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12. La vigilia, Santuario


Hyoga estaba sentado en la silla, a un costado de Camus: con una mano estrechaba la diestra de su maestro y con la otra, leía uno de los libros que Milo había dejado sobre la mesita de noche antes de irse. Tuvo un emotivo encuentro con Kraken, y después de abrazarlo y responder con largueza las preguntas con que lo acribilló, había pasado un rato con su viejo amigo, custodiando el sueño de su padre por adopción. La bocinita seguía reproduciendo música desde el viejo MP3 de Acuario: el Cisne y el Kraken habían sonreído con inmensa nostalgia cuando lo vieron allí, cerca de la cabecera de su mentor. Muchas noches de su infancia compartida con Camus las habían pasado al amparo del fuego de la chimenea, con la compañía de ese aparatito mientras un jovencísimo muchacho pelirrojo, impensablemente adusto y poderoso, leía con voz pausada y dulce para sus niños. Hacía un rato que Isaac se había retirado a la salita de espera y dormía precariamente, sentado en un sillón. Hyoga leía en francés, aprendido en el trasiego diario con Camus, en un acento algo gutural y burdo, pero comprensible, mientras dirigía algunas miradas rápidas al rostro dormido y pálido, buscando algún signo de mejoría. Seiya empujó la puerta de cristal con la cadera y entró llevando entre las manos una bandeja desechable con vasos de cartón y una bolsa de papel colocada sobre ellos: sonrió a su hermano y le entregó un vaso, que éste aceptó sin mediar palabra, pero con gesto de gratitud.

Seiya vio en una esquina de la habitación una pequeña mesa metálica de trabajo vacía y la acercó al sitio de Hyoga: colocó sobre ella la bandeja y su contenido. Luego, se sentó a un lado del muchacho rubio y despeinado, rasgó la bolsa para tomar una baklava y bebió su vaso. Cisne cerró el libro y lo colocó en la mesa de noche, sin dejar de mirar a Camus y soltó un largo suspiro pesaroso. Luego tomó un pastelito y el café.

―Traje café para Isaac, pero acabo de ver que está dormido. ¿Cómo estás?

Una sonrisa amplia partió el rostro apesadumbrado de Hyoga y levantó la mirada a Pegaso: su gesto afable y expresivo mostraba a un tiempo verdadera preocupación y la alegría de saberse útil. Hizo un ademán afirmativo sin dejar de sonreír y bebió un sorbo de su café.

―Bien, gracias... Por un momento creí que traerías té.

―¿Te gusta el té, patito ruso? Yo juraba que no es tu favorito, aunque no le hagas el feo. Además, Shun siempre ha asegurado que prefieres café por la mañana: negro y sin azúcar. En serio, vienes de una tierra de bárbaros.

Una risa discreta y cantarina brotó desde las entrañas del Cisne.

―¿Qué quieres? Así recuerdo que lo bebía mamá. Y Isaac... y Camus. ¿Qué más iba a hacer yo?

―Pero, ¿y las calorías? Con el frío acojonante de Siberia, ¿no es de primera necesidad un poco de azúcar?

―Camus nos daba chocolate. En grandes cantidades y en todas las presentaciones que te puedas imaginar. Muchas veces sin azúcar. El chocolate amargo es un manjar que pocos se permiten disfrutar. Delicioso y energético. En las condiciones adecuadas, el metabolismo lo quema con una rapidez pasmosa; es nutritivo e impide que el frío te enerve, te mantiene alerta.

―Entonces... Camus de Acuario, el temible ogro del hielo con cara de pocos amigos y menos palabras que un espartano, ¿es un papá consentidor? ―preguntó Seiya entre risas ahogadas, que fueron coreadas por su hermano: éste no dejaba de asentir una y otra vez aferrando la mano de Camus, y al cabo de unos segundos su risa se trocó en un sollozo ahogado. Escondió el rostro en el antebrazo de su maestro y se mantuvo así unos segundos, mientras se serenaba, y Seiya guardó un silencio amable y un poco inculpatorio, por considerarse responsable de aquel altibajo emocional en el muchacho rubio. Vio a Isaac de pie en la puerta de la habitación: sintió el desasosiego de Cisne y se acercó de inmediato, temiendo que algo le hubiera sucedido a Camus. Seiya suspiró con pesar. ―Perdóname, Hyoga: he sido un desconsiderado.

