Mireza, donde las montañas tocan el cielo
Evy se quedó sentada al lado de Naheim, un poco ida por lo que había conversado con Madame Berthi y más preocupada porque al final lo que pudiera saber sobre él no es nada. Tan solo lo que ha visto de su andar, las medias sonrisas que da, sus prevenciones, amigos y el conocimiento que tiene sobre el mundo Inverso. Ninguno comparable al hecho de saber quién se oculta tras aquella mirada gratificante y carismática.
—Dime que has dormido —susurró.
Evy dio un respingo que hizo que él levantará la cabeza para verla.
—¿Te asusté? —preguntó aun sabiendo la respuesta.
—¡Claro que sí! —gimoteó ella—. Creí que dormías.
—No —dijo y negó con la cabeza al mismo tiempo—. Hace unas horas que desperté; los dones de Madame Berthi empiezan a durar muy poco en mí —comentó.
Naheim se sentó sobre la cama, observó su mano que seguía sin poder moverla, tampoco tenía los guantes puestos. Esa sola indiscreción le hizo replantear qué pudiera haber visto Evy. Volteó a mirarla pero se había quedado dormida. El día había sido tan agitado para ambos que temía estaba tan cansada como para seguir preguntando por qués o cómos. Se sonrió con solo imaginarla, se acercó a ella para abrigarla.
—Esa niña debe valer mucho —comentó Madame Berthi.
—Es especial, sí —susurró y suspiró—. Gracias por todo.
—No me des las gracias, con lo que te hice has debido dormir durante toda la noche; no me agrada un poquito que no esté surtiendo efecto como antes. Si lo hubieras comentado, habría hecho algún otro conjuro —dijo ofuscada—. Y no lo hiciste, mucho menos no has comentado nada sobre tu mano...
—Madame
—¡Vas muy mal, Naheim Ecknar!
Salió con prisa de la habitación tan solo para girarse teniendo ambas manos sobre la poca cintura que puede desarrollar una emoqui.
—¿Qué puede ser tan importante como para que tengas que ponerte en riesgo? ¿Quién es ella? ¿Una diosa, la hija perdida de Monad? —preguntó sarcástica
—Una mitad nébula —contestó decaído.
Sabía cuan mal llevaría aquella pequeña verdad, lo vio. Madame Berthi tomó asiento una vez escuchó esa frase en los labios de Naheim. Su mirada se agrandó al punto en que la sorpresa en su rostro no se borraba.
—Por eso viajas tan lejos... Ehorla'hum, no hubieras hecho un viaje como este de no ser porque es una nebulosa —murmuró—. ¿Estás seguro de tus decisiones, Naheim? No creas que no he notado tus idas, casi como si estuvieras en cualquier otro lado, menos aquí.
—Es importante, Madame, de no serlo no tendría razón para continuar.
Madame Berthi suspiró; estaba cansada, molesta de alguna forma y cansada porque si por Naheim fuera siempre habría una razón para volver aunque eso pusiera en peligro su propia existencia ¿Qué más debía demostrar para que no fuera objeto de búsquedas sin sentido?
—Si es una nebulosa... Ella puede...
—No —dijo tácito.
La forma en cómo lo había hecho dejaba un amargo sabor en la boca de Madame Berthi.
—¡Pero es una nebulosa! Ella puede hacer magia, puede llevarlos hasta a Ehorla'hum con solo chasquear los dedos y no diré que solo mencionarlo es un acto posible para cualquiera de ellos ¡Naheim, deja de actuar tan considerado cuando ellos no lo han hecho contigo! —exigió.
En su rostro veía la rabia colmada cuando sus mejillas enrojecieron al punto de tornarse moradas, su expresión facial varió tanto como para entender los sentimientos de esa mujer que por años había conocido. Se acercó a ella y posó su mano en su hombro, una palmada no bastaría para que bajara la guardia y solo por eso la abrazó.
—Lo siento, tanto tu como otros se han visto muy preocupados por mis acciones. No he querido informarles de mi llegada, tampoco acercarme a ustedes para que no sean objeto de búsqueda.
Miró el rostro lleno de tristeza, decepciones y por sobre todo de dolor.
—Cuando llegues a Aleteo, escóndete. Sabes que es mejor moverse por las mañanas. Las noches siempre han sido muy problemáticas. —dijo y sorbió de la nariz.
—Gracias.
—Eres un malcriado; eso es seguro —exclamó al tiempo en que marchó hacia su habitación—. Proteger una nebulosa, quien lo hubiera pensado. —Susurró para sí.
