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Un día en el Triángulo


  No había pasado siquiera media hora cuando un adolescente de piel tostada, cabellos tan pulcramente peinados que harían a Tony morirse de envidia, ojos pardos, hombros anchos y sonrisa carismática se acercó hacia nosotros. Tenía unos diecisiete años y parecía que había pasado la mitad de su vida en un gimnasio tomando esteroides y levantando pesas.

  Nos habíamos sentado debajo de un árbol mientras los chicos del Triángulo nos observaban desde lejos creyendo que eran discretos. Nos examinaban atónitos, miraban inquietos y susurraban frenéticos. Pero no sabían que yo también los observaba a ellos.

  Los adolescentes del Triángulo venían de todas partes del mundo, no tenía que ser muy listo para notar eso, había diversidad de rasgos y colores. Incluso algunos hablaban otros idiomas o una mezcla de ambos. Y todos estaban vestidos de uniforme. Sentía que me había metido en un mundo más extraño que Dadirucso.

  Me concentré nuevamente en el calibre 42. Quería saber cómo funcionaba porque lo había desenfundado cuando me amenazaron en la costa pero no tenía en mente usarlo porque ni siquiera sabía manejarlo.

 —Me siento desnuda —dijo Petra acariciando sus muñecas que ahora me parecían más delgadas que antes, era raro verla así como si de repente le hubiera cambiado el color del cabello.

  Sonreí pensando que Sobe hubiera hecho un comentario sarcástico al escuchar sus palabras. Me compadecí por ella, aunque fingía que no extrañaba su antiguo mundo siempre atesoraba los brazaletes, lo único que tenía para recordarlo y ahora se los habían quitado porque la consideraban una especie de hechicera peligrosa.

  Busqué en mi mochila y encontré la remera que me pareció más apropiada. Era de un gris extraño, casi verdoso con algunos hilos azules, como la mezcla policroma de sus ojos. La rasgué, esculpí y di forma al jirón de tela. Me acerqué hacia ella y comencé a atárselo en la muñeca.

  —Toma, te lo regalo, tal vez no es un brazalete mágico —dije encogiéndome de hombros—. Pero de todos modos es tuyo.

  Su rostro se iluminó de sorpresa y felicidad como si jamás hubiera imaginado que algo así pudiera suceder. Una amplia sonrisa muda se dibujó en sus labios.

  —Es el mejor brazalete que jamás tuve —dijo en un susurro un tanto anonadado—. Gracias Qué.

 —De nada, Cleo.

  —Qué —susurró nuevamente—, nunca nos tatuamos.

  Sonreí recordando aquella noche en cómo para disipar la tensión habíamos inventado aquel disparate. Busqué en mi mente alguna otra promesa boba que me hiciera olvidar todo.

 —Ya se me ocurrirá algo —dije en un murmullo.

 —Lamento que hayas sido tratado con agresividad en el Triángulo, por lo general siempre son corteses, ya sabes, para que estés tranquilo, ya que todos llegan aquí perdiendo algo y les quieren dar una sorpresa grata después de que La Sociedad los haya golpeado. Aunque tú no tuviste ese lujo por venir con nosotros... por cómo somos.

  —No tienes la culpa por hacer... lo que haces.

  —Artes extrañas —me recordó Petra comprimiendo los labios y asintiendo—. Aunque en tu mundo le llaman magia... no, espera, creo que los trotadores también le dicen artes extrañas —se encogió de hombros. 

—¿Qué es exactamente? —pregunté.

—Las artes extrañas son un poder que habita en todos los mundos y pueden ser empleadas por la persona que tiene la fuerza suficiente para soportarlas. Es como la luz y la oscuridad, no importa a qué mundo vayas habrá oscuridad y luz, me refiero a destellos u oscuridad, no al bien o al mal, aunque esas dos cosas también están en todos los mundos.  En fin, del mismo modo las artes extrañas están en todos los pasajes, aunque cada nativo la llama diferente. En este mundo recibe el nombre de magia. La magia puede ser invocada a través del lenguaje sagrado, tienes que combinar las palabras precisas con los movimientos adecuados para dejarla fluir, para llamarla. Es una fuerza.

—¿Cómo la de Star Wars?

—¿Cómo?

—Nada, olvídalo.

—En todo caso, los confronteras no pueden practicarla —explicó contemplando su nuevo brazalete—. Ellos no tienen la fuerza necesaria y nosotros sí ¿Alguna vez notaste que resistes más cosas que los demás niños no?

