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III. Dagna se convierte en un padre orgulloso


Después de unos minutos bajamos a la recepción y encontramos al resto de la unidad desperdigada en los sillones violetas. Petra estaba hablando con Cam, Dante y Dagna acerca de artes extrañas, enseñándoles un giro de muñeca que debían hacer al decir un puñado de palabras, Cam contemplaba sus brazaletes como si se tratara de una de las maravillas del mundo. Sobe escuchaba atentamente a Miles que afirmaba haber sido víctima de una abducción extraterrestre, mientras Berenice lo escudriñaba anonadada. Todo iba normal.

Salimos del edificio convencidos de no querer ver de nuevo el color violeta en la vida. Atravesamos la plaza redonda y nos dirigimos a la primera tapa de alcantarilla. Walton usó el cañón de su arma como palanca, la tapa de metal herrumbroso chocó con la grava emitiendo un sonido ronco y seco de metal contra piedra. Un olor insoportable a aguas servidas colmó el aire. Sentía que no había olido nada peor en mi vida, si hubiera comido bien los últimos días o al menos hubiera comido habría vomitado.

Walton frunció el ceño y reprimió unas arcadas, nos sonrió optimista y levantó las cejas como si dijera «Vaya, es mejor de lo que me imaginé». Bajó de un salto, la distancia al suelo del drenaje no era demasiada, pero las aguas hediondas lo cubrían hasta la cintura a pesar de que era el más alto de todos. El efluvio asqueroso y repugnante pareció intensificarse al recibir a Walton.

—¡Demonios Petra huele peor que tú! —rezongó Sobe agitando una mano alrededor de su nariz.

—Entonces no te será problema —le respondió con una sonrisa falsa y lo empujó a la alcantarilla.

Sobe casi cayó de bruces a las aguas servidas y por casi quiero decir que lo hizo. Walton se cubrió para que el agua no lo salpicara. Berenice fue la que siguió y yo me arrojé después de ella. Petra descendió con un movimiento ágil, su cuerpo esbelto no salpicó al introducirse en la profundidad como si fuera una hoja descendiendo. Sobe estaba escurriéndose el agua de la cara cuando lo alumbré con la linterna y sonrió de oreja a oreja.

—¿Abrazo?

—Mmm, mejor no.

—¿Berenice? —ella negó con la cabeza.

—Vamos, muchas chicas en tu lugar no lo rechazarían —ella negó clavándole la mirada recelosa.

La unidad descendió a las alcantarillas hasta que quedaron Dagna y Camarón fuera. Cam era el más bajo de toda la unidad, incluso era pequeño para alguien de su edad, el agua le llegaría al mentón, él pareció calcular eso porque permaneció asomado sobre el borde de la alcantarilla. Pero Dagna por más decidida e intrépida que fuera no parecía muy entusiasmada de bajar.

Sobe se dirigió hacia mí con una sonrisa picara, se cruzó de brazos y me señaló con el mentón:

—Te reto a que te sumerjas en el agua.

—Sólo si tú te la tragas —le respondí con una sonrisa.

—¿Todo en orden Dag? —preguntó Walton alzando la mirada.

Ella comprimió los labios y dudó. La alumbré con la linterna. Su piel blanca como el azúcar resaltaba de una manera que en ese lugar parecía literalmente de otra realidad, de otro mundo.

—N-no, no puedo hacerlo, los gérmenes y yo no nos llevamos muy bien.

—No trates así a los gérmenes —bromeó Sobe pero ella no parecía muy dispuesta a reír—. Todos somos amigos aquí abajo.

—Como solía decir mi madre: trata como te gustaría que te traten —convine y él me desprendió una sonrisa radiante.

—Además —repuso Dagna un poco nerviosa ignorando nuestros comentarios—. Cam no puede bajar allí, si no quieres que se ahogue...

—Pero sé nadar...

—Es mejor que nos quedemos aquí arriba montando guardia, por si algo sale mal, haremos una distracción o idearemos algo para alejar a los guardias —prosiguió interrumpiendo a Cameron.

—Pero tu puntería puede sernos útil en el palacio —replicó Dante alzando la cabeza con nerviosismo.

Dagna comprimió los labios, sabía aquello pero tenía que enfrentar un miedo y al parecer no estaba lista todavía. El que también contaba con buena puntería era Miles y aunque se encontraba casi drogado captó la expresión de su rostro.

—¡Descuida padre, yo los defenderé! —dijo apoyando un puño en su pecho como un luchador sentimental.