Aleteo era una ciudad inmensa que con pocas millas podía vislumbrarse. La alta torre de La poseída era un escultura blanca de piedras debajo de su cono con pocos ventanales pero con una altura suficiente como para hacerla poderosa. Sin embargo, el encanto de Aleteo no giraba en torno a la torre, si no a las montañas que tocaban el cielo, algunas con cascadas que caían en ríos muy cerca de la ciudad, la cual tenía acueductos para permitir que el agua corriera por toda la ciudad. en lo alto, como una pieza de varias torres, estaba Mireza. Un lugar privado al que las personas podían ascender en días de mar tranquilo.
Evy estaba encantada con lo que veía, allí donde su visión alcanzaba Aleteo era un lugar distinto a los que había visto antes. Giró a ver a Naheim quien solo sonrío y en su visión cayó en cuenta que Madame Berthi la observaba como si fuese alguien a quien debiera mantener vigilada. Se encogió de hombros y volvió la vista a la ciudad. Pensaba en las palabras de la emoqui. Había sido enfática cuando le había dicho que no podían ser capturados. No sabía cómo actuaban las sombras, ni si los encontraría en un lugar como Aleteo, pero tenía en cuenta las certeras palabras de Berthi.
Ella, se acercó hasta Evy y respiró hondo. Veía la ciudad con añoranza. Después de todo, Aleteo no era su destino. Debía seguir viajando en aquel barco hasta llegar al otro lado del continente y eso, más que procurarle tranquilidad como estaba acostumbrada, le daba un aire de desasosiego. Atrás de ella yacía una persona importante por el cual daría la vida y a su lado, una chica que podía quitársela con solo parpadear.
No estaba preparada para ello.
—Recuerda lo que te pedí —musitó.
Evy asintió con la cabeza.
—Protegeré a Naheim a toda costa, Madame Berthi.
Berthi resopló, lo dudaba, aun en la seguridad que Evy manejaba.
—Eso deseo.
—¿La volveremos a ver? —preguntó.
No lo había esperado, de por sí era mágico cuando podía ver a alguien como Evy, pero estaba dudosa de que volviera a suceder.
—Es probable que no. Este es un adiós —dijo y se fue.
Madame Berthi miró por el rabillo del ojo a Naheim, él asintió simple y cómplice de esa mirada que decía más de lo que pudieran hacerlo las palabras. Seguía molesta, lo intuía, pero en ese instante empezaba a aceptar cada acción tomada por él. De no ser así, era muy probable que Madame Berthi estuviera haciendo cualquier tipo de conjuro para dejarlo encerrado en su pieza.
Imaginarlo le provocó una gracia que se asomó en su rostro como una sonrisa.
Al estar cerca del muelle, el barco descendió la velocidad, poco a poco fue navegando hasta atracar. Las compuertas se abrieron y los pasajeros salieron hacia el puente que los llevaría en el camino hacia la ciudad.
La visión que dejaba a Madame Berthi en Evy no iba a desaparecer. Desde lo alto del barco, les cuidaba con su mirada.
Desde el puente ingresaron a una edificación amplia con tanto revuelo como para perderse. La agitada travesía del puerto de La ebeliza no paraba más aun cuando no dejaban de llegar personas por un lado, y salir otras más por otro lado. la estructura con remolinos de viento en sus columnas tenían largas colas en uno de sus laterales donde la taquilla llegaba casi hasta el techo. Atendidos por personajes que Evy no había visto nunca antes, y del que dudaba fuera algo normal. Se había quedado fijada al suelo hasta que al mirar a su lado no encontró a Naheim, corrió hacia él tropezando con cuanto ser pudiera encontrar en el medio: desde goreen hasta avitafor, menudas criaturas de ojos grandes y cabeza pequeña. Un los siento emergía de Evy al tiempo en que corría hacia su compañero.
Se aferró a su brazo cuando lo encontró. Lo sorprendió.
—No te vayas muy lejos —Le murmuró.
Ella asintió varias veces con la cabeza, su mirada atónita era tan propia que le daba gracia.
—¿Qué son aquellos? —preguntó y los señaló.
Naheim tomó su mano, hizo que la bajara y lo mirara:
—Estrobles. Son muy altos, con astas y un poco temperamentales. Nunca los señales —meditó—. Sigamos.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—Fuera de la vista de ellos —respondió.
No lo había notado, pero durante todo el trayecto él había estado pendiente de su alrededor. Temía que en cualquier momento las sombras aparecieran, los interpelaran y se los llevara. Ante esa sensación no hacía más que apresurar el paso.
