De la casa de los diablos
Quién era aquel que el rostro marcado por una serie de líneas inconexas y puntos blanquecinos de ojos hundidos por la pintura negra rodeando sus cuencas, observaba a Naheim con una imperceptible muestra de reticencia. A diferencia de quienes antes había conocido, él hombre frente a ellos no hablaba con alegría, no parecía de acuerdo con la presencia de Naheim y según Evy entendía, tampoco estaba muy alegre con que estuvieran en su presencia.
Trazó un circulo alrededor de los dos, estaban rodeados por varios hombres con un rostro peor que el líder quien veía con impoluta austeridad a quien en un principio le daba una tosca bienvenida. No sabía qué pasaba por su mente, ni qué harían con ellos misma razón por la que buscar los dedos helados de Naheim parecían darle algo confianza.
—¿Quién es usted? —pregunto ella al cabo de unos segundos. Ecknar no reparó en mirarla de soslayo—. ¿Qué quiere de nosotros?
—¿De ustedes? —infirió.
Se quedó muy quieto frente a Naheim, con los brazos detrás de su cuerpo y sus labios hechos una línea a la que no podía verla un final gracias a sus cicatrices.
—¿Él te envió? —preguntó Naheim. Sus dedos sostuvieron con fuerza la mano de Evy.
—No, hace mucho que lo dejé. Lo sabrías si tan solo no hubieras escapado. —Bufó—. Perdóname por creer que serías más... —Se rio negando con la cabeza.
La conmoción no cabía en él, no lo había esperado. Naheim siempre creyó que Tern sería un fiel sirviente hasta el final de sus días.
—Tráiganlos. —Ordenó.
—¡No! ¡Tern, espera!
Naheim corrió a su encuentro aunque uno de los hombres se lo impidió al propinarle un golpe en la nuca.
—¡Naheim!
—Te aconsejo no hacer nada estúpido. Tu amigo estará bien —murmuró uno de los hombres que la sostenía del brazo—. Andando, camina.
Evy inició la caminata tan pronto como se lo habían ordenado, seguida por el sujeto que la sostenía tan fuerte del hombro como para dejar sus dedos marcados entró en un vehículo de cuatro ruedas y un motor que rugía con furia. Tan similar a los que conocía en Verena con sus sillones de tela felpada en rojo, su estructura cuadrangular y sus líneas definidas. Si lo pensaba bien, no eran tan similares, pero bien que cumplía su función. El pequeño espacio al que ingresó tan solo servía para cuatro personas muy apretadas. De allí que solo ella, su opresor y el hombre misterioso —como decidió llamarlo—, entraran. A Naheim no lo volvió a ver.
Si el silencio pudiera cortarlos, lo habría hecho. Lo único que Evy hacía era mirarlo de la misma manera en que él lo hacía. Solo cuando el vehículo se detuvo escuchó las mismas órdenes del hombre a su lado, al que le empezaba a notar las dos líneas que atravesaba su rostro justo por debajo de su ojo derecho terminando muy cerca de su barbilla. No dudaba que la línea vertical sobre la mejilla contraria fuera otra cicatriz, aunque su color azabache la hacía dudar.
La pequeña guarida contaba con un gran letrero del que no podía distinguir algunas letras, la puerta ovalada era tan pequeña que su captor tuvo que agachar la cabeza. En cambio para ella, solo por unos centímetros, estuvo perfecta. Adentro estaba vacío. A duras penas algunos muebles viejos al que la tela rasgada daba paso a la felpa. Con su hombro siendo apretado por la mano de cara cortada, Evy corrió todo el lugar de caminos de tierra y heno hasta otra puerta de metal donde le esperaba una habitación adornada con una mesa, un par de sillas y algunos sillones en desuso.
—Tern, ¿la encerramos? —preguntó el hombre.
—Siéntala en la mesa. El resto tráiganlo. Hablaremos largo y tendido desde ahora —comentó aunque la cara del otro no mostraba estar complacido—. Yeva, qué esperas...
El mencionado tomó por ambos hombros a Evy quien forcejeó hasta verse sentada contra la silla. La brusquedad le hizo doler el trasero, se quejó, pero ninguno de ellos le tomó importancia. Naheim levitó por acción de Yeva y lo dejó a una distancia prudencial. Allí, siendo el medio entre Evy y Tern, ella no podía dejar de mirarlo consternada por no saber qué intentaría hacer él.
Un simple cabeceo le hizo saber a Yeva que debía retirarse. No muy convencido de ello aceptó con solo entender la mirada autoritaria de Tern. Evy lo vio salir por la puerta que había ingresado. Escuchó la puerta sellarse y los seguros habían sido colocados. No podría salir de allí tan fácilmente, mucho menos viendo la condición en la que se encontraba Naheim, pernoctando en algún sueño profundo.
—¿Quién eres? —preguntó Tern.
La miró por un segundo y acto seguido se sirvió una copa.
—Evy Gothiel —respondió.
Ella cerró sus manos con fuerza, sentía la necesidad de buscar en lo más profundo de su ser el valor de enfrentarlo.
