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Señor ¿Por qué dejamos el mundo atrás?


La brisa pegó en su cara sin contemplaciones, el aire la inundaba y envolvía en una caída libre que la hacía temblar. Ya había perdido de vista el extraño hombre que la arrastró. Temía que ya estuviera en el suelo con cada hueso roto y ese rostro afable le sonriera en la muerte. Ella le seguiría. Iría con él a visitar al señor de los muertos, le tomaría la mano y le diría que ha cometido un acto vil, que por ello irían por el valle moribundo y su alma quedaría enfrascada por milenios hasta que el mundo necesitase la suya y volviera. 

Evy lloraba. Notó la cercanía, aquel suelo que ya debía haberse manchado estaba limpio, pero no importaba cuán aseado estuviera, ella dejaría cada parte de cuerpo sobre él. Allí quedaría Evy, una mitad nébula con metas más grandes de lo que su condición le permitiría.

Cerró los ojos fuertemente, se encomendó a la estrella de Bluse y se aferró al morral mientras cerraba con fuerza la mandíbula. ¿Dolería? ¿Lo sentiría? ¿Se vería a sí misma?

Una franja de aire la hizo sobrevolar, sintió su cuerpo ligero como la pluma y escuchó una bandada de aves en la lejanía. Abrió los ojos al infinito verdor del campo donde diversas flores se movían al son del viento, a un azul mar que se mostraba en el horizonte y como una minúscula parte del paisaje: el señor desconocido aguardaba por ella. 

—¡Evy! ¡Usa la mochila! —gritó tan fuerte y alto que ella pudo escucharlo.

Se miró a los hombros y notó el pequeño bolsillo en un lateral, al abrirlo una cuerda se mostraba. Haló de él y en un segundo la mochila se desvaneció, se desplegó un paraguas. Cayó al suelo luego de un vuelo suave que la dejó sobre la alta gramínea. Él se acercó a ella y la tomó de la mano, presuroso.

—¡Vamos! El tren nos dejará si no nos damos prisa —exclamó él.

El ruido de la locomotora se acercaba, le hubiera parecido que estaba más lejos, pero  bastó con observar su lateral para ver la gran máquina de vapor tan cerca de ellos que marchaba a una velocidad audaz. El sistema se movía por palancas que se balanceaba y caía generando aquella caminata tan extraña en una locomotora de color azabache, de engranajes perfectamente ubicados, ventanales amplios que llevaban consigo toda clase de razas. 

Se había quedado pegada al suelo observando a la colosal máquina que jamás hubiera imaginado ver algún día ¿Era real? El lugar donde se encontraba parecía todo menos real. Desconocía qué sitio era, si estaba aún en Verena o si por alguna clase de conjuro había dejado todo atrás. Le parecía el paraíso, hasta que el aroma del vapor le recordó que seguía ahí. Inmóvil.

—¡Evy! 

El señor desconocido se encontraba anclado a la locomotora, estiraba su mano hacia ella pidiéndole que la tomara. Una brecha se hizo en ese momento; no sabía dónde estaba pero sabía que al único que podía seguir estaba a punto de irse y no lo volvería a ver. Corrió hacia él, con intensidad, con decisión e incluso con miedo. Marchó más rápido que antes por el miedo que le causaba quedarse atrás, rozó sus dedos con las manos enguantadas de él; lo intentó una vez más.

—¡Vamos, Evy! —gritó y ella lo vio, estaba igual de preocupado que ella.

Se esforzó, rozo sus dedos y en un intento más lo sostuvo con fuerza. El señor desconocido la alzó y ella, apoyada de las barandas, el escalón y la mano de él puso toda su fuerza en entrar. Evy se sostuvo del barandal una vez que se vio dentro de la locomotora, se sonrió. Lo había logrado. Miró al señor desconocido quien estaba exhausto pero encantado de verla. Lo habían logrado.

—Me alegra que vinieras —lanzó.

—En realidad no sé por qué estoy aquí —dijo y negó con la cabeza—. No sé si quiera cómo es que no di un paso atrás. ¿Dónde estamos? —preguntó sin vacilar.