Negué con la cabeza sin persarlo mucho, siempre había sido el último en la clase de gimnasia.

 —Hay diferentes niveles de artes extrañas, según que tan bien las manejas asciendes de nivel. Esta la magia blanca, negra y entre otras.

 —¿Y por qué las prohíben?

 —Porque los trotamundos pueden emplearla más fácilmente y eso supondría un problema, además en la mayoría de los mundos las artes extrañas están prohibidas, los guardianes del Triángulo no quieren enseñarle algo que es probable que los mate si son descubiertos usándola en otros pasajes. Y que si no la controlas también es probable que te mate. De cualquier manera es probable que mueras si la usas.

  Asentí y cada uno volvió a lo suyo. No estaba interesado en las artes extrañas, era muy alucinante y no tenía pensado practicar jamás algo que podía matarme y que era ilegal. Después de todo, también estaba ansioso por probar el cilindro eléctrico que le habíamos sacado a Tony en Atlanta pero no me pareció buena idea examinarlo en ese lugar. Tenía entendido que todos llegaban al Triángulo para escapar de La Sociedad y lo último que querrían ver era un arma de ellos.

  Había aprendido a sacar el seguro y cargar el calibre cuando apareció el muchacho con paso seguro y una sonrisa diplomática en el rostro.

 —Hola —dijo alzando una mano—. Tú debes ser Jonás y tú Petra —se inclinó de cuclillas.

  Ella levantó la mirada del libro de Tay que había comenzado a leer y lo examinó penetrante, no le sonrió ni nada lo que era muy raro en Petra porque solía ser amigable a su modo extraño de interactuar con las personas. Sus ojos recelosos con mi aspecto desaliñado y con un arma en las manos no nos dio una buena pinta, pero el muchacho ignoró eso con una sonrisa vibrante. Parecía más que acostumbrado en hablar con chicos en esa condición, como si vinieran casi todos los días.

—Yo te conozco, te llamas Walton —mencionó Petra con el entrecejo fruncido.

—¿De veras? —preguntó desconcertado el muchacho.

—Sí, eras uno de los tantos que me llamó bruja por tener un brazalete con vida y venir de otro mundo.

Walton hizo una mueca de disgusto.

—Lo lamento mucho, era pequeño.

—Sucedió hace menos de un año —reprochó ella.

—Te sorprenderías de lo rápido que maduro —respondió con una sonrisa y luego añadió colocando sus codos sobre las rodillas—. Además se te ofreció asilo aquí pero decidiste irte. No me mal entiendas —dijo alzando las manos—, no te estoy juzgando, tus elecciones son tus elecciones, cada uno puede ir y venir a sus anchas y acompañar a quién desee. Estoy tratando de ser amable, aunque hayan dado la impresión incorrecta, al Triángulo le gustaría que se quedaran.

 No sabía que una isla podía sentir cosas.

  —Además —continuó—, no quiero que se pasen todo el día aquí.

 —Estamos bien, gracias —dije sonriéndole amigablemente y volviendo a lo mío.

 —Pero sin ofender amigo, están completamente sucios y esa ropa de mundo antiguo seguro es incómoda. Si quieren pueden ducharse en mi habitación.

 No pude resistirme a la tentación de una ducha fría, la temperatura húmeda y cálida de ese lugar te inducía a querer arrancarte la ropa. Volví a verlo con interés y Petra cerró su libro dispuesta a seguirlo.

 —Creo que eso no nos vendría mal —accedió ella.

 Walton sonrió complacido y añadió ayudándonos con el equipaje: la mochila de Sobe.

 —Además mi compañero de cuarto, Miles, tiene dulces debajo de la cama, parecen hambrientos.

 —¡Lo estamos! —dije saboreando ya el azúcar en mi lengua.

  Walton nos condujo por un camino que parecía el principal en el parque, era ancho, había bebederos cada unos doscientos metros, los árboles se inclinaban sobre el sendero pero no lo interrumpían. El parque era rodeado por la selva y contaba con una cancha de básquet, muros de escalada, fuentes y quioscos. Las cabañas eran bares y cafeterías donde algunos adolescentes tomaban un batido fresco. Entre los árboles del interior había casas de árboles, lo suficientemente grandes para darle envidia a cualquier niño, incluso había pasarelas y sogas que las conectaban unas con otras. Algunas personas leían libros allí arriba, jugaban damas chinas u contemplaban ociosos el cielo. Adolescentes con cuadernos y uniforme cruzaban el sendero de un lado a otro, mirándonos anonadados o siguiendo con lo suyo. Los mayores, que iban en grupo, se mostraban más confiados que los demás:

—Hola novato.