―No, no es así. Es que... has sido tan acertado al describirlo... Es tan callado, solemne, lejano... y al mismo tiempo es lo contrario: expresivo, amable, presente. Ya sé que el viejo Mitsumasa fue nuestro padre biológico, pero para mí... y creo que también para Isaac... Camus fue nuestra figura paterna, por mucho que fuera casi un niño cuando nos acogió. ―Isaac se aproximó a Hyoga y posó sus manos en los hombros de su viejo amigo, quien agradeció el apoyo estrechándole la diestra. ―Ya me partió el corazón cuando nos enfrentamos en la guerra civil y me dejó matarlo... cuando nos reencontramos en la Guerra Santa y lo vi partir de nuevo... ya no quiero pasar por esto, que él pase por esto... Quiero que esté bien, que sea feliz, que tenga una vida tranquila y discreta en el rincón del mundo que él y Milo elijan. Ya me cansé de verlo morir...

―Ya nos cansamos todos de eso, Hyoga. ―dijo Milo mientras entraba por la puerta de cristal. Se había quitado la armadura y en su lugar llevaba jeans y chaqueta de cuero. Se acercó a Hyoga y le despeinó todavía más la cabellera rubia y desordenada mientras le dirigía un saludo al Kraken y a Pegaso.

―¿Qué hay, caballito de los cielos? ¿A qué hora llegaron?

―Un poco antes de que salieran con Saori a la misión. Pero antes de venir nos ordenó acomodarnos: nos hizo espacio en su templo, por eso no alcanzamos a verlos antes de que se fueran. ¿Marchó todo bien?

―Sí, la misión fluyó bien. ―Milo apresó la barbilla del Cisne con los dedos y lo obligó a alzar el rostro. Le limpió el rastro de lágrimas que todavía se apreciaba en sus mejillas y le sonrió con ternura. ―Ya sé que Camus los hizo crecer con la necedad de que no debían atarse a sus sentimientos, y que yo mismo llegué a decírtelo en alguna ocasión, Hyoga; pero me caes mejor así, emocional. Por favor no lo olvides: te patearé el culo si alguna vez te guardas las angustias como lo ha hecho toda su vida el tête de mule de Keltos. También a ti, Isaac, si tengo la ocasión. ¿Cómo les va la escuela? (1)

―Bien. Aunque lo ha intentado, la universidad aún no consigue matarnos... ―respondió Hyoga.

―Yo estoy por graduarme de ingeniero naval. ―dijo Isaac. ­―Ha sido un poco pesadillesco...

―Sí, sé a qué te refieres. La escuela puede llegar a ser desalmada. ―comentó Milo con una sonrisa torcida en los labios. Luego se dirigió a Pegaso. ―¿Han tratado de convencer a Saori de que ella también haga estudios? Ya estuviera matriculada en algún programa...

―Lo tiene entre sus asuntos pendientes. Pero como viaja mucho entre Athenas y Japón... y ahora anda en otros sitios por la agenda de la Fundación Kido-Solo, no se ha decidido por algo fijo... ya toma algunos cursos que le permiten andar en sus correrías y seguir los deberes sin colapsar.

―Ya. Algo encontrará que le interese. En fin. Ya que se ha preocupado tanto de que todos nosotros hagamos algo de nuestras vidas, ella debe hacer otro tanto. Ya lo conversaremos cuando pase este despropósito. Hyoga, Kyría quiere que hable contigo sobre Camus, sobre cómo lo recuerdas en tu infancia, en Siberia; y ya que Isaac nos honra con su compañía, abusaré de su bondad y hablaré con él también. Sabemos, porque nos metimos en los recuerdos de Keltos, que una... diosa lo ha perseguido desde su infancia. Una mujer pasmosamente bella y más fría que el alma de Hades. Ojos azules. Supongo que rubia, pero la verdad no lo sé ni me importa...

