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II. Un baño de comida con descuento


El cristal estalló en un montón de añicos. Instintivamente me agazapé y con el otro brazo oculté a Cam debajo de mi pecho. Walton frenó tomado por la sorpresa y Miles gritó lo evidente:

—¡Nos atacan!

—¡Bájense! —aulló Petra sobre el silbido de las balas, el estallido de los cristales y el chirrido del metal.

Bajé del auto, mientras veía con el rabillo del ojo la silueta de Berenice disparando hacia los tejados. Escarlata estaba en el suelo totalmente alarmado, desplegó unas alas curtidas de su cuerpo de tierra como alguien que revienta una pústula. Una pequeña polvareda se suspendió en el aire y levantó vuelo. Una bala pasó silbando a mi derecha y me arrancó del estupor y asco.

No sabía muy bien de dónde venía el ataque pero nos escurrimos en la primera tienda con puertas rompibles que encontré. Las puertas de vidrio amarillo se resquebrajaron ante el primer golpe que recibió de la culata del arma de Sobe pero no se partieron en pedazos. Desenvainé a anguis, le aticé un golpe y la puerta cayó en montones de esquirlas que crujieron bajo nuestros pies. Entramos en tropel mientras las balas nos buscaban en el humo de la calle. La tienda en la que habíamos entrado estaba sumida en penumbras, pero aun así continúe corriendo escuchando los pasos de la unidad contra el linóleo hasta que Dante chocó con un mueble, bufó y un montón de cajas cayeron encima de él. Al menos se oían como cajas.

—¿Todos están bien? —preguntó la voz de Walton jadeando—. Repórtense.

—Sobe continúa en una pieza.

—Petra también.

—Igual —dijo la voz ronca de Berenice.

—Miles no sabe lo que pasó.

—Dagna tampoco.

—Cam se pregunta por qué aquí nos odian tanto.

—Sobe le responde que son celos.

—Creo que Dante fue el que se cayó —dije yo.

—Sí, fui yo —refunfuñó desde el suelo—. ¿Dónde estamos? ¿Qué paso? Todo fue muy rápido.

—Nos atacaron —respondió Walton sacándose el casco y arrojándolo en el suelo, el plástico hizo un sonido débil—. Pero no sabía que aquí tenían armas de balas.

—Teníamos —aseguró Berenice.

Estaba a punto de decir mi frase favorita ¿Qué? Pero entonces comprendí lo que dijo: Teníamos. Hablaba de nosotros, de nuestro bando, tal vez algún sector dedicado al metal o a las minas habían creado algunas armas de balas para defenderse. Teniendo en cuenta que esas balas nos habían atacado no fueron disparadas por los nuestros. Los soldados se las habían arrebatado, si así era la batalla estaba peor de lo que me imaginé.

Un soldado no agarraría un arma rebelde y se defendería con ella a no ser que se haya agotado las municiones en la suya y si las había gastado era porque había disparado a muchas cosas. La pelea de ese lado sí que había sido fuerte. Nos encontrábamos en el sector medio, todavía teníamos un gran trecho hasta el Faro.

—Bueno sea lo que sea —dijo la voz de Sobe y exhaló en la penumbra—, no nos siguieron hasta aquí así que estamos a salvo.

—¿Por qué no bajaron? —pregunté, estaba seguro que habían apuntado desde la terraza—. Además, estábamos en pleno campo, si se les daba la gana pudieron habernos disparado y acertado.

—Porque estaba Sobe entre nosotros —respondió Dagna desplomándose en el suelo—. Supongo, no lo sé y también porque estabas tú..., tampoco no sé por qué te quieren, digo ayudaste a la revolución pero no creo que sean tan vengativos.

—No importa —se anticipó Petra y me relajé—. Es mejor que se queden donde están, pero eso no sucederá por mucho tiempo. Busquemos un lugar donde podamos irnos sin ser percibidos.

—Tenemos que encender las luces —apuntó Miles.

—¿De enserió? No me di cuenta —dijo Sobe.

—Juro que después de esto me haré un brazalete con linterna —prometió Petra.

—Después de esto ese brazalete no te servirá —le recordó Sobe.