—¡He! ¡Miren un novato!

  Me dejaron muy en claro que era un novato y gritaban esa palabra cuando me veían pero la mayoría al ver a Petra bajaban la cabeza y enmudecían, algunos la observaban con admiración hasta que ella los percibía y concentraban la atención en sus pies. Al parecer todos la conocían y sabían quién era pero le tenían infundado un profundo miedo como si fuera un portal hacia el centro del sol.

  Walton pareció notar las miradas de sus compañeros.

  —¡Eh, tú! —Llamó a uno y este dio un respingo—. ¿No tienes nada mejor que hacer? —luego se dirigió a otro— ¿Acaso nunca viste un novato? Y no ella no vino por el Concilio del Equinoccio, ya piérdete.

  Cuando terminó de reñir impetuoso a casi todos los que estaban cerca se volvió hacia nosotros con una sonrisa triunfante.

  —Sé que parecerá que este lugar es un asco Jonás pero únicamente viste lo peor. Creo que se debe a que viniste con las dos leyendas de todo el Instituto del Triángulo y bueno que viniste —enfatizó la última palabra—. Todos los que estamos aquí fuimos encontrados de pequeños por personas como Adán, que cuando no están cuidando este lugar se encuentran buscando trotamundos. Nadie vino solo, creo que eres el primero en llegar sin un guardián. Generalmente buscan en orfanatos u hogares de transición.

  Por el modo en que había mencionado los últimos lugares supe que a él lo habían encontrado en uno de esos.

  Asentí medio concentrado en ello y pensando en la palabra buscando. Si mi papá nunca me hubiera adoptado tal vez hubiera terminado en un orfanato, si es que también me hubiera «perdonado la vida» la idea de pensar en unos padres que jamás conocí pero que me amaban me retorcía el estómago y me impulsaba a gritar. Así que no le di mucho rodeo e intenté con gran esfuerzo apartarlo de mi mente.

 El final del camino principal nos llevó a una construcción que me dejó atónito porque nunca había visto algo así en un lugar tropical, alrededor de una frondosa selva. De lejos, en el parque, se podía ver con claridad pero de cerca era más impresionante.

—¿Te gusta? —preguntó Walton volteándose hacia mí—. Este es el Instituto —exclamó alzando los brazos—. Se parece al castillo de Neuschwanstein.

—¿A qué cosa? —pregunté conteniendo la risa e intentando mantenerme serio porque jamás había escuchado a alguien decir ese nombre con tanta convicción. Petra comprimió sus temblorosos labios y fingió mirar a otro sitio.

—A Neuschwanstein, un castillo en Alemania —explicó él—. Pero se parece en las torres, gabletes, almenas y colores. La entrada no es muy parecida, como pueden ver. Pero las habitaciones por dentro son casi iguales, sobre todo las recamaras que nos dan, muy elegantes.

Le di la razón como si tuviera idea de que hablaba y asentí con aire serio.

—Fue construido con esa fachada únicamente para los más pequeños, algunos pisos de arriba y son como un edificio normal. Todo es porque la mayoría de aquí huye de un ataque de La Sociedad, sin padres, casa, asustado, con un extraño que le dice que lo llevara a una isla —su expresión carismática y sonrisa confiada se esfumó lentamente. De nuevo él era uno de esos niños, pero repentinamente volvió a su encantador humor—. Estoy aquí desde que tengo cinco años y la primera vez que lo vi me pareció una pasada, sobre todo cuando vi las clases de supervivencia.

  Delante de nosotros se alzaba un castillo alto y fino. La alongada construcción tenía numerosas torres, torrecillas, almenas y esculturas de animales que no conocía. Las numerosas ventanas empuntadas brillaban con sus vidrios de colores o cristales traslúcidos. Las cornisas de las torres estaban cubiertas de tejados azules que refulgían a la luz del sol. Tenía pasillos de arcadas externos que rodeaban todo el edificio en lo alto y en lo bajo, en cada arco había hierbas que se vertían hacia el suelo. La estructura parecía abrirse de brazos a los visitantes, no tenía una forma definida, solo era un edificio con torres y picos puestos aleatoriamente, que separaban secciones. A excepción de una torre gruesa y fornida que se alzaba en el medio del edificio, era tan alta que desde la punta se podría ver toda la isla, su cima tenía una forma cóncava como una cúpula. Se veía como un observatorio y probablemente eso era.