―De mi parte, no lo vi jamás con otras mujeres que las de la aldea. ―dijo Isaac con prontitud. ―Con las que hacía algún trueque o lo proveían de alimentos.

―Así es, Milo; el maestro no frecuentaba a nadie. Tampoco es como que hubiera alguien a quien frecuentar. Nuestra cabaña... pues ya lo sabes, está metida en la soledad de Siberia, no recibíamos visitas, salvo las tuyas.

―Bueno... ―dijo Isaac dubitativo. ―A veces era más huraño que de costumbre y hacía excursiones por su cuenta, ¿verdad, Hyoga? Llegó a irse un par de días enteros. Pero nunca sentimos a alguien acompañándolo... ya sabes, sentir el cosmos y la presencia de otras personas fue una de nuestras primeras lecciones...

―Sólo... en una ocasión... ―musitó Hyoga, más para sí mismo que para sus acompañantes. ―un hombre enorme fue a visitarlo. ¿Te acuerdas, Isaac? Un invierno particularmente crudo... Nosotros no lo conocimos: Camus lo vio acercarse a la distancia, se puso de malas y nos ordenó ir a la cabaña, no nos permitió verlo. Hablaron, aunque no nos enteramos de qué, y jamás lo volvimos a ver. Camus ni siquiera se dignó a mencionárnoslo, supusimos que era algún habitante de las profundidades de Siberia: a veces le llevaban caviar, pero siempre se reunía con ellos en la aldea...

―Ya. Entiendo. ―dijo Milo con un gesto amable. Vaciló un momento y luego se sacó de un bolsillo interior de la chaqueta la vieja libretita de Camus, y se la pasó a Hyoga. El muchacho la tomó y la volteó por todos lados, con gesto interrogante y sin saber qué hacer con ella, Isaac la observó con gesto endurecido. ―Es una bitácora: pertenece a su maestro. La empezó a escribir cuando tenía 10 años, al momento en que estaba iniciando su entrenamiento en solitario. Contiene sus notas sobre Asgard. Ya que ustedes son... dos de sus tres familiares cercanos, contándome a mí, me parece que tienen derecho a conocer su contenido. Les advierto: a mí me ha roto el corazón. Si no quieren leerla, no los cuestionaré.

Hyoga observó dubitativo al escorpión, al Kraken y luego la libreta. Se puso de pie, caminó hacia la sala de espera seguido de Isaac y ambos se sentaron en uno de los sillones, codo a codo, para leer juntos. Milo, a su vez, relevó al Cisne en la silla junto a su pareja. Al igual que el discípulo, tomó la mano blanca y la apresó con dulzura.

―¿Ha habido algún cambio en la condición de mi marido, Seiya?

―¿Ya se casaron? ¡Enhorabuena! Aunque, espera un momento, ¿por qué no nos invitaron? ¡Qué horribles hermanos mayores son, en serio!

Milo empezó a reírse con jovialidad: aquel muchacho demasiado amable y demasiado terco para su propio bien lo sacaba de sus casillas y le inspiraba enormes dosis de confianza y ternura. Justo como lo hacía Aiolos. ¡Qué remedio! Debía ser el legado de sus estrellas...

―No, Pegasito, no nos hemos casado. Ya sé que somos unos hermanos mayores por lo menos rudos, pero no dudes que los invitaríamos a nuestra boda, si ello llegara a ocurrir. ¿Crees que Cisnito me perdonaría dejarlo al margen de semejante paso? Hasta me hará pasar pruebas, el muy cabrón, y en un descuido se pone de acuerdo con Isaac para hacerme la vida pesada. Es que... desde ayer en la tarde me han hecho notar varias veces que Camus y yo somos un matrimonio de facto. Y es cierto. Lo somos, aunque yo no lo haya asumido antes. Me pregunto si él nos percibe así. Quiero que despierte para preguntárselo.

―Pídele que se case contigo. ¿Pueden casarse legalmente en Grecia?

―No. Pero eso no importa. Me lo podría llevar a Francia y casarme con él allá. O podría pedirle a Kyría que nos case. Hay toda clase de orientaciones sexuales en Santuario y nadie se escandaliza por ello. Y al final del día, para lo que me importa lo que el mundo opine...

