CUARTO LIBRO DE 'MESES A TU LADO' ya disponible en librerías
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Dos paradas más tarde, el autobús por fin frenó en la carretera de casa. Estuve a punto de rodar escaleras abajo por mi incapacidad absoluta de mantener el equilibrio con un poco de peso encima —como la bolsa del gimnasio, por ejemplo—, pero por suerte conseguí recuperarlo a tiempo.
Escuché la risita del conductor a mi espalda y, para cuando me giré con los otros entrecerrados, él se apresuró a fingir que no había pasado nada.
Será maldito.
La carretera a casa era muy bonita, o al menos lo era el trozo que me tocaba recorrer a pie. Estaba bordeada de dos hileras de arbolitos verdes y arbustos bastante bien cuidados. En primavera había algunas flores y olía bien. Tyler solía pasarse a recoger un ramo —tras asegurarse fervientemente de que no haría daño a la planta, por supuesto— y dárselo a mamá.
Era un pelota.
Para entrar en nuestra urbanización teníamos que pasar por delante de una cabina de seguridad en la que uno o más guardias comprobaban que, o bien eras un residente, o estabas invitado. A mí me daba un poco de pereza, pero papá y mamá lo preferían porque nos daba cierta intimidad, así que tampoco iba a quejarme.
Tras pasarlo, recorrí la perfectamente cuidada carretera de la urbanización y pasé por delante de una casa igual de grande que la nuestra, pero al tomar el desvío a la derecha ya solo había lugar para dos casitas más. La nuestra, que era la del fondo, pegada al lago...
...y la del puñetero Víctor.
Nuestras casas tenían un aspecto muy similar, con fachada de estilo mediterráneo, ventanas oscuras y rectangulares, muros blancos, techos rojizos... Ambos teníamos en común el jardín perfectamente cuidado, la casa de invitados —aunque supuse que la suya estaría vacía, no como la nuestra—, la piscina —en nuestro caso era un lago—, la cantidad indignante de habitaciones y cuartos de baño...
En fin, una pequeña mansión.
Qué envidia.
En realidad, no solía ver a Víctor muy a menudo en su casa. Era de esas personas que pasan más tiempo fuera que dentro. Solo nos cruzábamos para ir o volver del instituto. Otras pocas veces lo veía desde la ventana del salón, o cuando sus padres venían a comer con nosotros o nosotros con ellos, aunque lo cierto era que, cuando eso sucedía, él no estaba en casa y yo no me molestaba en bajar a saludar.
Pero, claro, justo ese día tuve que encontrármelo justo al lado de mi camino.
Maldita sea.
¡Bieeen!
No había forma humana de que no lo viera, así que me fijé en lo que hacía y enseguida divisé que había sacado un coche grande y rojo del garaje, seguramente de sus padres, y estaba frotando una esponja llena de espuma sobre la capota.
Pero eso no fue lo primero en que me fijé. Lo primero en que me fijé fue que iba sin camiseta.
Víctor estaba muy centrado en su tarea y tarareaba una canción para sí mismo, pero era imposible que no me viera pasar por su lado. Es decir, pasaría sí o sí a unos pocos metros de distancia. No había otro camino para llegar a casa.
Bueno... cabeza alta y a fingir que no estaba.
Sin embargo, cuando creí que había tenido éxito, vi por el rabillo del ojo que levantaba la cabeza de golpe para mirarme.
Mierda.
¡¡¡Bieeen!!!
—¡Espera, Ellie!
¿Era obligatorio esperar?
Dejé de andar, solté un suspiro y me giré con la misma mirada que le había dedicado al conductor.
Pero, claro, con él no surgía el mismo efecto, porque el hecho de que un chico guapo —por mucho que me costara admitirlo—, semidesnudo y mojado por espuma se me acercara con una gran sonrisa no ayudaba a mi intento de mal humor.
Y es que Víctor era guapísimo. O quizá no lo era tanto, pero para mí era el mejor ejemplo de atractivo que había encontrado en mi vida. El pelo rojizo echado hacia atrás de forma desgarbada, las sonrisitas malvadas, los labios carnosos, los ojos ligeramente alargados y dorados, las pecas que le cubrían el rostro y parte de los hombros... Intenté no bajar mucho más la mirada, pero estaba segura de que si lo hacía vería que había unas pocas pecas alrededor de la línea de vello que bajaba desde su ombligo hasta sus pantalones.
Vale, mierda... Hora de concentrarse. Parpadeé, me di una bofetada mentalmente y carraspeé de forma muy poco elegante.
—¿Ya te acuerdas de mi nombre? —le solté.
Él se detuvo al escuchar el tono agresivo. Sin embargo, lejos de molestarse, pareció que le resultaba divertido.
—Elisabeth... Un nombre maravilloso. ¿Cómo podría olvidarlo?