—Evy Gothiel, ¿de dónde conoces a Naheim? Nunca te había visto, tampoco te ha mencionado —comentó.
—No tiene por qué —dijo ella.
—¿No? —Se rio—. ¿Él te trajo?
—No.
—No. —repitió—. ¿A dónde van?
—No sé —murmuró.
—¿Qué buscan?
—No sé.
—Parece que no sabes mucho, quizás él pueda decirme algo más —dijo chasqueando los dedos.
—¡No lo lastimes! —exclamó levantándose precipitadamente.
—No lo haré —dijo.
Acto seguido Naheim caía al suelo estrepitosamente, el dolor que le había provocado se mostraba en su rostro contraído. Alzo la vista curioso de saber dónde se encontraba. La primera figura que observó fue la de Evy angustiada, sorprendida hasta cierto punto y preocupada; sus miradas se encontraron por un tiempo tan breve en el que ella decidió mirar a Tern. La segunda silueta en el foco de Naheim.
Se levantó como pudo, miró al hombre sentado con las piernas cruzadas, su posición dirigida hacia él y una suficiencia que solo había visto en casos ajenos.
—Tern...
—Naheim Ecknar —respondió. Le señaló la silla para que tomara asiento—. Luces muy bien, la vida en el exilio te ha tratado de maravilla.
—No necesariamente.
—A mi casi me quita los ojos, pero dices que no. —Continuó—. La última vez que te vi, que lo vi: estabas en algún lugar del reino de los dioses siendo protegido por seres tan vacuos como las sombras. Estabas en lo alto de la cima mientras mi pueblo sufría la desgracia debido a ti...
—Nunca estuve en ninguna cima, Tern ¡Lo sabes bien! La única razón por la que pude conseguir el apoyo de Amilava es...
—¡Porque eres el niño prodigo! Incluso para ellas. Nunca han sentido la necesidad de actuar en favor del resto de las especies del mundo Inverso. Diría que sienten animadversión por nosotros, pero tú, tú eres un juguete especial. —Se rio.
—Sí, nací de los dedos de Grad Nebul, es lo único que soy ¡Un juguete! —Aclaró—. No hay nada en mí que él considere propio o estable ¡Nada! Solo me necesitaba para una cosa y una vez pudo hacerlo fui tan a la par como tú o Kabuto.
—No, te equivocas. Ha estado buscándote. Ha llamado a muchos para que te encuentren, de preferencia vivo. Sin embargo a Kabuto se le ha complicado, siente tu energía pero se dispersa. Me pareció extraño y quise indagar, tal como él me sucedía lo mismo y no es hasta que conocí a Evy Gothiel, que supe la razón. ¿Es acaso tu amuleto? ¿A dónde pretendes llegar, Naheim? —siseó.
—¡Soy humana! No soy ningún amuleto —gritó Evy.
Atrajo la atención de Tern quien le miró con curiosidad.
—Ahora si deseas hablar —farfulló.
—Él no tiene nada que ver, yo le pedí que me guiara y así lo ha hecho aun en contra de su voluntad. —exclamó.
—Esa es una hermosa historia de la que no estoy convencido. Sin embargo eres humana, eso me explica porque Kabuto no podía encontrarte —Reflexionó—, pero algunas sombras sí. ¡Cuánto misterio!
El silencio imperó por varios minutos. Ni la ira reflejada en el rostro de Tern cambiaba ni el deseo de Naheim de sentirse similar a él. En parte, Tern tenía una razón muy válida para odiarlo pues de todas las personas, seguramente estaba esperando que fuera él quien lo ayudara en los momentos más difíciles que pudo haber pasado.
—Lo lamento —murmuró y el silencio se quebró.
Tern arrugó el rostro, contrariado, enojado, al punto en que se levantó y la silla voló hacia atrás camino a su alrededor con el fuego acumulándose en su garganta "lo lamento", de todas las palabras que él pudo haber usado, tenía que ser aquella dos.
—¡¿Qué lamentas, Naheim?! ¡¿Qué rayos es lo que lamentas?! ¿La sangre de los míos, mi sufrimiento, haberte ido sin más cuando esperé por tanto tiempo a que aparecieras en el momento justo y no lo hiciste? ¡¿Dónde estabas?! —gritó eufórico, lleno de la ira que no había podido sacar—. ¿Me lo dirás? —farfulló muy cerca de él—. ¿Estabas jugando por ahí? Fui claro cuando deje las puertas abiertas para ti, pero no. Tu tenías que ir por algo más ¡No podías esperar un segundo! Tan traicionero como Grad Nebul ¡Usas a quienes están a tu lado a conveniencia y los expones al peligro que corres! Eres tan hijo de él como lo son sus hijas perdidas, exiliadas que solo pensaron en ellas...
—Tú mejor que nadie sabes que no lo soy. Mi origen es menos orgánico —comentó.
—Pero sigues usando su energía a tu conveniencia. —zanjó—. Me asquea tu presencia —culminó.
