IV. Lo que sucede en Salger no se queda en Salger
Ese fue el edificio que más rápido abandoné en mi vida, mi antiguo entrenador estaría orgulloso, corrí tan rápido que apenas sentía mis pies tocar el suelo. Descendimos a trompicones la escalera y corrimos por el salón directo a la calle mientras Logum bramaba, a quién sabe qué, en el piso de arriba. Sobe literalmente embistió la puerta para abrirla. Me deslicé sobre el capó de un auto que no noté por voltear hacia atrás y continúe huyendo lejos de allí sin poder creer que Pino era un traidor y trabajaba para Logum. Era como que Optimus Prime en media batalla se convierta en aliado de Megatron.
Huimos como alma que lleva el diablo a la calle Wings dónde el semáforo se encontraba en naranja y los autos zumbaban de lado a lado. Algunos transeúntes arrastraban los pies y cargaban bolsos en sus manos.
—¡Por un demonio! —gritó Sobe y se adelantó a la calzada.
Los autos frenaron emitiendo un chirrido y las bocinas gritaron los insultos que sus dueños no decían. Cruzamos la calle con los chillidos de las ruedas y el reverbero de los bocinazos en el aire. Pino nos seguía con unos guardias que empujaban a todo el que se cruzaba en su camino como una barredora humana que barría humanos, ya, ya ustedes no los vieron, se parecían exactamente a eso. No sabía de dónde habían salido los guardias pero no tenía intenciones de detenerme a preguntarles.
—¡Alto en nombre de Logum! —advirtió uno.
Petra largó una risa nerviosa.
—Creo que deberíamos detenernos porque dijo en nombre de Logum.
—Claro —opiné evitando a un transeúnte—. Si dice en nombre de Logum entonces habla en serio.
—Que graciosos en nombre de Logum —jadeó Sobe huyendo a duras penas con su andar chueco.
Corrimos dos manzanas y nos encontramos con la avenida Bor, ancha y bulliciosa. Los edificios eran altos, amplios y de diferentes texturas, algunos todos de vidrio, otros de metal o azulejos. Cada uno estaba teñido de un único color como bloques de lego. Era un lugar majestuoso pero no me detuve a contemplarlo mucho.
—Busquen el cartel que diga Letras —ordenó Sobe.
—¡Atrapen a esos enemigos de Salger! —gritó un guardia desenfundando el arma.
Nadie le hizo caso pero al ver el arma todos los transeúntes se echaron a la grava y algunos autos frenaron o giraron sobre las ruedas mientras los conductores se escondían detrás del tablero. Quedé anonadado observando cómo todas las personas de las calles actuaban en conjunto como si estuvieran cronometrados. No sabía por qué le tenían tanto miedo a las armas de los soldados cuando ellos sólo nos apuntaban a nosotros.
—¡No dejen que las luces los toquen! —advirtió Sobe saltando a un hombre que estaba tendido en el suelo, protegiéndose la cabeza.
Estaba a punto de preguntar a qué se refería con eso cuando un láser rojo cómo la sangre me apuntó. Lo esquive rápidamente echándome de bruces hacia el auto más cercano y el suelo donde me encontraba antes estalló en miles de pedazos. Una nube maciza de polvo caliente me empujó hacia delante, el impacto me deslizó sobre el auto, rodeé y caí en la calle aturdido. Sentí como todo mi cuerpo gritaba de dolor.
Los soldados se perdieron en la bruma. Sobe volvió en sus pasos, aunque tenía el andar chueco sin duda era rápido como las ancianas con los descuentos de navidad. Él me agarró del brazo y me arrastró lejos. Los oídos me pitaban, todo alrededor me daba vueltas, incluso el suelo esquivaba mis pies como si no quisiera que lo pisara. Parpadeé y observé cómo los transeúntes corrían despavoridos.
—¡Jonás, levántate! ¡Jonás!
Los soldados emergieron de la nube polvorosa y Pino salió con una sonrisa torcida al final de la calle. Su ropa borgoña y negra se veía dramática como un torero que quiere aniquilar al animal. Eso fue suficiente para hacerme reaccionar, afirmé mis pies y busqué fuerzas.
Continuamos corriendo a toda máquina mientras las luces danzaban de un lado a otro y rebotaban buscándonos, todo lo que ellas tocaran estallaba: cristales, paredes, autos, suelo, escaparates. Miles de estruendos seguían nuestros pasos y algunos nos adelantaban un poco. Los regueros de humaredas o nubes de polvo nos ocultaban el camino, envolviéndonos en su acre tiniebla, casi ni sabía donde caminaba. Entonces supe porque habían explotado muchos edificios o automóviles, no era por su falta de puntería, lo estaban haciendo adrede. Para que ninguno sepa dónde ir. Pero tampoco les permitían apuntar a los soldados. Así que continuamos avanzando.