—¿Se puede saber qué quieres? —Mi subconsciente me traicionó y miré hacia abajo para ver que estaba jugueteando con la esponja empapada. Volví a subir la mirada enseguida, pero ya me había pillado de lleno.
Honestamente, me sorprendió mucho que no lo aprovechara para reírse de mí. Simplemente, se quedó mirándome unos segundos antes de carraspear y retomar la conversación.
—Solo quería decirte que no hace falta que vayas en bus cada día —aclaró, señalando el garaje tras él—. Puedo llevarte en coche.
—No.
—Vaya, ni te lo has pensado.
—Es que no necesito pensármelo.
—Ya me rompes el corazón otra vez...
—¿Qué ibas a pedirme a cambio?
Dejó de pasarse la esponja de mano a mano, sorprendido.
—No iba a pedir nada.
—Sí, claro.
—Oye —se ofendió—, solo intentaba ser amable. Si tanta ilusión te hace subirte al bus, allá tú. Seguro que el medio ambiente te da las gracias.
—Solo intentaba ser amable —repetí, poniendo los ojos en blanco, y no me contuve mucho más—. ¿Igual que cuando le has dado dinero a Tad para que me apoyara en la votación?
Si le pilló por sorpresa, lo disimuló muy bien, porque se limitó a encogerse de hombros con desgana.
Como vi que no tenía ninguna intención de darme explicaciones, decidí exigirlas directamente:
—¿No habría sido más fácil levantar tú la mano?
—Supongo.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Mmm...
—¿Eso qué quiere decir?
—Mmmmmmmm...
Qué nerviosa me ponía que no respondiera y se limitara a sonreírme como si le encantara verme cabreada.
—Si hubiera levantado yo la mano —me dijo entonces, inclinándose hacia mí—, te habrías negado a entrar en el equipo solo para hacerme el contrario. ¿O te crees que no te conozco lo suficiente como para saberlo?
Lo peor era que tenía razón.
—Pero los dos sabemos que no es por eso —repliqué—. Yo también te conozco a ti, así que sé honesto.
Víctor volvió a pasarse la esponja de mano en mano y, aunque tardó unos segundos, al final dejó de hacerlo y apartó la mirada.
—Porque... ejem... saben lo de tu carta.
Por algún motivo, mi cerebro tardó una eternidad en captar a qué carta se refería, y en cuanto lo consiguió fue como si acabara de lanzarme la esponja a la cara.
—¡¿Qué?! —chillé, tensándome de pies a cabeza. No pude evitar el tono traicionado—. ¡¿Se lo has contado?!
—¡No!
—¡No me mientas!
—¡No te estoy mintiendo! Marco se enteró, no sé cómo, y se lo contó a todos. Si hubiera levantado la mano o me hubiera acercado a ti de cualquier manera, les daría la excusa perfecta para restregarte lo de la carta y burlarse de ti. Supuse que Tad sería una opción mucho más neutral.
Di un paso atrás, desconfiada, tratando de discernir si me estaba diciendo la verdad o no.
—¿Y qué quieres? —pregunté, entrecerrando los ojos—. ¿Que te lo agradezca o algo así?
—Bueno, no le diría que no a una pequeña muestra de gratitud, pero la verdad es que no lo he hecho solo por ti. Las bromas serían para los dos. Digamos que nos he salvado el culo a ambos.
—Por ahora.
—Sí, por ahora. Pero tú eres más retorcida que yo, seguro que se te ocurre un plan mejor.
Solté una risita irónica que, por algún motivo, le hizo sonreír. Ugh.
Vale, la conversación se había terminado. Estaba claro. Ninguno de los dos sabía qué más decir y nos limitábamos a mirarnos el uno al otro de forma un poco incómoda a la espera de que alguno diera el paso y se alejara del otro.
Al final, como él no parecía por la labor y yo no sabía qué decir, solo me salió señalar vagamente el coche.
—¿Es tuyo?
Víctor parpadeó, volviendo a la realidad, y le dio una palmadita un poco torpe al coche.
—No, no... Es de mi padre. Solo se lo lavo porque así no puede echarme en cara que no ayudo en casa.
—Yo hago lo mismo —admití—. Me hago la cama todos los días solo para que mi madre no pueda decirme que mi habitación es una pocilga.
Víctor desvió la mirada un momento a la ventana que pertenecía a mi dormitorio. Al devolverla a mí, parecía divertido. ¿En serio se acordaba de cual era?
—¿Todavía tienes esa estantería llena de peluches terroríficos?
—Mis peluches no eran terroríficos... y no, ya no los tengo. Reformé la habitación. Ya no la reconocerías.
—Tendrás que enseñármela algún día.
Esbocé una sonrisa estúpida y me encogí de hombros, a lo que él se inclinó todavía más hacia mí.
