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Peleo sucio



—Las armas no funcionan cuando se sumergen en agua —explicó— lo sabrían si fueran verdaderos soldados.

—¡Ja! —dijo Sobe arrojándola al agua—. ¿A esto llamas arma? ¡Este juguete se rompe con un poquito de agua!

—Dije sumergir no mojar, ustedes prácticamente nadaron entre esta porquería —replicó el hombre y nos apuntó el láser en el pecho.

—La única porquería aquí eres tú —dije sólo por decir algo.

El resto de los soldados que venían con él hicieron lo mismo, nos superaban en número, ellos eran diez y nosotros siete, bueno seis porque Miles se encontraba suspendiendo en el aire rodeado de una cuerda luminosa que titilaba. Levantamos las manos de mala gana, arrojamos las armas al agua y nos sacamos los cascos. Petra sopló un mechón de su cabello caramelo fuera del rostro, Sobe suspiró molesto como si hubieran interrumpido su diversión, cerró sus puños estirando los guantes de metal y puso los ojos en blanco. Recordé todas las veces que ellos habían sido capturados tal vez lo asimilaban como un adolescente asimilaba una roncha en la cara.

Nos observó el rostro con atención y permaneció callado unos segundos. Al principio no lo entendí pero luego comprendí qué tanto miraba, se suponía que Sobe, Petra y yo éramos enemigos del Orden, nuestras caras estaban en toda la ciudad, además de que también había descripciones nuestras en otros pasajes. Una risa que se parecía a un silbido se filtró a través del casco del hombre.

—Vaya, vaya, creí que retenía a unos enemigos de Logum pero al parecer tengo a los enemigos de Gartet aquí también —Su voz sonaba entretenida como si apuntarnos en la cabeza fuera lo más emocionante que hubiera hecho en días—. ¡Bah, escuché que eran un equipo sumamente peligroso, que podían detener la guerra ustedes tres! Incluso hay predicciones, augurios y mitos pero sólo son unos niños que no saben deducir cuando un arma está rota.

El resto de sus soldados permanecían mudos detrás de él, aguardando órdenes, quietos y sin alma como las estatuas del palacio. El hombre serpiente se rio nuevamente, parecía que tenía la nariz rota debajo del casco porque su risa sonaba como un silbido alargado, no podía ser una persona, nadie normal podría tener la voz así, tan salvaje, fría y siniestra.

Me pregunté a qué se refería con predicciones, todo el mundo parecía saber lo qué haríamos, incluso Narel. Recordar que había dejado ir a mis hermanos para ayudar en ese mundo y terminar capturado por un soldado que hablaba como serpiente me enfureció. Sentí que la cara se me calentaba de ira.

—En fin, me importa un comino lo que sea verdad de ustedes o no. Sólo me los llevaré y no les quitaré los ojos de encima como hizo el negligente de Pino.

—¡Alto! —dije pero no sabía muy bien qué decir, solo quería que se callara, no soportaba que acentuara tanto la s, ni quería oír ese torrente de pitidos agudos siguiendo sus palabras como un despertador que nadie apagaba.

Tal vez si ganaba tiempo a alguien se le ocurriría un plan que no fuera postergar lo inevitable. Petra permanecía en silencio, sus policromos ojos contemplaban con cuidado a la serpiente oculta detrás de su uniforme de metal.

—¿Qué? —preguntó sin paciencia.

—¿Por qué haces esto? —inquirí como si me importara.

—¿Qué no es obvio? ¡Por poder, reconocimiento, tierras, riqueza, para que me alaben y obedezcan! ¡Para estar en la cima de los mundos!

Sobe silbó prolongadamente.

—Se nota que vas en buen camino —dijo desprendiendo una mirada sarcástica a las hediondas alcantarillas.

—¡A callar! —gritó el soldado-serpiente y siseó—. Ustedes no saben lo que me prometió Logum en nombre del Grande Gartet y supongo que no lo sabrán nunca. Ahora, vengan el trío mágico, los demás en fila para que los fusile.

