentó yo me encargaba de acicalarlo?
―Entonces déjate la barba tú también. ―ordenó Bóreas como si nada. ―Cuando el pequeño cretino vea que su amorcito está igual de hirsuto que él, no tendrá tanto problema.
―¡Oye! No lo llames cretino, que así es como me llama a mí... Y con connotaciones cariñosas, ¡así que no le arruines el efecto!
―Silencio, por favor... me fatigan. ―dijo Saori rematando con un bostezo. ―Milo, vete a tu templo a descansar. El médico dice que Camus dormirá un poco más. Aunque la cirugía no fue tan demandante, entre la anestesia y el estrés de su enfrentamiento con Skade todavía estará noqueado. Aprovecha y descansa...
―Quiero estar con él. No podrá moverse por la costilla rota y la cirugía... y no sé cómo estará de ánimos... ahora recuerda cosas horribles.
―Se va a sobreponer. ―dijo Bóreas con mucha seguridad. ―Siempre lo hace. Y si te quedas con él, será más sencillo. Más te vale no dejar a mi muchacho, insectito, o te congelaré las bolas...
―Bueno, el encanto viene de familia, ¿verdad, padre ausente? Claro que no lo dejaré, ¿por quién me tomas? ―masculló Milo, acariciando el dorso de la mano de Camus. ―¿En serio no pudiste protegerlo en Asgard?
El Aquilón se removió incómodo en su sitio y sopesó las palabras que diría al escorpión.
―Podría haberlo hecho. Pero entonces habría torcido el objetivo del entrenamiento. Camus debía probar suficiencia y autonomía, que era capaz de sobrevivir por su cuenta en los climas árticos y antárticos. Probar solvencia de carácter, equilibrio moral, virtud marcial, estrategia, inteligencia superior, adaptabilidad, templanza... todas esas características que son necesarias para un soldado de Athena, y en particular, para un Santo de Acuario.
―¿Entiendes que ese objetivo que no quisiste torcer tiene parte en lo que le sucede ahora? La presión por convertirse en un soldado digno jugó en su contra... Conozco a Camus... o al menos creo que puedo decir eso después de todas las cosas que hemos pasado juntos... lo que le sucedió lo hizo sentirse indigno a varios niveles. Supongo que olvidar fue la única solución que su mente encontró para no quebrarse y conseguir que la misión, el entrenamiento, resultara exitoso. Para que pudiera convertirse en el soldado que necesitaba ser... Aun así, no debiste desentenderte de él.
―No, muchacho. No me desentendí... Ni tú ni mi hijo entienden la situación... No puedo estar en un solo sitio, aunque quiera hacerlo. Soy protector de Atenas, y ese es un vínculo que me hace volver con regularidad, pero ni así puedo quedarme por mucho tiempo. Como aliado de su diosa, tomé la misión de dotar a Santuario de un Santo de Acuario poderoso para cada Guerra Santa. Así lo he hecho desde que Athena y Hades se enfrentan cíclicamente. En esta era, el guardián de Acuario fue Camus. Busqué con cuidado a quien debía ser la madre, a quien tuviera aún en su sangre resquicios del legado de Ganimedes... esa fue Hélène, heredera de dos líneas reales con trazas del copero del Olimpo. Me presenté ante ella y no le resulté desagradable. Comprendió la misión... pero sus padres no. Acabó separándose de ellos y partió con Camus: lo llevó a donde sus dones pudieran florecer con plenitud. En Rusia, el frío era su amigo. Y luego de lo de Hélène, lo traje a Santuario y empecé a entrenarlo. Mi niño, pues... Cuando su entrenamiento en solitario empezó, le juré que no me vería durante los siguientes años y se lo cumplí por mucho tiempo. Creí que eso le gustaría. Sólo una vez fui a buscarlo a Siberia, y me echó sin miramientos. Él... no me soporta, ¿sabes? Me odia...
―Dejémoslo en que no te soporta. ¿Por qué? Si mi papá fuera el Aquilón, pues... lo presumiría...
