Como susurros en el silencio
Isadora caminaba hacia el gran salón con pasos miedosos. Sus ojos solo veían la larga cabellera azabache de la diosa con intriga y temor. No debía sentirlo, pero lo estaba. En un momento tan importante para el mundo Inverso: ellas aparecían en medio de la tempestad. Tan propio de las diosas que dolía.
La anciana se encontraba en calma, tenía preparado una mesa con tés de diversos aromas y sabores para la visita. Algo que a Amilava le generaba placer. Seseria era de esas inquilinas consideradas que no podía dejar que los visitantes se fueran sin probar de su amabilidad. No por nada Amilava encontraba en Seseria cierta paz, pero los temas que quería tocar no eran pacíficos.
Tomó asiento en una de las sillas seguida por su eterna amiga e Isadora. Prontamente, otro dios se les unió. Su rostro cuadrado mostraba unos labios pegados sin ningún atisbo de alegría en él. Herenos tenía la particularidad de tensar el ambiente con su sola presencia.
—Dichoso los ojos que lo ven —comentó Serinthya con ironía.
—Por supuesto.
El sarcasmo se mostró en Herenos.
—Basta. No espero ver sus muestras de irritación frente a nuestras queridas —comentó Amilava.
Herenos se relajó. Tomó asiento en una de las sillas luego de notar al par de humanas.
—De todas formas, no es la primera vez que nos reunimos —zanjó Serinthya.
—¿Seremos nosotros nada más? —preguntó Herenos, cambió de tema tan pronto como pudo.
—Sí, eso me temo. Los auguradores están ocupados, pero creen en nuestra sensatez. Ferzran prefirió dejar en nuestras manos cualquier decisión por igual —comentó Amilava.
Isadora tragó hondo, no pudo evitar mirar por el rabillo de su ojo a la nebula. Seseria lucía en calma, misma que Isadora le encantaría tener, solo en esos momentos el miedo podía embargarla con tanto ahínco. Serinthya lo sintió, tomó su mano con sutileza y sonrió complaciente.
—Hay temor en sus ojos, mis señoras, pero no hay por qué —La tranquilizó.
—Debemos suponer que esta reunión es por lo que vendrá —Empezó Seseria.
—El valle está inquieto. Hasta Heredia llega el aroma de la sangre, la convicción y la muerte. —comentó Herenos.
—A Herenos llega todo tipo de cosas —lanzó Serinthya divertida.
Aunque Herenos le lanzó una mirada atemorizante, Serinthya no se inmutó. Algo que le agradaba de la presencia de Herenos era ver cómo se encendía con tan solo una pequeña chispa.
—Seseria, eres de las primeras nébulas mayores; sabemos que, si los hombres logran sus objetivos, estarás al frente. Solo queremos entender que de ser así puedan evitar que vuelva a suceder lo mismo —comentó Amilava.
—Se pudo haber evitado en un principio si hubieran estado cuando las nébulas los llamaron —dijo Isadora inquieta.
—Normas de los auguradores, los dioses no podemos intervenir en la vida de los mortales. La prueba de nuestro atrevimiento yace en Foran de Las arcas del cielo. O como la han conocido: Forany —dijo Serinthya.
El comentario cayó cual golpe en el estómago de Amilava.
—Solo podemos darles semillas, pequeños instrumentos para que puedan hacer uso de ellas de la forma en que lo deseen. De esa forma pude ayudar a Naheim, pero la intervención por completo es imposible. Así será siempre y deben entenderlo. Sin embargo, no estamos aquí para recordar el pasado...
—Estan para advertir el futuro —musitó Seseria—. Lo entiendo. Es incierto, y nos atemoriza. Si ella logra completar su constelación, se abrirá la puerta a un nuevo futuro. Ansío con todo mi corazón que en ese futuro Ehorla'hum se levante y sea tan grande a partir de sus errores. Aguardo con esperanza de que el pasado no se repita.
—No solo debe aguardar. Hagan su deber como tiene que ser. No es complicado, solo tienen que elegir con sabiduría a un nuevo sucesor —gruñó Herenos—. Un hombre capaz de mantenerse sobre sus pies y ver más allá de sí mismo, alguien que espere lo mismo que usted.
—Ese hombre... puede ser Quinag —dijo Isadora para sí, aunque el resto la escuchó como un susurro en el silencio.
Serinthya observó a Amilava y luego a Herenos.
—El nombre de quien escojan solo lo sabrán ustedes. Nosotros los estaremos observando —comunicó Amilava—, sin embargo, la advertencia debe ponerse sobre la mesa. Si el Mundo Inverso no puede emerger por sí mismo... La ira lo hará.