Escarlata trepó por mi pierna y se apostó en mi hombro rígido, sus movimientos raudos lo habían ayudado a desaparecer en el momento del ataque. De una manera había sorteado las balas y entrado a la tienda. Acaricié su seca, áspera y árida cabeza preguntándome si todavía tenía las alas desplegadas. Después de todo Sobe había dicho que sus parientes lejanos, los monstruos de arena, desplegaban cabezas y las volvían a ocultar. Sus ojos en la oscuridad brillaban como dos machas palidas y rojizas, sentí que su lengua como la de una serpiente me olfateaba y me estremecí. Puse la mano en su hocico, apartándolo un poco.

—Sepárense en grupos de dos y busquen interruptores —ordenó Walton—. Si escuchan algo o sucede una cosa fuera de lo habitual, peligrosa o sienten que los van a atacar, griten la clave.

—¿Cuál será la clave? —preguntó Cam.

—Nos atacan.

—Jamás se me hubiese ocurrido decir aquello si me atacaban, gracias colega —ironizó Miles.

Los grupos se repartieron y terminé con Berenice extendiendo las manos y tanteando la nada. Quería mucho a Berenice pero su silencio no ayudaba a calmar las cosas, todavía tenía la sangre zumbando en los oídos por haber escapado de un tiroteo. Me choqué con varias góndolas y cajas de diferentes tamaños con polvo dentro, por lo cual, deduje estaría en una polvoreria.

Berenice se revolvió inquieta en la oscuridad y comenzó a tamborilear los dedos sobre la esfera de palabras, al principio estaba enfrascado en mis pensamientos, con el oído agudizado y alerta por si escuchaba algún indicio de soldados pero luego percibí que ella me estaba hablando en clave Morse.

Jonás.

—¿Qué sucede? —le susurré.

Estoy pensando en las balas. Si les sacaron esas armas a los hombres de Prunus... creo que la cosa esta fea del otro lado.

—¿De qué lado, dónde crees que estén ahora?

No lo sé... los edificios caídos me hacen pensar que ya anduvieron por aquí. Pero no escucho ningún ruido fuerte... al menos que suene como una gran resistencia. Tal vez se desplegaron, es la mejor opción.

—Estoy seguro de que así paso —dije—. Todos estarán bien.

—Yo... yo no me despedí de Wat.

—No tenías que hacerlo —le dije—. Volverás a verlo, todo estará bien, te lo prometo.

Una promesa... como el juramento que le hizo Wat a su amiga, la chica que amaba. Ni siquiera hablé con él de eso antes de irme, es mi mejor amigo y lo dejé ¿Cómo puedo dejar a la persona que quiero? Deseo que sepa que no lo hice a propósito, que no me olvidé de él porque es una de las personas más importantes para mí ¿cómo podría llegar a olvidarme de él?

—Dímelo a mí.

En fin, ya ansío por verla, digo a su promesa, la chica. Petra dice que es mayor que él.

—¿Qué tan mayor?

Como una anciana enojada, tal vez una cincuentona.

Escuché su risa marchita en la penumbra y yo reí con ella aún tensionado por un inminente ataque. Pero su risa se apagó muy rápidamente como si un sentimiento de remordimiento la estuviera carcomiendo.

Después de todas las miradas asesinas de Wat, él era el mejor amigo de Berenice, habían vivido casi dos años juntos en las afueras totalmente solos. Y Wat había sido la mente maestra de la rebelión, él lo ideó como una manera para calmar a Berenice mientras lloraba, pero luego se había vuelto en algo más fuerte que solo un consuelo, se había vuelto una promesa. Yo tal vez había dado el golpe final para apuntar al sector deforestación pero todo era idea de un chico de dieciocho años que había vivido complemente solo por mucho tiempo, tal vez desde los doce, hasta que el Orden le envió a Berenice.

Ella tenía razones para encontrarse afligida. Wat era como su familia y sentía que lo había abandonado, tal vez estaba en quién sabe dónde peleando a muerte, después de ver esa calle cubierta de bultos no se podía esperar lo mejor. Era similar a lo que yo había hecho, abandoné a mis hermanos para apoyar a un mundo que no conocía, mi conciencia no me dejaba recordar que Narel me había pedido que me alejara. Era como si quisiera el sufrimiento, podría ser un muchacho pequeño de doce años pero por el momento necesitaba el remordimiento.

