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II. Dagna se convierte en un padre orgulloso

Berenice se aproximó al borde y estudió la ciudad preocupada. Pensé en una forma de entrar pero tenía la mente en blanco. Nadie tiró una idea. Sobe desconcentró su atención del horizonte y volvió escudriñar el casco.

—¿Qué haces? —le pregunté.

—Probando lo que estaba haciendo cuando nos asaltaron —respondió y me desprendió una mirada divertida—. Esto tiene un compartimiento secreto, está oculto detrás de una placa de metal —explicó mientras me demostraba a que se refería—. ¿Ves? En el mío estaba oculto pero en el de Walton no. Eso creo que es porque nuestro amigo agarró el casco de un oficial o algo por el estilo, alguien con rango que sí tenía acceso a esas funciones. Tienen un montón de acciones, es una pasada. En el camino estaba probando una conexión entre los cascos, para que podamos vernos y no sólo escucharnos.

—¿Cómo una video llamada en Skype?

—Exacto —respondió Sobe con una sonrisa—. El tuyo está apagado, tienes que prenderlo. Funciona a voz ahora, lo programé para que cumpla esa función antes de que nos asalten, responderá a tu voz.

—¡Oigan niñas! —nos reprendió Dagna—. Si ya terminaron de hablar de ropa hay cosas más importantes aquí. ¿Sí?

—Sí, sí, lo lamento —respondí mientras Sobe vocalizaba en silencio «Enciéndelo»

Estaban todos reunidos en un círculo como un grupo de apoyo lanzando ideas al azar. Berenice se había recogido su cabello azabache y Petra se encontraba apoyada sobre el antepecho mordiéndose el labio inferior, meditando en una idea para poder penetrar la fortaleza.

—¿Y si vamos por arriba? —preguntó Dagna con el ceño fruncido, está vez con una razón fundada—. Si es una caja entonces podríamos ir por arriba y luego bajar con no sé... ¿Paracaídas?

—Nos tomaría mucho tiempo —respondió Petra.

Sobe se alejó unos pasos.

—¡Además de dónde sacaríamos un maldito paracaídas! —estalló Dante y comenzó a morderse las uñas.

—¡So, tranquilo hombre! —lo calmó Miles, con aire diplomático y rodeó sus hombros con el brazo—. No perdamos la calma, sólo con esperanza y fe podemos salir de este navío.

—¿Y qué navío se supone que es? —preguntó Cam con una sonrisa, obviamente tomándole el pelo.

—El navío del Señor, Jesucristo.

—¿Desde cuándo eres religioso? —preguntó Dante con los brazos cruzados, controlándose para no perder los estribos.

—¡Miles no ayudas! —rezongó Petra.

—¡Ya pedirás mi ayuda cuando te pudras en el infierno, bruja!

—¡Que no soy bruja!

Y entonces se desató una pelea que Berenice observaba anonadada, sin saber muy bien qué hacer, en su mundo la gente no hablaba tan rápido ni tan ajetreada al mismo tiempo. Petra intentaba ignorar a Miles que oraba por ella mientras Dagna pedía tácticas, Camarón reía nerviosamente, intentando comprender lo que sucedía y Dante afirmaba que ese mundo estaba perdido.

Sobe me tomó por el codo y me arrastró unos pasos lejos. Se encontraba un poco inquieto.

—Ponte el casco —dijo apresurado—. Enciéndelo y entorna los ojos como si miraras a la distancia.

—¿Q- qué? —pregunté anonadado mientras desprendía un vistazo fugaz a Dagna que intentaba explicar un plan que consistía en buscar cien kilógramos de alimentos deshidratados.

Sobe abandonó el casco en las manos y me lo puse desconcertado y algo molesto. Teníamos que planear un ataque, una forma de entrar al palacio para salvar a muchas personas y él solo se preocupaba en la modificación de un casco.

