Capítulo 8
¿Nunca has tenido un momento de reflexión espiritual? ¿Uno de esos momentos en los que te preguntas en qué momento has terminado en la situación en la que estás?
Yo lo tuve en ese coche.
Con el sobaco de Víctor delante de la cara, Jane conduciendo con un mal humor preocupante y cuatro personas protestando por detrás, tenía bastantes cosas sobre las que reflexionar.
—¿Puedes dejar de moverte? —protestó Marco, de mal humor.
Tad, que seguía sentado en su regazo, se removió con incomodidad. Intentaba sujetarse a los asientos delanteros para no apoyarse mucho en él, pero Jane conducía demasiado rápido y, por lo tanto, se lo estaba poniendo muy difícil.
La miré de reojo, confusa. Ese comportamiento no era muy normal.
—Es que no sé cómo ponerme —murmuró Tad, avergonzado.
—¿Puedes sentarte y ya está?
—¡Estoy sentado!
—¡PUES SIÉNTATE MEJOR!
Tad terminó rindiéndose y se sentó de golpe sobre el regazo de Marco. Justo... ahí. Este abrió mucho los ojos, alarmado, y Tad se apartó rápidamente, todavía más alarmado.
Suspiré pesadamente y Víctor, por consiguiente, bajó la mirada hacia mí y sonrió.
—Tan paciente como de costumbre, por lo que veo.
—Cállate —mascullé.
—Oye —comentó Eddie, que miraba por la ventanilla con cierto temor—, ¿no estamos yendo muy deprisa?
—No —dijo Jane entre dientes.
—Em... ¿seguro? No tengo la licencia para conducir, pero diría que ir a setenta por hora en una zona de cuarenta es un poco...
—¡He dicho que vamos bien!
—Qué contento está todo el mundo —comentó Oscar.
—¿Tú solo te despiertas para decir tonterías? —intervino Marco, todavía de mal humor.
—Diría que esa es mi función en la vida, sí.
Justo en ese momento, vi que nos acercábamos a un semáforo en rojo. Miré de reojo a Jane, muy segura, pero la seguridad empezó a disiparse en cuanto me di cuenta de que no estaba frenando.
—Eh... ¿Jane? —murmuré.
—¡¿Qué?!
—Un semáforo rojo quiere decir que frenes, ¿no?
—¡Claro que sí!
—Pueeees...
No hizo falta que terminara de decirlo, porque lo divisó justo en ese momento. Jane abrió mucho los ojos, soltó una palabrota y, acto seguido, pisó el pedal del freno con todas sus fuerzas.
¿Hace falta que recuerde que la mitad del coche iba sin el cinturón puesto?
Diversión asegurada.
Yo tuve suerte —bastante relativa—, porque tenía a Víctor delante. Se sujetó al asiento con una mano y con la otra me retuvo contra el asiento, así que no me hice daño.
Los demás, en cambio...
Oscar reaccionó a tiempo y se sujetó a mi asiento, pero Eddie se despistó y terminó estampándose en el de delante. Escuché su gemido de dolor. Y fue seguido del chillido de Tad que, con tal de no salir disparado, se aferró con fuerza a lo primero que encontró... que resultó ser Marco.
En cuanto el coche se detuvo, Jane se colocó el mechón de pelo que se le había puesto delante de la cara. Después, con la respiración acelerada, miró a su alrededor.
—¿Todo el mundo sigue vivo? Por favor, decidme que sí.
—¡Sí! —aseguré, frotándome la cabeza. Víctor se frotaba las costillas, justo donde le había dado.
—¡No! —se lamentó Eddie, mientras se sujetaba la nariz dolorida—. ¡Mierda! ¡¿No podías frenar un poco antes?!
A todo esto, Tad seguía agarrado de brazos y piernas a Marco. Este último recuperó la compostura y se giró hacia él. En cuanto se dio cuenta de cómo estaba, empezó a fruncir el ceño.
—¿Tienes pensado pasarte así el resto del viaje? —preguntó, malhumorado.
—¿Eh? —Tad tardó unos instantes extra en darse cuenta de a qué se refería, y entonces se separó de un salto, prácticamente sentándose encima de Oscar—. ¡PERDÓN!