―No me perdona que Hélène haya muerto. Me considera culpable... Era bellísima, ¿sabes? Una verdadera sílfide... Si la hubieras visto bailar, era una visión increíble... Yo le advertí a la pequeña que el cerdo que tenía por director de escena en su compañía tenía malas intenciones, pero me desoyó... Camus la encontró estrangulada, y no fue todo lo que el malnacido le hizo padecer. Me culpa de no haber evitado que la mataran. Lo que no sabe es que el maldito descastado alimenta a los peces en lo profundo del Mar de Chukotka... ―Bóreas sonrió de tal modo que Milo tragó saliva. ―No vivió un solo día después de que Camus descubrió a su madre. Y lo que le dije es cierto: no puedo atarme a nadie, tengo que rodar por el mundo, ir a todas partes, pues mi naturaleza y mi misión lo exigen. Cada ocasión que he dado un custodio a la Casa de Acuario me he sentido honrado... pero no puedo atarme a nadie. Ni siquiera a él, por mucho que mi corazón lo busque.
―Alors... le maudit est mort? ―musitó Camus con voz apenas perceptible. Milo le dedicó una sonrisa abierta y apretó su mano. Athena se acercó a su lado y le acarició los cabellos. (1)
―Oui. Il est mort. Pour Hélène. Pour toi. Parce que sa mort était un crime odieux. Ma chérie... Elle était si jeune... (2)
Camus estaba al borde de la inconsciencia. Sin embargo, escuchó perfectamente las palabras de Bóreas.
―Tu... l'aimais... même un peu? (3)
―La amé como los seres de mi naturaleza amamos... fugazmente, pero de verdad... Igual que a ti... te amaré mientras vivas. Aunque no lo pongas fácil, y espero que eso sea suficiente para ti. Lamento no haberte protegido en Asgard...
―No podías... te hice jurar que me dejarías solo... no... no te soportaba... cerca de mí... No hay remedio para lo que pasó... Y no es tu culpa. Sinmone... me escuece el alma... No sé cómo, no sé de dónde sacaré la fuerza, pero haré que la harpía pague... ―Camus cerró los ojos un momento y permaneció silencioso largos instantes. Sus acompañantes creyeron que se había quedado dormido, pero habló de nuevo. ―Estoy en paz contigo, Maître. Merci... Je...t'aime aussi... à ma façon... (4)
El enorme Bóreas se acercó un poco y se inclinó sobre Camus. En un gesto inusitado, le sujetó la barbilla con el índice y el pulgar, para luego hacerle una leve caricia en la nariz.
―Eres tan parecido à ta maman... todo lo bello que hay en ti viene de ella. Manda a descansar a tu insectito, que colapsará en cualquier momento por el cansancio. Ya no voy a alejarme demasiado... aunque me expongo a tu genio de los mil demonios. Aún debo conocer a detalle a mi yerno...
―Beau fils? Si nous ne sommes que de petits amis. Nous ne sommes pas mariés... (5)
―Ah, sí; claro... ―dijo Saori ahogando una risa discreta. ―Si tú lo dices, Camus... ―y se retiró, tomando el enorme brazo del Aquilón, que la condujo solícito y con una sonrisa de oreja a oreja que lo hacía lucir más temible.
―Bon... vete a dormir, mon coeur... Tú también estás herido... ―dijo refiriéndose al leve vendaje de su mano. ―Y estás tan tranquilo, que asumo que Hyoga e Isaac están bien...
―Todo está bien. Incluyéndome. Me quedaré un rato más. Duérmete... yo te cuidaré. Aunque estoy convenciéndome de que no necesitas quien te cuide. Deathmask siempre ha tenido razón: eres un keltoi, uno de la antigüedad. Hoy te vi combatir desnudo en un frío infernal. Y deseé con toda mi alma luchar a tu lado y luego hacerte el amor hasta desfallecer...
Camus sonrió débil y cerró los ojos. Un momento después, dijo:
―Acuéstate conmigo.
―No. Pasaste por una cirugía. Casi te extirpan el bazo.
―Anda... acuéstate conmigo, o pensaré que ya no me consideras digno...
―Eso es chantaje, ¿sabes? Y es bajo...
― C'est vrai... dors avec moi, s'il te plaît... Je ne veux pas être seul... pas maintenant... (6)
El escorpión sonrió con dulzura. Dejó la chaqueta en el respaldo de la silla y los zapatos a un lado de la puerta. Luego se inclinó sobre Acuario y le dejó un breve beso en la comisura de los labios. Se recostó junto a él en la orilla de la cama y le tomó la mano.