―Aguja Escarlata para quien te mire de mal modo, ¿no es así?

―Lo menos, claro está.

―Y nosotros te haremos segundas. ―dijo Seiya entre sonrisas. ―Camus no ha mostrado mejorías, Milo, pero tampoco ha empeorado, que supongo es lo que quieres oír en realidad. Hace rato un médico le comentó a Hyoga que lo extubarán: no hay trazas de que vaya a empeorar y supe que recuperó la conciencia unos instantes. ¿Es cierto? ―Milo afirmó en silencio, con las cejas fruncidas, y Seiya no abundó en el asunto. ―Bueno, pues como todo indica que está mejorando, le quitarán la respiración asistida. ¿Es eso una buena noticia para ti?

―Sí, de las mejores. Gracias por decírmelo.

―De nada. Te daré algo de privacidad para que hables con Camus y yo iré a acompañar a Hyoga e Isaac, que acaban de poner una cara que no me gusta. Si necesitas algo, por favor llámame, ¿quieres?

Seiya se levantó y llevó la bandeja del café consigo. Escorpio se volvió un poco sobre su hombro y vio que, en efecto, los niños de Camus estaban con el ánimo convulso: Cisne leía con lágrimas en los ojos mientras se estrujaba el cabello de su frente y un sollozo lo sacudía, Isaac se había levantado y deambulaba por la sala, con la mirada vidriosa y los puños cerrados con fuerza. Seiya dejó entre las manos de Kraken un vaso con café, se acercó a Hyoga, le quitó un momento la libreta de las manos y lo abrazó: así lo mantuvo en lo que el chico recuperaba poco a poco la compostura. Después le hizo beber café, le entregó la bitácora de nuevo y se puso de pie para atender a Isaac. Milo suspiró pesadamente. Se levantó y se quitó la chaqueta, que dejó acomodada en el respaldo de la silla, y los zapatos, que colocó a un lado de la puerta. Se subió a la cama de Keltos y permaneció tendido en la orilla, sobre un costado, recortando el perfil del joven dormido con los dedos, acariciando la piel constelada de sutiles pecas.

―Las mañanas frías son lo más bello de la creación cuando amaneces desnudo y descansando sobre mi pecho, bajo las cobijas. Las mañanas frías son mis cómplices cuando te llevo a la cama el primer salvaje café del día: negro y sin azúcar. Las mañanas frías son mis mejores amigas cuando me arrancas suspiros de placer, al empezar el día haciéndome el amor. Las mañanas frías son mi hogar, y también el tuyo, cuando despertamos al mismo tiempo y lo primero que hacemos es dedicarnos una sonrisa... Mi amor. Mi amor. Ma vie, mon coeur... no le des el gusto de ganar, te lo suplico. Las mañanas frías son nuestras, no de ella. No se las entregues. No le des nada más que una mirada de desprecio, y ni siquiera eso tendrías que darle. La enfrentaré contigo. Le sacaré las entrañas heladas y haré que se las trague de nuevo. Por ti. Por Sinmone. Incluso por el idiota de Surt. Ninguno de los tres merecía lo que la maldita desgraciada les dio.

­­____

Milo sintió que alguien le sacudía el hombro, y al entreabrir los ojos vio a Deathmask. Al cobrar conciencia se dio cuenta de que abrazaba a Keltos por la cintura y que seguía echado sobre su costado. Camus continuaba inconsciente, y al incorporarse, se dio cuenta de que la bitácora estaba en la mesa de noche y los chicos habían abandonado la sala de espera.

―Isaac se fue hace un buen rato al aposento que le destinó Athena para descansar. En cuanto a los niños de bronce, acaban de irse hace unos minutos: están bebiendo café en el comedor del hospital. Hyoga estaba... mal. ¿Fue por esa libreta? ―Milo afirmó rápidamente con la cabeza. ―Ya veo. ¿Te importa si la leo yo también? ―dijo tomándola y sin esperar realmente respuesta de Milo, quien rodó los ojos en medio de una sonrisa torcida. ―Vine por ti: Cisne y Pegaso me dijeron que te habías quedado dormido con Camus, y en unos minutos vendrán a extubarlo y a quitarle las sondas. No querrás que el médico de guardia te regañe por no guardar tu libido y acostarte con su paciente, así que levántate y anda, Lázaro.