Berenice estaba poniendo en juego su vida por un mundo que no le había dado más que sufrimiento. Lo único que tenía en el momento era a Wat y no se había despedido de él, ella una vez me mencionó a una familia en Salger pero al parecer no estaban en su lista de prioridades por el momento. La busqué en la penumbra y agarré una de sus manos frías para darle un apretón amistoso. Berenice me devolvió el apretón. Hubo un zumbido sobre nosotros y los tubos fluorescentes se encendieron titilando.

A unos metros de distancia, al final del pasillo de góndolas, Sobe y Dante sonrieron flanqueando una caja de fusibles, bajo un cartel que anunciaba descuentos en pescado deshidratado. Nos reunimos con ellos al igual que el resto de la unidad que vino desde otras direcciones. Escarlata se descolgó de mi hombro y vagabundeó alrededor de las góndolas. Petra y Dagna fueron las últimas en llegar.

—¿Se dan cuenta de que las luces son como un faro que dice «Oigan idiotas estoy aquí»? —preguntó Dagna cuando se unió a nosotros.

—Más bien dice «Quiero morir, no me importa nada» —apuntó Sobe pensativo.

Dante se alarmó y dio un brinco como si lo hubiesen pinchado por detrás, su expresión se perturbó y su tupido cabello azabache se sacudió como hierbas ante una brisa:

—Si hay alguien fuera entonces vendrá por nosotros —dedujo intranquilo.

Walton desenfundó el arma decidido y con una mirada inquietante:

—Esa es la idea. Encontré una salida cerca de los depósitos, huiremos por ese lado, pero necesitaremos la calle despejada y sólo lo lograremos si ellos vienen hacia aquí. De ser necesario inventaremos alguna distracción.

—Yo creo que ahora es necesario —apuntó Dante completamente lívido.

Berenice desenfundó su arma. Estaba lista para pelear, yo despegué a anguis un tanto indeciso. Los demás se apostaron desafiantes mientras Dante y Miles arrimaron una góndola repleta de cajas y la volcaron a nuestros pies como una barricada improvisada. La góndola tenía carne marina deshidratada. ¿Algo peor que el olor a pescado? El olor a pescado deshidratado. Una nube de polvo nos cubrió y se esparció rápidamente. Si nunca te bañaste en mariscos deshidratados puedes considerarte un tipo con suerte.

—Hermoso baño de comida —rezongó Sobe agitando una mano, difuminando el polvo y agazapándose detrás de la barricada—. Pero para situaciones futuras prefiero ensuciarme con salsas rojas, como las que hacia mamá.

Todo en el hipermercado era amarillo. Nos agolpamos detrás de la barricada con el corazón en la boca a medida que escuchábamos cristales crujiendo debajo de botas.

Cameron se enrolló apresurado el alambre de La Sociedad y arrojó los otros fragmentos a sus pies que se revolcaban convulsos imitando los gestos de sus manos. Parecían serpientes de metal embrujadas, no podía creer cómo Tony había estado autorizado para llevar eso en su auto y mucho menos para usarlo. Era tanto alambre el que había depositado Cameron en sus piernas que cubrían su pequeño cuerpo como una manta de metal vibratoria. Se encontraba tan enfrascado en su tarea que ni el ataque pudo haberle sacado su concentración.

Las figuras de unos soldados aparecieron caminando alerta, cerca de las cajas registradoras. Walton fue el primero que se descubrió listo para apuntar con aire decidido pero cuando vio a sus oponentes su rostro se suavizó y vaciló.

—¿Fresno?

Los hermanos Fresno y Álamo bajaron el cañón de sus armas y ablandaron su semblante. Sólo Fresno tenía el rostro descubierto, su cabellera limón estaba ceñida en una trenza delgada como las espigas. Estaba vestida con el uniforme de los soldados y tenía una herida profunda y fresca recorriéndole gran parte de la frente, el resto de su cara estaba tiznada de hollín y surcada de sudor pero fuera de eso se encontraba bien. Tenía cuatro acompañantes con los cascos puestos pero al parecer también eran amigos porque no nos apuntaban, ni querían matarnos.