Murmuré la palabra encendido y entonces se prendieron unas luces alrededor de mis ojos, eran datos que contorneaban los lados del visor del casco. Uno marcaba los latidos de mi corazón, iba más rápido de lo que creía, otros datos pequeños aparecieron en el borde de mi visión pero al no reparar en ellos desaparecieron y el cristal del casco volvió a estar quieto y apagado. Entorné los ojos hacia el palacio de Logum y me sorprendió que la imagen que veía se maximizara y enfocara como el lente de una cámara. Parecía que estaba escudriñando todo a través de un telescopio.

Pude divisar más de cerca el patio delantero del palacio, la actitud vigilante de los soldados, como caminaban de un lado a otro, la trayectoria de sus miradas... y aquella estatua de oro.

La escultura tenía los rasgos marcados, una barbilla bifurcada y comprimida como si algo le disgustara, todo en el marcaba frialdad. Aunque su piel fuera dorada se veía más oscura que cualquier otra estatua de hierro, sus brazos extendidos y abiertos no simulaba ningún recibimiento más bien parecía estar saludando a una multitud que aclamaba por él y a la cual aborrecía. Sus ojos eran dos piedras centellantes, amarillas y filosas, su mirada estaba dirigida hacia bajo como si no hubiera nada por encima de él o a su altura. El hombre de oro estaba vestido con una túnica, como la que usan los fantasmas sólo que sin cadenas. No sabía porqué pero no podía dejar de mirarlo, sentía un sudor frío en la nuca, unos nudos bestiales en el estómago, mis sentidos prendiéndose frenéticos y algo que nunca antes había experimentado se expandió.

—¿A ti también te llama? —preguntó la voz de Sobe dentro del casco.

—Esos ojos creo que los vi antes —murmuré­—. ¿Crees que sea Gartet?

—No lo sé —respondió Sobe intentando domar el desasosiego de su voz—. Pero es mejor no pensar en ello, sólo quería saber si... si lo que te dijo Eco era cierto.

—¿Qué nosotros dos estamos destinados a hacer algo grande? —pregunté.

Sobe guardó silencio y suspiró.

—No sé, sólo tenemos fragmentos sueltos. Lo que dijo el Consejo y Eco... creo que ellos saben más de nuestra vida que nosotros. No quiero averiguar cómo lo descubrieron. Pero tal vez tengan razón, después de todo, somos los únicos dos que no pueden sacar los ojos de la fortaleza.

—Sí, creo que sí.

—¿Recuerdas cuando estábamos consiguiendo ropa de esos niños, por segunda vez? Estaba a punto de decirte algo cuando vinieron. Te iba a decir que creo que Gartet ya sabe que puede controlar nuestros poderes, de otro modo no nos buscaría con tantas ansias. No creo que él solo esté averiguando las cosas. Para mi tiene más maestros en artes extrañas o algo por el estilo.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque quiero sacarlo de mi cabeza.

Nuestra situación sí que era extraña porque todos parecían saber lo poderoso que éramos menos nosotros. Mis enemigos se habían enterado de que era una amenaza y tenía poderes extraños antes que yo. Gartet quería usarme como un arma porque los portales sufrían anomalías en mi presencia, Sobe inventaba cosas como un dios chiflado. Pero ahí terminaba todo, desconocía cómo podrían usarnos para conquistar mundos y ellos también. Ni siquiera podía controlarlo yo mismo ¿cómo lo harían ellos? Incluso La Sociedad quería capturarme y lo querrían con Sobe cuando se enteraran de lo que era. No lograba asimilar la idea de que personas muy lejos intentaran mover fuerzas para capturarnos. Éramos como una bomba atómica en medio de muchos cuchillos, la bomba era peligrosa pero todos se pelarían para tenerla, en lugar de que lo hiciera el otro, por mero capricho.

—No me siento especial —le confesé—. Tampoco sé si quiero serlo.