—Me estoy mareando —siguió Eddie, todavía cubriéndose la nariz.
Jane musitó otra palabrota y, cuando el semáforo se puso verde, aceleró con suavidad.
—¿Estás bien?
Tardé unos segundos en relacionar que la pregunta iba para mí. Levanté la cabeza, confusa, y encontré a Víctor mirándome.
—Ah, claro, pregúntaselo a ella, que se ha dado un golpecito en la frente, pobrecita —protestó Eddie por ahí atrás—. No se lo preguntes al que se ha dado con toda la nariz en el asiento.
—¿Estás bien? —le preguntó Oscar, aunque no parecía muy interesado.
—¡CLARO QUE NO!
—Con esa actitud, ¿cómo quieres que te pregunten nada?
A todo eso, Víctor seguía mirándome y esperando una respuesta. Dejé de frotarme la cabeza y aparté la mirada, repentinamente un poco nerviosa.
—Sí —dije, simplemente, y luego me acordé del pequeño detalle de que me había ayudado—. ¿Y tú?
—Sí.
—Ah. Bien.
Lo miré de reojo y lo pillé todavía con la vista clavada sobre mí. Esta vez, debió ser él quien se sintió raro, porque carraspeó y se volvió hacia la ventanilla.
Media hora más tarde, estábamos todos sentados en una cafetería del centro comercial; Marco estaba de brazos cruzados, Tad lo miraba de reojo con temor, Eddie tenía una bolsa de hielo —que nos habían prestado, muy simpáticos— sujeta contra la nariz, Oscar le daba sorbitos a un batido, Jane tenía la cara hundida en las manos, Víctor contemplaba su alrededor y yo me preguntaba en qué momento habíamos terminado ahí.
Una bonita estampa. Ideal para una postal.
—¿Va todo bien? —le pregunté a Jane.
¿Yo, preocupándome por el bienestar de otra persona? Un hecho totalmente insólito.
Hoy te has ganado una pegatina verde.
—Sí —musitó ella contra sus manos.
—Oye, no es por meterme en tu vida —comentó Oscar—, pero lo de casi matarnos es un buen indicativo de que no todo debe ir tan bien.
Jane suspiró y, finalmente, apoyó los codos en la mesa. Su expresión era cansada.
—Ayer tuve una cita que fue un desastre —explicó— y hoy he tenido una entrevista de trabajo.
—¿Tan mal ha ido? —quiso saber Tad.
—Bastante, sí. Me han dicho que no porque, según ellos, soy demasiado joven y buscan a alguien con más experiencia. ¿Cómo voy a tener experiencia, si todo el mundo me dice lo mismo? Además, ¿desde cuánto está mal visto que un DJ sea joven? ¡Tampoco es para tanto!
—¿Eres DJ? —preguntó Marco con una mueca de desagrado.
—¿En algún momento del día tu tono no es ofensivo? —pregunté yo.
—No —respondió Víctor por él.
Marco se mostró muy ofendido por la acusación.
—¡No estaba preguntándolo por nada malo! Solo era curiosidad. Además, tampoco es que vosotros dos seáis la alegría del equipo.
—Aquí el único simpático soy yo —declaró Oscar con una gran sonrisa.
—Si te vas durmiendo por los rincones —murmuró Eddie con la voz nasal por el hielo.
Mientras ellos seguían picándose entre sí, yo me volví hacia Jane. Parecía estar de bastante mal humor, y contemplaba el café que se había pedido con expresión hundida. Pillé a Víctor observándola, también.
—Saldrá otra oportunidad —le aseguró, intentando consolarla.
—No sé qué decirte.
—Vamos, no te hundas. En algún momento surgirá la oportunidad perfecta.
—No sé —insistió Jane—. Quizá debería buscar trabajo de algo más, así sería más fácil.
No supe qué decirle, y me supo mal. Lo de consolar a la gente no era mi punto fuerte, y me daba miedo soltar algo que hiciera que la situación fuera todavía peor.