—Eso solo quiere decir que los auguradores harán que nosotros hagamos el trabajo sucio —lanzó Herenos.
Y la tensión se mostró como debía hacerlo.
Forany caminaba de un lado a otro con la vista puesta en el suelo y en sus pensamientos. Hasta ese punto no se había enfrentado a la realidad que asomaba a los magos a una muerte inminente, después de todo una diosa no podía morir, pero la probabilidad que Akali le entregaba se parecía a eso. Una muerte humana para convertirse en lo que siempre ha sido.
¿Cuan maravillosa podía ser la vida para ella en ese momento? Solo que las implicaciones de volver no eran de su agrado.
—¿Por qué lo piensas tanto? —preguntó Petunia—. Es lo que querías, ser tu de nuevo. Puedes hacerlo ahora.
—No, no puedo, no ahora —musitó Forany cuando las palabras pudieron salir de su boca al fin.
—¿Hay una razón de peso para que sea así? —preguntó Akali y en su voz la benevolencia actuaba como una puñalada para Forany.
—Yo... Aun quiero hacer cosas de humanos, es todo. Es muy divertido al final —exclamó.
Trató de sonar divertida, pero la diversión no se asomaba a su rostro.
—Imposible —razonó Petunia.
—Consideralo una vez más, Forany. Que sea antes de esto, y avísame tu decisión —Finalizó Akali.
Le dio una ultima mirada inquisitiva y salió de la tienda.
Petunia ladeó la cabeza cruzada de brazos. A ojos de la maga algo más sucedía en la cabeza de Forany, esperaba que le dijera y solo por ese motivo aguardó por segundos a que ella soltara una razón verdadera.
—¿No dirás nada? —preguntó Petunia.
—¿Desde cuando somos tan cercanas como para decirnos verdades? —lanzó Forany.
—No lo somos, pero es obvio que mientes. La torre te está dando una oportunidad que no volverá jamás —comentó.
Forany asintió con la cabeza.
—Sí, pero aun tengo tiempo —dijo.
Salió de la tienda antes de que Petunia pudiera continuar con aquella conversación a la que no le encontraba sentido. Si otra era la opción hubiera preferido escoger el momento ideal para dar ese paso, en cambio, la inminente pelea en un valle silencioso les decía que había que dejar pasar las maldiciones. Forany gruñó. ¡Vaya que encontraban momento más incómodo para hacerlo! Tropezó con el rostro afable de Quinag en un instante en que su mente luchaba contra las bestias que habitaban en él, odiosas, zarandeaban cada parte y Quinag estaba ahí, también.
—Día largo —musitó una vez cerca de ella.
La maga se apresuró a asentir con la cabeza y mirar a otro lado miedosa de lo que pudiera suceder si se enfrentaba a la mirada del nebula.
—Forany —La llamó, el silencio los arropó—. Ha sucedido algo, es importante.
—Vaya habilidad tan odiosa la que tienen ustedes —lanzó al fin.
Trató de calmar su respiración, su mente debía serenarse, aunque las bestias no parecían querer callar.
—No soy una maga...
—Lo sé —respondió Quinag con la calma en su voz.
La maga dudó.
—Tenemos una habilidad odiosa, tú lo has dicho.
Una mueca se vislumbró en la boca de Forany.
—Me han dado la oportunidad de terminar mi maldición —dijo.
—Y no hay forma en que te relaciones conmigo si no eres humana —conitnuó él.
—Es la primera vez que me agrada estar así. —dijo y meditó—. Bueno, la segunda en realidad
Quinag sonrió.
—Yo estaré aquí, Forany. Sea lo que quieras intentar. Aunque muero por conocerte mejor —musitó.
—No te mueras, ¿quieres? Si yo voy a seguir maldita, tú no puedes morirte —zanjó.
El nebula no respondió a la exigencia. Era un acuerdo tácito que hacían ante las estrellas de esa noche y que callaban para evitar que otros escucharan.
Emur exhalaba la ultima calada de un brebaje humidificado. Desde su campaña notaba la tristeza en los ojos de los hombres, el miedo aberrante en los que en solitario se aferraban así mismos y aquellos que ante la muerta exlcamaban cantos para enfrentarlo con bravío. No podían estar más temerosos que aquellos que lo mostraban cual bandera hincada. Jenar dejaba que los c{anticos se metieran en su oído y esgrimaran el valor que él parecía recobrar con cada paso. Llegó hasta ahí gracias a algunos hombres. Ahora los vería a la cara antes de partir en un amanecer que quería aparecer cuanto antes.