Espera. ¿Yo? ¿Sonriéndole? ¡¿A él?!
¿Qué demonios estaba pasando?
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Desvía la conversación antes de que te engatuse!
—¿Cómo está tu hermana? —pregunté con la voz un poco aguda.
Víctor pareció un poco confuso por el cambio de tema y se echó ligeramente hacia atrás.
—Bien.
—Ah.
—Sigue bailando y... eh... haciendo cosas.
—Ah...
Él dudó un momento.
—También ha empezado en el conservatorio —añadió—. Esta mañana, de hecho.
Me acordé automáticamente del perfil de una examistad que solía cotillear de vez en cuando para ver qué hacía. Y que, casualmente, también acababa de empezar en el conservatorio.
Así que hablé sin pensar y solté:
—¡Como Livvie! Seguro que se cruzarán por ahí.
Me arrepentí de decirlo al instante. Y no porque hubiera dicho nada que le hiciera sentir incómodo. Sino por todo lo contrario.
Cuando se le iluminó la mirada y esbozó una gran sonrisa, sentí que mi estómago se contraía de una forma muy desagradable.
—¿Livvie sigue por aquí? —preguntó, todo entusiasmo—. Mierda, hace años que no la veo. ¿Sabes cómo está?
Mi mano se apretó en la correa de la bolsa de deporte con tanta fuerza que ni siquiera a él se le pasó por alto. Justo cuando iba a preguntar, di media vuelta y empecé a alejarme.
—¡Adiós, eh! —escuché que me decía por ahí atrás—. ¡Tan simpática como de costumbre!
Quizá en otro momento le habría sacado el dedo corazón, pero no estaba de humor. Fui directa a casa sin mirar atrás y entré un poco más enfadada de lo que me habría gustado admitir.
Mis dos hermanos y mi padre estaban en el salón viendo la televisión, y apenas despegaron la mirada de pantalla.
—¿Dónde está mamá? —pregunté directamente.
—Primero se saluda —me señaló papá.
—Hola, familia —forcé el tono dulce más empalagoso que pude y luego volví al ceño fruncido—. ¿Y mamá?
—Se ha ido de viaje esta mañana —me dijo Jay—, ¿nunca escuchas cuando te hablan?
—Cuando me hablas tú, te aseguro que no.
Subí las escaleras, dejé la bolsa en la entrada de mi habitación y fui a sentarme en la alfombra para sacar el móvil del bolsillo. Mamá era el único contacto que solía usar, así que la encontré en cuestión de instantes.
Tras unos segundos de esperar mirándome a mí misma en la pantalla de mi móvil, por fin escuché una campanita alegre y la cara de mamá apareció encima de la mía. Estaba sentada en un vehículo, probablemente un taxi, y se estaba colocando los auriculares para escucharme mejor. Ya sonreía ampliamente.
—¡Ellie! —exclamó—. ¿Cómo estás? ¿Cómo han ido las pruebas?
—Estoy bien, y las pruebas han sido un poco... raras.
Su sonrisa desapareció para ser sustituida por una mueca de preocupación.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Sí, sí... Al final me han aceptado en el equipo...
—¿Y eso no te alegra? Ellie, te hacía mucha ilusión.
Bajé la mirada y con la mano libre empecé a juguetear con los cordones de mis zapatillas.
—¿Ellie? —insistió Mamá.
—Es que... los del equipo no son muy simpáticos. Ni siquiera el entrenador.
—¿Te han dicho algo?
Más bien qué no me habían dicho.
A ver, a otra persona no le contaría nada de esto, solo a mi madre. Con el resto me sentía como si fuera a ser juzgada por lo cumplir las expectativas. Pero mamá me entendía, así que era mi principal confidente.
—Que por ser una chica no debería entrar, que estorbo... Ni siquiera me dan sitio en los juegos o en los vestuarios. Me hacen el vacío a propósito. ¡Y ya sé que solo ha pasado un día! Pero aún así... no sé...
—Ya veo...
Mamá analizó todo lo que le había dicho durante unos segundos. Por la ventanilla del taxi, podía ver las calles de Milán —donde tenía una exposición— pasando a toda velocidad. Me hubiera gustado estar con ella. De hecho, me lo ofreció, pero le dije que no por las pruebas.
¿Sería muy tarde para abandonar y subirme a un avión?
—Mira, Ellie —me dijo entonces, respirando hondo—, lo que te están haciendo, desgraciadamente, es muy común. Pero no puedes dejar que te influya tanto como para dejar algo que te gusta.
—Pero ¡no quiero pasarme el día así!