Dagna sonrió y le dijo «gracias» con los labios.

—Bueno —accedió Walton y elevó el casco que tenía bajo el brazo—. Quédatelo para que nos comuniquemos. Buena suerte y no se hagan los héroes.

—No quieran igualarme, muy pocos lo logran —corrigió Sobe.

—Aguarda —dijo Petra, se descolgó la mochila y comenzó a hurgar apresurada en ella, hasta que encontró lo que buscaba. Eran dos madejas de hilo metálico, un alambre muy fino y de color del cromo—. No sé cómo funciona pero se lo saqué a La Sociedad —explicó y se los tendió a Dagna—. Tal vez puedan usarlo.

Había olvidado aquel alambre. Se lo habíamos sacado a Tony en Atlanta, junto con el maletín que tenía una clave porque guardaba el archivo donde mi papá sacaba conclusiones sobre mí. Sentí que había pasado una eternidad de aquello.

—Gracias, te devolveré lo que sobre —dijo agarrando el alambre y observándolo con admiración—. Buena suerte.

Miles levantó dos dedos deseándole paz como un hippie, tal vez ahora era eso en su mente. Ya estaba comenzando a extrañar al viejo y sarcástico Miles que no decía nada importante y a veces era tan bromista como Sobe.

Dagna cerró la puerta y el ruido metálico reverberó en todo el túnel esparciéndose por el aire junto con el olor hediondo. El techo del túnel se curvaba como un arco y a unos cien metros era atravesado por otro tramo de pasillos, la estructura estaba hecha por ladrillos de piedra oscura e irregular. Estábamos a unas cuatro cuadras del palacio así que deberíamos probar suerte con las escotillas dentro de unos minutos. La mampostería estaba cubierta de humedad y sospechosas manchas oscuras. El aire allí era vacío, húmedo, sofocante y totalmente apestoso. Los ojos comenzaron a lagrimearme, no podía darme el lujo de respirar profundamente y llenarme los pulmones porque eso me provocaba unas náuseas incontrolables. Intenté pensar en otra cosa pero mi mente no dejaba de pensar en el color marrón. Traté de calcular las calles hasta que Dante rompió el silencio:

—¿Saben qué haré cuando robemos esa esfera?

—¿Devolverla? —preguntó Sobe volteándose, viniendo de Dante no me sorprendía que respondiera sí.

—¿Contarle a tus padres? —pregunté.

Dante no captó la broma y negó con la cabeza.

—No, no, memorizaré cada detalle para contarle al tonto de Ed lo todo lo que hicimos.

—¿Edward Anderson? —inquirió Sobe— ¿Te refieres a él?

—Sí —respondió Miles, sorprendiendo a todos y esquivando una gotera—. Nos hace la vida imposible en la clase de supervivencia práctica. Pero con Jonás y Petra le ganamos.

—Sí —Sobe rio—, una vez hice cabrear a ese chico. Estábamos en el establo y John había traído un animal que se parecía a un lagarto pero con alas.

—¿Un dragón? —pregunté, prácticamente con todo lo que había sucedido en esa semana no me sorprendía.

—Bueno sí, pero tenía el tamaño de un lagarto pequeño y no creo que escupiera fuego, la cosa es que él creyó que era un montru cuando la profesora de zoología lo enseñó a la clase, entonces...

Hubo una sacudida que nos tumbó a todos, si no hubiera estado cerca de la pared habría perdido el equilibrio y caído al agua como Sobe y Dante. Me aferré de las piedras irregulares de la pared mientras las aguas estancadas se sacudían de un lado a otro como olas revolviéndose, el olor se volvió insoportable y se escuchó un estruendo a lo lejos, casi imperceptible, pero se notaba que lo provocó algo muy potente.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Dante inspeccionando los cimientos que se alzaban sobre su cabeza como si se le fueran a caer encima.

Y de hecho yo también tenía el mismo temor, en cualquier momento podríamos ser sopa de cadáver, el túnel crujió y las grietas chorreando agua derramaron líquido. Retuve las nauseas, a Petra le dieron arcadas y se tocó la garganta como si le doliera. Berenice se aferraba en la pared opuesta y tenía el semblante desfigurado del asco. Las sacudidas se detuvieron pero todo el túnel tenía goteras como si camináramos debajo de una ducha.

—¡Qué asco! —exclamó Miles sacándose el agua espesa, estancada, sucia y hedionda de los ojos. Se caló la capucha y Dante lo imitó.