Era la confesión más extraña que había hecho. Le hablaba a Sobe a través de la radio mientras él estaba en otro lado de la terraza observando un rincón de la ciudad.

—Siempre supe que era diferente —dijo— siempre supe que era un trotamundos y los demás niños no, los que hacían fila en la entrada del cine con sus padres o los que iban al cole no eran como yo pero luego cuando supe que era un Creador todo se vino abajo. Me expulsaron del Triángulo y no tenía a mi hermano para apoyarme. Si no fuera por Petra hubiera quedado solo —dijo recordando todo y rio sin ganas, fue una risa muerta que floreció en su garganta—. Sé que sonará a mal amigo pero saber que eres más raro que yo me hace sentir mejor.

Reprimí una risa.

—De nada, me gusta cumplir con mi deber.

—Pero Petra me hizo comprender —prosiguió—, que tener poderes extraños no te cambia en nada. Sigues siendo la misma persona que antes. Sigues siendo el mismo Jonás que el domingo pasado.

Observé nuevamente las calles, mientras un murmullo de estática me indicaba que Sobe se había desconectado. Los soldados estaban reforzando el alambre de púas que habían hecho, vinieron algunos en camiones y los apostaron alrededor de la calle como un escudo de vehículos. Cada vez se reforzaban más y el tiempo se escurría rápidamente.

Iba a sacarme el casco cuando vi un círculo oscuro en un callejón. Entorné la mirada y divisé la tapa herrumbrosa de una alcantarilla. Dadirucso contaba con drenaje. Había una en cada esquina y el camino continuaba hasta...

Todo se ordenó en mi mente, no lo tenía muy claro pero lo tenía.

—¡Tengo una idea! —grité, me saqué el casco y vi como todos detenían su charla frenética y me miraban con recelo.

—¿Cuál? —inquirió Petra elevándose, estaba tumbada contra el parapeto.

—¿Haremos la idea del baile para distracción? —preguntó Camarón con un brillo en los ojos.

—No ¿qué? Olvídalo, no quiero saberlo —dije—. Tengo una idea mejor, iremos por abajo.

Les conté mi plan mientras aguardábamos el ascensor. Sobe frunció el ceño y dijo que podría dar resultado. Literalmente mi plan consistía en caminar a ciegas hacia el palacio, pero hasta ahora era lo mejor que teníamos.

Cuando las puertas se abrieron Walton apareció dentro del ascensor con una sonrisa radiante en el rostro:

—¡Me esperaron!

—En realidad ya nos íbamos —le contestó Dante encogiéndose de hombros—. Lo siento.

—Olvídenlo —dijo agitando una mano e intentando disimular su decepción—. Bajen, los veo después.

Todos bajaron y yo me quedé en la azotea con Walton explicándole el plan. Le mostré las alcantarillas en plena calle. Él se asomó al borde, los extremos que contorneaban la ciudad todavía estaban en llamas y el Faro resplandecía con sus tonos verdes. Una pequeña brisa, agitó su cabello que antes estaba peinado. Su uniforme de soldado le hacía la espalda aún más ancha como un nadador profesional, me pregunté si Walton también nadaba.

—Así que tu plan es meterse por las alcantarillas y esperar encontrar una escotilla que dé con la casa del señor Logum.

—Sí, algo como eso —dije desprendiendo una mirada fugaz al horizonte, si lo decía así sonaba a una locura—. Tal vez tenga un patio trasero y un ducto de alcantarilla desemboque allí o tal vez tenga calabozos con desagües, no lo sé. Sobe dijo que esos serían los lugares más probables a los que podamos surgir, si es que tiene conexión con las alcantarillas de la calle. Debe tenerlo. Dagna dice que el río está muy lejos como para que tiren agua sucia por allí.

—Entonces desagües.

—Desagües —convine.

Walton me miró como si estuviera estudiándome.

—Novato, no eres tan tonto.

—Lo sé.

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