—¿Te cuento una cosa? Hay imbéciles por todos lados. En todos los trabajos y en todas las actividades del mundo. ¿O te crees que yo no me encuentro con ninguno en mi trabajo? Lo hago continuamente. ¿Y por eso me voy? Pues no. Porque es mi trabajo, es lo que me gusta y no voy a dejar que nadie me impida hacerlo. Sé que es muy difícil aplicarlo en ciertos casos, pero Ellie... Puedes elegir. O te retiras y te vienes conmigo, que sabes que siempre eres bienvenida, o te plantas ahí y haces que te respeten.
Sabía que tenía razón y que, por mucho que decidiera marcharme, seguiría encontrando dificultades en cualquier lugar. Quizá lo mejor era seguir intentándolo. O ir a los entrenamientos intentando estar a mi aire, pasando de los demás.
Solté un suspiro y asentí.
—Vale, voy a seguir intentándolo —murmuré.
—Claro que sí —me sonrió—. Y, si te siguen molestando... ¿no hay nadie simpático con el que puedas estar? Seguro que alguno habrá.
—Bueno, hay dos que no parecen muy malos. Se llaman Oscar y Tad.
—¿Lo ves? Puedes estar con ellos. Y seguro que los demás no son tan malos.
—Bueno, uno de ellos es el vecino...
Mamá abrió mucho los ojos, entusiasmada. Oh, no...
—¿Víctor? ¡Pero si es un encanto!
Tuve que contenerme para no chirriar los dientes.
—No, no lo es.
—Oh, vamos, no seas mala con él.
—Es que me cae mal.
—Pues yo creo que siempre le has gustado.
—Lo dudo mucho...
Ella puso los ojos en blanco, divertida.
—A veces, me pregunto si yo era así de ciega. Si se lo dices a tu padre seguro que te lo confirma.
Sonreí un poco, a lo que ella retomó la conversación.
—Inténtalo otra vez, vamos. El baloncesto te encanta, no dejes que te lo quiten tan fácilmente.
Las palabras de mamá terminaron convenciéndome y, aunque seguía sin estar del todo segura, decidí darle otra oportunidad.
Me di una ducha, me puse mi ropa habitual y, tras pasarme un rato con el móvil, bajé las escaleras para ir a almorzar. Mis hermanos y mi padre ya estaban abajo. De hecho, no se habían movido del sofá. Seguían viendo una película de acción. No pude evitar enarcar una ceja.
—¿Alguien tiene pensado cocinar? —pregunté directamente.
—La pizza está en camino —me informó papá.
En cuanto mamá desaparecía, era luz verde para que en casa entrara todo tipo de comida basura.
De pequeña me encantaba, pero en ese momento lo detestaba un poco. No dejaba de pensar que todo lo que comiera iba a ir directo a mi barriga o a mi culo. Y lo último que necesitaba para que siguieran burlándose de mí era eso.
—Yo me haré una ensalada —dije directamente.
—¡No toques mi comida! —chilló Ty.
Su comida era una balda de la nevera repleta de comida de nombre impronunciable que recomendaban en el blog de meditación y bienestar que seguía todos los días.
Decidí tirar por el camino fácil y me preparé una ensalada con pechugas de pollo a la plancha. Mientras esperaba que se hicieran, empecé mi especialidad: cotillear a la gente por Internet.
—¿En serio te vas a comer una ensalada? —preguntó papá entonces, entrando en la cocina.
Mientras él rescataba una cerveza de dentro de la nevera, me encogí de hombros.
—No tengo mucha hambre.
—Podríamos pedirte algo más pequeño.
—No, gracias.
Por suerte, decidió no insistir y señaló mi móvil con el botellín.
—¿Qué haces?
—Cotilleo a la gente en Omega.
—¿En qué?
—La red social que usa todo el mundo, papá.
—Ah... ¿y el Instagram?
Resoplé al instante.
—Eso es de viejos. Estamos en 2043, ya va siendo hora de que te actualices.
—Gracias por llamarme viejo.
Le dediqué una sonrisa inocente y volví a centrarme en el móvil. Sin embargo, él no tardó en volver a hablar.
—¿Al final cómo has llegado al entrenamiento?
Estuve a punto de soltar un comentario mordaz como un no con tu ayuda, eso seguro, pero decidí contenerme. No quería discutir con él.
—Tío Mike me ha llevado.
—¿Él? —Arrugó la nariz al instante—. Dime que, por lo menos, se ha dejado al bicho en casa.
—¡Benny no es un bicho! Y sí, se ha quedado en casa.
—Menos mal. A veces le da por conducir con esa cosa dando saltitos por encima de él. Y luego yo soy el loco al volante...
Sacudiendo la cabeza, volvió a salir de la cocina. En cuestión de unos minutos, escuché que sus pizzas llegaban y, para ahorrarme la tentación, decidí comerme mi ensaladita en la cocina.
○○○
Me gustaría poder decir que no me asomé a ver si Víctor seguía fuera en todo el día, pero mentiría.