―Libido... eres tan gracioso que me partes de la risa. En seguida me levanto. ¿Qué hora es?

―Las siete menos veinte, ya amaneció. Vaya noche, ¿verdad?

―¿Hyoga y Seiya no han dormido?

―Dormitaron en la sala de espera. Pero Hyoga está muy alterado. Igual que Kraken. ¿Qué demonios hay en la libreta?

―Eso: demonios. Habla de la muerte de Sinmone sin mencionarla. Resulta peor que si lo hubiera hecho. Surt me habló un poco del alud que se llevó a su hermana, entre otras cosas, que ocurrió el mismo día que el que arrastró a Camus. ―Deathmask puso cara de sorpresa. ―Surt jamás vio a Skade, pero resulta que Sinmone sí que lo hizo, y nuestro vikingo deslucido favorito nunca se la tomó en serio. Dice que encontró a Camus tratando de liberarla de la nieve, llorando y culpándose. Por eso no dudó un momento en culparlo a su vez: creyó que provocó el derrumbe con el entrenamiento...

―Y Camus, que no tenía una pizca de lucidez, asumió en efecto la responsabilidad.

―Eso creo, sí.

―Qué asunto más feo, Milo. Feo, malo, torcido, siniestro y lo más probable sucio, en el peor sentido de la palabra.

―Eso creo también: se me retuercen las entrañas de imaginar cómo regresará mi Keltos de la inconsciencia...

―Anda, vamos por café, sirve que acompañamos a los mocosos.

―Ya no son tan mocosos: están rasguñando los 20. O rebasándolos.

―Igual son mocosos. Levántate de una vez o te llevaré a rastras.

―Ya voy. Estoy todo entumecido.

―Eres todo un anciano.

―Tú sí que lo eres: ya tienes 30. Deja de fastidiarme.

―Todavía no los tengo, rompipalle.

―Sí, sí. Ya me levanté, ¿ves? Ahora camina, viejito, ¿o te consigo un bastón?

Depositó un beso rápido en la frente de Camus y le acomodó la sábana.

―¡Ándate, Romeo! Aunque ya estés de pie, el médico igual te echará de la habitación: lo conozco y tiene peor temperamento que el keltoi.

Milo le pasó un brazo por los hombros y lo arrastró fuera de la salita.

―¿No deberías prepararte para ir a la escuela, don Cangrejo? ¿Qué no tienes clase de anatomía?

―Siempre tengo clase de anatomía, insecto tonto.

―Sí, por eso. ¿No deberías irte...?

―No me voy. Trata de sacarme de aquí. Además, mi maestro... ¿cómo te digo? Me tiene ciertas consideraciones. No habrá problema si no asisto hoy.

―Si tú lo dices...

Cuando salieron del área, un pequeño equipo de médicos se acercó a la habitación  que ocupaba Camus y entró con el equipo necesario para extubarlo. Cáncer y Escorpio ya no alcanzaron a verlos realizar el procedimiento para retirar la ventilación asistida de Acuario.

____

Saori se encontraba de pie ante el espejo de cuerpo entero de su habitación: se había puesto unos pantalones de lana y un suéter claro de cuello alto. Las botas térmicas le envolvían los pies firmemente asentados en el suelo y la cazadora de cuero que vestiría la esperaba en el respaldo de una silla. En ese justo momento se desenvolvía de la cabeza la toalla con que se secaba el cabello y se preparaba para cepillarlo y aplicarle la pistola de aire. Para haber dormido solo un par de horas, lucía fresca y avispada, aunque una ligera sombra lavanda se hacía presente debajo de sus ojos. Shion había hecho que le llevaran té, y lo veía humear desde el espejo. Por un momento dejó de cepillarse, tomó la tacita y bebió unos cuantos sorbos tibios. El aire que zumbaba en el aparato levantaba un poco los mechones de cabello que al cabo de un rato empezó a trenzar. Un leve toque sonó en su puerta y ella levantó la mirada, sabiendo de antemano quién llamaba.