El rostro de Walton se tornó pálido y Berenice hecha una fiera fulminó al soldado con la mirada, no se movió ni un centímetro y ninguno corrió los pies de lugar. No se lo haría tan fácil, si tan preciado era no me mataría y yo no dejaría que los ataque a ellos. Las manos me sudaban y temblaban enormemente y tenía el corazón desbocado pero no me movería. El soldado-serpiente hizo un gesto con la cabeza y el resto de la patrulla se avecinó hacia nosotros. Nos aferraron de los hombros, soltamos las linternas y estas flotaron en el agua de un lado a otro por las ondas que provocamos al resistirnos. De repente el túnel se colmó de gritos, oscuridad y chapoteos.

Petra chilló hecha una fiera y forcejeó pero fue a la primera que sometieron. Uno me retuvo por los hombros mientras yo abrazaba a Berenice como si fuera su armadura; ella gritó y me agarró de las manos dispuesta a no soltarme, el soldado me elevó del suelo al momento que otro la aferraba por la cintura como si fuera un costal de harina y la alejaban de mí. Un soldado quiso agarrarme de las piernas pero le encesté una patada en la cabeza mientras intentaba zafarme del primero que todavía me inmovilizaba los brazos. Walton se arrimó contra el soldado que estampó a Sobe a la pared, lo agarró por el cuello y forcejeó con él en el suelo. Incluso Miles había estirado los brazos entre la trama de la red y agarrado a uno de la punta del casco, sin dejarlo ir.

La serpiente o lo que fuera que se escondía debajo del uniforme observaba todo aún con el arma apuntada, vio cómo Walton y Dante forcejeaban con soldados y los apuntó.

—¡No! —grité impotente y me interpuse agitado entre ellos sin saber bien lo que hacía.

—¿Qué haces Jonás? —preguntó Walton incrédulo.

La serpiente iba a jalar el gatillo. Iba a matarme. Su dedo se estaba flexionando cuando una cosa viscosa y oscura emergió del agua como un mini tsunami y le arrebató el arma de las manos. La serpiente quedó anonadada desprendiendo una sarta de maldiciones, la mayoría en otro idioma. Un soldado que había visto la mancha oscura que se movió, alarmado y con agilidad apuntó hacia las aguas servidas mientras el resto de sus compañeros terminaba de inmovilizarnos. El agua se elevó como si fuera metal ante un imán y le arrebató el arma de las manos, sumergiéndola completamente. Mientras la serpiente y su compañero palpaban el suelo, buscando sus armas, aquella ola fue arrebatándoselas al resto del grupo, usando la misma táctica. Y entonces vi que no era una ola, más bien era un remolino de lodo que se desplazaba como una babosa sobre el agua y atracaba a los demás con la agilidad de un reptil acuático.

De repente el soldado que me atenazaba los brazos, en un fuerte abrazo de oso, profirió un alarido y me soltó como si lo quemara. Sacudió sus piernas y se alejó.

—¡Algo me mordió! —aulló alarmado.

Todos los soldados estaban alertas, la red de Miles continuaba titilando bañando el túnel de un color sangre intenso. El desconcierto de la mordedura y el barro arremolinado los hizo dispersarse lo suficiente. Petra dirigió su mano a uno de los brazaletes, era una daga que le recorría todo el antebrazo y se encontraba debajo de las demás pulseras como si fueran su vaina. Walton también tenía un cuchillo, Dante mantenía una mirada desafiante y nerviosa.

La serpiente irritada vio a sus soldados desplegados y fuera de formación.

—¡No se queden ahí, peleen! —gritó levantando un puño y apuntándonos con su dedo forrado de metal.