Lo cierto es que por la tarde, cuando mi prima Jane vino a buscarme para ir al centro comercial, no dejaba de pegar ojeadas a la casa de al lado.
Pero no, Víctor no estaba ahí. El coche de su padre estaba inmaculado, pero su trabajo había terminado. No entendí por qué eso me decepcionó tanto.
El que sí que estaba era su padre, que pasaba tranquilamente la cortacésped por el jardín. Mientras Jane conducía hasta la salida, mi mirada se hizo tan descarada que incluso él se dio cuenta y me saludó con la mano. Avergonzada, le devolví el saludo y me senté correctamente en el asiento.
Jane, por su parte, me miraba de reojillo con una sonrisa.
—¿A qué ha venido eso?
—¿El qué?
—Lo de mirar fijamente a tu vecino. ¿Ahora te van los cuarentones?
—No digas chorradas...
—No sería yo quien te juzgara. La verdad es que el señor está muy bueno.
Bueno, en eso tenía razón.
—Igual te interesa más su descendencia —bromeó Jane, clavándome un codazo ya de paso—. ¿No me has dicho que Víctor está en el equipo?
—Sí, pero eso da igual. Nos vamos a ignorar mutuamente.
—¿Y eso es una decisión grupal o algo que tú has pensado a tu bola?
Le puse mala cara y no le respondí, provocándole una carcajada. Jane siempre se reía de mí y luego yo me reía de ella. Era nuestro modus operandi. Eso sí, en cuanto alguien se metía con una, la otra siempre acudía al rescate como un rayo.
Miré de reojo a mi prima. Lo cierto era que no éramos familia de sangre, simplemente nos habíamos criado juntas porque mis padres y los suyos siempre habían sido grandes amigos. Compañeros de piso, incluso. Venían muy a menudo por casa y, al final, Jane y yo nos habíamos hecho inseparables.
También se llevaba muy bien con Jay pero, vamos, yo era la mejor hermana. Estaba claro.
Era preciosa. Tenía la piel oscura, los labios gruesos, el pelo oscuro y corto por las orejas, y los ojos grandes y verdes. Y estaba muy delgada. Por no hablar de su estilo de vestir. Tenía tanto estilo de por sí que, se pusiera lo que se pusiera, tendría estilo. No entendía cómo lo conseguía.
Mientras la observaba, ella subió el volumen de la radio. Nos pasamos el resto del viaje escuchando viejas canciones que a ella le gustaban y a mí, personalmente, me daban un poco igual.
El centro comercial de la ciudad estaba a quince minutos en coche y, en cuanto nos bajamos, fui directa a por un batido de chocolate. No pude evitar pensar en mi ensaladita. De poco había servido si ahora me bebía todo eso.
Jane, por su parte, se limitó a sacarse la cajetilla de cigarros del bolsillo y empezar a liarse uno mientras recorríamos la parte exterior del centro comercial.
—¿Qué tal te fue esa prueba que mencionaste? —le pregunté tras darle un sorbo al batido.
—¿La de DJ? —Se encogió vagamente de hombros y mantuvo la mirada pegada en el cigarrillo que se estaba haciendo—. No me van a llamar.
—¿Te dijeron eso?
—No. Me dijeron que ya hablarían conmigo en cuanto hubieran visto al resto de participantes... que es, básicamente, una forma muy bonita de decirme que iban a encontrar fácilmente a alguien mucho mejor.
Jane quería ser DJ. Nunca había entendido por qué, me parecía el trabajo más aburrido de la historia, pero no iba a ser yo quien se metiera en sus gustos.
La cosa es que, por mucho que intentaba encontrar trabajos puntuales en discotecas o clubs, siempre le pedían referencias y, sobre todo, experiencia. A falta de lo segundo, seguía rotando una y otra vez en busca de un trabajo que nunca le daban. Y eso la fastidiaba, claro, porque quería irse de casa de sus padres, pero no tenía el dinero suficiente como para siquiera planteárselo.
—Habrá otro club interesado —murmuré.
Ella no dijo nada, pero estaba claro que no pensaba como yo. Se colocó el cigarrillo ya hecho entre los labios y lo encendió. Mientras le daba la primera calada, señaló vagamente una de las tiendas.
—¿Necesitas ropa de deporte? —preguntó.
—Qué va, ya tengo el armario repleto.
—¿Seguro? Ya estás en un equipo, ¿eh? Ahora toca lucirse.
Pese a que me negué, me sacó una sonrisa. Y eso que me había dado cuenta del intento desesperado de cambiar de tema a algo que no fuera su carrera.
—¿Quieres tú algo de música? —pregunté, señalando otra de las tiendas. Parecía tener algunos instrumentos.
—No, no... Ya voy a otra tienda bastante a menudo.