―Pasa, Shion.

El Patriarca avanzó y se situó detrás de ella. Miró cómo la chica intentaba abrocharse una cadena bizantina de plata y, con un gesto, se ofreció a hacerlo por ella. La muchacha se apartó la trenza y permitió que el viejo Aries le colocara correctamente el collar. Ambos miraron satisfechos el resultado desde el espejo, donde sus ojos, como viejos amigos, se encontraron con expresión amable.

―Camus fue extubado sin problemas. Sus médicos se preparan ahora mismo para que recobre el sentido de un momento a otro: ya pasó el efecto del sedante que le aplicaron anoche y no hay agudización de sus síntomas cardiacos: al contrario, su metabolismo actúa como si no le hubiera pasado nada.

―Ese cabeza dura... cualquiera pensaría que es a prueba de todo. ―sonrió Saori con malicia, que casi de inmediato se trocó en melancolía. ―Camus me preocupa mucho, Shion: temo los efectos que haber experimentado a Skade en toda su crudeza provoquen en su mente... será un trago muy amargo despertar y darse cuenta de lo que ahora puede recordar. Temo que se ponga psicótico, que enloquezca.

―Lo sé... espero que haber pasado por esa experiencia en su infancia, cuando su alma era más pura, le ayude a superar los efectos. Que su propia naturaleza le facilite sobreponerse... Milo colapsará si le ocurre otra desgracia...

―Hablaré con Milo sobre mis temores: no me había atrevido porque no tenía en claro la naturaleza del encuentro de Camus y Skade, y todavía se me escapan detalles, todavía no sé qué hizo ella exactamente. Hay que mantener a Camus en vigilancia continua. Aunque supongo que nos enteraremos de que algo está mal con él en cuanto abra los ojos.

―¿Quieres que pida a Shaka que esté preparado para esa eventualidad con Camus?

―Yo misma se lo pediré, no te preocupes.

―Como quieras. Ordené que te sirvieran el desayuno.

―Ya estoy desayunando.

―Eso es solo té. ¿No pretenderás iniciar tu día así, cierto? No es de sabios llevar el estómago vacío, ¡oh, Athena de los ojos glaucos!

―Lees mucho a Homero, Shion. ―dijo la muchacha entre risas alegres. ―Hay escritores magníficos en este siglo, ¿sabes? Deberías frecuentarlos: no aprenderás muchas cosas nuevas, pero sí te quitarás la solemnidad de encima...

―¿Y dónde quedará mi dignidad de Patriarca si me arrebatas la solemnidad? Tenme consideración, niña, soy un hombre dieciochesco: si me quitas las maneras no quedará demasiado de mí.

―Quedarías tú completito, querido Shion. No eres tan solo el señor mandamás de este recinto. No sé qué haríamos sin ti. Tomaré el desayuno solo si me acompañas, ¿de acuerdo? ¿Dohko está aquí? ―preguntó Saori mientras salía de la habitación seguida por Shion: juntos enfilaron sus pasos al comedor.

―Generalmente revolotea donde estoy yo, así que supongo que sí...

―Malvado: claro que revolotea donde estás tú. ¿Dónde más quieres que esté, sino con su compañero? Como si tú no lo quisieras cerca. Son infinitamente más discretos, pero son el otro matrimonio estable en este manicomio, aparte de Milo y Camus.

―¿Pretendes hablar de mi vida privada, Dama?

―Pretendo hablar de ti, que eres mi roca en este mundo y esta era. Dohko es parte de ti. Si estás conmigo, lo quiero contigo, porque no pienso privarlos a uno del otro ni un segundo más. Sus dos siglos de separación me pesan en el alma. ―la muchacha suspiró y se acercó a la mesa, que ya mostraba el servicio dispuesto y una serie de platillos mañaneros listos para ser devorados. ―¿Qué hay por hacer respecto al estado de emergencia?