En un segundo Tern se había perdido detrás de la puerta dejándolos solos. En Evy caía una sensación de angustia y miedo, pero también de curiosidad. «Usar», Tern había sido claro, tanto como para despejar las nubes conglomeradas en su mente, conocía un lado no tan amable, más humano, tan mortal como los verenos con los que tenía que tratar todos los días. Por su parte, Naheim se había disuelto en la silla, su rostro cabizbajo mostraba ese intento desesperado por ahogar el dolor de la puñalada que Tern había ocasionado. No es sino hasta que escucha el movimiento de las sillas cuando alza la vista para encontrarla de frente.
—¿Estás bien? —preguntó.
Lo miraba fijamente. Se perdía en sus ojos, en las intricadas hebras de sus pupilas y de colores dispersos siempre que lo veía de cerca.
—Sí —dijo con voz queda.
—Deberíamos descansar un poco —musitó—. Pensaremos cómo salir.
—No, es una habitación declarada, cada pared debe contener algún tipo de hechizo para mantenernos dentro —dijo.
Ella se irguió, caminó hacia la pared lateral. Razonaba con mucho cuidado las palabras de Naheim, pero también investigaba con cierto recelo los estudios que había obtenido por años. En un rincón, oculto detrás de una jarra vacía, notó el primer círculo con un cuadro dentro y varias inscripciones en él.
—Evy...
—Lo conozco —dijo al fin—. Los he visto en mis libros, creí que esa clase de círculos ya no se usaban. —expresó afanada
—No, quizás no en Verena. Acá la magia no evoluciona —Caminó hasta estar a su lado—. Debes tener dudas.
—Sí, las tengo —respondió, pero no lo miró—, pero no es el momento para escuchar historias. Lo que haya pasado entre ustedes es algo que, quizás, debas arreglar. No sé si esta sea la mejor forma.
Naheim, con el rostro bajo, pero la mirada enfocada en ella, no dejaba de sentirse contrariado. En ese instante era Evy quien marcaba el paso, quien decidía cuales serían los próximos movimientos y aunque él deseara seguirla a dónde deseara ir, tenía en cuenta cada una de las voces dentro de él que le decían que era el momento. Si bien había esperado mucho más, encontrarse con Tern aceleró todo y es que, en ese pequeño encuentro, había visto el daño que había ocasionado en su amigo, no deseaba provocar el mismo dolor en ella.
Tomó de su mano, gentil. Aprisionó sus dedos en su palma, angustiado y apenado como muchas veces habría estado y sin verla porque dentro de él cada parte de las palabras que exclamaría serían una puñalada, se quedó paralizado. Evy no lo comprendía, ni la tristeza expuesta ni el calor entre sus dedos, mucho menos ese silencio intrigante que los sofocaba.
—Naheim —Lo llamó, y aun escuchándola, dudó.
—El engaño es una de mis múltiples caras —comenzó. Con ello obtuvo toda la atención de Evy—. Te he llevado por un largo camino que se está convirtiendo en una pesadilla y en ese sendero te he mentido de la forma más cruel que pude haber hecho —dijo soltando su mano—. Tanto Amilava como Serinthya me animaron a ser sincero, pero yo creí, ingenuo, que podía continuar así.
Naheim alzó la mirada, se encontraba con una Evy dispuesta a escucharlo. Lo veía atento sin perder cada palabra que nacía.
—En Ehorla'hum no nos espera nada mejor. Corrí lejos de ese lugar cuando tuve la oportunidad que Amilava me dio, dejé atrás a Tern aun sabiendo que me necesitaría. No soy mejor que las personas que encontraremos ahí.
—¿Por qué vamos a Ehorla'hum? —preguntó ella.
En Naheim las imágenes se conglomeraban, se empelotaban y generaban una gran bola de ideas, sensaciones, recuerdos y temores. Tenía muy claro las razones, pero solo iniciar ese viaje habían variado tanto dentro de él que empezaba a dudar de sí.
—Porque, aunque me gustaría, no puedo enfrentarlo solo —contestó.
—Lo sé —respondió ella y las dudas ahora resurgían en él—. No soy tonta, Naheim. De personas siguiéndonos a personas que te quieren, ha sido todo muy apresurado, pero sin siquiera decirlo sabía que había una razón por la que yo estoy aquí. Lo enfrentaremos tú y yo. Aunque mis conocimientos de magia aquí parezcan inútiles...
—No lo son... Es solo que en el mundo Inverso, la magia nace y luego se estudia —confrontó—. Evy, Grad Nebul es muy poderoso y está íntimamente unido... a las nébulas. —Tragó en seco.
Vio los ojos de Evy abrirse, buscó la mesa con desesperación para no caerse. Sin embargo, había dado su palabra ¿Qué hacía que siguiera el sendero que Naheim marcaba? Quizás había empezado a confiar en él, a pesar de los engaños, de la venda que le había colocado. No deseaba que conociera su mundo, solo deseaba liberarse de él.
¿Cómo alguien como ella, presa de su sociedad, podía liberarlo a él?
—Yo estaré contigo —zanjó.
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