Yo me puse el casco y el resto se cubrió la cabeza también, excepto Walton que le había dado su casco a Dagna.

—Miren el lado bueno, después de esta noche nada más nos volverá a dar asco en la vida. Tendremos unos estómagos de acero —comentó Walton con optimismo.

Lo que sí era de acero era la capacidad que tenía Walton de ver el lado bueno de las cosas. Walt parpadeaba constantemente por el agua que se le escurría en la cara, parecía que estaba despertando de un sueño o coqueteándome, pero aun así sonreía (sin separar los labios por miedo de que algo se le metiera en la boca).

Todos sabíamos que había sido aquello y porque había sacudido toda la tierra. Acababan de detonar otro pedazo de muro, seguramente las personas de Salger se estarían preguntando qué demonios pasaba, si es que ya no lo habían deducido.

—Muy bien, sigamos.

Los túneles de drenaje eran muy extraños allí, después de unos minutos el terreno comenzó a escarparse y me encontré subiendo una pendiente. Pero sólo podías percibir lo empinado del suelo porque el agua llegaba a los talones y discurría hacia abajo con más rapidez, impulsada por la gravedad. Después el terreno se aniveló pero la corriente continuaba baja, lo que ayudó un poco a disminuir el olor, aunque ya nos encontrábamos todos cubiertos de aguas servidas. El túnel finalizó con una escalera metálica que te llevaba al exterior. Sobe se frotó las manos con ansiedad.

—Muy bien, llegó la hora de probar, esperemos haber calculado bien, no queremos emerger justo en frente de los soldados —como siempre Sobe dijo su comentario positivo en el momento apropiado.

Dante asintió con convicción.

—Muy bien —dijo Walton al pie de la escalera, carraspeó—. Ahora escúchenme, imaginen, bueno imaginen no. Están en una guerra y lo que vamos a hacer es muy peligroso.

—Toda la noche fue peligrosa —dije.

—Ya, pero esto es la cereza del pastel.

—Vaya, me daría hambre si no estuviera rodeado de pasteles ni cerezas digeridas —apuntó Sobe.

—Escuchen —insistió Walton—. Por ahora yo seré su comandante, Dante su subcomandante en el caso de que algo me pase.

—¡Wow, chico, deja los comentarios negativos para Sobe!

—Solo quería aclararlo —dijo y escaló las barras de metal, sus botas despidieron regueros de agua servida que emitieron un sonido húmedo al caer. Fue el único sonido de todo el túnel.

Lo aguardamos debajo, tenía el corazón desbocado, no quería que le pasara nada a Walton y si salíamos justo frente de la falange de soldados entonces no tendría tiempo suficiente para lamentar la pérdida de un amigo. Walton regresó y todos lo alumbramos con la linterna hasta que hizo una mueca y se cubrió los ojos con la mano. Aparté el haz de luz y él negó con la cabeza.

—Estamos debajo del callejón que da a un restaurante —explicó.

—¿Restaurante?

Que supiera no había restaurantes cerca del palacio de Logum, el edificio medía manzanas enteras, tuvimos que habernos desviado demasiado. Caminamos por una hora subiendo escaleras, nadando entre túneles repletos de agua o simplemente caminando porque algunos estaban tan secos como mis ganas de chocolate en ese momento. Sólo nos quedaban dos horas para encontrar la esfera y meterla en el Faro antes de que los rebeldes volaran la casa de Logum. De lejos comenzaron a escucharse explosiones provocadas por las armas de los soldados y algunos gritos que llegaban ahogados, la guerra ya se estaba librando y nosotros no teníamos idea de en que parte de la ciudad nos encontrábamos.

Los túneles estaban repletos de pasillos, recovecos, curvas y ninguno se diferenciaba del otro, parecían hechos para que te perdieras en ellos. Todos eran igual de olorosos, oscuros y húmedos, con las paredes cubiertas de moho y verdín, probablemente la única cosa verde y natural de la ciudad. Comenzamos a hacer marcas en la roca, con la esperanza de saber si estábamos caminando en círculos o no. Petra trazaba tres surcos rectos con la punta de su daga en cada esquina, eso por más necesario que sea, nos retrasaba.

—No quiero sonar pesimista pero creo que deberíamos volver arriba, el tiempo se nos agota —señaló Petra envainando su daga debajo de los brazaletes, sacándose el casco, tomando aliento y haciendo muecas de asco.