—A ver —dijo entonces Marco—, yo tengo una idea, pero como os pasáis el día diciendo que soy tan malo... no la diré.
Todo el mundo se volvió hacia él a la vez. Estaba claro que esperaba que le preguntáramos, pero nadie lo hizo.
—Vaaaale, os lo contaré —dijo al final.
Eddie frunció el ceño.
—Nadie te lo ha ped...
—No insistas más, ¡ya os lo cuento!
Oscar puso los ojos en blanco, pero no dijo nada. Marco, por su parte, entrelazó los dedos y se inclinó sobre la mesa. Incluso hizo una pausa dramática para crear expectación.
—Aunque no sea el capitán del equipo —dijo lentamente, a lo que echó una mirada rencorosa a Víctor—, me preocupo por el bienestar del equipo...
—Yo no soy del equipo —señaló Jane.
—...y creo que puedo ayudarte en eso de conseguir trabajo —añadió, ignorándola.
Ahí se quedó callada. Si tenía alguna protesta, se la calló completamente.
Aun así, Víctor lo miraba como si no se fiara demasiado. Le di un codazo disimulado para que no fuera tan abierto sobre ello, pero no me hizo caso.
—Verás —siguió Marco—, mi madre tiene una empresa bastante prestigiosa en la que organiza fiestas de todo tipo. Normalmente, intenta buscar a profesionales que la ayuden en todas ellas, así que podría pedirle que te hiciera un hueco en la plantilla.
—¿Por qué siento que esto no es un gesto de amor desinteresado? —murmuró Oscar.
—No lo es —dijo Eddie enseguida—. Es que su madre le dice que no hace nada de provecho, y así fingirá que se ha pasado semanas y semanas haciendo entrevistas para contratar a alguien.
Ante la acusación, Marco se llevó una mano al corazón.
—¡Solo intento hacer algo útil para la pobre...! —Se quedó un momento callado—. Em... ¿cómo te llamabas?
—¿Puedo golpearlo? —preguntó Oscar—. Siento que quiero golpearlo.
—¿Quieres darle con el hielo? —ofreció Eddie.
—Hay una cosa que no he entendido muy bien —intervino Jane, que estaba centrada en el tema importante—. ¿En qué consistiría el trabajo, exactamente?
—Oh, camarera. Sesenta horas a la semana, de lunes a sábado.
—¿Sesenta...? —Ella hizo cálculos rápidos—. Pero ¡eso son ¡diez horas diarias!
—Más las horas extra que puedas aguantar.
—¡¿Horas extra...?! —Hizo una pausa, pasmada—. ¿Y cuánto cobraría?
—Oh, depende de las propinas.
—¿Y eso qué significa?
—Que tienes que portarte bien, porque si no te dejan propinas, no cobras. ¿A que es genial?
Hubo un momento de silencio. Incluso el bueno de Tad lo estaba mirando mal.
—Pero ¿tú de debajo de qué roca has salido? —pregunté al final—. ¿En qué mundo esa es una buena oferta?
—¡Es una oferta! —saltó, ofendido—. Al menos, mientras busca otra cosa, ganará dinero.
—Si los clientes quieren —señaló Eddie, sacudiendo la cabeza.
—Pues sí, así tiene un incentivo para portarse bien.
—Si trabajo tantas horas, no podré buscar ninguna otra cosa —protestó Jane.
—¿Tienes alguna otra oferta? Porque no veo que haya muchas.
A todo esto, Víctor seguía mirándolo fijamente. No había dejado de hacerlo en todo el rato. Y, cuando por fin pareció que Marco había dejado de parlotear, se volvió hacia Jane. Ella parecía cada vez más hundida.
—En realidad, tienes otra oferta —dijo él.
Jane lo contempló, más hundida incluso.
—Por favor, que no sea recoger las pelotas que lanzáis por el gimnasio.
—Casi, pero no. ¿Y si fueras la chófer del equipo?
Ella sospesó la idea, confusa.
—¿Cómo?
—Bueno, hemos hablado de empezar a hacer partidos en otras ciudades. Quizá sería buena idea contratar a alguien que nos llevara de un lado a otro. Solo trabajarías el día de los partidos y tendrías tiempo de sobra para buscar algo de DJ.