¿Jane repitiendo en una tienda? Mmm... Raro.
—¿Y eso?
—Me gusta su... variedad.
—Ah.
Debió darse cuenta de que la estaba mirando con los ojos entrecerrados, porque contuvo una sonrisa.
—Y nada más —añadió.
—No te lo crees ni tú.
—¡Hablo en serio!
—Y yo también. ¿Qué pasa? ¿Hay un dependiente guapo y te gusta?
Jane, de nuevo, se contuvo para no reírse.
—Algo así.
—Pues ya podrías llevarme algún día, así veo cómo es y le doy mi aprobación.
—Si me lo pides así, no puedo decirte que no. Seguro que la cosa se pone interesante.
Así, nos pasamos el resto de la tarde de tienda en tienda, comprando poco y mirando mucho. Ella terminó comprándose unos pantalones cortos con marcas de desgaste y yo opté por unas zapatillas blancas nuevas, ya que las mías tenían más años que las piedras. Me tomé otro batido —esa vez de limón, para compensar— y ella se fumó otro cigarrillo.
Y, mientras volvíamos al coche, me pareció ver algo a mi izquierda. Un destello rojizo. De alguna forma, supe quién era incluso antes de girarme.
Pero, aún así, me giré y observé al grupito que acompañaba a Víctor. Él siempre iba con amigos. Los tenía a montones. No entendía cómo podía mantener tantas amistades a la vez.
Yo me agobio cuando tengo dos. Si es que llego a tenerlas.
Víctor estaba de los últimos e iba charlando con Oscar, que andaba con las manos en los bolsillos y su expresión de ausencia perpetua. Me pregunté si realmente le estaba escuchando o solo le dejaba hablar solo.
—¿Ese no es tu novio?
Me giré de golpe, fingiendo que no lo había visto.
—No sé de qué hablas—le dije a Jane.
—De Víctor, obviamente.
—¡No es mi novio!
—¿Y tú qué sabes? Le dejaste una notita preguntándole si quería serlo y nunca fuiste a ver la respuesta. Quizá habéis sido novios durante años y tú ni siquiera lo sabías.
—Qué graciosa eres...
Volví a mirar de reojo por encima del hombro. Los demás se habían detenido delante de la zona de recreativos y estaban empezando a entrar. Víctor y Oscar se quedaron fuera, hablando entre sí.
Y, justo en ese momento, un par de ojos dorados se desviaron de forma automática sobre los míos.
Pillada de lleno.
—Te ha visto —recalcó Jane cuando volví a girarme hacia delante.
—No es cierto.
—Claro que lo es. Se está acercando.
—¡¿Qué?!
Me giré entera, horrorizada, solo para ver que no se había movido de su sitio. De hecho, ahora me miraba con cierta extrañeza, como si no entendiera qué demonios hacía.
Las risitas de Jane empezaron a provocarme instintos asesinos.
—¡No tiene gracia! —protesté girándome de nuevo y apresurándome a llegar a la salida.
—Claro que la tiene, es que no te has visto la cara.
—¡Yo te haré lo mismo con el chico de la tienda!
Por si todo eso no fuera poco, a alguien se le había caído un refresco justo en la entrada y los de la limpieza estaban intentando limpiarlo lo más rápido posible. El problema era que se estaba formando cola por la gente que decidía esperar y no pisar su trabajo, y eso quiso decir que nosotras también teníamos que esperar.
Por favor, que no se acercara. Si ya tenía bastante lidiando sola con él, con Jane sería todavía peor.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —me preguntó, confusa.
—No sé.
Y eso era cierto... solo en parte. La otra parte estaba nerviosa porque sabía que se acercaría sí o sí.
Y, efectivamente, apenas unos segundos más tarde, eché una miradita en su dirección y me lo encontré plantado a mi lado.
Mi suspiro lastimero hizo que sonriera.
—Hola, Jane —la saludó directamente a ella, ignorándome. El muy idiota...
Jane, por su parte, le saludó de vuelta.
—¿Qué tal? Hacía mucho que no te veía.
—Todo genial. Bonitos cascos —añadió, señalando sus cascos rojos con la cabeza.
—Gracias. Son una pasada.
Y, tras eso, los dos se giraron hacia mí. La sonrisa de Víctor se volvió más maligna.
—Hola a ti también, maleducada. Te he visto mirándome fijamente y ni siquiera me has saludado.
—¿Y no has captado la indirecta de que no quiero hablar contigo?
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? Que siempre tienes unas bonitas palabras para alegrarle el día a cualquiera.
Le dediqué una sonrisa irónica y volví a girarme hacia delante, dando la conversación por terminada. Sin embargo, la traidora de Jane siguió hablando con él a mi espalda.
—¿Qué tal con el baloncesto?