  La puerta principal era descomunal, de doble hoja y estaba de par en par abierta, era de roble pulido con arquivoltas cinceladas alrededor dándole un aspecto más amplio. Todaslas horas que había malgastado leyendo libros de arquitectura estaban dando susfrutos.

 Ese lugar de verdad era alucinante. 

  Cruzamos las extensas puertas de madera de roble y detrás se escondía un vestíbulo abovedado. La bóveda suspendía por pilares blancos e impolutos. El final de los pilares se extendía como ramas en el techo y crecían entrelazándose con las hojas de las demás columnas. El pétreo y espeso follaje de mármol se alzaba sobre nuestras cabezas. Hubiera creído que eran árboles verdaderos y blancos como las nubes si no existieran tragaluces con suntuosos candelabros entre las hojas. Caminamos por la bóveda nervada y ésta nos condujo hacia el final del pasillo donde había una puerta parecida a la de la entrada cerrada.

  —Esa es la biblioteca, pero es la biblioteca donde se reúne el Consejo, es de ellos. Nadie pasa allí. Nosotros tenemos una biblioteca aparte, unos pisos arriba —explicó Walton— ¡Ah, se me olvidaba! La selva que rodea el Instituto está llena de portales abiertos, a veces monstruos o bichos raros pasan las puertas y entran a la isla, pero siempre deambulan en la selva. No es buena idea ir sin armas y solo por los caminos que cruzan la selva. Por si se les ocurría hacerlo.

 —De todos modos ya lo sabía —dijo Petra hundiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y observando el recorrido con aire aburrido.

  Flanqueando la puerta de la biblioteca había otros pasillos que se extendían a izquierda y derecha. Dentro, la estructura era más compleja, los corredores podrían parecer laberintos en ese edificio pero por suerte Walton supo orientarnos. Algunos lugares llevaban a cámaras secretas, unos caminos conducían a pequeños rincones con esculturas, trofeos, modelos a escala colgando del techo y placas incrustadas a las paredes, como si fueran almacenes de un museo. Todas las cosas tenían su rasgo particular, las placas estaban escritas en un idioma ilegible o algunas esculturas parecían hechas de niebla moldeada. Me dio la impresión de que cada sala estaba dedicada a un mundo en específico.

  Tomamos el corredor de la izquierda. Subimos una escalera amplia que dictaba el final del ancho pasillo, un extenso vitral reposaba sobre el rellano. El primer piso constaba con corredores donde se podía ver salas escalonadas repletas de pupitres y pizarrones alargados. Supuse que serían las salas donde se les enseñaba a los trotamundos, eran las aulas de escuela.

 Subimos al segundo piso y la escalera dio lugar a un amplio recinto desmedidamente enorme con galerías de madera oscura y plataformas; y pasarelas que las conectaban. El lugar era tan grande que se pudo haber guardado una decena de aviones bien acomodados. El recinto estaba repleto de sillones, consolas, juegos, mesas, bibliotecas, controles wii, telescopios, computadoras, radios o inventos inusuales, mesas de billar y televisores. El suelo estaba cubierto por alfombras suaves y coloridas. En las galerías se podía ver chimeneas, mesas de café y algunos rincones para prepararlos. De las vigas del techo pendían naves como helicópteros u otras cosas de tamaño real como si fueran figuras a escala, suspendiéndose por encima de las pasarelas.

  Cerca de la escalera unos adolescentes jugaban al Monopoly sentados en unos pufs torno al tablero, hablaban un idioma extraño y en lugar de propiedades simuladas jugaban con objetos reales. Uno había puesto una espada entre el montón de cosas. Una chica nos desprendió una mirada fugaz y volvió a su juego. Otro grupo sostenía una antena en lo alto e intentaban captar una señal que no estaba muy cerca.

  Las paredes estaban hechas de madera como si nos encontráramos en el interior de una cabaña descomunal. Las cortinas eran verdes y en algunas secciones el suelo también estaba revestido de madera.