Tomó de la mano de Evy y se escondieron entre los callejones de Aleteo, donde grandes piezas de tela amarilla conectaban los edificios y daban sombra a los pasillos. Naheim marcaba el paso por angostos parajes que se llenaban de plantas de tonos rojizos con animales de cuatro patas de pelaje amarillo y ojos grandes, tres espigas saliendo de su frente y orejas puntiagudas.
Evy caminaba al paso que él indicaba, pero lo odiaba. Desde que ellos llegaron, su viaje se había complicado tanto como para no permitirle disfrutar de esa ciudad como quisiera, mucho menos de pasar un rato hasta empezar la aventura nuevamente. En su compañero solo notaba la impaciencia de no verse resguardado ¿Cuándo había comenzado a cambiar? Su prisa, su impaciencia y temor era todo lo que veía en ese instante en que sin desearlo miró hacia atrás y los vio.
Los habían encontrado.
Empujó a Naheim a uno de los callejones. Temerosa, buscó en ellos alguna puerta, hueco, lo que sea con tal de esconderse. Hasta que vio un pestillo en medio de rocas. Curiosa, se acercó a él y lo tomó ¿Qué hace un pestillo en una pared de rocas grisáceas? ¿Qué hace anclado a un lugar que no parece tener aberturas?
—¡Evy!
Lo abrió y entró.
—¡Ven! —exclamó en un tono tan bajo pero imponente.
Una puerta se había abierto a un largo pasillo oscuro, apenas alumbrado por un par de lámparas de keroseno. Evy se atrevió a seguirlo, sin embargo él la detuvo. Mirando sus ojos, notaba la seriedad en él.
—Esperemos aquí —Le pidió.
—Pero... quizás podamos salir del otro lado —Sugirió ella.
—Estamos cerca, dejemos que ellos pasen y salgamos al callejón —dijo.
Evy se quedó callada, asintió levemente y esperó frente a él que todo pasara, pero no por ello no dejaba de tener varias interrogantes. Y peor aún, sentir que los secretos eran mayores a las pequeñas verdades que no se atrevía a expresar.
—Creo que se han ido —dijo él.
Se asomó poco a poco fijando la vista en ambos lados, cuando constató que no había nadie, optó por salir seguido de Evy quien no dejaba de ver a su alrededor con la esperanza de que no fueran sorprendidos por ellos.
No obstante el asombro llegó.
Uno de los animales que había visto en su recorrido por los callejones de Aleteo, se aproximó a ellos con un contoneo indiscutible. De pelaje negro y ojos completamente blancos alargó un alarido muy bajo.
—Es un gato...
Naheim rio.
—No, es un caotor. Se parecen mucho a los gatos, eso sí, pero con sus diferencias. Este de aquí quiere que le sigamos.
—¿Entendiste lo que dijo? —preguntó atónita.
—Para nada, pero la forma en cómo se mueve y nos ve es un llamado. Vamos —exclamó.
—¡Espera! ¿Seguiremos a un gato que no es un gato por cómo se mueve? ¿Y después qué? ¿Y si es una trampa? Si nos llevan a ellos ¿qué pasará contigo? O conmigo, ¿cómo puedes seguirlo sin siquiera preguntarte esas cosas ¡Naheim!? —exclamó al final.
Se quedó paralizada en un segundo, sin poder moverse, sin poder seguir interrogándolo y es que aquella parafernalia había incomodado tanto al caotor que le había embrujado. Naheim le observó reprochándolo a lo que el animal se sacudió y le dio el trasero. Evy no entendía qué sucedía, y ahora menos podía exclamarlo.
—Tienen sus claras diferencias —musitó Naheim.
No supo nada después.
Tanto Naheim como el caotor se dirigieron a un gran árbol de tronco blanco y hojas amarillas, rodeados por una serie de luces que lo mantenían apartado pero rodeado de tantas casas como fuera posible. Era una zona bastante sola, a pesar de eso, pero cómo no iba a hacerlo si en el norte de la ciudad había toda una concentración de la cual, él temía, fuera por la misma razón que seguía a ese animal.
El caotor atravesó el tronco, y Naheim con Evy a su espalda, ingresaron después. Mireza se mostraba frente a Naheim como siempre, con sus estatuas de hombres poderosos y mujeres guerreras, con el agua fluyendo por canales a cada lado y grandes árboles emergiendo de ellos logrando una vista única. Las columnas terminaban con la formas de llamaradas que parecían deseaban alcanzar el firmamento y en su horizonte, las puertas abiertas al templo de Amilava.
La sensación de terror se postró en él como un leve dolor de estómago; ver a Amilava en esas circunstancias luego de que huyera de su protección le generaba cierto pesadumbre. Y no podía hacer más que mirar al frente para dejarle claro su posición.
Claro que no iba ser fácil con la presencia de la gerena ahí.
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