Walton, que iba a la cabecera, se volteó y detuvo pero Miles continuó caminando sumido en sus pensamientos, barriendo el agua con sus pies sumergidos, allí los desechos nos llegaban a la rodilla.

—Yo digo que...

—¡AAHHHH!

Un objeto metálico y veloz azotó el aire, el sonido de algo ascendiendo del agua colmó el túnel. Desvié el haz de mi linterna hacia el estrepito. Miles se encontraba colgando del techo a través de una cuerda metálica que parpadeaba y emitía una luz roja como un corazón que palpita. La red roja y fulgurante estaba sujeta a uno de los numerosos tubos del techo, cañerías que discurrían hacia todos lados, y amarrada con un nudo de marinero. No tenía idea de cómo había llegado allí. El agua se escurría a través de la trama y Miles se encontraba con la mejilla contra las hebras de metal.

—¿Qué- qué pasa? —preguntó desconcertado y abrió los ojos como platos al darse cuenta de lo que sucedía.

—Es una trampa —explicó Walton inquietamente calmado—. Tranquilo, vamos a sacarte de ahí. Fíjense si no hay otra red, pero intenten no caer en ellas.

La cuerda se encontraba oculta debajo del agua y él la había pisado, era evidente que se trataba de una trampa. Dante comenzó a tranquilizar a Miles, tomó la linterna y alumbró la red mientras Walton y Sobe sacaban cuchillos e intentaban cortar las cuerdas. Berenice y yo comenzamos a inspeccionar las traicioneras aguas que nos cubrían los pies, tanteándola con el cañón del arma. Pero Petra inspeccionaba todo como si estuviera fuera de la imagen, viendo una película en el sillón de su casa, frunció levemente el ceño.

—Tenemos que irnos rápido —dijo.

Sobe resopló mientras raspaba rápidamente el cuchillo por la cuerda luminosa, sin ningún resultado:

—Eso haremos cuando liberemos a Miles.

—No, no, esa cuerda titila, es roja —explicó—. Es para que la vean. Quiere decir que alguien viene ahora y esa luz lo guiará, tal vez hay un aparato emitiendo señales en este instante. Y no sólo eso. Nadie pone trampas en una alcantarilla, no a ser que esté cerca de algo importante, de un lugar al que no se debe entrar.

—¡El palacio! —dije desprendiendo mi atención de las aguas estancadas.

No entendía cómo Petra podía pensar todas aquellas cosas bajo presión o cómo podía mostrarse no tan alterada. Pero estaba en lo cierto, deberíamos encontrarnos cerca del palacio para que haya trampas en un lugar como ese. Me pregunté cuántas más habría. La red continuaba titilando como unas luces navideñas mortales, Sobe seguía consumiendo su cuchillo con la red, porque no parecía que hacía algo opuesto.

—No se corta —afirmó lo evidente— ¡Y si esa cosa se activó van a venir en cualquier momento! ¡La red debe estar hecha de metal invicta o debe estar hechizada, no puedo romperla!

Dante lívido tragó saliva. Continuaba alumbrando a Miles que murmuraba palabras incomprensibles. Los ojos de Dante se iluminaron de terror y asombro, se volteó apresurado, me sacó el arma de las manos, apuntó el láser a los tubos y gritó:

—¡Cúbranse!

Todos nos arrojamos al suelo, Sobe cayó de bruces al agua por tercera vez y Miles se comprimió en un ovillo tapándose los oídos pero sólo se oyó el gatillo siendo accionado una y otra vez. Dante parecía desconcertado, el arma tenía la batería llena.

Teníamos tanta suerte como Tony peinando sus cabellos, esas armas nos habían disparado, casi quemado y volado en varias ocasiones pero cuando más la necesitábamos no funcionaban.

«¿Qué puede empeorar?»

—¿No funciona o sí? —preguntó una voz que siseaba.

Sin desearlo me estremecí y retrocedí un paso. En el otro extremó del pasillo emergió una silueta, seguida por nueve más. Tenían puesto el uniforme de soldado y sus voces fueron seguidas de pitidos pero sabía muy bien que era la simulación de un marcador, él podía decir tantas palabras como le placiera. La voz sonaba despectiva, grave y susurrante. Era el mismo que nos había reprendido por no llamarlo «Señor teniente»

Nos había encontrado, estábamos en un túnel, un amigo acorralado, perdidos.

Nota mental, nunca preguntes «¿Qué puede empeorar?

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