Las luces de la red se apagaron por unos segundos. Era lo único que nos permitía ver, escuché el agua sacudiéndose embrabecida cuando los soldados se precipitaban hacia nosotros, dispuestos a pelear cuerpo a cuerpo. Con el pulgar di vuelta a anguis y lo primero que me vino a la mente fue la espada que ya había visto en la casa de Eco. Anguis se desplegó con su filo mortal, oscuro e intimidante, se oyó su chasquido metálico y sentí mi mano más pesada. La luz volvió a alumbrarnos y vi como un soldado se arrojaba hacia mí intentando sacarme la espada de las manos.

No sé si era muy valiente o muy tonto, yo no era bueno en esgrima pero si alguien tiene algo filoso en la mano, a donde menos te acercas es a su mano. Tracé un arco a mi alrededor con anguis y lo hice retroceder, pero no por mucho tiempo. Se abalanzó nuevamente y esa vez le hice un corte profundo en su mano. El filo atravesó sus guantes de metal con facilidad, una sangre verdosa comenzó a escurrirse por el guante y el soldado se petrificó desconcertado. Había contado con que el uniforme lo protejiera y que mi espada fuera sólo de hierro o algo por el estilo pero invicta lo cortaba todo.

Vio el tajo como un reto y arremetió con frenesí pero empuñé la espada, listo para usarla, con un frío gélido recorriendo mi piel erizada. Retrocedí, esperé que cayera con toda su fuerza contra mí y corté su pecho del hombro al ombligo.

Esta vez no volvió a atacar, pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro y contempló el chaleco atravesado con aire derrotado. Su mano herida comenzó a sisear y espirales de humo emergieron de su palma.

Él retrocedió alarmado y yo también, no sabía que el metal invicta quemara. Las luces se apagaron y me encontré escuchando chapoteos en la oscuridad, jadeé desconcertado y las luces regresaron. El soldado de mí lado había desaparecido, sólo quedaban unos restos de uniforme humeantes.

—Qué diablos —murmuré.

Una linterna emergió a la superficie y me permitió ver por unos segundos. Petra estaba haciendo retroceder a un soldado con su daga, cuando ellos arremetieron contra ella se irguió y vociferó con todas sus fuerzas:

—¡Ignis cogitari! —él se retorció de dolor y chilló, sus gritos se oían apagados debajo del casco, parecía que se quemara vivo, huyó lejos del lado opuesto del túnel, empujando a la serpiente cuando se interpuso en su camino.

Otro soldado me cogió del cuello e intentó ahogarme en el agua pero Dante se le arrojó sobre su espalda y lo aporreó con los puños cerrados como si estuviera en medio de una rabieta. Petra extendió su brazo y un látigo de cuero se desplegó, en el extremo se encontraba la serpiente dorada enroscada como una canica. La serpiente salió despedida, se expandió y comenzó a atacar a un soldado, perforando la visera del casco e introduciéndose en el interior donde estaba su rostro. Con un látigo de cuero le resguardó la espalda a Dante que estaba perdiendo una pelea. Lo enarboló en un movimiento ascendente, azotó al soldado con el, se enroscó alrededor de su cuello y lo hizo concentrar su atención en cosas más importantes como respirar, por ejemplo.

El soldado dio trompicones en círculos, le quité el casco y lo estampé contra la pared. Cayó inerte sobre el agua y comenzó a flotar como un barco de papel. Tenía la piel de color blanco lechoso, unas manchas rojizas en todo el rostro como verdugones y orejas puntiagudas. Eso era en lo único que se parecía a un... bueno a un humano. El resto de sus facciones se contraían y desplegaban como si tuviera un corazón palpitando dentro del cráneo. Petra me desprendió una mirada llena de repugnancia, con el labio erizado.

—Monstruos —murmuró.

 Extendió su mano y contrajo el látigo. La serpiente regresó magnéticamente al extremo, convertida en una esfera de oro lista para ser disparada como una bala. 

 Escudriñó el entorno y suspiró aliviada.

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