―Aquí estoy. Ahora duerme: cuando despiertes, seguiré a tu lado...
Y Camus durmió. Profundamente y sin sueños.
____
Milo ya no estaba con él en la cama: dormía apoyado en ella. Estaba sentado en la silla, usaba sus antebrazos de almohada y tomaba suavemente la mano de Camus. Éste había abierto los ojos y reconocía el área a su alrededor; recordaba de manera vaga haber estado allí, pero nada más concluyente que eso.
Dirigió la vista al pie de la cama y vio a Deathmask, revisando su historia clínica en compañía de un médico mayor, al que creyó reconocer de sus visitas periódicas a La Fuente. El médico canoso hablaba y Deathmask escuchaba con atención. Camus carraspeó para hacerse notar.
―Ah, hola, keltoi. Bienvenido al mundo de los vivos.
―Lo dices como si me hubiera muerto. ―dijo Camus con voz rasposa.
―Pues... no pusiste mucho de tu parte para que eso no sucediera. Aunque te reconozco que le diste un buen susto a la señora Frozen. ―respondió Deathmask, alegre como cascabel.
―Angelo, presta atención acá. ―dijo el médico con un dejo de fastidio. ―Tienes una facilidad para distraerte que desespera.
―Perdón, maestro...
―¿Angelo? ―preguntó Camus con una risita que le provocó un breve espasmo de dolor.
―Fanculo il ragazzo... ―masculló Cáncer. ―Yo también tengo nombre, gelato. ¡Imagínate nada más! (7)
―Angelo... ―dijo el médico con impaciencia.
―Sì, maestro, subito. Deja ya de distraerme, fratelino. El dottore Damianos Katsaros, mi maestro aquí presente, es tan paciente como se ve... (8)
―Usted ―dijo el médico dirigiéndose a Camus ―, se va a quedar... de siete a diez días. Para observarlo y dar tiempo a que se recupere como es debido.
―¿Tanto?
―Vale. Dos semanas, y si vuelve a quejarse serán tres... y sin visitas... ni conyugales ni de otro tipo. No me fastidie... ―Camus torció el gesto, pero se quedó callado. Deathmask, detrás del viejo médico, se reía en silencio de Acuario. ―Angelo, deja de hacerte el tonto y revísalo. Sácale al marido de encima, que estorba. Quiero todas tus observaciones, tu diagnóstico e indicaciones. Si me parecen bien, tú mismo las anotarás y ambos las firmaremos. Mañana te quiero a primera hora en clase, y para mediodía estarás aquí de vuelta, dando seguimiento al paciente. Me vas a pasar reporte de cada guardia que hagas con él. Si te desempeñas tan bien como espero, daré mi visto bueno para que pases a clínica.
―Gracias, maestro. ¿Podré recetar?
―No tientes tu suerte. Eres mi mejor estudiante. Pero eres eso: ES-TU-DIAN-TE.
―Sí, maestro. ¿Ya oíste, heladito? Soy su mejor estudiante. ―dijo Deathmask orgullosísimo. ―A ver, alacrán, quítate que entorpeces... ―y levantó a Milo por la mala, mientras éste manoteaba primero, se tallaba los ojos después y remataba con un gran bostezo. ―¿Adivina qué, keltoi? Voy a desnudarte y toquetearte: uno de mis sueños húmedos juveniles. ―remató el albino con una malicia que despertó a Escorpio de golpe; Camus, por su parte, sofocó a duras penas y con dolor una carcajada.
―¿Que vas a qué? ―casi gritó Milo, quien de inmediato puso expresión circunspecta cuando el viejo médico le dirigió una mirada fulminante. ―Ah, vamos. Lo vas a auscultar. Pues, cuidado que se te pase la mano, don Cangrejo...
―Doctor De Santis, aunque le cueste más trabajo, muchacho. ―dijo el viejo doctor con una seriedad acojonante. ―Respeto para el médico que trata a su marido...
―No soy su marido ―se apresuró a aclarar Camus―, sí somos pareja, pero no estamos casados.