Tras unos segundos de silencio, todo el mundo se volvió hacia Jane para ver cuál era el veredicto. Ella lo contemplaba como si la información no le encajara en el cerebro.
—Eh... —dudó.
—Un dinerillo extra nunca viene mal —opiné.
Jane volvió a parpadear, y al final se echó para atrás en la silla.
—Supongo que no te refieres a que os lleve en mi coche, ¿no?
—Tendríamos que buscar algo más grande —admitió Víctor.
En ese momento, a Tad se le encendió la bombillita que tenía dentro de la cabeza.
—¡Creo que tengo una idea!
—Tú no incordies —protestó Marco.
—Deja que hable —protestó Oscar, a su vez.
—¿Qué idea? —le preguntó Víctor a Tad, aunque este último ya no parecía tan seguro de sí mismo.
—Oh, bueno, quizá no sea...
—Seguro que es una idea de mierda —insistió Marco.
Y ese fue el momento exacto en el que se me acabó la paciencia.
—Di otra frase y te juro que me las apañaré para meterte una pelota de baloncesto en la boca —amenacé, y todo el mundo se quedó mudo. Luego, me giré hacia Tad—. ¿Qué decías?
El aludido tardó unos segundos en reaccionar.
—Bueno, mi familia no tiene ninguna empresa muy prestigiosa, pero... ejem... mi padre trabaja en un desguace de vehículos. Podría preguntarle si tiene algo donde quepamos todos, aunque no sea de la mejor calidad del mundo.
Lo dijo en voz bajita y muy rápido, nervioso por nuestra reacción. Luego, nos observó con temor, especialmente a Marco.
—Es una idea genial —dijo Víctor entonces, sonriendo—. Bien pensado.
Tad abrió mucho los ojos.
—¿En serio?
—¡Sí, claro!
—¿Te... te parece buena idea?
—Te ha dicho que sí, pesado —protestó Eddie.
Ni siquiera Marco tuvo nada que objetar, aunque quizá era porque le daba miedo que intentara meterle un balón por la garganta.
Es un buen incentivo para callarse.
—Entonces, ¿estamos hablando en serio? —insistió Jane—. Es decir... ¿no tenéis que decírselo a vuestro entrenador o algo así?
—Se lo diré mañana —dijo Víctor—. Y, si pone alguna pega, solo tenemos que llamar a la madre de Ellie. Tiene bastante capacidad de convicción.
—Yo dejaría que me convenciera de cualquier cosa —murmuró Oscar.
—¡Oye! —salté enseguida.
No se disculpó, pero por lo menos no dijo nada más.
—Mañana hablo con el entrenador y te digo —finalizó Víctor, mirando a Jane—. Aunque estoy casi seguro de que dirá que sí.
—Y yo le preguntaré a mi padre sobre el coche —añadió Tad, que parecía muy orgulloso de poder aportar algo a la ecuación.
Como Jane no estaba muy de humor después de hablar del trabajo, no nos pasamos mucho más tiempo en el centro comercial. De hecho, quienes se habían pedido bebidas las terminaron y después volvimos al coche, donde ella fue dejando a cada uno en su sitio correspondiente.
El primero en bajarse fue Eddie, que vivía bastante cerca, y el otro fue Tad, que se asomó a la ventanilla para darle las gracias a Jane. Los demás tenían que volver al aparcamiento del gimnasio a por sus vehículos, así que se encaminó de nuevo hacia donde me había ido a buscar.
Como Víctor iba al mismo sitio que yo, me despedí de Jane y me subí al coche con él. Fue una decisión bastante silenciosa, porque ninguno de los dos comentó nada, lo hicimos de forma automática.
Mientras esperaba a que arrancara el coche, vi a Marco pasar por delante de nosotros con su súper coche de alta gama, mientras que Oscar lo siguió con una mano en el manillar de su bicicleta y otra frotándose los ojos para terminar de despertarse.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el coche seguía sin arrancar. Miré de reojo a Víctor, que insistía en girar la llave, aunque el motor no respondía.