—Descansemos un poco, te diré todo lo que quieras cuando estemos cubiertos. Parece que se viene un clima frío —dijo observando el cielo.

—Imposible, estamos en plena primavera. —refutó

Él la miro con una sonrisa amplia.

La tomó de la mano y abrió la puerta detrás de ellos. El pasillo de alfombra vino tinto se iluminaba por un par de bolas luminiscentes en la parte superior, cercano al techo. Las puertas del lateral se encontraban cerradas con inscripciones  en ella, mencionaban quienes estaban ahí. 

La curiosidad de Evy se veía rozagante en su rostro. No había lugar a donde ver, pero más allá, en los ventanales notaba el azul oscuro del cielo, una luz plena y blanquecina. En un abrir y cerrar de ojos la noche había llegado, aún más los copos de nieve empezaban a acumularse sobre la ventana.

—Aquí, Evy —La llamó.

Con una mano al aire el señor desconocido le mostraba el lugar que había escogido. Evy se movió hasta el compartimento donde dos asientos del color de la alfombra se tejían con hilos finos y dorados, al final una ventana daba vista a las afueras y encima de sus cabezas, había un compartimento para las maletas. 

Ella no llevaba ninguna, solo su mullido bolso.

Tomó asiento luego de ver el mueble frente a ella, el que estaba detrás y en su lateral derecho. Se dejó caer y poco a poco se acomodó en él. No tenía idea de lo largo que sería el viaje, no tenía de nada, pero ahí estaba haciendo parecer que la normalidad es muy normal, o en su defecto que toda andaba bien.

—Luces agotada, ¿quieres comer algo? —preguntó él. 

Y ella lo observó ¿Qué hacia ella con él, o él con ella?

—¿Dónde estoy? —inquirió. Lo vio parpadear y suspiró.

—Sí, dónde estamos —dijo más no parecía que iba a hablar todavía. 

En cambio lo vio sacarse el abrigo y los guantes, los dejó a su lado luego de doblarlos con sumo cuidado. Pudo ver mejor su larga cabellera amarrada por varias cuerdas de tono verde, sus dedos largos, casi infinitos pero heridos como las heridas que había visto en su madre. Sacó un largo objeto de tono marrón, lo prendió con un encendedor plateado y aunque esperaba el aroma nauseabundo de los cortres este le olió a vainilla.

—Dejamos Verena en el momento en que llegamos; pero no estamos en otro país, solo puedo decirte que estamos en el otro lado de lo que conoces —dijo, la miró por el rabillo del ojo y sonrió complacido. Posiblemente complacido de la mirada de sorpresa en ella porque ella no entendía nada.

—Sabe usted que eso no tiene sentido ¿verdad? —lanzó.

—Sí, eso parece, pero es así.

El sonido de los puños contra la madera lo distrajeron, luego de ello una especie de boca oculta tras una larga barba, ojos pequeños y cuerpo redondo vestido como mozo con un carrito del que tiraba lanzó un par de frases que no había entendido. Para él bastó con alzar el índice y darle una señal de no para que el mozo la mirase a ella. Observó al señor desconocido y luego al hombre que aguardaba.

—¿Qué digo? —preguntó.

—Lo que desees —respondió él.

—Pero es que no sé.

—¿No sabes qué quieres?

—¡No! ¿Acaso tu sí? —indicó resignada.

—No, ¿por qué tendría que saber lo que tu deseas? Solo dile lo que quieres.

—Pero no sé qué lleva, no veo en ese carrito nada que me apetezca —exclamó con una mueca.

—Evy, si quieres algo, dilo. —musitó él.

Ella lo miró ofuscada, suspiró y observó al sujeto que ya empezaba a tomar un tono azulado degradado con el color beige del resto de su cuerpo.

—¡Ah! ¿Qué le pasa? —preguntó

—Uhm... estas tardando, necesita andar —dijo con solo verlo.

—¡Quiero un postre de fresilla con nata, frutos de abiget encima y una rodaja de amiz y zumo de fresas! —dijo al punto de casi gritarlo.