―Ya, gracias por la aclaración. Más respeto para el médico que trata a su amancebado... ―Camus y Milo pusieron cara de desagrado total y Deathmask, que intentaba escuchar el latido del corazón del pelirrojo con un estetoscopio, tuvo que hacer esfuerzos titánicos para aguantar la risa.
―Caray, Keltos; eso se oye muy feo. ¿En serio no prefieres que te llamen mi marido? ¿Y en serio te apellidas De Santis, Sebastián? Resulta curioso, tomando en cuenta que eres el Santo de Cáncer...
―Y se llama Angelo. Figúrate.
―¡Angelo! ¿Ángel? Del infierno, supongo...
―Cazzo... Dejen de distraerme, que haré un mal reconocimiento. A ver, keltoi, déjame revisarte la sutura.
―¡No le quites la ropa!
―¡Bueno, pues quítasela tú, que ganas traes! ¡Necesito ver la maldita sutura, alacrán necio!
―Señor, haga el favor de salir de la habitación.
―No, no, por favor. Ya me voy a callar.
―Qué bien que se calle. Igual salga, o le prohibiré la entrada en lo que resta de la estancia de su mancebo.
―¡Es mi marido, no mi mancebo!
―Ya vete, Milo; no lo empeores. ―intervino Camus con una enorme seriedad. ―Nos veremos en un momento.
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―Mañana vuelves a tu templo. ¿No te alegras? ―preguntó Mu. Estaba sentado con Camus en un jardín interior de La Fuente. Desde la banca de piedra veían los árboles suavemente movidos por el viento. La temperatura, un poco fría, se acercaba más a lo templado. Habían pasado siete días desde el enfrentamiento con la Dama del Invierno, y el clima era cada vez más benigno. Camus acababa de pasar por una sesión con el psicólogo, pues sus malos sueños habían vuelto. ―Casi podrás volver a tu rutina. ¿Cómo te sientes con ello?
―Bien. Creo... ―respondió Acuario un poco alicaído.
―¿Crees? ¿Qué te pasa? ¿No quieres conversar al respecto?
―No. Me parece que no.
Mu observó con dulzura a Camus: una cortísima barba adornaba su rostro, pues el doctor Katsaros le había dicho que podría afeitarse en su casa cuando abandonara La Fuente. Aries le tomó una mano y se la apretó con suavidad, le sonrió.
―Los sentimientos que no expresas se pudren, Camus. Hacen daño. Puedes hablar conmigo si lo necesitas. Con Shaka, con Shion. Con Milo. Con Saori. Incluso con Bóreas, aunque se miren tan feo cuando están juntos... Puedes hablar con cualquiera de nosotros: somos tu familia y te queremos un montón.
―Gracias...
Ambos guardaron silencio, observando el susurrante correr del aire en las briznas de hierba y las flores.
―La sueño todas las noches, ¿sabes?
―¿A Skade? ―preguntó Mu sin disimulo.
―Sí, también a Skade. Sueño a Sinmone... Ahora sé que no la maté, pero igual me siento miserable... si me hubiera ido con la Dame Blanche, ma petite amie seguiría viva. Habría sido... una chica bellísima, encantadora. Se habría casado. Habría tenido hijos... La vida de Surt no habría sido tan triste...
―Tal vez. Pero habrías pagado con tu vida. Y muchas cosas que han sido importantes, no solo para ti, sino para el mundo entero, habrían sido diferentes, sin la garantía de ser mejores. No habrías entrenado a Hyoga e Isaac. Milo no habría estado contigo y entonces su lado cruel casi seguro que lo habría devorado. No habrías participado en la Guerra Santa. Tal vez habríamos perdido. ¿Sabes que incluso haber muerto en la Guerra Civil tuvo una función importante en el devenir de la Guerra Santa? No puedes dar la espalda a todas esas cosas por sentirte mal. No mataste a tu amiga: debes sentirte aliviado por poder soltar ese peso. Y debes aceptar que tampoco pudiste evitarlo. No es tu culpa, sino de Skade.
Camus exhaló un suspiro casi imperceptible y sonrió tristemente. Ladeó un poco su rostro hacia Mu.