—Este es el lugar de descanso, pero después de las diez todos tenemos que irnos a dormir lo que es una pena —dijo frotándose el mentón—. Pero algunas personas salen de todos modos de noche, eso si no te atrapa Adán. Llevó años aquí, ya sé como sobornarlo, Tian Wang tiene un montón de cosas que te pueden servir para sobornar. Su amigo Sobe era uno de los muchos que salían de noche.

  Detrás de la sala de juegos estaba los corredores que te conducían a las habitaciones de los trotamundos. Eran largos y acaparaban varios pisos. Subimos una escalera que nos condujo a otro pasillo con recámaras. Los corredores contaban con numerosas puertas, de algunas se filtraba música, otras tenían letreros que advertían «Aléjate o te alejamos» u «Ocupado» pero solo una estaba deshabitada. Transcurrimos al lado de una habitación oscura y abandonada, con la puerta abierta como fauces queriendo comerte, estaba cubierta con cintas amarillas que decían advertencia y peligro. Petra me dijo que era la antigua habitación de Sobe, donde había abierto el portal.

—Pero de todos modos sellaron el portal —explicó Walton señalando el umbral de la puerta que albergaba oscuridad—. Construyeron paredes de hormigón alrededor del portal, de modo que si alguien lo cruza del otro lado sólo se encontrará con cuatro paredes vacías y no podrá acceder al edificio. Además los vecinos de esa habitación son Cerras. Tomaron todas las precauciones que pudieron.

—Ah, son muy precavidos —opiné.

  Walton nos llevó a su habitación. Dentro tenía una litera marinera, un mapa del planisferio con algunos portales marcados e hilos montando rutas, un escritorio, una computadora, mesillas de noche y... ¡La puerta del baño!

  Petra me ofreció ducharme primero como agradecimiento de su nuevo brazalete, pero le dije que no hacía falta a lo que ella insistió.

  —De veras, Jonás —levantó las cejas como si me indicara algo—. Insisto, usa tu primero la ducha.

  Accedí dubitativo preguntándome qué se pretendía y me dirigí al baño a intervalos. Disfruté ese baño, el agua a mis pies se vertía oscura por las cañerías. Me sequé el cabello frente al espejo del baño y quedé horrorizado al ver mi reflejo. No era la primera vez que me molestaba lo que reflejaba el espejo pero esta ocasión no fueron granos o espinillas lo que me desagradó.

  Estaba un poco más delgado, tenía unas profundas y oscuras ojeras contorneándome los ojos cansados. Mi piel estaba levemente tostada y tenía muchos raspones, moretones y cortaduras que había ganado al escapar de los guardias del Orden y el insidioso Pino que mataría a...

  Sacudí la cabeza. Walton me había dejado sobre el retrete el uniforme de los trotamundos adolescentes que vivían en el Triángulo. Pantalones de camuflaje, botas militares, una remera negra con un triángulo en el lado izquierdo del pecho, y una chaqueta oscura como el carbón. Me los puse y cuando salí del baño Walton se encontraba tirado en la litera inferior con la computadora en su regazo. Levantó la mirada.

—Vaya estás más blanco.

—No te acostumbres —respondí con una sonrisa y al notar que Petra no estaba en la habitación mi sonrisa se esfumó.

—¡Ah, tu amiga! —Exclamó Walton parándose de la cama—. Me dijo que tenía que ir a buscar algo que había olvidado la última vez que estuvo en el Triángulo. Oye, perdí mi almuerzo mientras les daba el recorrido y ahora tengo clase práctica, si no les molesta...

Capté el mensaje.

—Oh, no, no, claro. Vete a hacer tu vida, gracias por prestarnos tu ducha.

  Walton rió, se inclinó y sacó una caja debajo de la litera. Era una caja de zapatillas pero dentro había un surtido de golosinas de todas partes del mundo y algunas incluso no parecían de este, frascos pequeñitos que brillaban plateados como luces de estrellas guardadas. Walton seleccionó unas barras de chocolate suizo y me las arrojó.

  —No, amigo yo me refería a que me acompañaras a mi clase. Verás, es obligación que al menos un novato tenga guía por una semana, mínimo. Y siempre los guías son personas que llevan acá más de cuatro años —se señaló con un pulgar.