El sujeto abrió una tapa que llevaba el carrito, extrajo de él el zumo que había pedido y lo estiró hacia ella. Evy se acercó y lo miró. Tenía el color y la consistencia correcta, aparte había sido servido en un vaso hondo con una pajita y crema que terminaba en una cerecilla verde. Para el postre tomó un platillo hondo y comenzó a elaborar el postre frente a ella. Parecería un carro increíble con un fondo muy amplio. Al finalizar se lo entregó. Evy tomó asiento con ambas cosas en mano. Una tabla de madera salió de la pared al final de la cabina y se dispuso delante de ella para que colocara ambas cosas. El mozo, quien seguía esperando ahora por su dinero, movió el índice y el pulgar en señal.

—¡Ah, de eso me encargo yo! —dijo el señor desconocido.

Sacó de su saco una bolsa de cuero del que extrajo una pieza en tono marrón y se la entregó. Acto seguido el mozo hizo una leve reverencia, cerró la puerta y marchó.

—Buen apetito —dijo él—. Los postres de frutilla de Charles te encantarán, son muy buenos. —comentó.

—¿Charles? Eso no parecía una persona —exclamó.

—No lo era; es un butaqui. Son una especie milenaria, servidores. De allí que, con frecuencia, su trabajo tenga mucho que ver con el servicio, pero añadido a ello: Charles es el mejor cuando se trata de comida para humanos.

—Se estaba poniendo azul.

—Sí, sí están en servicio deben estar activos. Cuando se tornan azul están descansando. 

Evy le observó sin comprender un poco todo lo que ocurría: un mundo inverso, una especie que no conocía y esa facilidad con la que él le hablaba y peor, ella le respondía.

—¿Quién eres señor desc...? —Se calló.

—Desconocido.  

Ella lo miró desconcertada. Observó el plato frente a ella y el zumo helado con las gotas bajando por el camino, quizás flotando como ella lo hizo antes de llegar allí. Alzó la cabeza y fijó la mirada en él , desafiante. Ni ella misma creía que fuera la misma persona que salió de Las espigas. Evy no desafiaba, Evy callaba, pero a él podía retarlo y mostrar su molestia. 

Mostrar cómo era.

—Mi nombre es Evy Gothiel, soy mitad nébula y por trabajos del señor Gogen pude ingresar a la Universidad Omoplatense, no tengo nada más que un pequeño apartamento con el espacio suficiente para una persona, un ugni que pocas veces logro ver y un trabajo que me da todo el tiempo de actividad social que requiero ¿Y tú quién eres? —preguntó. Intentaba empezar de nuevo, darle una idea de presentación al hombre que, como si fuera una ubna, se acercó a ella.

—Naheim Ehknar, a tus servicios. —Dijo y su voz sonó grave, esplendorosa pero capaz de enviar ráfagas de escalofríos al cuerpo de Evy.

—Lo sabía, eres un mago de clase alta —comentó absorta.

—No, no lo soy. Quizá mi apariencia pueda engañar a más de uno, pero no tengo el linaje de un mago de tal nivel, tampoco estoy a una escala como las de los nébulas, yo sigo en un limbo. Puede ser que nunca me entere de lo que soy —susurró en una parafernalia llena de nostalgia que hizo palpitar el corazón de Evy.

—Pues seas un mago mayor, de alta o tan solo un humano; debo regresar a Verena. Mañana debo presentar mi prueba —dijo.

—No te preocupes, la presentarás aunque no estés en ella —dijo él convencido

—¡No! ¡No pienso hacer trampa! Mucho menos usar marionetas —Se levantó y exclamó, con las manos hechas puño y la mirada agresiva sobre Naheim.

—Volverás, te lo prometo —musitó—. Deberías comer; no te alejaré tanto como para que falles en tu prueba.

Evy tomó asiento, resignada. Había hecho una promesa, pero algo muy en el fondo le decía que no confiara. Creía que eran las palabras de su madre apareciendo en su mente justo en ese momento, pero no podía estar segura.

—Señor, Ehknar ¿por qué dejamos el mundo atrás? —musitó—. ¿A dónde iremos? ¿Por qué lo seguí...?

Naheim hizo la cabeza hacia atrás, inspiró profundo para expulsar el aire mientras sus ojos iban al techo. El color verde tan oscuro le dio una vaga sensación que desapareció. La locomotora se había detenido.

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