―Me estás terapeando, ¿lo sabes, verdad? ―Mu sonrió ampliamente y se prendió con cariño del brazo de Camus para luego recargar la cabeza en su hombro. ―Es complicado, Mu. Yo... quería a mi amiga...
―Es lo maravilloso de la amistad, Camus: nos permite hacernos hermanos de personas con las que no compartimos sangre.
―No. No entiendes. Yo... la quería. En serio que sí... ella decía que era mi novia, ¿entiendes? Éramos unos mocosos y no sabíamos realmente lo que significaba aquello. Pero cuando Sinmone planeaba cándidamente nuestras vidas... cuando planeaba nuestra boda, los hijos que tendríamos, cómo sería nuestra cabaña, cuándo y cómo nos visitaría Surt... yo quería que todo eso sucediera... ¿entiendes? ―la voz se le quebró y un sollozo lastimero surgió estrangulado de su garganta. ―La quería, Mu... en verdad tenía un lugar en mi corazón. Si no hubiera muerto... ¿habría vuelto a ella? ¿Me habría alejado de ella? ¿Qué hubiera sido de nuestras vidas? ¿Qué hubiera sido de Milo, de mi vida con él...?
―¡Oh, Camus...!
―¿Cómo podía... amarla... si era un estúpido niño? ―sintió a Mu atraparlo en un abrazo confortable, uno que necesitaba con desesperación. ―¿Cómo puedo hablarle de esto a Milo? ¿De que me sentí así por alguien que no era él? ¿Cómo puedo confesarle que en mi corazón... hubo amor por alguien más...? ¡Por alguien que me fue arrancada de una manera tan cruel e insidiosa! ¡Me siento horrible, tan mal! ¡Como si le hubiera fallado a los dos!
―No le has fallado a nadie, Camus. Tranquilízate. No tienes por qué sentirte mal por haber amado a Sinmone. ¿Te das cuenta de que lo que sentiste fue puro e inocente? Es posible que lo más puro que hayas sentido en tu vida. No puedes saber lo que habría sucedido si ella hubiera vivido: jamás lo sabrás y no vale la pena que te tortures por ello. Estoy seguro de que a ella no le gustaría. Y en cuando a Milo... sólo tú puedes decidir si hablarle o no de esto. Pero te aseguro que no te juzgará... Su corazón fue turbulento, incluso pudo ser avieso si no hubieras llegado a su vida... tu amor sacó lo mejor de él, así que te entenderá. Por favor, no te tortures...
―Y luego está la Dame... ella... ¡oh cielos...! ¡No sé si podré hablar de esto alguna vez sin sentirme una basura...!
―Camus...
―Tú estuviste en mi cabeza... tú viste lo que pasó... Tú y Shaka me han dicho que no llegó lejos, que en realidad no consiguió hacer gran cosa, pero... ¡por la diosa, qué asco! ¡Qué asco me da ella y qué asco me doy yo!
― Camus...
―Yo no estaba bien, Mu... había pasado días errando en el bosque, luego de sepultar a Sinmone... Era evidente que Surt no me quería cerca y yo... quería morir también... quería morir de alguna forma, la que fuera. Sabía que de frío no sería posible, así que intentaba hacerlo de hambre y sed... estaba enloquecido... y luego de días de vagar... ella me salió al paso. Estaba tan enojado con ella, creí que podría hacerle daño, o provocarla para que me matara... pero luego de mi primer ataque, ella... me inmovilizó... como si hubiera empleado la Restriction, o el Koltso... y se acercó... y...
Camus se detuvo, con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada, encogió los hombros y se encorvó un poco. Mu lo observaba preocupado, temiendo que colapsara; le tomó una mano y lo sintió estremecerse. Estaba claro que Acuario quería llorar, pero no podía; no podía ni hablar, parecía como si de pronto hubiera perdido la voz.