El resto de la patrulla de soldados se quitó los cascos. Álamo, su hermano, estaba delante de ella y exhibió una sonrisa al estilo «Que onda gente, gusto en verlos, yo también estoy vivo». A su lado estaba Roble, el hombre asiático y fornido que había hablado en la reunión y en el final del grupo estaba mi charlatán favorito: Abeto con una sonrisa radiante.

El resto de la unidad emergió de su escondite.

—Hola —dijo Álamo alzando una mano.

Berenice saltó la góndola volcada y caminó entre las cajas de comida deshidratada, aplastándola bajo las suelas de sus botas. Se detuvo frente al grupo y con sus ojos habló a medida que decía:

—Miren.

Las miradas del resto se llenaron de expectación, Fresno alzó una ceja preguntándole qué sucedía. Ella descubrió la esfera de su bolsillo y se las enseñó. Abeto no parecía muy feliz de tener esa cosa cerca como si le trajera mala suerte. Pero los demás la observaron con admiración, respeto y aversión. Álamo resopló:

—Porquería —con esa palabra sintetizó todas sus opiniones respecto a la bola.

—Oigan, oigan, oigan —dijo Dante saltando la barricada—. ¿Ustedes fueron los que nos atacaron?

—Vestidos como soldados —explicó Roble señalándonos con un ceño tan marcado y fruncido que por poco hubiese creído que era pariente de Dagna.

—Bueno ustedes también —respondió Miles cruzándose de brazos y su aire se turbó como si los últimos vestigios de la droga abrumaran su mente.

—Los civiles nos sorprendieron, bajamos a ver—añadió Fresno.

—Tenemos que llevar la esfera al Faro —anunció Petra interrumpiendo todas las explicaciones y formalidades—. Pero las calles están bloqueadas.

—El Orden —explicó Fresno—. Faro rodeado.

—¿Qué? —preguntó Walton agobiado— ¡No puede ser, cómo supieron los soldados que la teníamos!

—Tal vez no lo saben y es sólo precaución —dije restándole importancia.

—Es una buena maniobra de su parte —apuntó Dante llevando unos dedos a sus labios—. Tal vez allí fueron todos los soldados que rondaban la mansión.

—¿Qué pasó con la resistencia? —le pregunté comprimiendo los puños y a anguis.

—Desplegada —explicó Roble—. Vengan, los llevaremos.

De repente Camarón saltó delante de la barricada con el alambre rodeando sus brazos, la otra madeja cortada en tiras se esparció en el suelo como metal poseído. Cam alzó sus brazos y los trozos de alambre se suspendieron en el aire a la altura de sus manos, enarbolándose como látigos.

—¡Estoy listo, vengan por mí!

—Cam, son conocidos —le explicó Petra reprimiendo una sonrisa—. Falsa alarma.

—¿Dónde has estado los últimos minutos? —preguntó Dante cruzándose de brazos.

Observé a las personas del sector deforestación azorados al observar los metales que se suspendían en el aire mientras elevaban nuevamente sus armas.

—¡No, alto, tranquilos es Cameron! Esa cosa rara —dije señalando los alambres que volvían al suelo cuando Cam dejó caer sus brazos consternado—, se la robamos a Logum, es un arma secreta de él —la mentira pareció convincente.

Fresno, Álamo, Abeto y Roble bajaron sus armas con semblante receloso y justo en ese momento mi querido Escarlata terminó de dar sus rondas por el lugar y se apostó entre nosotros con sus ojos diabólicos y rojos. Fresno gritó alarmada y retrocedió chocándose con Abeto que se había petrificado.

—¡Tranquilos, esa era la mascota de Logum, se la robamos! —dije levantando del suelo a Escarlata preguntándome cuantas cosas más tendría que decir que le robé a Logum—. La tenemos como... rehén.

Esa mentira no sonó muy convincente pero la gente de Dadirucso era buena sorteando los momentos incómodos, asintieron a intervalos, bajaron las armas y nos condujeron hacia su parte de la resistencia.

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