—Bien, nada nuevo. Sigo en el mismo equipo.
—Con una nueva incorporación, ¿eh?
—La mejor. Seguro que hace que los entrenamientos se vuelvan muy interesantes.
No girarme a replicar algo fue una verdadera tortura, pero estaba decidida a hacerle el vacío hasta que se fuera.
—Ellie hace que todo se vuelva más interesante —comentó Jane, y me dio un apretoncito en el brazo—. ¿No crees, Víctor?
—Si se lo digo, probablemente se pensará que es irónico.
Justo en ese momento, la cola empezó a moverse. ¡Por fin podíamos marcharnos!
—¿Nos vamos? —le pregunté a Jane directamente.
—Claro. —Por suerte, se apiadó de mí y le dirigió una última mirada de despedida a Víctor—. ¡Nos vemos!
No escuché ninguna respuesta, pero supuse que había sonreído a Jane y se había marchado, de nuevo, con sus amigos.
○○○
—¿Crees que podría hacerme rico jugando al fútbol?
Era ya de noche y, pese a que tanto mis dos hermanos como yo estábamos tirados en los sofás del salón, lo cierto era que cada uno estaba a lo suyo. Tyler tenía su alfombrilla de yoga estirada y practicaba la postura el perro boca abajo, Jay miraba vídeos en su portátil y yo, de nuevo, chismeaba a la gente por Omega.
Al recordar la pregunta de Jay, volví a la realidad.
—Yo qué sé. Nunca te he visto jugar.
—Sí que lo has hecho. Y podrías hacerlo más si te dignaras a venir a mis partidos.
—¡Como si tú vinieras a los míos de baloncesto!
—Todavía no has hecho ninguno, y el baloncesto me estresa. Siempre tengo la sensación de que alguien va a recibir un balonazo en la cara.
Suspiré y cerré el perfil de Víctor, que era el que estaba cotilleando. Había subido fotos temporales con sus amigos dentro de la zona de recreativos, y parecían estar pasándoselo en grande. No pude evitar imaginarme a mí misma con ellos y preguntarme si encajaría bien en el grupito. Seguramente no.
—¿Qué haces? —añadió Jay, mirándome con desconfianza.
—Nada que a ti te importe.
—Es decir, que estás cotilleando.
—Claro que no.
—¿A quién cotilleas?
El suspiro de Ty nos interrumpió. Estaba intentando sostenerse sobre un pie mientas estiraba el otro hacia delante. Tenía las manos en forma de oración delante del pecho.
—Con vosotros protestando, no hay quien se concentre.
—Pues vete a tu habitación —protestó Jay.
—Eso, eso —apoyé yo.
Los únicos momentos en los que dos de nosotros podíamos estar de acuerdo eran los momentos en los que íbamos contra otro. Después, se nos olvidaba y volvía a ser todo un sálvese quien pueda.
—Ellie no te ha dicho a quién le cotilleaba el perfil —recordó Ty, y el puñetero se desvió la bala para lanzármela directamente a mí.
¿Lo ves? Otra vez un todos contra todos.
—Es verdad —observó Jay, divertido—. ¿Quién es? ¿Te gusta alguien?
—No.
—Yo creo que sí. ¿Qué pasa? ¿No te hace casito?
—A lo mejor solo te interesa el tema porque nunca has tenido novia —ataqué.
Jay frunció el ceño al instante.
—No todos podemos tener un novio a la semana como tú —contraatacó, irritado.
—¡No tengo un novio a la semana!
—¡Venga ya! ¿Con cuántos has salido durante este último mes?
Vale, quizá tenía razón. En cuanto se trataba de chicos, me costaba un poquito controlarme a mí misma. Era capaz de encontrar alguno con el que estar unos días prácticamente siempre que quería, pero el problema radicaba en que, tras esos días, me aburría y lo mandaba a paseo. Y así una y otra vez.
Jay, en cambio, era mucho más cortado. Le había gustado alguna que otra chica, pero poco más. Nunca se había acostado con ellas, ni se había dado un beso, ni siquiera lo había visto dándose la mano. Y eso que no le habían faltado oportunidades, porque era el típico pesado simpático que le encantaba a la mayoría de la gente.
Pero él no era así. En cuanto se trataba de que las cosas fueran en serio, se cortaba y salía corriendo. Por eso, a sus casi veintiuno, seguía sin tener mucha experiencia. Dudaba que incluso hubiera dado su primer beso.
—¡Eso no es problema tuyo! —me enfadé—. No me puedes juzgar por el número de gente con la que me acuesto.
—¡Igual que tú no me puedes juzgar a mí por no hacer lo mismo!
Vale. Tablas. Era mejor dejarlo.
—Estaba cotilleando Omega —confesé, intentando calmar las aguas.
—¿Sí? ¿A quién?