―Ahora... no sé cómo podré vivir con mis memorias recuperadas... con ella en mi cabeza. ―suspiró con cansancio, con derrota. ―Lo que más recuerdo ―dijo el pelirrojo con la voz estrangulada― son sus ojos, enormes... bellos y terribles... dos lagos abisales, sin fondo... justo frente a los míos... sus manos, deslizándose por mi cabello... bajando por mis hombros... aferrando mi cintura y... Hablaba, y yo me sentía atado por su voz. Me decía que me amaba, que no había nadie más que ella en el mundo capaz de amarme... que ya nadie querría estar conmigo, pues era peligroso... decía que yo había matado a Sinmone al negarme a acompañarla... decía que nadie querría amar a un indigno asesino como yo... que sólo ella se compadecía de mí... que ella sí me amaba... Se inclinó sobre mí. Creo que quería besarme, pero no sé si lo hizo... era como ser devorado por una serpiente enorme, por un lagarto, por un monstruo... podía haberme tomado con una mano, como si fuera una muñeca, un juguete... así me sentía. Y tuve miedo y sentí repulsión por mí mismo, porque había algo en mí que la movía a comportarse así... entendí que sus intenciones eran torcidas, y que yo no podía hacer nada, por muy poderoso que me creyera al ser hijo y discípulo de mi maestro... eso no valía de nada, no me podía defender... y cuando creí que eso sería todo... escuché gritos llamándome. De entre la vorágine que ahora tengo dándome vueltas en la cabeza, los gritos de Surt son lo último que recuerdo, la voz de Surt gritando mi nombre... y mi mente cerrándose... abandonándome. Recuerdo el rostro de ella, su expresión, como si se sintiera defraudada... ―Camus apretó los ojos fuertemente, como si así pudiera espantar las cosas que contaba a Mu. ―Recuerdo a Surt, a un lado mío, removiéndome en el suelo, entre la nieve. Creyó haberme encontrado muerto... ojalá hubiera sido así... No sé cuánto tiempo pasó. Me llevó a rastras a la cabaña. Recuerdo estar en cama, sepultado entre cobijas y pieles, y recibir las cucharillas de sopa de avena caliente... no podía tragarlas.
Una solitaria lágrima se deslizó por el rostro ríspido de Camus, hacia su mentón. Contenía los sollozos, pero eso no evitaba que su pecho se agitara. Mu, profundamente conmovido, contagiado de la tristeza de su hermano, trataba de confortarlo. ¿Pero cómo podía suavizar un dolor tan profundo y añejo, tan lacerante que había sido necesario el olvido para que Camus pudiera continuar con su vida?
―No te atormentes, Camus. Eso no te llevará a nada bueno. ¿Entiendes? Todo lo que me cuentas es horrible, y si escucharlo me estremece el corazón, no puedo ni imaginar lo que fue vivirlo. Y aun así, debes encontrar las fuerzas para... ¡Dioses! No, no diré que debes superarlo, porque no sé cómo podrías hacer eso. Pero tienes que aprender a vivir con ello, y entender que tú no hiciste nada para que todo eso sucediera. No tienes culpa en nada de lo que sucedió. Todo, sin excepción, lo hizo Skade. Y recuerda que no hay una sola persona en este Santuario que no te apoye y no te ame. Todos, sin excepción, estamos contigo en esto. Y tenemos la certeza de que si fuera cualquiera de nosotros quien hubiera estado en una situación tan espantosa como esta, tú darías la cara sin pensártelo y nos protegerías. Por favor, Camus, por favor... no te permitas hundirte. Y no nos alejes.
Mu tenía a Camus apresado por los hombros y lo dejaba llorar en silencio, sin importunarlo ni apremiarlo para que continuara hablando. Bastante le había confiado ya y lo suponía exhausto y abrumado. Y le pareció que podía abrumarse todavía más cuando vio a Milo salir de La Fuente hacia el jardín y dirigirse a ellos a paso lento.
Desde el momento en que Escorpio los vio sentados en la banca, con Camus hecho un ovillo entre los brazos de Mu, le pareció que aquello podía transformarse en un momento turbulento, así que sosegó su ánimo y se preparó para confortar a Acuario.
Cuando estuvo frente a ellos, depositó suavemente su mano sobre la cabeza pelirroja y la acarició sin prisas. Camus, quien apenas levantó la cara para verlo, se quedó así, con la vista baja. Mu le dedicó una sonrisa tenue a Milo, quien lo notó entristecido, y se imaginó que las palabras que habían cruzado antes de que él llegara habían sido dolorosas. Se puso en cuclillas y besó a Acuario en la frente.