Mi corazón palpitaba con tanta fuerza como si quisiera adelantarse y huir más rápido que mis pies. Los estallidos eran ensordecedores, te obligaban a titubear ¿Alguna vez estabas tranquilo y de repente un perro comenzó a ladrar en la acera y su ruido te estremeció o estabas cenando con tu familia y accidentalmente un vaso de vidrio se rompió y brincaste por instinto en tu silla? Bueno ahora imagina millones de bazos rompiéndose, cientos de ladridos amplificados. Un ruido similar causaban las estrepitosas explosiones y mi cuerpo no cesaba de estremecerse.
Las luces comenzaron a explotar cosas delante de nosotros con más frecuencia.
Un estallido atronador resonó unos metros delante y nos paralizamos en la bruma de humo que no nos permitía respirar. Escuché el zumbido del aire al ser cortado y la mitad de un automóvil salió disparada por encima de nuestras cabezas. En menos de unos segundos nos echamos al suelo mientras la bola de llamas y metal humeante colisionaba detrás de nosotros.
Aguardé agitado en el suelo con la esperanza de que aquella maraña de metal candente haya aplastado a los soldados pero las luces volvieron a rebotar de un lado a otro, buscándonos y acercándose. Al parecer no tenían problema con destruir la ciudad entera. Me levanté aturdido junto con Petra y Sobe. Pequeños pedazos de concreto crujían bajo mis pies y continuamos corriendo en la bruma de humo y polvo caliente que se esparcía por el aire.
Creí que nunca llegaríamos cuando Petra gritó jadeante.
—¡Allí, Letras lo vi! ¿Dónde está el portal? ¿Dónde?
—En la cocina.
Petra cruzó la calle corriendo y las luces apuntaron muy cerca de sus talones.
—¡Petra! —grité demasiado tarde.
El suelo donde ella corría literalmente voló, pedazos de calzada rompieron ventanas y abollaron automóviles aparcados, una nube oscura y mortal floreció y el fuego se asomó vivo en el nuevo cráter. El miedo no nos detuvo lo suficiente, estaba paralizado y nunca antes me había sucedido algo como eso pero aun así me interné en la nube de humo acre con Sobe y grité su nombre.
—¡Petra! ¡Petra, dónde estás!
Las luces se movían frenéticas, entre la bruma, buscándonos. Petra gimió confundida a unos metros, estaba recostada en el suelo pero en una pieza. Se encontraba descalza y tenía los pies tostados pero sin duda había salido mejor de lo que esperé. Y lo que esperaba era encontrar braza de Petra.
La levanté como pude y ella se apoyó débil en mí con su cuerpo, Sobe le agarró el brazo y se lo colocó sobre su cuello como si fuera una bufanda. Sentía que la cara me ardía y los pulmones me quemaban. El oxígeno ya no era oxígeno, sólo humo. Nos metimos en el restaurante por la abertura que antes era el escaparate. Las explosiones habían roto la mayor parte de la vidriería. Por suerte estaba cerrado en el momento del accidente. Recorrimos las mesas con manteles blancos donde volutas de cenizas se esparcían y avanzamos por un pasillo de linóleo, cerca de los baños que nos condujo hasta la cocina.
Sobe abandonó con delicadeza a Petra y comenzó a buscar por todos lados el portal, corriendo muebles, refrigeradores, abriéndolos, escudriñando las baldosas. Estaba desconcertado, supe que no recordaba en qué rincón se escondía el portal.
—Estoy bien Jo —susurró Petra parándose ella misma, tenía las mejillas pálidas, cubiertas de hollín y hablaba retraída—, la explosión no me dio, me empujo... sólo fue un golpe que me dejo retumbando los... oídos.
Se tambaleó, pero se mantuvo en pie y se dirigió a una hilera de hornos. Yo la seguí temiendo que se caiga. Ella escudriñó los hornos con ceño fruncido como si hubiera olvidado qué hacía allí. Su mirada se iluminó y abrió las hornallas, una por una dejando correr el gas que siseaba y ondulaba el aire.
—Petra no es hora de cenar ¿lo sabes verdad? —le pregunté temiendo que estuviera más afectada de lo que parecía.