—¿No funciona? —pregunté.
—Sí, funciona perfectamente, solo alargaba este maravilloso momento de silencio incómodo.
—Oye, métete la ironía por el cu...
Me interrumpió con una palabrota y, acto seguido, salió del coche. Por inercia, yo también salí y di la vuelta hacia el capó, que ya estaba levantado. Una nube negra hizo que ambos echáramos la cabeza hacia atrás y empezáramos a toser.
—Vale, no sé mucho de coches —comenté—, pero no creo que esto sea muy bueno.
Pareció que Víctor iba a hacer otro comentario irónico, pero el humo hizo que tosiera otra vez.
Karma is my boyfriend.
—Mierda —murmuró, y se apartó para que no volviera a darle en la cara—. No sé qué le pasa, pero no creo que arranque.
—¿Y lo dices ahora que se ha ido todo el mundo?
—Oh, perdona por no adivinar que pasaría esto con mi sexto sentido magico.
Puse los brazos en jarras.
—¿Qué hacemos?
—Pues llamar a una grúa, supongo. Y a alguien que nos venga a buscar.
—¿Llamo a Jane?
—No hace falta, creo que mi padre está por aquí cerca.
Y así terminamos los dos sentados en la acera del gimnasio, esperando a que el padre de Víctor viniera a buscarnos. No dijimos gran cosa en todo el rato, así que la espera se me antojó el doble de larga.
Por suerte, no tardó demasiado. Al cabo de un rato, un coche rojo se detuvo delante de nosotros. El padre de Víctor bajó la ventanilla y, al vernos ahí plantados, esbozó una sonrisita divertida.
—¿Habéis pedido un taxi?
Mientras que Víctor ponía los ojos en blanco, yo me incorporé con una sonrisa.
—Hola —dije alegremente. Me caía mejor que su hijo.
—Hola, Ellie. Cuánto tiempo sin verte —añadió, y miró de reojo a su hijo, a lo que Víctor fingió que no se daba cuenta.
—¿Podemos irnos de una vez? —protestó.
Se subió al asiento del copiloto, mientras que yo ocupé uno de atrás. Tras ponerme el cinturón —no iba a darme otro golpe—, me acomodé mejor. El padre de Víctor le preguntó qué había pasado con el coche, y este se lo explicó de forma bastante vaga, por lo que supuse que había sido culpa suya y no quería admitirlo.
La verdad es que Víctor no se parecía demasiado a su padre, tanto él como Rebeca eran más parecidos a su madre. O quizá solo me daba esa impresión por las pecas y el cabello pelirrojo, además de la piel paliducha. Aún así, compartían el color de los ojos. Ambos los tenían de un castaño muy clarito, parecido al dorado.
—¿No dijo tu hermana hace semanas que el coche tenía una luz de alerta? —sugirió su padre.
Víctor suspiró.
—Sí... puede ser.
—¿Y no te dije que era mejor que lo llevaras al taller?
—¡Mamá dijo que no era para tanto!
—¿Y por qué te fías más de la opinión de tu madre que la de un mecánico?
—Porque lo dijo muy convencida.
Podría haber ofrecido el taller de mis tíos para echarle una mano, pero lo cierto es que estaba bastante lejos y, además..., no eran demasiado buenos. Seguro que lo destrozarían todavía más. Mejor no arriesgarse.
El padre de Víctor debió notar que su hijo no quería seguir tocando el tema, porque decidió desviar un poco la atención hacia mí.
—¿Qué tal está tu familia, Ellie?
—Bien, como siempre.
Y... silencio.
—Estoy con las dos personas más habladoras de la ciudad —comentó el pobre hombre con una sonrisa.
—Acabamos de salir de un entrenamiento —dijo Víctor a modo de justificación—. Estamos cansados.
—Yo a tu edad entrenaba el doble y no ponía tantas pegas.
—Yo a tu edad... —imitó él, y luego torció el gesto—. A veces, hablas como un viejo.
—Algún día tendrás hijos y te dirán eso mismo, y ahí estaré para reírme de ti.
—Muy maduro, papá.
—¿En qué quedamos?, ¿soy un viejo o un inmaduro?