Como no quería decir la verdad, decidí improvisar. Y, justo como había sucedido con Víctor, se me ocurrió el peor nombre posible.
—El de Livvie.
La reacción fue inmediata. Mi hermano mayor dio un respingo, se sujetó el portátil torpemente y me miró con las mejillas rojas.
—¿E-en serio...? —Carraspeó, haciéndose el duro y fingiendo que le daba igual. Lo hacía tan mal que casi me apiadé de él—. Y... em.... ¿ella está... por aquí?
Ty, desde su postura de la flor de loto, puso los ojos en blanco.
—Sí. Ha empezado en el conservatorio —le informé, algo irritada.
¿Por qué le tenía que gustar a todo el mundo? ¿Qué tenía tan especial, maldita sea? Primero Jay, luego Víctor...
Víctor nunca te ha dicho que le gustara.
Cállate. Estoy enfadada.
—¿Y sois amigas? —Jay, de nuevo, fingió que aquella conversación era de lo más casual—. Igual podrías invitarla... no sé... a que venga por aquí. Hace mucho que no la veo.
—Y seguirás sin hacerlo, porque no nos llevamos bien.
Con la mirada que me echó, cualquiera hubiera dicho que le acababa de romper el corazón.
—Ah... —Tras unos segundos, se encogió de hombros con indiferencia—. Bueno, da igual. Tampoco es que me importe mucho.
No quise hurgar en la herida, así que cuando papá bajó las escaleras, me apresuré a fingir que esa conversación no había tenido lugar, al igual que mis dos hermanos.
Papá, por su parte, intentó dar un salto al sofá para sentarse al lado de mis piernas, pero en el último momento le dio un tirón la espalda y decidió que era más seguro darle la vuelta al sofá y sentarse tranquilamente.
—Te pesa el culo por la edad, ¿eh? —bromeó Jay con media sonrisa.
—A mí no me pesa nada, sigo siendo un jovencito. ¿De qué hablabais?
Oh, oh... Maniobra de evasión. Intercambié una mirada breve con mis dos hermanos antes de que, telepáticamente, llegáramos a la conclusión de que Jay debía ser el portavoz oficial.
—Del cumpleaños de Ellie —comentó casualmente—. Es dentro de muy poco.
Por suerte, la maniobra de distracción funcionó, porque papá me miró con una gran sonrisa.
—¡Es verdad! ¡Ya cumples los dieciocho!
—Sí... qué alegría. Ya puedo ir a la cárcel.
—Siempre tan positiva... —murmuró Ty, estirando para terminar su clase de yoga.
—¿Tienes pensado cómo quieres que sea la fiesta? —me preguntó papá, entusiasmado—. ¡Puedo organizarla yo! Te traeré una tarta grande y rosa, una actriz que haga de alguna princesa, ponis, un...
Se interrumpió a sí mismo por mi cara de horror y las carcajadas de Jay. Papá parecía absolutamente perdido, como si el hecho de que rechazara algo así era una locura.
—¿No te gusta la fiesta de princesas? —preguntó, alarmado.
—Me gustaba con diez años, papá, no ahora.
—¿Por qué no ahora?
—¡Porque voy a cumplir dieciocho! Ya no soy una niña.
Cualquiera hubiera dicho que lo había insultado, porque se llevó una mano al corazón.
—¿Y qué quieres decir con eso?
—Que quiere una fiesta normal —aclaró Jay por mí—. De esas que hacen los adolescentes cuando sus padres se marchan de casa.
—¡¿Una fiesta con alcohol?!
—¡Como si tú nunca hubieras bebido! —protesté.
—Ya puedes ir olvidándote de eso.
—Oh, vamos, por favor —le supliqué, dejando el móvil a un lado—. ¡Podríamos pedirle a tío Mike que nos vigile un poco!
—Como le pongas una fiesta delante a tu tío Mike, terminará bebiendo más que todos vosotros juntos.
—¿Y si invito a Jane? ¡Ella es un año mayor que Jay! Podría vigilarnos un poco.
Papá no pareció muy convencido, pero por su expresión deduje que lo estaba considerando.
—Tengo que hablarlo con mamá, pero... ya te adelanto que no creo que te dejemos.
—Yo también podría vigilarlos —se ofreció Jay, para mi más absoluto asombro—. No me gusta beber y soy mayor que la mayoría. Entre Jane y yo seguro que nos las apañamos.
Aquello sí que hizo que mi padre lo considerara de verdad. Se pasó unos segundos en silencio, analizándolo, hasta que finalmente soltó un suspiro y se encogió de hombros.
—Bueno... supongo que si vosotros lo vigiláis un poco...
—¡GRACIAS, PAPÁ! —chillé al instante.
—¡No he dicho que sí!
Pero, en el fondo, todos sabíamos que ya había accedido.
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