Se inclinó y abrió las puertecillas como si buscara comida dentro, comprobó que el gas también corría de ese lado y se volteó apresurada con una mirada alarmante:
—¡Ayuda a Sobe!
Aparté algunos muebles para despejar el camino mientras me acercaba hacia él. Sobe se encontraba levantando una baldosa del suelo con una espátula, estaba cubierto de hollín al igual que todos, sus cabellos cortados a la barbilla parecían ramas oscuras y secas en invierno. Le eché una mano. Corrimos la baldosa que emitió un sonido pesado y pedregoso. Debajo estaba el portal, era un agujero donde había un árbol con bordillo como si estuviera recostado en la calle de Cuba y viera todo desde ese ángulo.
—Al menos está a unos metros del suelo —dijo Petra por encima nuestro volteándose y escudriñando con aire ausente el portal. Arrastraba las palabras y los pies, pero se veía mejor.
—Sí —convine—. No quiero más saltos riesgosos.
—Ya jugamos nuestra suerte demasiado —terció Sobe.
De repente una luz roja me alumbró el pecho y a Sobe la frente como si fuera un insecto posado en su piel.
—¡Manos arriba! —gritó el guardia y avanzó con paso cauteloso por el camino que había abierto.
Pino se adelantó hacia nosotros sorteando las ollas y mesas que había tumbado Sobe al buscar el portal. Sonrió e hizo un espasmo que los guardias interpretaron como una orden y bajaron el cañón del arma. Tenía un brillo gélido de diversión en la mirada como un gato que acorrala ratones para el almuerzo. Nos observaba con aire altivo.
—Sé que se ve como un láser rojo —dijo con un tic que le levantó el parpado— pero créanme que si mis colegas jalan el gatillo se darán cuenta de que no lo es.
—¡Ya nos dimos cuenta de que no sólo es un láser! —repliqué.
Estaba furioso, jadeante, y tenía miedo, no conocía esas armas pero sabía que eran totalmente dañinas y estaba siendo apuntado con una de ellas por más veces de las que pude contar. Habían pasado muchos días sólo para llegar a ese portal, había dormido en un granero, estuve perdido en un bosque extraño, quisieron comerme, tuve que dar un discurso de guerra, esconderme en un camión, tirarme a un río y ahora tenía que escapar de Pino y sus tics. No, no necesitaba eso. Quería golpearlo en su bulbosa nariz, quería arrancarle la sonrisa del rostro y pisársela hasta emparejarla y que sonriese como una persona normal. Pero sobre todo quería cortar esa horrenda cola de caballo que le nacía en la nuca.
Comprimí los puños, furioso, mientras sentía un calor iracundo que me recorría el cuerpo.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó Sobe con un deje de cansancio—. Creí que éramos amigos.
—Finjo muy bien, soy un buen actor —respondió con falsa humildad—. Tendrían que darme un premio Nobel.
—Los premios Oscar son para actores, idiota.
—Tranquilo Jo —dijo levantando las manos como si fuera yo el que era peligroso.
—Pero los chicos del sector deforestación, ellos si te querían —insistió Sobe horrorizado—. Los hermanos Fresno y Álamo y Abeto. Eran tus amigos y los traicionaste ¿Los vas a matar así cómo así?
—A mí nunca me hicieron galletas —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Hablas en serio idiota? —preguntó Sobe sin paciencia.
—Oigan no sé lo tomen personal, sólo vivía ahí para conseguir información, decían que Prunus Dulcis escribía y rompía muchas reglas entonces fui allí para espiar. Se los dije cuando los conocí, llevaba años intentando entrar y ustedes en menos de un día lo hicieron. Y fue entonces cuando me di cuenta de que ustedes eran Abridores y tú —me miró—... bueno no sé muy bien lo que tú eres. Nunca estuve allí por ninguna otra razón que no sea conseguir información. Soy un espía, un Abridor y un chico guapo, pero no soy sentimental.
Se miró las uñas desinteresado, fingiendo un teatral aburrimiento.
—Ahora llegó el momento de que los mate. Verán, el Consejo del Triángulo no sabe que Salger fue tomada hace años y prefiero que siga así.
—¿El Consejo? —pregunté confundido.
Pin rió de forma gangosa y desaforada como si quisiera despertar a Wat Tyler.
—¿Qué no te explicaron nada? El Consejo —aguardó y me encogí de hombros mirando a los lados— ¿Acaso sabes lo que es un portal central? ¿Un Creador? ¿Un portal cambiante?