Solté una risita divertida, a lo que Víctor se cruzó de brazos.
Cruzamos la ciudad con el sonido de la radio de fondo, y para cuando llegamos a casa yo ya empezaba a notar el cansancio acumulado de todo el día. Ya estaba anocheciendo, y tenía ganas de ponerme el pijama y tirarme un ratito en la cama.
Víctor debió pensar lo mismo, porque cuando bajó del coche estaba bostezando.
Su padre también bajó, pero no se acercó a nosotros. Se limitó a contemplarnos unos segundos antes de señalar su casa.
—Bueeeeno, os dejo un poquito de intimidad, ¿eh? Supongo que querréis despediros.
Víctor se pellizcó el puente de la nariz a la vez que yo enrojecía un poco.
—Muy sutil, papá.
—Sutil es mi segundo nombre —aseguró—. ¡Hasta pronto, Ellie!
Y se metió rápidamente en su casa.
Me volví hacia Víctor, que claramente no sabía qué hacer con su existencia después de aquella intervención. Al final, se metió las manos en los bolsillos.
—Pues... adiós.
—Gran despedida —ironicé.
—¿Y qué quieres?, ¿una serenata?
—No sé, algo más elaborado.
—Pues di tú algo.
Lo consideré unos instantes.
—Eh... adiós.
—¡Ajá! ¿Ves como no es tan fácil?
—¡Pues métete de una vez en tu casa!
—¡Vete tú a la tuya, que la tienes ahí delante!
Airada, di la vuelta y me encaminé hacia mi casa. En cuanto toqué la puerta, me volví para fulminarlo con los ojos. Lo pillé todavía mirando en mi dirección y, en cuanto se dio cuenta, también entrecerró los ojos y se metió en su casa.
Abrí la puerta de casa con una expresión mucho más relajada, pero esta desapareció en cuanto fui a cerrar la puerta y alguien lo hizo por mí.
Durante un instante, pensé que serían papá o mamá, pidiendo explicaciones por las horas y, sobre todo, el por qué había vuelto con Víctor y su padre. Pero no. Era alguien mucho, mucho peor.
Mi hermano pequeño, Ty, me observaba con suspicacia.
—¿Dónde has estado tanto rato?
—¿Y a ti qué te importa? —protesté.
Soltó un sonidito de desaprobación y, acto seguido, se bajó de la silla que había usado para asomarse por la mirilla.
—Mucho —recalcó mientras volvía a colocarla—. Ya es la segunda vez que vuelves más tarde de lo que deberías porque estabas con un chico.
—No estaba con un chico, estaba con Víctor y... espera, ¿por qué te estoy dando explicaciones?
—¡Ajá! ¡Te sientes culpable!
—¡No es verdad!
—¡La gente culpable da muchas explicaciones!
—¡Que no me siento nada!
Pasé por su lado, confusa, y me apresuré a alcanzar las escaleras para escapar del señorito. En cuanto llegué a mi habitación, dejé la bolsa de deporte en el suelo y me acerqué a la ventana para cerrarla y correr las cortinas. Sin darme cuenta, aproveché la pausa para asomarme a ver si Víctor estaba por su habitación.
Y efectivamente ahí estaba. Pasó por delante de su ventana sin prestar demasiada atención, pero a mí no se me pasó el detalle de que estaba a punto de quitarse la camiset...
—¿Qué haces?
La voz de mamá hizo que diera un brinco y corriera las cortinas de golpe.
Efectivamente, estaba en el umbral de mi habitación. Y el sapo de Ty estaba a su lado, entrecerrando los ojos.
—Nada —dije en tono agudo—. Iba a ponerme el pijama, ¿por qué?
—Porque Ty dice que te sientes culpable y que es sospechoso.
Miré a mi hermano con mala cara.
—No sé de qué habláis —dije al final.
Mamá debió percibir que la presencia del enano me molestaba, por lo que le pidió que fuera a por algo de comer a la cocina. Ty soltó un jum un poco indignado, pero al final lo hizo y ella cerró la puerta tras de sí, dejándonos a solas.