―Habrá que esperar lo que Hilda de Polaris vaya a decir sobre las negociaciones de Odín. Recomiendo preguntar a Milo si obtuvo información de Cisne y Kraken, aunque no lo creo: si Camus iba a proteger a alguien de sus temores ocultos o descubiertos, sería precisamente a los chicos. Y bueno... quiero pensar que la Dama Skade no tratará de venir y atacar. ¿Para qué arriesgarse? No es prudente.

―Ya se arriesgó. Quiso llevarse a Camus de aquí mismo, dos veces: el año pasado y ayer. Desde la distancia, si quieres, pero lo intentó. Si no fuera por lo contraproducente que puede resultar para Camus, iría a buscarla yo misma. Es un agravio que haya venido a Santuario sin invitación y con intenciones aviesas.

―Preferiría que no hicieras eso, Saori. ―dijo Dohko, salido de quién sabe dónde y sentándose junto a Shion, quien de inmediato le dedicó una discreta y dulce sonrisa. ―No estarías sola de ningún modo: hay once jóvenes furibundos, además de dos vejetes seriamente ofendidos porque a esa señora se le ocurrió meterle mano a uno de sus niños. Y bueno, está también el viejo gruñón, que sin duda estará enojado... Pero ya que la paz ha sido un premio tan difícil de alcanzar, quisiera que la conservemos todo lo posible.

―Bueno. Conservémosla un poco más. Sólo porque uno de mis vejetes predilectos me lo pide. Y en cuanto a Bóreas, actuará solamente en caso necesario, como de costumbre: creo que se mantendrá tranquilo todo lo que pueda, dado lo mal que se llevan él y Camus. ¿Me pasas por favor la mermelada, Shion, y la mantequilla? Me apetece un biscuit y un poco de café.

"Athena..."

Saori congeló la sonrisa jovial en su rostro y se puso alerta.

―¿Saori? ―preguntó Dohko sintiendo, al igual que Shion, el repentino cambio de ánimo de la muchacha, así como una carga de energía que no estaba allí antes. ―¿Qué pasa, cariño?

La joven mantuvo una expresión imperturbable y levantó la mano, pidiendo tiempo.

―¿Odín?

"Lo intentamos, Athena; lo intentamos mi hermano y yo. Y fracasamos. La Señora del Invierno ha causado una revolución en Asgard; estamos metidos en la tormenta más violenta en siglos: hundidos en hielo y azotados por el viento. Y ahora... va hacia ustedes..."

Saori abrió unos ojos enormes y se levantó con tanta prisa de la mesa que la silla donde se sentaba se volcó. Shion y Dohko la siguieron alarmados. El ambiente se puso gélido de un segundo a otro.

―¿A dónde vas, niña?

―¡Necesito a Nike!

Y mientras corría por su báculo, hizo emerger su cosmos, dando aviso a todos los habitantes del Santuario de la amenaza se cernía sobre ellos.


____

Aclaraciones


Hey, ¿qué onda?

Gracias por continuar con la lectura de este cuento. Esta es la segunda actualización de la semana. Ya vamos más hacia el final que otra cosa.

Va la única aclaración idiomática, que corre por parte de Milito bello y necio como él solo (insértense corazones y ojitos amorosos para él):

1. Tête de mule: Literalmente cabeza de mula, pero nosotros diríamos en español cabeza dura, cabeza de piedra, terco, terco como una mula o Camus... Digo, cabeza dura, ¿va? Estoy segura que ustedes conocen otros modos de expresarlo XD

Y ya, porque lo demás es lo que ya conocemos usualmente en boca de estos chicos.

El crédito de la imagen es para su talentos@ autor o autora: me gustan mucho los fanarts donde Camus aparece acompañado de su familia. Espero que el de la portada les resulte tan lindo como a mí.

Se agradecen las lecturas, votos, comentarios tiempo y amor que dedican a esta historia. Leer sus comentarios es la onda: a veces me tengo que morder la lengua para no reir a carcajadas en clase, cuando me llega una notificación y leo como no queriendo la cosa el comentario. Gracias enormes, el amor tiene vuelta. Bonita semana.

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