―Qué guapo te ves hoy. Ya sé que no opinas lo mismo, pero no afeitarte te sienta de maravilla. El necio de Angelo asegura que también me sienta bien a mí. Si no fuera porque Afrodita me ha dicho lo mismo, pensaría que don Cangrejo me lo dice por joder...
Una tenue sonrisa afloró en los labios de Camus: dejó vagar sus dedos entre los filamentos rubios e hirsutos que poblaban el rostro de Milo, quien sonrió complacido y tomó la mano que lo acariciaba para besarla con devoción. Mu los miró con una expresión de suave dicha: apretó un poco más los hombros de Camus y luego lo soltó, para levantarse.
―Shaka y yo estamos preparando una rutina de meditación para ti, Camus. Perdona que no te hayamos preguntado si deseabas tomarla: creemos que te hará bien y sencillamente la hemos estado planeando. Voy a buscarlo ahora para ultimar detalles. Si te parece bien, la haremos en tu templo. Y hemos pensado en invitar a Milo, si no te molesta.
―No me molesta en absoluto. Gracias por todo, por tomarse tantos trabajos conmigo.
―No digas eso. Eres nuestro hermano. Te dejo en buena compañía.
Milo tomó el lugar de Mu en la banca y apresó a Camus entre sus brazos, para luego depositar una serie de tenues besos en su coronilla, de donde ya habían sido retirados los exiguos puntos con que habían cerrado su herida.
―Ahora tienes una mini tonsura. Fueron muy cuidadosos: te rasuraron solo el cabello necesario para la curación. Se oculta muy bien con el resto de tu melena...
Camus lo abrazó y dejó descansar el rostro en la suave curva del hombro de Milo. Éste sentía el aliento del pelirrojo en su cuello, y una felicidad profunda lo invadió: lastimado o no, triste o no, Camus estaba allí, vivo, con un sinfín de posibilidades por delante. Milo besó la vieja cicatriz en la frente de su pareja y agradeció con una intensa devoción que fuera eso: una cicatriz y no una herida sangrante y latente. Agradeció la vida concedida a ambos.
―¿Te he dicho hoy que te amo?
―Me lo estás diciendo ahora...
―Cierto. Te amo. Mañana vamos a casa. Angelo ya me pasó la lista de cuidados que debemos tener y me advirtió que me enviará a Yomotsu si te agobio sobreprotegiéndote. Así que pierde cuidado. No te asfixiaré. Demasiado... ―sintió cómo los labios de Camus se curvaban en una sonrisa contra la piel de su cuello. ―Hyoga pretende tomar tu lugar en tus clases de Rodorio hasta que estés recuperado por completo, pero como él también resultó herido y su capacidad de movimiento aún es limitada, Isaac extenderá su visita para hacerse cargo.
―¿En serio? Pues quiero fotos de eso. A Isaac no le gusta bailar...
―Le diré que enseñas con tutú puesto. Así la foto será más interesante todavía...
―Crétin! ―dijo Camus entre risas. Luego que volvió a calmarse, dijo: ―Te amo, Milo. Je t'aime... como no amaré a nadie más en la vida. Pero estoy dañado, ¿entiendes? No quiero ser negativo, pero los días por venir serán difíciles...
―¡Ah, mon coeur! Aquí todos estamos dañados, así que no tienes que advertirme al respecto. Entiendo que ahora recuerdas cosas horribles. No tienes que contarme nada... no me imagino los horrores, pero leí tu bitácora y eso me da pistas. Escucha... sin importar lo que sea... en serio lo que sea... te escucharé si deseas hablarme. No me espantaré de nada. No te juzgaré por nada. No te rechazaré, no importa lo que haya pasado. Jamás te rechazaré: mi amor es más grande que cualquier mácula que pretendas ponerte encima... Y sin importar lo que Skade haya hecho... tú no eres culpable de nada. Eres perfecto, ¿entiendes? Para mí lo eres.
―¿Leíste mi bitácora? Apenas la recuerdo...
―Les matins froids... ―y Camus se estremeció al escucharlo. ―Leí tus notas sobre tu estancia con Sinmone y Surt, y lo que sentiste luego de la intervención de Skade. Las mañanas frías son nuestras, ¿entiendes? Mías y tuyas. De nadie más...