—Un portal cambiante —dijo Petra mirándolo con ojos ácidos, era el momento menos oportuno para una lección pero me la dio de todos modos sólo para contradecir a Pin, así que la escuché por la misma razón—. Son los portales que sólo se pueden abrir en un lapso de tiempo, una vez cada cien años, tres veces por semana o sólo una vez por día. Cada portal cambiante tiene su propia clausula, son muy difíciles de encontrar. No importa cuántos Abridores intenten abrirlo si no está en su periodo de apertura no podrán. Son los portales que burlan los poderes de los Abridores.
—Creo que no es hora de explicaciones ¿no te parece linda? —le preguntó Pin en tono meloso.
Nadie le respondió. Sabíamos que no era hora de explicaciones pero todo sea por sólo contradecir a Pin. Deseé para mis adentros que cortar esa cola de caballo sea tan fácil como llevarle la contraria.
—Y el Consejo es un grupo de sabios que toma decisiones en el Triángulo —contraatacó Sobe.
Pin intentó reprimir la risa, comprimió los labios crispados, se inclinó un poco y cambió el rumbo de la conversación como si ya se hubiera aburrido. Pero sabía que no estaba aburrido, disfrutaba cada segundo de nuestra derrota. Quería atraparnos desde que nos vio y nos había atrapado.
—Ah, bueno, bueno. Por el portal que abrieron supongo que se dirigían al Triángulo. Y no puedo permitir que lo hagan —explicó señalando el hueco del suelo—. Esta guerra lleva años librándose a escondidas, creciendo, formándose y bueno... las cosas irían muy mal si todos supieran lo de Salger.
—¿Guerra? —preguntó Petra frunciendo el ceño.
Era lo mismo que había dicho el agente Tony. Había mencionado una guerra. Petra comenzó a pisarme el pie tan dolorosamente que me pareció que era intencional. No sabía lo que quería decirme por esa razón me mantuve alerta. Estaba tramando algo y quería mi atención.
—¿Para qué explicarles si van a morir de todos modos? —Preguntó Pin— ¡Na! Adiós.
Fue en ese momento que Petra y Sobe me cogieron de la camisa y se tiraron juntos al portal. Los soldados jalaron del gatillo y apuntaron al agujero pero para entonces me encontraba cayendo en un suelo diferente. Fue cuando recordé el gas que Petra había hecho correr desde que entramos a la cocina y en las explosiones que causaban las luces rojas. No era muy bueno en química pero sabía que el gas era explosivo. Una serie de estruendosos estallidos llenó nuestros oídos, nos lamió una ola de calor y llamas ardientes y feroces me hubieran quemado la espalda si no hubiera rodado lejos del árbol, en Cuba.
Así como cuando llegué a Dadirucso me había llevado un montón de agua de estanque, al irnos nos llevamos un pedazo de explosión. Sobe se levantó resuelto totalmente cubierto de hollín, disipando el humo con su mano y viendo el árbol arder a su lado.
Petra se encontraba aturdida y yo también. Los oídos me pitaban agudamente y la luz del sol me desconcertó al estar tanto tiempo en oscuridad. Las personas de la calle se quedaron viéndonos boquiabiertas, la mayoría eran turistas. Mi reloj marcaba un jueves al atardecer pero en Cuba todavía era mediodía. El sol caía a plomo sobre la ciudad pero no sabía cual exactamente. Las casas parecían tener todas su propio estilo particular, algunas estaban hechas de ladrillos y eran amplias otras parecían coloniales y unas cuantas estaban revestidas por una capa de pintura y eran muy estrechas.
Sobe se paro rápidamente tosiendo un poco.
—Vamos, caminen, caminen, no se queden ahí parados —nos levantó de un brazo a cada uno y nos arrastró lejos del portal, trastabillando y rengueando al igual que él.
Después de unos pasos ambos nos paramos sobre nuestros propios pies, sacudimos la cabeza un tanto desconcertados y nos abrimos paso entre las personas que nos rodeaban y nos preguntaban qué había sucedido. Sobe iba en la cabecera disipando a los curiosos, diciéndoles que el espectáculo se había terminado. Hablaba varios idiomas y apartaba a cada quién en su propia lengua.
Tenía la mente embrollada por exceso de información y ruido.
Miré hacia atrás y cerca del árbol con bordillo, había trazos de manchas de humo difuminadas por el suelo pero no se veía ningún portal hacia Dadirucso. La puerta se había cerrado para mis ojos pero no para mí, volteé nostálgico y pensé en Berenice.
Ahora era mucho más pequeña y lejana para mí que un punto negro en el horizonte.
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