Datell yacía con los ojos cerrados a su lado. Necesitaba el descanso. Quería evitar ver de frente lo que Emur Jenar miraba y grababa como un sello en su mente.
—No están preparados —dijo Jenar.
Datell suspiró y exhaló una bocanada de aire. ¿Quién está preparado para morir? Hasta el hombre moribundo siente miedo antes de que su alma salga de su cuerpo.
—Nadie lo está. —respondió Gogen.
—Tus hombres son niños —lanzó despectivo Jenar.
—Y los tuyos muy viejos —contrapunteó el otro.
Gogen se asomó hasta la entrada donde Jenar se encontraba. Sus ojos miraban lo que Emur Jenar notaba.
—Al final los verás a todos juntos codo a codo. Pelearan por una causa que creen justa porque así se los hemos hecho saber. La crueldad de este mundo la sentirán en carne propia y si llegamos a perder, verán lo que hemos temido por años volverse una realidad. Bajaran las cabezas y dejaran que él haga con sus vidas lo que cree mejor. —exclamó Datell.
—Si eso llega a suceder, no solo bajaremos la cabeza. Se habrá perdido todo. —recalcó.
—Quiero creer que tendremos ventaja. Deberías creer —zanjó Datell.
—Ustedes están llenos de creencias ¿No es así? —resopló Jenar—. Si esta es nuestra última muralla, espero que al menos podamos crear una brecha lo suficientemente dolorosa como para herirlo de gravedad.
—Creamos que así será.
Conciliar el descanso.
Era difícil para todos en la campaña hacer lo que Ecos había pedido como si fuera la última carta de un hombre antes de fallecer que, a ojos de muchos, lo era. Buscaban entretenerse con lo que les fuera posible, entre juegos, chistes y bebidas. Algo que les diera el calor de sentirse vivos cuando la muerte les rondaban cual caotor al acecho.
Evy lo veía como un día antes de un juicio. El estómago se le alborotaba de forma similar a como le sucedía antes de un examen, pero multiplicado por tres. Imaginar algo así era difícil para ella, esperaba que el dia antes de enfrentar a Grad Nebul fuese tan simple como cualquier otro, pero no lo era. Ni por asomo. Resopló una vez más, pensaba en cada detalle que Ecos había discutido en conjunto con Quinag, Datell y Emur. No sabía de estrategias, ni combates, no entendía de peleas en campo, así que se limitaba a pensar en posibilidades.
Sintió el apretón de hombros de Naheim. Alzó la vista inquieta a ojos del nebula. La tomó en brazos y atrajo hacia él.
—Dejalo ir —murmuró.
—¿Cómo? —preguntó dudosa.
—No lo pienses —contestó él—. Déjamelo a mí.
Evy fijó la mirada en él y lo que representaba.
—Evy, ¿puedo pedirte que te quedes atrás? ¿Puedo pedirte eso y que lo cumplas? —escudriñó.
—No lo sé —susurró—. Hay algo que debo hacer...
—Tu constelación.
—Esta lista.
—¿Puedo verla? —preguntó él.
—No, no ahora. No es el momento —respondió.
—Evy...
Naheim la abrazó con fuerza, sensación que Evy agradeció. Reposó su cabeza sobre el hombro de él y dejó que ese abrazo la arropara cual manto sobre la luna.
—Sabes qué he notado —Empezó Evy, él aguardó por ella—, tu energía cambió. No es igual a la de antes.
Naheim sonrió.
—Seseria —dijo—. Ella me hizo notar que era lo que yo soy en realidad.
Ella lo observó sin poder entenderlo del todo.
—¿No eres un mago? —inquirió. Naheim se rio incrédulo—. ¿Qué? Admito que eso fue lo que pensé cuando te conocí.
—¿Un mago?
Ella asintió repetidamente con la cabeza.
—Incluso creí que serías del sur. No sé por qué; no eras del tipo de persona que se veía en Las Espigas.
—Tu no eres de ese tipo, Evy. También me resultó extraño ver a alguien como tu en Verena.
Entre ellos estaba ese tipo de tensión que solo puede romperse de una forma y Evy había dudado durante mucho tiempo cuando sus ojos daban contra los labios de Naheim, ¿qué tan mal se vería lanzándose al vacío que él mismo había creado por ambos? Se atrevió a dar ese paso solo después de que Naheim se acercara hasta sus labios y el roce los arropara. Si había un momento para que el mundo confabulara por ambos, era ese.
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