—Ya te he dicho que no pasa nada —insistí.
—No es eso. Ven, siéntate conmigo un momentito.
Oh, oh.
Contemplé a mamá, que se sentó en mi cama y dio un toquecito a su lado para que la acompañara. Tensa, no me moví de mi lugar.
—¿Qué he hecho? —pregunté.
—¿Qué te hace pensar que has hecho algo?
—Bueno, no tienes cara de querer darme la enhorabuena.
Mamá enarcó una ceja y volvió a dar un toquecito a su lado. No me quedó otra opción que hacerlo. Todavía más tensa, la miré de reojo y esperé que dijera algo. No tardó mucho en hacerlo.
—Tengo entendido que tu hermano y tú tuvisteis una discusión hace poco, ¿es así?
—¿Eh? ¿Ty te ha dicho eso?
—No. Me refiero a una discusión con Jay. Sobre... su sexualidad, más concretamente.
Oh, así que era eso. Ahí no dije nada, y mamá debió suponer que había acertado, porque suspiró y me dio una palmadita en la rodilla.
—A ver, ¿puedes contarme qué pasó?
—¿Para qué? —pregunté, a la defensiva—. Ya me imagino lo que te habrá dicho Jay, así que ya sabes que yo soy la mala y él es el pobrecito que...
—No he dicho nada de buenos y malos, solo te he pedido que me cuentes lo que pasó.
—Pues que me dijo una cosa y no le gustó mi respuesta.
—¿Así de simple?
—Exacto.
Mamá era bastante expresiva, así que no me resultó muy complicado adivinar que se sentía un poco decepcionada con la respuesta. Aparté la mirada, incómoda.
—No pensé que fuera un tema tan importante —murmuré al final.
—A veces, un tema que te puede parecer poco importante, para otra persona significa mucho.
—Entonces, ya volvemos a lo mismo: yo soy la mala.
—Eso no te convierte en la mala.
—Me convierte en una insensible, entonces.
—Tampoco creo que seas una insensible, Ellie.
—Bueno, no importa, ¿podemos hablarlo en otro momento?
Mamá no dijo nada durante unos instantes y, honestamente, no creí que fuera a dejar el tema con tanta facilidad. Sin embargo, asintió con la cabeza.
—Vale, hablemos de otra cosa.
—Gracias.
—He oído que quieres hacer una fiesta de cumpleaños.
—Mierda.
—¡Esa boquita! —Frunció el ceño.
—Perdón.
Mamá suspiró.
—A ver, ¿cuál es el plan?
—¡Algo muy tranquilo! —aseguré enseguida—. La idea sería invitar a unos poquísimos amigos y poner algo de música.
—¿Y el alcohol?
—Cero alcohol.
—¿Y trasnochar?
—Cero trasnochar.
—Sabes que no me estoy creyendo nada, ¿no?
—Estoy cien por cien segura, pero tenía que intentarlo.
Sonrió brevemente, pero luego se acordó de que estaba intentando darme una lección y volvió a ponerse seria.
—Imagino que no quieres que papá y yo estemos en la fiesta, ¿no?
—Si podéis ser taaaan amables de marcharos...
—Pero tiene que haber alguien que supervise que todo vaya bien, Ellie. No voy a dejaros solos.
—¡Jay es mayor! Puedes pedirle que nos vigile.
—¿En serio? ¿Le pedirás tú que te haga el favor?
Me quedé callada, ahora ya no tan segura.
—Bueeeno...
—Solo quiero tener la seguridad de que, cuando vuelva a casa, siga habiendo... bueno, una casa —añadió.
—¿Y si nos vigila tío Mike?
—Se lo he propuesto a tu padre.
—¿Y qué ha dicho?
—Que le daba más miedo tu tío Mike que vosotros.
Lógico.
—¿Y si se lo pido a Jane? —sugerí entonces—. Es un poquitín mayor que Jay, y es muuuuy responsable.
—Pero ¿te crees que no os conozco de sobra? Ya pensaré yo en alguien que os vigile de verdad.
—Entonces, ¿me dejaréis la casa para mí sola?
—Para ti y para tus hermanos, sí.