Camus se le arrebujó entre los brazos, se estrechó contra el pecho. Sintió el latir suave del corazón, el suyo y el de Milo, batiendo cada uno dulcemente. Por un momento, el dolor se le adormeció y fue sustituido por la sencilla felicidad de saber que amaba a Milo, y que era correspondido a cabalidad.
―Oui, mon coeur. Le matins froids sont à nous. Pour toujours... (9)
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Aclaraciones
Hola a tod@s.
Esta es la primera actualización de esta semana y es también el último capítulo del fic. Antes de que esta semana concluya publicaré el epílogo y con eso se cierra esta historia.
En este capítulo se ha abundado un poco sobre la relación de Camus con Bóreas, y por qué no soporta convivir con él. En general, creo que cualquiera se sentiría cohibido (lo menos) y francamente cabreado con un padre que viene y va, y espero que eso haya quedado plasmado de una manera verosímil.
Por otro lado, está la agresión que Camus sufrió en su niñez: aunque Camus menciona que "no sucedió gran cosa", no deja de ser una experiencia horrible y que lo marca profundamente, tan así que tuvo que olvidar para continuar con su vida. Además, está el hecho de que Skade se presenta ante él de una manera cruda; es decir, como una diosa a cabalidad, sin tamices. Cosa que de hecho sí hacen Athena y los demás dioses griegos que conviven con la humanidad en el universo de Saint Seiya. En general, muchos escritores y filósofos consideran que un contacto directo con lo divino puede ser intolerable, imposible de procesar para un humano. Por eso tiene sentido para mí que los dioses olímpicos busquen un anfitrión que los ayude a suavizar la experiencia, a no enloquecer o dañar a aquellas personas que tienen contacto con ellos. El hecho de que Skade se presente así a Camus tiene un efecto adverso en él por sí mismo, y si no enloqueció totalmente es porque él a su vez es hijo de un dios. Bóreas, por su parte, se las arregla para no hacer daño a los pocos humanos ante los que se presenta, pero eso se explicará mejor en otra ocasión 😛
Oh, y como dato muy, muy al margen: en efecto, en Al romper la aurora Milo se encargaba de afeitar a Camus. Sin embargo, esa información se me fue en una edición que hice del texto y olvidé incorporarla. Sorry...
Y ahora, van las aclaraciones idiomáticas, como de costumbre.
Primero aclaro los términos que pueden resultar más sencillos, que serían:
Maître: maestro
À ta maman: A tu mamá
Gelato (italiano): Helado
Cazzo (italiano): Carajo, mierda, verga, coño...
Ma petite amie: mi pequeña amiga, mi amiguita.
Y ahora dejo lugar a las expresiones más complejas:
1. Alors... le maudit est mort?: Entonces, ¿el maldito está muerto?
2. Oui. Il est mort. Pour Hélène. Pour toi. Parce que sa mort était un crime odieux. Ma chérie... Elle était si jeune: Sí. Está muerto. Por Helena. Por ti. Porque su muerte fue un crimen odioso. Mi querida... Era tan joven.
3. Tu... l'aimais... même un peu?: ¿La amaste... al menos un poco?
4. Merci... Je...t'aime aussi... à ma façon: Gracias... También te amo... a mi manera.
5. Beau fils? Si nous ne sommes que de petits amis. Nous ne sommes pas mariés: ¿Yerno? Pero si sólo somos novios. No estamos casados.
6. C'est vrai... dors avec moi, s'il te plaît... Je ne veux pas être seul... pas maintenant: Es cierto... duerme conmigo, por favor... No quiero estar solo... no ahora.
7. Fanculo il ragazzo (italiano): Al carajo (a la mierda) con el muchacho.
8. Sì, maestro, subito (italiano): Sí, maestro, enseguida.
9. Oui, mon coeur. Le matins froids sont à nous. Pour toujours: Sí, corazón mío (mi amor). Las mañanas frías son nuestras. Para siempre.
Y por ahora es todo.
Los créditos de la imagen son para su talentos@ autor o autora.
Y finalmente, como siempre, agradezco el tiempo, los votos y los comentarios que dedican a este cuento. El amor tiene vuelta. Cuídense.
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