  —Entonces me llevé el premio gordo —dije mientras le daba un bocado a mi barra —. Pero de todos modos no me quedaré mucho tiempo, vine para buscar un mapa. Perdí a mis hermanos en un portal, no sabíamos que éramos trotamundos y sucedió un lío... tengo que volver a buscarlos.

  Brevemente le conté lo que había sucedido y mi viaje hacia el Triángulo, omitiendo la parte de que mi papá era un agente y que había escrito un documento donde decía que no tenía ni idea de lo que era. Y también la inminente muerte de miles de personas.

  —Así que tengo que ir a buscarlos —concluí.

 —Ah, ya veo —Walton masticó un tanto afligido, tensó sus bíceps y luego me miró más animado —. Bueno al menos te irás a casa cuando los encuentres.

  El corazón me dio un vuelco.

  No había pensado en eso ¿A qué casa? ¿A la de Australia? ¿A la de Dakota que había comprado mi papá? ¿Con quién? ¿Con el agente asesino llamado «papá» o con la madre que no veía hace una semana y que me había odiado antes de escapar? Me consolé diciendo que lo pensaría después. Ahora tenía otras cosas en qué pensar. En las últimas horas había tenido como plan encontrar el mapa, prevenir a Berenice, ayudarla y buscar a mis hermanos pero el tiempo se me estaba acortando.

  —Oye —me llamó Walton que había visto mi mirada distante enfrascada en millones de pensamientos—. De todos modos déjame darte el recorrido, nadie está encerrado aquí Jo, pueden salir y venir del Triángulo cuando les plazca. Si algún día tienes problemas con La Sociedad ya sabes cómo llegar y cómo es este lugar.

—¿De veras quieres darme un recorrido? ¿No te resulta tedioso?

  Él se rio.

  —¿Tedioso? —rio como si todo fuera divertido —. ¿Quién te enseñó a hablar la reina de Inglaterra?  

 No le iba a contar que siempre, antes de dormir, leía un diccionario porque me gustaban las palabras distinguidas. Ese recuerdo me entristeció porque lo sentía lejano, como si nunca hubiera pasado, como si no fuera yo al que le gustara hacer eso. Tal vez, jamás lo volvería a hacer, no después de esa semana, como jamás volvería a leer el cómic de mi mochila.

 Walton rio otra vez.

 —No, no me molesta, es más ¡Mientras más novatos tenga me dan menos tarea!

 Me pareció bien, aunque siempre hacía mi tarea no la hacía con toda la alegría del mundo, la idea de mentir que mi perro se la comió siempre me picaba pero nunca había encontrado las agallas. Aunque ahora mentir por la tarea me parecía una tremenda tontería como hacer voltear a un niño y fingir que no lo llamaste. De repente me surgió una inquietud, dudé en plantearla y luego dije resuelto:

 —Walton ¿Escuchaste rumores de que haya una guerra por algún mundo? Una guerra en la que esté involucrado el Triángulo.

  Walton me miró extrañado.

  —¡Demonios no! ¿Escuchaste eso en Dadirucso?

  Negué con la cabeza preguntándome entonces a qué se había referido Tony y Pino. Petra cruzó la puerta con un libro grueso y amarillento en las manos, lo guardó en su mochila suspicaz y me observó de reojo.

  —¿Es el libro de artes raras? —le pregunté como si nada, intentando apartar la guerra de mi mente.

  Ella sonrió tímida.

  —Algo como eso.

  —¿Sabías que la mitad de los trotamundos en el Instituto quiere pedirte consejo sobre esas cosas extrañas que haces? —preguntó señalando el libro con una nueva barra de chocolate. Se la lanzó y ella la atrapó con un movimiento breve y ágil—. De verdad, se corrió el rumor de que estás aquí y algunos chicos tienen dudas de cómo perfeccionar algunos trucos que aprendieron en otros mundos.

 —¿Cómo cuales?

Walton se rascó pensativo la cabeza.

  —Yo conocía unas palabras que hacían que todos los pájaros a la redonda que las escuchasen atacaran a quien señalaras o si no señalabas a nadie, lo suficientemente rápido, te atacaban a ti. Y funciona con los pájaros de todos los mundos.

—¿Y cuáles son? —interrogué.

Observó el suelo ausenté y frunció el ceño desconcertado.

—Las olvidé —respondió encogiéndose de hombros— ¿Petra?

Ella imitó el gesto de Walton.

—Ni idea, si aparecen en el libro te las digo pero prometo no señalarte.

—Me parece perfecto.

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