—¿Ty también? —protesté, airada.
—¿No has dicho que será algo cortito y que se irán pronto a casa? No veo el problema en que tus hermanos estén por ahí.
Lo que me preocupaba no era que fuera demasiado pequeño para aquellas cosas, sino que era el espía oficial de mamá. Era peor tenerlo a él que tener a mis padres. Mucho peor.
Se me escapó un breve sonido de protesta, pero ella fingió no darse cuenta.
—¿Quieres hablar de algo más? —preguntó.
—No, no... déjalo.
Mamá se puso de pie con una sonrisa.
—Pues todo arreglado, entonces. Una fiesta cortita, de pocas personas, sin nada de alcohol. De mis favoritas.
—Suena taaaan divertido...
—Oye, no siempre se necesitan tantas cosas para pasarlo bien.
Otro sonido de protesta, pero ella fingió que no lo oía.
Tardó unos instantes en volver a decir nada, y levanté la cabeza. Estaba asomada a mi ventana, que con las prisas se había quedado sin cerrar del todo.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Comprobar qué estabas mirando antes.
—¿Eh?
—Muuuuuy interesante. ¡Nos vemos en diez minutos para cenar!
Y se marchó felizmente.
Nada más cerrar la puerta, fui corriendo a la ventana para ver a qué se refería. Víctor me daba la espalda, pero se había quitado la camiseta y estaba toqueteando algo que tenía sobre su escritorio.
Vaya, lo que me faltaba, que mamá se pensara que babeaba por el vecino.
¿Ahora es el vecino?, ¿ya no es Víctor?
Estaba tan distraída pensando en ello que no me percaté de lo poco que estaba disimulando. Y es que, con el revuelo, había asomado medio cuerpo fuera de la ventana. Me di cuenta en el momento exacto que Víctor usó para darse la vuelta y pillarme de lleno.
Y... mierda.
Nos quedamos mirando unos instantes, yo paralizada y él sorprendido.
Su ventana todavía tiene marcas de tus piedrecitas del otro día.
Ojalá hubiera podido fijarme en eso, pero lo único que vi fue que su boca se torcía ligeramente en una sonrisa burlona. Y me di cuenta de lo que parecía que estaba haciendo, claro. Ahí asomada, parecía que intentaba verlo lo mejor posible. ¿Cómo iba a poder disimular algo así?
Reaccioné de golpe, alarmada, y me eché hacia atrás con toda la rapidez que pude reunir.
Fue una idea horrible.
La cabeza me dio de lleno en la ventana, y el dolor prácticamente hizo que viera un estallido delante de mis ojos. Aun así, no me detuve y conseguí meterme de todo en la habitación. Presa del pánico y sin saber qué hacer, me tiré al suelo de la habitación para que no se me viera más por la ventana.
Una postura muy digna.
Me mantuve en el suelo un rato, avergonzada, hasta que consideré que había pasado el tiempo suficiente como para que él se hubiera rendido.
Volví a asomarme, esta vez lentamente, y comprobé que ya no estaba ahí. Lo que sí estaba, sin embargo, era una hoja de papel que había pegado a la ventana, de modo que ya no pudiera ver lo que había al otro lado. Escrito en ella, se leía:
1 minuto de vistas privilegiadas = 1 dólar.
Debería haberlo ignorado, pero mi orgullo ganó el pulso. Airada, me hice con un papel y escribí rápidamente en él. Luego, lo pegué a la ventana. Víctor tardó un poco, pero al final se asomó por debajo del suyo para ver qué le había puesto.
1 broma = 1 puñetazo
Por supuesto, se rio. No podía oírlo, pero pude imaginarme cómo sonaba.
Pensé que eso sería todo, pero entonces giró un poco el papel para volver a escribir en él. Esperé impacientemente, cada vez más intrigada, y entonces volvió a girarlo hacia mí. Antes de que pudiera leerlo, se despidió con un gesto burlón y corrió las cortinas, por lo que solo me quedó la opción de leer su cartelito.
1 minuto de vistas privilegiadas = 1 dólar
Si eres Ellie, son 10 dólares.
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